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6. Adiós Primavera

El último día que estarían juntas, realmente el último. Desde ese día Janna no volvería a ver a su hermana nunca más, y ni siquiera lo sospechaba. Mientras Jimena enfrentaba cada hora, cada minuto y cada segundo, la desdicha de la despedida, una despedida para siempre, sin esperanzas ni ilusiones. Deseaba que aquel congelado día no terminase nunca. Miró a Janna llena de sueños, contenta... Cada vez que la veía sonreír se veía así misma en un espejismo, en una efímera realidad.

Encendieron una fogata para abrigarse, y comieron pan al palo. Janna era una experta cortando leña y encendiéndola. Como siempre estaba pendiente de la comodidad de Jimena, que el humo no le llegara a su ropa, que no se quemara con las brasas... No había cambiado nada. Jimena se sentía tan protegida con ella, tal como se sentía con Derek.

Cantaron una canción mientras esperaban que la harina se cociera. Rieron y jugaron.

—¿Tienen manjar? —preguntó la abuela sentándose junto a ellas.

—Yo quiero más —pidió Janna extendiendo su masa cocida.

—Yo ya me empalagué —comentó Jimena.

La abuela alistó en la bolsa de Jimena mucha comida de época, incluso un suéter en color rosa que había tejido hace poco. Siempre tejía dos, uno en color amarillo y otro en color rosa. Esperó con ansias poder dárselo a su nieta que no había visto hace mucho tiempo.

El sonido del claxon anunció que era hora de partir. Una honda tristeza les embargó, pero era distinto. Janna y la abuela tenían la esperanza de encontrarse nuevamente, sin embargo, Jimena...debería sufrir en silencio su desdicha.

—Pronto estaremos juntas Jim —aseguró Janna con una enorme sonrisa en los labios—. Sólo falta terminar la preparatoria y podremos ir juntas a la universidad.

Con un nudo en la garganta Jimena se limitó a asentir. ¿Cómo iba a ser capaz de borrar esa linda sonrisa?

—Cuídate mucho mi niña. —Se acercó la abuela y le depositó un beso en la frente—. No te enfermes, ¿de acuerdo?

Qué ironía. Casi se le caen las lágrimas, pero se contuvo. La abrazó con todas sus fuerzas. Una cruda despedida.

—No abuela.

Finalmente, las muchachas se abrazaron en medio de sollozos, el abrazo se tornó largo y conmovedor.

—Te quiero tanto Janna. Nunca dejes de sonreír, y nunca dejes a la abuela. —Cerró con más ímpetu sus brazos.

—No lo haré hermana, ya llegará el tiempo en que tú también puedas cuidar de ella.

—Qué más quisiera —susurró con la voz quebrada.

El frío congeló sus mejillas, y sus lágrimas se adhirieron como hielo punzante y doloroso. El pensamiento del olvido y la despedida nunca fueron tan crueles. Dejar atrás a las únicas personas que la amaron y que amó, le destrozó el alma, le vació toda, y le dejó nada más que calamidad. Un adiós sin esperanza ni retorno, un adiós para siempre.

Janna no tenía la menor idea que esta sería la última vez que la abrazaría. ¿Se arrepentiría más adelante el no haberla detenido? ¿Reprocharía su silencio? ¿Cuándo se enteraría?

Jimena tomó su bolsa y, dejándolas atrás, se subió al auto. Por la ventana movió su mano al igual que ellas. Le dolió el pecho cuando Janna corrió tras el vehículo con una sonrisa en sus delgados labios.

—¡Adiós Jimena! —gritó intentando no perder el aliento.

—¡Adiós hermana! —gritó también Jimena sin poder retener sus lágrimas—. Adiós —dijo con voz ahogada.

Atrás dejaba su otra mitad, su compañera de vientre, su hermana mayor por un par de minutos. Su sueño quizás, y su anhelo. Cada vez que la veía, tan alegre, tan viva, tan sana... Se soñaba así, era como verse a ella misma logrando finalmente lo soñado por años: ser una chica sana.

