Y tú te vas.
¡Hola mis bonitos lectores! Mi fe se anuló en acabar esta dinámica cuando me demoré una eternidad sacando este capítulo, pero el estrés me permitió terminarlo a tiempo y creo que quedé satisfecha, la primera vez que lo escribí me gustó pero ahora no sé si es tan bueno, pero tampoco sé si es porque lo he revisado demasiadas veces, so, ya da igual. Muchas gracias por leer ¡espero que les guste!
Izumo, 1984.
—¡Es su hijo! —Un puñetazo retumbó contra la granita, los nudillos le sangraron y el alma le punzó, el dolor goteó y goteó—. ¿Cómo puede decir eso? —Solo para gotear un poco más. Pero el señor Okumura no se inmutó, ni siquiera volteó a mirarlo. La multitud se hallaba aglomerada afuera de la casa, el día era agradable. Habrían fuegos artificiales en el festival.
—No lo volveré a repetir. —Las tripas se le pudrieron ante semejante indiferencia, la mancha escarlata creció contra la acera, se preguntó si eso sería suficiente para morirse desangrado—. Retírese de mi propiedad. —Y deseó que así fuera.
—Él se está... —Ash parpadeó, aunque ya no deberían quedarle lágrimas—. Él se está muriendo. —La pena corroyó como si fuese ácido por sus mejillas—. Le prometí que lo traería para que hablaran. —Él tembló, ausente de sus propios pensamientos—. Se lo prometí. —El sol se sentía demasiado caliente y no había comido nada.
—Váyase de mi propiedad. —Aslan cayó de rodillas, aferrándose a los pantalones de ese hombre como si su vida dependiese de este momento. Le importaba una mierda sacrificar su dignidad si con eso lo arrastraba al auto.
—¡Por favor! —La nariz le quemó y los párpados le pesaron—. ¡Por favor, vaya a verlo! —Sus palmas se crisparon alrededor de la tela, era áspera y apestaba a naftalina—. Él quiere ver a su familia.
—Eiji siempre fue problemático. —El señor Okumura trató de apartarlo pateándole el estómago, sin embargo, no cedió—. ¿Pero una relación con otro hombre? Eso es asqueroso. —Los ojos se le abrieron de golpe. Las lágrimas se evaporaron contra las flores—. Es abominable.
—¿Abominable? —El rubio quiso gritar—. Es su maldito hijo de quien está hablando. —Pero en su lugar, sonrió. Su agarre se tensó. ¿Dolía? ¡¿Le dolía?! ¡Qué bueno! Ojalá le doliese mucho más. No tenía ni una puta idea del infierno que fue este año.
—Voy a llamar a la policía. —La sangre escurrió con violencia cuando endureció los puños—. Esto es insólito, no toleraré semejante falta de respeto.
—¡Adelante! ¡Llame a la policía y explíquele que no quiere ver a su hijo moribundo! —Los murmullos le martillaron la cabeza.
—Él no es mi hijo desde que se fue a América. —El señor Okumura logró liberarse dándole un rodillazo en la mandíbula—. No es mi problema que los dioses los estén castigando. —El vocalista quiso apalearle esa mueca irónica, no obstante, no pudo moverse—. Los homosexuales se están muriendo porque merecen el castigo. —No pudo gritar. No pudo hacer más que caer contra el pavimento y sollozar.
Le falló.
Él miró la sangre escurrir de sus nudillos, había golpeado tan fuerte la pared que podía sentir a sus huesos rasgarle la piel desde el otro lado, los moretones en sus callos eran grotescos, las marcas de agujas en su antebrazo lo horrorizaron. No recordaba la mayoría de las cosas que hizo drogado, sin embargo, ocurrieron. Ni siquiera pudo cumplir con la promesa de reconciliarlos, Eiji ocultaba sus anhelos verdaderos como si estos fuesen una molestia, cuando él...Se aferró a su remera con fuerza, era horrenda y tenía un estúpido estampado de Nori Nori. Él se profesó enfermo, aunque ya no le quedaba llanto la pena destiló hacia la acera, le dio risa que pudiese hacer algo tan poderoso como lloviznar pero fuese incapaz de entablar una conversación con su suegro. Si estuviese dopado sería más fácil, si se fumase un porro o aspirase cocaína la realidad no sería un balde de agua fría.
—Ash. —Pero lo era, por eso le dolía. La bilis le quemó la tráquea, tal vez sino se movía se ahogaría con vómito y se moriría—. Ash... —La mirada de Ibe fue pura compasión. ¿Cuánto tiempo llevaban así? ¿Alguna vez hubo algo aparte de este cáncer? No lo recordaba.
—Me lo advertiste. —Los flashes retumbaron a su alrededor, las luces lo remontaron a esas sesiones con Dino Golzine, esas donde le ponían ropa bonita y le compraban los libros que quería, esas donde lo violaban hasta que no quedaba más que un cascarón vacío—. Me lo advertiste. —Si supiesen eso de él, si el mundo comprendiese lo mucho que su corazón sangraba. ¿Seguirían tomando fotografías? Ja, probablemente comprarían sus revistas pornográficas.
—¡Deténganse! —Ibe pareció notar su incomodidad frente a las cámaras, él se dio vueltas con una mueca severa para encarar a la prensa—. ¿Qué es esto? ¿Un espectáculo de circo? Váyanse, están en propiedad privada. —Tal vez era cuestión cultural ser ridículamente considerado y altruista. No...
Eso era cuestión de Eiji Okumura.
De Eiji.
Su Eiji.
—Pensé que no te agradaba. —El rubio se llevó las manos hacia el vientre, mirando directamente al sol, sus cabellos eran un revoltijo mugriento y sus zapatos un ancla, eran esas converse geniales y rojas que tanto le gustaban, esas que lo hacían sentir como Kurt Cobain.
—No lo haces. —Las irregularidades en el pavimento se le clavaron entre las vértebras—. Pero Ei-chan te ama y eso es suficiente para mí.
—Ei-chan. —Repitió con ironía—. Su padre no lo llamó así. —Su risa se rompió en un quejido.
—Su padre nunca fue cariñoso. —Ibe le ofreció una mano—. Vámonos, Ash.
—No puedo regresar. —¿Regresar a dónde? La tráquea se le atrancó, la mandíbula le tembló. Todo lo que encontraría en esa casa sería un farsante trabajando en una cura inexistente, un cachorro deprimido porque mamá no se podía levantar a jugar—. No quiero. —Y él pereciendo lentamente en una mugrienta cama.
