Capítulo 16: El médico, la mentirosa y el verdadero culpable.
Roy Zavala tomó su agenda de encima del escritorio y repasó la lista de sospechosos que debía interrogar para, finalmente, resolver el caso Rice. Sonrió tan satisfecho como cansado. Había sido una semana agotadora; los casos aumentaban día a día, había más delincuentes que atrapar de lo que pensaba la gente. El teniente era el primero en entrar por las puertas de la delegación, le gustaba llegar temprano para preparar los interrogatorios.
Cerró la puerta de la oficina con la agenda en la mano. Dispuesto a sentarse en su silla y proceder con sus deberes. Zavala se quedó parpadeando frenéticamente cuando la puerta de su oficina se abrió de golpe, mostrando al sargento Moran. El teniente iba a rezongar, pero el sargento habló antes de él hacerlo.
—Mi teniente, la sospechosa Cassidy Cook quiere hablar con usted. Dice que llegó el momento de confesarlo todo —explicó el sargento poniendo los ojos en blanco —. ¡Ya sabía yo! Todos terminan hablando cuando entran aquí —se carcajeó de manera exagerada.
El teniente lo miró con enojo.
—Sargento Moran, deje de reírse, no estamos para jueguecitos anormales —lo regañó.
—Disculpe, mi teniente —el sargento agachó la cabeza avergonzado.
Zavala se levantó de su silla agarrando a su paso la agenda donde tenía las preguntas del interrogatorio. Había llegado el momento de la verdad. Se apresuró con paso decidido hacia la sala de interrogatorios de la Unidad de Inteligencia, estaba convencido de que esa señora tenía mucho que contar. Entro en la pequeña salita, con expresión dura en su rostro. Cassidy mantenía la cabeza agachada, se notaba que había estado llorando.
—Señora Cook, esto está a punto de acabar —dijo el teniente Zavala entrando al lugar. No la miró directamente, estaba concentrado en revisar el contenido de su agenda de cuero color marrón.
—Voy a contarlo todo —fue lo primero que dijo ella.
El teniente levantó la vista tras sentarse ante ella en la mesa, clavándole su inquisitiva mirada.
—Me parece bien —le respondió —. ¿Qué tiene usted qué ver en todo este asunto?
—Todo, yo facilite el secuestro de la niña, pero no fui yo sola —declaró ella.
—Explíquese mejor.
—Mire, yo ayudé en eso, pero los hermanos Pierce también tuvieron mucho que ver. Austin secuestró a la niña cuando yo le avisé, y Carlos nos facilitó la propiedad de Black Rock Forest, ya que era la más alejada. Yo fui la que le disparó a la niña Y ¿sabe algo? No me arrepiento de nada.
El teniente Zavala la miró con cierto desdén, por esa sala de interrogatorios habían pasado millones de asesinos seriales, violadores, secuestradores, etc., pero todos, absolutamente todos, terminaban arrepintiéndose de su delito. Sin embargo, esta mujer alegaba lo contrario. Había que ser muy ruin para decir algo así.
— ¿Eso quiere decir qué el doctor Carlos Pierce sí sabía del secuestro? —preguntó el teniente tratando de entender mejor las palabras de Cassidy.
—Sí, lo sabía perfectamente.
Ante aquellas palabras, el teniente Zavala se levantó y salió de la sala de interrogatorios. Estaba dispuesto a encarar a Carlos Pierce, el medico tenía mucho que contar.
—Voy a interrogar al sospechoso Carlos Pierce —informó el teniente al sargento Moran que lo esperaba en la puerta de la sala.
— ¿Ahora, mi teniente? —preguntó el sargento medio despistado.
—Sí, ahora, ¿tiene algún problema con eso, sargento?
—Ninguno, mi teniente.
El teniente Zavala respiro profundamente antes de entrar. Carlos estaba quieto en el asiento, se rascaba la mano derecha de manera frenética. Cuando vio entrar al teniente enseguida se puso de pie mostrándole respeto. El teniente lo miró con admiración.
—Doctor Pierce, he decidido interrogarlo porque hay algo muy importante que nos tiene que contar —indagó Zavala.
Carlos enseguida se sentó.
—Teniente, le juro que yo no tengo nada que ver con el secuestro de Hazel, se lo juro —reiteró nervioso.
—La señora Cassidy Cook dice justo lo contrario —le dijo con voz autoritaria.
—Ni siquiera he cruzado dos palabras con esa mujer. ¡Eso es mentira! —se exaltó Carlos.
—Descubrimos que la propiedad de Black Rock Forest está a su nombre. Allí mantuvieron cautiva a la menor.
—Sí, es cierto, está a mi nombre porque yo la compré, pero yo no sabía nada de la niña. Esa propiedad se la regalé a mi hermano hace más de seis meses. Ni siquiera la he vuelto a visitar.
— ¿Cuándo se refiere a su hermano está hablando de Austin Perry? —interrogó el teniente.
—Si, el mismo. Somos hermanos por parte materna.
— ¿Desde cuándo no ve a su hermano? —volvió a atacar el teniente con sus preguntas.
—Desde… —Carlos intentó hacer memoria —. Desde hace unos meses, hicimos un último trabajo juntos y desde entonces no lo he visto más. ¿Por qué pregunta?
— ¿A qué clase de trabajo se refiere? —quiso saber Zavala.
