Capítulo 14: Solo quiero que todo acabe.
Cuando el señor Sherman fue a su cocina a beber agua, le pareció escuchar un llanto de bebé proveniente de la casa de al lado. Se quedó parado en seco, analizando el ruido de su alrededor y pensó que debía de estar volviéndose loco, porque en todo el lugar no se escuchaba ni el aire soplar. Muchas veces Abigail, su esposa, le decía que eso eran cavilaciones de la vejez, y es que ya eran setenta y dos años, ya el horno no daba más.
Agarró la jarra de agua fría de la nevera y se sirvió un vaso. Lo bebió a pulso, estaba sediento. Volvió a guardar la jarra en su lugar y caminó de vuelta hacia la habitación donde lo esperaba su amada Abigail. Cuando entró le pareció volver a escuchar el llanto del bebé, y ahora si no eran ideas suyas, porque su esposa enseguida se levantó de la cama para pegar el oído en la pared de la habitación.
—Patrick, ¿escuchaste eso? —le preguntó ella, mirándolo fijamente.
Patrick se acercó a ella, y también pegó el oído en la pared. Definitivamente en la casa de al lado lloraba un bebé desconsoladamente. Y no solo eso, después se escucharon gritos, pero esta vez de personas adultas, y uno era de una mujer. Ambos viejitos se miraron sin poder descifrar qué hacer.
—Abby, están gritando —balbució Patrick con voz dramática.
—Deberíamos llamar a la policía. No sabía que el señor Pierce tuviera hijos —comentó la señora.
El llanto del bebé se escuchaba cada vez más fuerte, hasta que llegó el punto que ya no se escuchaba, hubo unos segundos de silencio para luego sonar un grito desgarrador. Abigail se sobresaltó asustada y corrió lo más rápido que pudo hacia la sala para buscar el teléfono inalámbrico. Patrick la miraba de lejos con cara angustiada, lo que sea que estuviera pasando en la propiedad de al lado parecía ser bastante grave. Abigail trató de llamar a la policía, pero le fue imposible, había olvidado por completo que allí no había línea telefónica fija desde hacía dos semanas. Desesperada, alcanzó el teléfono móvil que le había regalado su nieto para comunicarse con ellos, marcó al 911 y esperó a que alguien la atendiera.
—911, buenas noches, ¿Cuál es su emergencia? —enunció una mujer del otro lado del teléfono.
—Eh, hay una fuerte pelea en la propiedad de al lado, hay un bebé llorando y muchos gritos. Y lo peor es que ahí no viven niños. Ayuda por favor, mi esposo y yo somos dos ancianos —pidió Abigail casi sollozando.
—No se preocupe, la policía va de camino. Mantengan la calma y no salgan de la propiedad.
Justo en ese momento se escuchó un disparo en seco, retumbó entre las paredes de la casa de tal manera que la operadora del otro lado lo escuchó.
—Acabo de oír un disparo. Manténganse juntos enseguida llega la policía. ¿Podrían decirme exactamente dónde están? —indagó la operadora.
—Vivimos en el Black Rock Forest, cerca de la presa del Monte Chiliad. Son las únicas dos mansiones que hay en la zona. De prisa por favor.
Abigail puso fin a la llamada y la cara de Patrick parecía la de un pálido fantasma. Se había quedado en shock al escuchar el disparo. En todos sus años viviendo allí, jamás había pasado aquello.
El teniente Zavala miraba las noticias en la delegación cuando recibió una llamada proveniente del 911, al parecer había una emergencia en Black Rock Forest. Ese lugar nunca le ha gustado del todo. Es frío, oscuro y perfecto para desaparecer un cadáver y jamás encontrarlo. Se levantó del sofá de la delegación y apagó la televisión. Iba caminando con suma calma hasta que uno de sus sargentos dijo algo que lo hizo retroceder.
—Repita eso, sargento Moran —ordenó él.
El sargento Moran se puso firme enseguida ante la presencia de su teniente.
—Eh, mi teniente en la llamada que recibimos del 911 nos pudimos percatar que en la denuncia figura que se escucharon llantos de un bebé.
—Sí, ¿y qué tiene eso de particular?
—Que la señora que hizo la denuncia dice que hay no vive ningún menor, teniente.
La expresión de la cara del teniente Zavala enseguida cambió, ahora mostraba una expresión alarmada, de miedo. Algo en su cerebro se encendió y le decía que esta llamada era más importante de lo que aparentaba. El comodoro que dirigía su pelotón estaba muy inconforme con los pocos avances en cuanto a la desaparición de Hazel Rice. El teniente Zavala sabía que si esa niña no aparecía pronto, su cabeza pendería de un hilo.
— ¡A todas las unidades, favor de dirigirse lo más rápido a Black Rock Forest, tenemos una emergencia! —gritó el teniente a través de su walkie-talkie.
