Mi nombre es Ast.
El recuerdo más lejano que Ast tenía no era el más lindo del mundo. En ese entonces, aún no llevaba ese nombre, la conocían de otra forma, una que nunca más quiso volver a oír, inclusive cuando no llegó a comprender cómo era. Una mujer la tenía en brazos y la arrullaba esperando a que se durmiera. Ella era apenas una bebe de un año de edad. Luego vino aquel hombre, ella cree recordar su voz llamándola "hija", pero ella no cree que él fuera digno de llamarse su padre y a tan corta edad, los recuerdos siempre se ven un tanto borrosos. Ese hombre la arrancó de esos brazos que la cobijaban haciéndola irrumpir en llantos mientras se rebatía para volver a aquellos brazos que le brindaban tanto calor, insistía en que era para asegurarle una buena educación, no confiaba en que su esposa fuera capaz de aquello, no con todas sus obligaciones. Quería lo mejor para su hija. Todo era una excusa, un embuste tramado para asegurarse de que su esposa lo atendiera, no confiaba en que ella pudiera distribuir su atención entre ambos, y teniendo que elegir entre la criatura y sí mismo, se escogió a él. Se encargó personalmente de llevarla hasta un orfanato y dejarla en la puerta. Conociendo a su mujer como lo hacía, no dudaba de que ella querría ir a visitar a la niña, razón por la cual volvió llorando a la casa y desesperado le dijo que la pequeña había muerto en sus brazos, le dijo que no había sufrido, simplemente pareció dormirse y cuando quiso despertarla ya no latía su corazón. Su mujer, desconsolada y sintiéndose culpable por no haber podido tener una hija sana, decidió dedicarse plenamente a la atención de su marido, no permitiría que también pereciera por su falta de cuidados.
Pasó poco tiempo desde que la niña entró hasta que salió. Apenas había aprendido a hablar cuando una familia decidió adoptarla, había cumplido recientemente sus 4 años. La gente del lugar no pudo negarse, la niña era una huérfana más, y a pesar de que tenían una conexión muy fuerte con ella, sabían que lo que necesitaba era una familia, ya podía prescindir del cariño de aquellas monjas. La pequeña juntó en silencio sus pocas pertenencias y salió por la puerta. La nueva familia era muy cariñosa y no dejaba de mirarla con atención. Al llegar a la casa, ésta estaba repleta de símbolos y objetos extraños. Ast no se animaba a preguntar. Había llegado al hogar de los alquimistas. "Bienvenida a tu nuevo hogar, Ast" Dijeron rebautizándola bajo ese nombre. No era un nombre elegido al azar, Ast o también llamada "La gran Maga", fue el nombre con el cual se hizo llamar durante el resto de su larga vida.
El llanto de su madre tras perderla la despertó muchas noches cuando era aún una niña. Era una especie de pesadilla recurrente, lo que provocaba que aquel primer recuerdo nunca desapareciera de su mente. Sus padres, preocupados, la instruyeron para controlar aquello, no querían que su pequeña sufriera. Le enseñaron a dominar los siete chakras, cosa que le costó un buen par de años en poder trabajar al completo, pero aún seguía siendo joven, la ventaja de haber iniciado en la vida del alquimista a tan corta edad. Cuando tuvo edad para ser entregada en matrimonio, a eso de sus dieciséis años, ya los dominaba por completo. Fue entonces que comenzaron a enseñarle la práctica de la transmutación. No le fue sencillo, pero tras varios años de práctica pudo conseguir algunos buenos resultados. A pesar de todo, sus intentos la dejaban agotada, requería de mucha energía para conseguirlo y luego de un muy largo descanso para recuperarse. Fue por eso que luego, cuando su madre murió, tardó en enterarse de ello, había quedado agotada tras varias sesiones. Ella había estado descansando mientras su madre seguía buscando algo con una intensidad excesiva. Quería crear una máquina capaz de llevarte de un sitio a otro en un santiamén. Un desperfecto en los cálculos de este artefacto produjo una explosión que le costó la vida. Al enterarse, Ast decidió continuar con el trabajo de su madre en el taller. Tomó los planos y comenzó a revisarlos para encontrar el error y saber en qué había fallado.
