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04 || Pijamada.

Al cruzar el portón, sentí que todo el ruido del colegio se desvanecía y que solo quedábamos Amadeus, su mirada asesina y yo. Valentina, siempre tan despreocupada, no notó nada; charlaba sobre alguna tontería, pero mis oídos apenas la escuchaban. Estaba demasiado ocupado tratando de no hacer contacto visual, como si eso fuera a salvarme del fuego que desprendía Amadeus.

—¿Estás bien? —preguntó Valentina, dándome un codazo. Claro, ella nunca se perdía nada por completo.

—Sí, sí... solo me distraje.

Pero por dentro, una alarma sonaba en mi cabeza: "Llegar con ella definitivamente no fue la mejor decisión del día."

La mirada de Amadeus me persiguió hasta mi asiento junto a él, y antes de que pudiera abrir la boca, la campana sonó. Todos se apresuraron a sus puestos, y la clase comenzó. Salvado por la campana, pensé, dejando escapar un suspiro que había estado conteniendo sin darme cuenta.

Me dejé caer en mi asiento, sabiendo que esto no quitaba lo jodido que ya estaba. Amadeus se sentó a mi lado, sin apartar la mirada de mí ni por un segundo. Podía sentir su enojo incluso sin mirarlo directamente; sus ojos parecían perforarme la nuca cada vez que movía un dedo o hacía el mínimo ruido con el bolígrafo.

La profesora comenzó a hablar, pero sus palabras se desvanecían en el aire, lejanas, mientras yo intentaba concentrarme en cualquier cosa que no fuera la furia palpable a mi lado. Sabía que el alivio de la campana no duraría mucho, y que en el momento en que terminara la clase, tendría que enfrentarme a Amadeus.

¿Qué le diría? No. Para empezar, yo no le debía una explicación. Si alguien tenía que dar explicaciones aquí, era él. ¿Qué diablos hacía en mi casa?

El enojo empezó a burbujear bajo la superficie, reemplazando poco a poco el nerviosismo que sentía. Cada vez que recordaba haberlo visto en la entrada de mi casa, como si fuera algo normal, sentía una mezcla de desconcierto y rabia que no podía ignorar. ¿Con qué derecho me miraba así, como si yo fuera el que tenía que esconderme?

Por un momento, pensé en girarme y lanzarle las preguntas que se me arremolinaban en la cabeza, pero la presencia de la profesora y el murmullo de la clase me mantuvieron en mi sitio. Ya hablaremos, Amadeus, pensé, aferrando mi bolígrafo con fuerza. Y esta vez, seré yo quien exija respuestas.

Cuando el recreo llegó y la campana sonó, Valentina se acercó con una sonrisa y un brillo en los ojos, dándome un suave empujón en el hombro.

—¡Vamos! Acompáñame a comprar un bocadillo, me muero de hambre —dijo, poniéndome cara de súplica.

Estaba a punto de aceptar, cuando sentí una mano firme en mi brazo. Amadeus apareció de la nada, con una expresión dura en el rostro.

—Tenemos que hacer algo, feminazi —soltó, mirando a Valentina con un aire de impaciencia.

Antes de que pudiera responderle, me jaló de un tirón, dejándola allí plantada y con una expresión de incredulidad. Apenas me dio tiempo de lanzarle una mirada rápida de disculpa antes de que Amadeus me sacara de la sala de clases, arrastrándome a través del pasillo hasta el baño de hombres.

La puerta se cerró con un golpe seco, y el eco del silencio en el espacio reducido hizo que mi corazón latiera con fuerza. Me solté de su agarre, frotándome la muñeca con enojo.

—¿Qué demonios te pasa? —solté, mirándolo con incredulidad—. ¿Te has vuelto loco o qué?

—¿Dónde estabas ayer? —preguntó rápidamente, casi escupiendo las palabras.

Miré alrededor del baño, asegurándome de que no hubiera nadie que pudiera escuchar nuestra conversación. ¿Qué le pasaba a Amadeus? ¿No era él quien siempre decía que debíamos ser discretos?