Todos los policías y militares en conjunto con el FBI se dirigieron todo lo rápido que pudieron a la dirección indicada. El tenienta Zavala estaba convencido que aquel caso era importante, y más le valía porque había puesto a todas las unidades en vilo.
Una hora y cincuenta y tres minutos después, todas aquellas unidades de policía irrumpieron en la propiedad de Austin. Habían puesto a salvo al matrimonio Sherman, los adorables viejitos que habían avisado a las autoridades pertinentes. Todos los agentes estaban desplegados alrededor de la propiedad, pero ninguno tenía la orden de entrar por la fuerza. Primero intentarían dialogar con los perpetradores.
—¡¡Salgan con las manos arriba!! ¡¡Están rodeados!! —gritó el teniente Zavala.
No hubo respuesta alguna, solo un silencio que se tornó perturbador.
—Repito, ¡¡Están rodeados!!
Nada.
—Sargentos Moran, Donovan y Gibson, entren por la puerta trasera. Los sargentos McNeil y Peck vengan conmigo, nosotros irrumpiremos por la puerta de enfrente —ordenó el teniente.
Todos acataron las órdenes del teniente.
Ya listos en su posición y recibida la orden de irrumpir en la propiedad, el pelotón se adentró a capturar a los sospechosos.
Tras abrir la puerta delantera, empezaron a caminar por la sala de estar, encontrando varios vasos de yogurts vacíos encima de la mesita de centro y mucha sangre en el suelo de piqué. Siguieron avanzando hacia la cocina, pero allí no había nada fuera de lugar.
El segundo pelotón que había entrado por la puerta trasera, entró en la habitación de la casa. Todo estaba en penumbras, hasta que uno de los sargentos encendió la luz y la catástrofe apareció delante de ellos.
Encima de la cama se encontraba una niña de no más de un año, no estaba en malas condiciones, pero si inconsciente y abundante sangre salía de una de sus piernitas y su nariz. Parecía estar muerta. El sargento Donovan se acercó lentamente hacia el cuerpo, los ojos se le aguaron ante aquella escena tan desgarradora. ¿Cómo alguien había sido capaz de hacer algo así? Era apenas una niña indefensa. Algo llamó la atención del sargento Moran: el cabello rojo casi naranja de la pequeña. Enseguida llamó a su teniente.
—¡¡Teniente Zavala!! —gritó el sargento Moran.
A toda velocidad corrió hacia el lugar. Cuando llegó y vio la escena, solo pudo llevarse las manos a la boca. ¿Cómo le iba a explicar aquello a sus padres?
—Creo que es Hazel Rice —explicó el sargento Moran.
Aquello estaba claro.
En lo que los peritos y los técnicos en emergencias sanitarias se encargaban de la menor, gracias a Dios estos dictaminaron que la niña no estaba muerta, solo inconsciente debido a un fuerte trauma. En ese tiempo el pelotón militar terminó de inspeccionar la propiedad, logrando encontrar el arma con la que le dispararon a la niña en el estanque superior de la alacena de la cocina. Al parecer la habían escondido allí, pero no había rastro de nadie allí. Habían escapado.
Cinco horas hicieron falta para recoger todas aquellas pistas que habían dejado regadas en la escena. Ojalá de aquello saliera algo para encarcelar a los culpables de aquello.
En el Children Center reinaba la angustia y la agonía, los medios de comunicación no paraban de acosar a cada miembro de la familia Cook y Rice. Ninguno se sentía en condiciones de hablar nada. Todos estaban esperando noticias de la salud de la pequeña Hazel. El televisor de la sala de espera no paraba de lanzar titulares acerca de la aparición de la niña:
«La policía y el FBI confirman públicamente que el ADN de la niña encontrada en Black Rock Forest, pertenece a Hazel Rice».
«El FBI investiga el caso Rice como posible homicidio».
«Cassidy Cook anuncia que hará una fundación para niños desamparados en honor a su nieta y llevará su nombre».
Alan pone los ojos en blanco ante la rabia que le provocan los titulares recientes, tanto, que hace lo posible por girar su rostro hacia otra dirección para no ver más la banda de sandeces que esos inútiles estaban diciendo. Serena no tenía consuelo, y, aunque era algo lógico que se sintiera de esa manera, Alan no podía evitar mirarla con tristeza, las cosas no marchaban bien entre ellos desde que le confesó que ya la conocía antes de acostarse con ella hace un año.
Mientras esperan, Marla se acerca a Serena y la abraza. Su último comportamiento con ella no había sido el mejor de todos, y es que, en el fondo estaba celosa de ella.
Media hora después, la doctora que operaba a la pequeña salió acompañada del doctor Carlos Pierce. Su expresión en la cara no era la más satisfactoria que digamos, más bien era de preocupación. Se acerca a la familia quitándose los guantes azules de sus manos.
