ꜰᴇʟɪx
CHAPTER SIX
Felix
Narradora:
La infancia de Felix no ha sido fácil...
Estar en el carro con Minho le trae serios recuerdos de su infancia, pero no son recuerdos agradables. Esos momentos oscuros que parecían atraparlo en una burbuja de dolor. Cada palabra que Minho pronuncia lo envuelve en un deja vu, una sensación inquietante que lo hace recordar todo lo malo que vivió durante su niñez. Felix seguía sangrando, intentando detener la hemorragia con su mano. Con la mirada fija en sus zapatos, notó las manchas de sangre que se acumulaban en la tela. Recuerdo desbloqueado...
Desde muy pequeño, ha enfrentado muchas peleas, cada una dejando cicatrices invisibles en su alma. Pero, a pesar de todo, su sonrisa nunca desaparece por completo. Es un guerrero en su propio campo de batalla. Su sueño es convertirse en un gran pediatra, alguien que pueda cuidar de los niños que han sufrido como él, o tal vez crear su propio orfanato. Un lugar donde los empleados se preocupen de verdad por cada niño y niña, donde la calidez y el cariño sustituyan la frialdad y el abandono. No como el orfanato donde él se encontraba, un lugar que parecía más una prisión que un hogar.
Recuerda momentos de felicidad, pequeñas chispas de luz en medio de la oscuridad. Él era tan feliz... Todo era tan perfecto, tan idílico... hasta que sucedió ESE accidente.
El accidente que le arruinó la vida por completo. Era un día como cualquier otro, lleno de risas y juegos, hasta que de repente, todo se desmoronó. Era tan feliz... Pero esa felicidad se desvaneció en un instante, arrastrada por el torbellino del destino.
Ahora, mientras está sentado en el carro, una mezcla de nostalgia y tristeza lo invade. Es un recordatorio de que, aunque las cicatrices del pasado pueden doler, también han forjado su determinación. Felix sigue adelante, con la esperanza de que un día, el niño herido que lleva dentro encontrará la paz.
15 años atrás:
Los padres de Felix estaban alistándose para salir a una fiesta fuera de Seúl, más exactamente a Busan. ¿Quién no quiere escapar de la rutina, verdad?
—¿Están listos para ir? —preguntó el padre de Felix con un tono emocionado que casi sonaba como un niño en vísperas de Navidad.
La madre de Felix, junto a él, le respondieron "sí" al unísono, como si fueran un dúo de canto. El padre les dedicó una sonrisa radiante, como si acabara de ganar la lotería, y subió al carro. Todo parecía estar en orden, la atmósfera era tranquila, casi mágica. Se puso algo de música clásica, la favorita de la madre de Felix, para mantener ese ambiente relajado.
Mientras los padres ocupaban los asientos delanteros, el pequeño Felix, con su pelo gris, se acomodaba en la parte trasera, disfrutando de un sueño profundo. Tenía solo cuatro años y, en ese momento, el mundo era un lugar seguro y tranquilo. Todo iba perfectamente bien.
Pero como suele suceder en las mejores historias, la calma fue interrumpida. Detrás de ellos apareció un carro negro que parecía sacado de una película de terror. Los padres de Felix le dieron poca importancia, pensando que era solo otro automovilista que se había atrasado para una reunión. Porque, claro, en esa carretera tan transitada, nada podría salir mal. O eso creían.
Sin embargo, la madre de Felix decidió mirar más de cerca la matrícula del auto... y su rostro se tornó pálido.
위 3481.
Era la placa de su hermanastro.
La madre de Felix se asustó. ¿Qué hacía su hermano allí? Un mar de preguntas inundó su mente. No sabía si decirle a su esposo, porque, sinceramente, él podría entrar en pánico y acelerar, lo que sería como jugar a la ruleta rusa en una carretera. El padre de Felix, al notar la tensión en el ambiente, preguntó qué pasaba. La madre, en un momento de indecisión, se quedó callada, considerando si debía confesar lo que había visto. Los silencios incómodos son siempre los más dramáticos.
Finalmente, tras un par de minutos que parecieron eternos, le contó lo sucedido.
Al escuchar la noticia, el padre de Felix no pudo evitar alterarse. Un momento después, el auto comenzó a acelerar, como si tuviera prisa por escapar de una película de terror. La tensión aumentó, y mientras Felix se despertaba, llorando, su madre intentó calmarlo, pero era como intentar detener una tormenta con un ventilador.
—¿Por qué huían? —te preguntarás. La respuesta es simple: debían una fortuna a su hermanastro, y pagar la deuda no era una opción. El automóvil de su tío se acercaba cada vez más. El mejor plan que pudo concebir el padre fue tomar un desvío, aunque no conocía el camino. Y como era de esperar, eso nunca sale bien.
Todo estaba oscuro, con solo los faroles del carro iluminando el camino. Las piedras del camino parecían jugar su propio juego de "trampa" con el pequeño Felix, que lloraba cada vez más fuerte. De repente, una tormenta se desató, como si el cielo decidiera unirse al drama.
El señor Lee aceleró al ver que el carro de su hermano seguía muy cerca. La tensión se palpaba en el aire. Y, como si todo pudiera ir aún peor, el carro cayó en un acantilado. ¿Hay algo más que pueda salir mal?
Los gritos resonaron en el aire mientras el carro de In-Yeop, el hermanastro de la madre de Felix, se detuvo a observar la escena. Con una sonrisa que parecía sacada de un episodio de comedia negra, se acercó. Pensó que el auto de los Lee se había convertido en cenizas. Pero cuando estaba a punto de regresar a su carro, un sonido cortó el aire.
Era el llanto de Felix.
Si Felix seguía vivo, eso significaba problemas. La única solución lógica que se le ocurrió a In-Yeop fue subirse a su auto y planear una fuga a otro país, quizás incluso cambiarse el nombre. Porque, claro, huir siempre es la solución más madura.
El tío de Felix se alejó, dejando solo el llanto del pequeño resonando en el silencio. Sin embargo, como en una película de acción, apareció un carro blanco. Dentro, había una mujer de cabello rubio, vestida con un estilo que haría que cualquier pasarela se sonrojara. Un saco negro, pantalones anchos, una camisa blanca y joyería de marca que brillaba más que una estrella.
La mujer, que parecía una muñeca, miró más allá del acantilado, evaluando la situación. Más personas se acercaron, curiosas. Roseanne Park, así se llamaba la mujer, rápidamente llamó a los bomberos y le indicó a un chico cercano que llamara a la ambulancia y a la policía.
Aunque el acantilado no era muy profundo, las rocas afiladas podrían ser mortales.
Pasaron unos minutos que se sintieron como una eternidad, hasta que llegaron los agentes especiales. Con una eficiencia digna de una película de acción, comenzaron su trabajo para rescatar a los padres de Felix y a él. Tras varias horas de esfuerzos y con la ayuda de la lluvia, lograron apagar el fuego que consumía el carro. Gracias a la lluvia, que decidió unirse a la fiesta, el incendio no se convirtió en un espectáculo de fuegos artificiales.
Milagrosamente, los padres de Felix y él sobrevivieron, pero se llevaron una buena dosis de sustos. Los llevaron a un hospital de urgencia, donde seguramente recibirían atención médica... y, tal vez, una buena charla sobre la responsabilidad al conducir.
