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11. Sentimientos Infinitos

La miraban como si de un fantasma se tratase, y no era para menos. Un paro cardíaco iba a acabar con ellos en ese mismo instante. Emilia estaba más confundida y horrorizada que Lucas, era una pesadilla, una horrible pesadilla.

Janna supuso el motivo de su asombro, mas no sabía si anticiparles o no que era nada más que la gemela.

—No es Jimena —se adelantó Derek—, es Janna su hermana gemela.

Esa explicación no logró sacarlos de trance, sino que aumentó la tensión e incertidumbre.

Después de explicarles gran parte de la historia se sentaron cómodos en el sofá y no disimulaban en lo más mínimo en mirarla con recelo.

—Entonces... ¿eres su hermana gemela? —cuestionó Emilia.

Nada de lo que contaba Derek tenía sentido, una hermana gemela...

—Sí —respondió Janna sonriendo.

Se sentía incómoda que la mirasen como bicho raro, pero, de cualquier modo, les mostraba empatía. Después de todo, habían sido compañeros de Jimena.

—Entonces es así como Jimena se vería de adulta —continuó Lucas—. ¡Qué loco!

Derek sonrió melancólico y Emilia sintió algo amargo en la garganta. La aparición de la hermana gemela no era para nada bueno. Tenía el presentimiento que iba a arruinar sus planes. Pero, ¿cómo había dado con ella? De pronto recordó cuando Derek le comentó que había visto a Jimena, entonces se trataba de la hermana gemela. ¡Maldición! ¿Por qué tuvieron que encontrarse?

Janna consultó la hora en su reloj de mano. La señora que cuidaba de su abuela, mientras ella trabajaba se iría pronto. Derek la observó y supuso que estaba contra el tiempo así que se dispuso a llevarla a casa. Emilia reparó recelosa.

En cuanto ellos salieron, Lucas soltó un bufido.

—No está mal dicho que la realidad supera a la ficción. —Se sentó junto a Emilia.

—Aún no sé si fue real o estoy soñando —dijo ella mientras se llevaba ambas manos al rostro, frustrada.

—Cuando crees que por fin tendrás el camino libre para llegar a Derek, aparece su hermana gemela —la fastidió riéndose a carcajadas—. Debes estar en shock.

—¡Idiota! —Emilia lo fulminó con la mirada. Tomó su bolso y salió del departamento.

—¡Espera! ¿Y mi bienvenida? —se mofó Lucas desde el sofá sin dejar de reír—. Pobrecita.

***

No se tardaron demasiado tiempo en llegar a pesar del tráfico. Aunque Derek habría preferido que el tiempo pasase más lento para verla más.

Mientras él se detenía frente a la residencia, Janna divisó la figura de su abuela a través de la ventana. Sonrió, pero al instante dejó de hacerlo cuando la vio ser forzada con brusquedad por la señora que la cuidaba. Al parecer quería hacerla regresar como a dé lugar al departamento, pese a que la anciana no quería. Estaba desorientada y confundida.

—Abuela —murmuró afligida.

Ni bien paró el vehículo, bajó apresurada donde estaban las mujeres. Derek la siguió con la mirada desconcertado por la rapidez con la que había bajado.

—¡Su casa es aquí! —insistía la mujer al borde de la histeria mientras la sujetaba de un brazo.

—¡Déjame en paz! —chillaba la señora Salma.

—¡Abuela! —exclamó Janna buscando su mirada, mientras la mujer la soltó—. ¿Qué ocurre abuela? —Acunó su rostro.

Derek se bajó del auto al percibir la situación.

—Esta señora no me quiere dejar ir a mi casa. —Señaló a la mujer—. Mi Jimena y mi Janna deben estar preocupadas por mí.

—Ya que llegaste me iré —concretó la mujer y prácticamente voló.

Derek comprendió porque Janna estaba tan apurada. Le partió el corazón al escuchar: Mi Jimena y mi Janna deben estar preocupadas por mí...

—Abuela, entremos a casa —pidió Janna dulcemente.

