26. Un amor del ayer.
Parecía que su lengua se había quedado congelada. Janna no era capaz de pronunciar una sola palabra. Lo que menos quería era verse descubierta y acorralada en las invisibles cadenas de la madre de Derek. Es que bastaba ver su penetrante mirada que la calcinaba entera. ¿Qué pensaría? ¿Era como ver a Jimena junto a su hijo? ¿Cómo un fantasma? ¿Qué explicación daría?
Por un momento se sintió como una adolescente atrapada en cosas de adulto con su novio. Aun así, sabía que lo que tenían no era del todo correcto, sin profundizar en las verdaderas intenciones y sentimientos que ambos profesaban.
Para "buena suerte", Derek entró, pasó la mirada de Janna a su madre. El la conocía muy bien, estaba más que enfadada, contrariada y apesumbrada. Quizás hasta traicionada, aunque no tenía por qué. Él no tenía ningún problema en contarle los sentimientos que había sembrado y cosechado en Janna, pero bien sabía que en las dos partes no era lo mismo. El tan solo hecho de ser hermanas ya era una problemática, y ser gemelas no mejoraba mucho la situación.
—Mamá —tanteó.
La mujer dejó de mirar incesantemente a la chica para detenerse en él. ¿Cómo se atrevía si quiera a actuar tan imprudentemente? Apretó la mandíbula para evitar estallar y hacer una escena.
Derek no solía tomar decisiones a la ligera, era alguien que analizaba, medía las consecuencias y actuaba, pero esta vez era diferente, se estaba equivocando demasiado.
—¿Entonces se trataba de ella? ¡¿Se han vuelto locos?!
—Mamá, somos adultos y sabemos lo que hacemos.
Adultos que no se daban cuenta de lo perjudicial que podía resultar esa situación. Ella no lo permitiría. Era su hijo, su único tesoro en el mundo, había pasado por tanto... la vida le había golpeado duramente y no soportaría verlo sufrir una vez más.
Su ira se trasladó a Janna, esa chica no tenía que aparecer en la vida de su hijo. Tenía un parecido infernal a su Jimena, pero eran distintas. Jimena nunca tantearía y se arriesgaría a dañar a Derek. ¿Que pretendía, reemplazar a su hermana gemela?
—Janna, ¿cómo puedes hacerle esto a mi hijo? —masticó las palabras.
La joven se quedó anonadada. ¿Qué culpa tenía ella de haberse fijado en él también? ¿Por qué la señora Lara la veía de esa forma? Y aunque sabía que sus intenciones no eran malas, se sentía fatal, avergonzada... Quería desaparecer.
Derek no pudo hacer caso omiso a su expresión acongojada, y preocupada... No, no quería verla tan vulnerable frente a su madre. Ahora entendía bien por qué se había esmerado en ocultarse.
—Vámonos. —Tomó su mano y la arrastró fuera de la oficina.
—¡Derek! —gritó Lara. Las emociones anteriores fueron reemplazadas por furia e impotencia.
Emilia se puso de pie al verlos salir de ese modo, y entró a la oficina. Se sintió mal después de todo, quizás no debió haberlo entregado en bandeja de plata como lo hizo.
—Señora Lara. —Corrió hacia ella para ayudarla a sentarse en el sofá. —Le traeré un té.
—¿Cómo son capaces? —sollozó—. Ella no debe estar junto a mi hijo.
—Lo mismo pienso yo, señora Lara.
—Tienes que ayudarme Emilia. —Tomó las manos, suplicante—. Ella solo lo dañará.
—Cuente conmigo. —Aunque bien sabía que no podía hacer nada más que consolarla...
***
Cuando estuvieron en el ascensor, por fin Janna pudo respirar tranquilamente. Los ojos le empezaron a arder, y el pecho le subía y le bajaba rápidamente. Se había sentido tan culpable, como una vil criminal.
—¿Estás bien? —quiso saber él. Buscaba su mirada, pero ella agachaba más su cabeza impidiéndoselo.
No le había hecho sufrir él, sino su mamá. ¿Qué tenía que ver su madre en eso? Estaba preocupada por él, bien, pero no tenía por qué hacer pasar a Janna un trago amargo, ella no tenía la culpa de nada.
La chica asintió con la cabeza lentamente.
—Estoy bien, no te preocupes.
No, ella no estaba bien.
—Vamos —dijo él cuando se abrió la puerta del ascensor.
Janna lo detuvo del brazo. Derek esperó que dijera algo, pero permanecía en absoluto silencio. Para entonces la puerta se había vuelto a cerrar.
—Janna... —pronunció cuando se percató de sus ojos llorosos.
