17. Kiss Cam
Un sutil cosquilleo le invadió el estómago, había deseado mucho verla. No necesitaba descifrar el porqué, simplemente quería verla y nada más.
De cualquier modo, se sentía nervioso, y presentía que ella también. Sus ojos suplicantes y llenos de ternura le agitaron el corazón.
Quería abrazarla, juntarla a su cuerpo, retenerla y nunca dejarla ir...
—Lamento no haber venido antes —pronunció con voz ronca, que ella le pareció una sonata cargada de intensas melodías.
Ambos sabían que no era, ni iba a ser fácil, ambos sabían que no era necesario dar explicaciones y contar razones. Dejarían que todo siga su rumbo y que pase lo que tenga que pasar.
—Gracias por haber venido —musitó con las comisuras temblando por el frío y por el nerviosismo.
Derek se sacó el pesado abrigo y lo puso sobre la cabeza de Janna, cubriéndole de la nieve que caía cada vez más y más.
No, por favor no lo hagas, no más.
—Hace frío, vas a enfermarte —protestó ella.
—Llevaré la leña y con eso me calentaré. Eres alérgica a la humedad, ¿no es así? Vas a terminar estornudando, así que simplemente utilízalo.
El corazón de Janna revoloteó una vez más. ¿Cómo no sentir nada por él? Si con tan solo mirarlo ponía su mundo de cabeza. ¿Cómo era capaz de sentir algo tan fuerte por él, cuando no había pasado demasiado tiempo de haberlo conocido?
De vuelta al campamento, todos se sorprendieron al ver a la maestra Janna con un joven que traía la leña. Al aproximarse, la directora lo reconoció y se acercó hasta ellos.
—Joven Sosa, ¿cómo es que está aquí? Pensé que no vendría.
—Estuve ocupado, lamento venir recién.
—No se preocupe, estamos felices que haya venido, ¿no es así maestra Prieto?
—¿Eh? —titubeó Janna— Sí, claro.
A unos metros Emilia se venía con la clase de Janna. Instantáneamente reconoció el porte de Derek, y al aproximarse efectivamente comprobó que se trataba de él. Lo primero que vio fue su abrigo sobre Janna y un sentimiento incómodo se alojó en ella. Le alegraba verlo, pero no le alegraba el motivo de su llegada. ¿Acaso había ido por Janna?
—¿Sorprendida de verme? —preguntó Derek cómodamente.
Emilia apenas sonrió.
—No pensé que vendrías —soltó, pasando la mirada de él a ella.
Janna se sacó el abrigo y le entregó dando las gracias. Era evidente la tensión de Emilia, y no quería ser parte de ella, así que desapareció rápidamente con sus niños, ante la mirada atenta de Derek.
—Ya sabes que lo que inicio lo termino bien —respondió él medio bromeando.
—No es únicamente por los productos, ¿verdad? —Volteó para ver a Janna y volvió su mirada a él.
Derek se limitó a sonreír. Pasó junto a Emilia y le revolvió el cabello, mientras ella ahogó las ganas de llorar, de llorar como una niña pequeña que ha perdido su juguete. Quizá Lucas tenía razón y él nunca la vería como más que una amiga.
***
El olor a chocolate caliente los iba despertando uno a uno. La mesa estaba puesta en la cabaña, así que todos ni bien pusieron un pie fuera de su carpa, se dirigieron allí.
Janna ordenó a sus niños y los encaminó mientras cantaban animosos y muertos de hambre.
—¡Queremos comer! —Se habían propuesto a protestar al sonido de sus cubiertos, como si no hubiesen comido en años.
Janna los miró con gracia, solo por esa vez les dejaría hacer bulla.
Llamado por el delicioso aroma, y obviamente por su crujiente estómago, Derek entró al comedor desfilando junto a las largas mesas de los niños. Al instante divisó a Janna y fue junto a ella.
—Vaya, sí que tienen hambre —le dijo riéndose, mientras señalaba a los pequeños.
—Voy a volverme loca —respondió entre risas también.
Las señoras encargadas de la cocina, se dispusieron a servir el chocolate, más tostadas y mermelada de fresa en cada mesa.
—No se olviden de agradecer —pronunció Janna.
—Casi se me olvida a mí también —le susurró Derek al oído.
—Niño malcriado.
—Enséñame maestra Janna. —Le guiñó un ojo, haciendo que la chica se ponga de mil colores.
No era particularmente tímida, pero él la ponía nerviosa.
—Mejor come. —Sin previo aviso le metió un pedazo de tostada en la boca.