—No, tengo que ir a mi casa, ya te dije que mis nietas me esperan.

—Abuela —repitió Janna al borde de las lágrimas—. Yo soy Janna, ¿no recuerdas? Ya he crecido, mírame abuela.

La anciana la miró durante varios segundos y llevó sus manos al rostro de la chica.

—De verdad eres Janna —aseguró sonriendo.

—Abuela. —La abrazó y reprimió unas cuantas lágrimas.

Derek permaneció alejado mientras las observaba a ambas sentadas en las gradas. La anciana se había quedado dormida recostada sobre el hombro de su nieta. Así es como vivía Janna... Así es como había vivido siempre, mientras Jimena cargaba con su enfermedad. Ninguna de las dos lo había pasado bien.

Con una sonrisa se acercó y se ofreció a cargar a la abuela al departamento. Janna agradeció que él estuviera ahí. La puso en su cama y Janna le revisó el brazo, tenía un moratón debido a lo fuerte que le había cogido la señora.

—Tiene Alzheimer. —La joven buscó en la mesita de noche una crema para pasarle.

—Debe ser difícil —comentó. Nadie más que él sabía lo triste que era ver a un familiar enfermo.

—Es difícil cuando no me reconoce —suspiró.

Derek se detuvo a observar la habitación en tono pastel, parecía casi un cuarto de hospital; mantenía un estante lleno de medicamentos, una mesa con dibujos, una estufa, y la cama con sus respectivas barandas. El olor era cálido y suave, olor a abuelita.

—Tendré que cambiar de cuidadora —suspiró llamando su atención—. Es complicado encontrar un cuidador, un buen cuidador, me refiero.

Él se limitó a observarla mientras le frotaba la crema. Se notaba que la adoraba; de ser otra persona se habría cansado fácilmente y la dejaría en un asilo como muchos hacen, quitándose un gran peso de encima y olvidando prácticamente a las personas que las cuidaron mientras fueron pequeños.

No es que un asilo fuera un mal lugar, de hecho, atendían muy bien a los ancianos, le dan alimentación a la hora, medicina, cuidados; pero faltaba lo más importante y es afecto. Convivir con personas desconocidas y esperar ansiosos las remotas visitas de sus familiares, que triste debería ser.

Era momento de irse, aunque no quería hacerlo, quería acompañarla, ayudarla en lo que pudiese.

—Muchas gracias —dijo Janna mientras lo acompañaba a la puerta.

—No es nada.

La sonrisa de ella era más que suficiente.

—Me gustaría acompañarte hasta la salida, pero con la abuela así...

—Pierde cuidado. Adiós, cuídate mucho.

—Igual tú.

Derek movió la manilla y, al salir, se cruzó con Caleb. Inconscientemente se miraron con recelo. Aún no sabía qué tipo de relación tenía él con Janna, pero deducía que eran bastante íntimos.

—Hola —saludó Caleb incómodo.

—Hola —respondió el saludo del mismo modo—. Te veo luego.

—Claro.

Caleb ingresó al departamento y Derek volteó a verlo. ¿Qué tipo de sentimiento era ese?

***

Quiso dormir más tarde ese día, pero su alarma mental lo levantó temprano. Los pensamientos tediosos no lo abandonaban. Janna... Le recordaba tanto a ella que sentía la terrible necesidad de protegerla, de ayudarla, de hacerle la vida más fácil. Quería verla otra vez, pero no encontraba una excusa coherente.

Se sirvió té y se dirigió a la sala. Pensando y pensado que rumbo tomaría su vida de ahora en adelante, que quería hacer, no, que necesitaba hacer. Desde el momento que Janna entró a su vida, nada sería igual.

—Buen día —saludó Lucas desde el sofá, tomándolo por sorpresa.

—¿Qué haces aquí? —Frunció el ceño.

—He decidido quedarme en tu departamento, mi buen amigo Derek.

—¿Qué? ¿Por qué no vas a un hotel?

—Porque detesto la soledad.

—Y yo amo mi privacidad. —Derek dejó la taza sobre la pequeña mesa de vidrio ubicada en medio de los sofás.