—Deberíamos regresar antes del mediodía. —Siendo un caparazón hueco de quien fue. ¿Al menos lo reconocería?—. No tenemos víveres suficientes para almorzar.
—Le prometí que llevaría a su familia. —Sus dedos se crisparon sobre su remera—. No puedo volver.
—No vas a convencerlos de ir. —Y lo sabía—. Deberíamos regresar, no me gusta que se quede solo en casa.
—Yut-Lung está con él. —El moreno suspiró, frustrado.
—Aun así... —El mundo le daba vueltas, el sol le estaba derritiendo las pupilas y su corazón era una plasta podrida en su caja torácica—. No sabes cuándo puede ser la última vez. —Sus uñas chirriaron contra el pavimento y quiso llorar un poco más. Ash no recordaba cuándo murió su madre, no obstante, esta impotencia se profesaba tan familiar.
—Vamos a iniciar un nuevo tratamiento. —No tomó la mano de Ibe pero se levantó de golpe—. Ese que está en París ha tenido buenas reseñas, hay pacientes que se han recuperado. —La mandíbula se le llenó de óxido y mierda—. Mi Eiji es una persona fuerte. —Y diablos, lo era. El terco se negaba a bajar los brazos aunque la recuperación fuese sumamente dura, parecía matarlo más que ayudarlo.
—Lo sé. —Pero su solcito era fuerte—. Vámonos.
Podían superarlo.
Yut-Lung los estaba esperando en la sala de estar, sus palmas se hallaban encima de su regazo, su cabello pendía en una elegante coleta, Buddy dormitaba a sus pies. Vinieron a Izumo porque el japonés anhelaba una reconciliación familiar, el tratamiento era demasiado fuerte y lo dejaba agotado, le remordía jamás haber arreglado sus lazos. No era que fuesen pesimistas, era mero realismo. Ash apretó los puños, no, no quería ser un puto realista. La nariz le quemó, así supo que había vomitado en el auto. Este era un estado de disociación completamente diferente al que las drogas le inducían, esto era doloroso y desagradable, era contemplar su propia situación como si fuese una película de terror, desde afuera, frío, ¿hacía frío en la habitación? Si tan solo lo hubiese dejado hablar en esa discusión que tuvieron en Los Ángeles. Él frunció la boca, la naftalina le burbujeó bajo el paladar. Daría lo que fuese por regresar a esa noche en prisión y decirse a sí mismo que atesorase cada segundo al lado de ese hombre, porque él era su alma entera y...
—Creo que encontré una cura. —Aslan parpadeó, confundido.
—¿Q-Qué? —Tenía la lengua dormida y no sabía si estaba parado o sentado—. ¿De verdad? —La expresión de Yut-Lung se suavizó. Torres de folios yacían repartidas desde la mesa hasta la cocina, el gélido empañó las ventanas, las zapatillas le pesaban.
—Creo que puedo tratarlo de manera eficiente, el SIDA no desaparecerá pero podrá vivir si toma los medicamentos adecuados. —Cuando Buddy se acurrucó encima de su regazo comprendió que se había caído—. No te emociones demasiado, Lynx. —El azabache se paró del sillón para extenderle los documentos—. Todavía me tienen que aprobar el presupuesto.
—¿Pero es posible que mejore? —Lo preguntó bajito, aterrorizado por una respuesta.
—Lo es. —Por muy inteligente que fuese no pudo prestarle atención a los datos plasmados en tinta. La mirada se le nubló y el aire le cortó la garganta.
Porque era real.
Existía una esperanza a la cual aferrarse para mantenerlo a su lado.
Vivo
—No debí dudar de ti, víbora. —Aunque fuese contraintuitivo preservaría la esperanza—. Gracias, eres impresionante. —Las turbaciones eran demasiadas.
—¡No seas tan cursi! —Yut-Lung se ruborizó con sutileza—. Ni tampoco lo hago por ti, es mi deber ético darle el mejor servicio posible a mis pacientes.
—No le digas así. —Paciente, su etiología se remontaba al verbo «padecer» en latín, no le gustaba—. Ustedes son amigos. —Era enfermiza desde la tonada hasta la rítmica.
—Como sea, deberías irlo a ver. —Yut-Lung se abrazó a sí mismo, acongojado—. Ya está despierto.
—¿Se le quitó la fiebre? —Él asintió.
—Y los chicos quieren venir en la tarde, Sing ya me advirtió que no desistirán. —Todo Fish Bone compró boletos de avión apenas se enteraron de susodicho viaje, actualmente se estaban hospedando en una posada, era una buena oportunidad para mantenerlos cerca. ¿Rechazaban a su propio hijo? ¡Al carajo los Okumura! Ellos forjaron una familia mucho más legítima durante estos cuatro años.
—Podemos comprar una pizza para la cena. —Aslan se levantó, sus palmas sacudieron el polvo de sus jeans, sus zapatillas se hallaban manchadas—. Iré a saludar a mi novio antes del desastre. —La conmoción le explotó dentro del pecho como un espectáculo de pirotecnia apenas ingresó al cuarto. Pirotecnia, habría una muestra cerca del templo por el festival, al moreno le fascinaban. Fue una noche con fuegos artificiales cuando las manecillas en su corazón se congelaron ¿no?
—Eiji... —Le habló de matrimonio pero se les acabó el tiempo—. ¿Cómo te sientes? —El americano tomó asiento en esa diminuta cama, a su lado.
—Mejor. —Él le sonrió—. Gracias por preguntar. —El rubio le acarició el rostro, grabándolo a fuego lento en su misma existencia.
Sería sencillo componer una canción sobre esto y ya. Pero no, habían sutilezas nuevas en las que Aslan adoraba perderse, detalles que él aprendió a desglosar como un girasol durmiente frente a la infinita centella del sol, su sol. Primero estaban esos ojos negros que le robaron el corazón en prisión, esos mismos que se suavizaban cuando le cambiaban la intravenosa, esos mismos que se empañaban durante las pesadillas y se extinguían en un mar de ojeras. Los pequeños hoyuelos que aparecían durante sus sonrojos, eran tímidos, apenas perceptibles bajo esas grotescas manchas que el cáncer le dejó en la piel. Largas pestañas que se caían con los tratamientos como pétalos en la nieve. Sus manos, eran huesudas y pequeñitas, parecían estar tratando de succionar la carne por dentro para reducirlo a pellejo. Y por supuesto, sus sonrisas. Dios, esas sonrisas. Aunque llevaban cuatro años juntos cada día descubría una nueva, la que le daba cuando lo tenía que mudar porque no podía ir al baño solo y un síntoma era la diarrea, la que absorbía sus mejillas mientras observaba la ventana inerte, la que tenía bigotes de suero acompañada, esa repleta de culpa cuando le trataba de dar un beso y la que se rompía tras la agonía. Todas tenían sabores diferentes: antidepresivos, anticonvulsivantes, estabilizadores del ánimo, ansiolíticos, paracetamol e incluso bilis.