Ella continuó en silencio hasta que finalmente pudo emitir palabra.
—¿Estamos haciendo bien Derek? —Ni siquiera pudo buscar su mirada.
Una estocada, una terrible punzada en lo oscuro de su pecho. Ella no estaba segura... Nunca lo había estado, incluso antes del encuentro de su madre.
—¿No estás segura Janna? —se aventuró a preguntar.
Esta vez sí lo miró, de ese modo pudo explicarle con sinceridad lo que sentía en lo profundo de su ser. Ardiente, helado y doloroso.
—¿Tú lo estás? —preguntó murmurando.
Las palabras habían salido tan limpias y sinceras que temía responder con una mentira. Es verdad, no eran una pareja convencional, pero... ¿qué pareja estaba segura de empezar?
Él acunó su rostro con sus dedos pulgares y enjugó sus lágrimas.
—Eres lo que necesito Janna. No sé si estamos en lo correcto, no sé si estamos haciendo bien, lo único que sé es que eres lo primero en lo que pienso al despertarme y al acostarme. Sé que quiero protegerte, quiero tenerte junto a mí, quiero estar siempre para ti.
—Derek... —Recostó su cabeza en su pecho.
El la abrazó aspirando el olor de sus cabellos.
—No va a ser nada fácil, te lo aseguro, pero si estás junto a mí... si estás junto a mí no necesito nada más.
Tenían que arriesgarse, ya habían empezado y no era justo ni valiente detenerse a mitad de camino.
Después de dejar a su novia en casa, revisó su móvil que había estado sonando infinidad de veces.
Ven a casa inmediatamente.
Fue el último mensaje de su madre. Guardó el móvil en su bolsillo y fue hacia su casa.
La tensión era evidente. Cada vez que hacía algo mal, sus padres lo esperaban sentados en los sofás de la sala. Pero, por favor ya no era un niño. Con pasos lentos, pero a la vez firmes, y seguro de lo que estaba haciendo, se acercó.
—Hijo, por favor se consciente —dijo su madre.
Él se sentó frente a ellos y se estrujó el rostro.
—Mamá, papá, sé que están preocupados, pero sé muy bien lo que estoy haciendo.
—¿Cómo dices saber lo que haces? —cuestionó su madre con expresión sombría. Su cara estaba tan tensa que las arrugas de su rostro se volvieron imperceptibles—. ¿Estás en tus cinco sentidos?
—Derek —continuó su padre—, reconsidera tu decisión. Siempre te he dejado hacer lo que quieres. Te permití estudiar aquí cuando quise que te vayas al extranjero, te dejé vivir fuera de casa, te dejé asumir la vicepresidencia, pero esto no Derek. ¿Comprendes la magnitud de tu error?
¿Error, él realmente dijo error? Janna no era ningún error. La sangre fue recorriendo rápidamente hasta concentrarse de golpe en el rostro.
—¿Por qué el amor tiene que ser un error? —Le lanzó una mirada penetrante—. ¿Desde cuándo amar se volvió un pecado?
Su padre le devolvió la mirada con el ceño fruncido. ¿Es que acaso no se daba cuenta?
—Hijo —prosiguió su madre—, despierta. Entiende que no es correcto. ¿Te habrías fijado en Janna de no ser porque es idéntica a Jimena? —Derek vaciló y no era para menos—. ¿Estás pensando en esa chica? ¿Estás pensando en cuanto puedes dañarla? No puedes pensar únicamente en ti.
Dañarla, claro que temía dañarla, pero no podían ignorar lo que empezaban a sentir ni mucho menos ahogarlo.
—Después de ella.... no fui capaz de mirar a nadie más, no importa cuántas veces lo haya intentado, hasta que apareció Janna. Es cierto que me acerqué a ella porque es su gemela, pero ¿qué culpa tiene ella de tener su mismo rostro? He decidido arriesgarme y no hay marcha atrás.
Sin darles tiempo a responder salió lo más rápido que pudo.
***
—¡Maestra! —repitió el niño por enésima vez.
Janna reaccionó al llamado de su alumno. Toda la clase se la había pasado distraída recordando lo que pasó ese día.
—¿Qué pasa cariño? —le preguntó al pequeño pecoso.
—Maestra, ya sonó el timbre de salida.
—¿De verdad? —Miró el reloj en su muñeca—. Lo siento mis niños. Sus papás deben estar esperándolos en la salida.
—Adiós maestra —dijeron uno a uno mientras salían y depositaban un beso en su mejilla.
—Hasta mañana mis corazones.
Borró el pizarrón, dejó el salón limpio y salió. Todo estaba pesado que incluso era difícil respirar. ¿Por qué todo era difícil para ella? ¿Por qué no podía tener nada sin que tenga la necesidad de arriesgarse?
Mientras caminaba por el patio de la escuela, se dejó cautivar por "Fur Elise" de Beethoven. Suspiró, esa música era relajante y le hacía olvidar sus problemas. Inconscientemente sus pies la llevaron al salón de música de dónde provenía la melodía. Seguramente se trataba del profesor de música. El hombre era muy bueno en su trabajo. Cuando se dio cuenta, ya estaba en el espacioso salón lleno de instrumentos. El joven profesor tocaba el piano sumamente concentrado. Sus dedos se movían rápidamente poseídos por la música, presos de ella. Sin vacilar, Janna se aproximó sigilosamente, y cuanto más lo hacía, la silueta del pianista se le hacía conocida. Lo habría reconocido fácilmente de no haber sido porque estaba de espaldas. No era el profesor de música. Su corazón latió estrepitosamente y el pulso se le aceleró.
—¿Derek? —masculló casi incrédula.
El joven sonrió como respuesta sin dejar de mirar las teclas del instrumento. Ella se sentó junto a él, y se deleitó con las dulces notas.
—¿La directora te consiente mucho? No deja entrar a nadie más que no sea el profesor de música, o los alumnos bajo supervisión.
—Tú estás aquí.
—Quedé tan cautivada que ni siquiera me di cuenta que estaba rompiendo las reglas.
—¿Te dejas cautivar fácilmente? —No despegó la mirada ni los dedos de las teclas.
—Con música y comida.
—Esa no me la sabía.
Ella sonrió.
—¿Cómo sabías que vendría?
—No lo sabía, solo aceché probabilidades.
Nuevamente sonrió y se quedó en silencio hasta que él marcó la última nota. Aplaudió emocionada.
—Qué bonito sonó. Quisiera aprender a tocar el piano. Nunca tuve oportunidad de aprender.
—Está bien, hoy seré tu profesor de música. Primero —dijo tomando sus manos—, debes familiarizarte con las teclas.
Janna presionó algunas teclas blancas. Derek le enseñó cada nota y le explicó su función. Luego colocó sus manos sobre las de ella y las movió lentamente sobre las teclas. Ambos sonreían, pero la sonrisa de él desapareció cuando un recuerdo se le vino a la mente.
Flashback.
—Todos saquen sus partituras —dijo la maestra de música—. Espero que hayan practicado como les encomendé la clase pasada.
—Sí maestra —respondió toda la clase.
La mujer llamaba de uno en uno y les hacía tocar una pieza en el viejo piano de la escuela.
—¿Jimena Sosa?
—Aquí. —La jovencita levantó la mano y fue donde el piano.
—Buena suerte —susurró Derek.
Jimena le sonrió como respuesta y con pasos trémulos se sentó junto a la enorme tabla.
—G minor bach de Johann Sebastián Bach —manifestó la pelinegra mujer.
—Sí.
—Es difícil —susurraron sus compañeros.
—Ella lo hará muy bien —aseguró Derek—. Ha practicado toda la noche.
—¿Y tú has practicado? —preguntó Lucas—. Yo con las justas he practicado.
—De seguro recién lo recordaste hoy al levantarte —intervino Emilia enroscando una de sus oscuras trenzas.
—Pues la verdad, sí.
Sus miradas se dirigieron a la chica que empezaba a tocar la pieza con mucha destreza. Lo hacía como una profesional pianista. Tocaba con tanto sentimiento que dejó perplejos a todos, incluso a la experimentada maestra. Cuando Jimena solicitó aprender semejante composición no lo creyó oportuno, pero ahora se daba cuenta del enorme talento que tenía la muchacha en sus manos.
Derek la miraba deslumbrado. Se perdió en la melodía y en ella. Su delgado y alargado rostro, su cabello laceado recogido por una bincha, y sus delicadas manos moviéndose rápidamente sobre las teclas lo dejaban embelesado. Podía mirarla todo el día y jamás aburrirse.
La jovencilla finalizó la última nota y todos aplaudieron encantados. Derek no la perdió de vista ni por un segundo.
—Magnífico —la felicitó la maestra.
—Gracias maestra.
—Derek Sosa —continuó la mujer.
—Lo hiciste muy bien —pronunció Derek en cuanto Jimena se sentó a su lado.
—Gracias.
—Jovencito Sosa —volvió a repetir la mujer, apurada, quería terminar con eso cuánto antes —. Es tu turno.
—Maestra por más que lo he intentado no lo he conseguido —respondió el nombrado rascándose la cabeza.
—¡Qué muchachito tan dejado! ¡Te daré una última oportunidad hasta la próxima clase!
—Sí maestra.
—¿Por qué no practicaste? —preguntó Jimena preocupada.
—Lo intenté una vez, pero me enredé con mis propios dedos. Ni siquiera pude seguir dos notas. Perdí la paciencia y lo dejé.
—¿Y por qué no me pediste ayuda?
—Porque estabas practicando una pieza muy difícil. Necesitabas concentrarte.
—Oh Derek.
—Ahora que ya pasaste tu examen, ¿me ayudarás?
—Claro que sí tonto. Lo hubiese hecho antes si me lo hubieses pedido.
—¿Me dijiste tonto? —Le tiró un golpecito en la oreja.
—Au, eso me dolió. —Le hizo lo mismo.
—Te haré hacer escándalo. —Empezó a hacerle cosquillas en la barriga.
Jimena no se aguantaba la risa y tenía que morderse el labio para no soltar carcajadas.
—Ya basta —logró decir con los ojos llorosos de tanta risa.
Emilia los observaba celosa desde la carpeta de atrás.
—¡Silencio! —dijo enfadada propinándole un coscorrón a Derek, y un jalón de cabello a Jimena—. Quiero escuchar la melodía, no a ustedes.
Ambos dirigieron su mirada a la chica que tocaba el piano.
—Lo sentimos —se disculpó Jimena.
Después que todos tocaron el piano, salieron casi al anochecer. Emilia iba colgada del brazo de Derek, y Jimena intercambiaba algunas palabras con Lucas, hasta que se fijaron en el auto del señor Sandro. Algunas veces iba a recogerlos, aunque a Derek no le gustaba, solo cuando iba tarde.
—Adiós chicos, nos vemos el lunes —dijo Derek soltándose de Emilia.
—Nos vemos, pasen buen fin de semana —continuó Lucas.
Jimena sonrió y subió junto a Derek al auto.
—¿Les fue bien? —quiso saber su padre.
—Sí papá —contestó la muchacha.
Ni bien llegaron a casa, Jimena arrastró a Derek al piano.
—Después —gimió él
—No a la procastinación. —Lo obligó a sentarse junto a ella. Puso sus manos sobre las suyas y las movió al son de la melodía.
Todo fin de semana se la pasaron practicando en el piano. Al comienzo Derek era demasiado torpe, pero en cuanto empezó a cogerle el gusto no había quien lo levantara del instrumento.
Jimena... Jimena siempre lograba descubrir los talentos ocultos en Derek.
Fin del flash back
Las manos de Janna debajo de las suyas le hicieron recordar a Jimena. Incluso sus manos eran parecidas, dedos largos y delgados. Jimena le enseñó a tocar el piano, y ahora él le enseñaba a su hermana. Derek se quedó admirándola, mientras ella intentaba seguir por sí sola, hasta que se sintió observada.
—¿Qué sucede? —preguntó sin dejar las teclas.
—¿Sabes quién me enseñó a tocar piano?
—Mmm, no lo sé. ¿Quién?
El hizo un gesto melancólico y contestó:
—Jimena.
Esta vez Janna se detuvo mas no despegó su mirada del instrumento.
—Entonces es como si ella me lo estuviera enseñando.
—Janna...
—¿Mmm? —Lo miró a los ojos.
—Eres especial.
Ella se quedó en profundo silencio. Después de unos segundos decidió sonreírle mustiamente.
***
Derek entró a su departamento y encontró a Lucas sirviendo la cena, la que se había esmerado en preparar toda la tarde.
—Llegaste. He preparado un delicioso omelette.
—¿No me costará alguna hospitalización?
—Seguí las claras instrucciones de Karina.
—Bueno, confiaré en que has seguido todo al pie de la letra. —Clavó el tenedor en el potaje y lo llevó a la boca.
—¿De dónde vienes?
—De ver a Janna.
—¿Ignorarás la petición de tus padres?
—Lo hice desde que decidí salir con ella.
—¿Qué sientes cuando la ves?
Derek dejó el tenedor en el plato y miró a un punto indescifrable con una sonrisa en los labios.
—Mi corazón late rápidamente y mi cuerpo se siente liviano. Mis ojos no consiguen ver nada más que su rostro.
Lucas asintió y también dejó su tenedor, incluso dobló los codos.
—Tengo algo que preguntarte.
—¿De qué se trata?
—Esa pregunta ha estado rondando mi cabeza por un buen tiempo.
—Hazla.
—¿A quién quieres más? ¿Quisiste más a Jimena, o quieres más a Janna?
Derek se quedó congelado, pero tenía ya una respuesta, y no podía mentirle a su gran amigo.
—A ella la amé.
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