—No hay privacidad entre hermanos —solicitó con frescura, elevando los pies sobre la mesa.

—¿Quién es tu hermano? —Se sacó la pantufla y le lanzó en la cabeza.

—Sé que me extrañaste. —Lucas sonrió de medio lado, recibiendo un bufido por parte de su amigo.

—Si vas a quedarte, ya sabes las reglas: No mujeres y no fiestas.

—Qué tipo tan aburrido —bufó—. Hey...

—¿Qué? —Dejó sonreír al ver la expresión seria de Lucas.

—¿Cómo estás?

—¿A qué te refieres?

—A Janna. ¿Qué sientes al verla?

—Aún me siento confundido —respondió bajando la mirada.

Lucas lo sintió bastante, no se imaginaba en esa cruda situación.

—Tengo dos opciones. —Puso los codos sobre las rodillas y se acercó a Derek—. Número uno: no verla nunca más, sin embargo, siempre te sentirás confundido; Número dos: enfrentarla y darte cuenta que no son la misma persona, aunque pisarás la cuerda floja.

Derek lo meditó, aunque ya lo había pensado toda la noche, y... no verla nunca más, no era una opción.

—Tomaré el riesgo.

—Lo sabía. —Volvió a descansar su espalda en el respaldo del sofá.

Derek se metió a su habitación y se cambió bastante rápido.

—¿A dónde vas? —le preguntó Lucas al verlo entrar en la sala con ropa de calle, mientras buscaba un buen programa para ver—. Es domingo.

—Iré a una campaña de donación de sangre.

—¿Para qué?

—Para ver una película —respondió con sarcasmo.

—Yaaa —rio—. Estoy orgulloso de ti.

—Como sea, ¿quieres ir?

—Ni lo sueñes. No puedo andar regalando mi sangre deliberadamente, a mí nadie me regala nada.

Derek casi lo eliminó con su mirada, para luego sonreír de medio lado y negar con la cabeza.

—En realidad, tengo un tatuaje en el trasero —confesó Lucas chasqueando la lengua.

—Eres un gran mentiroso y, sobre todo, miedoso. Lo cierto es que le tienes miedo a las agujas.

—Si sí y qué. Soy de la raza de los saiyajin. —Le sacó la lengua.

—Sí, sí —contestó irónico—. Nos vemos luego.

—Okey. —Formó una "O" con sus dedos índice y pulgar.

La verdad es que Derek se sentía cómodo con la compañía de Lucas, a pesar de ser un chico desordenado. Lo había extrañado mucho.

Después de casi una hora, ubicó el llamativo toldo en medio de plaza y aparcó su auto cerca.

—Uff —resopló al divisar la enorme fila de personas que formaban para donar sangre. Se coló detrás del último y formó también.

Debió haber pasado menos de cinco minutos cuando alguien captó su atención dándole un suave toque en la espalda.

—Disculpa —farfulló la voz femenina.

Derek dio la vuelta y fue grande su sorpresa al ver de quien se trataba.

—Janna —susurró con voz apagada.

—¡Derek! —pronunció ella con la misma expresión—. ¡Vaya coincidencia!

Él no conseguía salir de su asombro. Pestañeó repetidas veces y finalmente consiguió hablar.

—¿Desde cuándo donas?

—Es la primavera vez —respondió Janna tensando el rostro—. ¿Y tú?

—Lo hago desde que...—Ella murió... Iba a decir, pero se detuvo. Lo que menos quería era entristecerla—. Desde hace muchos años.

—Qué bueno. Yo escuché el anuncio en la radio y decidí hacerlo. ¿Duele mucho?

—Demasiado —aseguró Derek mofándose de la preocupación de Janna—. Es una aguja tremendamente enorme.

—¿De verdad? —Se tomó el brazo y emitió un profundo suspiro tensando aún más el rostro.

Él soltó una sonora carcajada. Hace tiempo que no reía de ese modo.

—Era broma.

—Tonto. —Arrugó la nariz fingiendo molestia.

