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Capítulo 12: El verdadero culpable.

Las llamas de la chimenea sisean y cruje un tronco justo cuando Austin deja de escribir de forma abrupta. Está sentado en el salón grande de su casa a las afueras de Nueva York, en el Black Rock Forest, bien apartado del resto de la población. Se encontraba en silencio, esperando recibir la llamada de Cassidy.

Austin no había hablado con ella desde la operación de la niña, cuando le dio los datos necesarios para efectuar el plan que había ideado. Residencia, números de teléfonos a los que comunicarse luego de puesto en marcha el plan, debilidades de cada uno de ellos, etc. Él sabía que el mejor escondite era su propia casa; no contaba con línea de teléfono fija, ni tampoco con internet, solamente televisión y de mala calidad. Tres meses esperando el mejor momento para hacer pagar a esos idiotas que habían acabado con su perfecta vida.

De repente, aparece el nombre de Cassidy alumbrado en la pantalla de su móvil. Llegó la hora de la verdad, pensó Austin. Contestó la llamada con mucha intriga, bajando la voz, porque, aunque la propiedad estaba alejada, si contaba con vecinos a la derecha de la misma, unos irritantes ancianos y su estúpido nieto de veinte años.

—Austin —dice Cassidy a través del teléfono —. Llegó el momento, es ahora o nunca.

Eso era suficiente para él, la llamada que estaba esperando, la señal.

Enseguida recoge las pocas pertenencias que tiene pensado usar en la operación. Colarse en un hospital tampoco es tan difícil. Hace una semana su amigo Pierce le había prestado un uniforme de enfermero, se lo había pedido con la excusa de una fiesta de disfraces, y había caído, ¡que iluso!

Con toda la seguridad del mundo, Austin salió de la casa en dirección al Children Center, estaba dispuesto a correr los riesgos que fuera necesario con tal de ver sufrir a Serena y Alan. Entraría con el uniforme de enfermero, se colaría en la habitación de Hazel y la secuestraría, si con ello perpetraba las lágrimas de Serena y la impotencia de Alan. Eran sus enemigos, era lo menos que se merecían. Austin sabía que esa niña era el punto débil de ambos.

Condujo casi cinco kilómetros para llegar al lugar, pero ya estaba entrando al edificio. Hazel Rice descansaba en su camita, tranquila y sedada, había sobrepasado la operación y ya se estaba recuperando satisfactoriamente. Austin se acerca a la cama de la pequeña, la mira con cierto odio, sin saber por qué, porque la niña no tiene la culpa. Con toda la ira que le queda adentro, se inclina hacia ella y la carga hasta la silla de ruedas que encontró en el pasillo. La niña no pone resistencia alguna, después de todo está bajo los efectos de los sedantes. Con sumo cuidado la coloca en la silla y le cubre sus piernitas con la sábana con la que antes estaba tapada. Sale con ella hacia el pasillo y se topa con una enfermera que lo mira extrañada.

—Señor, ¿hacia dónde lleva a la paciente de la 297? —pregunta la enfermera.

—El doctor le indicó un ultrasonido —explica con la misma naturalidad que lo haría un verdadero profesional.

La enfermera parece conforme con su respuesta, porque se echa hacia un lado y sigue su camino con los ojos puesto en los informes que lleva en las manos. Austin sonríe, satisfecho con su actuación. Vuelve a emprender su camino hacia la salida del hospital, siempre observando que nadie lo vea. Miró su reloj, ya eran los nueve y cuarenta de la noche, todavía le quedaba un buen tiempo hasta llegar a la casa del bosque.

Austin abrió la puerta trasera derecha de su auto, levantó a la niña de la silla y la acostó con cuidado en el asiento trasero. Había sido más fácil de lo que pensaba, aunque bueno, se había pasado tres meses organizando todo aquello. Como tenían planeado, le envió un mensaje a la persona que lo había ayudado a hacerlo: Cassidy Cook.

Al recibir el mensaje, Cassidy llamó a Austin.

— ¿Sí? —respondió él.

— ¿El asunto está concluido? —preguntó Cassidy.

—Sí, todo salió como esperábamos. Ya voy camino a la casa del bosque.

Cassidy soltó un suspiro que Austin escuchó a través de la línea.

—Recuerda que el plan era secuestrarla, no quiero que le pase nada a la niña —sugirió, con mucha calma, como si no fuera cómplice de secuestro —. ¿Me he explicado con claridad?

—Sí.

Dos horas y treinta minutos después, Austin llegó a su casa, la niña no se había despertado en todo el trayecto. Aparcó el coche delante de la puerta de la propiedad y sacó a Hazel del asiento trasero. Abrió la puerta y la metió en la única habitación que disponía la casa. Fue a la nevera y sacó un vasito de yogurt del estante superior. Insistía en tomarse cuatro al día, aunque rara vez lo cumplía. Caminó hasta la sala de estar y se sentó en el sofá de dos piezas a ver la televisión, maña se desataría el caos.

Al día siguiente cuando Serena y Alan llegaron al hospital, se dieron cuenta de que Hazel no estaba. El alboroto fue tremendo. Todos, enfermeras, médicos, celadores, estaban presentes en aquel momento, ninguno sabía nada de la desaparición de la niña, nadie vio nada.

