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El efecto del alcohol en mis venas estaba haciendo que todo se viese más divertido. Todos parecían más alegres, excelentes bailarines, y hasta buenas personas.
Mis amigas me daban vueltas cada tanto mientras que yo bailaba relajada al compás de la música y otras veces cantaba con euforia y me movía con entusiasmo, saltando y haciendo los pasos que eran usuales para cada parte de la canción que ponía el DJ.
—¡Creo que iré a pedir otra cerveza! —gritó una de mis amigas en mi oído. No supe cuál de ellas era, ni me importaba. Quería seguir en la pista con el resto del grupo.
Al terminar esa canción me giré a observar las personas que estaban charlando muy de cerca a mi lado.
Eran Gabi y Hernan. Y no estaban hablando, estaban compartiendo saliva, lengua y labios a presión.
Sonreí alegre por ellos y conseguí dar una vuelta sin chocar a nadie. Había el suficiente espacio por suerte para ello. Probablemente faltaba poco para el horario en que se llenaba el sitio, eran mis últimos momentos de bailar alocadamente sin problemas.
En el campo de visión noté qué había un par de chicos moviéndose y riendo.
Uno de ellos me resulta conocido. Era Máximo Eloy. El chico que había rechazado, ya hacía al menos dos meses. Ese día, mejor dicho, esa noche, no parecía contento cuando retorné con mi amiga. Era muy probable que nunca me volviese a mirar con ojos seductores por orgullo.
Dejé de mirarlo en cuanto regresó mi amiga con su vaso grande de plástico y me lo pasó.
Pasamos un buen rato riendo y bailando hasta que en una de esas vueltas choqué a alguien.
Pedí disculpas, pero me tomó de la mano y se me acercó a hablarme al oído.
—¡Lai! ¿Querés bailar?
A penas podía caminar, pero acepté su mano entrelazándola. Era solo bailar, solo eso.
Mis ojos no conectaban con los suyos, aunque si alcanzaba a ver una sonrisa petulante. Era bello, o más que eso. Su altura, rostro y cabello lo hacían muy mi tipo. Aún no entendía como lo había rechazado la anterior vez. Sus manos grandes me recorrieron el torso y cuando levanté la mirada, encontré muchas caras de asombro y otras de enfado.
¿Estaré bailando tan mal? ¿O será que me veo deplorable en este estado?
Pero me siento bien, más que bien. ¡Mejor que nunca! Por fin puedo callar esa vocecita en mi cabeza, esa similar a la voz de mi madre.
"¿Hola? ¿Estas ahí loro parlante? Nada, está en silencio, o dormida. Y yo estoy de fiesta. ¡Si! ¡De fiesta!"
Mis pasos no eran nada controlados y había momentos que sentía que me iba de costado, pero las manos en mi cintura me salvaban de hacer el ridículo.
Su boca en mi mejilla, luego sus manos en el rostro, y finalmente un beso en mis labios.
Toqué su pecho duro sobre su camisa abierta, donde sobresalía su remera blanca.
Era demasiado sensual. Necesitaba besarlo, necesitaba esto. En serio lo necesitaba.
Noté que paraba de besarme. Abrí los ojos y su sonrisa era ladeada, perfecta, y con orgullo. Una de sus manos me tomó de la mano y la entrelazó para luego girarme como hacían mis amigas.
—¿Querés seguir bailando o vamos afuera?
No supe que responder. ¿Debería decir que no nuevamente? Miré a mis amigas. Una molesta con un rostro totalmente furioso, Gabi, y la otra, Fran, sonriendo con gracia. Lo pensé dos segundos, observé nuevamente a las chicas a mi alrededor, a las curiosas chicas que nos rodeaban. Estaban más furiosas que antes, nada de sorpresa ahora, solo celos y enfado.
Sentí como alguien me empujaba de atrás, percibiendo el amontonamiento de gente. Mi abdomen se pegaba a Máximo y su mano en mi rostro volvía a acariciarme. Se inclinaba y me besaba nuevamente los labios.
—Vamos. Hablemos afuera.
Otro empujón que me desequilibró un poco. Me noté algo mareada, confusa y perdida en mis pensamientos.
"Debería ir con él. Si, debería. No me gusta el amontonamiento de gente."
Caminamos media cuadra hasta llegar a la esquina, doblamos y caminamos unos pocos pasos hasta llegar a donde habíamos estado hacia unos meses atrás. Parecía ser nuestro sitio o tal vez el suyo para conquistas.
Sus manos se acuñaron alrededor de mi cintura y mi espalda rozó la pared blanca y fría. Un leve calor me subió por dentro a pesar del gélido aire. Mis manos no sabían que hacer por lo que las dirigí a su pecho.
Cuando sus labios me abrieron los míos y mi lengua se encontró con la suya, fue justamente ahí que supe que no estaba repitiendo el mismo día. Ese día a penas rozamos nuestros labios un par de veces. Esa noche sería distinta, muy distinta.
Se separó un poco de mis labios para luego hacerlo en mi cuello, descendiendo a mi clavícula rápidamente. Parecía ansioso o con alguna clase de urgencia. Tal vez debía volver dentro a bailar o algo por el estilo.
Una leve brisa se levantó y aunque su cuerpo era caliente y cubría la mayor parte de mi parte frontal, me estremecí y titirité de forma asombrosa. Odiaba el frío invernal cuando salía a bailar.
—¡Dios que frío! —gruñí molesta cubriéndome el cuerpo con mis propios brazos. —Deberíamos volver dentro.
Me avergoncé al instante porque recordé a mis amigas siempre diciendo que exageraba cuando caminaba doblada hacia adelante cuando sentía alguna brisa como la reciente.
Sin embargo el no rió al retirar sus manos sobre mi. Escuché el tinteo de un juego de llaves y su mano izquierda tomó la mía.
—Vamos a mi auto.
Tuve un Dejá vu al instante. Él diciendo eso, yo en tacos y en el mismo sitio, solo que él no estaba tan encima mío, yo no estaba tan borracha y mi amiga estaba a la vuelta de la esquina discutiendo con su amigo. Por cierto fue por ello yo me había animado a hablarle al amigo dentro del bailable. O mejor dicho, él me había hablado primero, para que yo no quedara sola y le impidiese a mi amiga discutir algo con su ex.
El pareció estar esperando pacientemente a mi respuesta, la cual no llegaba. Mi parte más sensata me decía que no fuera, que volviese con mis amigas. Mi otra parte, la no sensata, la que quería venganza y destrucción me decía que fuera, que me divirtiera y no pensara en nada ni en nadie. ¿Qué podía pasar que empeorara todo aún más esa semana?
Oh, pero siempre hay algo que puede empeorar todo. Siempre lo hay.
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