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1. Janna y Jimena

El sol iba cayendo poco a poco dejando su color ámbar sobre la superficie de aquel tranquilo río. Ambas niñas corrían entusiasmadas en la pradera; deberían estar vigilando la única oveja de la abuela, pero jugaban a ser princesas y correteaban al pobre sapo que huía dando grandes saltos.

—¡El príncipe está huyendo! —exclamó Janna sin perder de vista al animalito.

—¡Espérame! —pidió su hermana sin aliento—. ¡Quizá se trata de un simple sapo!

El aire se le iba, y su ritmo respiratorio se incrementaba más. Su hermana era demasiado enérgica para ella. También estaba emocionada con atrapar al sapo, pero su condición no le permitía correr tan rápido como Janna.

—¡Vamos, Jimena! ¡No te quedes atrás, tengo que besar al sapo!

—Ya no puedo más. —Perdió fuerza en sus pequeñas piernas y se dejó caer sobre el verde pasto, mientras miraba al cielo.

Janna se detuvo justo en la orilla del río observando tristemente a su supuestamente príncipe en forma de sapo, saltar de piedra en piedra. Vencida y rendida, regresó con su hermana, que aún luchaba por recuperar el aliento.

—¿Estás viva? —Extendió para ayudarla a ponerse de pie.

Sus cabellos color miel oscuro extendidos por el viento, brillaban fervientemente bajo los tenues rayos del sol.

—Sí. ¿Lo perdiste? —Se sacudió las hierbas que sin permiso se pegaron en la tela de su vestido.

—Se me escapó —contestó chasqueando la lengua—; ya encontraré otro.

—Mejor vamos a buscar a Muni.

—Esa oveja lanuda debe estar terminando con el pasto.

—Tienes razón, esa oveja es muy comelona.

Tomadas de la mano se dedicaron a buscar al animalito que según creían, no debía estar muy lejos. A grandes voces la llamaron por su nombre, hasta que escucharon su chillante bramido cerca de un pozo. Alegres, sonrieron y la atraparon una en cada lado.

Después de encontrar a la oveja, prácticamente en la noche, volvieron a casa.

La abuela las esperaba en la puerta muy preocupada, pero al verlas, respiró profundamente y puso cara de pocos amigos.

—Niñas, ¿acaso quieren matar a esta pobre anciana de la preocupación? —Se cruzó de brazos.

—Lo siento abuela —se apresuró Jimena. Estaba muy avergonzada por haberse tardado de más.

—Y tú señorita, ¿no tienes nada qué decir? —se dirigió a Janna.

La niña elevó los hombros y sonrió mostrando dos graciosas ventanitas. La abuela negó con la cabeza y sonrió también.

—Bueno, vayan a comer la sopa, pequeñas granujas.

—¡Sí señor! —respondieron en coro.

Luego de una rica cena, las dos se alistaron para dormir. Janna le cepillaba el cabello a Jimena con delicadeza para no causarle dolor.

—Jimena eres tan hermosa...

La pequeña sonrió.

—Eso lo dices porque somos gemelas.

—Es cierto... —Rio—. Somos tan parecidas. ¿Recuerdas cuando confundíamos a los tíos?

—Claro que lo recuerdo.

Empezaron a reír mientras recordaban una y otra de sus travesuras. En realidad, todas las travesuras se maquinaban en la mentecita de Janna. Su hermana únicamente accedía a la complicidad por el gran amor que sentía por ella.

—Jimena. —Dejó el cepillo para sentarse frente a ella.

—¿Qué sucede Janna?

Janna se tomó su tiempo para preguntar:

—¿Extrañas a mamá?

La niña puso ojitos tristes y asintió. Era un tema que aún no superaba, y que parecía no poder hacerlo jamás. Janna también lo sentía, pero si se derrumbaba... ¿quién animaría a Jimena?

—Mucho. A veces me preocupa porque voy olvidando su rostro.

—Lo mismo me pasa a mí —dijo suspirando—. Éramos muy pequeñas cuando murió.

—Sí —dijo suspirando.

—Niñas. —La abuela tocó la puerta—. Es hora de dormir.

—Sí abue —contestó Janna.

Se acostaron y cubrieron con la manta. Solo se tenían a ellas dos, ellas dos más la abuela, a nadie más.

—Hasta mañana Jan.

—Hasta mañana Jim.

Se tomaron de las manos hasta quedar profundamente dormidas.