En el hospital:
Las ambulancias llevaron a los padres de Felix y a él hacia el hospital. Pero, cuando llegaron, la fría verdad se hizo evidente: sus padres estaban muertos. La noticia cayó sobre él como un peso insoportable, aplastando cualquier destello de esperanza que pudiera haber mantenido en su corazón. Habían muerto en el trayecto, y los enfermeros, con rostros impasibles, comenzaron a sacar los cuerpos y llevarlos hacia la morgue.
Lo único que le quedaba era el dolor punzante de su pérdida y las quemaduras que le recorrían la piel, heridas que hablaban de un trauma físico y emocional que apenas comenzaba a comprender. A pesar de su sufrimiento, Felix seguía vivo. Lo llevaron a emergencias, donde lo trataron adecuadamente, pero cada día en el hospital era un recordatorio de lo que había perdido.
Estuvo en el hospital durante siete meses, tiempo en el que aprendió a enfrentar su dolor, aunque cada cicatriz en su piel era un recordatorio de la tragedia que había marcado su vida. Cuando finalmente lo dieron de alta, pensó que tal vez, por fin, podría encontrar un nuevo hogar, un lugar donde pudiera sanar.
Siete meses después del accidente:
Pasados siete meses de recuperación, mandaron a Felix a El Hogar de Huérfanos de Corea, un lugar que prometía estar "a salvo". Al llegar, se encontró con un edificio imponente y vasto, con capacidad para mil personas. Su estética rústica y al mismo tiempo aterradora le dio una sensación de desasosiego. Grandes candelabros colgaban del techo, su brillo dorado contrastaba con las sombras que se deslizaban en las esquinas, y el aire estaba impregnado de un aroma hipnotizante, el de las costillas de cerdo que venían de la cocina. Todo esto creaba una atmósfera engañosa, que intentaba disfrazar la oscuridad que se cernía sobre el lugar.
A su llegada, Felix observó a un montón de niños corriendo y jugando, riendo y gritando, disfrutando de la aparente alegría del momento. Sin embargo, su mirada se detuvo en un niño en particular: un niño de cabello rubio, que abrazaba un oso de peluche con tanta ternura que parecía que era su único refugio en aquel mundo caótico. El niño estaba en una esquina, observando el bullicio con una expresión que delataba una soledad profunda.
Felix sintió un impulso irrefrenable de acercarse a él, de hablarle, de compartir un momento de conexión. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, un grupo de adultos lo rodeó, llevándolo de la mano. Le estaban haciendo un tour por el orfanato, mostrándole su habitación y ayudándole a elegir su ropa.
A pesar de la amabilidad aparente de las personas que lo guiaban, Felix sentía que cada paso lo alejaba de aquel niño rubio y su oso de peluche. Quería gritar, quería correr hacia él y preguntar si también se sentía solo, pero las palabras se ahogaban en su garganta mientras lo llevaban cada vez más lejos.
El tour pasó rápidamente, aunque Felix apenas prestó atención. Sus pensamientos estaban atrapados en el rostro del niño rubio, en la forma en que su mirada se perdía en el horizonte. Deseaba que el tiempo se detuviera, que pudiera regresar y acercarse, pero todo lo que podía hacer era seguir adelante, sintiéndose un poco más perdido en aquel lugar que pretendía ser su nuevo hogar.
Finalmente, lo condujeron a su habitación, un espacio simple pero acogedor. Una cama pequeña, una mesita de noche y una ventana que daba a un jardín donde los niños jugaban. Sin embargo, la imagen del niño rubio y su oso de peluche seguía atormentándolo, como una sombra que no podía sacudirse. Sabía que, a pesar de los grandes candelabros y el aroma de la cocina, el verdadero desafío apenas estaba comenzando.
Después del tour:
Le mostraron todo el orfanato, excepto un cuarto muy raro que tenía un letrero que decía: "The Torture Room" (El cuarto de tortura). Felix, al venir de Australia, sabía inglés, y al ver aquel cartel, su sonrisa se desvaneció por completo. Se preguntaba qué hacían en ese cuarto, una pregunta que lo inquietaba y le llenaba de temor.
La verdad era que nadie sabía realmente lo que había dentro de aquella habitación. Los únicos que conocían su oscuro secreto eran él, el director, el personal y, por supuesto, Choi Min Jin. Jin era una figura temida entre los niños. Su presencia era sinónimo de sufrimiento y miedo. Siempre vestido de manera impecable, con un aura de autoridad que le otorgaba el control total sobre aquellos a los que debía cuidar. Sin embargo, no era un cuidador, sino un carcelero disfrazado.
Los rumores sobre el cuarto eran espeluznantes. Los nuevos llegaban al orfanato llenos de esperanza, pero cuando oían hablar del "cuarto de tortura", sus rostros se tornaban pálidos. Los más pequeños, ignorantes de la verdad, preguntaban con curiosidad a los que llevaban más tiempo allí. A ellos les decían que era solo un almacén, que los adultos lo habían llamado así porque muchos niños decían que allí se encerraban a magos y duendes malos. Pero los que ya habían vivido lo suficiente en aquel lugar sabían que la realidad era mucho más cruel.
Felix trató de deshacerse de esos pensamientos, de la inquietud que le provocaba el letrero. ¿Qué secretos oscuros guardaba el orfanato? ¿Por qué nadie se atrevía a acercarse a esa puerta? La curiosidad lo atormentaba, pero el instinto de supervivencia le decía que era mejor no indagar más.
Una noche, mientras la lluvia golpeaba el techo y el viento aullaba fuera, Felix se encontró en un pasillo vacío, con el eco de sus pasos resonando en la soledad. Miró hacia la puerta del cuarto de tortura, sintiendo una extraña mezcla de miedo y curiosidad. ¿Y si solo era un lugar donde guardaban cosas viejas? Pero el sentimiento de que había algo más, algo terrible, lo mantenía alejado.
Mientras estaba perdido en sus pensamientos, escuchó un murmullo que provenía de detrás de la puerta. La voz era baja y casi inaudible, pero la palabra "ayuda" resonó en su mente. Se congeló, su corazón latía con fuerza. Había algo muy mal en ese lugar, y Felix sabía que, si alguna vez se atrevía a cruzar esa puerta, su vida cambiaría para siempre.
Decidió que debía mantenerse alejado de ese cuarto, al menos por ahora. Sin embargo, la inquietante sensación de que algún día tendría que enfrentarse a lo que había detrás de esa puerta lo acompañaría.
Los únicos que saben que hay dentro de esa habitación soy yo,el director,el staff y no olvidemos a...
Choi Min Jin
Choi Min Jin,más conocido como Jin,trabajaba en aquel orfanato,pero no de una manera muy linda que digamos...Él se encargaba de torturar y violar a los jovenes del lugar.No importa si son hombres o mujer,nadie se salva de sus garras.Todos le tienen miedo.Era alto,tenía el cabello negro y su mirada era aterradora.Se supone que solo torturaría a los que se portaban mal,pero el rompía esa regla,haciendo sufrir hasta a los nuevos.
El tenía una gran lista,lista cual contenía todos los nombres de los chicos y chicas del orfanato.Al enterarse de que Felix ingresó al orfanato,obviamente lo anotó.Ok si,les dije que nadie conocía que hay dentro de "El cuarto de tortura",pero solo lo conocen l@s chic@s que han sido tocados por Jin.Bueno,en realidad solo algunos,ya que la mayoría son violados en su propia habitación.