—Estabas con ella, ¿verdad?

—Cállate —le dije, cubriendo sus labios rápidamente al ver unos pies debajo de una de las puertas de los baños—. Salgamos.

Ahora fui yo quien lo jaló fuera del baño, con firmeza, guiándolo hacia la parte trasera de la cancha de fútbol. Todos sabían que esa zona estaba reservada para los bravucones que fumaban, y no era ninguna sorpresa que uno de ellos fuera Amadeus. Al menos ahí, nadie nos interrumpiría. Este sí era un lugar privado.

Me volví hacia él, liberando todo el enojo acumulado.

—Primero, cálmate, y segundo, es la última vez que me agarras así —le advertí, sin ocultar mi molestia.

Amadeus entrecerró los ojos, pero no parecía dispuesto a ceder.

—No me has respondido aún —dijo, sin desviar la mirada.

Sentí que sus palabras eran como una acusación y, al mismo tiempo, me costaba entender por qué estaba tan alterado. ¿Qué le importaba a él dónde había estado?

—¿Qué te pasa? No sabía que tenía que darte explicaciones de todo —respondí, tratando de mantener la calma mientras el fuego en sus ojos parecía encenderse aún más.

—No te estoy pidiendo explicaciones, solo pensé... pensé que tal vez ibas a contarme algo. Pero claro, estaba equivocado —dijo con tono seco, esquivando mi mirada.

—Ah, ¿ahora me controlas hasta con quién paso el rato? No entiendo, Amadeus, ¿qué tanto te importa? —repliqué, sintiendo cómo mi enojo igualaba al suyo.

—Porque... porque no es cualquier cosa para mí, ¿vale? —soltó finalmente, apartando la mirada, casi como si odiara haberlo dicho.

—¿Es eso? ¿Te molesta que estuviera con Valentina? Vaya, no sabía que te importaba tanto... —respondí con una sonrisa sarcástica, esperando su reacción.

—¿Entonces estabas con Valentina? —preguntó Amadeus, su tono cargado de rabia.

—Sí, y qué bien que la llamas por su nombre, porque me dan ganas de darte un golpe cada vez que la llamas "feminazi" —respondí, con el sarcasmo a flor de piel.

—¡¿Y eso qué tiene que ver?! ¿Qué hicieron tú y ella ayer? —insistió, acercándose más.

—Eso no te importa —dije, cruzándome de brazos, tratando de mantener la calma—. ¡¿Tú qué hacías en mi casa?!

Amadeus frunció el ceño, molesto.

—No me respondías los mensajes ni las llamadas. ¿Qué crees que iba a hacer? —respondió, con una chispa de frustración.

—No sé, esperar a que te conteste —dije, con tono sarcástico—. No vas y te metes en la casa de otra persona y listo.

Amadeus soltó una risa baja, casi burlona.

—Pues eso es lo que hace uno cuando está preocupado por su amigo.

Amigo... Eso... Puto Amadeus. Un enojo creció en mi pecho como una bola de fuego. Los amigos no se besan.

—Pues te aviso desde hoy que no tienes que preocuparte por mí —dije, girándome con rabia para irme.

—¿Qué? —Amadeus me detuvo bruscamente, su voz grave y llena de reproche—. Tú no puedes controlar eso y aún no me respondes la pregunta.

—Amadeus, suéltame —exigí, mi corazón golpeando fuerte contra mi pecho.

—¿Qué hiciste con ella ayer? —preguntó, su tono ahora firme, desafiante.

—Nada que te importe, ¡fin! —respondí, girándome para mirarlo de nuevo, esta vez directo a los ojos—. Ella y yo solo somos amigos, al igual que tú y yo.

Y entonces pasó algo que no me esperaba para nada. Cuando me tomó y comenzó a besarme, pero esta vez no era un beso brusco, era un beso... lento, casi desesperado. No lo empujé, de hecho, cerré los ojos y lo disfruté, aunque en el fondo sabía que todo esto no tenía sentido. Pero... es el colegio. Mierda.

