5. Dos Primaveras en Invierno
El video que he agregado es la canción que menciono más abajo. Les recomiendo escucharla cuando llegan a esa parte ;)
El miedo se apoderó de él. ¿Qué pasaba con su Jimena? Tenía mucho, mucho miedo de perderla en ese momento. Su corazón empezó a latirle con desesperación al sentirla fría. Se quedó pasmado sin saber qué hacer, sin adulto que lo ayudase, sin nadie a quién gritar por auxilio. La humedad de sus ojos se fue dilatando y sintió un enorme dolor en su pecho.
—Jimena —sollozó.
Cerca de su rostro pudo sentir su respiración lenta y pausada, aún estaba viva, solo se había desmayado. Sacando fuerzas de lo más profundo de su ser, corrió desesperado hacia la carretera con ella en su espalda. Los autos pasaban y pasaban a máxima velocidad y, nadie, nadie siquiera se dignaba en reparar en él. Sus gritos de auxilio se evaporaban entre el bullicio infernal. Casi tuvo que pararse en medio de la autopista para llamar la atención de un taxista, que frenó en seco. Estuvo por lanzarle improperios, pero al verlo consternado y con una muchacha a hombros, se contuvo. Estacionó bien el vehículo y se bajó para ayudarlo a subirla.
—Al hospital más cercano por favor —pidió impaciente.
—Sí joven.
La piel de la chica se hizo tan blanca como la espuma, y se tornó fría, casi helada. La abrazó hacia su pecho intentando vanamente darle calor. Con un nudo instalado en la garganta, tocó su mejilla. Su mano tembló al contacto. Su cuerpo sufría con el de ella. Su cuerpo la necesitaba, necesitaba sentirla sana. Pegó sus labios temblorosos a su cabello y depositó un beso en el.
—Jimena —pronunció su dulce nombre en un lamento—. Mi Jimena —volvió a repetir besando su frente. Una lágrima cayó lentamente acariciando uno de los párpados dormidos de ella.
Todo pasó tan rápido que en un abrir y cerrar de ojos, se vio sentado en la sala de emergencias esperando que alguien le dijera su estado. Sólo observaba al personal médico correr de un lado a otro. Odiaba ese olor tan particular de hospital, odiaba al hospital en sí. Nunca estudiaría alguna carrera que tenga que ver con el hospital, ni gente enferma. Había escuchado que algunas personas deciden ser personal de salud cuando tienen familiares enfermos, pero eso no sucedía con él. Ver a cualquier persona enferma le recordaba a ella, y todo el sufrimiento físico y emocional que pasaba a causa de su enfermedad. Aún recordaba el enorme instrumento que perforó su espalda para obtener el diagnóstico. Fue lo peor. Leucemia linfocítica crónica, ese fue el diagnóstico. Apenas era una niña cuando la vio tan vulnerable y no entendía que sucedía con ella.
—No quiero estar aquí. ¡Mamá! —lloraba cuando se le realizaba estudios—. Derek...
El ni siquiera podía ayudarla. Hasta en sueños era el nombre que llamaba a gritos. ¿Cómo podría ayudarla? ¿Qué podía hacer él, si sus padres, ni los médicos podían hacer nada?
Recostado sobre la dura y fría pared, recordó uno a uno sus más tristes y dolorosos recuerdos. El tratamiento doloroso, las quimioterapias, su cabello caído, sus miedos, su baja autoestima. Y él... impotente porque no podía hacer nada, absolutamente nada. Todo había fallado, nada dio resultado. Se habían cansado, la habían despedido de la vida. El mal avanzaba cada vez más en su frágil cuerpo. Era una despedida larga y despiadada.
—¿Quieres pasar a verla? —Escuchó la voz de su padre.
—Sí —respondió con voz ahogada.
Entraron a la habitación donde ella dormía. Parecía un ángel con aquella bata pulcra de color blanco. Muerta en vida.
Su madre al verlo decidió salir junto a Sandro para dejarlos solos.
Derek reparó en ambas manos. En una le pasaba cloruro de sodio y en la otra le transferían sangre. Divisó en la mesita de noche agua y un paño; humedecido lo puso en su frente. Lo había hecho muchas veces en el pasado.
—La vida es injusta, ¿no crees? —susurró sonriendo con amargura—. Luchas día a día por vivir mientras otros se quitan la vida deliberadamente. ¿Qué de bueno tiene la muerte?... ¿Qué de bueno tiene la vida?
Pasó el paño delicadamente por sus pómulos, su pequeña nariz y sus labios resecos. Luego alejó el cabello que se le había pegado al cuello y lo humedeció también con el paño tibio.
