Capítulo 11. Ese amor que buscaba ya lo estaba sintiendo.
Un nuevo amanecer me recibía. Un día repleto de posibilidades daba inicio.
Me desperté una hora y media antes del inicio de clases, como ya era costumbre en mi rutina.
Abandoné la cama con prisa y emoción, como si anhelara que la alarma sonara, como si tuviese deseos de estar lo más pronto posible en el instituto.
Hoy es el segundo día como... la novia de Yukito.
Luego de que le confesé a mi padre que había formado una relación amorosa debido a la gran intuición que posee, él demostró un enorme apoyo en mi romance, diciéndome que se alegraba de ello.
Me mantuve de manera distante y fría respecto al asunto. No quise profundizar en el tema por la simple razón de que era vergonzoso hablar de esas cosas con los demás, así se tratara de mi padre.
Era el primer noviazgo de su hija, obviamente quería conocer mejor al hombre que escogí tras tantos años de no considerar siquiera un amigo a alguien.
"¿Qué clase de persona elegiría como novio?" Quizás esa era la duda que lo carcomía. No obstante, rápidamente comprendió que merecía mi propio espacio, por lo que no insistió.
No era fácil manejar estos asuntos con nula experiencia, mucho menos si eres bombardeada de preguntas.
En fin, continuando con las actividades que realizó al despertar, entré al baño, formando un cuenco con sus manos para que el agua cayera en estas y de ese modo me humedecí el rostro, permitiéndome salir del breve trance que los humanos sufrimos tras despertarse.
Dirigí la mirada al espejo y analicé lo que observaba.
-No entiendo a qué se refiere papá. Mi cara es la misma de siempre-.
Susurré.
Comencé a sujetar los bordes de mis labios tratando de dibujar esa sonrisa de la que tanto hablaba papá de regreso a casa. Estoy segura de que la presencié pero, por alguna extraña razón, no era capaz de repetirla.
Era extraño. Han sucedido muchas cosas que no comprendo en los últimos días.
Decidí limitarme a ignorarlo y continuar alistándome. Por alguna razón, la sola idea de ir al instituto me emocionaba. Mi corazón latía con fuerza sin motivo aparente.
-Debo agendar una cita con el cardiólogo. Esto no es normal-.
Expresé con preocupación, sintiendo el pálpito en mi pecho tras posar la mano encima de este.
Pasó el tiempo, en el cual aproveché para tomar una ducha y cepillarme los dientes.
Extraje mi ropa interior y uniforme de los cajones y procedí a vestirme.
Mientras realizaba esto, mi mente no dejaba de tener presente a Yukito.
Desde que se me confesó, su presencia no desaparece del interior de mi subconsciente.
"Quiero verlo".
Pensé. Sentía la necesidad de mirar su rostro, de tenerlo cerca. Pero por el momento era imposible. Todavía faltaba una hora para el inicio de clases.
Fue en ese instante que tuve una idea.
Agarré el teléfono celular encima de mi cama y lo desbloqueé. Entré a la aplicación de mensajería en la cual solo tenía dos chats. El primero era el de mi padre, con quien mantenía conversaciones breves, en las que mayormente le avisaba sobre el término de clases, y el segundo, obviamente, se trataba del de Yukito.
El día de ayer me proporcionó su número de teléfono para mantenernos en contacto de ser necesario. En el calendario había reuniones los fines de semana, por lo que era idóneo tener un medio de comunicación para estar al tanto de las zonas en las que nos reuniríamos o por si se presentaba una emergencia que nos impidiese asistir.
Había un icono al costado izquierdo, uno en forma circular. Se trataba de su foto de perfil, la cual presioné, permitiendo que la imagen se ampliara.
La foto era sencilla. Aparecía él sonriendo y viendo a la cámara como si se tratara de una fotografía que presentarías en el carnet de trabajo de cualquier empresa, pero... eso fue suficiente para mí.
Debatía internamente si era correcto o muy desvergonzado ver la foto de perfil de alguien, sin embargo, dado que no era observada, pude darme ese lujo.
Yukito era el primer hombre, además de mi padre, al que agregaba en esta aplicación. Y, sin exagerar, también el tercer contacto que registro en mi móvil. Los primeros dos fueron mis padres. Aunque el de mi madre estaba de adorno dado que no hablábamos.
