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03 || Marica.

El corazón me dio un vuelco cuando vi el nombre en la pantalla, pero al abrir el mensaje, la emoción se apagó rápidamente. Valentina. Solté un suspiro, como si mi mente hubiera estado esperando que fuera alguien más. Aun así, la curiosidad me ganó, y abrí el mensaje.

"Hola :)"

Fruncí el ceño, algo desconcertado por la simpleza de sus palabras. No era muy común que Valentina me escribiera a estas horas, y menos con un mensaje tan casual. Me quedé mirando la pantalla por un segundo, intentando decidir si debía responder o no. Finalmente, tecleé una respuesta rápida.

"Hola, ¿qué pasa?"

La respuesta llegó más rápido de lo que esperaba, y por un momento imaginé su sonrisa traviesa al otro lado de la pantalla.

"¿Quieres pasar un rato conmigo? Podríamos hacer una pijamada como en los viejos tiempos. Ya sabes, películas malas, palomitas y quedarnos despiertos hablando hasta tarde."

Sonreí levemente al leer su propuesta. No era que no quisiera verla, pero después de la tensión que había sentido con Amadeus, todo me parecía... confuso. Y sin embargo, una parte de mí agradecía la oportunidad de escapar, aunque fuera por un rato, de los pensamientos que no dejaban de rondar en mi cabeza

"Suena bien."

Me levanté de la cama con un suspiro, buscando algo cómodo para llevar. Siendo sincero, no tenía idea de por qué aceptaba. Quizás porque necesitaba algo que me distrajera, algo que me recordara que no todo tenía que ser complicado. Con Valentina siempre había sido fácil, sencillo. Y esta noche, después de todo lo que había pasado, necesitaba un poco de eso.

Al llegar a su casa en las afueras del pueblo, Valentina ya estaba esperándome. Me recibió con una sonrisa amplia, envuelta en una manta de colores y con un bol enorme de palomitas en las manos. La casa, grande y de estilo suburbano, irradiaba una calidez despreocupada, casi tanto como ella, y parecía el lugar perfecto para perder la noción del tiempo sin que nadie se preocupara demasiado

—¡Por fin! —dijo, haciéndose a un lado para dejarme entrar—. Pensé que te habías arrepentido.

—Nah, no podía decirle que no a una noche de películas malas —respondí, aunque sabía que había más en mi decisión. No lo iba a admitir, pero estar con Valentina me calmaba. Era una de las pocas personas con las que no sentía la necesidad de poner una máscara.

Me acomodé en el sofá, y Valentina se sentó a mi lado, empezando a hojear las opciones de películas. Durante unos minutos, nos enredamos en una discusión divertida sobre cuál sería la peor película para ver, hasta que finalmente elegimos una que prometía ser lo suficientemente ridícula como para mantenernos riendo toda la noche. La casa estaba en silencio; Valentina vivía solo con su padre, y al igual que el mío, él parecía vivir más en el trabajo que en casa

Mientras la película seguía, Valentina se acurrucó más bajo su manta, y yo me hundí un poco más en el sofá, dejándome llevar por la calma del momento. Era increíble cómo, con ella, todo podía sentirse tan sencillo. Sin el drama de siempre, sin las preguntas enredadas que no llevan a nada. Solo estábamos ahí, los dos, como antes, sin tener que decir ni una sola palabra.

Ella es el tipo de amiga que todos los gays de clóset necesitamos en nuestras vidas.

—¿Te acuerdas de cuando hacíamos esto más seguido cuando éramos pequeños? —dijo de repente, con la mirada fija en la pantalla, aunque claramente no estaba prestando atención a la película—. Siempre nos divertíamos de las maneras más extrañas posibles.

Sonreí, recordando aquellos días. Eran tiempos más simples, donde las pijamadas eran la forma perfecta de escapar de cualquier problema, incluso cuando eres un niño y no sabes que son los problemas, pero sabes bien que debes escapar.

—No es extraño divertirnos mientras nos maquillamos, lo que fue mi idea, lo extraño era divertirnos quemando cosas, lo que era tú idea —le respondí, divertido.

Ella soltó una risita, y el sonido llenó la habitación de una calidez que hacía mucho que no sentía.

—Bueno, no era mi culpa ser una pirómana reprimida.

Ambos soltamos una carcajada que sonaba más a la de una tortuga en apareamiento que una risa normal.

Hablar con Valentina era fácil, siempre lo fue, incluso cuando éramos niños y me molestaban en la primaria solo por ser un poco diferente a los demás, Valentina era mi héroe... hasta que su padre le prohibió ser mi amiga.

Cuando la película terminó, Valentina bostezó y se acomodó aún más en su manta.

—Ahora me se maquillar mucho mejor que cuando teníamos cinco años —dijo, cerrando los ojos. —Puedo intentar maquillarte de nuevo, con esa piel perfecta que te cargas de seguro que te veras mejor que yo.