Esa que gritaba «lo siento por ser una carga, odio que estés pasando por esto, por favor déjame morir»
Porque mierda, a pesar de todo Ash Lynx lo amaba absolutamente todo sobre Eiji Okumura.
Y Eiji Okumura lo amaba absolutamente todo sobre Ash Lynx.
—¿A dónde fuiste? —El americano apretó su mano, la gruesa aguja de la intravenosa fue lo único que pudo sentir con ese insoportable escurro.
—A comprar cerca. —Eiji esbozó una mueca enervada, sus omoplatos sobresalieron en esqueléticas líneas a través de su suéter de Nori Nori, era el más pequeño que tenía, ese que usaba cuando saltaba la pértiga en la escuela y aún así le quedaba gigante.
—Sé que estás mintiendo. —Su voz se redujo a una áspera tos—. Porque cuando mientes, siempre estás completamente calmado. —Sus yemas se contrajeron contra las sábanas—. Fuiste a hablar con mi familia ¿no es así? —No podía romperse, no frente a él.
—Lo siento. —Porque Eiji relumbraba tan frágil, siempre había sido pequeño—. Lo intenté. —Pero ahora lucía mucho más...Pequeño.
—No pongas esa cara. —Él le acarició el cabello, le gustaba que fuese largo, le recordaba a esos días de gloria y suavidad meliflua—. No tiene importancia, Ash. —Y al nombrado le pareció insólito que incluso en estas circunstancias fuese el consolado. Lo único que pudo hacer fue sentarse en esa cama azul mientras la película de horror continuaba. La brisa se coló por la ventana—. Sing me llamó en la mañana.
—Sí... —Él trató de enfocarse en el momento—. Quieren ir a la playa. —Sin embargo, lo desgarró contemplar ese saco de huesos.
—La playa de Inasa es bonita. —Las paredes se le encogieron en las orejas—. ¿Ash? —Y de repente estaba llorando—. ¿Estás bien? —Él asintió, ido.
—Me entró una basura al ojo, perdón.
—¡Estás sangrando! —Mierda, no se dio cuenta de que empapó las sábanas, la sangre escurrió y escurrió, como esas noches donde la terapia era exhaustiva—. Déjame ayudarte. —Él se apartó de golpe, no permitiría que esas manitos, esas más frágiles que botecitos de papel, se ensuciaran.
—No. —El rubio tomó una servilleta del velador para ejercer presión—. Yo puedo. —La imagen que le regaló su amante le quebró el corazón—. Luego le pediré una gasa a la víbora.
—Entiendo. —Eiji se encogió antes de enfocar su atención en la ventana del costado—. Tiene más sentido si le pides ayuda a Yue, él es médico. —No era eso. El rubio trató de acercarse un paso adelante, no obstante, el terror lo hizo retroceder dos.
—Tienes razón.
Eso era lo terrible de enamorarse con el tiempo contado, la destrucción mutua era inevitable. Pero el vocalista nunca se imaginó una vida sin su novio, en todo lo que planeó siempre estaban juntos, solamente esos grandes ojos cafés eran capaces de contemplar la totalidad de su alma, podían profesarse rodeados de esas repugnantes manchas, hallarse acribillados de bolsas negras y repletos de arrugas a los costados, sin embargo, jamás lo dejaron de vislumbrar con una ternura inefable. Como si a pesar de todo el sufrimiento él conociese sus heridas, las comprendiese y las aceptase lo suficiente para quererlo encontrar en su siguiente vida.
Aunque el SIDA carecía de cura, lo terrible no fue la masacre en la comunidad homosexual, sino darse cuenta de que el verdadero cáncer eran los mismos seres humanos. A nadie le importaba si se morían los maricones, no invertían en investigaciones, mucho menos en sanidad, era degradante, a veces arrojaban los cadáveres a las calles porque se negaban a incinerarlos, la discriminación era burlesca y la causa desconocida. Dejaron de tener relaciones sexuales apenas el moreno sospechó de la sintomatología, por eso se salvó. Irónico ¿no? El rubio se acostó con mil hombres pero salió impune, mientras su adoración se drogó con una aguja infectada en un bar y la sangre se le pudrió. Ni siquiera fue por sexo, ni siquiera fue por Aslan, ni siquiera lo compartían.
Una mierda.
—Ash... —Seguramente seguiría bien sino lo hubiese conocido—. Ibe-san me dijo que hoy quería cocinar natto pero no hay ingredientes. —Él bajó el mentón, vacilante—. ¿Podemos ir al mercado juntos?
—Sí, hace tiempo no salimos a una cita. —El vocalista apenas logró percibir el peso de su amante al alzarlo entre sus brazos. ¿Cuándo adelgazó tanto?—. Podría comprarte un manga en el centro comercial, onii-chan. —Esa risa fue un aleteo de mariposa contra su cuello, él lo cargó hasta la silla de ruedas. El soporte chirrió tras dejarlo encima.
—Podría prestarte alguno de los míos ya que estamos aquí. —Él apretó su mano con suavidad, sus venas sobresaltaron con una violencia enfermiza contra la palidez de su piel, solía ser bronceada y saber a caramelo.
—O los de Ibe. —Ahora parecía naftalina—. He visto que tiene algunos escondidos bajo su cama.
—¡Ash! —Eiji lo golpeó en el hombro—. Es de mala educación husmear en casas ajenas. —El rubio le cubrió las piernas con una manta a cuadrille, Griffin se las obsequió al ser su amuleto de buena suerte, esa cobija lo mantuvo aferrado a la realidad en Irak.
—Eso se puede arreglar cuando regresemos. —El moreno alzó una ceja, confundido—. Ayer pagué la primera cuota para nuestro departamento, ese que queda en Central Park frente a la biblioteca pública de Nueva York.
—¿Hablas en serio? —El japonés no tuvo la energía suficiente para sollozar, no obstante, la boca le tembló y la nariz se le arrugó como si lo estuviese haciendo—. Ash...
