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Capítulo 11: La verdad ante todo.

Marla preparaba una gran cena para celebrar la satisfactoria recuperación de Hazel. Ya lo tenía todo preparado, había invitado al doctor Carlos Pierce, a Jonah, a Cooper y por supuesto, a Serena y Alan. Ya eran más de las nueve de la noche y solo habían llegado Cooper y Jonah.
Marla se levantó de la silla y dejó su copa encima de la mesita de centro cuando sintió sonar el timbre de la puerta.

—Ah, hola doctor. Qué bueno que pudo venir —le dijo Marla a Carlos.

Lo hizo pasar y enseguida Jonah le dio una copa de vino.

—Llámame Carlos, solo Carlos —le pidió él.

Carlos miró a todos los rincones del pequeño apartamento de Marla, buscaba a Serena con la mirada. Marla, que no había apartado su mirada de él, enseguida se dio cuenta.

— ¿Necesitas algo, Carlos? —le preguntó Marla.

—Eh, no.

—Si buscas a Serena aún no ha llegado, ni Alan tampoco —Marla sonó grosera, y había dicho aquello con toda la intención del mundo. Quería dejarle claro al doctor que su amiga ya había elegido bando.

—No, no, solo estaba buscando el baño —se excusó Carlos.

—Carlos, estás buscando amor en unos ojos que miran a otra persona.

La pequeña sonrisa que todavía le quedaba a Carlos, de pronto desapareció, porque él sabía esa verdad, pero la esperanza era lo último que se perdía.

—Sabes algo, Marla —ella lo miró interrogante —, Alan hizo sentir a Serena insegura, rota por dentro, traicionó su confianza y aun así ella lo perdonó, pero las cosas no duran para siempre. Tarde o temprano esa relación terminará y yo estaré aquí para Serena.

—Es cierto todo lo que dices, pero se te olvida algo —Carlos la instó a que siguiera —, él le hizo daño a ella y ella a él, puede que en su momento no se hablaban, hasta se odiaban, pero habían momentos en que se echaban de menos y se extrañaban, y eso solo puede ser amor de verdad.

—Ok, tienes razón, Marla. Pero uno no elige de quien se enamora. Me enamoré de quien no imaginaba, de quien no esperaba y de quien no estaba buscando. El amor no se elige, es él quien nos elige a nosotros.

Carlos se dio la vuelta, dejó su copa en el fregadero de la cocina y salió del apartamento pasando por delante de una Marla que se había quedado sin habla. No sabía cómo reaccionar, acababan de tirarle un balde de agua fría encima. Marla tenía ganas de matar a esa parte de ella que todavía insistía en esperarlo, porque en el fondo sabía que ese sería siempre su destino.

—Marla, ¿estás llorando? —le preguntó Cooper cuando pasó cerca de ella y le pareció ver lágrimas en sus ojos.

Ella se secó unas lágrimas traicioneras lo más pronto que pudo.

—No —dijo tajante.

— ¿Qué te pasa? ¿Tienes algún problema?

— ¿Mi problema? Mi problema es que siento que no encajo en ningún lado y que no soy ni seré especial para nadie. Ese es mi maldito problema. —rompió a llorar —. Parece que mi destino es enamorarme del chico que se enamora de mi mejor amiga.

A Cooper se le partía el corazón al escuchar aquellas palabras. Ella si era especial para él, su pequeña Marla, su hija. Cooper estaba convencido de que las palabras de su hija tenían que ver con aquel doctorcito, no lo conocía casi pero ya lo odiaba por hacer llorar a su hijita.

Dos horas más tarde Alan y Serena todavía estaban en la cama, acurrucados. Serena se notaba distraída.

— ¿Qué te pasa, Serena? —le preguntó, apartándole un mechón de pelo de la cara.

Alan había percibido un cambio en su expresión, algo que había trastocado su suave rictus y había vuelto su rostro serio.