De pronto tuve esa misma sensación que el día de ayer, esa en la que mis labios se tensaban y curveaban.
Estaba sonriendo. Pude verlo nítidamente en el reflejo de la pantalla del celular.
-Soy novia de Yukito-.
Musité, aún sin darle crédito a esa innegable realidad.
Me emocionaba decirlo. Era comparable a cuando obtuve mi primer libro de álgebra o cuando obtuve mi primera boleta de calificaciones repleta de 100.
No obstante, aún admirando la foto de Yukito y deleitándome por dentro al recordar que estábamos juntos como pareja, cierta inseguridad naciente desde el fondo de mi abdomen no era capaz de borrarse. Era como si se me formara un vacío en el estómago y la sonrisa de antes empezaba a titubear.
Podía escuchar la voz de mi madre repitiendo una frase. Una que quedó grabada en mi mente y que jamás se borraría.
"-El amor se acaba, te arruina. Permitir que un sentimiento tan banal brote en tu interior es igual a enfermarte y dejar que el patógeno se reproduzca. Córtalo de raíz, deshazte de él o tu vida se arruinará por esas superficialidades-".
Mis labios temblaron. Mamá tenía una visión muy negativa sobre el amor. Lo peor de todo no era eso, sino que no podía contradecirla a consecuencia de mi nula experiencia en ese rubro.
Pude sentir que mis manos temblaban. El trauma continuaba arraigado a mi ser, el trauma de ser abandonada por su egoísmo.
-Para ti fue un error casarte con papá. ¿Tan malo fue? Él es un gran hombre y a pesar de eso lo describes como una completa escoria-.
Musité para mi misma. La sola idea de recordar la etapa del divorcio la aterraba.
"-Jamás estuvo a mi nivel. Creí que podría moldearlo a mis gustos y necesidades. Pero en vez de eso solo obtuve una rotunda descripción. Era un inútil antes de conocerlo y lo seguiría siendo cuando muera-".
Las palabras que empleó al terminar el divorcio en los tribunales no serían borradas. El desprecio con el que lo miró me persigue en mis pesadillas.
No luchó por mi custodia. Se deslindó de nosotros a penas tuvo la oportunidad. No importó cuánto llorará o le pidiera que se quedara conmigo, fui desechada por ella, no sin antes darme un mensaje.
"-Si no te pareces a tu padre, si decides hacer algo con tu vida, te recibiré en unos años. De no ser así, no creas que me interesarás-".
Cerré los puños, frustrada.
Me frustraba la indiferencia que mostró la última vez que nos vimos. La odiaba desde lo profundo de mi corazón.
Fue a partir de ahí que me tracé la meta de reencontrarla. Quería demostrarle que podía ser mejor que ella y, cuando estuviéramos cara a cara nuevamente, preguntarle por qué me abandonó, ponerle broche de oro a ese asunto. No la perdonaría, solo quería terminarlo.
Comenzaba ser consumida por el rencor, no obstante, una notificación me sacó del trance, permitiendo que vuelva a la realidad.
Al ver de quien se trataba, cualquier sentimiento negativo se disipó.
Era Yukito.
-Te deseo un excelente día 😊☀️. Quiero verte hoy 🥰 y he estudiado todo lo que me pediste 📚✏️. Prometo que hoy te dejaré boquiabierta 😲✨-.
Era un mensaje lleno de emojis. No acostumbro a emplearlos, por lo que me extrañaba recibir uno así.
Nuevamente tuve una aceleración en mi ritmo cardiaco y un aumento de temperatura en mis mejillas. Estos dos síntomas se han vuelto crómicos últimamente.
Volví a sonreír. Me llenaba de felicidad tan acto de interés.
-No seré como tú, mamá. La historia no se repetirá porque ni Yukito ni yo nos parecemos a ustedes-.
Declaré. Estaba esperanzada y confiada de lo que teníamos.
-No me decepcionará. Yukito es... el primer hombre por el cual me interesé genuinamente. El primero que captó mi atención-.
Expresé.
Mi mente divagó hacia una época ligeramente borrosa de la cual no poseo recuerdos demasiado claros. De ese modo volví a... mi primer año del instituto. No era una fecha tan lejana, tan solo un año y medio me separaba de ese momento.