Los nuevos, especialmente los más pequeños, siempre preguntaban a los que llevaban más tiempo en el orfanato qué había detrás de aquella puerta ominosa. A los menores, de cuatro a diez años, les contaban historias inventadas, diciéndoles que era un gran almacén donde, según los rumores, torturaban a magos y duendes malos. Pero a los mayores les revelaban la verdad, dejando una huella de miedo que se transformaba en traumas ocultos.
Felix, con solo cuatro años, no comprendía la gravedad de la situación. Se encontraba en su pequeño cuarto, guardando la ropa que le habían entregado. Con manos torpes, apilaba las prendas de forma desordenada, en un bulto que parecía más un revoltijo que un conjunto de ropa. Estaba concentrado, ajeno a los horrores que acechaban en la oscuridad del orfanato, cuando de repente, alguien entró en el cuarto.
Era el niño del peluche de oso.
Al verlo de cerca, Felix notó las suaves facciones de su rostro. Tenía el cabello rubio que brillaba a la luz tenue del cuarto, los ojos negros que parecían contener secretos profundos, y la piel blanca que contrastaba con la oscuridad que les rodeaba. En ese momento, sus ojos lucían algo hinchados, como si hubiera estado llorando.
—Así no se dobla la ropa —dijo el chico, su voz suave pero firme—. Déjame enseñarte cómo se hace correctamente.
Con manos cuidadosas, el niño comenzó a deshacer el bulto de prendas y a doblarlas con precisión. Felix observaba con atención, fascinado por la manera en que lo hacía. Era un proceso sencillo, pero para él, resultaba complicado. Pasaron minutos, quizás horas, y cada vez que Felix se equivocaba, el chico suspiraba suavemente, le daba una palmada en la espalda y repetía las instrucciones con más detalle.
No era un simple acto de enseñar; era un acto de paciencia y bondad en un lugar donde escaseaban. Al final, después de múltiples intentos y mucho esfuerzo, Felix finalmente logró doblar su ropa solo. El pelirubio sonrió con satisfacción, una chispa de orgullo en sus ojos. Era un pequeño triunfo en medio de la desolación que les rodeaba.
—¡Lo hiciste! —exclamó el niño, animado—. Ahora ya sabes cómo hacerlo.
Felix sintió una oleada de felicidad. En un lugar donde el miedo y la incertidumbre eran constantes, ese pequeño momento de aprendizaje y conexión era un rayo de luz. El niño del peluche de oso le sonrió una vez más antes de despedirse.
—Es hora de dormir. Buenas noches, Felix.
Mientras el niño se alejaba, Felix sintió que, aunque el orfanato podía ser un lugar oscuro y aterrador, también había destellos de esperanza, de amistad que podían florecer en medio del sufrimiento. Con una sonrisa en su rostro, se metió en la cama, sintiendo que, aunque el futuro era incierto, había encontrado un amigo en medio de la tormenta.
En la madrugada:
Felix se despertó sobresaltado a las dos de la mañana, con la boca seca y la necesidad urgente de un vaso de agua. Se levantó de su cama, buscando a su alrededor, pero el chico de cabello rubio no estaba por ningún lado. Pensó que, quizás, Seungmin también había salido a beber agua, pero en el fondo algo no cuadraba. Aun así, decidió no darle demasiadas vueltas y abrió la puerta de su habitación.
El frío lo golpeó de inmediato. Todo estaba oscuro, demasiado oscuro. El aire estaba cargado, denso, como si algo en la atmósfera hubiera cambiado. No había ni una luz encendida, y el suelo crujía bajo sus pies con cada paso que daba. Aquel orfanato solitario parecía más siniestro que de costumbre. Fue entonces cuando sintió un ligero toque en su hombro, helado y perturbador.
"Esto no es bueno", pensó, y se detuvo en seco.
Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Giró lentamente la cabeza, el corazón a punto de salírsele del pecho, para ver quién o qué lo había tocado. Apenas podía distinguir los rostros que lo observaban, pero al reconocerlos, un terror visceral lo invadió por completo. Saltó del susto, casi cayéndose de espaldas.
Eran sus padres.
El pánico lo golpeó con fuerza. Esto no puede estar pasando. Intentó correr, pero su padre lo detuvo fácilmente, sujetándolo por la parte trasera de su pijama. Felix temblaba, sus piernas eran incapaces de moverse, paralizado por el miedo. No podía ser real. Ellos habían muerto. Las enfermeras del orfanato le habían dicho que sus padres habían fallecido.
"No, no, no pueden ser ellos..." pensaba una y otra vez, tratando de convencerse.
Pero sus padres sonrieron, de una forma que no había visto jamás. Le dijeron que todo había sido un error del orfanato, que no habían muerto, que estaban vivos. Felix, con solo cuatro años en aquel entonces, no tenía razones para no creerles. Las palabras de sus padres, suaves pero perturbadoras, calaron hondo. Se dejó llevar por ellas, siguiendo a sus padres fuera del orfanato sin cuestionarlo.
Iban caminando los tres, como si todo fuera perfecto. La madre a la derecha, el padre a la izquierda, y Felix en el medio, protegido por esa ilusión de normalidad que nunca había tenido. Todo iba bien... Demasiado bien. Hasta que, de la nada, aparecieron unos guardias. De inmediato, se llevaron a Felix a la fuerza, separándolo de sus padres una vez más.
El chico gritaba, lloraba, suplicaba, pero los guardias no mostraban ninguna compasión. Sus padres, mientras tanto, gritaban que los dejaran en paz, que estaban maltratando a su hijo. Pero nada parecía importar. Los guardias tenían un destino claro en mente para Felix: "El cuarto de tortura".
A cada paso que daban, el pánico de Felix aumentaba. Lo arrastraban sin piedad por el brazo derecho, justo donde aún persistía una vieja herida del accidente automovilístico que había marcado su vida. Los pasillos eran largos, adornados con detalles florales y un tapete color vino que, en cualquier otra situación, habría parecido hermoso. Pero ahora, ese lugar solo emanaba miedo.
Forcejeó, trató de liberarse, pero era inútil. Los guardias eran más fuertes, y cada vez que intentaba escapar, lo sujetaban con más fuerza. Cuando finalmente llegaron al final del pasillo, se encontraron con Choi Min Jin, sentado en la mesa de su oficina, como si hubiera estado esperándolos.
Con un gesto despreocupado, los guardias lanzaron a Felix hacia la mesa y se marcharon, dejándolo solo con Jin. El hombre se levantó lentamente y se acercó a Felix. Una sonrisa torcida apareció en su rostro mientras acariciaba la mejilla del chico, sus manos deslizándose por su cuerpo como serpientes, provocando un escalofrío que lo hizo temblar. Felix se sentía atrapado, su mente tratando de procesar lo que estaba ocurriendo, pero todo era demasiado rápido, demasiado aterrador.
La tensión en el aire era palpable. Felix no podía contenerse más y, de repente, soltó un grito desesperado, un grito cargado de puro terror.
Choi Min Jin, sin embargo, no reaccionó con sorpresa. Con una calma fría y calculada, lo golpeó en la cabeza, haciéndolo caer al suelo como un muñeco de trapo. Pero no se detuvo allí. Con una crueldad que parecía casi natural, comenzó a patearlo repetidamente, sin mostrar el más mínimo rastro de remordimiento.