—A veces tengo la sensación de que me ocultas algo, Alan, y me gustaría saber qué es —dijo ella al cabo de unos segundos.

Había estado pensando mucho sobre si decirle aquello o no. Le había dado infinidad de vueltas en la cabeza. No decirlo evitaba un problema, porque no removía la mierda que había oculta en los bajos fondos de él. Diciéndolo corría el riesgo de que Serena saliera corriendo y volviera a escapar de él. Pero había que coger el toro por los cuernos.

—Eso es una tontería, Serena. Yo no oculto nada —respondió Alan con tranquilidad, como si de verdad no ocultara nada.

—No te entiendo. Te juro que muchas veces no te entiendo —dijo Serena. Tiró de la colcha y se tapó el cuerpo con ella —. Pareces estar librando una batalla contigo mismo y no sé qué papel tengo yo en ella.

—Eso no es así —rebatió Alan.

Se recostó en el cabecero de la cama. Alan sonrió, pero más por si el gesto le ayudaba a salir ileso de la situación. Pensaba que ya era tiempo de decir la verdad, y si ella escapaba de él pues no iba a hacer nada.

—No hablas claro, Alan. No me dices nada —repuso Serena.

Alan suspiró, le iba a contar todo.

—Ok, te lo voy a contar… —hizo una pausa y siguió —. Yo tenía un hermano menor, Bryan. Falleció con nueve años, por mi culpa, yo lo maté —dijo él.

Serena estaba estupefacta, sin saber que contestar a eso.

—Estoy segura que eso no fue así —lo defendió ella.

—Si lo fue. Yo provoqué el incendio y dejé a mi hermano solo. Esto… es algo de lo que nunca quise que te enteraras — dijo avergonzado mientras bajaba la cabeza y algunas lagrimillas comenzaban a caer por sus mejillas.

Serena se incorporó un poco para poder tocar el rostro del chico. Por primera vez en su vida creía en Alan, estaba convencida de que él no era culpable de nada. ¿Pero cómo superas un trauma tan grande de tu infancia? Eso era algo horrible.

—Alan, eso no fue tu culpa, eras solo un niño que sus padres dejaron al cuidado de su hermano pequeño —Serena le acarició el rostro.

Alan la miró con una expresión llena de significado.

— ¿De verdad piensas eso? — quiso saber Alan.

Ella asintió, segura de su respuesta.

—Por otro lado, no sé si recuerdas nuestro primer encuentro en el bar. Bueno, Austin, el que era mi mejor amigo y socio, pues… lo descubrí robando en el bar y desde entonces no lo he vuelto a ver. El día que apareciste en la puerta con Hazel en brazos, ese día Austin y yo habíamos discutidos.

Para Serena aquello fue suficiente. Recordar el nombre de ese tipo la hizo estremecerse. La sonrisa que tenía en sus labios de pronto desapareció.

—Alan, ahora que estamos sacando todo lo que llevamos dentro, yo también tengo algo que contarte.

Alan la miró de reojo con una ceja enarcada y una expresión llena de intriga.

—El día en que salí huyendo de tu cama, también huía de alguien más —ella se calló de repente, sin saber cómo continuar con lo que estaba hablando —. Ese hombre intentó abusar de mí, intentó violarme y yo me defendí. Alan… creo que lo maté.

Serena intentó que su voz no mostrase la angustia que aquellas palabras habían provocado en ella, pero no le dio resultado porque terminó llorando a moco tendido.

— ¿Quién fue? —fue lo único que Alan preguntó.

—No lo sé —si lo sabía, pero no quería que Alan se buscara problemas  por ella, y menos por algo que pasó hace mucho tiempo —. Alan, no pasó nada.

Alan cambió su postura, estaba más calmado. Serena salió de la cama camino al baño, dejando a un lado la colcha. A Alan no le gustaba nada  ver llorar a la mujer que amaba de aquella forma. Se le encogía el corazón. Hasta ese punto había llegado.

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