A él le encantaba ponerla nerviosa, disfrutaba verla avergonzada sin saber qué hacer.
Cuando ya casi todos terminaban de desayunar, Emilia entró por fin al comedor. Hace tiempo que no dormía tan bien, y eso que lo había hecho en una carpa.
—¡Por aquí! —Derek levantó la mano para que lo viera.
Estirándose y bostezando repetidas veces, se acercó hasta ellos.
—Buenos días —saludó sin dejar de bostezar.
—Vaya, sí que has dormido —bromeó su amigo.
—Debo decir que las carpas son buenísimas —respondió levantando el pulgar.
—Eso parece —intervino Janna.
A lo largo del día se dedicaron al concurso inter salón, y por la tarde estaban todos libres. Algunos niños del salón de Janna, la buscaron para jugar a las escondidas. Emilia y Derek se les unieron. A la suerte le tocó contar a Emilia.
—Hasta cincuenta —sugirió uno de los niños.
Mientras ella contaba, todos se apresuraron a esconderse. Janna se alejó lo más que pudo, escondiéndose detrás de unos árboles secos.
—Aquí no me encontrará —aseguró mientras se frotaba las manos debido al frío.
—Oye, éste es mi escondite.
Janna miró a todos lados buscando al dueño de la voz. Sentado tranquilamente, Derek la miraba con gracia.
—Hey, ¿qué haces aquí? Búscate tu escondite, éste es mío.
—No, yo vine antes.
—Yo lo pensé primero.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque lo había pensado en cuanto nació la idea de jugar las escondidas.
—Yo lo pensé antes de venir.
—Qué falsedad. —Arrugó la nariz.
—¿Me llamaste falso? —Fingió molestia.
—Así es, fíjate.
—Pues mira esto. —Tomó un puñado de nieve y le lanzó dando justo en el brazo.
—¡Oye! —Se puso de pie e hizo lo mismo.
Nadie se daba por vencido, a ninguno le gustaba perder, así que se pasaron lanzándose bolas de nieve, mientras Emilia los buscaba algo preocupada. Caminaba cansada sobre la nieve, y con el rostro teñido de rojo.
—¡Janna! ¡Derek! —llamaba a todo pulmón—. ¿Dónde diablos se han metido?
A unos metros, escuchó unas risitas, una de ellas era la Derek, que conocía a la perfección. Sin llamar más, se aproximó y lo vio entretenido con Janna.
Sus ojos parecían echar fuego, definitivamente no le gustaba lo que veía. No dejó que la vean y volvió al campamento.
—Déjame ayudarte. —Derek le extendió la mano a Janna después de haberla tumbado.
—Eres un tonto. —Lo golpeó.
Janna estaba llena de nieve, tumbada sobre la fría superficie.
—Janna, ¿eres llorona?
—Claro que no. —Se puso de pie y le pateó el tobillo.
—¡Au! ¡eso dolió! —Se estremeció intentando pararse en un pie.
—¿Quién es el llorón ahora? —Empezó a correr lejos de su alcance.
—¡Oye, eres una tramposa! —Fue en su tras saltando en un pie.
Cuando se trataba de diversión, ambos se olvidaban que eran adultos y disfrutaban el momento retozando como niños pequeños. Tenían una indiscutible química que trascendía lo racional.
Al tercer día regresaron a la ciudad. Fueron días maravillosos, les parecía que era demasiado corto el tiempo que habían pasado en ese lugar.
La nieve se había instalado en cada rincón de la enorme ciudad, sus vistas se cansaban de ver únicamente blanco, pero era alentador.
Derek llevó en su auto tanto a Emilia, como a Janna. Detuvo el vehículo frente a la residencia y bajó la maleta de Janna.
—La casa de Emilia es muy linda —comentó ella, mientras subían las escaleras.
—Vive allí desde que la conozco, nunca se ha mudado.
—¿La conoces desde hace mucho?
—De toda la vida. Antes que a Jimena. —Sonrió apenas—. Por eso debo decir que el tiempo no condicional en la cantidad que se puede querer a una persona.
Janna percibió en sus ojos algo más, algo que él quería decirle; pero estaba tan soñadora que a lo mejor era imaginación suya.
—Ya veo. —Se detuvo frente a su departamento, y buscó la llave en su cartera.
—Estoy con el cuerpo molido. Me divertí mucho.
—Igual yo —terminó de decir en cuanto abrió la puerta—. Derek... —Sonrió con picardía por el diálogo que se le vino a la mente; solo esperaba que él también la siguiera.
