02 || Shippeados.
Era curioso cómo alguien tan detestable podía ser tan adictivo. Amadeus tenía esa habilidad: ser el tipo más insoportable frente a todo el mundo, pero conmigo... conmigo era diferente. O al menos eso quería creer. Él tenía esa manera de hacerme sentir que, de algún modo, yo era el único que lograba atravesar su armadura.
—Tienes algo en la cara —me dijo de repente, deteniéndose en medio del pasillo. Fruncí el ceño, confundido, y pasé una mano por mi cara.
—¿Qué cosa?
—Mi puño, si no te apuras —respondió con una sonrisa burlona. Lo fulminé con la mirada mientras él reía por su propia broma estúpida.
Era esa mezcla la que me volvía loco. Esa versión de Amadeus que, delante de todos, era el típico "machito" que odiaba a medio mundo, que hacía chistes pesados y fingía ser el chico rudo del colegio. Pero conmigo, en esos momentos en los que nadie estaba mirando, cuando el pasillo se vaciaba o la puerta se cerraba detrás de nosotros, dejaba que su máscara cayera. Y ahí, en ese silencio, me hacía sentir que todo lo demás no importaba.
—¿Por qué siempre me sigues? —preguntó, sin dejar de caminar. Sabía que estaba cansado de que las chicas nos "shippearan". Cada vez que alguien mencionaba lo "bien" que nos veíamos juntos, él tensaba los hombros, tratando de mantener la compostura, pero conmigo... conmigo nunca se alejaba del todo.
—Tal vez porque eres el único que no me aburre —respondí, aunque ambos sabíamos que no era la verdad completa. Lo seguía porque él me dejaba hacerlo. Lo seguía porque cada vez que pensaba en alejarme, recordaba la forma en que sus labios se sentían contra los míos cuando nadie nos veía. Recordaba esas noches cuando, después de sus partidos, él aparecía en mi habitación sin decir una palabra, y nos hundíamos en algo que ni siquiera sabíamos cómo nombrar.
Porque al final del día, Amadeus podía ser todo lo que quisiera frente a los demás. Pero cuando estábamos solos, cuando las luces se apagaban y el mundo dejaba de mirarnos, me besaba como si fuera lo único que realmente importaba.
—Oye, Jiho, ¿qué haces luego? —escuché la voz de una de las chicas del grupo que siempre nos miraba de reojo, con esa sonrisa que parecía decir "ustedes dos tienen algo". Miré a Amadeus de reojo, viendo cómo su mandíbula se apretaba.
—Nada que te interese —respondí sin ganas de prolongar la conversación. No tenía que mirar para saber que Amadeus estaba agradecido. Aunque claro, jamás lo admitiría.
Cuando las chicas se alejaron, dejé escapar un suspiro. No estaba seguro de qué esperaba de él, pero parte de mí sabía que siempre sería así: Amadeus, con su fachada de chico duro, odiando a medio mundo, pero buscándome en la oscuridad cuando nadie más estaba mirando.
—Eres un idiota, ¿sabes? —le dije en voz baja.
Él no respondió, pero sus dedos rozaron los míos por un segundo. Y aunque era casi imperceptible, ese gesto me bastaba. Porque en esos momentos, cuando el mundo dejaba de existir para él, me hacía sentir que, de algún modo retorcido, yo era lo único que tenía.
La tarde se estaba volviendo insoportable. Justo cuando creí que el día podría mejorar, Valentina decidió acercarse a mí, sonriendo como si fuera la cosa más natural del mundo. Y, por supuesto, ahí estaba Amadeus, lanzando miradas que podrían haber quemado un agujero en la pared.
—¿Vas a ir a la reunión del club de ciencias mañana? —preguntó Valentina, inclinándose un poco más cerca de mí.
Amadeus se cruzó de brazos, y un susurro se escapó de sus labios.
—¿En serio? ¿Otra vez con esa feminazi? —Su tono era de desdén, y me hizo rodar los ojos.
—No es una feminazi, Amadeus. Solo le importa lo que piensa la gente —le respondí, pero sabía que no iba a escucharme. Su mente estaba cerrada en un torbellino de ideas retrógradas.
—Mira, si quiere que le diga qué es ser una buena mujer, puede ir a hacerme un sándwich —replicó, y pude sentir la irritación en el aire. Josué y Edelmir se acercaron, escuchando la conversación con curiosidad.
—¿Qué tienes en contra de Valentina? —preguntó Josué, levantando una ceja.
—Nada, solo que es una exagerada —dijo Amadeus, haciendo un gesto con la mano. —¿Por qué no puede quedarse callada como una chica normal?
Me contuve para no hacer un comentario mordaz. Era frustrante escuchar esas cosas, especialmente porque yo sabía que Valentina solo estaba tratando de ser amable. La idea de que tuviera que soportar los prejuicios de Amadeus me exasperaba.
