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27. Corazones agitados.

Algunas tardes Janna salía con Karina y la abuela a pasear en el parque. Era prácticamente cuidar de una niña pequeña, y Janna se había convertido en su madre. Pero más que gratitud, era amor por todos los años que había cuidado de ella y la había criado. Ella era su madre y la madre de su madre; su despertar fue en su regazo, y sus años avanzaron junto a sus canas. Prácticamente era su única familia, la que veló por su bienestar, la que la acompañó, la cuidó de ella hasta que la enfermedad invadió su mente. Era lo que más amaba en la tierra.

—Quiero un algodón de azúcar —dijo la anciana mujer cuando vio pasar a un vendedor de algodones.

—¿No crees que es mucha azúcar? —le preguntó Janna a Karina.

—Mmm, está bien por hoy.

Janna llamó al vendedor y compró dos, uno para la abuela y otro para Karina.

—¿Y tú no deseas? —cuestionó la rubia.

—Estoy llena —respondió posando una mano sobre el abdomen.

En realidad, prefería la sal sobre el azúcar; si hubiese pasado un vendedor de bocaditos salados, de seguro habría ganado unas monedas.

La abuela empezó a embarrarse mientras comía, Janna arrugó la nariz, de seguro iba a quedar pegajosa. La ayudó a limpiarse con pañitos húmedos, pero la abuela se negaba, no quería ser interrumpida mientras degustaba la delicia.

—¿Señorita Janna? —escuchó la voz de un hombre.

Cuando se giró para ver de quien se trataba, se puso de pie por la sorpresa. La presencia del señor Sandro fue imponente y más grande que la suya. Podía adivinar el motivo de su presencia, y aquello solo la intimidaba.

Karina se apresuró a llevar a caminar a la abuela, mientras los dos se quedaron conversando.

El hombre no dejaba de mirar a Janna, el parecido era perfecto, y era como ver a su dulce Jimena un poco más madura.

—Siempre quise tener una conversación contigo —dijo el hombre con una sonrisa en los labios.

Janna sonrió. A pesar que conocía el motivo de su visita, su presencia era menos amenazadora que la de su esposa, incluso reconfortante.

—¿Realmente me parezco mucho a mi hermana? —le preguntó notando su intensa mirada.

—Como dos gotas de agua. He visto gemelas que tienen, aunque sea una diferencia, pero no sucede lo mismo contigo y Jimena.

Ella asintió melancólica.

—Siempre confundíamos a todos cuando éramos niñas.

Esta vez Sandro sonrió. Pudo notar en su mirada cuánto extrañaba a su hermana. Se sintió mal.

—Janna, no me he disculpado adecuadamente por lo que sucedió. Sólo pensaba en proteger a mi hijo, pero no pensé en ti. Debí haberte avisado de la muerte de Jimena, tenías derecho a estar en su funeral. Queríamos a toda costa ocultarte de Derek, y ahora —espetó con una sonrisa forzada—, estás junto a él.

La joven también esbozó una sonrisa forzada. ¿Qué podía decirle al padre del chico al que quería? Ni siquiera podía asegurar que era lo que sentía él.

—Yo...

—Janna —la interrumpió—, no es que no me agrades para mi hijo, pero su madre y yo no podemos evitar estar preocupados debido a las circunstancias. Eres tan idéntica a ella que es demasiado peligroso, no solo para él, sino para ti.

Ella si lo comprendía, ella también tenía miedo, mucho miedo de sufrir a causa de él.

—He hablado con Derek sobre ello, y somos conscientes de lo que pueda suceder. Señor —sollozó tomándole las manos—, sé cuan preocupado debe estar, aun así, le pido que nos comprenda. Sin querer nos hemos enamorado, y solo queremos que esto funcione.

El hombre la miró apenado. Era como ver a su propia hija Jimena pidiéndole un favor y le era imposible decirle que no. Asumía que Derek se sentía del mismo modo.

Estaba preocupado por su único hijo, por ello fue a buscarla hasta su casa, instigado por Lara, en realidad. Al no encontrarla decidió volver, pero en el camino mirando hacia el parque la encontró.

***

Emilia estaba a punto de tocar el timbre, pero Lucas abrió la puerta del departamento antes de que lo hiciera.

—¿Cómo supiste...?

