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HYUNJIN


Narrador Hyunjin:

Ver a Felix en este estado me parte el alma. Está durmiendo plácidamente en su cama, aunque su respiración es irregular. Su cuerpo, delgado y vulnerable, muestra algunas marcas y moretones que no deberían estar ahí. Él solía verse mejor, más fuerte, antes de que nuestras vidas se cruzaran en la universidad. Ahora, por mi culpa, está viviendo todo esto.

Yo fui quien lo arrastró a este caos. Por mi insistencia, por no saber cuándo detenerme, terminó herido y, peor aún, en la cama de un hospital. Lo único que quiero ahora es llevarlo a casa, protegerlo y encerrarlo en una cajita de cristal, una donde nadie pueda alcanzarlo ni lastimarlo jamás.

No es que quiera ser sobreprotector —bueno, tal vez sí—, pero esta necesidad me consume. Antes de esto, Felix parecía más feliz, más pleno.

Y todo empeoró gracias a Minho, ese idiota en quien confié. Me engañó, traicionándome al brindar información confidencial a una empresa enemiga. Yo, tan ingenuo, le confié esos datos. Ahora no hago más que arrepentirme.

No sé cómo manejar esto. Me siento tan culpable que me dan ganas de acabar conmigo mismo. Necesito aprender a no confiar tan rápido en las personas. Lo único que quiero ahora es que el doctor entre por esa puerta y diga: "Ya le dimos de alta, puede llevárselo a casa".

Pero el peso de mis acciones no desaparece. Yo fui quien le hizo esa herida en el brazo y quien lo mandó al hospital, solo y vulnerable. No puedo evitar pensar en mi infancia. Hay algo en todo esto que despierta recuerdos dolorosos.

Desde que murió mi madre, mi padre me trató como una basura. Siempre mostró más interés en mi hermana. Mi familia era, y sigue siendo, un desastre.

***

"¿¡Por qué no eres como tu hermana?!", rugía el padre de Hyunjin mientras el niño yacía en el suelo frío, llorando desconsoladamente. "¡Eres un fracaso para esta familia!"

Hyunjin seguía en el suelo, sus pequeñas manos tratando de cubrirse como podían. Las baldosas blancas bajo él se decoraban con pequeñas manchas de sangre, un testigo silencioso del abuso. Se sentía insignificante al lado de su padre, incapaz de demostrar que podía ser más, que no era una decepción.

"L-lo siento, padre", murmuró entre sollozos. "Estudiaré más... pero, por favor, ya no me pegues."

"Eres un hipócrita", fueron las últimas palabras que su padre le dirigió antes de propinarle una patada en el estómago y marcharse hacia su oficina, dejando a Hyunjin sumido en su dolor y soledad.

Hyunjin nació en una familia llena de lujos y marcas famosas, pero esas comodidades jamás pudieron ocultar la frialdad que reinaba en su hogar. Su padre tenía expectativas imposibles. Quería que sacara calificaciones perfectas, que fuera el mejor, aunque no importaba cuánto se esforzara: nunca era suficiente. Su madre, en cambio, era el único rayo de luz en esa casa.

Ella celebraba cada pequeño logro de sus hijos, por insignificante que pareciera. Si Hyunjin traía un dibujo de la escuela, ella lo colgaba en la pared con orgullo. Si su hermana sacaba una buena calificación, preparaba un pastel para festejar. Pero todo eso cambió el día que su madre no volvió a casa.

La lluvia era intensa aquella noche. El coche derrapó y cayó en un abismo profundo. Y con su partida, todo lo bueno en la vida de Hyunjin se desmoronó.

Su padre prometió no golpear a sus hijos, al menos durante una semana. Luego, volvió a sus viejas costumbres.

La hermana de Hyunjin siempre sacaba las mejores notas, siempre era la número uno, siempre la favorita. Hyunjin, en cambio, parecía invisible, un trago amargo que nadie quería. Era como el helado de uva en un mundo donde todos preferían chocolate.

