Capítulo 17: Por Hazel.
La doctora Porter no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. La pequeña pelirroja había despertado del coma inducido, pero todavía faltaba ver si reaccionaba a los estímulos. Tenía las esperanzas puestas en que así fuera.
— ¡No puedo creer lo fuerte que es la pequeña! —bramó la enfermera pasando por el lado de la doctora para echarle un vistazo a la niña. Revisó sus sábanas y las cosas que tenía la pequeña guardada en la gaveta de la mesita de al lado.
—Es cierto, es muy fuerte —asintió la doctora —. Pero para decir que tuvo una buena recuperación, tiene que reaccionar a cada uno de los estímulos que voy a intentar ahora.
La doctora se colocó al lado derecho de la pequeña, y suavemente colocó su mano en la frente de la niña; no hubo respuesta alguna. Volvió a intentar con otro método más avanzado. Alcanzó el bolígrafo que tenía entre los papeles que había dejado encima de la mesita y de manera delicada lo pasó por la planta del pie derecho de Hazel, esperando que la niña reaccionara a las cosquillas; nada tampoco. Desilusionada, puso en práctica el último método que le quedaba: pellizcarla. Con este pensó que iba a pasar lo mismo que con las anteriores, pero para su sorpresa no fue así, la niña dio un respingo y un leve quejido que se escuchó a través del tubo del ventilador mecánico.
Emocionada, la doctora Porter se giró hacia la enfermera y le dijo:
— ¡Reaccionó!
La enfermera sonrió. Iba a ser todo un placer decirle a su familia que la pequeña estaba reaccionando bien al tratamiento.
Al Children Center había llegado Serena y Alan, ambos igual de tristes y desaliñados. Alan mostraba una incipiente barba colorada de más de una semana, sus ojos verdes azulados se veían cansados y carecían de ese brillo característico que solía tener. Por parte de Serena, llevaba el cabello desgreñado, sabia dios cuando había sido la última vez que se lo había lavado, los ojos igual de tristes que los de Alan y las uñas carcomidas de tanto mordérselas. Aunque por supuesto, Alan se había llevado la peor parte, ya que se trataba de su madre, y cuando se enteró de aquello quiso correr y acabar con ella, pero Serena le había dicho que no valía la pena, que la justicia se encargaría de ella.
Hacía tres semanas y dos días que Hazel estaba en coma, y aunque había despertado en un momento determinado, solo duró veinte segundos. La doctora le daba buenas esperanzas, pero ellos estaban comenzando a impacientarse. Entraron hasta la sala donde debían esperar el parte del estado de salud de su pequeña, cada día acudían ahí entre las seis de la tarde y las ocho de la noche. Alan iba a decirle algo a Serena cuando la doctora salió de una puerta que decía: <prohibido el paso, solo personal autorizado>.
—Señores, les tengo buenas noticias. Hazel reaccionó, no a todos los estímulos como yo esperaba, pero si a uno de ellos —explicó la doctora con una sonrisa radiante en sus labios.
Ambos padres sonrieron y se abrazaron. Aquella noticia era fantástica con relación a los restantes partes médicos en las últimas tres semanas. En el abrazo ambos se miraron, ninguno de los dos había tenido oportunidad de hablar de su relación. Y, aunque se morían por aclarar las cosas, su pequeña era más importante.
—Entonces, doctora ¿se va a recuperar? —preguntó Alan esperanzado.
—Por supuesto, lo que no sabría decirle cuanto puede durar el proceso.
Suspirando, Alan se inclinó y volvió a abrazar a Serena, tenían que ser fuertes, por su hija. Ella lo recibió de buena gana, y cuando él se quiso separar, ella no lo dejó marcharse. La doctora ya se había retirado.
Alan la miró, y con un rápido movimiento de cabeza la besó brevemente. El beso duró poco, porque primero tenían que hablar acerca de su relación.
—Serena, yo… necesitamos hablar de esto —señaló a ambos.
—Estoy de acuerdo.