—Iba a salir a comprar.

—Mmm.

Se quedaron sumidos en un silencio incómodo, incluso Lucas se rascó la cabeza, nervioso, incómodo.

—¿Qué haces aquí? —no puedo evitar preguntar.

—¿No me invitas a pasar? —Entró sin esperar respuesta.

—Ya que te invitaste sola.

Lucas se sentó en el sofá llevando los brazos detrás de la cabeza. Fingió estar relajado, aunque sinceramente no lo estaba.

—¿No vas a ofrecerme nada? —Emilia le lanzó una mirada despectiva.

—No tengo nada que ofrecerte.

—¿Por qué actúas de ese modo?

—No entiendo.

—Siempre has sido amable conmigo.

—Este es el verdadero Lucas. —Se señaló así mismo—. El otro Lucas solo estaba enamorado.

—¿Estaba?

—Estaba de ti, ahora estoy de otra.

La pelinegra pestañeó rápidamente.

—Igual, siempre fuiste un pesado.

Lucas elevó los hombros.

El timbre sonó nuevamente y él salió a estancadas a abrir la puerta.

—Traje esto. —Entró diciendo Karina con una bolsa en la mano.

—Qué tierna —expresó Lucas depositando un beso en su mejilla.

La rubia se quedó viendo con cara de pocos amigos a Emilia y, la pelinegra no se quedó atrás.

—Cariño, ¿tienes visita? —preguntó masticando las palabras, sin despegar su mirada de felina de su supuesta rival. Con esas dotes de actuación Karina fácilmente podría abrirse paso en Hollywood.

—Sí, pero ya se va.

Emilia dejó caer la mandíbula inferior, no podía creer que Lucas la tratara así.

—De cualquier modo, no vine a verte a ti —concretó poniéndose de pie—. Vine a ver a Derek, pero al ver que no está, me voy. —Tomó su cartera y salió echando fuego.

Cuando no hubo nada ella, Lucas soltó un suspiro.

—¿Está funcionando?

—Completamente —contestó la rubia—. ¿Sabes? Adivina quién fue a ver a Janna.

—¿Quién?

—El padre de Derek.

—¿Qué? —Se sentó de sopetón—. La cuestión está seria. ¿Debería decírselo a Derek?

—No lo hagas. Si Janna quiere que sepa, ya se lo dirá ella.

El chico asintió.

—Bueno, ya tengo que irme, Janna vendrá.

—De acuerdo, gracias por tu ayuda Karina.

—Es todo un placer.

En la entrada la rubia se cruzó con Derek.

—Karina —la saludó sonriéndole.

—Hola Derek.

—¿Todo bien?

—Todo perfecto.

—Qué bueno saberlo.

—Nos vemos, buena suerte.

—Igual a ti.

Derek entró con parsimonia y con el ceño fruncido.

—¿No es linda? —Lo interceptó Lucas.

—¿Vino a verte? —Cerró la puerta con un pie.

—Sí.

—¿Están saliendo?

—Mmm, no exactamente, pero si Emilia te pregunta dile que sí.

—¿Mmm? —Se rascó la cabeza.

—Voy a salir.

—Yo tomaré una ducha.

—Bien lavado.

Mientras Derek se metió a su habitación, Lucas salió, pero se volvió a meter porque olvidó su tarjeta, y sin darse cuenta dejó la puerta del departamento abierta.

Tiempo después llegó Janna y estuvo a punto de tocar, pero se fijó en la puerta.

—Oh, está abierta —dijo empujándola un poco más.

Entró sin hacer mucho ruido, le pareció extraño que no estuviera nadie en la sala.

—Se olvidaron la puerta abierta. ¿Derek? —llamó sin obtener respuesta.

Se quitó el abrigo y se adentró un poco más. Anduvo por el salón con el ceño fruncido, hasta que sus ojos se abrieron de par en par cuando su novio salió del baño con el torso desnudo y cabello mojado.

—¡Lo siento! —se escandalizó y se cubrió los ojos.

—Janna —apuntó sorprendido.

—¿Ya puedo abrir mis ojos? —preguntó.

—Creo que ya —contestó riéndose por el rubor que se había formado en sus mejillas—. No sé por qué los cerraste.