—Pero si soy más bonito que tu —bromeé. Los ojos de Valentina se abrieron de repente con una expresión de molestia, claramente fingida, hice una expresión de superioridad y acomode mi cabello detrás de mi oreja.

—Ajá, claro, pero al menos yo no me arrastro por el wey más homofóbico del salón.

Le tiré una almohada.

—Con eso no te metas.

Ella soltó una carcajada enorme.

—Con el niño no, con el niño no —repetí, mientras movía mi dedo índice de un lado a otro.

—No te pases, Jiho. Literalmente solo tu y el par de estúpidos con el que andan, son los únicos que soportan a Amadeus.

—Bueno, si. Es un insoportable, pero si lo conoces mejor, no siempre es así.

—Ay, Jiho. No digas mamadas. Eso suena a una victima de abuso. Ya deberías alejarte de él.

—No es broma, en serio no es así.

—Ujum, bueno. No hablamos del estúpido ese, mejor háblame de algo mucho más interesante como... —fingió pensar. —¿Ya tienes novio? ¿Algún hombrecillo que ves? Porque no creas que no me he dado cuenta de las marcas en tu cuello.

Me sonroje cuando menciono las marcas en mi piel. Mierda... No había tomado en cuenta eso. Bueno, tampoco era que fuera un secreto del todo, pero no me gustaba mencionarlo.

—Bueno... sí, pero no quiero dar nombres.

—¿Es de otra secundaria? ¿O... acaso lo conozco?

—No —dije como si fuera un robot. Podía hablar de Amadeus, pero no era necesario mencionar que es Amadeus, después de todo estábamos para chismear. —Es un chico de otra secundaria, pero no lo conoces, para nada, de hecho creo que no sabes ni su nombre.

—Si no lo conozco, claro que no se como se llama, Jiho —dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo y lo era.

Solté una risa nerviosa, intentando disimular que casi la cago.

—Sí... Se llama Louis —fue el primer nombre que se me vino a la mente. Louis Tomlinson, mi integrante favorito de One Direction. Al menos no dije Niall, porque eso si sería muy sospechoso.

—¡Como Louis Tomlinson! —gritó. La cagué.

—Sí... Igual me pareció curioso.

—Ajá, mejor cuéntame que tal. ¿Ya lo hicieron? ¿Qué tal estuvo?

—Si lo hicimos... —me sonrojé.

—¡AHHH!

Me sobresalté con su grito repentino. En algún momento, Valentino había agarrado el bote de palomitas, se había cubierto con la manta hasta la cabeza y ahora me miraba fijamente, como si yo fuera la escena de una película de suspenso... de hecho, había apagado la tele.

—¡¿Cómo es posible que ya no seas virgen?! ¿Me estas tomando el pelo? ¡Oh, my god! —metió con montón de palomitas en su boca.

—Bueno... solo paso. Había calor y... una cosa nos llevo a otra y tuvimos sexo... Él me toco y yo lo toqué y de un momento a otro ya estábamos desnudos y paso.

—¿Así? ¿Enserio?

—Sí... pero para ser la primera vez no estuvo mal.

—Es obvio... porque hubo más veces, ¿verdad?

—Ujum. No te contaré más —dije sintiendo como el calor de mi rostro se hacía más intenso. —Solo debes saber eso.

—Nha. ¡Bu! Eres aburrido, bueno. Entonces cuéntame como es él.

—Él... bueno, es guapo, más alto que yo. Siempre me escucha, aunque hable como un loro y le esté contando cosas que sé que no le importan. Siempre me pregunta cómo me fue en el día, cómo estoy... A veces se hace el frío, pero es detallista; siempre tiene algún regalo o algo que me hace sentir especial. Y cuando tiene esos días en los que todo le sale bien, no sé qué le pasa, pero no puede apartarse de mis labios. Es algo tímido, aunque no lo parezca, y me he dado cuenta de que solo conmigo se abre así, como si yo fuera su diario o algo parecido. Él... es muy sensible, aunque no lo muestra, y sí, algo celoso, no te voy a mentir, pero... él es... no sé. Me hace sentir parte de su vida.

—Awww.... ¡Jiho! Tengo que conocerlo, es perfecto. Además se llama Louis, ¿qué mas podemos pedir de tu novio?

Bueno... No somos novios, quise decir, pero preferí guardar silencio.

—Sí...

—Quiero conocerlo.

Mierda.

—Tengo que preguntarle... No se si quiera. Ya te dije, es algo timido.

—Bueno, sí. Pero dile que soy tu mejor amiga.

—Le voy a preguntar.

—Claro que va a decir que sí, soy un amor —dijo, mientras tomaba su rostro en sus propia manos y hacia un gesto tierno.

En la habitación de Valentina, dos niños de apenas cinco años reían en voz baja, jugando con el maquillaje que habían encontrado en el tocador de la madre de ella. Jiho miraba su reflejo en el espejo, los labios manchados de un brillo rosa y una leve sombra en sus párpados. Valentina aplaudía con entusiasmo.

