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Capítulo 1: Rompiendo lazos.

Al día siguiente...

Estaba agotada, le dolía casi todo el cuerpo y la resaca amenazaba con hacer estragos en ella. Definitivamente ya no tenía dieciocho años como para disfrutar de noches de juerga sin descanso, no al menos sin sufrir las consecuencias. Serena sentía que cada día le quedaban menos fuerzas para soportar una noche como la de ayer.

Marla había aparecido la mañana anterior en su casa. En cuanto la vio con aquel vestido dorado de lentejuelas, supo enseguida que tenía un trabajo para ella. No solamente por la ropa que traía, sino porque a eso se dedicaba su mejor amiga; a conseguirle hombres a los que acompañar. Llevaba en este negocio desde hacía un año, y aunque en un principio no le agradaba ser dama de compañía, llegó el punto en el cual le encantaba su trabajo. Serena no comprendía como era posible que le doliera tanto el cuerpo si casi no bebió nada.

Se acababa de despertar en su cama, pero algo le decía que mirara a su lado. Cuando lo hizo, su boca se abrió tanto que casi desprende su mandíbula. Miró a su alrededor, era obvio que esa no era su habitación, y mucho menos su cama. Los recuerdos de la noche anterior llegaron a su cabeza como un plus: se había acostado con el dueño del bar.

Abrió y cerró los ojos muy rápido, con la esperanza de que el pelirrojo desapareciera y solo fuera una pesadilla de mal gusto, pero no, ahí estaba, durmiendo a pierna suelta y con el pelo alborotado.

Muy lentamente salió de la cama, tratando de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera despertarlo. Cogió su sostén del suelo y lo dejó caer sobre su hombro derecho, encontró su falda en el sofá y se la colocó, al igual que la blusa. Ya en la puerta, sacó las llaves de su coche y salió del apartamento lo más rápido que pudo. Necesitaba huir del lugar. Por suerte, su amiga Marla vivía muy cerca de ahí.

Al entrar en la casa con las llaves que su amiga le había dado, hizo tanto ruido, que Marla se sobresaltó.

—Buenos días, bella durmiente —le dijo dedicándole una de sus mejores sonrisas.

—Me temo que hoy vas a tener que quedarte sola —le dijo su amiga intentando contener la risa.

—No importa. Te diré algo; ya no aguanto este ritmo, empiezo a cansarme —le contestó bostezando.

—Es que ya no tienes edad para andar jugando, Serena. Con trienta años deberías dejarte de tonterías, buscar un trabajo serio y sentar la cabeza. Hasta enamorarte en el mejor de los casos.

—No gracias, no quiero babear por un hombre como tú lo haces por Jonah —se echó a reír.

Marla puso los ojos en blanco al escuchar aquellas palabras. Pero arrugó los ojos al ver a su amiga pensativa.

—¿Qué pasa? Siento que tienes algo que contarme —indagó ella.

—Cometí un error. —Admitió de pronto —. Me acosté con un pelirrojo —agachó su cabeza algo avergonzada.

—¿Y qué tiene eso de malo?

—Sabes que los odio a muerte —sentenció Serena.

—¡Por dios, Serena! ¿Hasta cuándo seguirás con eso? —exclamó Marla, molesta.

—¡Es mi decisión! —gritó y salió corriendo a encerrarse en el baño.

Alan Cook se sintió molesto al ver que el otro lado de la cama se encontraba vacío, y con tal frialdad que era posible que aquella chica hubiera escapado desde hacía bastante tiempo. Hacía un mes que no permitía que ninguna mujer entrara en su vida, mucho menos, una tan peculiar y con cierto rencor hacia los pelirrojos. Pero Alan no estaba dispuesto a quedar como un idiota, necesitaba explicarle a esa chica que él no era hombre de a ratos.

Con la mayor velocidad posible se duchó, se vistió y bajó al bar, era una ventaja vivir encima de tu trabajo. Las puertas ya estaban abiertas, pero el lugar no abría hasta las nueve de la noche. A lo lejos pudo ver a su socio y amigo, Austin, limpiando las copas de la barra de cedro oscuro. Estaba dispuesto a averiguar algunos datos acerca de la morena de ayer.

—Austin, buenos días —saludó con cortesía.

—Hermano, que mala cara traes, tal parece que no dormiste bien anoche —comentó Austin —. Aunque claro, con semejante morena quién iba a pensar en dormir —sonrió pícaro.

—¿Nos viste? —preguntó Alan sorprendido.

—¡Pues claro! Todo el Tonic Bar te vio, hermano.

—Austin, necesito saber algo de esa chica, cualquier dato me sirve —le rogó a su amigo agarrándolo por los antebrazos.

—¡Uy, que preocupado! —se burló —. Anoche creo haber oído que se llama Serena. Espera y buscamos en la lista de consumidores —Austin se alejó en busca de la lista.

Hace cuatro meses el bar había sido blanco de sabatojes e intentos de robo, por esa causa, Alan había mamdado a sus gorilas la misión de apuntar en una lista los nombres y apellidos de toda persona que entrara al bar.

Cinco minutos después apareció Austin con la lista en sus manos.

—He revisado de camino aquí y solo aparece una Serena de apellido Rice —informó Austin.