Estaba sentada en mi pupitre. La primera clase del día daría inicio.
Los copos de nieve caían del cielo. El frío empañaba las ventanas. El invierno con sus gélidos vientos recibía nuestra ciudad.
Y, con la llegada de ésta temporada, los cambios no se hacían esperar. Los uniformes de verano fueron reemplazados por los de invierno, siendo acompañados con algunos suéteres, gorros y bufandas.
Aunque había un cambio que sobresalía del resto y ese era el de asientos.
Sí, cada cierto tiempo debemos hacer una rifa para conocer el sitio en el que nos sentaremos el resto del año escolar.
Sinceramente eso no me preocupaba. Ya estaba acostumbrada a ser recluida al fondo del salón, junto a la ventana. Los demás alumnos me pedían darles mi asiento de la rifa en caso de que se ubicara en las primeras filas y, después de cierto acuerdo grupal en el que todos intercambiaban sus papeles, regresábamos al mismo orden de siempre, provocando que esta actividad fuese innecesaria.
Dado que no poseía amigos, no comprendía la desesperación que tenían de estar al lado de alguien en específico. Lo identificaba como una fuerte codependencia.
Observaba a lo lejos a los demás.
-Ineficiente-.
Decía cada que lo presenciaba. La sola idea de estar con alguien que representará un distractor en mis objetivos me desagradaba. Hacer amistades tan unidas podría desarrollar necesidad y apego por un ser ajeno. Para mí, la sola idea de ello era inadmisible.
Despreciaba en demasía esa unidad. Verlos riendo, distrayéndose, sonriendo me causaba rechazo. No obstante, en el fondo anhelaba saber lo que era tener un amigo. ¿Qué es lo que causa en ti confiar en otra persona?
No conocía nada fuera de lo que se me ha inculcado desde joven.
Esforzarme, estudiar, sobresalir. No había nada más en mi mente. El resto de cosas eran banalidades fácilmente eliminadas de mi estilo de vida.
Continué leyendo mi libro sin prestarles atención. No era necesaria mi intervención dado que sin importar las vueltas acabaría justo aquí donde estoy sentada.
Pude notar, entre el movimiento de personas, que un lugar al costado derecho de mi persona permaneció vacío.
Quien lo ocupaba antes fue transferido. No recuerdo su nombre o cara, por lo que desconocía a dónde fue a parar.
Suspiré pesadamente ante esto.
-Es lo mejor. No habrá distractores-.
Musité, aceptando ser relegada al fondo en completa soledad.
Había estado sola desde primaria. Estarlo nuevamente en secundaria no me afectaba en lo más mínimo.
Pero estuve equivocada.
El sonido de la puerta corrediza hizo eco en el salón al ser abierta bruscamente, avisando de la entrada de un visitante.
-Yukihira-San, llegas tarde-.
La maestra lo reprendió, llamándolo por su apellido.
-¡M-Me disculpo por eso! Calculé mal el tiempo y se me hizo tarde-.
Él respondió.
Yo continuaba sumergida en mi lectura. Podía escucharlo con la respiración agitada, pero eso no era de mi incumbencia ni me interesaba.
-¿Otra vez? Es la segunda vez esta semana y recién es martes-.
Dijo Uraume-Sensei, señalándolo.
Yukihira seguía disculpándose. Empezaba a volverse cansado.
"Molesto".
Fue la opinión que tuve.
-A todo esto ¿Por qué el retraso?-.
La maestra nuevamente continuó con la conversación y reprimenda, retrasando la clase.
-Es que el director necesitaba ayuda para mover algunas cajas desde su cubículo al automóvil-.
Él contestó.
-¿Otra vez? Primero fue Kuriyama-Sensei y ahora el director. Sabes que puedes negarte ¿Verdad?-.
-No puedo hacerlo cuando soy el que se ofrece-.
Fue el intercambio entre ambos. Yukito lo decía con tal naturalidad que fue extraño oírlo.
"Es un idiota. Perder tus clases, comprometer tu futuro, por tareas de esa índole. No debes de dar más de lo que recibes ni arriesgarte si la recompensa no es equiparable".