—¿Por qué esa mueca tristona? —El vocalista le delineó los mofletes con suavidad, acomodándole un rebelde mechón detrás de la oreja—. ¿Tan terrible será compartir un hogar solo conmigo?
—Sí. —Una lágrima solitaria descendió desde su mejilla para estrellarse en la cobija—. Será imposible sacarte de la biblioteca. —Ash presionó un beso contra esa matita abenuz, a pesar de profesarse opaca e impregnada de medicamentos, seguía oliendo a girasoles, noches de películas, comida chatarra, conciertos privados y fotografías improvisadas. A pura felicidad.
A primer amor.
—Podemos llevar tus diccionarios de plaza sésamo para que te diviertas. —Ese que conoció por primera vez en una mugrienta celda, ese que supo que adoraría por el resto de su vida, la siguiente, y todas las demás
—No tientes tu suerte, puedo arrollarte con la silla de ruedas ¿sabes?
—¿Eh? —El americano se inclinó para presionarle un beso en la mejilla—. ¿Le harías eso a tu adorable novio? —Sin embargo...
—No. —Una palma lo detuvo—. No deberías, estoy infectado.
No dijeron otra palabra hasta llegar al centro comercial.
Se supone que esta sería una salida divertida, se pusieron esas horrorosas bufandas mullidas de franela verde, las que compraron en su primera cita en Central Park, llevaron una bolsa con el estampado de la banda y una cámara fotográfica. Se supone que sería una cita agradable para que ambos se despejasen, no obstante, no lo fue. Porque apenas pusieron un pie en el centro comercial, los sacaron. Los infectados eran repudiados, eso hizo que el hombre más bonito del mundo se profesase feo, como una abominación, un esperpento. Para evitar un espectáculo, Ash se limitó a tensar los puños alrededor de los mangos de empuje para llevarlo hacia una plaza cerca. Su corazón crujió al verlo tan triste.
—Lo siento, Ash. —Murió como las flores antes de agio—. Por mi culpa nos sacaron otra vez. —Y le pareció jodidamente injusto que se estuviese disculpando. La rabia le erupcionó en las venas, él se arrodilló sobre la arenisca para apretarle la mano. Tocarlo era atrapar una mariposa, si la sostenía muy fuerte la belleza perecería pero se esfumaría con el viento si la soltaba.
—No es nuestra culpa que ellos sean unos idiotas. —Eiji se acarició una erupción cerca de la muñeca, aborrecía esas marcas, eran cafés y disparejas—. Eres precioso, no les hagas caso.
—¿Precioso? —Una sonrisa sarcástica tembló entre sus labios, estaban agrietados y sabían a pastillas—. ¿Hablas en serio? —Esto era demasiado cruel.
—Sí.
Le resultaba abrumador mirarse en el espejo para solo encontrar defectos, intentó una infinidad de veces cambiar aquella aura pesimista. No obstante, mientras más se veía más quería vomitar, era horroroso, monstruoso y nauseabundo. Esos músculos de atleta ahora eran pellejo colgando con estrías, sus mejillas regordetas se succionaban cada vez que sonreía, las alas que lo ayudaron a saltar se profesaban repletas de manchas cancerígenas. Le daba mucha vergüenza que Ash lo mirara, mucho más que lo tocara, si pudiese se arrancaría la piel para darle algo bonito, sin embargo, no podía. Era aberrante ¿no? Papá tenía razón, la gente del centro comercial tenía razón, el mundo tenía razón. Y se sentía terriblemente egoísta por estar arrastrando a su amante a esto, el vocalista tenía toda una vida por delante.
Eiji no.
Ya no.
—Soy asqueroso. —A Aslan le dolió el corazón—. Tengo estas marcas por doquier, es como si gritase que padezco SIDA. —Él arañó la mancha hasta hacerse una herida, del pardo escurrió carmesí hacia la silla, la manta quedó embarrada—. Soy horrendo.
—No lo eres. —El moreno retrocedió hacia el respaldo, aterrorizado por las caricias—. Eres precioso.
—¡Claro que no! —La impotencia lo destrozó—. ¡Mírame! —Su alma se abrazó contra sus propias espinas, sin profesar dolor al marchitarse—. ¡Soy un maldito cadáver! —Había llorado tanto que ya no le quedaban lágrimas—. ¡Mírame, Ash!
—Eso hago. —El más joven lo delineó con cariño, desde los bordes de su mentón hasta la punta de su nariz, fue lento y tierno, casi sagrado. Le dolió. Porque esos ojos verdes lo estaban contemplando como si jamás hubiese cambiado, como si fuese mucho más que esta devastadora enfermedad—. Eres despampanante, Eiji Okumura.
—Detente. —El japonés apretó la mandíbula, sus zapatillas golpearon el soporte de metal, sus puños fueron nudos encima de la manta—. Rompe conmigo, no tengo la fuerza necesaria para hacerlo yo. —Él entregó sus pétalos dorados para sembrar la muerte contra la nieve, anheló contemplar una última vez el dulzor del alba.
—No. —El moreno presionó los párpados con fuerza. Pero hasta que la tempestad no lo cubriese todo, hasta que no despertasen los girasoles, no volvería a verlo—. No te dejaré.
—Ash, no quiero hacerte daño. —El centro comercial se hallaba cerca, los carritos crujían contra el pavimento, las puertas se abrían en tintineos—. Si alguien se entera de nuestra relación tu carrera peligrará.
—Fish Bone no es lo mismo desde que Shorter murió. —Los cerezos se mecieron a su alrededor, él pensó que era un cliché—. Lo extraño.
—Lo sé. —Él se acunó a sí mismo—. También lo extraño.
Shorter Wong falleció de una sobredosis antes de que lanzaran su quinto álbum. Se inscribieron en la misma comunidad terapéutica mientras componían el concepto, esas letras eran una declaración inquebrantable por la libertad, no obstante, el guitarrista tiró la toalla, su última voluntad fue que Sing usase su lugar en la banda. Ese era el problema con las drogas ¿no? Eran una maldita adicción que contaminaba la totalidad del sistema. Aunque necesitaba ser fuerte para sostener a su novio se profesaba agotado de tantas pérdidas. Era muerte tras muerte, tras muerte, tras muerte, tras muerte ¡y ya basta!
—Eiji... —La boca se le secó, la realidad lo sobrepasó—. Por favor, no te mueras. —Entonces el japonés alzó el mentón y le entregó esa sonrisa, esa que gritaba «lo siento por ser una carga, odio que estés pasando por esto, por favor déjame morir»—. Te lo suplico. —Él apretó esa pequeña mano contra su pecho, mitigando el temblor de su voz—. Por favor, no me dejes solo.