— ¡¿Dónde está mi hija?! —gritó Serena en llanto de desesperación.

—Serena, te pido que te calmes, seguro tiene alguna explicación. La habrán cambiado de habitación o la habrán llevado a hacerle exámenes. Cálmate por favor —le pidió Carlos.

Carlos Pierce sabía que nada de lo que había dicho era verdad, como también sabía que la desaparición de Hazel era la comidilla en el hospital desde que entró a su turno a las seis de la mañana. Alguien había entrado y se había llevado a la pequeña. ¿Pero quién?

Alan estaba callado, solo atinaba a abrazar a Serena. Por supuesto que esto no se quedaría así, demandaría al hospital. La policía ya estaba enterada de aquella triste noticia. Los oficiales los interrogaron, a cada miembro de la familia, desde Alan hasta sus padres, Marla, Jonah y Cooper. Nadie parecía tener nada que ocular, todos se mostraron pacientes, angustiados y tristes. Solo le pidieron que todos se fueran a su casa, la policía se encargaría de la investigación.

Cinco horas después de los hechos, Serena miraba las noticias en la televisión, la desaparición de Hazel estaba en todos los telediarios. La niña era sensación y no de la mejor manera. En sus redes sociales todos sus amigos le daban el pésame, y ella no entendía el por qué, su hija estaba viva.

—Ahora un informe especial, La pequeña desaparecida: la historia de Hazel Rice. —El chico oscuro presentador de las noticias sonríe en la pantalla, como si eso causara gracia alguna —. Hemos dispuesto de la inestimable ayuda del departamento de policía y oras fuentes, e incluimos las últimas noticias.

Por otro lado, Austin también veía las mismas noticias, su hazaña era sensación de todas las cadenas televisivas.

«A partir de hoy —continúa el presentador —, la pequeña, Hazel Rice, lleva oficialmente desaparecida doce horas. Acababa de ser operada, una cirugía de médula que le devolvería la infancia perdida. La niña desapareció poco después de su satisfactoria recuperación en el Children Center. Sus padres no encuentran consuelo».

A Austin la sangre le hierve al escuchar al presentador nombrar los padres de la pequeña.

—La policía ha encontrado pocas pistas, pero insiste en que está trabajando a fondo en el caso. Aunque no es que esto sea un gran alivio para los amigos y la familia de Hazel. Hemos entrevistado a algunos de ellos esta tarde para conocer sus pensamientos.

De repente, aparece una corona brillante en la pantalla, y luego surgen debajo unas cuantas fotos de la niña. Segundos después, emiten una toma de Serena sentada en una silla. Aunque está vestida con un inmaculado traje negro, sus ojos están rojos e hinchados, y parece como si no hubiera dormido desde hace semanas. Austin la mira con detenimiento, si no fuera por ella, nada de esto estuviera pasando.

—Secuestrador —dice, mirando directamente a la cámara —. Si está viendo esto, por favor, devuélvenos a nuestra pequeña. Seguiré esperando hasta que regrese a casa, y usaré cada centavo que tengo para asegurarme de que te pudras el resto de tu vida en la cárcel.

El presentador de las noticias asiente y se lleva una mano al pecho.

—Ha sido una declaración conmovedora, Señorita Rice.

Alan mira la televisión mientras sostiene el mando de la misma.

—Qué tipo más idiota —masculla él.

Serena lo mira, pero no responde. El sonido del llanto de Cassidy la hace concentrarse en la pantalla de nuevo. Nunca ha visto a esa mujer llorar, de hecho, ella creía que no tenía corazón. Alan intenta contener las lágrimas mientras su madre lucha para hablar, pero es inútil.

—Mi nieta y yo estábamos… —Se seca las lágrimas mientras el reportero le da un pañuelo —. Nos estábamos conociendo por primera vez, y… —Su voz se desvanece mientras se descontrola —. Es mi única nieta. La policía no está esforzándose lo suficiente para encontrarla. Hemos gastado millones de dólares en poner carteles por todo el país y ¿qué demonios han hecho? Nada…

El resto de sus palabras se desvanecen, y un grupo de productores  se acercan para consolarla mientras estalla en lágrimas de nuevo. Una gran actuación sin duda.

Serena mira a Alan, está dispuesta a decirle la verdad porque ya no puede seguir callando sus sentimientos.

—Alan, tengo algo que contarte —comenta Serena.

Él la mira expectante, por un momento se pasó por su cabeza que ella tuviera algo que ver con el secuestro de Hazel. Rápidamente apartó esos pensamientos.

—No es nada malo, es solo que… te quería decir cuánto te amo. Si escapé de ti fue porque Jonah me dijo que tú no querías saber nada de mí, que acostarte conmigo había sido un error.

—Serena, si puse carteles con tu cara por toda la ciudad. Si hubieras sido un error no lo hubiera hecho. Te busqué durante dos meses enteros. Y ahora que lo mencionas, Jonah fue a buscarme dos días después de aquello, y me dijo que dejara de buscarte que tu no querías verme ni saber nada de mí, justamente lo mismo que te dijo a ti.

—Hijo de su madre.

Ambos tenían bien claro una cosa: se querían y nada ni nadie iba a volver a separarlos. Ya ajustarían cuentas con Jonah mas tarde. Por lo pronto, lo principal era encontrar a su pequeña pelirroja.

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