Con cierto dolor abrió sus ojos pesados. No tenía idea de cuánto había dormido. Miró a las paredes blancas y pronto comprendió donde se encontraba. Había pasado mitad de su vida en el hospital, lo conocía a perfección. Sobre el sofá dormía Derek; sonrió al verlo. Se puso de pie con cuidado de no lastimarse con la vía que iba conectada a su mano. Caminó con el parante que sostenía el frasco de cloruro de sodio. Encontró a sus padres conversando con el médico; Lara no dejaba de llorar. El corazón se le encogió al imaginarse el porqué.
—La decisión es de ustedes —dijo el hombre vestido de blanco—. Si permanece en el hospital o decide ir a casa...el resultado es el mismo.
Jimena se aproximó hasta ellos en silencio.
—Quiero ir a casa —apuntó sobresaltándolos.
—Cariño. —Sandro palideció.
—Quiero estar en casa, no quiero quedarme aquí. —Bajó la cabeza.
—Amor. —Lara la abrazó entre sollozos.
Al siguiente día le dieron de alta. Nadie emitía una sola palabra de regreso a casa. Sufrían en silencio para no agrandar el dolor que sentían. Sandro encendió la radio y, con la canción "chiquitita" de ABBA, se acompañaron de regreso a casa. Era como si la canción fuera dirigida a Jimena, por eso era su canción preferida.
Chiquitita dime por qué, tu dolor hoy te encadena, en tus hay una sombra qué gran pena...
Él, su único y gran amor le sonrió y, tomándole la mano, la miró expresándole todo a través de esa dulce canción.
Chiquitita sabes muy bien, que las penas vienen y van y desaparecen, otra vez vas a bailar y serás feliz como flores que florecen.
Chiquitita no hay que llorar, las estrellas brillan por ti allá en lo alto, quiero verte sonreír para compartir tu alegría chiquitita, otra vez quiero compartir tu alegría chiquitita...
Por la tarde ambas mujeres se bañaron juntas en la bañera. Lara frotaba la espalda de Jimena y aprovechó para hacerle cosquillas. Reían hasta cansarse. Por ahora querían olvidarse de todo.
—Mamá, ¿por qué no tuvieron más hijos?
La mujer sonrió y estrujó nuevamente su espalda con suavidad.
—Porque con ustedes es suficiente; tengo un príncipe y una princesa. Además, Derek hace por dos.
Jimena rio por su comentario.
—Mamá. —Se dio vuelta a verla.
—¿Qué sucede linda? —Le alisó el cabello el cabello húmedo.
Ella temió la reacción de su madre, por lo que iba a decir.
—Quiero verla.
Lara se detuvo consternada y la miró a los ojos.
—Te refieres a...
La muchacha asintió con parsimonia sin perderse por un instante los ojos inquietos de Lara.
—De acuerdo —asintió suspirando—. Pero Derek no debe saberlo.
—Así será.
***
A través de la ventana se decidió a observar los paisajes que la habían visto nacer. Un sentimiento nostálgico la envolvió completamente haciéndola retroceder a aquellos días de su infancia donde soñaba con ser grande. Ahora pedía regresar los años, regresar para tener más tiempo en la tierra. Para amarlo más... Para verla y agradecerle por todo, por esos maravillosos años que gracias a ella pudo obtener; una familia, una mamá, un papá, y él. Sobre todo, él. De no haber sido por su hermana, Jimena abandonaría la vida sin haber disfrutado de lo que tanto anheló.
—¿Estás feliz? —preguntó su padre con la vista en la carretera.
—Mucho papá. No soporto las ansias de ver a Janna.
—Qué bueno hija.
Tal como lo había hecho años atrás, estacionó el auto cerca de la casa de la señora Salma. Jimena bajó presurosa y ansiosa por ver a su hermana y abuela. El corazón le palpitaba afanoso y nervioso también. Tenía mucho miedo.
—Espera —la detuvo el señor Sandro, sacó una boina italiana del auto y se la puso—. Debes abrigarte.
—Gracias papá. —Depositó un beso en su mejilla.
—Vendré por ti en una semana.
—Sí papá.
Tiempo suficiente para despedirme.
Un sabor amargo se alojó en su garganta. ¿Cómo podría despedirse?
La nieve le impedía caminar tan rápido como quería. Tan pronto vio la casa, suspiró. Se aproximó hasta la puerta y se detuvo frente a ella. De cualquier modo, sentía temor de enfrentar su pasado. Tenía tantas ganas y a la vez tanto miedo de ver a su hermana gemela. ¿Serían como dos gotas de agua? Probablemente, con la insignificante diferencia que su hermana no estaba enferma. Ella tenía toda una vida por delante, una vida...
—¿Qué haces parada como poste? —Escuchó la voz de su abuela. El corazón se le agitó en gran manera.
Dio vuelta hacia la anciana. Lucía con más arrugas de como la había dejado y más pequeña. ¿Siempre fui así de pequeña?
—¿Por qué no entras Janna? —insistió, acercándose y sacando la llave de su bolso.
De cierto modo se entristeció porque ya no la reconocía. ¿Y cómo lo haría si había pasado tanto tiempo?
Cuando la anciana metió la llave en la cerradura se detuvo repentinamente, y la miró desconcertada de pies a cabeza. Llevaba una boina italiana en color rojo, una bufanda, un abrigo grueso, pantalones entallados y botas de cuero. Su rostro se veía bastante pálido, demacrado.
—Acaso... —Sus cansados ojos brillaron—. ¿Jimena? —balbuceó con algunas lágrimas.
—Abuela —gimoteó y la abrazó—. Te extrañé mucho, abuela.
—No puede ser, mi niña —sollozó recibiendo el abrazo por largo tiempo.
Después de separarse, Jimena preguntó por su hermana.
—Realmente es imposible saber dónde está. —Rodó los ojos—. Janna no ha cambiado nada. Sólo espero que Caleb esté con ella.
—Qué bueno —dijo riendo.
Lo que más miedo le daba era encontrar a una Jimena distinta. Le alegraba de todo corazón que ella no haya cambiado.
Su abuela abrió la puerta y entró seguida por la muchacha. Nada había cambiado, todo seguía siendo igual. Los muebles viejos, la mesa rectangular de madera, la repisa con muñecos religiosos de yeso. Se sintió en casa, en su hogar.
—¿Ya llegaste abue? —Salió Janna con un suéter de lana tejido por su abuela, y unos vaqueros desgastados.
Jimena se hizo notar al instante. Los ojos de Janna parecían salir de sus órbitas al verla. Una joven idéntica a ella parada frente a sus ojos; la ostentosa ropa que llevaba era lo único que la hacía ver diferente.
—Jim...Jimena —titubeó.
Sus ojos nuevamente se empaparon de lágrimas. Era su Janna, su amada hermana.
Se aproximaron con lentitud tratando de asimilar su encuentro. ¿No estarían en un sueño? ¿No serían presas de una utopía? Se miraron a los ojos húmedos y se dijeron sin palabras cuanto se habían extrañado. Al instante se fundieron en un cálido abrazo. Habían deseado aquello durante tanto tiempo, habían soñado con ese abrazo, habían llorado tanto por no poder hacerlo y, después de tanto tiempo, finalmente lo consiguieron. Un encuentro mágico, un encuentro lleno de amor y recuerdos.
—Al fin juntas —dijo la abuela uniéndose a sus nietas.
Las tres permanecieron de tal modo durante mucho tiempo más.
—Sigue tal y como la dejé —aseguró Jimena al entrar a la habitación junto a su hermana.
Las paredes estaban pintadas de dos colores; mitad rosado y mitad amarillo bebé.
—No he querido cambiar nada Jim. Te extrañé mucho.
—Y yo a ti Jan.
—Siéntate —pidió Janna y se apresuró a buscar una silla, luego miró la impecable ropa de su hermana, y la limpió con su manga.
Se le encogió el pecho al verla hacer eso. No quería ocasionar esas sensaciones en ella.
—Janna —musitó—. No hagas eso. —La sostuvo de un brazo—. Sigo siendo yo, aquella niña tan tímida y sencilla.
—Jimena, tenía tanto miedo que cambiaras.
—No he cambiado nada Janna, al igual que tú.
—Qué alegría. —Le fue imposible no fijarse en la palidez de su rostro y en su casi escuálido cuerpo. Cambió su expresión repentinamente—. ¿Sigues enferma Jimena? ¿Por qué luces así? ¿Acaso esas personas te tratan mal?
—Oh no Janna, ellos son maravillosos.
—Qué alivio —dijo suspirando— ¿Entonces estás enferma?
No, no podía decirle a su hermana que pronto se alejaría de la vida. Simplemente no podía. No quería borrar esa impecable sonrisa que de seguro a Derek le gustaría mucho. De pronto pensó en que sucedería si él conociese a su espontánea hermana. ¿La querría? ¿Se enamoraría de ella? Quizás sí. Eran muy parecidos en cuanto a personalidades. Estaba segura que él sería muy feliz con ella. Quizás nunca debió haber aceptado la propuesta de su hermana.
—No es eso Jan, es sólo que he estado haciendo dieta —continuó, zafándose de tales pensamientos.
—¿Haciendo dieta? Qué preocupante, te recomendaré que no lo hagas, a este paso te confundirán con un palo.
—Janna. —Sonrió—. No has cambiado nada.
—Nunca jamás —bromeó.
Nunca cambies mi querida Janna.
De pronto, el recuerdo de su gran amigo de infancia se le vino a la mente.
—¿Y Caleb? ¿cómo está él?
—Tan refinado como siempre. Debe estar por venir, viene siempre a verme.
Como si lo hubieran llamado, el muchacho llamó a la puerta. Desde que Jimena se fue, él la había visitado todos los días, había sido su mayor y único refugio.
—Janna, ¿puedo entrar?
—Shh, no hagas bulla —susurró Janna—. Voy a esconderme para confundir a Caleb.
Jimena asintió sonriendo. Otra vez volvía a ser su cómplice, su seguidora fiel en todas sus travesuras y juegos. Su hermana se escondió detrás de un estante.
—Sí, pasa Caleb —dijo desde su escondite.
El muchacho de cabello ondeado entró sonriente. Jimena lo reparó por unos instantes, había cambiado mucho y crecido bastante, era de la misma altura que Derek.
—Janna, ¿avanzaste con la tarea? —le preguntó mientras se sacaba la mochila.
La jovencita simplemente sonreía. Caleb no comprendía nada, pensó que tramaba algo. Janna siempre salía con ciertas ocurrencias que lo comprometía también.
—¿Qué te sucede? ¿Y esa ropa? —La miró de pies a cabeza—. ¿Has estado malgastando dinero?
Jimena volvió a sonreír, casi soltó una carcajada. Ganas no le faltaban.
—¿Qué te sucede? ¿Por qué sonríes de ese modo? ¿Qué estás planeando ahora?
—Qué decepción. —Salió Janna de su escondite. Cruzó los brazos y añadió—: Ni siquiera sabes quién soy.
La quijada de Caleb, no pudo haber caído más. Y sus ojos se abrieron más grande que el sol. Pasó la mirada de una a la otra realmente sorprendido. Finalmente detuvo su concentración en Jimena.
—¿Jimena? —Se aproximó a ella.
La chica asintió sin dejar de sonreír un solo momento.
—Caleb. —No dudó en abrazarlo.
Cuando niños, los tres jugaban junto al río recogiendo una que otra piedrecilla. Caleb no era tan dinámico como Janna, pero era más despierto y juguetón que Jimena. En secreto gustaba de ambas, pero cuando Jimena se fue, se concentró únicamente en Janna; se volvió su mejor amigo y confidente.
—Vaya que son parecidas. No puedo creer que estés aquí —espetó acariciando su cabello.
***
Aquellos días se dedicaron a jugar como niñas pequeñas, parecían como si nunca se hubiesen separado. Janna seguía cuidando de Jimena y la incitaba a ser partícipe de sus travesuras como siempre. Por la noche ambas sufrían peinando su larga cabellera. Lo bueno es que se tenían la una a la otra.
—Duerman ya mis niñas —solicitó la señora Salma.
—Sí abuela —contestaron en coro.
Se lanzaron a la cama y se tomaron de la mano.
—Estoy tan feliz Janna.
—Yo también Jimena.
Se quedaron en silencio por largo tiempo, meditando cada quién en sus pensamientos. Una estaba embargada de felicidad y esperanza, y la otra en tristeza y desaliento.
—Prométeme que seguirás siendo la Janna de siempre. Nunca dejes de sonreír. Y cuando seas adulta te convertirás en la maestra que siempre soñamos ser.
Janna frunció el ceño confundida.
—¿Por qué hablas como si nunca nos fuéramos a ver? Te vas mañana, pero nos veremos más adelante. Faltan pocos meses para nuestro cumpleaños número dieciocho. Qué felicidad. Iré a la ciudad con la abuela para ir juntas a la universidad, finalmente estaremos juntas por siempre, ¿no es así Jim?
La oscuridad de la noche le impidió ver las lágrimas que caían un tras una de los ojos de su amada Jimena. Luchaba para que no la escuchara llorar. ¿Cómo podría decirle que todos sus sueños se habían esfumado? ¿Qué jamás llegaría a ser una adulta? ¿Que aquel sacrificio que había hecho por ella años atrás fue en vano? El dolor era tanto, que ya había perdido toda fuerza. Lloraba por ella, por Janna, por sus padres, por la abuela y por Derek. Si iba a morir en el inicio de su juventud, ¿por qué siquiera nació? Lo único que pedía era que se alargasen los días para disfrutarlos a plenitud. Porque ya se había resignado a desaparecer. Porque no había escapatoria, solo final. Un triste final para ella.
—Sí Jan —susurró con una profunda tristeza en su corazón.
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