***

Sandro cerró el libro con una sonrisa en los labios. Era tan difícil hacer dormir a su único hijo; no quería imaginarse como sería tener otro niño tan enérgico y revoltoso como él. El tiempo y las manos le faltaba para acoplarse a su ritmo tan acelerado. A ese paso se había convertido en un insuperable lector de cuentos infantiles. Siempre le había gustado leer, pero a esa altura, había leído más libros de niños que de los que solía leer cuando era soltero.

—¿Te gustó, Derek?

—Sí papá —contestó somnoliento.

El hombre apagó la lámpara a tiempo que se puso de pie.

—Hasta mañana papá.

—Hasta mañana Derek —dijo cerrando la puerta.

Dando un profundo suspiro, fue a su habitación. Su esposa permanecía sentada sobre la cama observando fotos de un pequeño baúl.

—¿Ya se durmió? —preguntó en cuanto sintió su presencia.

—Lo dejé despierto, pero somnoliento. —Se sentó junto a ella—. ¿Qué fotos son? —cuestionó recostando la cabeza sobre su hombro.

—Fotos mías y de Chris. ¿Quieres verlas?

—Salen muy bien —expresó Sandro al ojear las fotos—. Qué pena que tu amiga haya muerto repentinamente.

Chris había sido su amiga incondicional, amiga de años. Se habían conocido en la universidad, y desde entonces fueron amigas. Salieron embarazadas casi al mismo tiempo y se animaron la una a la otra; pero tras una enfermedad letal, Chris murió dejando a sus gemelas al cuidado de la abuela.

—¿Quién iba a saber que estaba enferma? —Soltó un suspiro—. Quisiera ver a las gemelas. Cariño... —dijo volteando para verlo a los ojos—, quiero traerlas conmigo, prometí cuidar de ellas y...

—Hazlo —la interrumpió y depositó un cálido beso en su frente—. Sería bueno para Derek.

—¡Genial! —Aplaudió—. Pronto tendremos un viaje familiar.

—Lara, Lara, Lara —musitó él con gracia mientras le ayudaba a guardar las fotos.

***

Los fuertes rayos del sol entraron cómodamente por la ventana. La primera en despertar fue Jimena como todos los días. Estiró los brazos y se sentó lentamente en la cama. A su lado dormía Janna con la boca entre abierta. Incluso durmiendo era graciosa.

—Janna. —La movió con delicadeza—. Ya amaneció.

La niña se estremeció y bostezó exageradamente.

—Ay, qué pereza —se quejó mientras se levantaba a duras penas.

Jimena sonrió y se dispuso a buscar en la cómoda de madera que un tío les había regalado. Ellas vivían en uno de los alrededores de la ciudad; no les faltaba nada, pero tampoco le sobraba nada. Aun así, eran felices.

—¿Qué vestido usarás hoy? —le preguntó a Janna.

—El amarillo, mi color preferido, ¿y tú, Jim?

—El rosado, mi color preferido.

—Desde ahora te llamaré: Jimena la pantera rosa. —Soltó una risotada haciendo reír a su hermana.

Luego de prepararse, vigilaron a la abuela horneando pan y se escabulleron fuera de la casa.

***

El viento golpeaba tan fuerte frente a su pequeño rostro, y movía de modo gracioso sus cabellos. Los paisajes, la carretera, los autos, todo era entretenido para él.

—Derek, por última vez —riñó su madre—, mete la cabeza al auto. Sacarla por la ventana es peligroso.

—Derek, obedece —insistió su padre sin apartar la vista de la carretera.

Haciendo un puchero y a regañadientes, obedeció. Casi nunca salían de la ciudad, y cuando lo hacían eso realmente le emocionaba. Le emocionaba aún más que pronto tendría con quien jugar. Sus padres no le decían mucho, pero sabía que pronto tendría un hermano o hermana con quien divertirse.

Después de viajar por cierto tiempo, llegaron, y estacionaron el auto cerca de la casa de las gemelas. Los tres se bajaron y aspiraron el agradable aroma de la naturaleza. Un aire limpio y libre de contaminación.

—¿Desean venir conmigo? —preguntó la señora Lara.

—Ve sola, iré a dar un paseo con Derek —respondió su esposo.

—De acuerdo, como quieran.

Después de pronunciar aquellas palabras siguió su camino a la casa de las gemelas. Esperaba recordar bien cómo llegar, hace mucho tiempo que no las visitaba. No tardó mucho en encontrar la casa. Claro, de no haber sido por la abuela quien había salido a dar agua a su única oveja, no la habría encontrado.

—¡Señora Salma! —Corrió hasta la anciana hiperventilando—. Soy Lara ¿me recuerda? La vieja amiga de Chris.