—Fue un impulso. —Abrió primero un ojo y luego el otro exigiéndoles que se concentraran en el rostro de Derek—. La puerta estaba abierta —explicó señalándola.

—Debe ser obra de Lucas, dijo que iba a salir.

—Qué bueno que fui yo y no un ladrón.

—Me alegra que hayas sido tú. —Se sacudió el cabello mojado. Las gotas resbaladizas cayeron por sus sienes siguiendo las líneas de su rostro.

—Vas a enfermarte, debes secarlo.

—¿Me ayudas? —Le tendió la pequeña toalla que estaba colgando de su cuello.

Janna asintió con una sonrisa. Con suavidad exprimió el agua de su cabello en la toalla. Le parecía que nunca lo había visto tan guapo. Su cabello pegado a su sien, las gotas caer rebeldemente... Se veía muy atractivo.

Como una adolescente se dejó dominar por sus impulsos, se estiró un poco y alcanzó sus labios.

Evidentemente lo había sorprendido, pero rápidamente cayó rendido ante su muestra de afecto. Cerró los ojos al igual que ella y aprisionó su cintura.

Janna no pudo evitar descansar una mano en su abdomen tonificado, recórrelo y sentirlo piel a piel; subió su mano hasta su pecho, sintió el fuerte palpitar de su corazón, y luego envolvió su cuello. Con la otra mano recorrió su espalda desnuda, tersa y húmeda. Qué sensación, alucinación y morbo...

El beso se volvió más exigente y vehemente. Nunca se habían besado de ese modo. Era la primera vez que experimentaban ese tipo de estremecimiento tremendamente placentero, era la primera vez que recorrían juntos el incitante camino hacia la pasión...

Torpemente él la arrinconó contra la parte trasera del sofá y le hizo soltar un gemido. Pegó su cuerpo hacia el de ella sin dejar un solo milímetro libre.

Tuvieron que separarse para poder respirar. Se miraron a los ojos por unos instantes y retomaron el beso con la misma intensidad, con el mismo ardor y frenesí.

A unos metros, Lucas salió de su habitación cuando por fin encontró su tarjeta, y se topó con la escena. Claramente daba para más y no podía arruinarlo, porque Derek lo estrangularía, además que Janna se avergonzaría, y Derek lo volvería a exterminar.

No se le ocurrió mejor idea que lanzarse al suelo como si estuviera metido en una balacera.

—Ay —chilló muy despacio.

Se arrastró como reptil sin hacer el mínimo ruido. Según su cálculo, se arrastraría hasta la salida, y como estaban con los ojos cerrados no lo notarían, y los dejaría completamente solos. Así que empezó a arrastrase un par de metros. Estaba a un paso de la puerta cuando su pie derecho topó con un pequeño adorno, el condenado cayó y se rompió en mil pedacitos.

—¡Ah! —gritó Janna asustada. Sus ojos rápidamente se concentraron en el chico que estaba pegado al suelo.

—¿Estabas aquí? —preguntó Derek—. ¿Y qué rayos haces en el suelo?

—Ah yo...—No sabía qué responder. Parpadeando repetidas veces, se puso de pie.

—Am será mejor que me vaya. —Janna atropelló las palabras, tomó su abrigo y salió rápidamente.

—Date por muerto —le advirtió Derek metiéndose a su habitación para ponerse lo primero que encontrara y salir tras ella.

—Hoy es mi último día —dijo Lucas tragando saliva con fuerza.

***

Karina preparaba una pomada para la abuela, mientras ésta miraba televisión. Estaba muy tranquila entretenida en un programa de cocina. Incluso reía por momentos.

La rubia recordó que había dejado el polvo de eucalipto en la cocina, así que fue a por él. No se demoró demasiado, pero al volver no hubo ni rastro de la abuela.

—¡Abuela! —Dejó caer el polvo por los suelos.

Se fijó en la puerta que estaba abierta y salió rápidamente en su búsqueda. Tenía la esperanza que no haya salido de la residencia, pero ese no fue el caso, la reja también estaba abierta.

La anciana estaba a unas cuadras en medio de la nieve; atravesaba una laguna mental y estaba totalmente perdida.

—¿Dónde están mis niñas? ¡Janna! ¡Jimena! —llamaba a grandes voces. Se aproximó a una mujer que pasaba por el vecindario—. Señora, ¿ha visto a dos gemelas por aquí?