—Ash... —La brisa los congeló—. Por favor, vive. —Sentir cómo se desvanecía la vida de quien más amaba era demasiado cruel—. Te lo suplico. —Cada vez que pestañeaba el moreno se tornaba aún más raquítico. ¿Cuánto más lo sostendría? ¿Cuánto faltaba para que fuese completamente un cadáver?—. Por favor, vive para ti.
—Yo no... —Él lo aborreció todo sobre esa enfermedad.
—Deberíamos volver a casa. —Pero sobre todo—. Ibe nos está esperando.
Él se odió a sí mismo por seguir con vida.
Esta era una ironía enfermiza, el mismo cáncer que mató a Dino Golzine decidió llevarse a su único rayito de sol. ¿Esta era la justicia divina? Probablemente Dios se hallaba castigándolo por la infinidad de pecados que cometió, condenándolo a una desdicha despótica. No, ese sujeto ni siquiera existía, le rezó incontables veces mientras lo violaban a los ocho años pero no hizo absolutamente nada, como el resto de los demás. Tal vez era mortal, o quizás realmente odiaba a los gays para haberles lanzado una plaga. Él no tuvo el coraje suficiente para volver a ingresar al cuarto, la peste de los medicamentos lo haría volcar sus entrañas y el goteo de la intravenosa le daba escalofríos. Se dedicó a caminar frenético en la sala hasta que Yut-Lung arrojó una copa contra la pared luego de una llamada.
—¡Los malditos no me darán fondos! —Los folios se estrellaron contra el piso, esos afilados ojos violetas escurrieron un dolor innombrable—. Ellos no harán nada. —El lince de Nueva York era un hombre de fortaleza magistral, se desintoxicó a pesar de lo macabro que se concebían sus traumas para cuidar a su pareja, no renunció a la música aunque Shorter falleció, intentó tratamientos sin perder la esperanza.
—¿Eso qué significa? —Pero todos tenían un límite—. ¿Qué pasó con lo que me dijiste en la mañana? —La risa sarcástica de Yut-Lung fue el suyo. Él apretó los puños y ya no pudo respirar.
—Que mis pacientes están por su cuenta.
—No le digas así. —La respiración le quemó, todavía podía sentir la arenisca contra su nariz—. No le digas paciente. —Las burlas del centro comercial le taladraron la cabeza—. Ustedes son amigos. —El más joven se acercó, el cuarto daba vueltas, la realidad era un retorcijón de mierda.
—¿Amigos? —El azabache le presionó el pecho—. Yo no tengo amigos. —La frialdad en su voz lo cortó, fue lento y desalmado—. Solo pacientes para los que trabajo. —Ash no lo resistió más. No midió su fuerza tras estamparlo contra la pared y sostenerlo de esas horrendas hombreras. Él lo zarandeó una y otra vez.
—¡Deja de llamarlo de esa manera! ¡Él no está agonizando! —Se decía que podía mantenerse firme, se recomponía con su mejor máscara para ayudarlo—. ¡Él no es tu maldito paciente! —Pero se quebraba, porque el amor de su vida se encontraba agonizando y él no podía hacer nada. La fiebre lo mareó, vomitaría, se desmayaría. ¡¿Por qué diablos no se morían?!
—Yo no tengo amigos.
—Bastardo. —El rubio quiso tumbarle los dientes de un solo puñetazo.
—Nos tratan como basura, ni siquiera los aceptan en las funerarias, para los últimos meses del SIDA son irreconocibles. —Entonces Yut-Lung lo estampó contra la pared con una fuerza desconocida—. ¡¿Crees que no estoy cansado?! —Él pensó que le pegaría—. ¡¿Crees que no me quiero rendir?! ¡Todos mis amigos se mueren!
Pero en su lugar cayó de rodillas.
Yut-Lung se demoró. Nunca se había dado el derecho para hacerlo, él era una beldad excepcional en la presunción, pero todos sus conocidos fallecían, cada vez que se encariñaba una pequeña parte de él se preparaba mentalmente anticipando el adiós, eso no era sano. Sing tenía que consolar esos sinuosos tormentos. La culpa era garrafal, él podría haber hecho más, él podría haber avanzado más rápido con sus investigaciones, sus manos estaban repletas de sangre y...
—Eiji no es mi amigo. —No más—. Es solo un paciente. —Ni siquiera alzó el mentón, solo clavó su mirada en sus propias rodillas contra la alfombra mientras la pena los derrumbaba.
—Chicos. —Ibe apareció con un cuenco de natto—. La comida ya está lista.
Ash le llevó el almuerzo a su novio.
Procesando.
—No tengo hambre. —Acomodado en un rincón, atrapado entre las sábanas y una ventana cerrada, él se cuestionó si estaba presenciando un velorio o una recuperación.
—Por favor come, aunque sea un poco. —Él hundió una cucharada en el natto, el olor a puerro entremezclado con soja le cosquilleó contra la nariz—. Hazlo por mí, onii-chan. —El aludido suspiró, cansado, tan cansando.
—Bien. —Sus puños se contrajeron en el pijama. Apenas su novio le ofreció el primer bocado contuvo una arcada, era como si su cuerpo estuviese rechazando los alimentos—. Estoy bien con esto. —Realmente trataba de mejorarse, sin embargo, las entrañas le hirvieron a carne viva tras mordisquear el arroz.
—Otra más. —El sabor metálico de la cuchara no le permitió degustar de su comida favorita—. Solo una más.
—No puedo.
—Te lo suplico. —Ash parecía al borde del colapso—. Solo una más. —El sufrimiento que conllevaba convertirse en la causa de destrucción de quien más amaba era indescriptible. Eiji se sentía como una sentencia de muerte con su novio—. Por favor, cariño.
—No tengo hambre. —Pero el rubio insistió empujando la cuchara contra su boca.
—Solo una más. —La pegajosa plasta le llenó la boca. La cuchara arremetió una y otra vez en su paladar.
—¡Ash! —El moreno lo empujó—. ¡Ya basta! ¡Te dije que no! —El natto cayó encima de la cama.
—¡¿Tanto te quieres morir?! —El cuenco se estrelló contra el suelo—. ¡Bien! ¡Estoy harto! —El japonés se congeló contra las sábanas—. ¡Si tanto te quieres morir ten las bolas para morirte! ¡No me hagas pasar por esto!