"Vuelve a gritar de esa manera," —hizo una pausa, su voz llena de veneno—, "y te aseguro que no verás el amanecer."
El tono amenazante de Min Jin hizo que Felix temblara aún más. Apenas podía moverse. Se levantó con dificultad, tambaleándose mientras trataba de mantener el equilibrio. Pero su fuerza se agotaba rápido. Min Jin, sin decir una palabra más, comenzó a desvestirse con una sonrisa perversa en el rostro.
La escena fue demasiado para Felix.
El mundo se volvió negro, y cayó desmayado al suelo.
Felix se despertó agitado, con el corazón latiendo como si acabara de correr una maratón. Miró a su alrededor, tratando de orientarse en la oscuridad que lo envolvía. Todo parecía haber sido solo una pesadilla... pero, ¿por qué tenía que ser sobre sus padres? La habitación le resultaba familiar, reconociendo las cortinas gastadas y el débil sonido del viento colándose por la ventana mal cerrada. Revisó el reloj que descansaba sobre su mesita de noche: las siete en punto de la mañana. Sin embargo, algo no cuadraba. El chico de cabello rubio no estaba allí, como en su sueño.
Felix permaneció inmóvil, debatiéndose entre si debía salir de la habitación o quedarse bajo las sábanas, como si estas pudieran protegerlo de cualquier mal que acechara afuera.
Minutos después, el rubio apareció, con el cabello empapado y gotas de agua aún cayendo de sus mechones. Al verlo, Felix soltó un suspiro de alivio, aunque su rostro seguía pálido por el susto. El pelirubio se acercó a él con preocupación evidente en sus ojos oscuros, casi como si pudiera sentir la tensión que se apoderaba del aire. Sin decir una palabra, le puso la mano en la frente para comprobar si tenía fiebre, o algo peor, ya que no había ni un miserable termómetro en aquel lugar.
—¿Qué pasó? —preguntó en un tono suave—. ¿Te puedo ayudar en algo? Me lo puedes contar cuando estés listo, ¿ok?
Felix respiró hondo, tratando de calmarse. Estaba listo. O eso se decía a sí mismo.
Con un temblor en la voz, comenzó a relatar cada detalle de la pesadilla que lo había atormentado. Cada palabra era como un peso que soltaba de su pecho, y el rubio, atento, lo escuchaba en silencio, como si fuera la única persona en el mundo que importaba en ese momento. Al terminar, Felix se sentía algo más ligero, pero no lo suficiente como para evitar que las lágrimas brotaran. Su amigo lo abrazó sin dudarlo, y Felix, ya incapaz de contenerse, lloró.
Después de lo que pareció una eternidad, ambos se separaron. El chico mayor le dijo su nombre: Kim Seungmin, aunque Felix ya lo sabía. Estaba en ese orfanato desde los seis años, y siempre encontraba una forma de cuidarlo. Seungmin mencionó que tenía que ir a calentarle agua para que pudiera bañarse, ya que a esas horas el agua estaba tan fría que podría congelar un alma. Felix asintió, observando cómo el otro salía de la habitación. Y así, de repente, se quedó solo.
Mala idea.
Los segundos se convirtieron en minutos, y los minutos en horas. El reloj marcaba ya las diez de la mañana. ¿Tres horas? ¿Dónde estaba Seungmin? El ambiente de la habitación se volvió denso, casi irrespirable. Felix sentía una mezcla de preocupación y miedo creciendo en su interior, como una nube negra que lo envolvía. Quería llorar, gritar, hacer algo... pero se quedó paralizado. Todo iba, más o menos, soportable, hasta que escuchó el sonido de la puerta abriéndose lentamente.
El hombre de su pesadilla estaba allí.
Choi Min Jin.
Felix sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras lo observaba acercarse. Sus ojos estaban llenos de maldad, como si disfrutara del miedo que provocaba en el chico. Se detuvo frente a él y, con una sonrisa perturbadora, le tomó la cara con su mano derecha, examinando cada centímetro de su rostro. Felix sintió cómo su piel se erizaba ante el contacto, y su miedo se transformó en un asco profundo. El rostro de muñeco, con facciones suaves y pecas dispersas, parecía haber llamado la atención de Choi Min Jin.
—¿Te preguntas dónde está tu pequeño amiguito? —dijo Min Jin con una voz gélida.
Felix solo asintió, su garganta incapaz de emitir sonido alguno.
—Pues bien, te llevaré con él —dijo, arrastrando las palabras, como si disfrutara alargando el momento.
Felix, ingenuamente, sintió una chispa de esperanza. Tal vez lo llevaría a ver a Seungmin... pero no sabía lo que realmente le esperaba.
Min Jin lo tomó de la mano y lo condujo fuera de la habitación. Felix lo siguió, sin tener idea de la dirección hacia la que se dirigían.
¿Y saben dónde lo llevó?
a. A ver a Seungmin.
b. A las duchas.
c. Al cuarto de tortura.
¡Exacto! La respuesta c es la correcta... Lo llevó al famoso "cuarto de tortura", y solo Dios sabe lo que sucederá allí. Aunque, entre tú y yo, ya tenemos una buena idea de lo que viene.
Felix sentía un escalofrío recorrer su espalda mientras cruzaba el umbral de aquella puerta pesada, el sonido del cerrojo resonando como un eco ominoso. Las paredes estaban manchadas, como si guardaran los gritos de aquellos que habían pasado por allí antes. Cada paso que daba resonaba en su mente, multiplicando su ansiedad.
-¿Dónde estás, Seungmin?- murmuró para sí mismo, tratando de encontrar consuelo en su propio susurro, pero la angustia solo se intensificaba.
Choi Min Jin, que caminaba delante de él con una calma inquietante, se detuvo y giró su cabeza para mirarlo, una sonrisa torcida en sus labios.
-Esto no será tan malo, Felix. Solo un poco de diversión,-dijo con una voz que le resultaba fría y burlona. -Después de todo, siempre has sido un chico curioso.
Felix tragó saliva. Sabía que su curiosidad lo había metido en problemas antes, pero esta vez, estaba dispuesto a luchar. ¿Cómo podía dejar que esto le pasara a Seungmin? Con cada instante que pasaba, la desesperación crecía dentro de él.
Al entrar en el cuarto, la oscuridad parecía envolverlo como una sombra amenazante. Una luz tenue iluminaba el espacio, revelando un par de sillas antiguas atadas con cuerdas, y en la esquina, un estante lleno de objetos que hacían que su corazón latiera más rápido. ¿Qué clase de "diversión" estaba planeando Choi Min Jin?
Felix respiró hondo, preparándose mentalmente. Sabía que tenía que ser fuerte, no solo por él, sino por Seungmin, quien probablemente necesitaba su ayuda más que nunca. Con determinación, se giró hacia Choi Min Jin.
—No voy a dejar que me hagas esto. —las palabras salieron de los labios de Felix como un grito silencioso.
La sonrisa de Choi se desvaneció por un momento, y la mirada que le lanzó era un desafío.
-¿Crees que puedes detenerme? Este es mi mundo, Felix. Y tú estás en mis manos.
Con el corazón acelerado, Felix se dio cuenta de que esto apenas comenzaba.
