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01 || Eres un idiota-Fife.

Todo comenzó con una mirada. Una de esas miradas que me hacen preguntarme si Amadeus realmente es tan estúpido, o si solo está jugando conmigo. De cualquier manera, estoy jodido.

—Es un plan muy estúpido —le dije, cruzándome de brazos.

—¿Por qué? —me miró como si no entendiera nada. Claro, es Amadeus. Su capacidad para entender lo obvio es asombrosamente limitada.

—Porque fuiste tú quien dijo que nunca te acostarías con un hombre —le recordé. La incomodidad en el aire era tan densa como el silencio que siguió. Y ahí estaba, esa maldita mirada otra vez. Como si fuera yo el que tenía que explicarle la vida.

—Bueno, técnicamente no es acostarse... —respondió, dándome esa sonrisa torcida que siempre me mete en problemas. No sé qué está pasando por su cabeza, pero estoy bastante seguro de que se está contradiciendo más rápido de lo que puede hablar.

—¿Técnicamente? ¿Me estás hablando de "tecnicismos"? —pregunté, tratando de sonar calmado, pero mi tono salió entre el sarcasmo y la desesperación. No es exactamente fácil cuando tu mejor amigo libertino, el tipo más hetero que conoces, está sugiriendo lo que creo que está sugiriendo.

Amadeus suspiró, y con la misma naturalidad con la que alguien pediría una pizza, me soltó:

—Es solo por diversión, Jiho. No significa nada.

Ah, claro. Porque "diversión" es la palabra exacta para describir el nivel de caos emocional que desató con ese maldito beso la semana pasada. ¿Pero significar nada? Solo Amadeus podría decir algo así y no notar lo mucho que está confundiendo todo. Tal vez porque para él nunca significó nada. Para mí, bueno... ese es otro cuento.

Me rasqué la cabeza, sin saber qué decir, o más bien, cómo no perder la calma.

—Mira, solo... hagamos esto rápido, ¿vale? —dije finalmente. No sé por qué acepto sus estúpidos planes, pero aquí estoy otra vez, diciendo que sí.

Estaba claro que todo iba a terminar siendo un desastre.

Amadeus se movió más cerca, su brazo rozando el mío. Me tensé, aunque intenté disimularlo. No quería que notara lo nervioso que me ponía cada vez que lo hacía. No funcionó.

—Relájate, Jiho —dijo con esa sonrisa tan casual que hacía que quisiera golpearlo. O besarlo. Y eso era un problema.

—Difícil relajarme cuando estamos en medio de otro de tus "brillantes" planes —murmuré, aún mirando hacia cualquier lado menos a él.

Y entonces lo soltó. La frase que de alguna manera superaba todas las estupideces anteriores.

—Además, no cuenta como gay si es contigo. Eres prácticamente como una mujer.

Parpadeé, y un silencio incómodo se instaló en el aire. ¿Qué se supone que debía responder a eso? ¿Gracias? ¿O golpearlo?

—¿Qué acabas de decir? —Mi voz salió más aguda de lo que pretendía. En serio, Jiho. Contrólate.

Amadeus se encogió de hombros como si nada.

—Lo que dije. Eres pequeño, delgado... —empezó a contar con los dedos, como si fuera lo más lógico del mundo—. Y esos ojos tuyos... a veces ni me acuerdo de que eres un chico.

Fantástico. Literalmente mi peor pesadilla hecha realidad: ser comparado con una chica por el único chico que me importa. Y lo peor es que él lo decía con una naturalidad que me hervía la sangre.

—¿En serio? —me reí, aunque estaba a punto de perder los nervios—. O sea que como "prácticamente soy una mujer", eso te hace... ¿qué? ¿Menos gay?

Amadeus me miró sin entender. Como si estuviera hablando en otro idioma.

—No sé. No pienso tanto en esas cosas. Solo es... lo que es.

Y ahí estaba, la frase que resumía todo lo que Amadeus representaba: un caos andante, sin planes ni reflexiones. Todo lo que para mí era un torbellino de emociones, para él no significaba absolutamente nada. Y, por alguna razón, eso me hacía sentir más mal.

—Sabes, realmente deberías pensar más en esas cosas —le dije, tratando de mantener la calma.

Fue como si no me hubiera escuchado porque comenzó a besarme.

El cuarto estaba en silencio, excepto por nuestras respiraciones, aún agitadas. Me quedé mirando al techo, tratando de ignorar cómo mi cuerpo seguía vibrando después de todo lo que acababa de pasar. La cama se hundió cuando Amadeus se dejó caer a mi lado.