Serena sentía su corazón acelerado como si lo tuviera metido en acido. La adrenalina corría por su cuerpo, tanto que la estaba haciendo sudar demasiado, ya que vestido de mangas largas que llevaba estaba húmedo. Se quedó quieta un momento, esperando que se le pasara el insignificante mareo que acababa de darle, pero nada más alejado de la realidad. Todo le daba vuelta, la cabeza le dolía mucho y en breves segundos sintió que por un momento se desvanecía en el suelo. Y así fue.
Alan se había quedado parado en el lugar, pero cuando vio que Serena se desmayaba delante de sus narices, rápidamente la agarró por la cintura para que no se cayera en el suelo.
—Serena, amor mío, ¿qué te pasa? —trataba de hacerla reaccionar.
Sus peores miedos pasaron en ese momento por su mente, ¿y si perdía también a Serena? No, su corazón no iba a aguantar tanto dolor. Ya bastaba con haber perdido a su madre, no iba a perder al amor de su vida. Por suerte todavía estaban en el hospital, por lo que un enfermero que había visto la situación, enseguida se acercó hasta ellos a ayudar.
— ¿Qué le pasó? —preguntó el enfermero.
—No lo sé, solo estábamos hablando y de repente se desmayó —respondió Alan angustiado.
—No parece nada grave, solo un simple desmayo. ¿La señorita padece de alguna enfermedad? —volvió a preguntar aquel enfermero.
Alan se quedó pensativo por un momento.
—No que yo sepa.
Y claro, él no sabía nada de Serena, solo que era la madre de su hija, que la amaba profundamente y que tenía cierto rencor hacia los pelirrojos que el todavía no sabía a qué se debía. En menos de lo que esperó, otro enfermero apareció con una silla de ruedas donde sentaron a Serena ya algo más despierta. La llevaron a la consulta donde un medico la examino.
—Bien, parece que no es nada grave. Solo fue una bajada de la tensión pero ya está perfecta. Esperemos el resultado de los análisis de sangre y se puede ir —informó el médico con una sonrisa en los labios.
Media hora después el mismo medico volvió a entrar a la consulta, ya con los resultados de los análisis en sus manos.
—Señorita Rice, los análisis parecen estar normales, a excepción de un leve aumento de la hormona Gonadotropina. Por lo que…
No siguió hablando porque Serena lo interrumpió.
—Alan, podrías salir, por favor —le pidió ella.
Alan la miró extrañado, ¿Por qué lo había mandado a salir? ¿Qué ocultaba? Todas aquellas preguntas se las haría luego, cuando ya estuviera más recuperada.
—Doctor, no quiero que él se entere. Yo ya sé lo que tengo —dijo ella.
El medico asintió con su cabeza. Ella era la paciente, tenía todo el derecho de ocultar lo que quisiera.
—Ok, siendo de esta forma, está usted de alta. Ya puede irse a su casa.
Veinte y cuatro minutos después, Alan había dejado a Serena en su apartamento, se rehusaba a que él se quedara con ella esa noche, pero no iba a ceder.
— ¿Puedo pasar? —le preguntó Alan en aquel momento tras la puerta de la habitación de Serena.
—Sí, pasa —le contestó Serena desde el otro lado.
—Venía a avisarte de que ya la cena está lista.
—No sabía que cocinaras, pero gracias.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, Serena.
Tal y como Serena le había dicho a Alan, la vio salir por la puerta de la habitación un minuto más tarde de haber hablado con él. Estaba preciosa, vestía unos pantalones ajustados y una camiseta que dejaba poco a la imaginación. Se veía tan natural, y a la vez tan sexy… no necesitaba ningún adorno para ser espectacular, para atraer toda su atención. Decidió levantarse y hacer algo productivo, como invitarla a bailar.
— ¿Cómo? —preguntó ella sorprendida cuando él formuló la pregunta.
— ¿Qué si quieres bailar conmigo? —repitió él intentando imprimir a sus palabras la mayor ligereza posible, no quería que se le notara que estaba nervioso por su respuesta.
—Alan, no hay música —recalcó ella lo obvio.