Lo empujé con fuerza, apartándolo, y miré sus ojos. Parecían tan lastimeros, tan vacíos, como los de un cachorro triste que acaba de perder su pelota.

—Solo estaba preocupado —su voz estaba apagada, como si le costara respirar. Me abrazó de nuevo, hundió su cabeza entre mi hombro y cuello y... esta vez no pude empujarlo. —No quiero que estés con ella... Ella me odia.

—Tú la molestas siempre —dije, sin poder evitarlo, notando cómo mi corazón latía con más fuerza de lo normal.

—Porque es una irritante que no sabe callarse —dijo con una mueca, como si en su voz hubiera un toque de desesperación.

—Amadeus... —regañé, sintiéndome impotente. Sabía que lo que estábamos haciendo no estaba bien, que esto no debería estar pasando. Pero ahí estaba él, conmigo, abrazándome, como si no pudiera vivir sin... ¿Sin qué?

Volvimos a la normalidad.

Llegamos al salón de clases diez minutos tarde desde que había comenzado, pero no hubo problemas cuando entramos. El profesor de matemáticas siempre llegaba tarde, así que no era algo inusual. Josué y Edelmir nos miraron extraños desde sus puestos compartidos. Ambos comían una especie de papas fritas con una salsa roja que se veía sospechosamente como si fuera un pintalabios mal aplicado. En serio, se veía como si se hubieran besado.

—¿Qué están comiendo? —pregunté, levantando una ceja mientras observaba el desastre en sus bocas.

—No sé, Edelmir lo trajo —respondió Josué, sin dejar de comer. Miró la mano de Amadeus que se acercaba a la bolsa y la apartó con un gesto rápido—. No puedes comerlo, llegaron tarde, así que se lo pierden.

Solté una carcajada, sin poder evitarlo, y giré la cabeza para mirar a Valentina. Estaba con su grupo de amigas, pero cuando me vio, me sonrió. Ella me entendió. Lo sabía.

Amadeus apretó mi cintura sin previo aviso, haciéndome tensar ligeramente. ¿En qué momento su mano había llegado hasta ahí?

—Jiho, compremos algo solo para nosotros, sin compartir con esos monos —dijo, con un tono que intentaba ser divertido, pero que también sonaba demasiado posesivo.

Volví a reír, algo divertido y algo nervioso, y asentí con la cabeza.

Así era Amadeus.

Cuando salimos de clase, recibí un mensaje de mis padres. Estarían más días fuera, y me avisaban que la tarjeta de mi madre estaba en su habitación y podía usarla.

Suspiré.

—Hoy mis padres no estarán de nuevo —dije, con una mezcla de resignación y cansancio.

Amadeus volteó a verme, su mirada fija en mí, y dijo sin pensarlo:

—Yo me quedo contigo entonces.

—¿Qué? —pregunté, frunciendo el ceño, sin entender a dónde quería llegar.

—Esta noche, hagamos lo que tú y la feminazi... diré, Valentina, hicieron ayer —contestó, con esa sonrisa irónica que siempre me ponía nervioso.

—¿Hablas de una pijamada? —pregunté, sintiendo cómo la incomodidad y la curiosidad se mezclaban.

—Sí, lo que sea —respondió sin perder la sonrisa.

Algo en mi pecho se calentó por las palabras de Amadeus. No sabía si era rabia, emoción o solo el maldito caos de pensamientos en mi cabeza. Quise gritar de la emoción, pero me contuve.

Un paso dentro de mi casa fue suficiente para que Amadeus me agarrara entre sus manos, con una determinación palpable, y comenzara a besarme. Besos lentos, besos... esos besos que solo podíamos tener cuando estábamos solos.

La presión de sus labios en los míos, la calidez de su cuerpo cerca del mío, hicieron que el aire se volviera pesado, como si el tiempo se detuviera por un segundo. No supe si lo estaba disfrutando o si estaba a punto de perder el control, pero todo lo que sabía era que este beso, esta sensación, me estaba consumiendo de una manera que no podía entender.

