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Capítulo 18: "La Nena".

Alan dejó caer el teléfono al suelo. Justo cuando todo estaba marchando bien, aparecía esto. No podía ser cierto, su pequeña se iba a recuperar. Lo difícil iba ser darle la noticia a Serena, pero tenía que hacerlo.

—Alan, ¿quién era? —preguntó esta.

—Del hospital, tenemos que ir urgentemente.

Fue lo único que le dijo, porque si le decía la verdad, podía acabar por bajarle la tensión y eso no era bueno para el bebé ni para ella.

Apenas un par de minutos más tarde, Alan aparcó el coche frente a la puerta de urgencias del Children Center. Dentro del ala de urgencias, ambos se acercaron al mostrador de recepción con la respiración agitada y los nervios de punta.

—Buenas noches, somos los padres de Hazel Rice —saludó Serena a la chica de recepción que hablaba animada por teléfono.

Serena sentía como le hervía la sangre ante la indiferencia de la chica, y como no estaba dispuesta a aguantar semejante trato, ni corta ni perezosa, arrancó el cable del teléfono del enchufe de la pared. Aquello sí hizo que la chica se girara enojada hacia ella.

— ¿Qué hizo? —le preguntó la recepcionista sorprendida.

—Está usted aquí para atenderme, no para contarle a su amiga su última cita sexual —comentó Serena en tono furioso, lo que consiguió que la joven guardara silencio al instante —. Necesito saber de mi hija ¡Ya!

—Enseguida.

La chica de recepción salió corriendo a buscar a la doctora que atendía el caso de Hazel. En aquel momento, la puerta donde estaba Hazel se abrió y apareció la doctora Porter.

— ¡Señores! Pase por aquí —le indicó la doctora.

Ambos padres entraron en la habitación donde se encontraba Hazel. La pequeña estaba tumbada en la camilla, rodeada de otros médicos y una enfermera. Al acercarse a la camilla, los ojos de Serena se llenaron de lágrimas.

— ¿Cómo está mi pequeña? —preguntó Alan.

— ¿Qué pasó, doctora? —esta vez fue Serena la que formuló la pregunta.

—La niña ha sufrido varias convulsiones y ha tenido fiebre muy alta, creemos que se trata de una meningitis infecciosa.

— ¿Cómo? —preguntó Serena asustada.

—Presenta todos los síntomas, pero para estar más seguros, tendremos que realizarle una prueba.

— ¿Qué clase de prueba? —preguntó Alan.

—Una punción lumbar, para extraerle liquido de la medula espinal y analizarlo. Ese análisis nos dirá si la niña tiene esa enfermedad. Ahora mismo tiene más de cuarenta y un grados de temperatura.

— ¡Dios mío, es altísima! —exclamo Serena tocándole la manita a su hija.

—Pero necesitamos su consentimiento, es una prueba arriesgada que podría dejar a la pequeña en una silla de ruedas debido a sus antecedentes con la Aplasia Medular.

Serena lloró más fuerte y Alan la abrazaba. Eso no podía estarle pasando a su niñita, ¡Dios!, si de verdad existieras, ayúdanos a salir bien de esta, ayuda a nuestra hija, pensó Alan. Por supuesto que aceptaron, y justo en el momento en que ambos padres acompañados de la doctora Porter iban a salir de la habitación, el cardiomonitor al que la niña estaba conectada comenzó a pitar en señal de alarma. La doctora se giró y enseguida comenzó a gritar mientras sacaba a los temerosos padres de la sala.

—¡¡Código azul!! ¡¡Código azul!!

Alan y Serena salieron de la sala dejando su corazón en aquella habitación de hospital. Sus esperanzas habían sido aplastadas por el sonido estridente de un cardiomonitor, por el piiiiiii que dividía la línea entre la vida y la muerte. Solo les quedaba rezar y que sus plegarias fueran escuchadas.

En Park Towers South, al oeste de Central Park, Oliver Cook y Cooper Llorca se encontraban reunidos. Juntos planeaban la némesis perfecta para acabar con Cassidy. Oliver aun no entendía como él había estado tan ciego todos estos años, era imposible que su esposa, con la que llevaba casado más de treinta años fuera ese monstruo capaz de hacerle algo tan terrible a su propia nieta.

El sonido de la cafetera  automática zumbando, anunciando que el café estaba listo, obligó a Cooper a dejar la conversación a medias e ir a atender la cafetera. De vuelta a la sala de estar miró el reloj de la pared y parpadeó varias veces cuando leyó la hora, decía las diez y cuarto de la noche, la hora perfecta para planear una venganza. Solo queda esperar que el plan funcione según lo esperado. 

— ¿A quién dices que contrataste para hacerlo? —preguntó Oliver con el ceño fruncido.

—Le dicen “la nena”, su verdadero nombre es Della Sharp —respondió Cooper mientras se fumaba un habano que había cogido de su caja de puros.

— ¿Della Sharp? ¿La asesina de Brooklyn? —volvió a preguntar Oliver, pero esta vez mas sorprendido todavía.

—La misma. No esperes ningún error de su parte, el trabajo se hará limpio y sin testigos.