—Tal vez debería preguntarle si quiere unirse a nosotros para el partido de fútbol este fin de semana —dijo Edelmir, bromeando. La risa se escurrió de su boca, pero la tensión entre Amadeus y yo creció.
—Por favor, no. No quiero que esa chica me distraiga —replicó Amadeus con desdén, y sentí cómo la necesidad de mantener la paz entre nosotros se desvanecía.
En ese momento, decidí que era hora de actuar.
—Amadeus, ¿por qué no te preocupas menos por Valentina y más por nosotros? —le dije, acercándome a él, buscando su mirada—. Siempre estás a mil por hora con esos comentarios.
Su expresión se endureció, pero sabía que, en el fondo, había algo más. A veces, en esos instantes a solas, se dejaba ver un poco más vulnerable.
—Yo solo digo lo que pienso —respondió, y su tono era defensivo.
—Claro, lo que piensas. —Le sonreí de manera desafiante—. Pero eso no hace que seas menos... ya sabes, un poco machista.
Amadeus me miró fijamente, como si tratara de leer mis intenciones.
—A mí me gusta el fútbol y lo que es ser un hombre. No me interesa ese tipo de cosas —dijo, y la desfachatez en su voz me hizo reír.
—No se trata de eso. Solo... relájate un poco —le respondí, sintiendo la tensión entre nosotros. Había una especie de juego que siempre existía, y me gustaba empujarlo.
La risa de Edelmir rompió la atmósfera tensa, y de repente, Valentina volvió a acercarse.
—¿Todo bien, chicos? —preguntó con una sonrisa.
Amadeus se volvió hacia ella, y pude ver cómo su expresión se endurecía una vez más.
—Sí, estamos perfectos. Solo hablando de cosas importantes, como el fútbol. No como tú, que solo quieres gritar en redes sociales —replicó, y su sarcasmo era brutal.
—Amadeus, eso no es necesario —dije rápidamente, sintiendo que la situación se volvía incómoda.
—Solo estoy siendo honesto —respondió, sin mostrar remordimientos.
El timbre sonó y la clase terminó, pero la frustración en mi pecho no se disipaba. La última semana había sido un vaivén de emociones, y la actitud de Amadeus hacia Valentina no hacía más que aumentar mi irritación. Mientras todos los demás se dispersaban, él estaba listo para hablar de su próximo partido.
—¡Vamos, Jiho! —me dijo, mientras caminábamos hacia los vestidores—. Este sábado es el partido contra los Leones. Tienes que venir a apoyarme.
—Claro, como siempre —respondí, tratando de sonar entusiasta, aunque sabía que en realidad no tenía ganas de estar ahí.
Entramos en los vestidores, donde el olor a sudor y desodorante era abrumador. Amadeus comenzó a detallar sus tácticas, gesticulando con pasión mientras yo intentaba escuchar y no perderme en mis pensamientos.
—Mira, la clave está en cómo presionamos en el medio campo —explicó, trazando líneas imaginarias en el aire—. Si podemos controlar ese espacio, tenemos una buena oportunidad de ganar.
—Sí, pero... —intenté interrumpirlo, pero él siguió hablando, ignorando mi intento de cambiar de tema.
—Y Valentina estará allí, así que debes estar listo. Seguro que se fijará en mí. —La forma en que lo dijo era un insulto y un desafío a la vez.
—¿Por qué tienes que pensar en ella? —pregunté, sintiendo cómo la irritación crecía.
—Porque, Jiho, no puedes ser tan ingenuo. Ella está intentando hacerse notar. No me gusta esa actitud de "feminista nazi" que tiene, siempre hablando de cosas que no entiende —dijo con desdén.
Rodé los ojos, incapaz de aguantarlo más.
—No tienes que ser así. Ella solo intenta ser amable y... —mi voz se apagó, sabiendo que no había manera de hacerle ver su error.
—Mira, si quieres impresionar a una chica, deberías mostrarle que eres un verdadero hombre —dijo, cruzando los brazos con una actitud de superioridad.
Mi frustración alcanzó un punto crítico.
—No puedo quedarme hoy —declaré, sintiendo que necesitaba poner un límite—. Me voy a casa.
Amadeus se detuvo en seco, y una sombra de sorpresa cruzó su rostro antes de que la irritación lo reemplazara.
—¿Es por Valentina? —preguntó, sus ojos chispeando de enojo.
—No, no es por ella, Amadeus. Solo no quiero estar aquí —le respondí, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en el aire.
—¡Es por ella! —gritó, acercándose más, y su mirada ardía—. Siempre tienes que ponerla en el centro de todo. No sé qué le ves.