—Se feliz Janna —masculló con una sonrisa triste.

Adiós para siempre.

***

Esa semana había pasado demasiado lenta para él. La extrañaba demasiado. Miraba de rato en rato a la ventana esperando ver el auto de su padre entrar a casa. Su mamá lo observaba preocupada, con el rostro decaído. Qué ocurrirá cuando ella... ni siquiera se atrevía a pensarlo.

—Derek —llamó su atención.

—Dime mamá —respondió sin dejar de mirar por la ventana. Sus ojos anhelantes esperaban ver esa imagen consumida y famélica entrar a casa.

—He preparado pudín —dijo Lara—, ¿te sirvo?

—Cuando ella llegue mamá, lo comeremos juntos.

Lara soltó un suspiro melancólico. Sus dos hijos pendían de un hilo. Su amor de madre no era suficiente para ayudarlos, y se sentía impotente. No los podía proteger, no podía hacer absolutamente nada.

—De acuerdo cariño —susurró.

—Debí haberla acompañado, ¿no crees mamá? —Chasqueó la lengua—. También quería conocer a su abuela.

—Necesitaban tiempo a solas, está bien que no fueras. Necesitaban tiempo a solas —repitió Lara en un tono más bajo recordando a su hermana gemela.

Ese era otro tema que temía, Janna esa niña... Su terrible parecido con Jimena era un tormento. De ningún modo Derek debía conocerla ni enterarse de su existencia. Su estabilidad emocional estaba en juego, y era lo único que podía proteger. Sus errores y malas decisiones del pasado no podían perjudicar a su hijo, hasta el final tenía que ocultarlo.

Después de media hora escucharon el sonido del auto en la entrada. Rápidamente Derek se incorporó y salió a recibirla.

—¡Llegaron! —vociferó mientras corría hacia el garaje entre tropezones.

En cuanto la vio se aproximó y la envolvió entre sus brazos con todas sus fuerzas.

—La vas a romper —bromeó su padre.

En vez de enervar su expresión de cariño, la envolvió con más frenesí. Jimena sonrió y descansó su rostro cansado sobre su hombro.

—Yo también te extrañé, Derek —musitó.

—Yo más —respondió él.

—De eso no cabe la menor duda —comentó Lara con ternura—. Pasemos a comer el postre.

***

Entrarían pronto a los exámenes mensuales, desearía poder estudiar como un devoto erudito, pero le era imposible. La concentración simplemente no era lo suyo. Intentó toda la tarde estudiar álgebra, pero no lo consiguió. Bastaba mirar el lápiz para imaginar cómo lo habían hecho. Incluso pensar en el creador del álgebra. Qué creativo. Pensó. Buscó la manera correcta de confundir a la juventud.

Finalmente se dio por vencido y se dejó caer sobre el escritorio; con la cara pegada a la tabla se dedicó a observar su desorden, algo en particular llamó su atención: un marcador de libro. Se incorporó nuevamente y lo tomó. Había una cita inscrita en el.

"Tú me importas por ser tú, importas hasta el último momento de tu vida, y haremos todo lo que esté a nuestro alcance, no solo para ayudarte a morir en paz, sino también a vivir hasta el día en que mueras"

-Dame Cicele Sanders

El corazón se le estremeció en cuanto terminó de leer. No sabía con exactitud el significado de aquellas palabras, pero algo si entendía: si ella iba a partir debería hacerla feliz hasta el final. Y eso estaba dispuesto hacer.

A medida que pasaban los meses, Jimena empeoraba. Su rostro no mostraba una expresión vivaz como cualquier chica de su edad, sino lucía decaído y pálido; sus lindos ojos eran rodeados por un contorno oscuro que resaltaban en su piel desabrida. Era tan triste verla así...

La nieve había desaparecido por completo y la temperatura iba aumentado poco a poco, la primavera estaba cerca y quien sabe algo más.

Jimena se encontraba frente al tocador mirando con tristeza su reflejo. Ya prácticamente no había nada de su natural belleza, nada. Derek vino a su habitación; iban a ir al parque de diversiones a pedido de ella. La observó por unos instantes y suspiró.

—¿Otra vez es tu cabello? —cuestionó mientras entró a la habitación.

Ella negó con una sonrisa afligida.

—Estoy muy fea, ¿verdad? —expresó viendo al muchacho por el espejo.

El la miró también por el cristal, sintiéndose mal por ella.

—Nunca he visto a una chica tan hermosa como tú —contestó con seguridad.

Jimena negó muy convencida.

—Ya no es así, ahora me veo tan mal. —Se le quebró la voz y bajó la cabeza siendo incapaz de reconocerse, avergonzada de su aspecto.

¿Cómo convencerla de lo contrario? ¿Cómo devolverle la felicidad?

Derek se acercó con lentitud y puso sus manos sobre sus delgados hombros.

—Para mí eres y seguirás siendo la más hermosa.

Con los ojos húmedos volvió a levantar la cabeza y fijó su mirada sobre la de él a través de ese horrible y despiadado objeto que no contemplaba en mostrarla tal y como se veía.

—Derek...

El chico se aguantó todas las ganas de soltarse a llorar junto con ella.

—Nunca te has maquillado, ¿quieres hacerlo ahora? —Sonrió mostrando sus blancos dientes.

—Yo no ten...

—Los tomaré de mamá —advirtió adivinando lo que iba a decir.

—¿Pero si se molesta?

—No lo hará, y si lo hace yo me haré responsable. Espera ahora vengo. —Salió corriendo de la habitación.

—Derek —llamó la muchacha en vano.

No tardó ni cinco minutos en volver, y consigo traía un montón de cosméticos que ni él sabía para que servían.

—Aquí están. —Los colocó sobre el tocador.

Jimena los recorrió con la mirada, ella tampoco sabía para qué servían con exactitud.

—En serio, estás loco. —Rio.

—Loquísimo —dijo con sorna—. ¿Sabes hacerlo?

—No.

—No te preocupes, yo lo haré.

—¿Tú?

—Así es; no hay nada que no pueda hacer. —Jaló una silla y se sentó junto a ella.

—Me temo que me llevarán al circo.

—Al menos ganarás dinero.

—Derek —riñó golpeándolo suavemente.

—Déjalo en mis manos.

Tomó uno de los cosméticos y empezó su misión. Maquillarla, ¿sería difícil?

—¿Este labial color carne debe ser para la cara?

—Es base —ratificó Jimena riéndose.

No sabía lo que hacía, pero al menos logró hacerla reír. Después de todo no quedó mal. La giró hacia el espejo y Jimena se sorprendió con el resultado.

—No esperaba que no lo hicieras tan mal—concretó sonriéndole a su reflejo.

—Me subestimas Jimena.

—Podrías ser un buen estilista.

—¡Claro!

Por el momento se olvidaron de las desdichas y se concentraron en reír.

Llegaron a las seis al parque de diversiones. Hubiesen querido pasearse en muchos juegos alocados, pero era imposible por el estado de ella, además que era una completa miedosa.

—El carrusel —pidió Jimena caminando hasta él.

—¿Otra vez? —La siguió haciendo una mueca.

—Quiero subir Derek.

—Pero es para niños.

—Quiero hacerlo. —Hizo un puchero.

En medio de un suspiro asintió.

—Bueno, tú ganas.

Formaron la fila para pasear en el carrusel. Todos los miraban extrañados y otros con burla. Eran los únicos que pasaban los diez años.

Ella no dejaba de sonreír cuando el juego comenzó, Derek lo hizo también al verla tan feliz.

Flashback.

Siete años atrás habían subido a uno. Era la primera vez que Jimena veía un carrusel y estaba muy ansiosa por subir, pero tenía mucho miedo.

—Derek, ¿subes conmigo? —preguntó la niña con los ojitos lustrosos.

—Es juego para niñas, yo quiero ir a la montaña rusa.

—De ninguna manera —se apresuró Lara—. Es peligroso, mejor sube con Jimena al carrusel.

—Yo también quiero ir a la montaña rusa —intervino Sandro.