Como ya habré mencionado antes, lo que le hacía Min Jin a los jóvenes y niños no era tan bonito como podríamos decir. Era un ciclo de dolor y manipulación que dejaba cicatrices profundas. Los murmullos en los pasillos del orfanato resonaban como ecos de advertencia, pero muchos hacían la vista gorda, creyendo que las palabras eran solo rumores infundados por la envidia o la imaginación de los que no podían soportar la realidad.
Felix, por su parte, había sido testigo de las actitudes de Min Jin, sus miradas sibilinas y el toque desmesurado que provocaba escalofríos. Era como un depredador acechando a su presa, y él, al ser uno de los más vulnerables, sentía el peso de esa mirada en su piel.
Nunca había sabido cómo actuar. La confusión y el miedo lo mantenían atrapado, paralizado ante la cruel indiferencia del mundo que lo rodeaba. La tristeza de ver a otros caer bajo el yugo de Min Jin se mezclaba con su impotencia, un cóctel devastador que lo hacía sentir pequeño e insignificante.
Un día, mientras observaba desde un rincón oscuro, escuchó los llantos de un niño que había sido atrapado en las garras de Min Jin. Cada sollozo resonaba en su corazón, un recordatorio de que, a pesar de su deseo de ayudar, sus propias cadenas eran pesadas.
¿Por qué nadie hacía nada?
No se sabe si Min Jin está muerto o vivo, pero los traumas que les dejó a los niños son imborrables. Cada recuerdo que susurra en la oscuridad se convierte en un eco que resuena en sus corazones, una carga que llevan con ellos a cada paso.
Los jóvenes que sobrevivieron a su manipulación caminan como sombras, con sonrisas que parecen máscaras. Algunos han encontrado formas de sobrellevar su dolor, mientras que otros se han perdido en la niebla de la desesperación. La libertad física no es suficiente para borrar las cicatrices que ha dejado su presencia; el daño emocional persiste, como un tatuaje invisible que les recuerda constantemente su sufrimiento.
Presente:
Narradora:
Felix y Minho llegaron a su casa. El aire estaba cargado de tensión, y una fría sensación de miedo se apoderó de Felix. Temblaba, no solo por el frío que se colaba a través de su ropa, sino por el terror que se había instalado en su pecho. Sabía que lo que había enfrentado anteriormente con Min Jin no era un simple recuerdo; era una sombra que lo seguía, siempre lista para atacar en el momento más inesperado.
Apenas bajaron del carro y entraron al departamento, Minho lo empujó con fuerza, haciendo que Felix cayera al suelo. El impacto resonó en su cuerpo, y el dolor en su brazo se intensificó, avivando las viejas cicatrices de un pasado que parecía nunca irse.
Felix respiró hondo, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar. Toda la tortura que había vivido antes se repetía en su mente como un bucle aterrador. La sensación de indefensión lo envolvía, un manto pesado que le hacía sentir aún más vulnerable.
—¿Vas a seguir así? —rugió Minho, su voz cargada de furia.
—Por favor... —murmuró Felix, el dolor de su brazo punzando con cada palabra.
El llanto se apoderaba de su garganta, pero se obligó a mantenerse firme. Sabía que llorar solo podría empeorar las cosas, y la impotencia lo mantenía atado. Sin embargo, el terror se desbordaba en su interior, una tormenta de recuerdos y emociones que lo dejaba sin aliento.
Minho se acercó, la rabia aún chisporroteando en sus ojos. Felix deseaba que fuera solo un mal sueño, una pesadilla de la que pudiera despertar, pero la realidad lo golpeaba con la crudeza de un puño cerrado.
—¡Levántate! —gritó Minho, su tono cortante.
Felix sintió que su corazón se hundía. No sabía cómo reaccionar. A pesar de todo el dolor que había soportado, de las luchas internas que había enfrentado, la traición de Minho le dolía más que cualquier herida física.
—No puedo... —respondió, su voz temblando mientras intentaba mover el brazo. El dolor era insoportable, una ola que lo arrastraba hacia lo más profundo de su miedo.
—¿Tú crees que eso a mí me importa? —decía Minho con un tono serio mientras se quitaba la parte superior de su ropa.
Desde ese punto, Felix ya sabía lo que estaba a punto de vivir... De nuevo. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y el pánico comenzó a apoderarse de él. Cada fibra de su ser le decía que debía levantarse, escapar, pero sus piernas parecían estar ancladas al suelo.
—Minho, por favor... —susurró, tratando de mantener la calma a pesar de la tormenta que se desataba en su interior. Era como revivir un ciclo aterrador, uno que había creído haber dejado atrás.
A Minho no le importaron ninguna de sus palabras, y solo le hizo lo que Felix nunca había imaginado. Con un movimiento rápido y decisivo, lo empujó nuevamente contra el suelo, sus manos sujetando firmemente los brazos de Felix. La desesperación se apoderó de Felix al darse cuenta de que estaba atrapado, sin posibilidad de escapar de la tormenta que se desataba a su alrededor.
—¡Minho, no! —gritó, su voz llena de pánico, mientras su corazón latía desbocado en su pecho. Cada palabra que había pronunciado, cada intento de razonar, se desvaneció en el aire. El rostro de Minho estaba tan cerca que podía ver la confusión y la rabia mezcladas en sus ojos, pero nada de eso parecía detenerlo.
Al final de todo... La tortura que vivió en el orfanato se volvió a repetir. Minho había logrado que se acueste con él, a la fuerza, haciéndole recobrar cada cosa de su oscuro pasado. Felix sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, como si cada fragmento de su ser estuviera siendo desgarrado nuevamente por las garras de la desesperación.
Los recuerdos comenzaron a fluir, imágenes distorsionadas de momentos de dolor y miedo, de noches en las que había deseado que alguien lo escuchara, que alguien lo ayudara. Pero ahora, en lugar de alivio, había una presión abrumadora.
—¡Detente, por favor! —gritó, la voz quebrada por la angustia. La desesperación de sus palabras resonaba en la habitación, pero el eco era ignorado. Minho, con una mezcla de furia y confusión, parecía atrapado en un ciclo que él mismo había comenzado.
Felix trató de recordar los momentos de luz, aquellos destellos de esperanza que lo habían mantenido en pie. Pero cada vez que intentaba escapar de su mente, las sombras volvían a envolverlo.
—No puedes huir de esto, Felix. —La voz de Minho era fría, casi distante. Como si estuviera hablando desde un lugar ajeno a la humanidad, donde la empatía se desvanecía en el aire pesado de la habitación.
Después de unos minutos más, lo soltó, dejándolo indefenso en el medio del salón, totalmente lastimado y quebrantado. Felix cayó de rodillas, el frío del suelo contrastando con el ardor de su piel. La respiración le costaba, cada aliento parecía un recordatorio de la traición y el dolor que había experimentado.
Minho caminó decidido hacia el teléfono, sus pasos firmes resonando en la habitación mientras sus dedos temblorosos comenzaban a marcar un número a toda velocidad. Cuando el tono de llamada se hizo presente, su expresión se tornó implacable, como si cada segundo de espera afianzara su determinación. Tras varios pitidos, la llamada fue finalmente respondida. Sin perder tiempo, Minho activó el altavoz, permitiendo que Felix, quien lo observaba con creciente inquietud, pudiera escuchar cada palabra que se intercambiara.
Y entonces, la voz de Hyunjin rompió el tenso silencio con una mezcla de rabia y resentimiento.