La señora la observó detalladamente y después esbozó una sonrisa. Estaba más madura, y unas ligeras arrugas se les habían formado a los costados de los ojos, pero inconfundiblemente se trataba de la mejor y única amiga de su hija.

—¡Por supuesto! ¡¿Cómo olvidar a la elocuente amiga de mi hija?! ¡Qué maravilla tenerte de visita! ¡Pasa, no te quedes ahí! —Prácticamente la arrastró al interior de la casa.

El dulce aroma del pan recién horneado se impregnó por la pequeña vivienda, dándole a saber a todo aquel que los visitaba.

—Toma asiento aquí querida. —Le señaló un pequeño sofá.

Conversaron por largo tiempo y, sin muchos rodeos, le dijo el motivo de su visita. A pesar de ser tan apegada a sus nietas, sabía que sería lo mejor para ellas.

—¿Y dónde están las gemelas? —preguntó Lara.

—Por ahí haciendo una que otra travesura —contestó la anciana que cruzaba apenas los sesenta años.

Ambas rieron por el comentario.

***

El señor Sandro se dedicó a fotografiar la hermosa naturaleza que los rodeaba, mientras Derek correteaba por la pradera. Parecía un osito saliendo de invernar. Todo niño podría ser extremadamente feliz lejos de la ciudad, de sus ataduras y prohibiciones.

—¡No te alejes mucho! —vociferó el hombre.

—¡De acuerdo papá!

Empezó a correr siguiendo el sonido del río. No tardó en verlo. Acelerando su paso llegó hasta él. Instantáneamente se detuvo al notar la presencia de alguien, era una niña. Se acercó silenciosamente hasta ella, parecía sujetar algo con sus manos.

La tomó del brazo desprevenida.

—¡Hola! —saludó sorprendiéndola.

La niña dio un salto por el susto y dejó escapar al sapo que con tanto sacrificio había agarrado.

—Mi príncipe —dijo entre suspiros—. Fue tu culpa. —Dio la vuelta hacia el niño que la había asustado—. Mi príncipe huyó por tu culpa.

—¿Príncipe? —Frunció el ceño.

—Mi sapo se convertiría en príncipe.

—Vaya, qué imaginación —se burló—. Yo soy un príncipe.

—¿De verdad? —Abrió bien sus ojos.

—Claro, mi mamá me llama príncipe.

La niña de bellos ojos marrones asintió.

—Entonces debes ser uno y... ¿Yo puedo ser tu princesa?

—Mmm. —Llevó la mano a su barbilla—. De acuerdo. ¿Cuál es tu nombre?

Siendo una niña ingeniosa, le murmuró su nombre al oído.

—Qué lindo nombre —aseguró.

—¿Y cuál es el tuyo?

—¡Derek! —llamó su padre desde lejos.

—Ese es mi nombre. —Sonrió—. Adiós, debo irme.

—Adiós Derek. Ya tengo un príncipe—dijo mientras lo veía alejarse—. Se lo contaré a mi hermana, ¿dónde se habrá metido?

***

Lara tenía muchas ansias de verlas. Al instante las risas de dos pequeñas niñas llenas de vida, se hicieron notar. Al verlas no dudó en sonreír, eran tan parecidas, demasiado parecidas. Hace mucho que no las veía.

—Buenos días señora —saludaron a coro.

Cada una llevaba un color de vestido diferente, haciéndole justicia a sus personalidades.

—¿Cómo están lindas? Qué hermosas son...

Las pequeñas solo se limitaron a sonreír.

—Pequeñas bribonas. Siempre se me escapan —suspiró la abuela.

Mientras las cuatro desayunaban, Lara se dio cuenta del amor y paciencia que la abuela poseía; las amaba y cuidaba de ellas desde que su única hija murió. Le apenaba demasiado apartarlas de su lado. No podía llevarlas a las dos.

Ya se había decidido, adoptaría solo a una niña, la que más encajaba con la alegre personalidad de Derek.

La abuela reunió a las niñas en su habitación, y les explicó con cautela que una de ellas se iría con la señora Lara. A pesar de ser motivo de tristeza, les agradaba la idea de ir a conocer la ciudad y, sobre todo, tener un padre y una madre.

—¿Quién de nosotras irá? —preguntó Jimena con un sutil brillo en los ojos.

La abuela suspiró con ojos tristes.

—Janna, alista tus cosas —fue su respuesta, y salió de la habitación.

—¿Yo...? —Se sorprendió la nombrada. 

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