—Amadeus... Amadeus... —jadeé entre sus labios. —Quiero cambiarme...

—Mhm. Espera —me dijo mientras seguía besándome y caminaba al mismo tiempo.

Conocía muy bien mi casa como para llevarme hasta mi habitación.

—Amadeus.

—Cambiémonos, no creas que me quedaré con el uniforme escolar.

—Necesitamos una pijama extra para ti —le dije, intentando pensar en algo que cortara la tensión, aunque sabía que era inútil.

—Bueno, no creo que no tengas una pijama extra para mí.

Reí.

—Sí, tengo, pero puede que te quede un poco estrecha.

—No importa —dijo sonriendo, y se acercó para darme otro beso en los labios.

—¿No importa? Aún falta por ordenar las cosas para la pijamada, y sigue siendo temprano para usar pijamas.

—Yo invito, y... a menos que quieras estar desnudo, usemos pijamas.

La provocación en su tono me hizo dar un paso atrás, pero mis piernas no respondían como quería. Estaba claro que Amadeus no tenía intenciones de darme espacio. Me estaba empujando al límite, y no sabía si estaba dispuesto a cruzarlo o si solo quería jugar con fuego.

Nos dirigimos a la tienda de conveniencia, la luz fría de los tubos fluorescentes iluminaba los estantes llenos de golosinas y snacks. Amadeus caminaba a mi lado, todavía con esa actitud confiada, como si nada pudiera sacarlo de su centro. Yo, por mi parte, trataba de mantener el control, aunque sabía que no era tan fácil cuando estábamos tan cerca. La idea de estar solo con él, incluso en un lugar tan común como una tienda, me dejaba con una extraña sensación de anticipación.

—Vamos a llevar un poco de todo —dije, señalando las estanterías llenas de paquetes de galletas, chocolates y chicles.

Amadeus asintió, su mano tocó mi espalda mientras se inclinaba para alcanzar un paquete de papas fritas. No pude evitar notar lo cerca que estaba, la calidez de su cuerpo que parecía envolverme con cada gesto.

—¿Mascarillas? —preguntó él con una sonrisa traviesa cuando vi las mascarillas faciales en un estante cercano.

—Sí, me han dicho que es bueno para la piel —respondí, recogiendo un par de paquetes de diferentes tipos.

Amadeus sacudió la cabeza entre risas.

—¿Qué? ¿Te crees que soy un monstruo sin cuidado personal? —me miró con aire de burla.

—No, pero nunca está de más, ¿no?

Me acerqué al mostrador, y Amadeus, como siempre, no dudó en sacar su billetera y pagar. Sentí una punzada de incomodidad, como si todo esto fuera demasiado fácil para él. Me gustaba, pero al mismo tiempo, me molestaba.

Cuando salimos de la tienda, con nuestras bolsas llenas de snacks y productos de cuidado personal, escuchamos unas voces familiarmente cercanas. Giramos y nos encontramos con Josué y Edelmir, sentados en una esquina del pequeño local, comiendo papas fritas con salchichas. Ambos miraban a su alrededor con una especie de aire despreocupado.

—¿Qué hacen ustedes aquí? —preguntó Josué, levantando la mirada, un poco sorprendido, pero sin disimular el brillo de curiosidad en sus ojos.

Amadeus frunció el ceño ligeramente, casi como si estuviera molesto por encontrarlos, pero rápidamente cambió su actitud a una más relajada. Me di cuenta de inmediato: su postura, su mirada, todo parecía más tranquilo, como si quisiera evitar cualquier tipo de confrontación.

—Nada, solo estamos... —empecé, pero no pude evitar mirar a Amadeus de reojo. —Vamos a hacer una pijamada —dije, tomando la iniciativa, atreviéndome a soltar lo que nunca pensé que diría tan abiertamente.

