61. Cuando Te Dije Adiós
Me quedo mirando como un idiota mientras ella sube las escaleras. Ni siquiera soy capaz de moverme. Me tiembla todo el cuerpo y siento las lágrimas caer por mis mejillas. Se acabó. Lo nuestro se a acabó y no me atrevo ni a luchar por ello. Y siento que ella tampoco quiere hacerlo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo nos hemos convertido en dos desconocidos que han olvidado lo mucho que se quieren? ¿Porqué no pelamos por lo nuestro?
Me siento en el sofá y me llevo las manos a la cara sin poder creérmelo. Cierro mis ojos unos momentos intentando calmarme y dejando que el silencio de la casa me rodee. La casa está en silencio y solo los fuertes latidos de mi corazón lo rompen. Cojo aire con fuerza y lo dejo salir lentamente intentando calmar esos latidos.
Abro mis ojos de nuevo y me pongo en pie con rapidez. No la voy a dejar irse así como así. Sin luchar, sin decirle lo que siento. Salgo del comedor y subo las escaleras casi de dos en dos. Cruzo el pasillo y abro la puerta del dormitorio amarillo y lo que veo me deja temblando. Siento un sudor frío recorrer mi cuerpo y casi no puedo ni respirar.
Rebeca está en el suelo con la cara desencajada. Toda su ropa está esparcida por el suelo. La cama está toda deshecha y parece que ha pasado un huracán por la habitación. Me acerco a ella y lo que veo en sus ojos me deja temblando. Los tiene hinchados y la mirada ausente, como sino estuviera aquí.
Me pongo de cuclillas intentando apartarle el pelo de la cara. Ella me da un manotazo que me deja sorprendido. Me mira con rabia, con furia y la veo clavarse las uñas en la palma de su mano. De hecho, en sus muñecas están los cortes que se ha hecho con ellas.
- ¡No me toques!
El chillido de Rebeca me deja desconcertado. Nunca la había visto así. Tan ida. Con tanta rabia en su mirada. Y con una frialdad cuando me mira que me está empezando a asustar.
- ¡Tú lo que quieres es que me tome otro bote de pastillas! ¿verdad? Y así quitarme de en medio y poder irte con la puta de la Franchesca esa -me dice ella escupiendo las palabras que salen por su boca.
- Rebeca. Tranquilízate por favor. Eso que dices no es verdad, yo no quiero irme con nadie. Yo te quiero a ti -intento agarrarla de nuevo pero ella me quita las manos golpeando las mías con mucha rabia.
- ¡Me tenía que haber tomado la caja entera de pastillas así no tendría que aguantar a nadie!
- Oye, Rebeca. Cálmate, por favor cariño. Tienes que calmarte -me escuecen los ojos. Quiero llorar. No entiendo nada. No sé porqué está así. Ni que la ha llevado a estar en este estado.
- ¡No quiero! ¡Que me dejes! Le voy a decir a mi padre que eres un capullo. Verás cuando se entere.
Rebeca se levanta enloquecida y a mi me está asustando. Lo que más me miedo me da es que no recuerda que su padre está muerto. Intento agarrarla del brazo pero ella se resiste. Empieza a pegarme puñetazos y a intentar arañarme. La agarro de la cintura y ella patalea hasta que de pronto se queda quieta.
- Haz que paren, Ferrán -me dice ella agarrándose a mi cuello y hundiendo su cabeza en mi pecho. Está temblando. Nunca la había visto temblar de ésta manera y que sus ojos reflejaran tanto pánico.
- ¿Qué paren que, mi vida? -le pregunto con la voz entrecortada.
- Las voces. Las voces que me dicen que me tire por la ventana porque nadie me quiere. Diles que paren. ¡Diles que paren!
Un año y medio después
Granada
La chica de la recepción me da una sonrisa tranquilizadora y me tiende la tarjeta de visitante. Me la pongo en la camiseta intentando respirar de los nervios.
- Hoy está de bien humor. Le hemos dicho que venías y se ha puesto muy contenta. Está en su habitación.
Le doy las gracias y cojo aire con fuerza como siempre que hago cuando vengo aquí. Atravieso un pasillo y subo las escaleras apesadumbrado. Odio que esté aquí. Odio que esté así. Mi odio cada día por no haber sabido verlo antes.
Su habitación es la última del pasillo. La que da al jardín. Llego hasta ella intentando calmarme. Llamo a la puerta y la abro. Ella está sentada en la cama. Alza los ojos y en cuanto me ve sonríe ampliamente. Siento una punzada en mi corazón y unas ganas de llorar tremendas porque aún me siento culpable. Porque una parte de mi la sigue amando y daría lo que fuera porque no estuviera aquí.
- Hola, Rebeca.
Rebeca se levanta y viene hacia mi arrojándose a mis brazos. Sentir su cuerpo junto al mío es recordar tantos besos, tantas caricias y todos nuestros románticos encuentros.
- Tina me dijo que venías Ferrán, pero yo ya lo sabía de antes. Mi padre me lo había dicho ¿verdad papá?
Rebeca se queda mirando el espacio vacío de uno de los sillones. Ella vuelve a girarse y me sonríe. Y yo siento mi corazón romperse una vez más.
Salgo de la Residencia destrozado, como siempre que vengo. No tuvimos más remedio que ingresarla. En Londres intentó suicidarse una vez más y ya hubo un momento que no podíamos con ella. Noemi fue quien tomó la decisión, ayudada por su madre. Buscaron la clínica y los mejores especialistas, pero, no mejora y no creen que lo haga nunca. Tiene un trastorno esquizofrénico con brotes psicóticos bastante fuertes, y cada vez va a peor.
La Residencia me empeñé en pagarla yo. Quería lo mejor para ella. Por lo menos que pueda darle eso.
Llego hasta el coche y me monto en el. En cuanto lo hago me llevo las manos a la cara resoplando con fuerza.
- ¿Qué tal está?
- Cada vez peor Pedri, cada vez peor.
Pedri coge mi mano y la aprieta con fuerza. Esbozo una pequeña sonrisa mientras lo miro.
- Esto es lo mejor para ella cariño, y lo sabes -me contesta él acariciando mi mejilla.
- Lo sé Pedri, lo sé. Pero no puedo evitar sentirme así -le respondo asintiendo a sus palabras. Él mejor que nadie sabe como me siento cada vez que vengo aquí.
- Lo sé. Yo también estoy mal por ella. Pero esto es lo mejor. Aquí la tratan bien. Está cuidada y es feliz. Es feliz en su mundo.
- Si lo sé. Vámonos anda que este sitio me pone triste.
- Te quiero mucho, Ferrán.
- Y yo a ti Pedri, y yo a ti.
Y colorín, colorado, este cuento...¿se ha acabado?
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