—Choi Minho... —gruñó, con un tono peligroso—. ¡Te dije que no me volvieras a llamar! ¡Has traicionado mi confianza al filtrar toda la información confidencial de la empresa a nuestros competidores! ¡Maldito idiota!
Minho, imperturbable, soltó una risa baja y sarcástica antes de responder con una frialdad calculada.
—Querido Hwang Hyunjin... —pronunció su nombre con un matiz burlón—. Tranquilízate, cariño. Estás asustando a tu dulce noviecito.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, como si Hyunjin procesara con furia creciente lo que acababa de escuchar.
—¿Perdón? —la voz de Hyunjin se volvió peligrosa, cargada de incredulidad.
—Así como lo oíste —Minho continuó, su tono burlón inamovible—. Acabo de acostarme con tu preciado "muñequito".
La atmósfera en la habitación se volvió insoportablemente tensa. Felix, pálido y paralizado por la situación, clavó su mirada en Minho, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Del otro lado del teléfono, un gruñido feroz emergió de Hyunjin, lleno de furia y desesperación.
—¡Suéltalo ahora mismo! —rugió Hyunjin—. ¡No te atrevas a tocar a Felix!
Minho soltó una carcajada amarga, deleitándose en la rabia de su adversario.
—Si realmente lo quieres —dijo con una sonrisa malévola que Felix pudo percibir incluso sin mirarlo directamente—, ven y demuéstramelo. Vamos a ver hasta dónde estás dispuesto a llegar por tu "muñequito".
La llamada terminó abruptamente, pero el eco de las palabras de Minho quedó flotando en el aire, mientras Felix, con el corazón latiendo con fuerza, intentaba procesar lo que acababa de suceder. Minho, sin embargo, solo se limitó a observar con ojos fríos, como si cada pieza de su maquiavélico plan estuviera comenzando a encajar perfectamente.
Felix, con los ojos muy abiertos, intentó hablar, pero las palabras no salían de su boca. Su cuerpo temblaba, no solo por la traición de Minho, sino por el terror de lo que podría suceder. Cada segundo que pasaba sentía que su situación empeoraba, atrapado entre las palabras afiladas de dos hombres poderosos que parecían verlo solo como una pieza más en su juego de egos. El silencio en la habitación se volvió insoportable, hasta que finalmente, Felix encontró el valor para hablar, aunque su voz salió quebrada.
—Minho... ¿por qué estás haciendo esto? —preguntó con un hilo de voz, los ojos llenos de una mezcla de miedo y confusión. El hombre, que hasta hace poco tiempo consideraba su protector, ahora lo miraba con frialdad, como si él no fuera más que una herramienta en sus planes.
Minho no respondió de inmediato. En cambio, caminó hacia Felix con una calma desconcertante, sus pasos resonando como una sentencia en la habitación. Cuando finalmente se detuvo frente a él, inclinó su cabeza ligeramente, observándolo con una sonrisa ladeada, cargada de arrogancia.
—¿Por qué? —repitió Minho, fingiendo sorpresa—. Oh, Felix... deberías saberlo ya. Todo esto es mucho más grande que tú, que yo... incluso más grande que Hyunjin. Lo único que hiciste fue estar en el lugar equivocado, con la persona equivocada.
Felix retrocedió instintivamente, tratando de apartarse de la cercanía de Minho. Pero el espacio en la habitación era limitado, y pronto se vio acorralado, con la espalda contra la pared. Minho dio un paso más, inclinándose hacia él, con una sonrisa siniestra.
—No es personal, Felix. Solo negocios.
—Esto no es un juego... —susurró Felix, con la voz quebrándose—. Yo... yo confíe en ti.
—Lo sé, lo sé —respondió Minho, casi como si estuviera consolándolo, aunque su tono distaba de ser cálido—. Y eso lo hace aún más interesante.
El sonido de un mensaje entrante interrumpió el momento, haciendo que ambos giraran la cabeza hacia el teléfono de Minho. Sin apartar la mirada de Felix, Minho sacó el móvil de su bolsillo y lo desbloqueó. Tras unos segundos leyendo en silencio, su expresión se volvió aún más fría, si es que era posible.
—Bueno, parece que Hyunjin ya está en camino —anunció con un tono triunfal—. Y por lo que veo, no viene solo.
Los ojos de Felix se abrieron de par en par. Sabía lo que significaba: Hyunjin era capaz de cualquier cosa cuando se trataba de protegerlo, pero si realmente había traído refuerzos, las cosas podrían salirse de control rápidamente.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó, su voz temblando, pero al mismo tiempo tratando de mantener la calma.
Minho guardó el teléfono en su bolsillo y se inclinó hacia él, sus labios peligrosamente cerca del oído de Felix.
—Voy a asegurarme de que Hyunjin entienda una cosa —susurró—: Que no todo lo que ama puede protegerlo.
Felix cerró los ojos, intentando contener las lágrimas que amenazaban con brotar. No podía creer que alguien que una vez lo había protegido ahora estuviera dispuesto a destruir todo lo que tenía solo para satisfacer su propio ego. El sonido de un coche frenando bruscamente frente a la casa lo hizo abrir los ojos de golpe. Su corazón latía con fuerza mientras Minho se enderezaba, ajustándose la chaqueta y caminando tranquilamente hacia la puerta.
—Es hora del espectáculo —dijo con una sonrisa maliciosa, abriendo la puerta justo cuando la figura de Hyunjin apareció en el umbral, con el rostro distorsionado por la furia y los puños cerrados con fuerza.
—¡Felix! —gritó Hyunjin, su voz rota por la desesperación. Los ojos de Hyunjin lo buscaban con urgencia, pero Minho bloqueaba la entrada con una tranquilidad perturbadora, como si disfrutara del caos que acababa de desencadenar.
—Tranquilo, Hyunjin —dijo Minho con una serenidad que contrastaba con la tensión del momento—. Felix está bien... por ahora.
Hyunjin avanzó un paso, claramente conteniéndose, pero su mirada amenazaba con arrasar con todo.
—Si lo tocas de nuevo... —advirtió Hyunjin, su voz grave, llena de odio—. Te juro que no vivirás para contarlo.
Minho rió suavemente, sin moverse de su lugar.
—Eso depende de cuánto estés dispuesto a arriesgar por él, Hyunjin. ¿Hasta dónde llegarías para salvarlo?
El aire entre ellos estaba cargado de amenaza, y aunque Felix deseaba gritar, correr, hacer algo para detener lo que estaba a punto de suceder, su cuerpo no respondía. Hyunjin estaba ahí, tan cerca, pero al mismo tiempo tan lejos, atrapado en una trampa que Minho había preparado con precisión.
La respiración de Felix se volvió errática. Estaba atrapado en medio de un enfrentamiento que no comprendía del todo, y la sombra de lo que Minho podría estar planeando lo paralizaba. El sonido de los pasos de Hyunjin avanzando hacia la puerta resonaba como una amenaza. Cada centímetro que acortaba la distancia entre ellos aumentaba la tensión que colgaba en el aire.
Hyunjin detuvo su avance justo frente a Minho, su mirada ardiendo de furia, pero también con algo más que Felix no había visto antes: una especie de miedo. Ese miedo era lo único que Minho parecía disfrutar más que la ira de Hyunjin.
—Muévete —ordenó Hyunjin, su voz rota, pero firme—. Este asunto es entre tú y yo. Déjalo salir, no tiene nada que ver con esto.