No pudo dejar la casa de Ibe. Esto era una mierda. Ni siquiera se profesaba bien con la rehabilitación, el estrés post traumático era horroroso, el craving lo comía a carne abierta, la abstinencia lo hacía querer suicidarse con cada reexperimentación, pero debía mantenerse firme por quien más amaba. Luchaba y luchaba, se decía que este tratamiento sería un último esfuerzo, que su amante se mejoraría, irían a su apartamento en Central Park y tendrían su preciado final feliz. Solo debía resistir un poco más, solo un poco más y...Carcajeó. Luego de esas risas casuales él comenzó a gritar contra su antebrazo para no asustar a nadie, sus dientes se hincaron con violencia en su piel, su garganta fue un nudo ácido. Alto. Alto. ¡Alto! ¡Qué alguien lo detuviera! Él se hizo una bola contra la pared, como un niño, él lloró pidiendo ayuda, a su mamá, fingía que no se daba cuenta, le dolía. ¿Qué clase de pesadillas lo atormentaban tanto? ¿Eran sobre Dino Golzine? ¿O los recuerdos amargos que el cáncer destrozó? Su fría manera de liderar y su implacable fuerza de voluntad. ¿Era todo para cubrir su alma tan frágil? Si era así resultaba muy cruel.
No fue consciente del tiempo hasta que escuchó un alarido.
—¿Eiji? —El nombrado se hallaba en el piso, temblando...pequeño—. ¿Qué pasó?
—Lo siento. —El moreno se encogió en la oscuridad, aterrorizado—. Quería ir al baño pero no llegué. —Su pijama se encontraba embarrado. Toda la ira de Aslan se disipó—. Lo siento por ser una carga, odio que estés pasando por esto. —Ni siquiera era capaz de arrastrarse hasta la ducha, era patético, usando pañales a los veinticinco años y en silla de ruedas.
—¿Quieres que te ayude? —Ya no era un ser humano.
—S-Sí. —Ya no era Eiji Okumura.
Solo era SIDA.
Se tuvo que recomponer rápido para cargarlo hasta la bañera, lo despojó del pijama con lentitud, llenó la tina con sus sales aromáticas preferidas y lo enjabonó. Sus yemas se deslizaron por esas grotescas manchas, solía pensar que si las frotaba con ganas tal vez desaparecerían y esto quedaría como una amarga pesadilla para olvidar, pero no pasaba. Las costillas se le marcaron tanto debajo de la piel que temió romperlas, habían pelones en su cabeza, los solía esconder con gorros de lana o con las capuchas de la chamarra. Eiji se sentó hecho un ovillo, se quedó quieto mientras lo aseaba, avergonzado por ser tan feo, cuando para Ash Lynx eso no había cambiado nada, porque seguía enamorado. Por eso esto era tan difícil.
¿Qué sentido tenía la vida sin él?
—Gracias. —El moreno se recostó—. Perdón. —El rubio lo imitó al meterse debajo de la colcha, habían pasado meses desde que no lo hacía, porque no quería reemplazar esos cálidos recuerdos entre las sábanas con su estado actual.
—No. —Pero a fin de cuentas, este seguía siendo el hombre al que adoraba—. Yo lo lamento, no debí decirte nada de eso. —El rubio le acomodó una ondita detrás de la oreja, parte del rizo se desprendió a causa del shampoo, cayó silencioso sobre la almohada. La brisa removió las cortinas, la oscuridad fue su cómplice pecaminoso—. Nunca imaginé la vida sin ti. —La voz le tembló—. En todo lo que planeé siempre estabas tú.
—Ash...
—Solo tú sabes bien quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. —El corazón le sangró—. Eres mi alma entera. —Entrelazaron sus dedos con suavidad, la intravenosa ya no estaba bombeando hacia sus venas. ¿Hacía diferencia de todas maneras?
—¿Puedo decir algo egoísta? —Esos grandes ojos de ciervo se acribillaron de melancolía.
—Puedes. —A pesar de la desesperanza, estos se las arreglaban para robarle la cordura.
—No quiero morirme. —Le encantaban, eran rasgados e increíblemente grandes—. Te he dicho todos estos meses que me dejes ir pero no quiero.
—Eso no es egoísta. —Él memoró esa mañana de caricias en Cape Cod, esa donde dejó de aborrecer los mimos y cuestionó la lógica de la retribución en las relaciones—. Porque yo me siento de la misma manera. —Esa donde su amante lo tocó dulce y suavemente, sin ningún tipo de exigencia, lo hizo una y otra vez, como si consentirlo fuese su segunda naturaleza. Y lo entendió.
—Perdón por no ser lo suficientemente fuerte para dejarte ir, Ash. —Porque él empezó a hacer lo mismo por el moreno, a mimarlo una y otra vez, porque le nacía y ya—. Debería terminar contigo, te estoy haciendo sufrir tanto. —Y era verdad, él tenía una infinidad de razones para abandonarlo, era una estrella de rock en medio de una rehabilitación inhumana.
Pero solo necesitaba una razón para quedarse.
Lo amaba.
—Eiji... —Más de lo que la lógica le permitía explicar—. Puede que ahora mis palabras no signifiquen nada, pero recuerda esto. —Le punzó el pecho—. Aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado. —Le dolió el corazón—. Yo permaneceré a tu lado. —El tiempo se congeló, la sangre vanaglorió la inocencia.
—Ash... —La inocencia lo hizo anhelar el amor—. Quédate a mi lado. —Él se aferró a esta inefable conexión, sabiendo que terminaría en fatalidad—. No tiene que ser para siempre. —Sabiendo que esto no se limitaba a una sola de sus vidas—. Aunque sea solo por ahora.
Esa era la cuestión con las almas gemelas ¿no?
Todas se encontraban destinadas a quererse.
—Por siempre.
Pero no todas a quedarse.
Eiji sonrió, trayendo de regreso a ese terco chico que conoció en prisión, ese que lo enganchó con sus infames pasos de baile, ese que lo enamoró con su eterna ternura, ese que lo hizo venerarlo por su apoyo incondicional.
—Eres tan cursi. —La tensión se disipó, el rubio le pellizcó una mejilla. Sí, era mucho más delgada y áspera, sin embargo, seguía calentita.
—Y así me amas, onii-chan. —Las luciérnagas tintinearon afuera de la ventana—. ¿No es verdad?