—No le veo nada, Amadeus. Ella es solo una amiga. —Cada palabra parecía hacer que su ira se intensificara.
Sin previo aviso, Amadeus me empujó contra el casillero, y el golpe resonó en el espacio vacío.
—No tienes que hacer drama por todo —dijo, su voz baja y peligrosa.
Su cercanía me dejó sin aliento, y antes de que pudiera pensar en alejarme, sus labios se encontraron con los míos. Fue un beso abrupto, forzado, pero en medio de la rabia y la confusión, había una chispa de deseo que no podía ignorar. Intenté luchar contra ello, pero su mano en mi cuello me mantenía en su lugar, haciendo que me sintiera atrapado entre la ira y la atracción.
Finalmente, se separó, su respiración entrecortada y su mirada intensa.
—No te vayas, Jiho. No puedes hacerme esto —dijo, la mezcla de rabia y súplica en su voz era abrumadora.
Me quedé paralizado por un instante, el roce de sus labios aún presente. La confusión y la tensión eran palpables. Pero la claridad regresó, y sacudí la cabeza.
—Tengo que irme.
Salí del vestidor, sintiendo que el aire fresco me golpeaba el rostro. Mientras me alejaba, la adrenalina corría por mis venas, y la confusión sobre lo que había sucedido se mezclaba con la rabia hacia él. La extraña relación que compartíamos, entre celos, desprecio y deseo, no hacía más que complicar mi vida.
La noche cayó, y la casa se llenó de un silencio abrumador. Mis padres, ambos doctores, nunca llegaban a casa a tiempo. Se perdían en el caos del hospital, y yo había aprendido a acostumbrarme a esa soledad. A veces me preguntaba si se olvidaban de mí, atrapados en su propio mundo, como yo estaba atrapado en el mío.
Subí a mi habitación, pero no quería quedarme a pensar. Decidí ir al baño. Al entrar, la luz fría me iluminó y vi mi reflejo en el espejo. Era un chico delgado, y cada vez que me miraba, la imagen de Amadeus resonaba en mi mente: "Tienes un cuerpo como el de una chica". Sus palabras me golpearon como una ola, y no podía evitar que mi mirada se centrara en mi pecho plano.
Me acerqué más al espejo, tocando con suavidad mi piel, sintiendo la suavidad de mi torso. Aquel comentario de Amadeus me hizo cuestionar si había algo que debería cambiar. "Tal vez si tuviera un poco más de forma", pensé, aunque no sabía por qué ese pensamiento me asediaba. La idea de complacerlo flotaba en el aire, y no podía sacudirme esa sensación de que su felicidad dependía de algo que yo no podía ofrecer.
Mis ojos se deslizaron hacia mi abdomen. Lo toqué, sintiendo la piel estirada y delgada que cubría mis músculos. "Quizás estoy un poco gordo", se me ocurrió, aunque sabía que no era cierto. Aún así, la idea persistía, como si cada pequeño detalle de mi cuerpo estuviera siendo analizado bajo el juicio de Amadeus.
Estiré la piel de mi abdomen entre mis dedos, un gesto involuntario, como si esperara que algo cambiara. Quizás deseaba que, al estirarla, pudiera transformarla en algo que él apreciara más. Pero en el fondo, no entendía por qué esos pensamientos se apoderaban de mí. Era solo una noche más, y Amadeus solo era un chico con el que compartía una conexión extraña, algo que era tan complicado como apasionante.
Me di la vuelta, mirándome de nuevo, intentando dejar de pensar en lo que había dicho. El silencio del baño era ensordecedor, y yo me sentía atrapado entre mi deseo de ser aceptado y la lucha por ser quien realmente era. La imagen en el espejo parecía burlarse de mí, como si supiera que había algo más profundo que solo la apariencia física.
Después de un momento, decidí salir del baño. No quería quedarme más tiempo atrapado en esas sensaciones. La casa seguía en silencio, y yo sabía que mis padres no llegarían pronto. Así que me recosté en mi cama, tratando de ahogar mis pensamientos. Amadeus siempre había sido así: complicado, atractivo y a la vez, completamente frustrante.
Cerré los ojos, recordando el beso en el vestidor, el roce de sus labios y la tensión en el aire. La extraña relación que teníamos, llena de momentos furtivos y discusiones, era todo un caos. A pesar de la confusión, había algo en mí que no podía evitar buscar su atención. Esa noche, mientras la oscuridad me envolvía, me dejé llevar por la sensación de que, de alguna manera, las cosas cambiarían.
Mientras trataba de distraerme en la oscuridad, el sonido familiar de mi teléfono vibrando en la mesita de noche me sacó de mis pensamientos. Me incorporé rápidamente, sintiendo una mezcla de curiosidad y ansiedad. La luz de la pantalla iluminó la habitación, y vi que era un mensaje.
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