Mientras tanto, su verdadero padre decide que era el momento de buscar a su hija y sacarla del orfanato, la pediría en adopción. Habían pasado ya muchos años y debía de ser toda una señorita, preparada para hacerse cargo de una familia. Pero al llegar y no hallarla, se preocupó. Ninguna de las niñas tenía sus rasgos ni los de su esposa. Ninguna era SU hija, por lo cual, solo pudo pensar que realmente ella había muerto. Vuelve cabizbajo a su hogar y decide que pasaría el resto de su vida entristecido por la noticia y sabedor de que todo era su culpa. Le había causado sufrimiento a su mujer y a su hija, y a la última, incluso le había causado la muerte.
Ast exploró por muchos años la forma de combinar la máquina con la posibilidad de ser eterno de la alquimia. Con uno solo de los factores no le sería útil. Por un lado, el consumo de la máquina algún día agotaría sus reservas y dejaría de otorgar sus frutos, sería ni más ni menos un desperdicio que pediría más y más combustible. Y por el otro lado, la alquimia por sí misma no lograría el cometido que ella buscaba, al menos no lo conseguiría sin consumirle la mayor parte de su energía. Era completamente loco pensar que solo con eso podría movilizar las cosas necesarias para que funcione.
Al llegar a sus veinticinco años, había dado con la solución. La piedra filosofal. Podía utilizarla como fósforo, ya lo habían hecho antes y había funcionado, o al menos eso marcaban los registros. De esa forma podía mantener la continuidad sin preocuparse por abastecerse de leña y carbón. Era la piedra que nunca se agotaba y daba vida eterna, y mejor aún, no levantaría calor, pudiendo guardarla sin problemas en su pecho ante un momento de desesperación.
Deseaba algo cómodo de llevar y que, a su vez, no llamara la atención. Requería que fuera fácil de ocultar a los ojos de aquellos indeseados que podían llegar a querer conseguir algo bueno para vender. La mejor opción era una cadena y un dije, algo simple para llevar y que no llamaría la atención. La mayoría de las mujeres adornaban sus cuellos con estas sencillas joyas. Tendría la forma del círculo, para facilitarle la tarea de la transmutación. Tendría los símbolos necesarios para ello y en el centro, llevaría la piedra de la vida eterna. El simple símbolo de la piedra filosofal, combinado con el del fuego y la plata. Una mezcla extraña para un dije, sí, pero sabiendo a qué familia pertenecía, entenderían que le gustaban las cosas extrañas y no era nada más que eso, un simple adorno. Podría ocultarlo entre sus pechos. Nadie podría buscarlo allí, no se atreverían.
Decidida entonces del camino a seguir, se puso en marcha para construir el susodicho dije. Sabiendo que era más fácil transformar la plata que fundirla y darle forma desde cero, se preparó para armar el cambio. Un gran círculo en el suelo, un dibujo representando al fuego y otro al metal. Eso sería lo que llevaría su dije y era una buena idea comenzar con ello mismo. Se sentó en el centro con aquella pieza que sería luego su pendiente y comenzó a murmurar para llevar sus chakras hacia el mismo centro de su ser, buscando el mismo objetivo, mientras más lo practicaba, más natural le salía.
Centrada ya en lo que quería conseguir como resultado final, comenzó a dar forma al pequeño trozo de plata frente a sus manos. Su mente trabajaba más rápido que nunca, moldeando el metal a su gusto. La plata parecía ser líquida debido a la fluidez con que se movilizaban sus partículas. Si sus madres la vieran en ese preciso instante, estarían orgullosas y temerosas. La alquimia no era un juego de niños, y a pesar de que ella ya no lo fuera, seguía siendo peligrosa, su última madre lo había comprobado por sí misma.