—Dime.
—¿No gusta a pasar a tomar una tacita de café? —Tendió una mano con dirección a la entrada.
Derek enarcó las cejas, pero luego sonrió al entenderlo.
—¿No será mucha molestia? —Obviamente no se iba a quedar atrás.
—Claro que no. Pase usted.
—Después de usted.
Soltaron en risas adentrándose en el departamento. Sí, parecían dos tontos por hacer ridiculeces, pero qué va, así se divertían.
La señora Salma atravesó el pasadizo y se detuvo recelosa para observarlos. Reconoció a Janna, y detuvo su mirada en el chico junto a ella.
—Abuela —saludó su nieta acortando distancia para abrazarla—, te extrañé.
—Yo también —respondió la anciana sin interés; sus ojos no se desviaban de Derek—. ¿Y ese joven tan guapo? —no dudó más en cuestionar.
—Buenas tardes abuela —saludó Derek sonriente.
La anciana movió los párpados lentamente y miró a su nieta con inquisición.
—¿Acaso es tu novio?
El rostro de Janna se cubrió de un rojo intenso, y no fue capaz de mirarlo a los ojos.
—No abuela —respondió a toda velocidad.
Derek se limitó a sonreír, disfrutando de su vergüenza.
Janna agradeció que la cuidadora de su abuela siga sus pasos; casi la abrazó en modo de agradecimiento cuando la vio, pero al instante de saludarla notó en su expresión algo que no le gustó.
—Señorita Janna, tenemos que hablar —dijo la jovencita.
Tal como lo supuso, algo no andaba bien.
—Oh... claro —contestó apenas.
Janna se sentó junto a la muchacha en el sofá, mientras Derek entretenía a la abuela leyéndole una historieta. De rato en rato volteaba a verla; por su expresión no parecía ser buenas noticias.
Luego que la muchacha se hubo ido, le preguntó lo que pasaba.
—Ya no tengo cuidadora —dijo preocupada.
—¿Y la señorita?
—Tiene que viajar por un asunto urgente.
—Qué lástima.
—Estoy tan preocupada...
Derek torció el labio mientras pensaba el modo de ayudarla.
—Ya verás que encontraremos una solución.
—Espero que así sea —suspiró Janna.
***
A lo largo del camino, Derek pensó y pensó en el modo de ayudar a Janna, la idea de dejarla sola y preocupada le horrorizaba. Y cuando ya solo le faltaba media calle para llegar a su casa, la idea le vino de golpe. Así que cambió de ruta alargando las comisuras de su boca.
Aparcó el auto frente a la clínica y consultó la hora en su reloj. Aún faltaba como media hora para la salida de su amiga. Esperó tranquilamente hasta que la vio salir con su cara de cansancio que se perdía en el color blanco de su ropa.
Se bajó corriendo y la alcanzó antes de que cruzara la pista.
—Karina —musitó sonriente.
La rubia chica lo miró detenidamente intentando recordarlo, sus rasgos y facciones se le hicieron conocidos, hasta que por fin los concretó.
—¿Derek? —preguntó incrédula.
Había madurado bastante desde la última vez que lo vio, ya era todo un hombre.
—El mismísimo —aseguró dándole un abrazo.
—¡Vaya, cuanto tiempo!
—Demasiado... —Sonrió y le echó un vistazo a su centro de trabajo—. Aún sigues trabajando en la misma clínica.
—Así es... Lamentablemente.
—¿Por qué lo dices?
—He tenido algunos problemas.
—Soy todo oídos. Vamos, te invito a comer.
Fueron a un restaurante cerca de la clínica donde trabajaba la rubia. Le comentó a Derek el mal sueldo que ganaba y el personal estirado con el que le tocaba trabajar. Karina venía trabajando como técnica de enfermería durante seis años. De hecho, fue en esa misma clínica donde conoció a Derek y de paso a Lucas. Ambos habían sido hospitalizados después de haber contraído un virus mientras cursaban el quinto ciclo de su carrera.
Karina aún hacía sus prácticas, así que además de atenderlos se volvió su amiga. Volvió su instancia hospitalaria un centro de entretenimiento y diversión. Cada día se le ocurría algo grandioso para matar el rato, como juegos de mesa, paseos en el jardín de la clínica, ver películas, en fin. Después que fueron dados de alta, no los volvió a ver hasta ese día, al menos a Derek.
—Entonces no te va muy bien. —Derek se llevó la mano a la barbilla.