Pero antes de esto... ¿cómo llegué aquí? Realmente todo empezó hace dos semanas, en la fiesta de MacGregor. Ambos estábamos muy borrachos, y claramente ir a su casa no era una opción. Terminé llevándolo a la mía, ya que mis padres estaban de viaje. Recuerdo que en cuanto cruzamos la puerta, él me besó. Así, sin más. No hubo advertencia ni ningún tipo de señal previa. Solo lo hizo.

Esa noche no pasó nada más que eso. Un beso, y luego nos desplomamos en mi cama, demasiado ebrios para discutir lo que había ocurrido. Al día siguiente, ninguno de los dos mencionó lo que pasó. Hicimos como si no hubiese significado nada, como si fuera solo un error causado por el alcohol. Pero luego él volvió a hacerlo.

La segunda vez, no estábamos borrachos. Fue casual, como si fuera lo más natural del mundo. Me besó en medio de una conversación tonta sobre el juego de fútbol que habíamos visto, y me quedé en shock, aunque no me aparté. Después de eso, empezamos a besarnos de vez en cuando. No hablábamos del tema. Tal vez simplemente estábamos reforzando nuestra amistad. No tenía ni idea de lo que estábamos haciendo, pero la línea entre amigos y algo más comenzó a difuminarse lentamente.

Y luego, todo subió de nivel.

Fue una noche en mi casa, como tantas otras. Estábamos viendo una película, tirados en mi cama, como siempre. Solo que esta vez, mientras me quedaba medio dormido, él deslizó su brazo alrededor de mi cintura. No me moví, estaba demasiado cansado, pero de repente sentí... algo. Algo en mi trasero. Las respiraciones de ambos se volvieron más pesadas, aunque ninguno de los dos dijo una palabra.

Y pasó. No fue planeado, no fue algo que siquiera discutimos. Simplemente sucedió. Como si la tensión que había estado acumulándose entre nosotros por semanas finalmente hubiese explotado.

Desde ese momento, nada volvió a ser lo mismo.

Pero para él, seguíamos siendo mejores amigos. Como si lo que habíamos hecho no cambiara nada entre nosotros. ¿Quién en su sano juicio hace eso con su mejor amigo? No es como si fuéramos amigos con derechos, porque, de alguna manera, eso al menos tendría una justificación. Sería un trato, algo hablado, pero ahora... ahora no había ninguna justificación. Y mucho menos cuando él seguía diciendo estupideces a cada rato.

No podía permitirme ilusionarme, no cuando soltaba frases como "Eso es de maricas" o "El que llega último es gay", como si estuviéramos todavía en primaria y las cosas fueran tan simples. Cada vez que decía algo así, me recordaba lo imposible que era pensar en que esto, lo que sea que estuviéramos haciendo, pudiera llegar a ser algo más.

Por más que mi mente quisiera interpretar las señales de otra manera, no podía ignorar esas palabras. No había forma de que alguien que dijera cosas así estuviera cuestionándose su propia sexualidad, ¿verdad? Entonces, ¿qué estábamos haciendo? ¿Reforzando la amistad? ¿Jugando a ser algo más? Porque cada vez que su cuerpo me buscaba, no parecía un simple juego.

Y aunque cada vez me quedaba más claro lo que yo sentía, él seguía actuando como si nada. Como si follarse a su mejor amigo fuera lo más normal del mundo.

Algunos hombres (hetero) escogen a un chico (gay) para experimentar y esconderlo del mundo.

Sí, es una frase que leí en un video de TikTok. Una maldita frase que se estaba robando mi sueño. Me removí en mi cama sintiendo un malestar en mi pecho.

Lo ignoré.

Hay cosas que no puedes cambiar aunque quieras, y hay cosas que cambiarán aunque no quieras. En fin, son reglas de la vida que he aprendido a aceptar desde que era pequeño.  En fin... ¿Para que complicarme la vida?

No es como si Amadeus sea el amor de mi vida, único y detergente que jamás podré superar en mi vida ni aunque me muera y vuelva en espíritu y alma a jalarle las patas a las 3 a.m. para que me haga caso.

¿Pero que me gustaba de él? Literalmente es el fife de la clase, golpea paredes tres mil que no acepta que es gay o bisexual y no es que quiera ponerle etiquetas, pero... ¿no es obvio? Amadeus es de todo menos heterosexual.

Tomé mi almohada y grité, enterrando mi rostro en el.

—¡El que llega último es gay! —gritó Amadeus mientras corríamos al salón de clases después del receso.

Fue como un golpe, y dejé de correr. Josué y Edelmir aceleraron, al igual que Amadeus.

—¡Jiho! —gritó Amadeus al llegar primero al salón. Fingí que se me había ido el aire y me acuclillé, tocándome el cuello.