Terminado el dije lo observó detenidamente. Era perfecto, tal y como ella lo había imaginado. Buscó una cadena y se encargó de sujetarlo bien, no quería perderlo. Ahora debía crear la piedra filosofal, secreto bien guardado por muchos alquimistas pero pasado de generación en generación dentro de su familia. Suerte para ella, caso contrario, le esperaban unos cuántos años más de ensayos, prueba y error. La combustión de la piedra sería imposible, pero su fuego permitiría mover por siempre aquello que se deseara si se la sabía utilizar. Y ella, como era de esperar, sabría dominarla por su testarudez.
Preparada cada una de las piezas y acomodado todo, solo restaba hacer encajar los fragmentos armados con la maquinaria a utilizar. Un sencillo sistema de tuercas pequeñas y engranajes y todo quedaría listo para permitir que la piedra girara sin dificultad alguna. Había visto miles de veces hacer eso a su padre, si quisiera, podría terminar con ello en ese mismo instante y probarla enseguida. Pero esperaría al día siguiente para completarlo, sabía que aquello era importante también para su padre. Quería que él estuviera presente para cuando lo pusiera a prueba por vez primera.
Al día siguiente despertó emocionada. Tras un arduo trabajo, podría ver los resultados. Era como si una corriente eléctrica hubiera ingresado en su cuerpo, no podía estarse quieta. Su padre estaba ya en el taller y ella inocentemente le pidió ayuda para terminar un supuesto prototipo. Él ajustó las piezas en el lugar que ella le indicaba para cada una sin siquiera preguntar para qué serviría. Todo estaba ya listo. Ast reclamó un momento de su atención y acomodó el dije en el suelo. Tomó una tiza y comenzó a trazar una copia exacta del diseño en el suelo, pero a gran escala. El colgante era su mapa. Se ubicó en el interior y comenzó a pensar en el lugar al cual quería ir, el espacio detrás de su padre. Encendió la piedra y tomó la cadena entre sus manos. Le dio una vuelta y vio cómo ésta seguía girando por sus propios medios mientras un pequeño vaho de humo salía de él. No llegaba a considerarse humo, no era esa espesa nube negra que salía cada invierno de las chimeneas, era más bien esa honda de aire que se nota cuando algo se quema y te hace ver borroso lo que hay al otro lado, como si fuera un sueño, un espejismo. La piedra dejó de girar y ella desapareció. El hombre se preocupó al perder a su hija, pero una risa nerviosa a su espalda lo alivió. Ella reía de incredulidad. Lo había conseguido.
Cuando su padre comprendió lo que ella había conseguido, no pudo evitar llorar. Había concluido aquello que su amada esposa inició. Su hija finalmente logró hacer lo que a él le quitó un ser querido. Sin poder salir de su asombro, la abraza pensando que jamás la dejaría ir. Pero debía hacerlo. Ahora, su hija sería libre.
El hombre decidió que era el momento de hacerle saber que era oficialmente una alquimista con derecho al título. Llevaría en la piel la marca del uróboros, símbolo de la lucha entre el bien y el mal junto al ciclo de la vida. Todo tenía un inicio y un final, pero era una seguidilla de actos donde los finales, no eran realmente finales sino que conllevaban a otro inicio. Ella acababa de llegar a un final que le abría miles de puertas. Consiguió algo que nunca jamás se había conseguido, un final, una victoria. Pero ese mismísimo objeto la transportaría a una infinidad de sitios y misterios.
Esa misma noche la llamó a su despacho. Ast no sabía que ocurría, su despacho era como sagrado para él, nunca antes le había permitido entrar. Tras llamar a la puerta, golpea y entra con muchas dudas marcadas en su rostro, ve que en el interior había más hombres, su padre no estaba solo, todos desconocidos para ella, aunque todos tenían algo que le recordaba a su padre. Todos parecían ser sabios, todos eran alquimistas.
—¿Cuál es tu nombre?
—Mi nombre es Ast. Mi padre...
Los hombres la silencian a mitad de la oración y mantienen la vista fija en ella. La estaban estudiando. Requerían saber que realmente era digna de aquello que su padre decía. Tras un arduo escrutinio parecieron aceptar que el hombre no mentía. La hicieron sentarse en el suelo y comenzaron a dibujar a su alrededor mientras uno de los hombres le relataba la ceremonia que iba a acontecer. Ella comprendió, iban a marcarla y finalmente ser parte del círculo.