—He dicho que no. —Su esposo y su hijo torcieron el labio—. Derek ¿acompañarás a Jimena?

La pequeña hizo un puchero.

—De acuerdo —suspiró.

Los niños subieron al carrusel y Jimena tomó su mano. Se sentía segura con él. Y él se sentía un héroe porque la protegía. A pesar que odiaba ese juego, el tan solo verla sonreír le hacía feliz. Qué no daría por esa sonrisa.

Fin del flashback.

¿Lo recuerda? Pensó el joven sin dejar de verla. Hizo lo mismo que ella hace años atrás y tomó su delgada mano tomándola por sorpresa.

Sus ojos posaron en él encontrándose con su entrañable mirada. Entrelazó sus dedos finos y se acogió en su calor.

No había necesidad de expresar con palabras cuanto se querían. Delicadamente recostó su cabeza sobre su hombro y él lo hizo sobre su cabeza. Aquel juego de niños se convirtió en un pequeño escape para ellos, sumergiéndolos en un sueño, en un dulce sueño.

***

Cada día era una nueva lucha por vivir. Cuanto deseaba vivir, pero parecía que nadie escuchaba sus súplicas. Fue a la habitación de Derek y lo vio estudiando en su escritorio. Ella más que nadie sabía cuán difícil era para él concentrarse por lo que le pareció gracioso verlo sufrir de ese modo.

Al sentir su presencia volteó hacia ella.

—Jim.

—¿Te va bien?

—Terrible.

A paso lento se adentró a la habitación y se sentó junto a él.

—Tienes que convertirte en un destacado profesional Derek, debes hacerte cargo del grupo Sosa. Prométeme que estudiarás con ahínco y no te rendirás.

Un nudo se le instaló en su garganta; sus palabras le hacían daño.

—¿Aún tienes medicina? —Ignoró lo que le dijo.

—Derek...

—¿Tienes medicina? —insistió.

Lo miró a los ojos por unos segundos y bajó la mirada.

—Ya se me acabó.

—Iré a comprarlos.

Se puso de pie, tomó su abrigo azul marino y salió de casa. En el camino le fue imposible no derramar sus lágrimas. Sólo alguien que ha perdido a su ser amado podía comprender la impotencia que sentía no poder hacer nada por ella. Y no quería perderla, ni siquiera podía imaginarse cómo sería levantarse y no verla con su dulce sonrisa. No quería ni imaginárselo.

Jimena al salir de la habitación, bajó con cuidado las escaleras, a penas y se podía mantener en pie. La debilidad la estaba consumiendo. Entró a la cocina sosteniéndose de los muebles, tropezando y respirando con dificultad.

Él ha hecho y hace tanto por mí y yo...Yo no le he dado más que tristeza.

Quería cocinar para él. Le encantaba el pastel de piña, sobre todo cuando ella lo hacía. Sacó la fruta de la nevera y se dispuso a cortarla en rodajas. Le era muy difícil, no tenía fuerzas para hacer algo tan simple. Sus lágrimas empezaron a caer llena de rabia, la mano se le tornaba morada cada vez que hacía presión. Temblaba y tiritaba, pero no se iba a rendir. Tenía que preparar ese pastel como a dé lugar.

Como sea terminó con la piña y preparó la masa. Los mareos no la dejaban en paz. Cuando quiso echar la leche, un mareo la atacó haciéndola caer.

—Por favor —suplicaba poniéndose de pie y llorando amargamente—. Quiero hacer algo por él, por favor.

Miró la leche rociada y pensó que luego limpiaría el piso. Continuó con su ardua labor y le tomó más tiempo de lo normal. Y después de tanto sufrir consiguió meterlo al horno. Respiraba entrecortada y con suma dificultad, pero se había propuesto a hacerlo. Se recostó rendida sobre la mesa y descansó hasta que escuchó el aviso del artefacto. Estaba más pesado y sacarlo era difícil también.

—Jimena —escuchó la voz de Derek—. Yo lo hago. —Corrió donde ella y sacó el pastel.

—¿Por qué tardaste?

Luego de dejar el postre sobre la mesa contestó:

—Las farmacias no tenían.

No le gustaba mentirle, pero era mejor así. En realidad, tardó porque necesitaba desahogarse sin que ella lo viera.

—Ya veo.

—¿Qué es? —preguntó quitando la tapa de aluminio.

—Pastel de piña, quise hacerlo para ti.

—Jimena... —Le sonrió con ternura.

—Siéntate, te serviré.

—Yo lo hago, te ves cansada. —Trajo un plato y cortó una tajada del pastel.

—No vayas a quemarte.

—De acuerdo. —Sopló y probó un bocado. Masticó lentamente y lo pasó del mismo modo.

—¿Qué tal está? —preguntó expectante.

—Delicioso; muchas gracias. —Metió otro pedazo a su boca.

—Yo también quiero. —Tomó el cuchillo.

—No lo hagas —la detuvo de golpe.

—¿Por qué?

Derek pestañeó repetidas veces, nervioso.

—Es mi pastel, lo hiciste para mí, no te quiero convidar.

No pudo mantenerle la mirada, gesto suficiente para saber que estaba mintiendo. Sospechando, hizo caso omiso a sus palabras. En tanto él, agachó la cabeza. El pastel estaba horrible, ni siquiera era comestible. Jimena se mordió los labios.

—¿Por qué lo comes? —Le fue imposible detener sus lágrimas.

—Jimena...

Frustrada le quitó el plato.

—No lo comas.

—Lo hiciste para mí, Jimena.

—¡Esto ni siquiera se puede comer! —gritó arrojando el pastel a la basura junto con el plato. Se giró hacia él alterada—. ¿Tanta lástima me tienes?

—¡Jimena! —Se puso de pie consternado.

—No quiero tu lástima Derek, yo... —lloriqueó y perdió estabilidad.

—¡Jimena! —Corrió hasta ella a sostenerla.

La muchacha sentía como un líquido tibio caía por su nariz. Una fuerte tos la acometió y no la pudo detener. Instintivamente se cubrió con la mano y pronto la vio manchada de sangre.

Derek abrió sus ojos horrorizado, asustado.

—¡Mamá! —gritó con toda su fuerza.

El médico vino a verla y después de revisarla habló con sus padres del mismo tema, que ya no querían escuchar.

Derek permaneció en el pasillo afuera de la habitación de Jimena, estático y perturbado. Observó la expresión de sus padres, la salida del médico, a su mamá entrar con agua tibia, a su papá hacer una que otra llamada, y no se movió ni un solo centímetro. Se aproximó a la puerta que permanecía entreabierta y la vio junto a su madre.

—Mi linda niña, ¿te duele mucho? —Le acarició el cabello.

—Estoy bien mamá —susurró con voz entrecortada—. Quiero dormir, pero no puedo.

—¿Quieres que te cante una canción?

—Sí mamá, esa canción que me cantabas cuando niña.

—Bien. —Aclaró su garganta—. Duerme mi niña duerme, duerme mi ángel, mi amor...—cantaba con dolor, lloraba, mas no dejaba de cantar.

Al verlas le fue imposible no llorar también. Corriendo subió a la azotea y se dejó caer de rodillas.

—¡Sánala por favor! —lloraba a gritos mientras miraba al oscuro cielo—. ¡Cambia mi vida por la suya! ¡Te lo ruego! Te lo ruego —susurró lo último.

¿Resignación? Como si fuera tan fácil. Y era tan joven para soportarlo. No podía resignarse a perderla, a levantarse un día y olvidarla. Nunca lo haría. No conseguía entender la crueldad con que la vida se había ensimismado en tratarla. ¿Por qué? ¿Por qué con ella? ¿Por qué no con aquellas personas malvadas? ¿Por qué con esa dulce criatura?

Los últimos días Jimena permaneció en cama, ni siquiera conseguía mantenerse en pie. Aquella mañana al fin cumplía dieciocho años. La familia se levantó temprano y preparó pastel, compraron flores; incluso una guitarra, y la despertaron con una linda canción de cumpleaños.