Minho ladeó la cabeza, observando a Hyunjin con una expresión de burla contenida. A pesar de la tensión evidente, su postura seguía siendo relajada, como si controlara cada aspecto de la situación.
—No tan rápido —replicó Minho con calma—. Felix tiene todo que ver en esto, Hyunjin. Es tu debilidad, tu punto más vulnerable, y lo sabes. Estoy haciendo lo que tú nunca pudiste hacer... utilizarlo a tu favor.
Hyunjin apretó los puños, sus nudillos blancos por la fuerza con la que se contenía. Felix lo observaba con el corazón en un puño, esperando alguna señal, una respuesta que lo salvara de la red que Minho había tejido. Pero en ese momento, todo parecía colapsar. Los ojos de Hyunjin se encontraron con los suyos, llenos de determinación, pero también de angustia.
—Minho... —comenzó Hyunjin, su tono ahora más bajo, pero no menos amenazante—. Lo que sea que quieras, podemos resolverlo tú y yo. No necesitas involucrarlo. Él no es parte de esto.
Minho soltó una carcajada seca, claramente disfrutando del control que tenía sobre la situación.
—Eso es lo que nunca entiendes, Hyunjin. Siempre tratas de resolverlo todo a tu manera, de proteger a todos, de salvar a Felix como si fueras su único salvador. Pero esta vez... no puedes. Esta vez es diferente.
Se acercó un paso más a Hyunjin, su mirada fija en los ojos furiosos del alfa.
—¿Sabes por qué? Porque esta vez... ya he ganado.
Felix sintió que un escalofrío recorría su cuerpo. Minho hablaba con una seguridad escalofriante, como si cada movimiento hubiera sido planeado con una precisión quirúrgica, y ahora todo lo que Hyunjin intentara hacer estuviera predestinado al fracaso.
—No me subestimes, Minho —gruñó Hyunjin, avanzando un paso más, ahora apenas a centímetros de su enemigo—. No tienes idea de hasta dónde estoy dispuesto a llegar por él.
Minho sonrió, como si estuviera esperando esa respuesta.
—Eso es lo que quiero oír —murmuró, su voz apenas un susurro—. Veamos si es verdad.
Antes de que Felix pudiera siquiera procesar lo que estaba sucediendo, Minho hizo un movimiento rápido. Se giró hacia Felix y, en un solo movimiento, lo tomó del brazo, jalándolo con fuerza hacia él. Felix soltó un pequeño grito, sorprendido, mientras Minho lo arrastraba hacia la puerta.
—¡Felix! —gritó Hyunjin, intentando acercarse, pero Minho levantó la mano, señalando el teléfono que aún sostenía.
—Ni lo intentes, Hyunjin —amenazó, su voz fría como el hielo—. Un solo movimiento en falso y todo esto acaba mal. ¿De verdad quieres arriesgarte?
Hyunjin se detuvo en seco, sus ojos pasando de Minho a Felix. Este último intentaba zafarse del agarre, pero la fuerza de Minho era abrumadora. El miedo lo invadía cada vez más, mientras el sudor frío recorría su espalda.
—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Hyunjin, finalmente cediendo un poco, con el tono de alguien que sabía que estaba en desventaja, pero que aún no había abandonado la lucha.
Minho lo miró con satisfacción, saboreando el momento.
—Quiero que aprendas una lección, Hyunjin. Quiero que sepas cómo se siente perder. Que entiendas lo que es estar completamente impotente.
—Eso no va a pasar —dijo Hyunjin entre dientes, sus ojos clavados en Minho—. Felix no es algo que puedas usar en tu juego.
Minho rió entre dientes, acercándose aún más a la puerta, con Felix prácticamente atrapado en su brazo.
—Oh, pero ya lo estoy usando, ¿no lo ves? —replicó—. Y lo mejor de todo es que tú mismo le diste el valor.
El sonido de sirenas en la distancia distrajo brevemente a ambos. Hyunjin miró hacia el fondo del pasillo, y por primera vez desde que entró, vio una pequeña oportunidad.
—Déjalo ir —dijo Hyunjin, su tono ahora más bajo, más calculador—. Sabes que esto no te llevará a ninguna parte. Lo que sea que quieras, podemos negociar. Pero si le haces daño, no habrá nada que te salve.
Minho apretó los labios, observando con cuidado los movimientos de Hyunjin. Las sirenas se acercaban cada vez más, el ruido ya envolvía el edificio, y sabía que su tiempo era limitado. Soltó a Felix con brusquedad, empujándolo hacia el lado opuesto de la habitación.
—Esto no ha terminado —dijo Minho, mirándolo con frialdad—. Nos veremos pronto, Hyunjin.
Sin más palabras, Minho se giró hacia la salida, justo cuando las luces azules de las patrullas iluminaban la habitación. Mientras desaparecía en la oscuridad, Hyunjin corrió hacia Felix, abrazándolo con fuerza, sus manos temblando mientras lo mantenía a salvo en sus brazos.
—¿Estás bien? —preguntó con la voz entrecortada, mientras acariciaba el rostro de Felix, buscando cualquier señal de daño.
Felix, aún conmocionado, asintió levemente, dejando que las lágrimas finalmente escaparan de sus ojos. Todo había terminado, por ahora.
Rápidamente, Hyunjin cargó a Felix en brazos, sintiendo la urgencia apoderarse de él. Con delicadeza, lo envolvió en una pequeña sábana, asegurándose de que estuviera lo más cómodo y protegido posible. Cada movimiento estaba impregnado de preocupación; sabía que el tiempo era esencial.
Con un vistazo hacia la puerta por la que había desaparecido Minho, Hyunjin se dirigió hacia su auto, el corazón acelerado mientras corría. Abrió la puerta trasera y, con un cuidado extremo, acomodó a Felix en los asientos, asegurándose de que estuviera bien protegido. Su mente estaba en un torbellino de emociones, y el rostro de Felix, pálido y ansioso, era todo lo que podía ver.
Una vez que se aseguró de que Felix estaba a salvo, Hyunjin se subió al asiento del conductor, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Prendió el auto y pisó el acelerador, lanzándose hacia la carretera. La ciudad se deslizaba a su alrededor, pero su enfoque estaba completamente en llegar al hospital.
Mientras conducía, su mente se llenaba de imágenes de lo que acababa de suceder. La forma en que Minho había manipulado la situación y el miedo reflejado en los ojos de Felix lo atormentaban. Cada semáforo que se cruzaba parecía un obstáculo en su camino hacia la seguridad. A medida que la angustia aumentaba, Hyunjin se recordó a sí mismo que debía mantener la calma por el bien de Felix.
—Todo va a estar bien, Felix —murmuró, aunque sabía que su compañero estaba en un estado de vulnerabilidad—. Estoy aquí contigo.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegó al hospital. Detuvo el auto con un frenazo, el motor aún rugiendo mientras salía rápidamente. Corrió hacia el lado trasero, abriendo la puerta con prisa. La pequeña sábana aún cubría a Felix, quien yacía inconsciente, y la preocupación se apoderó de él de nuevo.
—¡Ayuda! —gritó Hyunjin, atrayendo la atención del personal médico que se encontraba en la entrada—. Necesito ayuda, por favor.
Varios enfermeros se apresuraron hacia él, y en un instante, se hicieron cargo de la situación. Con cuidado, levantaron a Felix y comenzaron a llevarlo hacia el interior del hospital. Hyunjin los siguió de cerca, su mente luchando contra el caos de lo que había sucedido.
El ambiente del hospital era un torbellino de luces brillantes y sonidos apremiantes. Mientras los médicos atendían a Felix, Hyunjin se quedó a un lado, observando con el corazón en un puño. Sabía que debía ser fuerte, no solo por él, sino por Felix.
Mientras lo llevaban a la sala de emergencias, Hyunjin sintió que el miedo comenzaba a desvanecerse, reemplazado por una determinación renovada. Tenía que proteger a Felix a toda costa, y esta vez, no permitiría que Minho se interpusiera en su camino.
Cuando los médicos finalmente lo trasladaron a una sala de tratamiento, Hyunjin se sentó en la sala de espera, sus pensamientos llenos de preocupación. Cada segundo que pasaba era una agonía, y su mente no podía evitar preguntarse qué pasaría a continuación. Sin embargo, en el fondo, sabía que debía permanecer positivo; Felix era fuerte, y juntos podrían superar esto.
A medida que el tiempo avanzaba, Hyunjin sintió que cada minuto se alargaba como una eternidad. Tenía que hacer algo, pero ¿qué? La imagen de Minho aparecía en su mente, y la rabia se encendía nuevamente en su interior. No podía dejar que su amigo sufriera más, no mientras existiera una amenaza como Minho en su vida.
Finalmente, después de un tiempo que pareció infinito, un médico salió de la sala. Hyunjin se levantó de un salto, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Cómo está? —preguntó, su voz llena de ansiedad.
El médico lo miró con una expresión seria.
—Estamos haciendo todo lo posible, pero necesitamos que permanezca en espera. Su amigo está estable, pero ha sufrido un gran shock emocional. Requerimos realizar más pruebas para asegurarnos de que no haya complicaciones.
Las palabras del médico lo llenaron de alivio, pero también de temor. Sabía que el camino hacia la recuperación de Felix sería largo, y que la situación con Minho no había terminado. Hyunjin respiró hondo, preparándose para enfrentar lo que vendría.
—Haré lo que sea necesario —murmuró, su determinación renovada mientras se sentaba en la sala de espera, esperando poder estar a su lado cuando despertara.
Hyunjin permaneció en la sala de espera, su mente agitada por la incertidumbre. Cada minuto que pasaba era un recordatorio de lo frágil que era la vida, de cómo todo podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Se pasó una mano por el cabello, tratando de despejar sus pensamientos. La imagen de Felix, envuelto en la sábana, lo atormentaba.
Mientras esperaba, recordó las risas que compartían, los momentos tranquilos en los que simplemente estaban juntos. Esa imagen contrastaba con la angustia de ahora, y su corazón se apretaba al pensar en el sufrimiento que Felix había tenido que soportar. Sabía que debían encontrar una manera de superar esto juntos, de salir adelante.
De repente, la puerta se abrió y el médico que había estado atendiendo a Felix salió. Su expresión era seria, pero no tan grave como Hyunjin había temido.
—Felix está estable, pero queremos mantenerlo en observación durante la noche —explicó el médico, su voz calmada—. Ha pasado por un gran estrés emocional y físico, y necesitamos asegurarnos de que no haya complicaciones.
Hyunjin sintió que un peso se aligeraba en su pecho. No estaba completamente fuera de peligro, pero al menos estaba en las mejores manos posibles.
—¿Puedo verlo? —preguntó, su voz casi un susurro.
—Sí, pero solo por unos minutos. Necesitamos que descanse —respondió el médico, asintiendo con la cabeza antes de abrir la puerta que conducía a la sala de tratamiento.
Con el corazón en la garganta, Hyunjin entró en la habitación. Felix yacía en la cama, una máquina monitorizando sus signos vitales a su lado. A su alrededor, los médicos ajustaban equipos y tomaban notas. A pesar de todo, el rostro de Felix se veía sereno, casi como si estuviera en un sueño profundo.
Se acercó a la cama, la preocupación y el alivio mezclándose en su interior. Se sentó en la silla al lado de la cama, tomando la mano de Felix entre las suyas. La piel de Felix estaba fría, pero su pulso era fuerte, constante.
—Estoy aquí, Felix —susurró Hyunjin, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir. Quería que Felix supiera que no estaba solo, que siempre estaría a su lado—. No te preocupes. Vamos a superar esto.
Unos minutos pasaron, pero para Hyunjin, cada segundo se sentía como una eternidad. Mientras observaba a Felix, su mente regresaba a Minho y a las amenazas que había dejado en el aire. Sabía que no podían permitir que eso lo afectara más. Tenía que proteger a Felix, no solo de los peligros físicos, sino también de las manipulaciones emocionales que Minho representaba.
—Te prometo que haré lo que sea necesario para mantenerte a salvo —dijo, aferrando la mano de Felix con más fuerza—. No voy a dejar que nadie te haga daño. No a ti.
De repente, un leve movimiento atrajo su atención. Felix comenzó a mover los dedos, y Hyunjin contuvo el aliento. En un instante, los ojos de Felix se entreabrieron lentamente, revelando una mirada confusa y aturdida.
—Hyunjin... —murmuró, su voz apenas un susurro.
—¡Felix! —exclamó Hyunjin, la alegría y la preocupación combatiendo en su pecho—. Estoy aquí. Estás en el hospital, todo va a estar bien.
Felix parpadeó varias veces, tratando de acomodarse a la luz brillante de la habitación. La confusión en su rostro fue reemplazada lentamente por la comprensión.
—¿Qué pasó? —preguntó, su voz temblorosa mientras intentaba recordar.
—Minho... —empezó Hyunjin, pero se detuvo, sintiendo el peso de la situación. No quería que Felix se preocupara más de lo necesario—. Hubo un incidente, pero lo importante es que estás aquí ahora. Estás a salvo.
Felix miró a su alrededor, dándose cuenta de la máquina que monitorizaba su estado y el equipo médico que lo rodeaba. Su expresión cambió a una mezcla de miedo y preocupación.
—¿Y tú? —preguntó, intentando levantarse—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Pero lo que importa ahora es tu salud —respondió Hyunjin, suavizando su agarre sobre la mano de Felix—. Solo necesitas descansar.
Felix lo miró con una mezcla de gratitud y preocupación, y aunque sus ojos aún mostraban signos de cansancio, la conexión entre ellos se sentía más fuerte que nunca.
—Lo siento... por todo esto —murmuró Felix, su voz temblorosa—. Nunca debí...
—No hables así. No es tu culpa —interrumpió Hyunjin, acariciando la mano de Felix—. Vamos a superar esto juntos. Solo enfócate en sanar.
Mientras se quedaba a su lado, Hyunjin sintió que la determinación renacía dentro de él. No permitiría que Minho interfiriera más en sus vidas. Ahora, más que nunca, debía proteger a Felix de todo peligro, incluso si eso significaba enfrentar a su propio amigo.
Con el tiempo, la habitación se llenó de un silencio reconfortante, y mientras Felix cerraba los ojos nuevamente, Hyunjin se mantuvo a su lado, observando su respiración. Sabía que la batalla aún no había terminado, pero estaba decidido a luchar por el bienestar de Felix y a enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.
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"El estado del joven Lee es..."
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-Aly
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