Tras analizar sus chakras deciden el lugar exacto donde llevaría la marca. El sitio portador siempre debía estar en sintonía con el chakra más poderoso. En el caso de Ast, se trataba del tercer ojo, Ajna. Los hombres tras despojarla de sus ropas y hacerla ponerse en posición para activar dicho centro de su ser, procedieron a marcarla. Sentada con las piernas cruzadas, sus manos se ubicaban frente a la parte más inferior de su pecho. Sus dedos medios apuntaban hacia el frente, tocándose apenas en la parte superior. El resto de los dedos, encontraban su posición doblados y tocándose por las falanges superiores. Por último, los pulgares apuntaba hacia su pecho rozándose en las puntas. Ella no movió ni un ápice de su cuerpo, ni siquiera cuando sintió la aguja clavarse en la piel tras su oreja. Dolía, pero solo se preocupaba de fortalecerse.
Una vez marcada, los hombres abandonan la habitación junto a su padre para dejarla conectarse. Aún tenía la piel colorada allí donde la habían herido, pero pronto dejaría de estarlo. El tatuaje cicatrizaría y todo estaría en orden. Una vez que considera haber meditado lo suficiente se viste y sale del despacho. Solamente estaba su padre esperándola.
—Hija mía, eres libre. Es momento de que tomes tu propio camino. —la esperaba sosteniendo un bolso repleto de ropa y comida. Hacia el fondo, había guardado algo de dinero, lo resguardó bien, entre tanto abrigo jamás podrían robárselo. Esperaba que saliera en seguida a recorrer el mundo por su cuenta. Ahora que había podido crear ese medio de transporte, podría volver a casa siempre que quisiera.
Era entrada la noche, pero ambos sabían que nada malo le pasaría. Era una mujer que sabía defenderse. Salió a la aventura sin rumbo fijo y sin un objetivos concreto. Sabía que lo que sea que estuviera destinada a hacer la terminaría por hallar y al poco tiempo descubrió lo que haría por el resto de su vida.
Un hombre tomaba con fuerza a su mujer de la mano en plena calle. Parecía estar echándole algo en cara al mismo tiempo que la arrastraba de vuelta hasta su hogar. ¿Habría hecho algo mal, en qué podía haber fallado? Ella simplemente lloraba sin demostrar signo alguno de querer responderle. Era muy difícil que una mujer pudiera responderle a un hombre. Se suponía que éramos cosas que no pensaban. Era una desfachatez por nuestra parte querer demostrar lo que podíamos hacer. En la alquimia todo era distinto, todos tenían permitido el alcance del conocimiento del universo, se a hombre, mujer, adulto o niño. Una de sus mejillas estaba colorada. Ast sabía lo que eso quería decir, la habían golpeado. En ese momento no pude ser capaz de hacer nada, simplemente se quedó allí de pie observando la escena. Cuando pasaron frente a ella el hombre la mira con mala cara. ¿Por qué una joven andaba sola por la calle a éstas horas? No podía significar otra cosa que no fuera: PROBLEMAS. El hombre había juzgado mal a Ast, no le daría esa clase de problemas. Al verlos entrar en su vivienda decidió la mejor forma de evitar que volviera a ocurrir.
Antes de decidir qué hacer respecto al hombre, sabe que es necesario buscar un sitio donde alojarse, si seguía vagando por la calle, finalmente alguien más pensaría mal de ella. Mientras rebuscaba en la mochila en busca del dinero que su padre le dejó, caminaba por las calles. Sí que lo había guardado bien, ni ella podía encontrarlo. Finalmente encuentra un puñado de billetes e ingresa en una pequeña taberna con habitaciones. Todos los hombres se vuelven a verla y ella finge no darse cuenta de nada. Eso le serviría por lo menos para esa noche, luego buscaría un poco más.