Oliver asintió, de eso estaba convencido. Esa mujer era llamada la carnicera del barrio Brooklyn Heights, lugar donde residía y llegó a cometer más de veinte asesinatos a hombres de la alta sociedad, siendo encarcelada hacía dos años. Y justamente, se encontraba recluida a cadena perpetua en la misma prisión que Cassidy Cook: en Rikers Island.

Cooper había contratado los servicios de “la nena” para acabar con la vida de Cassidy. En una prisión como Rikers Island, los abusos, peleas y las muertes de reclusos a manos de los carceleros era el pan nuestro de cada día, la llamada “alta seguridad “era solo un título valido a la hora de decir que de allí nadie podía escapar nunca. Por supuesto que ni Alan, ni Serena sabían nada de aquello.

En el pabellón 122 del ala de mujeres de la prisión federal de alta seguridad malamente nombrada “Alcatraz”, la prisionera 891 observaba de cerca los andares de Cassidy Cook. Su objetivo: acabar con ella. Su móvil operandi: muerte por electrocución. Llevaba una semana observándola  durante sus ratos en el patio, averiguando qué es lo que la convierte en el montón de mierda que es, alguien capaz de hacerle algo tan malo a una niña no puede ser alguien bueno.

Desde lejos la vio entrar a las duchas, sola. Era ahora su oportunidad para cumplir con su misión. Se apresuró a entrar detrás de ella y amenazó a un par de reclusas que pretendían entrar a ducharse, las cuales se perdieron al instante. Esperó a que se quitara la ropa y se metiera en el agua. Cuando estaba segura de que ya había entrado en la ducha, entra y cierra la puerta para que nadie vea lo que sucederá a continuación. Las duchas eran el único lugar donde no había cámaras de seguridad.

Se acerca a ella y la mira a través de la pared de cristal empañado. Cassidy se enjabona el pelo mientras canta una mala versión de Girl on Fire sin siquiera darse cuenta de la presencia de “la nena”. Pensando que puede llevarle más tiempo de lo que estaba dispuesta a esperar, “la nena” apaga las luces durante unos segundos antes de volver a encenderlas.

— ¿Qué…? —Cassidy cierra el agua y gira su cabeza por detrás de su espalda. Frunce el ceño al ver a la mujer parada detrás de ella —. ¿Quién es usted y qué quiere conmigo?

—He venido a entregar algo —dice “la nena”.

—Bueno, como puede ver, estoy algo ocupada en la maldita ducha, así que tendrá que esperar a que salga. Si no le importa…

—Sí me importa —dice.

—Señora —dice, suspirando —. Me gustaría que me dejara sola para terminar de ducharme —pidió Cassidy.

—No lo creo.

— ¿Qué quiere de mí?

—No quiero nada de ti. Quiero hacerte algo…

Cassidy estaba nerviosa, pero comenzó a temblar más de lo que ya lo hacía cuando la reclusa se abrió la camisa amarilla del presidio y le enseñó el arma que llevaba metida en la cinturilla del pantalón.

— ¿Ha venido a dispararme? ¿Te contrató Serena verdad? Seguro quiere venganza.

“La nena” no respondió a ninguna de sus preguntas.

—Aquí hay cámaras —volvió a hablar Cassidy.

—No las hay. —Sonrió —. Pero no estoy aquí para dispararte, perra. Eres la única persona que no voy a matar de un disparo —explicó la reclusa, haciendo alusión a que todos los asesinatos que había cometido cuando estaba libre habían sido de esa forma —. Pero solo porque conozco algunos métodos mucho peores.

Cassidy tragó saliva y la reclusa le apuntó con el arma.

—Acabas de decir que no vas a dispararme.

—No lo voy a hacer. —Colocó el cable del tendido eléctrico de la lámpara en la ducha, el que había pelado con una cuchilla tres días antes y observó como más de doscientos voltios de electricidad la electrocutan al instante. La atacan con tanta fuerza que su cuerpo desnudo se convulsiona y se sacude a la vez.

El sonido del agua convirtiéndose en vapor y chisporroteando convierte la escena en algo todavía más horrible.
La reclusa salió del baño y localizó el teléfono móvil que tenía escondido en sus bragas, debía mandar el mensaje que confirmara que el trabajo estaba hecho.

Asunto: Hecho.
Trabajo completo.
La Nena.

Cooper y Oliver todavía disfrutaban de sus tragos de Whisky cuando entró el mensaje de “la nena” al móvil de Cooper.

—Ya está hecho —le informó Cooper a Oliver. 

Oliver sonrió, por fin podía respirar tranquilo. Para todo el mundo, Cassidy Cook era la típica mujer hecha a sí misma, al estilo de Nueva York; una mujer que creció pobre, que se prometió que no volvería a pasar hambre y que estudio una carrera en la universidad con sus propios ahorros. Pero ahora todo el mundo sabía lo retorcida que era su mente. Siempre había estado dispuesta a destrozar cualquier cosa o a cualquier persona que se atreviera a interponerse en su camino. Así lo había hecho con Serena, cuando mandó a Austin a matarla luego de salir esa noche de la casa de su hijo Alan. Oliver se había enterado por su misma boca cuando había ido a visitarla a la prisión. Por suerte no había salido bien su plan, porque la chica se había defendido con uñas y dientes. Ese detalle Alan lo desconocía, pero él, su padre, procuraría contarle todo con lujo de detalles.

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