—Me cansé —dije, aunque en realidad lo que sentía era más frustración que cansancio. Los otros dos ya estaban celebrando su "victoria", mientras yo intentaba no pensar demasiado en lo que Amadeus acababa de decir. —Puto, fife —susurré para mi mismo.

—¡El gay es Jiho! —gritó Edelmir, girando hacia mí.

Levanté la mirada y él soltó una carcajada. Todos se rieron como si fuera contagioso. Me obligué a reír también, no quería ser el aguafiestas.

—¡El gay eres tú! —gritó Valentina, la presidenta de clase, con un pilar de cuadernos en sus brazos. —Si siguen diciendo cosas así, le diré a la profesora que los sancione.

Amadeus soltó otra carcajada y entró al salón con los otros dos.

Valentina me miró.

—No sé por qué sigues juntándote con ellos.

—Son mis amigos.

—Les falta cerebro a ellos, y a ti por ser su amigo.

Reí. Era cierto.

—Ayúdame.

—¡Oh! Sí —me apresuré a tomar la mitad de los cuadernos que llevaba.

Valentina y yo caminamos hacia el salón de clases, con los cuadernos repartidos entre nosotros. Ella me lanzó una mirada de reojo mientras caminábamos.

—Está comprobado, ¿sabes? —dijo, con su tono típico de "sé más que tú".

—¿Qué cosa? —pregunté, aunque ya tenía una idea de lo que venía.

—Que las personas que se burlan de los gays o hacen comentarios homofóbicos en realidad están reprimiendo algo —respondió, ajustando los cuadernos en sus brazos—. Son ellos los que tienen problemas con su propia identidad.

Solté una risa seca, sin querer darle demasiado peso al comentario. Sabía perfectamente hacia dónde apuntaba esa conversación, y lo último que quería era pensar en Amadeus y sus tonterías homofóbicas bajo esa luz.

—Claro, claro —dije, como si el tema me fuera ajeno.

Entramos al salón, y lo primero que noté fue la mirada fija de Amadeus sobre mí, como si estuviera molesto por algo. Dejé los cuadernos en el escritorio de Valentina y fui a sentarme en mi lugar junto a él. No me gustaba cuando me miraba así, con esa mezcla de burla y algo que no lograba descifrar.

—Valentina es una feminista nazi —murmuró Amadeus apenas me senté, sin apartar la vista de mí.

—Deja de ser estúpido —le contesté en voz baja, mientras acomodaba mis cosas en el pupitre—. ¿No te cansas de decir tonterías?

Amadeus me miró con una sonrisa torcida, pero no respondió. Parecía que tenía algo más en la cabeza, algo que no quería decir en ese momento. Nos quedamos en silencio cuando la profesora entró en el salón, y todos guardaron sus risas y susurros.

Pero yo sabía que la conversación con Amadeus no había terminado.

La profesora comenzó a hablar, pero yo apenas podía concentrarme. Sentía el peso de la mirada de Amadeus sobre mí, aunque él fingía estar atento a lo que la profesora decía. De vez en cuando, lo veía hacer alguna anotación en su cuaderno, pero su atención no estaba realmente allí.

Yo jugueteaba con mi bolígrafo, girándolo entre mis dedos mientras intentaba despejar mi mente. La clase era de historia, algo sobre la revolución industrial, pero la tensión que flotaba entre Amadeus y yo hacía que cada minuto pareciera más largo.

En un momento, sentí su pie tocar mi pierna bajo el pupitre. No fue un accidente, lo sabía. Lo ignoré al principio, manteniendo la vista en mi cuaderno como si realmente estuviera tomando apuntes. Pero su pie volvió a moverse, esta vez presionando más fuerte. Me giré ligeramente para mirarlo, y él me devolvió una sonrisa que no era para nada amistosa.

—¿Qué te pasa? —susurré, sin que la profesora se diera cuenta.

—Nada —dijo, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué? ¿Tú tienes algo que decirme?

Lo miré por un segundo, tratando de leer lo que estaba pasando en su cabeza. Pero Amadeus siempre había sido complicado de descifrar, más aún cuando se trataba de temas incómodos.

—Deberías hablar menos y pensar más —le respondí finalmente.

Se inclinó hacia mí un poco, como si quisiera que solo yo lo escuchara, aunque no había nadie prestando atención.

—No soy yo el que debería pensar más, Jiho. —Su tono tenía ese filo que siempre me ponía en alerta. Como si estuviera lanzando una advertencia sin decirla en voz alta.

No respondí, no valía la pena seguir con ese juego. Miré hacia el frente, intentando concentrarme de nuevo en la clase, pero sabía que esa tensión no se disiparía tan fácilmente. Con Amadeus siempre era así. Un constante tira y afloja, como si él mismo no supiera qué quería de mí, pero tampoco podía evitar estar cerca.