Lo critiqué. Aquel chico con quien no he cruzado palabra en el medio año de clases que llevamos juntos empezaba a convertirse en una persona estúpida desde mi punto de vista.
"¿Por qué...?".
-¿Por qué pones tanto empeño en ayudar a los demás?-.
Esa misma duda que se me formulaba fue emitida por la maestra.
Agudicé mi sentido de la audición. Me resultaba interesante la respuesta que podrían darle.
Quizás alguna tontería sobre el buen karma o hacer su buena obra del día.
-¿Uh? Es natural querer ayudar a quienes lo requieren ¿No?-.
Mis ojos se abrieron en demasía.
La completa sinceridad y simpleza en esa despreocupada declaración me causaba un profundo desagrado.
"¿Natural? ¿Qué sabe sobre conductas humanas? Nosotros como individuos somos egoístas por naturaleza".
La molestia se apoderaba de mí. Incliné ligeramente hacia abajo mi libro para mirarlo, pero lo único que pude hacer fue fijarme en sus pies.
"Otra vez...".
Pensé. De nuevo no podía ver a la cara a los demás, pero todavía mantenía cierto desagrado por ese tal Yukihira.
Desistí en mi intento y volví a las tersas hojas del libro.
-Ah... en serio no sé qué hacer contigo. Les diré a los maestros que no acepten tu ayuda-.
Dijo la maestra, permitiéndole el paso.
Yukito entró al aula buscando su asiento, pero lo encontró ocupado.
-¿Uh? ¿Makio? Ese es mi lugar, ¿no?-.
Expresó, confundido, mientras interrogaba a ese chico.
-Hoy fue cambio de lugares. Lo avisé ayer antes de salir-.
Respondió Makio con indiferencia.
-E-Es que yo salí cinco minutos antes porque quedé de acuerdo con el conserje de ayudarle a reciclar la basura-.
Explicó Yukito.
La maestra, escuchando la conversación, contestó con cierta frustración.
-Sí, Yukito, ya lo sé. Pero esto no puede seguir así-.
Su tono de voz al decirlo denotaba enojo.
-Ya no hay lugares disponibles en tu fila. El único asiento sin ocupar es el que está al costado de Azusagawa-San-.
Mi cuerpo sufrió un escalofrío cuando eso fue pronunciado.
-¡¿Eh?! ¡¿S-SENTARME CON AZUSAGAWA-SAN?!-.
Gritó con vehemencia e incredulidad.
Pude sentir que mi ceño se frunció. Mis manos al borde de las hojas se cerraron, arrugándolas.
-Sí. Y no grites-.
-P-Pero...-.
Él quería replicar. Era fácil de identificar lo inconforme que estaba con posarse al lado de mi.
Es una pena. Nadie se ofrecería a cambiarlo porque justamente se pusieron de acuerdo para evitarme.
"Tampoco me agrada la idea".
Fue mi pensar. Era obvio que su reacción fue producto del rechazo hacia mi persona.
-De acuerdo...-.
Al parecer se resignó, no sin antes suspirar, como si estuviese aceptando un castigo.
Oía sus pasos acercándose. Solo reduje la distancia entre las páginas de mi lectura y mis ojos para ocultarme de tan desagradable ser.
Si no quería sentarse conmigo pudo expresarlo. Pero claramente desea mantener las apariencias al hacerlo que le piden. Un ser superficial que depende de la opinión pública.
Noté que temblaban sus piernas antes de sentarse.
Me irritaba. ¿Acaso lo aterro?
Además, todavía tuvo el descaro de tratar de saludarme, de fingir amabilidad cuando se opuso tan escandalosamente segundos antes.
-B-Buen día. Soy Yukito Yukihira. Es un gusto-.
Extendió su mano hacia mi dirección.
Lo ignoré. De ese modo daría el mensaje claro de mi nula intención de interaccionar con él.
Tras unos segundos lo entendió y desistió, regresando su extremidad al costado de su cuerpo y agachando la cabeza a la vez que se mantenía en silencio.
Uraume-Sensei prosiguió con la lección y presté atención, reduciendo lo más posible mi campo de visión para no hacer contacto visual con Yukito así sea de reojo o por error.
No quería tener ninguna clase de relación con ese sujeto. Odiaba la idea de recordarlo después de que volvamos a cambiar de asientos.