Carlos lo parecía pensar, no podía decirle que clase de trabajo hacían.
—No, nada relevante, trabajos de contabilidad en bares y esas cosas —se justificó, no estaba nervioso porque sus trabajos turbios, justo los que hacía con su hermano, requerían de suma tranquilidad, y eso era algo que él había aprendido.
—En cuanto a la pregunta de su hermano, él… murió —informó el teniente tratando de no sonar tan duro.
Carlos se quedó quieto en su sitio, sin ser capaz de reaccionar ante las palabras que habían salido de la boca de aquel teniente; poco después de que el teniente Zavala desapareciera tras la puerta de la sala de interrogatorios, se dejó caer en la mesa, abatido. El corazón volvió a latirle en el pecho y solo pudo hacer una cosa: llorar. Su hermano, el que había salvado de caer en las drogas, el que una vez lo había ayudado a liberarse de sus peores temores y fantasma, el que había sido pieza clave en su venganza, el que lo había ayudado a acabar con la vida de cada una de las personas que una vez le hicieron daño; su hermano ya no estaba.
Tras media hora de silencioso llanto, pues por nada del mundo quería revelar sus flaquezas delante del teniente, Carlos sintió que se había deshecho de una gran carga. Se sentía agotado emocionalmente. Todas las experiencias vividas en las últimas horas habían sido horribles, aunque sin duda, lo que jamás conseguiría borrar de su mente era el rostro de su hermano la última vez que lo vio con vida, cuando le había dicho que tenía un plan que lo volvería millonario en cuestiones de horas. Carlos ató cada uno de los cabos sueltos que Austin fue dejando y él nunca se había dado cuenta. Ahora que lo pensaba, su hermano se refería a la recompensa por el rescate de Hazel Rice.
El teniente Zavala estaba seguro de que el doctor Carlos Pierce no tenía nada que ver en su investigación, pero no podía pensar lo mismo de Cassidy Cook, después de todo ella misma se había declarado culpable y máxima promotora del secuestro. Roy tomó aire con energía y decisión antes de volver a entrar a hablar con Cassidy, tenía que averiguar por qué había intentado culpar a Carlos Pierce.
—Señora Cook, necesito que me diga ¿por qué intentó culpar al doctor, cuando sabía que este no tenía nada que ver en el secuestro? —interrogó él.
—Estaba nerviosa, aparte, me he dado cuenta como ese idiota mira a la madre de mi nieta, no soy tonta —ella se cruzó de brazos, aparentando ser superior al teniente sentado delante de ella.
—Baje los brazos —le dijo él con total autoridad que enseguida ella obedeció —. ¿Usted sabía que la mansión de Black Rock Forest estaba a nombre de él?
— ¡Claro que sí! Austin me lo había dicho una vez, cuando todavía era amigo de mi hijo. —Exclamó ella.
— ¿También sabía que ellos eran hermanos?
—Sí.
—Está bien. Hemos terminado esta conversación —Zavala se puso de pie para salir, pero ella lo interrumpió.
—Eh… teniente, ¿Austin está muerto? —preguntó ella de forma cautelosa.
— ¿Qué cree usted? Le espera una larga condena, señora Cook. Usted pagará por todo sola.
Y dicho esto se retiró del lugar. Carlos Pierce fue puesto en libertad en cuanto la investigación concretó que él se encontraba fuera de Nueva York cuando secuestraron a la menor.
Tres semanas después…
Carlos había decidido tomarse un breve descanso después de todo lo vivido en la delegación. Aún seguía sin creer que su hermano fuera el monstruo que había secuestrado a Hazel. Él quería ir y apoyar a Serena, pero no tenía el valor suficiente de pararse delante de ella. Aunque tarde o temprano terminaría encontrándosela en el hospital, y ese había sido el día.
Caminaba despacio, sin prisa, le daba igual entrar tarde al trabajo, últimamente estaba de bajón. Iba a entrar en el casillero cuando una voz femenina que él conocía bastante bien lo hizo detenerse en su lugar.
—Carlos…
El doctor se giró lentamente sin saber si hacia bien o mal, quizás era mejor darle paso y seguir con su camino. Pero su corazón le decía que se girara, y así lo hizo.
—Marla… —murmuró él.
— ¿Por qué huyes? Ya todos sabemos que no tuviste nada que ver con el secuestro —le dijo ella.
Él la miró, estaba hermosa a pesar de las ojeras que traía. Carlos apretó un poco más el agarre de su mano contra el haza de su mochila.
—No estoy huyendo, simplemente me limito a estar en mi lugar —le respondió mordaz.
—Ninguno te guarda rencor, sabemos que era tu hermano.
En el momento en que iba a responder, Serena apareció por detrás de Marla, gritando como una loca.
—¡¡Marla, Marla, Hazel ha despertado!! —se detuvo en seco cuando vio a Carlos.
—Hola, Serena, me alegro que Hazel esté bien —la saludó él.
Ella no sabía que decirle, si darle el pésame o gritarle.
—Siento lo de tu hermano, pero no que esté muerto, sino que tuvieras un hermano tan hijo de puta como ese —le recriminó ella.
—Entiendo —él solo bajó su cabeza, porque si aquella chica se enteraba de su pasado, jamás volvería a cruzar dos palabras con él. Él también era un hijo de puta.
Ambas chicas se marcharon, dejando a Carlos más abatido de lo que ya estaba.
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