—Mucho. —Él deslizó sus dedos por esa rebelde matita abenuz, aún cubierta de pelones se las arreglaba para esponjarse—. El otro día me puse a escuchar tu primer álbum, ese por el que yo y Max los entrevistamos. —Sus mejillas se calentaron, el colchón crujió cuando se le acercó—. «Mi nombre es Ash Lynx».
—No me lo recuerdes. —Una risa descarada se le acribilló contra el cuello. Extrañaba esto, solo abstraerse del mundo mientras flotaban en su romance—. Debimos elegir un nombre más cool.
—¿Cómo te dejaron poner algo tan narcisista en la carátula? —El más joven alzó una ceja, coqueto. Sus palmas se deslizaron por la espalda del japonés, cerrando la distancia entre ellos dos.
—¿Tienes que preguntar?
—¡Cierto! ¡A todo el mundo le gusta el lince de Nueva York! —El corazón le martilló con fuerza—. Es un chico rubio con aires de James Dean. ¿Qué más quieres? —El aludido esbozó un puchero tan adorable que le agitó la respiración. Entonces Eiji se atrevió a tocarlo.
—Eres malo.
—Tú empezaste llamándome niño. —Fueron roces tiernos y lentos, casi irreales—. Fue una terrible manera de coquetearme, por cierto. —Como si estuviesen tratando de comprar tiempo contra el destino.
—Pero funcionó si te tengo entre mis brazos. —Como si su amor pudiese ser algo trascendental, sin embargo, eso era.
—Es verdad. —El moreno alzó el mentón—. Estoy entre tus brazos. —Y Aslan realmente quiso besarlo—. No deberíamos estar tan cerca. —Fue tan sencillo leer sus verdaderas intenciones.
—Me da igual. —Y fue tan sencillo ceder a estas.
Se besaron hasta que amaneció.
La playa de Inasa era un destino paradisíaco, la encarnación de la beldad con olas tan transparentes que parecían sostener el cielo en la marea, con arena tan blanca que era la envidia de la porcelana y una fauna que bordeaba la magnanimidad. Al moreno siempre le gustó ese lugar, solía venir con el club de atletismo a celebrar luego de las competencias o cuando se escapaba con su hermana menor para jugar antes de que papá los golpeara. Ver a Fish Bone tonteando en el océano le trajo una serie de recuerdos agradables, aún postrado en la silla de ruedas, él se permitió anhelar este momento. Amaba estar con vida. Llevaba meses tratando de convencer a quienes le importaban para que lo dejasen ir, no obstante, no quería. No estaba listo para rendirse todavía, sabía que tenía poca probabilidad de sobrevivir pero aun así...
Él amaba estar con vida.
Amaba su carrera de fotografía.
Amaba a sus amigos.
Pero sobre todo, él amaba a Aslan Jade Callenreese.
Y sí, la mayoría del tiempo se concebía como una carga, no anhelaba contemplar el desgaste en quienes lo ayudaban por su egoísmo intrínseco, le daba asco el estado de su cuerpo. ¿Asco? No, le daba pena. Pero él realmente quería mejorarse, habían demasiadas cosas que todavía le faltaban por hacer. Apenas tenía veinticinco años, le restaba una vida entera por delante. Solo tenía que resistir un poco más.
—¡Eiji! ¡Ven a jugar con nosotros! —Si su amante había luchado contra el policonsumo él podía contra el SIDA, no se rendiría.
—¡Voy! —Así que dejó de sentir lástima por sí mismo y empezó a arrastrar esa silla de ruedas por la arena, sin la ayuda de nadie, paso a paso, solito. Y lo logró. Fue un gesto ínfimo que le abrió una infinidad de puertas.
—¡Atrapa la pelota, camaroncito!
Era duro estar con Fish Bone sin Shorter Wong.
Lo extrañaba.
—¿Crees que puedes vencerme, onii-chan? —Sin embargo, la mejor manera de recordarlo era manteniendo encendida la llama de la pasión que él acunó. La pelota rodó hacia sus pies, el camino quedó marcado en la arena, era difícil moverse contra la aspereza.
—Claro que puedo. —Pero no imposible.
Jugaron como si fuesen niños durante toda la tarde. Yut-Lung le enseñó a armar coronas de flores para que su cabello se viese aún más bonito a pesar de los pelones, Sing le narró una infinidad de anécdotas acerca de su ídolo, Fish Bone tocó tonadas horriblemente desafinadas, se rieron de verdad. Les hacía demasiada falta, desde que le diagnosticaron SIDA nadie había tenido descanso y basta. Era su vida, independiente del tiempo que le quedase, la disfrutaría a su manera. Fue una sorpresa que su novio se inclinase en la última tonada, pensó que se acurrucaría en su regazo, no obstante, él sacó una pequeña caja.
—Dijiste que te casarías conmigo cuando me desintoxicara. —Un anillo dorado fulguró en su interior—. ¿Todavía tienes la intención de cumplir con esa promesa? —Una risa nerviosa se estrelló contra sus dientes, la brisa le hizo cosquillas, las luciérnagas danzaron alrededor de los sauces.
—Ash... —El nombrado le acomodó un mechón detrás de la oreja, cada vez que lo contemplaba encontraba aún más belleza en esa infinita complejidad—. ¿Estás hablando en serio? —No podía creerlo en su estado actual, era cuestión de mirarlo—. ¿A pesar de todo...? —Cierto, esos jades de alguna manera siempre se las arreglaban para vislumbrar lo más profundo de su alma.
—Eiji Okumura. —La sonrisa que le entregó fue un enigma—. Cásate conmigo. —Fue una que quebrantó el tiempo, hizo que el mundo dejase de girar y caló hasta lo más profundo de su ser.
—Sí. —El llanto no se hizo de esperar—. Sí, Aslan. —Por primera vez fue de felicidad—. Me casaré contigo. —El aludido lo abrazó con fuerza. Él era su hogar, él era su misma vida, él era...
Su alma gemela.
—Gracias. —El rubio coloreó una infinidad de besitos sobre sus mejillas—. Gracias por seguir aquí. —Y no pudo creer lo afortunado que era. Le pareció curiosa la disonancia que expresaba este hombre, le resultó divertida la manera en que su destino se alienó para que lo conociera. El anillo se deslizó por su dedo, un «mi alma siempre estará contigo» fulguró en el grabado.
—Deberían tener su primer baile. —Fue Yut-Lung quien propuso aquello, ese que hace un día perjuró aborrecer la amistad pero pasó toda la tarde enseñándole a tejer coronas, ese que puso girasoles en su cabeza, le gustaban esas flores, significaban felicidad.