—Bueno, hay días buenos y días malos. Hay enfermeras buenas y también malas.
Derek no pudo más que esbozar una amplia sonrisa.
—Entonces llegué en buen momento.
—¿A qué te refieres? —Karina dejó de comer para prestarle atención.
—Tengo una propuesta de trabajo para ti.
—¿Cómo dices? —Movió sus párpados repetidas veces.
—Se trata de trabajo a domicilio, cuidar de una anciana con Alzheimer.
—¿Es tu familiar?
—No exactamente, es la abuela de una amiga.
—Debe ser una amiga importante. —Karina sonrió con picardía remarcando sus dos hondos hoyuelos—. Bueno no lo sé, es que...
Al notar su incertidumbre, se apuró en continuar:
—Escucha, te daré cincuenta por ciento más de lo que ganas en la clínica.
Karina abrió enormemente sus ya grandes ojos.
—¡¿De verdad?!
—Muy de verdad. Solo tengo una condición.
—¿Cuál?
—Que no le comentes a mi amiga sobre el pago que te daré.
—Suena fácil —asintió—. Está bien, trato hecho.
Derek estrechó su mano para sostener la suya.
—Trato hecho.
Al día siguiente, muy temprano por la mañana, Derek llevó a Karina a la casa de Janna. Ella preparaba el desayuno cuando escuchó el llamado a la puerta; sus ojos expectantes evaluaron a la joven rubia que estaba junto a él; por su uniforme blanco, sospechaba que se trataba de un personal de salud.
—Hola Janna —saludó Derek—. Te presento a Karina.
La nombrada sonrió y le tendió la mano.
—Soy técnica de enfermería.
—La nueva cuidadora de la abuela —concretó Derek.
—¿La nueva...cuidadora? —titubeó Janna.
—Así es. Karina es buena amiga mía y está dispuesta a cuidar de la abuela.
Janna se emocionó, pero su sonrisa se deslizó tan rápido como apareció.
—Sería muy bueno que un personal de salud cuide de la abuela, pero... no creo poder pagar el sueldo de un personal de salud.
—Por eso no te preocupes—se apresuró Karina—, estoy desempleada, así que el pago que me des estará bien.
—No creo que sea justo.
—Está bien, no te preocupes.
—¿De verdad?
—Totalmente.
Tal como habían quedado, Karina no dijo ni una sola palabra del pago que le daría Derek. A pesar que no quería recibir el pago extra que le daría Janna, él insistió en que lo recibiera. Las cosas no podían salir mejor para ella.
***
—Muchas gracias por ayudarme con lo de la abuela —dijo Janna mientras él conducía.
—No fue nada.
Ella le sonrió sintiendo cosas extrañas en el estómago cuando le escrutó el rostro. Su perfil era tan refinado como una pintura selecta, su nariz pequeña... Tuvo unas ganas inmensas de recorrer esa mandíbula fina con sus calurosos labios, besar cada pequeño centímetro sin dejar nada al acecho... Sentir la aspereza de su barba incipiente que apenas se notaba sobre la suavidad de sus labios.
Janna se sonrojó por la intensidad de sus deseos, por los fuertes latidos de su corazón como un estruendoso tambor en su pecho. ¿Qué te ocurre Janna Prieto?
Parpadeó tres veces seguidas y se mordió el labio. Nunca había sentido eso por nadie, al menos no en poco tiempo. Tenía que averiguar que estaba pasando, tenía que intentarlo, aunque perdiera en el intento. Quería una cita con él, pero no se atrevía a proponérselo directamente, tal vez por miedo a ser rechazada, a escuchar de sus labios que se estaba equivocando, que sus intenciones con ella no era más que amistad.
Aun así, respiró hondo, y cerrando los ojos preguntó:
—¿Tienes libre la tarde?
Derek elevó una ceja y torció el labio. Dejó de ver la carretera por un momento para verla a ella.
—¿La tarde?
Janna asintió con la mandíbula tensa y hurgó en su cartera.
—Tengo dos boletos para ver el partido de fútbol. —Sonrió nerviosa y agregó—: ¿Quieres ir conmigo?
—¡¿Te gusta el fútbol?! —Separó más sus párpados.
—Desde siempre.
—Vaya, qué sorpresa. Está bien, vamos.
—Genial. —Su pechó se hinchó de alegría—. ¿Nos encontramos en el estadio central a las cuatro?
—De acuerdo, ahí te veo.
***
El tumulto de gente la empujaba de un lado a otro como saco de box. Llevaba cinco minutos esperándolo, y a Janna le parecía una eternidad. De hecho, era muy mala esperando.