—Ya lo sé, pero ¿qué importa? Las mejores cosas de la vida se sienten y no se ven ni se escuchan, como el amor —él la tomó del brazo y la agarró de la cintura para acercarla más a su cuerpo. Ella no opuso resistencia alguna.
Serena se mordió el labio nerviosa, no había pensado nunca que aquel hombre fuera tan pasional fuera de la cama. Esas palabras que le había dicho se habían clavado en ella a fuego ardiente. Estaba convencida que ese era el momento idóneo para decirle lo que llevaba semanas ocultando, en parte porque no merecía que se lo ocultara, y por otro lado porque ya había cometido el mismo error una vez y no estaba dispuesta a repetir lo mismo.
—Estás preciosa —se apresuró él en decirle mientras ella intentaba seguirle los pasos de baile sensuales.
Serena le dedicó una maravillosa y dulce sonrisa que casi hace que Alan se desmaye. Se miraron durante unos segundos, en los que pareció que el mundo se detenía para ambos. El silencio se instaló entre los dos, y sin embargo ninguno se sintió incómodo. Hasta que la voz de Serena rompió ese silencio.
—Alan, tenemos que hablar.
—Estoy de acuerdo.
Dejaron de bailar sin música y se sentaron en el sofá del apartamento, dispuestos a aclarar toda la situación. Alan comenzó la conversación porque debía explicarle de dónde la conocía antes de acostarse juntos aquella noche.
—Yo… te conocía de antes porque ya te había visto en el bar, lo frecuentabas bastante y… Austin fue el que hizo que te notara —paró de hablar.
— ¿Cómo? —preguntó ella sin entender, cada vez que mencionaban ese nombre su corazón se aceleraba de rabia.
—Sí, una noche tú estabas bailando con Marla en el bar y Austin se fijó en ti y me lo hizo saber. Yo me quedé idiotizado mirándote, y desde ese día te vigilaba cada vez que venías al bar —explicó él.
—Me siento en desventaja —murmuró ella bajito.
—No la sientas, la noche que pasamos juntos hace un año no tuvo nada que ver con la idea que ya te conocía.
Alan agarró su mano y la besó suavemente.
—Alan yo… recuerda el día que te dije que alguien había intentado abusar de mi — él asintió, como olvidar ese día si ella no había querido decir el nombre del culpable —. Pues… si se quién era. Era Austin.
Alan la miró a los ojos, se pasó la mano nerviosa por el cuello a la vez que trataba de calmarse. No tenía que haberle ocultado aquello. Habría acabado con ese idiota antes de hacerlo su padre.
— ¿Por qué lo ocultaste? —fue lo único que pudo preguntarle.
—Tenía miedo de que cometieras una locura. Pero ya todo pasó, eso fue hace mucho tiempo y ya ese malnacido no respira para volver a hacerle daño a más nadie.
Serena lo abrazó y el correspondió el abrazo.
—Alan, también hay otra cosa que no te he dicho… —hizo una pausa tratando de buscar las palabras exactas para decirle aquella bomba —. Yo… estoy embarazada.
Alan mantenía una expresión indescifrable, pero cuando terminó de procesar las últimas palabras de Serena, sintió una gran felicidad que lo consumía por dentro. No pudo evitar sonreír al saber que iba a ser padre de nuevo. Llenó la cara de Serena de besos y ella no pudo evitar abrazarlo mientras sonreía como boba. Sus labios la besan con una suavidad infinita, y ambos se entregan al amor más puro que alguno de los dos haya conocido nunca. Se sentaron frente a la chimenea, el fuego se alimentaba y los calentaba. Serena apoyó su espalda sobre el pecho de Alan y este colocó sus manos sobre el vientre de la chica. Iba a ser maravillosa estar presente desde el principio en la vida de su segundo hijo, o tal vez de su segunda pelirroja.
Una llamada a la línea fija de la casa los hizo separarse a regañadientes.
— ¿Señor Cook? —preguntó alguien del otro lado de la línea.
—Sí, soy yo, ¿qué pasa?
—Llamamos del Children Center, su hija está muy grave —informó la recepcionista con pesar.
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