Instalada ya en la habitación, de dedica a empujar los muebles con mucho cuidado para poder despejar el suelo y dibujar en él sin obstáculos. Se acomoda y empieza a limpiar su alma de a un chakra por vez. Quería sacar las malas sensaciones de su ser, casi todas obtenidas desde el encuentro con esa pareja.
Si haría aquello lo haría bien. Sanaría uno a uno desde la raíz, incluso cuando de chica se había cansado de insistir en que era algo absurdo, era más sencillo limpiar el chakra que se había "ensuciado" y punto. Cada uno la conectaba con un mundo, dioses y aspectos de su vida diaria diferentes sin que ella pudiera notarlo. Era un sinfín de probabilidades.
Comenzó a meditarle a Ganesh, encargada del instinto y supervivencia. Necesitaría mucho de su ayuda si quería sacar adelante su vida tras meterse en la vida privada de aquella mujer. Siguió pidiendo diferentes tipos de ayuda. A Brahmá le emoción y creatividad necesaria; A Visnú que le diera el control necesario y la ayudara al agilizar su mente; A Shiva el poder de sanación para ayudar al otro en lo que requiera; A Shada-Shiva la capacidad del habla para hacerse entender y encontrar las palabras justas. A Shambhú, con quien tenía la mayor afinidad, le pide la percepción extrasensorial, quería conocer todo aquello que no pudiera percibir con sus sentidos, no quería ninguna sorpresa. Finalmente, a Parama - Shiva, quien dominaba sobre todos los demás, le pide la conexión con todos los dioses, para hacer su voluntad.
Finalizada su meditación, sabe con certeza qué es lo que hará. Irrumpirá la tranquilidad de la vida de ese hombre en su momento más inmune, el sueño, y luego se cruzará en su vida diaria tanto que el hombre no podrá soportarlo. Lo había realizado con anterioridad, al entrar en el sueño de su madre. Pero le dio tanto miedo que no pudo seguir. Ahora tenía al menos unos quince años más. Ya no tenía miedo de lo que pudiera pasar.
Se dispone a encender su dije pero comprende que no sabe como es el interior de la casa, no sabe qué es lo que debe visualizar, sin esa información, es imposible entrar. Decide entonces mirar por la ventana, se traslada al lugar donde los vio entrar y se pega al cristal para observar. Solo puede ver la sala de estar, pero eso sería suficiente para entrar, una vez dentro ya podría moverse tranquila. Ahora debía regresar a la comodidad de su cuarto y desde allí, viajar una vez más a la vivienda. El dije solo te llevaba de vuelta al último sitio donde se utilizó, y necesitaba huir rápidamente de ese lugar.
Vislumbra la sala de estar, y sabe a ciencia cierta que esa noche algo iba a cambiar. Se dispone a encender la piedra y la hace dar una vuelta, siguiendo girando por si sola. Aparece en la sala de estar con el dije todavía en lamas. Lo que más la asombra, es que al contacto con su piel no quema. Camina en silencio buscando la alcoba principal. Al encontrarla se acerca a donde el hombre dormía y cierra los ojos para conectarse con él, si lo lograba, caminaría en sus sueños.
Al abrir los ojos se descubre vagando por la casa y siguiendo el sonido de una voz. "Anda, friega el piso que para eso eres mujer" Cuando llega al lugar de donde procedía el sonido, lo ve ensuciando el piso a propósito. " Vamos, ¿es que ni siquiera eso sabes hacer?" La trataba como si fuera un animal. ¿Eso era un buen sueño para él? Era hora de entrar en acción.
—Detente mujer, no obedezcas una orden más de esta bestia. —ambos la miran. La mujer se detiene y sale. El control del sueño pertenecía ahora a Ast. —Tú, limpia el suelo. Hazlo hasta que las rodillas te delante que no puedas ponerte en pie, hasta que tu espalda no se pueda enderezar. —El hombre sin poder evitarlo, se arrodilla y tomando el cepillo, comienza a limpiar.
Sigue haciéndolo gasta que no soporta más el sufrimiento. Despierta agitado y lo primero que ve es a Ast de pie frente a él, el dije tenia las llamas más fuerte que antes debido a la intensidad. Ella sonríe y sin decir nada hace girar la piedra en el sentido opuesto para desaparecer. Repetiría eso un par de noches más, hasta que el hombre aprendiera la lección.