Estuvo a punto de marcarle, cuando reconoció el auto negro estacionarse frente al estadio.
—¡Por aquí! —Elevó las manos para que la viera.
Derek se veía muy elegante con el abrigo gris que le llegaba hasta la altura del muslo. Y su sonrisa de niño bonito le aflojaron las piernas.
Fue muy consciente cuando se robó las miradas indiscretas de las mujeres que pasaban junto a él. Vaya, no era la única.
—¿Estamos a tiempo? —preguntó en cuanto llegó hasta ella.
—Sí, vamos.
Lo arrastró del brazo hacia el interior del estadio, lo que pareció una contienda, casi como atravesar un campo de batalla. Ubicó las butacas en el medio y lo jaló sin soltarle por un momento.
—Es por aquí.
El estrecho paso hacia sus asientos les hicieron darse de rodillazos ante las quejas de los demás espectadores.
—Solo dos más —señaló Janna el par de butacas vacías en la fila.
El partido comenzó en cuanto se sentaron. Janna rápidamente alcazó una corneta y un globo verde.
—¿Harás barra? —cuestionó Derek tomando uno de cada uno.
—Si van ganando.
Los fuertes gritos de Janna se unieron al escándalo del resto haciendo barra.
—¡Vamos! —gritaba a todo pulmón cuando los jugadores de su equipo se acercaban a la portería.
—¡Vas a quedarte sin voz! —expresó Derek riéndose con las manos en los bolsillos de su abrigo.
—¿Estoy haciendo mucho escándalo?
—Cuando juegue fútbol te llevaré para que me hagas barra —bromeó.
—Sólo si vas ganando.
—¿Y si voy perdiendo?
—Le haré barra al equipo contrario. Siempre debemos apostar por el mejor.
Derek negó con la cabeza, divertido.
—En tu otra vida fuiste negociante.
—Probablemente —rio también.
Derek estaba más concentrado en ella que en el partido. Estaba tan llena de vida que el simple hecho de mirarla era gratificante. Gritaba, retozaba, se volvía a sentar y se volvía a parar. Su energía era desbordante.
El primer tiempo había terminado y como era costumbre, empezó el juego de Kiss Cam. Primero la cámara enfocó a una pareja de ancianos, ambos se besaron sin dudarlo, posiblemente eran esposos. Después enfocó a un par de muchachos, el jovencito se rehusó inclinándose en el respaldo de su silla cuando la chica de cabello negro quería besarle; el muñeco se acercó y le vació refresco en la cabeza. El coro de risas desprendió un fuerte eco menguando el sonido de la música.
—Pobrecillo —esbozó Janna.
A la tercera enfocó a dos hombres en sus treinta. Ambos se miraron haciendo gestos de asco.
—¡Beso! ¡Beso! —pidió la multitud.
Los dos se miraron, cerraron los ojos con fuerza y lo hicieron a la velocidad de la luz. Nuevamente el público estalló en risas.
—Eso no fue nada bueno —dijo Derek arrugando la nariz.
—Fue muy gracioso —aseguró Janna sin dejar de reír—. ¿Quieres coca? —Le ofreció el enorme vaso de gaseosa.
—Un poco.
—¡Beso! ¡Beso! —gritó la gente otra vez.
Los dos apuntaron hacia la pantalla para ver a las siguientes víctimas. Se quedaron petrificados al verse enfocados en ella. Ni siquiera se atrevían a mirarse.
El muñeco de ese pabellón ni corto ni perezoso se acercó hasta ellos, esperando que se besaran o empapar al hombre
Derek fue el primero en buscar la mirada de Janna, a pesar que los nervios lo estaban consumiendo.
Ella tragó saliva, sintiéndose del mismo modo.
Sus corazones iban a por mil al igual que sus respiraciones. El abrigo rojo de Janna combinaba a perfección con sus mejillas que se habían coloreado en el mismo tono.
Sin dudarlo más, Derek tomó la iniciativa y acercó su rostro al de Janna; al instante ella cerró los ojos.
Janna ya no pudo escuchar las voces de las demás personas, lo único que pudo escuchar fueron los fuertes golpes en su pecho y sus impacientes respiraciones; y las de él hacerle cosquillas en sus labios que pedían desesperados sentir los de él. Y cuando por fin los sintió, todo a su alrededor se desmoronó como espuma. Algo electrizante se extendió por todo su cuerpo hasta dejarla en trizas.
¿Sentiría él lo mismo?
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