Alan se acercó al portátil que tenía para gestionar el negocio, se sentó en la silla y abrió Facebook. Él no era asiduo a las redes sociales, pero en esta ocasión le daría un gran uso. Con dedos ágiles tecleó el nombre de Serena Rice, obteniendo más de cinco perfiles con ese nombre. Los abrió uno a uno, hasta que reconoció la chica de la foto, esa morena de ojos oscuros penetrantes que anoche fue suya. No le mandó solicitud de amistad, sino que imprimió la foto y se la guardó en el bolsillo del pantalón. Austin lo miraba con desconcierto.

—Quiero que imprimas más fotos de ella y las repartas por toda la ciudad —le pidió a Austin —. Necesito encontrarla.

—Pero... hermano ¿qué te hizo esa chica que te tiene así? ¿Acaso te robó algo? —protestó su amigo.

—No, solo quiero encontrarla.

Uno de los camareros se quedó mirando fijamente a Alan.

Con su rostro por toda la ciudad de Nueva York, Serena no entendía su situación, parecía una criminal buscada, o peor aún, una persona desaparecida, y no era así. Estaba en shock, pero el sonido de Maroon 5 la hizo volver a la realidad.

—Jonah —respondió.

—Serena, tu cara está por toda Nueva York —le contó su amigo.

—Ya vi, ¿cómo es posible? —preguntó aturdida.

—Fue el dueño del Tonic Bar, yo lo escuché ordenárselo a Austin —respondió Jonah, él trabajaba de camarero en el bar —. Ese hombre no parará hasta encontrarte.

—¿Qué hago? —estaba nerviosa y afligida. No sabía qué hacer, la voz le temblaba.

—Puedes venir conmigo a Las Vegas, me voy mañana —le propuso Jonah, con toda la intención del mundo.

—Gracias, Jonah. Te lo agradezco —colgó.

Jonah Harris ha sido su mejor amigo desde que se conocieron en el Tonic Bar hacía ya dos años. Lo quería, a su forma. No tenían secretos entre ellos, al igual que Marla. Serena conocía los sentimientos de su amigo por ella, pero siempre lo había ignorado en nombre de su amistad con Marla. Él nunca le había comentado nada al respecto, pero ella se daba cuenta. No obstante, Jonah había hecho algo que Serena no conocía, algo que no lo incumbía a él; y que por supuesto, no pensaba contarle a ella.

A Serena lo único que le importaba en ese momento era llegar a su casa, comer su cena llena de grasa que había comprado en el burger, darse un baño y ver algo en Netflix; Marla le había dicho que la serie "Los Chicos del Instituto Graham" estaba buenísima. Cuando llegó a su edificio, subió las escaleras de dos en dos e ignoró a la vecina de al lado que insistía en darle charla, siguiendo derecho hasta su apartamento. Una vez dentro de su hogar, colocó la comida en un plato y rellenó un gran vaso con refresco antes de ir a la habitación. Encendió la televisión y se acostó sobre la cama. Tomó una patata frita y la bañó con salsa de tomate antes de comerla; y le supo a gloria, pero no pudo decir lo mismo cuando le dio el primer mordisco a su hamburguesa, su estómago se contrajo y tuvo la imperiosa necesidad de correr al baño para devolver todo lo que había comido en el día.

Tres semanas después se había despertado completamente desorientada, su estómago ardía y la cabeza le daba vueltas. Solo bastó que colocara un pie en el suelo para que sintiera como la bilis subía por su garganta. Después de devolver hasta el agua que había bebido, se sentía débil; parecía que iba a tener un resfriado de los gordos. Lavó sus dientes y trató de aliviar el ardor estomacal con una dosis de Peptobismol, pero se quedó petrificada al ver la caja de tampones nueva y sin estrenar.

—¡Dios no...! —se dijo.

Empezó a hacer cuentas mentales desde su último ciclo; había sido durante los últimos dos meses atrás antes de... «Tonic Bar».

—¡Joder! —gritó.

Contó con los dedos, y aun cuando no consiguió quedar del todo convencida, buscó entre sus cuadernos de trabajo la libreta donde apuntaba sus cosas personales. Tenía que haber un error.

Leyó:

Último ciclo: 06 de Octubre.
Próximo ciclo: entre el 05 y 08 de Noviembre.

Miró el calendario en la parte de atrás de la libreta. Era 7 de Diciembre. Estaba claro, estaba embarazada. Lo más rápido que pudo corrió hasta la farmacia más cercana, buscó las pruebas caseras y compró dos por las dudas. Volvió a casa de manera mecánica, subió al apartamento y miró las dos aterradoras pruebas. Entró al baño, abrió las dos cajitas sacando las pruebas, y las colocó sobre la tapa del wáter. Solo tenía que orinar en la parte indicada y esperar cinco minutos. Cinco minutos que dividirían en dos su vida, trescientos segundos que marcarían un antes y un después. Ella no podía estár embarazada.

—¿Qué voy hacer yo con un bebé? —se preguntó.

La alarma de celular sonó haciéndole saber que habían pasado los cinco minutos. Suspiró mientras tomaba la primera prueba. La colocó frente a ella con los ojos cerrados. Dos rayas rosadas, no había que ser un genio para saber que eso significaba positivo.

Embarazada. ¡Cristo! ¡Un bebé de un pelirrojo que no sabía ni su nombre! Con lo que ella odiaba a los pelirrojos.

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