Él intentaba mantenerse al día con su hermana, pero nunca lo lograba. Ella siempre era más rápida, más lista, mejor en todo. Y aunque eventualmente Hyunjin se convirtió en el mejor de su clase, su padre seguía insatisfecho. Siempre encontraba algo para menospreciarlo, para recordarle que nunca sería suficiente.

Por mandato de su padre, Hyunjin se convirtió en modelo infantil. Pensó que sería fácil, pero rápidamente descubrió que no lo era.

***

"¡Uno, dos, tres!", exclamaba el instructor, mientras los niños caminaban en línea recta, como si sus cuerpos fueran líneas perfectas trazadas sobre el suelo. "¡Cuatro, cinco, seis!"

En la empresa donde modelaba, los horarios eran tan estrictos que apenas podían respirar. En un paso acelerado, los niños se dirigieron a sus respectivos asientos, donde los maquilladores y estilistas los esperaban para arreglarlos como si fueran muñecos.

Hyunjin miró su reflejo en el espejo. No veía a un niño; veía a alguien que trataba de cumplir expectativas imposibles, alguien que anhelaba escapar de una jaula dorada.

Hyunjin, con las mejillas cubiertas de un rubor artificial y el cabello perfectamente peinado, se sentía como un maniquí más en la interminable vitrina de expectativas de su padre. Intentaba no mover ni un músculo mientras el maquillador terminaba de delinear su rostro infantil con precisión quirúrgica.

El ambiente era tenso, casi asfixiante; los niños apenas intercambiaban miradas entre sí, como si el más mínimo desliz pudiera costarles caro.

Cuando el instructor volvió a dar indicaciones, todos se pusieron de pie al unísono, sus pasos resonando al ritmo de la cuenta:

"¡Uno, dos, tres!" Hyunjin trató de seguir el ritmo, pero su mente divagaba. No podía evitar pensar en cómo había terminado en aquel lugar, intentando ser algo que no quería ser."¡Más recto, Hwang!", gritó el instructor, su voz cortando el aire como un látigo.

Hyunjin enderezó su postura de inmediato, pero el sudor frío en su frente traicionaba su creciente nerviosismo.

Cuando finalmente se permitió un respiro, después de horas de ensayos interminables, Hyunjin se sentó en un rincón del vestidor. Sacó una pequeña libreta de su mochila, un cuaderno viejo con las esquinas desgastadas. Su madre se lo había regalado antes de morir, diciéndole que escribiera en él todo lo que sintiera.

Hyunjin nunca había sido bueno expresándose con palabras, pero en esas páginas podía ser completamente honesto.

"¿Por qué tengo que ser perfecto?", escribió con letra temblorosa. "¿Por qué no puedo simplemente ser yo?"

***

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Hyunjin continuaba su vida como modelo infantil, soportando horarios extenuantes y sonrisas falsas para las cámaras. Pero cada vez que llegaba a casa, la misma sensación de vacío lo invadía. Su padre seguía siendo el mismo hombre frío y cruel, incapaz de reconocer ningún esfuerzo que no superara sus expectativas.

Un día, mientras Hyunjin regresaba de una sesión de fotos especialmente agotadora, encontró a su hermana en el salón, rodeada de trofeos y certificados. Su padre la abrazaba con orgullo, algo que Hyunjin nunca había experimentado.

"¿Y tú qué?", dijo su padre al verlo entrar. "¿Trajiste algo que valga la pena?"

Hyunjin negó con la cabeza, bajando la mirada. En ese momento, sintió como si un nudo invisible se apretara en su garganta, impidiéndole respirar. Subió corriendo a su habitación, cerrando la puerta de un golpe, y dejó que las lágrimas cayeran sin control.

Miró el cuaderno sobre su escritorio, tentado a escribir algo, pero no tenía palabras. En lugar de eso, tomó un lápiz y comenzó a dibujar. Trazó líneas y sombras, creando una figura que representaba cómo se sentía: un pájaro atrapado en una jaula de oro, con las alas rotas.