El timbre sonó, anunciando la hora del almuerzo, y todos comenzaron a moverse rápidamente hacia la cafetería. Recogí mis cosas con calma, tratando de no apresurarme, aunque en el fondo quería salir de allí antes de que Amadeus dijera algo más. Él solía buscar cualquier excusa para prolongar sus comentarios.

Al salir del salón, Valentina me alcanzó.

—¿Vas a sentarte con ellos otra vez? —preguntó, alzando una ceja.

Sabía a quiénes se refería. Josué, Edelmir y, por supuesto, Amadeus. La misma dinámica de siempre, con bromas pesadas y comentarios estúpidos que, a pesar de todo, se habían convertido en parte de mi rutina.

—Sí —respondí, sin mucho entusiasmo.

Ella suspiró, como si no pudiera entender mi insistencia.

—Te dejo ser, pero en algún momento te vas a hartar de ellos.

—Quizás —admití, mientras nos dirigíamos a la fila de la cafetería. El lugar estaba lleno de ruido, charlas animadas y bandejas metálicas chocando. En parte, me gustaba el bullicio, ya que disimulaba cualquier conversación incómoda.

Valentina recogió su bandeja y se fue a sentar con su grupo, mientras yo caminaba hacia la mesa de siempre, donde Josué y Edelmir ya estaban devorando sus hamburguesas. Amadeus llegó poco después, con su eterna sonrisa burlona.

—Mira quién se dignó a aparecer —dijo Amadeus, dejando su bandeja en la mesa.

Me senté frente a ellos, abriendo mi refresco mientras intentaba mantener las cosas ligeras. Pero, como siempre, Amadeus no podía resistirse.

—¿Qué hablaban tú y Valentina antes? —preguntó, como si no lo hubiera notado antes.

—Nada importante —respondí, mordiéndome un poco la lengua. Sabía que cualquier cosa que dijera lo llevaría de vuelta al tema de la homofobia y las bromas de mal gusto.

—Oh, ya sé... la feminista nazi te está llenando la cabeza de tonterías, ¿verdad? —comentó Amadeus, masticando su comida sin dejar de mirarme.

Rodé los ojos.

—Deja de decir esas estupideces, Amadeus —contesté, sin ganas de entrar en su juego—. No todo el mundo está en tu contra.

Josué y Edelmir soltaron risitas, como si el comentario de Amadeus fuera lo más gracioso que habían escuchado en semanas.

—Tú siempre tan serio, Jiho. Relájate un poco —insistió Amadeus, ahora con la mirada fija en mí, como si esperara una reacción más fuerte.

Lo ignoré y me concentré en mi bandeja, pero la tensión estaba ahí, latente, como siempre.

El último timbre resonó, y la escuela se vació rápidamente. Amadeus y yo salimos juntos, caminando en dirección a nuestras casas. La calle principal estaba llena de estudiantes que se dispersaban, así que tomamos el pasillo estrecho que solíamos usar para evitar el bullicio.

—Siempre me parece que estamos en una película de terror por aquí —dijo Amadeus, mirando a su alrededor con una mueca.

—Es solo más rápido —le respondí, sin darle mucha importancia.

De repente, Amadeus se detuvo y me empujó contra la pared del pasillo. Me sorprendió su gesto, pero antes de que pudiera decir algo, sus labios encontraron los míos en un beso intenso. Fue un beso lleno de una necesidad que me hizo sentir mareado. Cerré los ojos, dejándome llevar por el momento.

—¿Por qué cierras los ojos? —preguntó Amadeus, su voz llena de una mezcla de sarcasmo y curiosidad—. ¿Te imaginas que estás besando a Valentina?

Abrí los ojos de golpe, encontrándome con su mirada desafiante. Me sorprendió la pregunta, pero también su tono, que ahora parecía más molesto que juguetón.

—¿Qué demonios estás diciendo? —le respondí, tratando de recuperar el aliento—. ¿Qué tiene que ver Valentina en esto?

—Todo —gruñó Amadeus, cruzando los brazos mientras me observaba con una mirada furiosa—. Siempre estás con ella, siempre la ayudas. ¿Te gusta, verdad? —Amadeus me empujó de nuevo contra la pared, esta vez con más fuerza, sus ojos brillaban con una mezcla de celos y resentimiento—. Pero no te hagas el idiota, ¿por qué siempre le haces caso? ¿Te excita que sea tan mandona? ¡Vamos, dímelo! Así yo también-

Fue entonces que tomé su rostro y lo besé.

—Eres un idiota —dije cuando lo vi cerrar los ojos.

No dijo nada y volvió a besarme.

Comenzó a llover.

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