—¡Mira, Jiho! Pareces una princesa como en los cuentos —decía Valentina con sus pequeños ojos brillando de emoción, mientras le daba toquecitos en las mejillas.

—¿De verdad? —preguntó Jiho con una sonrisa tímida y los ojos curiosos. A él le gustaba el color y la suavidad de la sombra, aunque aún no comprendía del todo por qué.

Los dos se reían, rodeados de maquillaje y pequeños espejos, cuando de repente la puerta de entrada de la casa se escuchó, y los pasos pesados del papá de Valentina retumbaron por el pasillo. Jiho miró a su amiga con un destello de preocupación.

Antes de que pudieran hacer algo, el padre de Valentina apareció en la puerta, con una expresión que pasó de la sorpresa al disgusto en segundos. Sus ojos recorrieron a Jiho, observando el maquillaje en su rostro, y un gesto de asco se formó en su cara.

—¿Qué es esto? —soltó con frialdad, mirando a Jiho como si fuera un intruso.

El niño bajó la mirada, sin entender muy bien lo que había hecho mal, pero sintiendo el peso de la incomodidad.

—Tú... —dijo el hombre, dirigiéndose a Jiho con una dureza impropia para un niño tan pequeño—. ¡Fuera de mi casa! No quiero verte así. No vuelvas a hacer esto aquí. ¡En mi casa no hay maricas!

Me desperté sobresaltado, con el corazón latiéndome en los oídos y las manos frías, aferradas a las sábanas. Abrí los ojos, pero todavía sentía la pesadilla flotando alrededor, como una niebla que no quería disiparse Me tomó un segundo recordar dónde estaba: la habitación de Valentina, las luces tenues, el silencio seguro de su casa. Todo estaba bien, o al menos eso intentaba decirme.

Giré la cabeza y ahí estaba ella, profundamente dormida a mi lado. Su respiración tranquila me relajaba un poco, aunque mi pecho seguía apretado. Su rostro se veía sereno, como si no existiera nada malo en el mundo. Y en mi interior, la imagen seguía latiendo, esa mirada de asco del padre de Valentina, esa orden como un golpe: "Fuera de mi casa."

Tragué saliva, tratando de espantar los restos del miedo. Sabía que él estaba en casa, sabía que él llegaba tarde, por la madrugada. Sabía también que jamás entraría aquí mientras ella estuviera dormida; era el único lugar de esta casa que él respetaba sin cuestionar. Pero, aunque me repitiera eso una y otra vez, no dejaba de sentir el mismo temor que cuando era un niño. No importaba cuánto lo intentara, la sensación no se iba.

Cerré los ojos por un segundo y tomé aire. Valentina estaba aquí, a mi lado. Yo estaba aquí porque ella quería que estuviera aquí. Eso era lo que importaba, lo que me había prometido recordar. Intenté calmarme, escuchar su respiración, aferrarme a la seguridad que me daba su presencia. Lentamente, el pánico fue soltando su agarre, dejándome con una calma frágil, pero suficiente.

No quería que ella se despertara y me viera así. Así que me quedé en silencio, dejando que su respiración tranquila fuera lo único en mi mente, repitiéndome que estaba seguro... aunque una parte de mí no pudiera creerlo del todo.

Había apagado mi celular para que Había apagado el celular para evitar distracciones, pero después de esa pesadilla necesitaba despejar la mente, así que lo encendí. Apenas apareció la pantalla, una avalancha de notificaciones llenó el dispositivo, todas de Amadeus. Mierda... Suspiré, apagando la pantalla de inmediato, pero el teléfono comenzó a vibrar casi al instante: una llamada entrante. Amadeus.

Dudé. No quería contestar. Pero mis dedos, casi por inercia, deslizaron la pantalla y respondí.

—Hola...

—¿Dónde estás? —su voz sonó fría, cortante.

—En mi casa —respondí, intentando sonar casual.

—Claro, y yo nací ayer. Dime dónde estás, ahora.

Mi corazón latía con fuerza. ¿Cómo sabía que no estaba en casa? ¿O solo estaba adivinando? Tomé aire, tratando de mantener la calma.

—Te lo dije, Amadeus. Estoy en casa. No sé por qué llamas a estas horas... ¿pasó algo?

Hubo un silencio al otro lado de la línea, hasta que finalmente lo rompió con un tono más áspero que antes.

—Eso mismo te pregunto. ¿Qué pasó? Porque estoy en tu habitación... y adivina qué. No estás.

Me quedé helado. ¿Qué estaba haciendo Amadeus en mi habitación?

—Mañana te cuento. No te preocupes, en serio, no te hagas ideas en la cabeza —improvisé, tratando de sonar despreocupado—. Luego hablamos.

Y antes de que pudiera responder, colgué.

HOLIS, HERMOSAS ACACIAS.(✿◡‿◡)

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