Josué arqueó una ceja y luego miró a Edelmir, intercambiando una mirada cómplice. No dijeron nada al principio, pero la sonrisa en sus rostros se alargó.

—¿Una pijamada, eh? —Josué preguntó, mirando a Amadeus primero y luego a mí, con una expresión algo extraña, como si estuviera tratando de entender qué estaba pasando entre nosotros.

Amadeus se quedó en silencio, mirando a Josué con una leve incomodidad, pero eso no duró mucho. Josué, siempre tan extrovertido, se giró hacia Edelmir con una gran sonrisa.

—Oye, creo que también nos uniremos —dijo con una exagerada felicidad en su tono. —No hay pijamada sin nosotros.

De camino a mi casa, Amadeus caminaba un poco más atrás, la atmósfera entre él y yo cambiando. Ya no era el mismo chico confiado y arrogante. Algo en su postura estaba... más tenso, más serio.

Amadeus dejó escapar un suspiro, pero no dijo nada. Sabía que no podíamos hacer mucho al respecto. Miré a Josué y Edelmir, que se levantaron de inmediato y nos siguieron sin quejarse, tomando su comida como si fuera la cosa más natural del mundo.

La risa y la broma ligera llenaban la casa mientras todos nos acomodábamos en el salón. Josué, Edelmir, Amadeus y yo estábamos en el suelo, rodeados de almohadas y mantas, como si estuviéramos a punto de pasar la noche más divertida de todas. Las luces tenues de la lámpara de la sala eran todo lo que iluminaba, y, aunque la situación parecía ligera, yo no podía evitar sentir la incomodidad en el aire.

Estaba tan cerca de Amadeus, pero, por alguna razón, él se mantenía distante. Cada vez que intentaba tocar su brazo o acercarme un poco más, él se alejaba disimuladamente, como si intentara evitar cualquier tipo de contacto físico. Un sentimiento de frustración me envolvía, pero decidí no darle mucha importancia. Al final, lo más importante era disfrutar de la pijamada, ¿verdad?

Saqué las mascarillas faciales que había comprado. Había tantas que ni siquiera sabía cuántas había puesto en la bolsa. Miré a los chicos, todos estaban recostados, disfrutando de la comodidad de estar en casa.

—Ok, chicos, ¡es hora de poner estas mascarillas! —dije, levantando las bolsas con emoción. Sabía que no todos iban a estar tan emocionados, pero ya tenía todo listo para mi plan de la noche.

Josué levantó una ceja.

—¿Mascarillas? —preguntó, claramente confundido. —Eso es de chicas, ¿no?

Edelmir parecía estar igual de desconcertado, pero aún así trató de disimularlo mientras me observaba con una mirada nerviosa. Yo solo reí con entusiasmo y sacudí la cabeza.

—Esto es parte de la pijamada, chicos. Si están aquí, tienen que aceptar las reglas. Mi pijamada, mis reglas —dije, sin dejar espacio para protestas.

Josué y Edelmir se miraron entre ellos, luego ambos levantaron los hombros y se dieron cuenta de que no había mucho más que hacer.

—Está bien, lo haremos. Pero que conste que es solo porque tú lo dices, Jiho —dijo Josué, con una sonrisa burlona, pero sin quejarse más. —Pero que nadie se entere.

—Ajá, tienes una gran reputación que salvar —dije con evidente sarcasmo.

Tomé las mascarillas y se las puse a ambos sin que pudieran quejarse. Edelmir y Josué estaban cubiertos con una capa espesa de mascarilla blanca en sus rostros, con una expresión que, honestamente, podría haber sido calificada como terror. Pero era parte de la diversión, así que no me detuve. Cuando vi sus caras, no pude evitar soltar una risa.

—¡No se ve tan mal, chicos! —les dije, disfrutando de la ironía de la situación.

Amadeus, que se había mantenido apartado hasta ese momento, no parecía demasiado impresionado. Estaba mirando el televisor, pero cuando me acerqué a él con la mascarilla, él levantó las manos en señal de rendición.