—Te ves hermosa hija —dijo Sandro.

—Gracias papá.

—¿Y yo? —se quejó Lara.

—Mamá es la más hermosa —habló Jimena.

—¿Tú qué dices Derek? —preguntó Sandro.

—Eso es trampa —bromeó su esposa, haciendo reír a todos.

La mañana pasó entre conversaciones, anécdotas y muchas risas. Jimena sentía un horrible dolor cada vez que reía, pero no lo hacía notar para no entristecer ni preocupar a nadie. Aguantaba su dolor lo más que podía.

—Muchas gracias papás —dijo repentinamente—. Fueron los mejores padres.

Ambos bajaron la mirada con tristeza.

—Eres nuestra niña querida, te amamos. —Lara se acercó y besó su frente.

—Eres una buena muchacha, princesa, nos has llenado de orgullo —prosiguió Sandro.

Sabían que pronto ocurriría lo más temido. Habían sufrido tanto con su enfermedad, pero aparentaban ser fuertes por ella y por su hijo. Después de abrazarla, los dejaron solos.

—Derek —empezó Jimena—, hoy es mi cumpleaños, y esta vez sí quiero un obsequio.

—¿Que pedirás? —preguntó el joven sonriente, acercándose a ella.

—Ver la primavera. ¿Me llevas al jardín?

—De acuerdo —dijo lleno de dolor.

—¿Me ayudas a ponerme el suéter que me hizo la abuela?

—Claro. —Buscó en el ropero y le ayudó a ponerse la prenda rosa—. Te queda muy bien. ¿Cómo es que la hizo a tu medida sin haberte visto en tanto tiempo?

Jimena sonrió pensando en que la hizo a la medida de Janna. Pidió también la muñeca de su hermana.

Derek la tomó en brazos y la llevó al jardín con tanta facilidad, como si cargase esa muñeca que ella llevaba a todos lados.

La primavera estaba comenzando, las flores, el cantar de los pájaros, el cielo despejado y azul. No podía ser mejor, aunque en sus corazones aun velaba el invierno. El sol lastimó los ojos de Jimena que habían permanecido tanto tiempo en oscuridad, y que probablemente permanecerían así por siempre.

Él se sentó sobre el pasto y la recostó sobre sus piernas, acarició sus largos cabellos color miel oscuro, mientras la sostenía con su brazo.

—Derek... —Lo miró a los ojos—, he sido muy feliz a tu lado... te ruego que—hizo una pausa para respirar—, también lo seas.

Las lágrimas comenzaron a caer una por una sobre sus mejillas. Quería ser fuerte por ella, pero no podía, ya se había quebrado en segundos.

—...Sonríe, no sufras por mí, por favor —habló cada vez más bajo—. Recuerda que me entregaste todo y yo... —trataba de recuperar el aliento—, yo tuve una hermosa vida junto a ti.

Ese nudo que se había instalado en su garganta iba a terminar por asfixiarlo.

—Jimena, eres lo más hermoso en mi vida, mi amor, mi primavera.

—Derek, ¿qué habría sido de mi sin ti? —Sus ojos brillaron pese a la oscuridad que la estaba poseyendo sin su consentimiento.

—Jimena... ¿sabes que te amo?

Con la poquísima fuerza que le quedaba, asintió.

—Yo también te amo —contestó—, y te amaré más allá de la muerte, mi amado Derek...

Él sin dejar de llorar acercó su rostro y besó sus fríos labios. Jimena correspondiendo a esa hermosa demostración de amor, llevó sus manos a su rostro intentando limpiar hasta la última lágrima.

Cuánto la amaba, cuánto la necesitaba... Pero en un destello sintió como las manos de su amada se iban desvaneciendo poco a poco, dejando de tocarlo.

—¡Jimena! —Abrió los ojos de golpe—. ¡Jimena! —la llamó en vano.

Esos bellos y grandes ojos estaban cerrados, y su cuerpo flácido. La vida la había abandonado...

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