A la mañana siguiente se pasea por el pueblo para conseguir trabajo, necesitaba conseguir dinero para pagar el alojamiento. La contratan de zurcidora y al salir ve al hombre junto a su mujer. Apura el paso para alcanzarlos, y al pasar frente a ellos los saluda. "Buenos días". Le hombre empalidece y obliga a la mujer a apurar el paso. Nuevamente tendría pesadillas.
Durante cuatro días lo persiguió en sueños y realidad. Finalmente el hombre entendió el mensaje. Debía respetar a su mujer. Poco a poco comenzó a ayudarla en sus tareas y Ast, feliz dejó el pueblo. Había ayudado a alguien.
Con todas sus cosas guardadas y el cuarto en las mismas condiciones en que lo encontró, salió del pueblo tras recibir su paga, era poco, pero aún así lo necesitaba. Caminó una vez más en busca de una nueva oportunidad para ayudar a alguien. Cada vez que hallaba un caso, descansaba en el pueblo y los aleccionaba. Cada vez tenía una forma más rápida de hacerlo. Estaba tomando confianza. Asíhasta el día en que lo vio.
Se encontraba en el mercado de la plaza comprando algunos víveres para ese día. En el puesto vecino un hombre habló. Su voz le resultaba extrañamente familiar. Pero al verlo, su rostro no le era conocido. Era un hombre bastante mayor y llevaba el cabello y barba canos. Cuando el hombre la saludó, volvió a tener esa sensación de reconocimiento.
El invierno se acercaba y cada vez hacía más frío. Era hora de detenerse por un tiempo. Al caer la nieve, no podría seguir caminando. Buscó asilo y trabajo. Recorrió las calles y volvió a cruzarse con el hombre, esta vez acompañado por una mujer. Ella parecía triste, miraba al suelo y caminaba despacio. Él no la apuraba, parecía un buen hombre. Fue entonces que la mujer alzó la vista. Era como si algo o alguien la hubiera incitado a hacerlo. Sus ojos se clavaron en Ast y a la señorita le dio un vuelco al corazón. Esa mujer que la miraba tenía un gesto de duda en el rostro. Al percatarse, el hombre dijo unas dulces palabras a su mujer y se alejó para ir con Ast, esa señorita que llamó la atención de su esposa.
—Disculpe, no queríamos incomodarla. Resulta que nos recuerda a una persona que perdimos hace ya muchos años.
En ese preciso momento fue que se percató de lo que ocurría. Ella era esa mujer de dulce voz cálida y brazos acogedora. Él era esa bestia sin corazón que la arrancó de sus brazos para dejarla abandonada.
Con un simple "no hay problema" se alejó corriendo desesperada sin saber que hacer. Había cambiado la vida de tantas mujeres y cuando podía decir "Mamá, soy yo, tu hija. Aquí estoy", simplemente salía corriendo.
En la seguridad del cuarto alquilado,sintió como terminaba de romperse su corazón. Ese hombre se fingía inocente. "Una persona que perdimos". ¡Me abandonaron! tenía ganas de gritarle ella. No la habían perdido, la habían dejado. Ast pensó que un hombre como él no merecía vivir. No había dañado a una, sino a dos mujeres. Lo torturaría hasta la locura, le haría confesar sus actos y finalmente lo mataría por el daño cometido.
Segura ya de lo que haría, planeó todo meticulosamente. En esta oportunidad no quería dejar cabos sueltos. Pero, ¡cómo saber donde vivían? ¿Cómo acercarse lo suficiente para que no desconfiaran? Debía acercarse y disculparse por su reacción por salir corriendo.
Los buscó hasta el cansancio y finalmente los encontró ingresando en su hogar Apuró el paso y los interceptó. La invitaron a pasar y tras una breve vacilación ingresó después de ellos. ¿ Cómo hacerles saber quién era? Camino a la sala vio diversos retratos de la pareja. Al principio lucían felices, pero luego se observaba un deterioro, debía de ser de cuando ella ya no estaba en su vida. Ya no sonreían, simplemente se miraban entre ellos o al artista.