Sacó su libreta y escribió apresuradamente lo que había en el pizarrón, ya que llegó tarde.
La clase se desarrolló con naturalidad hasta que una interrogante fue lanzada al aire.
-¿Cuál es el resultado de la siguiente integral definida?-.
Preguntó la maestra, señalando la pizarra.
Levanté la mano para responder, pero Yukito lo hizo primero.
-La integral de la ecuación es 1/3-.
Respondió rápidamente tan pronto le fue cedida la palabra.
La maestra, al ver la mano de Yukito levantada, decidió elegirlo a él para responder.
-Correcto, Yukito. Muy bien-.
La maestra lo felicitó con una sonrisa.
Me sentí un poco frustrada por haber sido interrumpida. El desagrado que me causaba se acumulaba en desmedida y fruncí el ceño ante ello. Lo miré reojo y su espalda tembló.
Sí, definitivamente lo aterraba.
-Pasa a desarrollarla a la pizarra. Veamos si no fue un golpe de suerte-.
Uraume-Sensei le pidió pasar al frente.
"Hmm. Solo esperaré a que lo haga mal y le mostraré el modo correcto".
Pensé. Claramente fue un golpe de suerte, quizás solo dijo un número al azar o se trataba de un ejercicio antes realizado del cual se acordó.
Vi su espalda alejarse. Su silueta era extrañamente familiar.
Él realizó la ecuación con total exactitud. Conforme las letras y números eran escritos, mi mirada inicialmente arrogante se disipó a una de sorpresa total hasta que lo finalizó.
Quedé anonadada ante ello. De todo el salón, solo nosotros dos levantamos la mano, pero yo creía que él no sería capaz de hacerlo de forma correcta, ya que jamás participaba en clase. Normalmente, yo acaparaba las participaciones.
Cuando regresó a su asiento, lo vi de reojo, mordiéndome el labio con una vena marcada en mi frente, producto de mi creciente enojo
Yukito tembló, sintiendo mi mirada intensa y amenazante sobre él.
Estuvimos en silencio momentáneamente, mientras la maestra continuaba con la clase.
-Era Yukito ¿Cierto?-.
Declaré.
Al oír su nombre, volteó a mi dirección.
-¿Uh?-.
Ladeó la cabeza, sin comprender a lo que me refería.
-Tu nombre. Te llamas Yukito ¿Es así?-.
Le aclaré.
-S-Sí-.
Asintió.
Centrada en la explicación de la maestra, sin prestarle ni un ápice de atención al chico a mi costado, hablé.
-No olvidaré este día. Si planeas ser mi rival, no perderé ni rendiré. Mucho menos teniendo en cuenta la escoria superficial que eres. Un ser tan repugnante que externa su asco hacia mi persona cuando ni siquiera me conoce-.
Fui hiriente y directa. No tiendo a comportarme de ese modo, pero se lo buscó.
-¿A-Are? ¿Asco? ¿Hacia ti?-.
Balbuceó y se apuntó.
-No finjas. Sé perfectamente por qué te negabas tan fervientemente a sentarte a mi lado-.
Presioné los dientes y cerré los puños.
-Odio a las personas como tú. Fingen ser buenos con los demás, pero cuando encuentran a alguien que no cree su mentira, lo excluyen, ignoran y tratan mal. No permitiré que hagas eso conmigo. Borraré esa fachada tuya de niño bueno-.
Adicioné.
El cólera acumulado en mi interior se filtraba en mis palabras.
He conocido cientos de personas que se comportan de forma hostil cuando están en presencia de alguien superior a ellos.
Creen que tratándolos mal, destruyendo su autoestima, los pondrán a su nivel.
-Espera un momento. ¿De qué hablas? Si quien no ha dejado de apuñalarme con la mirada eres tú. Es más, ahora mismo me amenazaste cuando no te he tratado mal. Incluso quise saludarte y te negaste-.
Replicó.
Mi nariz se arrugó. Mis mejillas se inflaron y sentía que me sonrojaba del enojo.
-Solo lo haces para acercarte a mí y destruirme. No hay cabida para amistades en mi corazón, mucho menos de personas que buscan aparentar algo que no son-.
La cubierta de mi libro fue aplastada. Pude sentir mi cuerpo temblar y mi respiración alterarse.
-Solo fui amable-.
Contestó.
Estoy me irritó aún más. ¿Sigue mintiéndome? ¿Qué lograría al convencerme de que esa era la verdad? No le creo en lo absoluto.
Quienes sonríen en público, fingen ser altruistas, son las peores personas existentes.
¿Cómo lo sé? Sencillo... así era mamá.
Siempre mostraba su lado bueno al público, una fachada para mantener limpia su imagen. No obstante, cuando llegaba a casa cambiaba por completo.
-Si solo intentaste ser amable... ¿Por qué odiaste la idea de sentarte conmigo?-.
Interrogué, tratando de desenmascararlo.
Si se comportaba nervioso al responder, claramente mentía y sería la única señal que necesitaría para confirmarlo.
Deseaba que me mostrara su hipocresía. Pero en vez de eso recibí algo completamente diferente.
Cerré los ojos, presioné los párpados contra ellos.
-No odiaba la idea en lo absoluto, al contrario, estaba muy feliz. Es solo que me avergonzaba estar al lado de una chica extremadamente hermosa como tú y me fue difícil ocultarlo-.
Un abrumador silencio se presentó en el aula. O al menos así lo percibí.
A pesar de que hace unos segundos estuviese completamente tensa, pude sentir como cada parte de mi cuerpo se relajaba.
"¿Q-Qué? ¿H-Hermosa?".
Me ruboricé ligeramente. El calor de mi rostro se extendió a las orejas.
El latir de mi corazón se aceleró sin razón aparente.
Volteé lentamente a la dirección de quien expresó tan desvergonzada declaración y por fin hicimos contacto visual.
Era la primera vez que... veía a alguien directamente al rostro.
Pude identificar sus rasgos, era el perfecto estereotipo de un japonés común. Pero había algo en él que lo hacia resaltar.
-¿Qué fue lo que dijiste...?-.
Cuestioné tras unos segundos en los que analice lo que dijo, buscando la confirmación de lo que aparentemente oí mientras levantaba la ceja y fingía que no tuvo efecto en mi sus palabras.
Noté progresivamente su cambio de expresión. Paso de estar calmado a apenado en menos de un minuto. Era como si se percatara de sus palabras, las cuales, por lo que me da a entender, no pensó antes de sacarlas de su boca.
-¡P-PERDÓNAME! ¡N-NO QUISE INCOMODARTE!-.
Se puso de pie rápidamente, abandonando su lugar.
Yo incliné la cabeza para no perderme su expresión.
-¡E-En realidad lo pienso, pero no quería decirlo de ese modo tan directo porque podría causar malosentendidos!-.
La desesperación era palpable. Entre mayor era la justificación, menor era su seguridad.
-¿H-Hermosa? ¿Y-Yo?-.
Balbuceé.
-S-Sí. Eres muy linda. T-Te consideran una belleza sin igual en el instituto, p-pero fue un error confesarlo. No somos cercanos ni nada que se le asemeje, por lo que entiendo que te incomode que lo diga...-.
Reafirmó.
Antes de que Yukito se hundiera aun más, la maestra le lanzó un borrador a la cabeza, haciendo que todos en la clase se quedaran en silencio.
-¡Yukito, basta ya!-.
Gritó la maestra.
-Deja de hacer escándalo y vuelve a tu asiento ahora mismo, o te llevaré a detención-.
Agregó, visiblemente frustrada por lo problemático que era su alumno.
-L-Lo siento, maestra-.
Contestó Yukito, frotándose la frente donde el borrador lo había golpeado.
-Antes de eso, devuélveme mi borrador-.
Ordenó Uraume-Sensei, con una mirada severa.
-H-Hai-.
Yukito, con un chichón en la frente y una lágrima bajando de su ojo. Se acercó a ella, le devolvió el objeto y regresó a su lugar en silencio.
Evité mirarlo. Todavía estaba confundida y sonrojada.
La maestra retomaba la lección y el aula volvía poco a poco a la normalidad. Pero yo aplasté la cara en el libro lo más que pude para ocultar mi vergüenza.
"¿Q-Qué es lo que le pasa?".
Me cuestioné.
Entonces no odiaba sentarse conmigo, sino que le apenaba porque me consideraba una chica hermosa ¿Qué sentido tenía eso?
El día continuó.
Ambos nos centramos en lo nuestro sin hablarnos, ignorando el incidente anterior. Las clases proseguían y nos peleábamos por participar.
Creí que se limitaría a la clase de matemáticas, pero no fue así.
-Quién puede decirme cuál es la fórmula de la ley de gravitación universal?-
Preguntó la maestra de física.
Levanté la mano justo cuando Yukito también lo hizo.
-La fórmula es F = G ((m1)(m2))/2-.
Respondimos al unísono, recibiendo una mirada de aprobación de la maestra.
Ninguno fallaba. Era una competencia. Quien participara y fallara perdería ante el otro. Sentía la presión constante, pero también una chispa de emoción que me empujaba a hacerlo mejor.
-¿Cuál es la capital de Australia?-.
Preguntó el profesor de geografía en la clase siguiente.
-Canberra-.
Contestamos simultáneamente, mirándonos de reojo con determinación.
Yukito lo sabía y, aún así, no desistía. Tampoco lo haría yo. Cada pregunta, cada respuesta, era una batalla. Estábamos inmersos en una competencia intensa y ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.
El día avanzaba, y aunque no intercambiábamos palabras, la rivalidad entre nosotros hablaba por sí sola.
Fue hasta que la hora de salida fue marcada en el reloj encima de la pizarra que decidí tomar la iniciativa y encararlo.
-Yukito-.
Lo nombré fríamente, como era costumbre en mi forma de ser.
Él atendió a mi llamado. Como era costumbre, esto me incomodó y bajé la cabeza.
-Dime... ¿Por qué recién ahora pretendes actuar como un estudiante modelo? ¿Qué quieres probar?-.
Interrogué, sintiendo la extrañeza del cambio tan repentino en el actuar de Yukito. Jamás había participado tan activamente en clase, y solo fue necesario cambiar de lugar para que lo hiciese.
-¿Planeas ser mejor que yo? ¿Quieres superarme?-.
Añadí con cierta inseguridad.
Yukito rápidamente negó que ese fuese el caso.
-No, Haruka, no es eso...-.
-Entonces, ¿por qué este repentino interés?-.
Insistí, sin dejar de mirar al suelo. La sensación de competencia me incomodaba, y necesitaba saber sus verdaderas intenciones.
-Yo... solo quiero demostrar que puedo ser alguien digno de estar a tu lado-.
Contestó.
Mis ojos se abrieron en demasía.
-¡A tu lado en la clase! ¡N-No lo malentiendas!-.
Se excusó al instante, visiblemente nervioso.
-¿Y qué planeas lograr con eso?-.
Repliqué, tratando de ocultar mi sorpresa.
Yukito rascó su nuca, incómodo.
-Q-Quizás... poder llevarnos bien por lo que dure el cambio de asiento. Y tal vez demostrarte que mi amabilidad no es una fachada-.
Sus palabras me extrañaban. ¿Qué ganaba al demostrarme eso?
-Es por eso que quisiera disculparme por si te di una mala impresión. No fue mi intención que creyeras que me desagradaba sentarme a tu lado. Solo no me sentía digno de estarlo-.
Expresó con sinceridad.
Mis labios temblaron, incapaz de ocultar la mezcla de emociones que sus palabras habían provocado.
Él extendió la mano.
-Me gustaría llevarme bien contigo, Haruka-.
El corazón me dio un vuelco. Era la primera vez que alguien me dirigía esas palabras. No sabía cómo reaccionar o qué decir. Quedé estática, sin poder moverme.
Mientras trataba de gesticular para darle una respuesta, mi mente debatía si era idóneo lo que diría. No debía tener distractores. Mi objetivo era convertirme en la mejor en todo y concentrarme en mí misma.
Lo dejé con el brazo extendido.
-Hasta mañana, Yukiro-.
Dije, pasando de él y tratando de mantener la compostura.
-¿Are? Es Yukito-.
Me corrigió, ligeramente confundido.
-Yukito, sí-.
Le resté importancia, dándome la vuelta para salir del aula.
"Qué persona tan interesante".
Pensé antes de partir.
Caminé por el pasillo, tratando de ordenar mis pensamientos. La competencia con Yukito había tomado un giro inesperado, y no sabía qué pensar de ello. Pero una cosa era segura: el día siguiente prometía ser diferente.
Mientras esperaba en la entrada de la escuela, pude escuchar la voz de Yukito. Él estaba ayudando al conserje a separar la basura. Era su rutina, su forma de ser. Estaba en su naturaleza ser amable.
Es probable que lo hubiese hecho antes, pero esta era la primera vez que yo le prestaba atención.
-No me di cuenta antes, pero creo que lo he oído antes-.
Murmuré, observando la escena con interés renovado.
Él sonreía cada vez que ayudaba a alguien. Era un ser amable que jamás se negaría a una solicitud.
-¿En serio invierte su tiempo en las personas sin esperar nada a cambio?-.
Me pregunté en voz alta, sin poder creerlo.
-Qué tonto-.
Expresé, pero mis labios se curvaron en una sonrisa involuntaria.
El claxon del auto de mi padre me sacó de mi trance, haciéndome entrar rápidamente.
Ya en el auto, mi mente no dejaba de divagar. Veía los labios de mi padre moviéndose, pero no lo escuchaba. Estaba absorta en mis pensamientos, recordando la imagen de Yukito ayudando al conserje, su sonrisa sincera y la amabilidad que emanaba.
Sin saberlo, ese día algo cambió dentro de mí. Yukito había logrado lo que nadie más había podido: hacerme ver más allá de mis propias ambiciones y reconocer la bondad en otra persona.
Los días que siguieron a ese no fueron diferentes.
Competíamos en cada clase. No nos dirigíamos la palabra, pero no era necesario. Con solo nuestro actuar, sabíamos que el otro nos observaba. La rutina se repetía.
Nos sentábamos juntos, y una sonrisa diminuta aparecía en mis labios. Después de eso, cambiábamos de clase y volvíamos a competir. Los demás nos miraban como bichos raros, pero no nos importaba.
Empecé a disfrutar de la compañía del chico al que no era capaz de ver a la cara y que solo admiraba a lo lejos. Gracias a Yukito, me esforzaba más estudiando, para superarlo. Gracias a mí, Yukito tomaba en serio los estudios, para ser un rival digno.
Sin saberlo, influíamos en el otro para ser mejores.
Cada día, mientras compartíamos esa silenciosa competencia, sentía una conexión creciente. Era una extraña alianza forjada en rivalidad, pero una que nos empujaba a ambos a nuevas alturas. La tensión de la competencia se mezclaba con una inesperada camaradería, y, aunque no lo decíamos en voz alta, ambos sabíamos que estábamos mejorando gracias a la presencia del otro.
Y así, sin necesidad de palabras, continuamos creciendo y desafiándonos mutuamente, cada día un poco más.
No obstante, todo eso terminó cuando fuimos separados nuevamente.
Las cosas cambiaron a partir de ahí. Nuestra rutina cambió y nos tratamos como completos extraños. Era como si el estar lado a lado nos uniera de una manera que no podíamos replicar a distancia.
Pasó un año y medio completo y esa emoción desapareció. Nos fuimos distanciando, cada uno ocupado con sus propias vidas y estudios, dejando lo vivido como un lejano recuerdo.
O al menos así fue hasta hace dos días donde se me confesó, convirtiéndonos así en novios.
-No te reconocí al principio, pero solo fue necesario oír tu voz para saber que eras tú...-.
Dije con una sonrisa.
-Después de separarnos temí que cambiaras, pero sigues siendo el mismo, Yukito-.
Añadí.
Jamás lo olvidé, siempre estuvo presente en mi. Y ahora que por fin lo he visto fijamente, no permitiré que nos separemos de nuevo.
La cobardía los alejó. Pero no más.
La decisión de aceptarlo no fue producto de la nada.
Miré el mensaje y me sonrojé.
-Ahora... ¿Cómo debería contestarle?-
Me cuestioné.
Pasaron los minutos y decidí ser breve.
-Buen día-.
Escribir, suspirando y pensando que mandarle un mensaje claro y conciso era lo mejor.
-Me esforzaré para que este experimento se convierta en amor de verdad-
Musité.
Pero, por alguna razón, sospechaba que ese amor que buscaba ya lo estaba sintiendo.
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