3. Eres
—¿Estás lista? —preguntó Derek tocando suavemente la puerta.
—Ya casi —contestó Jimena mientras luchaba con su rebelde cabello.
—¿Puedo entrar?
—Claro.
Con una enorme sonrisa en el rostro, el jovencito entró a la habitación de Jimena. Él tenía de por sí una boca sonriente, las comisuras de sus delgados labios se curvaban hacia arriba, dándole un aspecto amable.
La habitación de Jimena era en tono rosa, su color preferido para siempre. Ella era tan delicada, tan tierna como el rosa. Por eso Derek tenía un fuerte sentimiento protector hacia ella. Se preocupaba demasiado por su bienestar y comodidad.
—A este paso llegaremos sólo al receso —bromeó al verla con el cabello muy enredado.
—Lo siento Derek, no consigo cepillarlo. —Soltó un profundo suspiro, dejando el cepillo sobre el tocador.
—Para estos casos está tu querido Derek —dijo mientras tomaba el cepillo haciéndola sonreír.
Delicadamente separó su cabello en dos partes y empezó a cepillarlo. Sus dedos largos se deslizaban en las delgadas hebras, y su piel se estremecía al contacto. Era tan largo que la misión era realmente difícil.
—Creo que lo cortaré —expresó Jimena, enervada.
—¡No lo hagas! —se apresuró Derek—. Adoro tu cabello.
—Es que...
—Ya está listo. —Pasó su mano sobre el cabello suelto, que daba la sensación de hacer aún más delgado a su alargado rostro—. Cuando creas que te es difícil, sólo debes llamarme, pero no lo cortes, ¿de acuerdo? —La miró por el espejo.
—Prometido.
—Bien, ahora vamos.
Bajaron las escaleras y encontraron a Lara en la sala, decorada en un estilo colonial como a ella le gustaba. Pinturas renacentistas, religiosas y artesanías traídas del centro de Europa. Muebles pesados de caoba y cedro. Una cabeza disecada de venado en una columna de ladrillo crudo. Piso de mármol frío y oscuro.
—¿Aún no se van? Llegarán tarde a la escuela. Papá ya se fue. Los llevaría yo, pero ya saben que no sé...
—Manejar —dijeron al unísono.
—Exactamente.
—No te preocupes mamá —habló Derek—. Está cerca, iremos en bici.
—De acuerdo. Cuida de Jimena.
—Sí señor.
—Adiós mamá. —Jimena besó su mejilla.
—Adiós querida. ¿Y mi beso? —se dirigió a Derek que hacía ademán de salir.
—Al regreso —respondió, esfumándose.
—Este bribón —expresó la mujer con sorna.
Derek alistó la bicicleta y se montó esperando que Jimena también lo hiciera. Había acomodado la parrilla con un cojín rosa para animarla. Ella amaba esos detalles que él se ensimismaba en concretar. Alisando la falda del uniforme se sentó de lado.
—¿Estás lista?
—Puedes pedalear.
El camino a la escuela se les hizo más corto, a pesar de ir tarde se sentían muy bien. Probablemente porque iban en compañía de la persona que más amaban en el mundo. Eran el uno para el otro, inseparables.
Jimena era de personalidad débil, por lo que necesitaba siempre de él, siempre se trataba de él. El la comprendía, él la ayudaba, él la consolaba; no sabía hacer nada sin él.
Le pusieron el candado a la bicicleta y se apresuraron a entrar al salón. Derek corría bastante rápido mientras Jimena luchaba por no perder el aliento al subir las escaleras. Se detuvo y dio vuelta a verla.
—¿Estás bien? —Retrocedió hasta ella.
—Sí —respondió hiperventilando. Su pecho subía y bajaba agitado.
—Iremos más lento.
—Llegarás tarde por mi culpa, corre, yo subiré con más calma.
Soltando un suspiro contestó:
—Sabes que no lo haré.
—Derek... —musitó.
Mientras recuperaba su ritmo respiratorio, y caminando más lento, llegaron al salón. Evidentemente era tarde, el maestro de historia universal ya escribía en el pizarrón. Se detuvo al verlos en la puerta.
Jimena bajó la cabeza.
—¿Podemos entrar? —preguntó Derek con cautela.
El maestro observó su reloj con recelo.
—Quince minutos de retraso.
—Lo sentimos maestro —expresaron en coro.
Todos sus compañeros dejaron de escribir para verlos. Emilia y Lucas, los mejores amigos de Derek, repararon en ellos con lamento. Jimena se avergonzó aún más. Sus ojos se clavaron en el suelo.
—Pasarán, pero recibirán el castigo.
Asintieron y entraron con vergüenza. Miraron hacia el pizarrón. El maestro tomó la regla de madera y golpeó en las piernas a Derek. El muchacho se encogió sobándose las pantorrillas, pero no se quejó. Luego se dirigió a la chica.
—Yo recibiré por ella —se adelantó Derek colocándose frente a Jimena.
—¡Oh no! —exclamó ella intentando apartarlo—. Estaré bien, no te preocupes. —Buscó su mirada.
—Dije que yo lo haré. Maestro, yo recibiré en su lugar —indicó decidido.
—Derek... —murmuró la joven con pena.
—Como sea —espetó el hombre y lo golpeó nuevamente. Derek se retorció de dolor, pero intentó no hacerlo tan evidente para que ella no se sintiera mal.
Sus compañeros varones lo miraban con respeto, mientras las chicas miraban celosas. Emilia, la chica de negros cabellos, algo disgustada decidió ignorar lo que veía.
—Pueden ir a sus asientos.
Caminaron con la cabeza gacha hasta sus pupitres. Una vez sentados, Jimena buscó su mirada otra vez.
—No soy tan débil —murmuró—. Además, fue mi culpa que llegáramos tarde, yo...
—Shh. —Puso un dedo sobre sus labios—. Soy demasiado fuerte, no es nada. —Le sonrió—. Sonríe, ¿sí?
—Derek... —Ella se sentía tan inútil, tan inservible.
El chico golpeó su frente amistosamente y miró hacia su maestro. Él retomó la clase. Hablaba y hablaba de la guerra fría. Su imponente voz apagó cualquier cuchicheo molesto. Narraba acontecimientos tristes que surgieron tras y durante la segunda guerra mundial, un suceso reciente que aún tenía testigos de semejante crueldad y desdicha.
Derek desvío su mirada en Jimena, perdiéndose en sus pensamientos mientras la contemplaba.
Jimena, ojalá pudiera hacer más por ti. Tu dolor, tu sufrimiento, ojalá pudiera ponerlo todo sobre mis hombros. Quisiera dar más por ti. Eres mi vida, mi amanecer, mi anochecer, mi primavera. Me alegra que no seamos hermanos.
Inconscientemente llevó su mano a su pálida mejilla, sobresaltándola.
—Lo siento. —Derek la retiró rápidamente.
Su mirada desconcertada le hizo esbozar una sonrisa.
La campana sonó anunciando el cambio de hora. Todos se apresuraron a cambiarse la ropa deportiva para el curso de educación física. Todos, menos Jimena. Debido a su situación estaba exonerada de tal curso. No le quedaba más que sentarse sobre las gradas de la tribuna a observar cuando sus compañeros practicaban deporte.
Era un perfecto día, soleado ligeramente y fresco. Todos parecían disfrutarlo alegremente. Para ella, era un día lluvioso. Derek la saludaba de vez en cuando mientras corría en el campo. La muchacha respondía el saludo levantando la mano, e intentando sonreír para complacerlo. Tan pronto miraba a otro lado, Jimena dejaba de sonreír. A veces sonreía sólo por él, pero la verdad, es que se sentía triste porque no podía ser como los demás. Observó a sus compañeras jugar y correr llenas de energía, riendo, disfrutando. Deseando con todo su corazón poder hacerlo.
¿Cuándo podré correr libremente? ¿Algún día seré igual a las demás? Me he vuelto tan dependiente de Derek tal como lo fui de Janna. Quiero estar bien para él, quiero ser una chica sana para él, quiero tomar su mano y correr sin descanso, quiero hacer junto a él todo lo que chicas de mi edad hacen.
Dejó caer algunas lágrimas mientras pensaba en lo mismo casi todos los días. Decidió caminar en la escuela mientras se perdía en sus pensamientos. No se había dado cuenta del toque de campana anunciando la hora de salida. Fatigada, se sentó sobre una banca ubicada en el jardín, bajo la deliciosa sombra de un árbol.
Un grupo de compañeras se le acercó. En todo ese tiempo de estudio, no había hecho ni una sola amiga, seguía siendo tan tímida como lo fue cuando vivía en casa de la abuela. Todo su mundo se limitaba a él.
—¿Por qué Derek no está junto a ti? —habló una muchacha de cabello castaño.
—¿Por qué no vuelves de dónde viniste? —prosiguió otra chica.
De todas ellas, sólo conocía a Emilia, la amiga de Derek. Estaba segura que la pelinegra tenía sentimientos por él. En realidad, todos lo querían y admiraban. Era amigable, caballero, atento y dinámico. Si Janna hubiese estado allí, también habría destacado. En cambio, ella... ella solo era una carga que él tenía que llevar.
Temerosa se puso de pie e intentó escabullirse, pero Emilia la detuvo del brazo.
—No te vayas tan rápido —dijo a pocos centímetros de ella. Bruscamente la sentó nuevamente sobre la banca.
—Emilia ten cuidado —dijo la castaña—. La señorita enferma se puede morir.
Las risas de sus compañeras la indignaron y la hicieron sentir miserable.
—Es lo que utilizas para manipularlo, ¿no es así? —prosiguió Emilia—. ¿Por qué nuestro guapo Derek siempre está contigo? Te tiene lástima, eso es. No eres más que una desvalida.
Las últimas palabras la hirieron. Inevitablemente empezó a llorar. Emilia tenía razón, no era más que eso.
—Oh ¿vas a llorar? ¿acaso eres una niña? —Emilia la sostuvo del mentón obligándola a mirarla—. Patética. —La soltó con fuerza.
***
Derek llevaba las dos mochilas mientras la buscaba. Ella nunca se separaba de su lado, ¿cómo es que la perdió en un solo instante?
—¿No has visto a Jimena? —preguntó a una de sus compañeras.
La chica negó.
—¿Dónde se habrá metido? —Derek se rascó la cabeza.
Intentaba ubicar su larga cabellera miel entre las muchachas, pero no la veía por ningún lado. Corría de allá para acá, pero la respuesta era la misma.
—¡Derek! —Vino corriendo Lucas hasta él. Su cabello cobrizo fulguraba bajo los rayos del sol.
—¿Qué sucede? —preguntó sin importancia.
—Las chicas están molestando a Jimena.
Lucas su mejor amigo, sabía cuán importante era ella para él, así que a veces la cuidaba también.
—¿Cómo dices? —Se sobresaltó.
—Están en el jardín; ve rápido.
Ni bien dijo aquello, Derek corrió hasta el jardín de la escuela. Entonces la divisó, tan indefensa y vulnerable. El corazón se le encogió.
Una de las muchachas lo vio acercarse.
—Emilia, es Derek —susurró.
La joven abrió grandemente los ojos. Rápidamente se sentó junto a ella y fingió que la defendía. Jimena sin darse cuenta de su salvador, la miró atónita.
—¿Cómo se atreven hacerle esto? —increpó Emilia.
Entonces Jimena lo entendió, al ver a Derek acercarse.
—¿Qué creen que hacen? —reprendió furioso.
Las muchachas retrocedieron asustadas y avergonzadas.
—Derek... —musitó Jimena tomándole la muñeca en tanto se ponía de pie.
—No te preocupes, yo la defendí —se apresuró la pelinegra.
Él se acercó a ella y secó sus lágrimas. Su indignación sólo se hizo más grande. No soportaba verla llorar. Dio vuelta hacia ellas, que permanecían con la cabeza gacha.
—¿Qué le hicieron? —Sus ojos naturalmente alborozados, se llenaron de ira.
—Derek. —Lo tomó de brazo con más fuerza—. Está bien, sólo vámonos.
—Pero Jimena... —Su cabello lacio le cubría el ceño fruncido.
—Vamos por favor.
Esos ojos suplicantes, grandes y bellos, lo terminaron por convencer, aunque su indignación no había disminuido.
—Está bien, yo hablaré con ellas —se ofreció Emilia con cinismo.
El joven se limitó a resoplar y caminar junto a Jimena. No era la primera vez que la fastidiaban. Pronto recordó aquella vez cuando eran niños.
Flash back
La niña lo esperaba en la salida, entonces un grupo de niñas empezaron a fastidiarla.
—¡No tiene papás! —exclamó una niña de cabello rojo y rizado.
Todas empezaron a reírse.
—Los papás de Derek la adoptaron —prosiguió una niña rubia.
Jimena no soportó más y empezó a llorar. Solo quería estar junto a Janna en casa de la abuela. Esos niños de la ciudad eran demasiado crueles.
—No te queremos en la escuela, vete.
Derek la vio y corrió hasta ellas empujándolas.
—¡No la fastidien! —gruñó—. No las golpeo porque son mujeres, pero la próxima vez les jalaré el cabello.
Tomó a Jimena y salieron de la escuela.
Fin del flashback.
Una sonrisa se le dibujó en el rostro al recordar tal escena. De cualquier modo, él siempre estaba allí para protegerla. Caminaron por el puente sonrientes contando los pasos.
—¡Oh! —Se detuvo repentinamente Jimena.
—¿Qué ocurre?
—Olvidamos la bicicleta.
—Cierto. —Chasqueó la lengua—. No importa, mañana la recogemos.
Ella asintió. Derek se aproximó lentamente y le tomó la mano. Se sonrojaba cada vez que lo hacía, siempre fue tan tímida y lo seguía siendo.
—Jimena, se acerca tu cumpleaños número dieciocho al igual que la primavera, ¿qué quieres de regalo?
—No deseo nada Derek. —Le sonrió—. No te preocupes.
—Uff... —resopló deteniéndose de golpe—. ¿Qué año será cuando finalmente me pidas un regalo?
Jimena nuevamente sonrió.
—¿Sabes cuál es la estación qué más me gusta?
—¿Cuál es, Derek?
—La primavera.
—¿Por qué?
—Porque naciste en primavera.
—Derek...
Ella también nació en primavera...
—Anhelo la llegada de la primavera.
Sin dejar de sonreír continuaron su camino tomados de la mano. ¿Llegarían a pasar juntos la primavera?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro