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25. Confrontación Familiar

Lucas no podía abrir más sus ojos por la sorpresa. Se mantuvo estático bajo los exigentes labios de la rubia. ¿Pero qué le ocurría? ¿Le estaba besando? ¿Por qué? ¿Acaso sentía algo por él? Imposible, ya lo habría notado. Ella siempre se mostró como una buena amiga, dispuesta a escuchar todo lo que él tuviese por decir. Además, estaba ahí siempre dándole consejos. Además, le había besado frente a Emilia... ¡Cielo! ¡Frente a ella!

Lo mismo para Emilia, no comprendía absolutamente nada. ¿Quién era esa falsa rubia que besaba a su Lucas? ¡Y frente a ella! Estaba loca, sí eso era de seguro.

No pudo entornar más sus ojos frente a la escena. Fue una extraña sensación que le era difícil explicar. Esa mujer no tenía sentido común y mucho menos respeto, ni siquiera dignidad. Le habría clavado las uñas en ese mismo instante de no ser porque aún le quedaba cordura.

Karina se separó y sonrió abiertamente.

—Me gustas Lucas, no pude esperar más para decírtelo.

—¿Qué? —Enarcó las cejas. No hablaba en serio. ¿Se había enamorado del él? Claro, por eso le había besado frente a Emilia, para marcar terreno. Pero él no sentía nada por ella, más que una linda amistad. Él estaba colado de Emilia, no podría corresponderle. ¿Cómo podría hacer para no dañarla?

—Sal conmigo —continuó—. Estoy segura que te enamorarás de mí.

Emilia empezó a fruncir el ceño esperando la respuesta de Lucas, y muy profundamente esperaba que la rechazara.

Él no tenía palabras. Inconscientemente miró a Emilia; y ésta aun consternada prosiguió su camino desapareciendo de su campo visual. Intentó ir tras ella, pero se detuvo al sentir la mano de Karina sobre su brazo.

—No vayas.

Dejando de ver la imagen de la pelinegra en la espesa oscuridad se giró a la rubia. Estaba en doble problema.

—Kari... ¿Realmente...?

Karina rio a carcajadas.

—Claro que no tonto, fue para darle celos.

—¿Eh? —Ahora sí que no entendía nada de nada. Las mujeres están locas, sí, no había otra explicación.

—Las mujeres siempre queremos lo que otras quieren, y si lo tenemos, ganamos —enfatizó la última palabra mirándose las uñas.

Bien, no entendía del todo, pero algo lograba comprender su varonil cerebro. Para los hombres era más fácil, si le gustaba una chica no quería a ningún tipo cerca de ella, y si una chica tenía sentimientos por él, se sentía halagado, pero si no lograba corresponderle, esperaba con toda sinceridad que encuentre su alma gemela.

—¿Cómo estás segura de eso? —Cruzó los brazos.

Ella bajó los hombros y rodó sus ojos.

—¿Quizás porque soy mujer?

—¿Funcionará?

—Un cincuenta por ciento de probabilidad. Antes tenías cinco.

—¿Tan poquito?

—Exactamente.

—¿Por qué?

Karina se pasó explicándole el pensamiento femenino. Las mujeres identifican su ideal cuando éste tiene otras posibilidades y de dónde escoger, y se sienten sumamente especiales cuando son escogidas por él entre muchas más. En cambio, no les parece nada atractivo, ni una victoria aceptar al que está siempre ahí, detrás de una. No es una gran hazaña. Así funcionaban las cosas para ella.

En efecto, Emilia no podía sacar de su mente lo que había visto, ya ni siquiera recordaba lo que pasó en la empresa. Irónicamente Lucas ocupaba su mente.

¿Sería él capaz de reemplazarla por la rubia? Era guapa la tipa, y más voluptuosa que ella, ¿él se fijaría en eso?

***

Janna intentaba hacer el mínimo ruido para que Derek se concentrara, incluso respiraba silenciosamente. Pero por favor, era imposible para el pobre, el simplemente pensar que ella estaba ahí lo distraía. Aun así, agradecía su compañía, no, amaba su compañía.

Sin poder evitarlo, levantó la mirada para contemplar su rostro, topándose con su mirada, su dulce mirada.

—¿Ya terminas? —le preguntó mostrando su linda dentadura.

Lo que quería él, era pegar sus labios con los de ella y quitarle hasta el último aliento. Dejarla rendida bajo sus brazos y su amor.

—Ni siquiera la mitad. —Volvió la mirada a sus interminables documentos porque de otro modo no podría detenerse.

Ella se levantó y se sentó junto a él. Quedaron muy cerca mirándose profundamente. Expresándose sin palabras lo que en ese momento sentían y que sentirían por mucho tiempo más. Sin poder controlar su traviesa mano, la enredó en su delgado cabello estirando algunos mechones de su frente. Derek la atrapó y la bajó lentamente hasta su boca depositando un corto beso en ella. Mas sus ojos no se despegaban de los suyos ni un solo instante.

Con Janna era distinto, ella le despertaba distintas sensaciones, ocultas y recónditas que nadie le hizo sentir jamás. Con ella era más que ternura, con ella era diversión, coqueteo y romance. Era algo inexplicable, ella venía a su mente en diferentes formas, la imaginaba de todas las maneras posibles y despertaba su instinto varonil más que protector.

—¿Quieres que te ayude? Hoy seré Emilia —dijo alejando su mano de los suaves labios de él.

Él la miró con gracia.

—No se parecen ni una pizca.

—¿Lo dices por la apariencia, o por la personalidad?

—Por ambas. ¿Has escuchado de los cuatro temperamentos?

—¿Cuatro temperamentos? —Descansó la cabeza en su brazo, prestándole toda atención.

Derek giró su silla frente a ella para verla mejor.

—Son: sanguíneo, colérico, flemático y melancólico —contó en sus cuatro dedos—. La teoría dice que todos tenemos algo de cada temperamento, pero desarrollamos una en especial.

Janna no tenía fiel interés en la psicología, pero esa teoría llamó su atención.

—¿Y cuáles son los rasgos de cada uno?

—Es bastante complejo, todos tienen fortalezas y debilidades.

—¿En resumen?

—Las personas de temperamento sanguíneo suelen ser extrovertidas, alegres, optimistas, amigables, pero a la misma vez inestables, volubles y pusilánimes.

Janna encontró varias de esas características en su personalidad, y en la de su novio. Eran extrovertidos, jugaban y se divertían con facilidad, pero podían estar tristes y pensativos de un momento a otro por alguna circunstancia inesperada.

—Así como nosotros dos.

El imitó su posición descansando su cabeza en su brazo.

—Exactamente. Mientras los flemáticos suelen ser fríos, tranquilos, diplomáticos, calculadores, pretenciosos... Así como Emilia.

—Qué interesante.

—¿Verdad que sí? Por otro lado, están los melancólicos. Son personas sensibles, creativas, minuciosas, introvertidas, pero a la misma vez negativas. —Con la otra mano atrapó la de ella y le hizo suaves masajes en los dedos.

—¿Se derrumban fácilmente?

—Son propensos a la depresión.

—¿Y los coléricos?

—Es el temperamento fuerte, pierden rápidamente la paciencia, pero son líderes espontáneos, astutos, rencorosos y audaces. Aparentemente Hitler era un sobresaliente colérico.

—Ni la menor duda. —Se quedó pensativa. Eso de las personalidades eran un completo misterio y algo llamativo y digno de estudiar. Viendo que ya lo había relajado un poco, se puso de pie—. Ahora sí, continúa con tu trabajo.

—De acuerdo jefa —pronunció llevando la mano a su frente como militar.

—Seré tu secretaria.

—Demasiado tentador y fantasioso. —Le guiñó un ojo.

El estómago de Janna se encogió con ese simple gesto. ¿Cuándo habían ganado esa confianza? Sintió unas ganas enormes de subirse en su regazo y besarle sin tregua ni descanso. Se zafó como pudo de esos pensamientos y se puso seria. Lo ayudó cuanto pudo, con estadísticas, a ordenar los documentos en archivos, pero estaba tan cansada que se quedó dormida recostada sobre el escritorio.

Derek continuaba muy concentrado en su trabajo, hasta que se dio cuenta de su novia.

—¿Te dormiste ya? —le preguntó sin obtener respuesta—. Janna. —La movió, pero ella ni siquiera pestañeó.

Sin hacer el mínimo ruido, se puso de pie, y la cargó como la había cargado en el centro comercial. Delicadamente la acomodó en el sofá, y la cubrió con su abrigo.

—Eres linda Janna —susurró después de darle un beso en la frente y regresar a su trabajo.

***

El frío de ese día nunca había sido tan intenso. Además, que le dolía la espalda a morir. Se giró para alcanzar mejor comodidad, pero lo único que logró fue caerse sobre la alfombra peluda. Abrió los ojos torpemente y observó anonada. Definitivamente no era su habitación. Estuvo medio perdida hasta que despertó por completo y recapituló que estaba en la oficina de Derek. Lo último que recordaba era estar organizando archivos. ¿Cómo había llegado hasta allí? Sonrió cuando la respuesta vino por sí sola.

Fue una muy mala noche, no consiguió descansar nada en el sofá, pero al menos le quedaba la satisfacción de que había acompañado a su novio, bueno al menos por un buen tiempo hasta quedar dormida.

Derek también había sido vencido por el sueño, y descansaba sobre su escritorio.

—Pobrecillo —soltó Janna entre suspiros. Se incorporó sin hacer demasiado ruido y fue hasta él. Le acarició la cabeza con cariño—. Derek, despierta.

Él levantó la cabeza y se estrujó los ojos para visualizarla con claridad.

—Me quedé dormido.

—Debes estar muy cansado.

—Y hambriento. Vamos a comer. —Se puso de pie y le tomó de la mano.

Era muy temprano, los trabajadores aún no daban señales de vida, salvo los vigilantes que los habían acompañado en su velada.

Un café cercano les dio la bienvenida. Tomados de la mano entraron al café en suaves tonos crema y marrón.

Janna admiró las pinturas en las paredes, embelesada. La imitación de: "el grito" obtuvo su principal concentración. Era la que más le gustaba de Edvard Munch, bueno, era la más famosa. El protagonista de la pintura le hizo recordar a su dibujo del otro día en la plaza, intentando imitar las facciones del rostro de Derek. Apretó los ojos y negó con la cabeza.

Una joven mesera les trajo la carta.

—Bienvenidos. —Les sonrió cuanto pudo.

Él le dio una rápida ojeada y se lo pasó a ella.

—Pastel de piña.

—Yo torta helada —prosiguió Janna.

—¿Y para beber? —cuestionó la jovencita tomando nota de su pedido.

—Café con leche —respondieron al unísono.

La chica de cabello rizado les mostró una linda sonrisa y fue rápidamente a preparar su pedido.

—¿Torta helada? —cuestionó Derek—. Hace tanto frío.

—Aun así, se me antoja. —Hizo un tierno puchero.

—Eres tan extraña, ¿sabes?

—Lo sé. —Sonrió abiertamente—. Siempre lo he sido.

—Vaya. Qué gran sorpresa.

Ni bien trajeron los aperitivos, ambos atacaron impulsados por sus rugientes estómagos.

—Tuyo se ve más rico —se quejó ella.

—¿Quieres probar?

Janna asintió repetidas veces. Derek pinchó el pastel con el tenedor y se lo introdujo en la boca.

—Mmm. delicioso. ¿Quieres probar el mío también?

—A ver.

Ella repitió la escena y se detuvo al sentirse observada por los demás clientes. Les echó un vistazo y se ruborizó por las miradas expectantes.

—Creo que somos los protagonistas —susurró él.

—De una telenovela cursi.

Derek soltó en carcajadas. No podía comprender como es que ella siempre lograba ponerle de buen humor con sus cometarios ocurrentes. ¡Cielos, cuánto la quería!

Ambos continuaron comiendo hasta que Janna levantó la vista y se fijó en la pareja que entraba al local; se le cayó el tenedor de la mano.

—¡Ah! —siseó cubriéndose la boca con ambas manos.

—¿Qué te sucede?

—Tus papás —respondió apenas.

Derek giró hacia la entrada y, evidentemente, sus progenitores entraban tomados de la mano. Cuando volvió la mirada, su novia estaba huyendo.

—¿A dónde vas? —preguntó con el ceño fruncido.

—A esconderme.

—¿Por qué? Vuelve —dijo entre risas. Jamás se imaginó que ella reaccionaría de tal modo.

Esperó a que sus padres lo reconocieran. Contó hasta tres con sus dedos y su madre pronunció:

—¡Hijo!

—Hola mamá y papá —saludó con la mano.

—Vaya, qué coincidencia —dijo su padre.

La pareja se sentó frente a él.

—¿Esto desayunas? —Miró con desaprobación Lara—. Deberías volver a casa.

—Estoy bien, tranquila.

Lara intercambió la mirada con su esposo y volvió a mirar a la mesa. Sus ojos de madre curiosa y observadora se percataron al instante del pequeño detalle que, probablemente Janna se olvidó de ocultar.

—Un momento —continuó—, hay dos tazas y dos platillos. ¿Estabas con alguien?

—Creo que hemos interrumpido —constató su esposo con una sonrisa picarona.

Janna que permanecía detrás del mostrador de postres se moría de nervios, y se lamentó no acordarse de eso. Debió haber traído su loza con ella.

—¿Con quién estabas? —preguntó Lara curiosa y desesperada por saber.

Después de un corto silencio Derek añadió:

—Con mi novia.

—Mmm. ¡¿Qué?! —chillaron ambos al mismo tiempo.

—¿Estás saliendo con alguien Derek? —La mujer abrió grandemente los ojos.

—Así es mamá.

La pareja nuevamente intercambió una mirada. Solo eso bastaba para comunicarse. Los dos estaban muy felices de saber que su hijo por fin estaba viendo a alguien. Habían intentado por todos los medios que él conozca una chica y se distraiga, pero nunca lo lograron.

—¿Cuándo nos la presentarás? —preguntó Sandro.

—Ya la conocen papá. —Derek continuaba comiendo desinteresado.