Hyunjin dejó escapar un suspiro pesado mientras miraba su cuaderno de dibujo. Las líneas del boceto que había hecho parecían cargadas de emociones que no podía expresar con palabras. Pasó un dedo por el borde del papel, como si estuviera acariciando una parte de sí mismo que apenas comprendía, antes de cerrar el libro y dejarlo a un lado.

Se levantó con lentitud, como si el peso de sus pensamientos lo mantuviera anclado al suelo, y luego se dejó caer en la cama. Sus brazos se extendieron por encima de su cabeza, y sus ojos se fijaron en el techo insípido de la habitación. La blancura del techo le recordaba lo vacía que se sentía su vida bajo las expectativas imposibles de su padre.

"¿Por qué nunca puedo ser suficiente para él?" pensó, mientras su mente vagaba entre recuerdos y dudas. Había tantas cosas que él sabía hacer bien, tantas habilidades que había cultivado por su cuenta. Dibujar era su refugio, un espacio donde podía crear mundos en los que su padre no tenía cabida. Bailar le daba libertad, una forma de escapar de las cadenas invisibles que lo mantenían atrapado en un molde que no le pertenecía. Y nadar... nadar era la única actividad en la que se sentía realmente ligero, como si el agua pudiera limpiar todo el peso que llevaba encima.

Sin embargo, nada de eso parecía importar. Su padre nunca se había molestado en verlo realmente. Para él, Hyunjin no era más que un proyecto fallido, una sombra que nunca estaría a la altura de su hermana, la "estrella" de la familia.

Hyunjin apretó los puños sobre el colchón, sintiendo la frustración arder en su pecho. No era solo enojo, era una mezcla de tristeza, decepción y un vacío que llevaba cargando durante años. Quería gritar, quería romper algo, pero al mismo tiempo sabía que eso no cambiaría nada.

Se giró de lado, encogiéndose un poco sobre sí mismo mientras miraba hacia la pared. En su mente, las palabras de su padre resonaban como un eco incesante: "Nunca serás suficiente". Intentó apagarlas, concentrándose en su respiración, pero era difícil.

Por un instante, pensó en cómo sería su vida si alguien realmente valorara lo que él podía ofrecer. Si alguien lo mirara y viera a un artista talentoso, un bailarín apasionado, un nadador que encontraba su fuerza en el agua. Pero esos pensamientos solo le recordaron cuán lejos estaba de esa realidad.

—Tal vez... simplemente no soy lo que esperaba —murmuró para sí mismo, con un hilo de voz apenas audible.

Cerró los ojos con fuerza, intentando ahogar las emociones que lo invadían. Y aunque el sueño eventualmente lo encontró, en el fondo, Hyunjin sabía que su lucha por encontrar su lugar en el mundo estaba lejos de terminar.

***

El tiempo fue implacable, y tanto Hyunjin como su hermana crecieron, tomando caminos cada vez más separados. Los lazos que alguna vez los unieron comenzaron a desgastarse como una cuerda demasiado tensa, hasta que finalmente se rompieron. Su padre, imbuido en su mundo de control y expectativas inalcanzables, decidió inscribir a ambos en la prestigiosa Universidad de Seúl. A sus ojos, aquello era un simple trámite, una inversión más para consolidar su imagen de padre exitoso.

Pero la historia dio un giro inesperado. Su hermana, quien siempre había sido la estrella brillante de la familia, tomó una decisión que dejó a todos en silencio. Una noche, sin previo aviso, hizo las maletas y se escapó. No dejó una nota, ni una explicación, nada que indicara su paradero. Simplemente desapareció, llevándose consigo los sueños que su padre había impuesto sobre ella.

Hyunjin se quedó solo en aquella casa que siempre había sentido más como una prisión que un hogar. Por un breve instante, pensó que la ausencia de su hermana podría cambiar algo en su dinámica familiar, que tal vez su padre finalmente lo miraría a él. Pero no fue así.

El hombre que lo había criado seguía siendo el mismo. Sus palabras eran como cuchillos, cortantes e insensibles, y sus acciones demostraban un desinterés profundo. La desaparición de su hija parecía no haberlo afectado en absoluto. Seguía tratando a Hyunjin como un accesorio, algo útil únicamente para mantener las apariencias.

En esos días, Hyunjin comenzó a darse cuenta de algo que le dolía admitir: su padre jamás cambiaría. No importaba cuánto tiempo pasara o cuántos logros alcanzara, siempre sería invisible para él.

Aquello lo marcó profundamente, pero también le dio una especie de claridad que nunca antes había tenido. Su hermana, al huir, había tomado una decisión valiente, una que él aún no se atrevía a considerar. No sabía si era por miedo, por lealtad o por alguna esperanza absurda de que las cosas mejoraran.

Lo único que sabía era que estaba atrapado, una vez más, en un lugar que nunca lo dejaría ser quien realmente era.

Hyunjin seguía mirando a Felix con una mezcla de culpa y ternura, observando cómo sus ojos comenzaban a abrirse lentamente. Los párpados del chico se levantaban con esfuerzo, revelando un par de pupilas opacas por el cansancio. Había algo en su mirada que lo hacía lucir tan frágil, tan vulnerable, que el pecho de Hyunjin se comprimía con un dolor silencioso.

—Hey... —murmuró Felix, su voz apenas un susurro, ronca y quebrada, como si le costara incluso formar una palabra.

Hyunjin se inclinó un poco más hacia él, acercándose lo suficiente para que Felix no tuviera que forzarse al hablar.

—No te esfuerces —le dijo con suavidad, intentando que su tono no revelara toda la preocupación que llevaba dentro—. Solo descansa, estoy aquí.

Felix parpadeó lentamente, sus ojos buscando los de Hyunjin, como si quisiera asegurarse de que realmente estaba ahí. Aunque sus labios intentaron curvarse en una sonrisa, el gesto apenas se formó antes de desvanecerse.

—¿Cuánto... tiempo dormí? —preguntó Felix, con una voz tan débil que Hyunjin tuvo que inclinarse más para escucharle.

—Unas horas —respondió Hyunjin, mientras su mirada recorría nuevamente el rostro cansado de Felix. Su piel estaba pálida, casi translúcida, y los moretones que cubrían su cuerpo parecían más oscuros bajo la luz tenue de la habitación—. Pero necesitas más descanso.

Felix cerró los ojos por un momento, como si procesar esa simple información le tomara toda la energía que le quedaba. Hyunjin, incapaz de contenerse, le tomó la mano con delicadeza, acariciando sus dedos delgados con el pulgar.

—Esto es mi culpa... —murmuró Hyunjin en un tono apenas audible, pero lo suficiente para que Felix lo escuchara.

—Hyun... —Felix intentó replicar, pero su voz se perdió en el aire, debilitada por el agotamiento. Sus dedos apretaron ligeramente la mano de Hyunjin, un gesto torpe pero lleno de intención—. No digas eso...

Hyunjin apretó la mandíbula, luchando contra el peso de sus propias emociones. Era imposible no culparse. Cada herida, cada marca en el cuerpo de Felix era un recordatorio de las decisiones que lo habían llevado hasta aquí.

—Felix... —comenzó Hyunjin, pero su voz se quebró. Tuvo que hacer una pausa para tomar aire y controlar el nudo que se formaba en su garganta—. Prometo que voy a arreglar todo esto. Te lo juro.

Felix abrió los ojos nuevamente, mirándolo con una expresión cansada pero llena de algo que parecía ser comprensión. Aunque estaba débil, había una leve chispa en su mirada, como si intentara transmitirle que no necesitaba cargar con toda la culpa.

—Solo... quédate conmigo, ¿sí? —susurró Felix, y sus palabras, aunque suaves, golpearon a Hyunjin con fuerza.

Hyunjin asintió sin dudar, apretando un poco más la mano de Felix entre las suyas.

—Siempre.

***


-Aly

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