—No, no, no —dijo, alejándose un poco de mí mientras trataba de evitar el contacto.

—Oh vamos, solo es una mascarilla —insistí, casi pidiendo que no se escapara.

Pero él simplemente sacudió la cabeza, con una sonrisa torcida en su rostro.

—No necesito eso, Jiho. Mejor deja que los demás se diviertan con tus cosas raras —respondió, sin poder evitar el tono juguetón en su voz.

—Es parte de la pijamada —dije con firmeza y con un toque de enojo en mi voz que al parecer asusto a Amadeus y aceptó ponerse la mascarilla.

Elegí un clásico, algo sencillo pero que siempre funcionaba. "Friends" era perfecto. Sabía que Josué probablemente protestaría, pero aún así, lo puse.

—¿De verdad vas a poner "Friends"? —Josué exclamó con incredulidad, justo cuando comenzó la apertura de la serie. —Eso es de chicas, Jiho.

No pude evitar reír al escuchar su protesta.

—¡MI PIJAMADA, MIS REGLAS! —grité, imitando el tono autoritario y divertido que me gustaba poner cuando quería que las cosas salieran como yo quería.

Josué bufó y se cruzó de brazos, pero pronto todos comenzaron a ver la serie. Y, para sorpresa de nadie, no fue tan terrible como Josué había predicho. Después de un rato, incluso él comenzó a reírse de algunas bromas, y Edelmir, a pesar de estar con la mascarilla en su rostro, también se relajó. Parecía que, a pesar de las primeras quejas, la noche iba tomando un buen rumbo.

La habitación estaba tranquila, excepto por las risas que salían de la pantalla y las que ocasionalmente se escapaban de alguno de los chicos. Todos parecían completamente absorbidos por el capítulo de Friends que estábamos viendo. Pero algo en la atmósfera había cambiado.

Mi mirada se desvió lentamente hacia Amadeus. Estaba sonriendo, ligeramente inclinado hacia adelante mientras miraba un chiste de Chandler. Había algo en su expresión, una expresión rara que no lograba identificar del todo, pero me gustaba verlo así, relajado, disfrutando del momento.

Sonreí para mí mismo y decidí hacer algo que me había estado rondando la cabeza desde que llegamos a mi casa. Me acomodé un poco más, mirando a Josué y Edelmir de reojo. Ellos estaban tan distraídos con la serie que no se dieron cuenta de lo que estaba por hacer.

Con una pequeña sonrisa traviesa, lentamente, y con mucho cuidado, metí mi mano debajo de la manta que compartíamos. La posición de mi cuerpo hacía que no fuera tan obvio. Poco a poco, la acerqué hasta donde estaba la mano de Amadeus. La toqué, primero con suavidad, esperando que se apartara o que dijera algo. Pero no lo hizo. En cambio, su mano se quedó donde estaba, y sentí cómo su cuerpo se tensaba por un segundo. Me atreví a apretarla, y fue en ese momento cuando Amadeus levantó lentamente la vista hacia mí, con una expresión que no sabía si era de sorpresa o confusión.

No dije nada. Simplemente sonreí, como si fuera lo más natural del mundo, y dejé mi mano allí, todavía entrelazada con la suya. No moví ni un solo dedo y traté de mantener la calma. Observé cómo su mirada no se apartaba de la pantalla, como si no pudiera decidir si debía apartar su mano o seguirme el "juego".

Finalmente, él no hizo ningún movimiento brusco para alejarse. Al contrario, su mano siguió ahí, tan firme como la mía. Aunque no lo miró directamente, su cuerpo se relajó un poco, y su respiración se hizo más lenta. Sonreí aún más.

HOLIS, HERMOSAS ACACIAS.(✿◡‿◡)

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Ahí pueden encontrar historias solo para ustedes.🤍

FOTO QUE FACILMENTE EDELMIR, JOSUÉ Y AMADEUS SE SACARIAN:

CAPÍTULO DE FRIENDS QUE ESTABAN VIENDO:

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