—Doctora, Carlos, ¿cómo está mi hija? —indagó Serena lanzando un suspiro implorante y con el cabello enmarañado. Llevaba días sin peinarse siquiera.
—No vamos a engañarlos… —la doctora hizo una pausa bastante significativa —. Está en estado crítico, se encuentra en coma inducido.
El cuerpo de Serena se quebró. No podía controlar el sinfín de emociones que atravesaban su cuerpo. Su pequeña, su bebé, debatiéndose entre la vida y la muerte, aquello no podía ser cierto. Lloró, por todo, por esas dos semanas sin ella, por Alan, porque aquello había sido culpa suya, por no insistirle a Carlos que la dejara quedarse con ella. A Alan le hervía la sangre, se sentía impotente de no poder resolver aquella situación con sus propias manos, necesitaba venganza, agarrar al hijo de puta que le había hecho eso a su pequeña pelirroja. Llorar no era una opción para él.
Marla se acercó a Carlos, sabía que no era el momento pero tenía que intentarlo. Había estado llamándolo desde hace una semana y Carlos no le respondía el teléfono. Marla sintió un nudo en las entrañas a medida que se acercaba a él. Se estremeció cuando llego hasta él y lo toco por el brazo para llamar su atención. Abrumada por todas las emociones que estaba sintiendo por la situación de Hazel, pero su mente mantuvo la claridad en todo lo que tenía planeado decirle a Carlos.
—Carlos, ¿podemos hablar? —le pregunto ella, ansiosa.
Él se giró para mirarla y casi pierde el control de sus emociones al verla tan vulnerable, porque él sabía que su corazón podía llegar a querer a esa chica morena de ojos azules. Y él no estaba preparado para eso. Logró sobreponerse a sus sentimientos, recuperó el control como pudo y sacó las manos de detrás de su espalda.
—No creo que este sea el mejor momento, Marla —susurró de forma grosera. Necesitaba apartarla porque podía hacerle daño.
—Solo quiero invitarte a cenar a mi casa, cuando quieras —se rebajó ella.
—No sé si pueda — dijo tajante.
Marla ya estaba cansada de la actitud del médico con ella, porque se había dado cuenta que solo la trataba así a ella. No intentó convencerlo, ¿para qué? si estaba claro que él nunca se fijaría en ella. Una vez más su amiga se interponía en sus relaciones. No era que odiara a Serena por eso, no, al contrario, pero llegaba un punto en el que ya no sabía donde encontrar el amor. Parece que su destino era enamorarse del hombre equivocado.
Marla se dio media vuelta y se alejó de él, era lo mejor. En ese momento una sonrisa deslumbrante apareció en el rostro de Carlos. No le gustaba rechazarla de aquella forma, pero la chica podía llegar a ser muy insistente.
Serena, que ya estaba más repuesta después de hablar con la doctora; la cual le había dicho que la niña tenía altas posibilidades de recuperarse, solo era cuestión de esperar. La chica había observado de lejos toda la conversación de su amiga con Carlos, no escuchó nada de lo que hablaron, pero por la expresión de derrota de Marla, supuso que Carlos la había rechazado otra vez. Pero también había visto la sonrisa de Carlos después de que esta se alejara. Se acercó hasta él, tenía que jalarle las orejas por hacer sufrir tanto a su amiga. Ella sabía que Marla era muy impredecible, nunca se tomaba nada en serio como para que fuera algo duradero, mucho menos las relaciones. Así pasó con Jonah, puro encaprichamiento de adolescentes, porque cuando se dio de bruces con la triste realidad de que Jonah ya tenía pareja e incluso se iba a casar, desistió del asunto. Pero en esta ocasión, Serena presentía que iba en serio. Nunca había visto a su amiga llorar por un hombre, jamás.
—Debería darte un puñetazo en tu linda cara —le soltó Serena a Carlos cuando se paró a su lado.
— ¿Por qué dices eso? —indagó él confundido.
—Estás haciendo sufrir a mi mejor amiga. Si tú también te mueres por ella, ¿por qué no le das una oportunidad?
—No tengo porque darte explicaciones a ti, Serena —dijo grosero. No le gustaba que nadie cuestionara sus decisiones.
Carlos salió del camino de Serena y se perdió entre la multitud presente. Decidió coger aire en la azotea del hospital. La luna parecía enfadada. Carlos contemplaba el perfecto manto oscuro de estrellas que se ceñían sobre su cabeza. Observó a la reina de la noche celebrar su victoria temporal y, por un breve instante, se preguntó si algún día se había sentido tan vivo como se sentía ahora. Meneo la cabeza, burlándose de sus propios pensamientos. Estaba consciente que en algún momento toda la mierda que llevaba encima iba a explotar. Y no quería salpicar a nadie con ella. Su vida no era perfecta, y mucho menos tranquila. Pero esos detalles nadie los conocía.
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