Derek la contempló minuciosamente.

—Lo siento —dijo sosegando su risa.

Janna también había disfrutado de ese momento, y lo miró con mucha curiosidad.

¿Qué tipo de persona eres? Mi hermana te ha atesorado y amado. Debes ser alguien muy especial.

Una muchacha vestida de blanco se les acercó con unas hojas en mano.

—Llenen estas fichas por favor —indicó.

Derek sacó el bolígrafo de su bolsillo y comenzó a llenar sus datos. Tipo de sangre: A+, talla: 1.78mts, peso: 74 kilos...

De reojo observó a Janna buscar algo en su bolso.

—¿Necesitas algo? —preguntó.

—No encuentro mi bolígrafo —resopló sin dejar de buscar.

—Toma el mío. —Le alcanzó el bolígrafo de tinta azul.

—Gracias. —Lo recibió con una sonrisa.

Derek la miró atentamente mientras llenaba la ficha, se fijó en los datos. Unos destellos llenos de recuerdos pasaron por su mente, hasta la talla era la misma. Ahí mismo se veía él en aquella tarde sosteniendo la primera hoja de la historia clínica de Jimena. Recordarla significaba recordar días y días de arduo sufrimiento.

—¿Estás bien? —La voz de Janna lo trajo a la realidad—. De pronto pareces perdido.

Sin poder siquiera pronunciar una sola palabra, se limitó a asentir. Sus ojos la miraron desesperado intentando descubrir una sola diferencia, algo que le diga que no era ella. Solo logró notar algo diferente e insignificante: el cabello.

—¿Siempre lo has llevado corto? —preguntó recordando la larga cabellera de Jimena.

—¿Eh? —Inconscientemente Janna se tomó el cabello—. Lo he llevado así desde hace poco, es que se me hacía muy difícil peinarlo.

Igual que ella. Pensó. Se estaba arriesgando a hundirse más y quizá nunca saldría de aquel estado, pero si no lo hacía iba a perder de todos modos. Necesitaba como a dé lugar encontrar, aunque sea una sola diferencia.

Se pasaron prácticamente toda la mañana en la campaña de donación. Al finalizar, Derek la invitó almorzar, debían recuperarse lo antes posible.

Al parecer Janna gozaba de buen apetito y a él le encantaba verla comer con tantas ganas. Después del almuerzo se ofreció a llevarla a casa.

Cuando pasaron junto al parque de diversiones, los ojos de Janna no se despegaban del tan atractivo lugar. Se emocionó como niña pequeña cuando Derek se detuvo frente a él.

—¿Quieres ir? —preguntó divertido, prácticamente bromeando.

—Solo un momento —dijo haciendo un minúsculo espacio entre su dedo índice y pulgar, lo que le hizo reír nuevamente.

Bajaron al parque de diversiones. Estaba lleno de juegos de todo tipo, que desprendían la euforia de sus visitantes, además había pequeños puestos de comida, especialmente golosinas. Los ojos de Derek fueron a parar en el carrusel ubicado en el centro del parque; al instante se vio subido junto a Jimena cuando niños. Una sonrisa melancólica volvió a su rostro.

—Era su juego preferido —murmuró sin ser escuchado.

—¿Qué dijiste? —cuestionó Janna.

—¿Te gusta el carrusel? —La miró fijamente esperando su respuesta.

Era un sentimiento extraño el que sentía, quizás se estaba volviendo loco por compararla de ese modo, quizás nunca iba a superarla, pero no podía quedarse en el quizás.

—¿Por qué me gustaría un juego de niños? —respondió insegura—. Prefiero la montaña rusa. ¡Vamos! —Lo jaló sin esperar respuesta.

Mientras el juego empezó, él la miraba analizándola. Subieron hasta el punto más alto y descendieron con brusquedad.

—¡Ah! —gritaba eufórica irradiando alegría, mientras él parecía no salir de trance.

Janna gozaba de las pequeñas cosas de la vida, era tan fácil hacerla reír...

—Son distintas —murmuró—, muy distintas.

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