La mujer negó y siguió su camino.

Hizo lo mismo con más personas, y caminó sin rumbo alejándose más de la residencia.

***

—No podré ver a Lucas por un buen tiempo —dijo Janna.

Derek se limitó a reír sin despegar la vista de la pista.

El móvil de ella empezó a sonar escandaloso, se trataba de Karina.

—Kari, ¿qué sucede?

—Janna, la abuela está perdida —sollozó la joven aguantando las ganas de llorar.

—¿Cómo dices? —se horrorizó.

Derek la miró preocupado.

—No está por ningún lado, Janna.

—No puede ser.

—¿Qué sucede? —le preguntó Derek una vez que ella cortó la llamada.

—Mi abuela está perdida, Derek, ¿qué voy a hacer? —No pudo aguantarse las ganas de llorar.

—Tranquila, vamos a encontrarla. Tengo un amigo en la estación de policía que puede ayudarnos a buscarla.

—Solo espero que esté bien.

—No te preocupes.

Rápidamente llegaron a la residencia. En la entrada estaba Karina realmente preocupada.

—Lo siento Janna, fue mi culpa —fue lo primero que dijo en cuanto la vio.

—Tranquila, la encontraremos.

A unos pasos se aproximaron Yvonne y Caleb.

—¿Qué sucede? —preguntó él.

—Mi abuela está perdida.

—¿Cómo? —se preocupó también.

—Tengo miedo Caleb.

—Vamos a dividirnos y buscarla en todo el vecindario.

—Vamos a encontrarla —la animó Yvonne.

Janna asintió.

Caleb había tomado una manzana y llamaba a grandes gritos, incluso preguntaba —a quien pasase junto a él— por la abuela.

Yvonne también buscaba por el parque más cercano, y la respuesta era misma.

Karina se quedó en el departamento por si la abuela regresase.

Derek con el auto buscaba a los alrededores del vecindario. Y su amigo policía buscó junto a sus compañeros también.

Janna empezaba a desesperarse. Por su cabeza pasaba miles de cosas. El corazón se le había encogido y la cabeza le dolía por la tensión.

Justo en esa noche la nieve decidió caer a montones. La nariz se le había irritado de tanto estornudar, pero eso no iba a detenerla. Caminó durante mucho tiempo preguntando por aquí y por allá sin respuestas. Sus lágrimas se congelaban mientras más lloraba. ¿Qué habría pasado con su abuela, a dónde habría ido? Estaba sola en una inmensa ciudad, desamparada y seguramente asustada. Cuando su desesperación fue mayor, observó a una anciana asomarse de una cafetería.

—¿Abuela? —susurró.

Se aproximó hasta la anciana y su corazón se tranquilizó al ver que se trataba de ella.

—¡Abuela! —La envolvió entre sus brazos.

La señora Salma la quedó observando por unos instantes hasta que la reconoció. Las personas miraban con algo de curiosidad y continuaban su camino.

—¿Janna? ¿Ya saliste de la escuela?

—Abuela —lloró desconsolada—. ¿Por qué me haces esto abuela? ¿Sabes cuán preocupada estaba?

La abuela llevaba únicamente una chaqueta de lana, así que Janna se sacó el abrigo y se lo puso.

—Volvamos a casa.

Llamó al resto para avisarle que la había encontrado. Todos pudieron respirar tranquilamente al verla llegar junto a su nieta.

—Abuela —dijo Karina—. Vamos, subamos al departamento.

—Muchas gracias a todos —habló Janna.

Caleb le sonrió.

—Para eso estamos.

—Muchas gracias Caleb, a ti también Yvonne —se dirigió a la castaña.

—No hay de qué Janna.

Con una sonrisa se despidieron de ella y de Derek.

—¿Más tranquila? —Derek la abrazó. Estaba muy fría, así que la abrazó con más ímpetu.

—Nunca había tenido tanto miedo.

—Estás muy fría, subamos para que bebas algo caliente.

Cuando estuvieron por subir los últimos escalones, la vista de Janna se le tornó borrosa y le hizo perder el equilibrio. El aire le faltaba y lo último que vio fue el rostro de Derek.

—¡Janna! —gritó con el corazón en la boca.

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