El hombre contó la historia de la muerte de su hija y Ast, fingiendo compasión, les dio su pésame. La pequeña llevaba el nombre de Himmel, pero ella nunca pudo llegar a utilizarlo, o mejor dicho comprenderlo.
La invitaron para que cada tarde pasara por ahí, quién tuvo la idea fue la señora, parecía verdaderamente feliz. Ast pensó que algo intuía, debía de ser ese instinto materno. Al despedirse, la mujer parecía no querer soltarla.
Esa misma noche, Ast entró en los sueños de su progenitor. Tenía un objetivo, pero al ver lo que él soñaba se dio cuenta de que no sería necesario. El hombre se torturaba a sí mismo Soñaba con una pequeña muriendo en sus brazos, más tarde, esa pequeña era una jovencita riendo y bailando por el salón de la casa, hasta que se detenía y lo miraba para gritarle. ¡Me mataste! y luego desvanecerse. El hombre se tenía asco, tanto que ni quería dormir en la misma cama que su esposa.
Fue la segunda noche cuando deseó apiadarse de él, aunque solo fuera un poco. Modificó la apariencia de la niña del suelo para que fuera una visión más realista de como había sido ella a esa edad. "Debes decirle la verdad. Por favor merece saberlo". Los días siguientes, el hombre permaneció en silencio sopesando la idea de contarlo. Pero no pudo hacerlo, la niña había muerto de todas formas.
Ast comenzaba a impacientarse. Quería acabar con todo aquello de una vez. Una tarde, tras unas ocho visitas, no pudo aguantar más y ni siquiera el té la pudo calmar. Mirando al hombre y haciendo oídos sordos a lo que comentaba la mujer que le dio la vida, se puso de pie y señaló al hombre. "Tú, dile la verdad, no sigas con esta farsa". El hombre ya no distinguía el sueño de la realidad y le costó comenzar a hablar, pero lo hizo. La mirada de Ast no le dejaba otra opción. Entre lágrimas el hombre contó todo, asumiendo la culpa., incluso cuando Ast anunció quién era ella.
Su madre, aunque confiaba en sus palabras, se negó a llamarla hija. Esa mujercita frente a ella no era su hija, ni siquiera reconociendo los ojos. No fue criada por ella, no le enseñó sus principios y no fue partícipe de nada de lo que la convirtió en quien era ahora. Y a pesar del dolo que le causaban las palabras las repitió. "Mi hija está muerta. Incluso ahora que te tengo aquí".
Eso fue lo peor que pudo oír Ast, perdía por segunda vez a una madre. Saltó sobre el hombre dispuesta a romper su corazón, tal y como él hizo con el suyo. Sacó una pequeña daga que siempre cargaba consigo y se dispuso a ser quien diera fin a todo aquello. Un grito pidiendo que se detenga la dejó congelada. La mujer la miraba furibunda.
—Por eso es que no eres mi hija. Jamás hubiera permitido esa acción. La violencia y la venganza no es mi modo de criar. El rencor no se acepta bajo este techo. Solo aceptamos el amor y el perdón. Si no logras entenderlo definitivamente no eres mi hija.
Su voz era dura pero firme y logró desarmar a Ast, que soltó la daga y cayó a un lado llorando. El hombre aún no salía de su estupor. Sentía cómo todo su ser se estremecía y cambiada ante la nueva revelación. Una caricia de consuelo devolvió a Ast a la realidad. Miró a sus padres y sonrió, ambos tendrían una mejor vida. Ya no tenían hija, pero la verdad les devolvería la felicidad. La niña que algún día tuvieron, les había devuelto la vida.
Ella seguiría camino, devolviendo la felicidad a las parejas. Pero su método había cambiado, ella había cambiado. Quien comprendiera aquello que había sido marcado en su ser, sabría que se había desplazado a su pecho. Físicamente no, pero ahora el poder de su ser se situaba en Anahata, el chakra corazón, el chakra del perdón.
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