—¿De quién se trata? —quiso saber Lara. Ella de verdad esperaba que se tratara de Emilia, la conocía desde años y sabía que era buena para su hijo. A veces era rígida y seria, pero encajaba bien con Derek, se entendían, y comprendían. Además, era consciente de los sentimientos de ella.

—Lo sabrán en el momento oportuno. Ella aún no quiere que lo sepan. —Miró en dirección de Janna, y ésta se escondió a la velocidad de la luz.

—Qué extraño —respondió suspirando.

—Tranquila mujer, nuestro hijo ya es un adulto. La veremos en cualquier momento.

—De cualquier modo, estoy muy feliz de que veas a alguien, hijo. —Acarició su mano.

—Gracias mamá. —Nuevamente buscó a Janna con la mirada y la vio saliendo a hurtadillas—. Debo volver a la oficina.

—Como un verdadero vicepresidente. Nos vemos luego hijo —pronunció Sandro.

Derek sonrió y salió presuroso para alcanzar a su novia sin antes dejar su cuenta sobre la mesa. Cuanto estuvo lejos de la vista de sus padres, llamó su nombre.

—¡Janna! —vociferó.

La chica se detuvo y soltó un profundo suspiro.

—Casi nos atrapan.

—¿Por qué hiciste eso? —Caminó a su lado y tomó su mano.

—¿Crees que lo aceptaran como si nada?

—Somos adultos Janna.

—Sabes que no es por eso.

Si tan solo ni fuera su gemela...

—Sí, lo sé. No deberías temer.

Se detuvieron cuando el semáforo marcó en verde.

—No es tan fácil —resopló—. Quiero ir a casa.

—Vamos a mi oficina por tus cosas.

***

—No puedo creer que después de tanto tiempo nuestro Derek por fin mire a otra chica.

—También estoy feliz, Lara.

—Pero también quieres saber qué tipo de chica es.

—Confío en los buenos gustos de mi hijo. Además, dice que ya la conocemos.

—Ojalá tenga buenos gustos como tú.

—Qué presumida.

Ni bien la pareja entró a la empresa, los empleados les mostraron sus respetos; y algunos ejecutivos se acercaron a saludar.

—Presidente, qué agradable tenerlo por aquí —dijo un ejecutivo joven—. A usted, y su linda esposa.

—Gracias. ¿Va todo bien?

—Así es señor. ¿Desea ver el cierre de este mes?

—Bueno.

—Yo iré a dejar esto en la oficina de Derek. —Lara mostró las frutas. Después de ver lo que su hijo desayunaba se imaginó que solo se alimentaba de eso, y que tenía su refrigerador lleno de comida chatarra y cervezas. Casi le da un infarto al pensar en eso.

—Está bien querida.

La mujer subió rápidamente por el ascensor y, como siempre, lo primero que vio fue a Emilia en su escritorio. Sonrió al imaginarse que ella era la saliente de Derek. Pero, ¿por qué querría ocultarse?

—Señora Sosa —dijo la pelinegra en cuanto la vio, además de ponerse de pie.

—Hola Emi. ¿Está todo bien?

—Sí señora, gracias.

Lara sonrió y continuó su camino, pero regresó al cambiar rápido de opción.

—Querida, ¿sabes con quién sale Derek? —preguntó sin tapujos. Quería escuchar que se trataba de ella, y quería mostrarle su apoyo.

La joven pestañeó rápidamente. Ni siquiera pensó correctamente cuando contestó.

—Sí, lo sé.

—¿De quién se trata? ¿es una buena chica? —Sonrió cómplice.

Emilia frunció los labios.

—Descúbralo usted misma —sonrió—. Además, ya la conoce.

—Eso fue lo que Derek dijo. ¿Por qué tanto misterio?

Esta vez ella se mordió el labio. Sabía que lo que iba a hacer no estaba bien pero no podía detenerse.

—Le daré fin a su inquietud. Ella está en la oficina de nuestro vicepresidente.

—¡¿De verdad?! —Abrió enormemente los ojos. Se desanimó al pensar que no se trataba de ella, pero fue reemplazada por la curiosidad—. Gracias Emi.

Ni corta ni perezosa, Lara fue inmediatamente a la oficina de su hijo. Abrió sigilosamente la puerta y vio la silueta de una chica. Era alta y delgada, se le hacía conocida.

—¿Hola?

Grande fue su sorpresa cuando Janna dio la vuelta. Su corazón dio un vuelco.

—Se... señora —titubeó. Estaba muy nerviosa y se arrepintió de no haberse apresurado e irse cuanto antes.

—Janna —susurró—. Lo analizó por unos instantes y añadió—: ¿Acaso eres tú?

—¿Eh?

—¿Eres tú?, ¿eres tú la novia de mi hijo?

Janna se quedó petrificada, al igual que la mujer que la veía con el ceño fruncido.

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