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Epílogo.

El niño jugaba muy concentrado con el trompo, viéndolo dar un montón de vueltas en el patio. Esperaba que después de tomarlo no haya hecho algún agujero, porque de lo contrario su madre se enfadaría y, por consiguiente, lo castigaría privándole de hacer lo que más le gusta: jugar con el trompo.

El portón de la entrada hizo un horrible ruido que solo significaba la llegada de su madre. A estancadas corrió hacia su bien más preciado, y en cuestión de segundos lo escondió en la maseta junto a su pita.

—Mamá —saludó al verla entrar con bolsas en la mano.

—Ven aquí Héctor, ayúdame con las bolsas. ¿Ha llegado tu hermana?

—No mamá —contestó sujetando la bolsa menos pesada.

—Esa muchachita —gruñó—, va a recibir un jalón de orejas.

Habían pasado dos horas desde la llegada de su mamá. Incluso habían almorzado y la adolescente no daba señales de aparecer. Su madre caminaba de un lado a otro, desesperada. Quizás a su hermana le había pasado algo.

Entró y salió de la casa, pero la respuesta fue la misma. Estaba a punto de salir una vez más, cuando su hermana entró lentamente. ¡Su mamá vio los diablos!

—¡¿Dónde estabas?! —la retó.

Su hermana dio un tremendo salto por el susto.

—No es la primera vez. —Le jaló la oreja haciéndola entrar a la casa—. Siempre me haces lo mismo. Ya estoy cansada...

Héctor escuchaba la voz alejarse en lo profundo de la casa. Decidió permanecer en el patio, para no escuchar los alaridos de su hermana mayor. Es que no comprendía su terquedad y mucho menos sus ganas de ser golpeada.

Luego de casi media hora, su madre salió algo despeinada y desarreglada. No es que se arreglara mucho tampoco... Extrañamente le quedó mirando y le tendió la mano.

—Ven conmigo Héctor.

El niño que había estado sentado en el suelo, se puso de pie y se sujetó de su madre.

—¿A dónde vamos?

—Muy pronto lo sabrás.

Tuvieron que tomar un autobús y luego caminaron varias cuadras. El lugar al que habían llegado no era como su humilde barrio, era una zona muy bien acomodada. Las casas eran enormes y preciosas. Se detuvieron en una tan grande como el resto. Tenía un lindo jardín con varios juegos recreativos infantiles, incluso un enorme tobogán inflable. Todo ello lo podía ver a través de las rejas blancas que daban a la calle.

—Mira eso, Héctor.

El niño miró con ensueño deseando tener también lo mismo. De pronto divisó a un niño dar largos saltos en el trampolín. No podía verlo bien porque que estabas de espaldas a él.

Del interior de la casa, salió una joven mujer de lindo cabello color miel oscuro. El niño saltó del trampolín hacia ella, que seguramente era su madre. La linda señora no dejaba de sonreír.

El sonido de un auto los alertó. Héctor concentró su mirada al carro negro que daba señales de entrar.

—Ven aquí Héctor. —Su madre lo escondió detrás de la espesa ramada colgada del cerco.

—Mamá, ¿qué sucede? —preguntó confundido.

—Permanece en silencio —susurró.

Luego que el auto entró, salieron de su escondite para seguir viendo al interior de la vivienda. Un hombre joven bajó del vehículo.

—¿Quién es ese hombre, mamá?

—Derek Sosa —contestó con amargura.

—¡Papá! —exclamó el niño juguetón al verlo. Se desprendió de los brazos de su madre y corrió hacia él.

El sujeto dejó su saco en el suelo y lo elevó por los aires. Aún con el niño en brazos, se aproximó a su mujer y le dio un corto beso en los labios. Se veían realmente felices.

Héctor sintió algo de envidia al verlos. Él no tenía papá.

Su madre descansó las manos en sus hombros mientras él continuaba observando. El no comprendía nada, absolutamente nada. ¿Por qué su mamá lo había llevado a ver a esa feliz familia?

El niño que jugaba con sus padres, corrió en su dirección intentando alcanzar su pelota. Entonces Héctor logró verlo con claridad. Sus ojos se agrandaron mientras su pequeño corazoncito latió con rapidez. Aquel niño era idéntico a él, extrañamente idéntico.

—Mamá —titubeó asustado—. Ese niño...

—Ese niño es tu gemelo... —susurró la mujer con media sonrisa en los labios.

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