—¡Es verdad! —Sing tomó la guitarra—. Podemos tocar algo para crear el ambiente. —El cielo fue una acuarela repleta de estrellas. Ash se mordió el labio, aterrado por ser rechazado.
—Tú... —Entonces Eiji apretó su mano con fuerza para levantarse de la silla de ruedas, hace mucho no usaba sus piernas, el peso enseguida lo destrozó.
—¿Tienes miedo de no poder seguirme el ritmo, Callenreese? —Estaba vistiendo las converse rojas de su futuro marido, esas que eran geniales y llevó en prisión, le sacaba una sonrisa recordar dichoso encuentro—. ¿Mis movimientos son demasiado para ti? —Las estrellas bajaron hacia el mar para admirarlos.
—En tus sueños. —Aslan lo abrazó con suavidad, Fish Bone entonó una balada, habían llevado sus instrumentos a la playa junto a la cámara de fotografía, aunque a Yut-Lung no le encantaba el arte, él inmortalizó el momento con una canon A-1.
—Ash... —El nombrado asintió, sus yemas navegaron con suma gentileza por tan fina cintura, quemando a fuego lento este momento en la eternidad—. Me siento realmente orgulloso de ti. —Las mejillas le calcinaron, la boca le tiritó—. Sé que ha sido difícil la rehabilitación pero quiero salir adelante contigo. —Palabras más maravillosas jamás escuchó.
—Mañana hay un festival ¿sabes? —La luz plateada enmarcó esos ojos cobrizos con una suavidad arrebatadora, como la iridiscencia de una pluma de mirlo—. Va a haber un espectáculo de pirotecnia y pensé que podríamos ir. —Su cabello se meció bajo la corona de girasoles, los pétalos le cosquillearon entre las pestañas y las ramitas le presionaron los mofletes.
—Eso me gustaría. —El japonés le regaló una sinfonía de vergüenza: melocotón en la nariz, rosa en los mofletes y escarlata en las orejas—. ¿Ya tienen pensado el nombre de su siguiente álbum? —Ahí, meciéndose con una increíble gentileza entre sus brazos, con el arrullo del mar entrelazado a la guitarra, con los zapatos embarrados en la arena.
—Sí. —Su novio fue el vivo reflejó del chico que conoció, ese de pucheros adorables, terquedad insufrible y corazón gigante. Otra vez fue un ser humano, no solamente un cáncer—. Creo que te gustará. —Él le sonrió contra el cuello, el hálito lo quemó.
—¿Me estás tratando de coquetear? —Su piel fue una odisea dorada contra las estrellas, sus pestañas aleteos de ensueño—. Porque está funcionando.
—Eiji. —El nombrado usó toda su fuerza para alzarse en la punta de sus pies—. Realmente te amo.
—¿Sabes algo? —Él presionó un beso contra los labios del americano—. Yo te amo mucho más. —Como esos que solía darle luego de los espectáculos con sabor a cafeína, suavidad incondicional y timidez meliflua.
—Eres tan terco. —Él alzó el mentón para entregarle esa sonrisa.
—Pero así me amas. —Sí, esa que gritaba «aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado», esa que era su única verdad—. ¿No es así?
—Mucho.
Bailaron hasta que el cansancio los venció.
Al día siguiente empacaron para irse de Izumo, un reluciente apartamento los esperaba en Nueva York, Yut-Lung le aseguró que aunque se quedasen sin fondos para investigar, el tratamiento en París parecía prometedor, se juraron intentarlo. Mientras empacaba el vocalista encontró algo entre los libros de su adoración, era un sobre arrugado y desteñido con su nombre escrito al reverso. Él se sentó en la cama, rasgando los bordes para poder leer la carta. Él dejó de sentir sus latidos al repasar las letras con lentitud.
La leyó.
«Ash.
Estoy muy preocupado porque no he podido verte estando bien.
Dijiste que vivimos en mundos diferentes. Pero, ¿es eso cierto? Tenemos diferente color de piel y de ojos. Nacimos en países diferentes, pero nos enamoramos, ¿no es eso lo que importa? Me alegro mucho de haber venido a Estados Unidos, he conocido a mucha gente y lo más importante, te he conocido a ti.
Me preguntaste una y otra vez si me asustabas. Pero nunca te temí, ni una sola vez. En realidad, siempre creí que estabas herido, mucho más que yo. No podía evitar sentirme así. Gracioso ¿eh? Eras mucho más inteligente, grande y fuerte que yo, pero siempre sentí que debía protegerte. Me pregunto de qué quería protegerte. Creo que del destino, el destino que intentaba alejarte llevándote a la deriva, cada vez más lejos.
Una vez me hablaste de un leopardo sobre el que leíste en un libro. Cómo creías que ese leopardo sabía que no podía volver atrás. Y yo te dije que no eras un leopardo, que tú podías cambiar tu destino.
No estás solo, Ash.
Estoy a tu lado.
Mi alma siempre estará contigo.»
Sonrió con nostalgia, no le parecía extraño que su novio escribiese esa clase de cartas cuando la muerte lo acechaba, sabía que había tirado una decena al tacho de la basura y que probablemente habrían más si las buscaba. Terminó de cerrar la maleta, las ruedas chirriaron contra el suelo cuando se encaminó hacia el comedor.
—Ya estoy listo, onii-chan. —Su sonrisa cesó.
Él no pudo procesar la escena que tenía al frente, le pareció escuchar gritos, ver a la sirena de una ambulancia, contempló golpes de impotencia entre Ibe y Yut-Lung, creyó haber caído sobre sus rodillas mientras una camilla se arrastraba hacia la puerta. Aunque no podía estar seguro de quién se hallaba dentro de esa bolsa de cadáveres su mirada fue atrapada por una tímida centella, era un anillo, dorado y bonito. Antes de que metiesen esa huesuda mano al saco él pudo leer en la sortija un «mi alma siempre estará contigo»
Y lo supo.
En Izumo él se fue.
Era 1984.
Solo me queda decirles que amé escribir este proyecto independiente de si mis inseguridades atacaron al final, es la primera vez que hago una historia tan larga temporalmente en tan pocos capítulos, indagar tanto de consumo como de SIDA, tratar de impregnar las canciones en la atmósfera y leer de tantos lugares, fue muy interesante, lo más probable es que este fic chiquito muera olvidado en mi perfil, pero amé poder compartir estar experiencia con ustedes. De verdad mucha gracias a quienes se tomaron el cariño para dejarme un mensajito o un voto. Lo unico que queda es el epilogo bebé.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro