Si nos quedara poco tiempo.
¡Hola mis bonitos lectores! Mi estado emocional ha sido bastante precario estos días porque mi vida personal se puso jodidamente complicada y dura, pero este proyecto me ha hecho muy feliz. No sé, es la primera vez que siento que abarco tantos años en una historia aunque son cuatro capítulos y ya, además me pone feliz que sean en locaciones distintas y los ambientes, solo escribir esto me hizo muy bien. Por eso mismo he estado tan activa acá. Ay, fin de la divagación, pero por lo mismo ando bien sensible y de verdad quiero agradecer el apoyo que esto ha recibido, es muy lindo que una idea sea acogida cuando eres una bola de inseguridades. Gracias.
¡Espero que les guste!
Los Ángeles, 1983.
Ash Lynx lo amaba todo sobre Eiji Okumura.
Sería sencillo componer una canción sobre eso y ya. Pero no, habían sutilezas en las que Aslan adoraba perderse, detalles que él aprendió a desglosar como el espectador silencioso de un capullo convirtiéndose en una despampanante flor. Primero estaban esos ojos negros que le robaron el corazón en prisión, esos mismos que se suavizaban cuando le usurpaba besos, se empañaban en las cogidas y lo hacían sentir digno del amor más cándido y puro jamás existido. Los pequeños hoyuelos que aparecían durante sus sonrojos, eran tímidos, casi inexistentes, sin embargo, enmarcaban las más dulces tonadas y convertían a un simple tinte pardo en una pauta cobriza. Las largas pestañas que chocaban contra el lente de la cámara al apasionarse demasiado. Sus manos, eran pequeñas y suavecitas, parecían encajar a la perfección con las suyas. Y por supuesto, sus sonrisas. Dios, esas sonrisas. Aunque llevaban tres años juntos cada día descubría una nueva, la que le daba al alzar los párpados por el sueño y tiraba la colcha para que despertara, la que fulguraba bajo el escenario en medio de un recital, la que tenía bigotes de chocolate acompañada, esa despreocupada mientras le leía algún libro y la que escondía detrás de sus besitos. Todas tenían sabores diferentes: tabaco, nicotina, azúcar, caramelo, té verde, dentífrico, hot dogs e incluso natto.
La que estaba esbozando ahora era una de sus favoritas.
Esa que gritaba «aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado»
Porque mierda, Eiji Okumura también lo amaba todo sobre Ash Lynx.
—¡Increíble! ¡Estaba buscando este ejemplar desde hace mucho! —Ese era un problema si se encontraban turisteando. El rubio se inclinó hacia el escaparate, no le podían importar menos los comics en vitrina, no obstante, usó la excusa para acercársele.
—No sabía que eras un otaku, onii-chan. —Que le ronronease contra la oreja lo hizo enrojecer—. Y todavía te da pena hablarme sucio en nipón. —Eiji frunció el ceño e infló los mofletes. Sus brazos se tensaron contra esa vieja remera con el logo de Fish Bone, esa que consiguió durante su primer concierto gracias a Max, esa que era igual a la que estaba vistiendo su novio.
—¿De qué me sirve hablarte en japonés sino puedes entenderlo? ¿Necesitas un manga para aprender, Ash-kun? —El más joven dejó que sus hombros se hundieran bajo la franela blanca.
—¿Sigues enfadado porque te regalé plaza sésamo para tu cumpleaños? —La molestia se le marcó en sutiles venas, él apretó los puños antes de estrellar un pisotón contra la acera.
—¡Por supuesto que sí! ¿Qué clase de novio eres? —Entonces el americano le pasó un brazo sobre los hombros para mitigar la cólera—. Pudiste regalarme algo más bonito, eres una estrella de rock.
—Te compré la mejor colección infantil que el dinero puede pagar. —Las mejillas se le inflaron aún más. El vocalista tuvo que contenerse para no tironear de ellas y llenarlas de besitos. Adoraba a este hombre, no en el sentido superficial de la palabra, sino mucho más trascendental.
—Eres malo. —Aunque dijo eso siguieron caminando abrazados—. Luego te preguntas por qué quiero más a Buddy. —La mera mención lo congeló. Aunque fuese su preciado hijo adoptivo el Golden Retriever parecía haber desarrollado un favoritismo grosero por su autoproclamada mamá, lo que era un problema si quería tiempo a solas y tenía que competir con esos ojos de cachorro—. Me siento culpable por haberlo dejado con Griff.
—Yo no. —Sus yemas presionaron la cintura de Eiji, le dio risa que la remera todavía le quedase tan grande y se preguntó si había dejado de crecer a causa de las propiedades venenosas del natto—. Desde hace tiempo quería visitar Little Tokyo contigo. —Los carillones retumbaron por el camino, la tonada fue dulce, un simple rozar de la campanilla. El barrio era una exquisita mezcla arquitectónica entre el estilo Edo y lo postmoderno.
—Yo igual. —Eiji se dejó mimar, su atención saltó hacia la infinidad de lámparas alineadas contra el cielo, eran rojas y blancas, un buen presagio quizás—. Luego deberíamos ir al templo. —Ya habían admirado la cascada del Jardín James Irvine y tomado fotografías de los monumentos y las esculturas—. Pero no podemos demorarnos mucho, los chicos se van a enfadar.
—Deben estar haciendo sus propias cosas. —Aunque vinieron para representar al rock and roll, apenas sus amigos se distrajeron ellos se fugaron a una cita. Sus teléfonos se encontraban apagados para prevenir las reprimendas, no les importaba si se profesaban en su propia burbuja de felicidad—. Eiji... —Los pasos del más alto se detuvieron, la garganta le picó.
—¿Sí? —Él no pudo evitar sentir una tremenda opresión al contemplar lo bien que su novio encajaba en dicho ambiente. Era obvio por la nacionalidad, pero aun así...
—¿Extrañas a tu país natal? —Le dolió. Un amargo mohín fue su respuesta. En este infinito disco titulado «Eiji Okumura», esa sonrisa tristona era la canción que se saltaba porque le revolvía las tripas, desafinada e incómoda. El equivalente a los aportes de Bones en su propia banda, nadie los quería.
—Un poco. —Eiji se apartó del camino para apoyarse contra una baranda, era roja y de madera, se encontraba astillada—. Es raro estar tanto tiempo lejos de casa ¿sabes? —Él delineó las irregularidades de la pintura con lentitud, del otro lado habían flores de cerezo, él creyó que eso era un cliché. Extrañaba caminar entre ellos hacia su casa.
—¿Te gustaría volver? —Fue tonto e impulsivo.
—No. —Porque no podía regresar—. Sería demasiado doloroso ir y no ver a mi familia.
Apenas se enteraron de que estaba en una relación con otro hombre lo desheredaron. La rigidez en sus creencias familiares lo hizo hervir de cólera. No lo apoyaron cuando quiso saltar la pértiga, sabía que no era ni remotamente talentoso, pero lo amaba, con una devoción pura e inquebrantable. Trabajó más duro que nadie para reducir las limitaciones que su pequeño cuerpo le imponía, se desvivió en las prácticas sin descuidar los estudios, se mantuvo con una fachada de hijo ilustre aunque jamás ganó el primer lugar. Solo pidió que lo fuesen a ver a una sola competencia, sin embargo, no lo hicieron. Así que luego de fracturarse se rindió. Lo mismo estaban haciendo acá, era doloroso. Tanto que quería llorar.
Porque de repente era un degenerado, no el niñito de papá.
—No me importa en realidad. —Mentira. Ash sabía que su amante era un terrible mentiroso—. Pero echo de menos a mi hermana menor.
—Lo sé. —Él se acomodó a su lado, a diferencia del fotógrafo la baranda le llegaba hasta las caderas, no al vientre, las flores de cerezos alcanzaban a hacerle cosquillas—. Podemos enviarle un boleto a escondidas para que nos venga a visitar. —El azabache carcajeó entre dientes. Era tan fácil para este americano tonto aligerar la tensión, era como si esos relucientes ojos verdes succionasen el cansancio para renovarlo.
—Está embarazada, no le haría bien apartarse de su marido. —Ash chasqueó la lengua.
—Podemos traer a tu cuñado. —Y a Eiji le sangró el corazón.
—Ni siquiera lo conozco. —Sus zapatillas juguetearon contra un montículo de pétalos marchitos—. Cuando mi mamá me vio en la boda fue... —No tuvo que decir nada para que él lo acunara.
—Lo sé. —Esto lo hería tanto—. Estaba contigo. —Su amante era una persona absolutamente maravillosa, no le cabía en la cabeza que su familia lo rechazase por su preferencia sexual. ¡Al carajo esos retrogradas! No los necesitaban, no había nada malo con ellos dos—. Puedo comprarte Izumo si eso te hace feliz, así sacamos a todos los que te desagradan. —El moreno alzó una ceja, divertido.
—Apenas estamos ahorrando para un departamento propio y me quieres comprar una ciudad.
—O la prefectura entera.
—¡Ash! —Entonces se rio de verdad—. Eres increíble.
—Lo sé. —Él le presionó un beso contra la mejilla—. Gracias por notarlo. —Sus palmas terminaron entrelazadas encima de la baranda, el viento les revolvió los cabellos, el dorado en esas hebras centelleó contra sus pestañas. Eiji atrapó uno de los mechones entre sus yemas.
—Se te ve bonito largo. —Fue tocar el sol, o un girasol quizás—. Se te ve bien de cualquier manera, eres tú. —La coleta se le había desarmado al tenerlo tan lacio.
—Es una maldita molestia. —Sin darle explicaciones su amante se apartó para comenzarlo a peinar. Para completar su look rockero Aslan se dejó crecer una melena pensando que luciría tan genial como River Phoenix, no obstante, el acicalado acabó siendo de alto mantenimiento—. Me lo volveré a cortar, despierto con mechones metidos en la boca y tapan la ducha. —Eiji mordió la liga en su muñeca para empujarla hacia su palma.
—O puedes raparte como Shorter lo quiere hacer. —El elástico se deslizó con suavidad entre las vueltas—. Las chicas se volverían locas.
—¡Diablos, no! —El moreno carcajeó—. Le dije que si se rapaba lo sacaría de la banda, su cresta de gallina se volvió icónica. —Triste pero real. Las fans de Fish Bone parecían asociar su música con ese doloroso mohicano fluorescente antes de su legendaria belleza.
—Listo. —Ash se dio vueltas y Eiji bajó sutilmente de las puntitas de sus pies, esa brecha de altura solo se había vuelto más humillante con el paso de los años, estaba seguro de que el estirón de su novio era gracias a las propiedades curativas del natto. Dios le daba pan a quien no tenía dientes.
—¿Quedé guapo, onii-chan? —El nombrado asintió, suave.
—Siempre estás guapo. —Los mofletes se les calentaron a ambos—. Eres tan bonito, Ash. —Considerando su pasado le resultaba ridículo que un piropo tan inocente pudiese tener semejante repercusión en su corazón, no obstante, fue Eiji quien se lo dijo. Por ende, fue especial.
—T-Tú eres más bonito. —Maldición, esos poderosos 200 puntos de IQ no servían cuando se trataba de él, cambiar de tema sería lo mejor—. Deberíamos ir a comer algo.
—Tienes razón, hay un puesto de natto cerca. —La mandíbula se le tumbó.
—Es imposible que vendan esa cosa apestosa. —Eiji esbozó una sonrisa que solo pudo ser descrita como socarrona antes de alzar una ceja.
—¿Quieres apostar?
—Bien. —Aslan le rodeó la cintura—. Si gano finalmente me hablarás sucio en japonés. —Él y sus fetiches extraños, debía amarlo mucho para tolerarlo—. Y usarás un lindo disfraz. —Las orejas le ardieron y las rodillas le temblaron. Podía hacerlo, no sacrificaría su orgullo por semejante idiotez.
—Y si yo gano tú tendrás que usar un bonito disfraz para mí. —Antes de poder esbozar una mueca pícara—. Uno de calabaza. —Él empezó a rezar.
Acabaron recurriendo a un carrito de frituras cerca del templo, se sentaron en las escaleras que daban hacia la entrada para almorzar con comodidad. La atracción era preciosa, un inmenso arco escarlata pendía desde un extremo del santuario hacia el otro, flores de inimaginables colores se mecían al son de las campanillas, las figuras budistas alrededor de los árboles le conferían un toque etéreo, casi profano. El clima era agradable, habían pocas personas transitando, un espectáculo de pirotecnia sería el apogeo en la playa y probablemente los turistas andaban armando sus carpas. La brisa fue salada, la tranquilidad ilusoria. El americano se dedicó a memorizar a fuego lento la imagen frente a él: Eiji apretándose la nariz, con los párpados presionados mientras le daba pequeños mordiscos a ese grasiento perrito caliente, algunas lágrimas gotearon hacia sus mejillas por el picor.
—¡Quema! —La mostaza no lo dejó continuar, era fuerte y agria—. Está demasiado cargada. —No le gustaba la comida estadounidense, podía sentir cómo el aceite se le escurría bajo la lengua.
—Eres un bebé. —Ash sonrió, fue adorable el puchero de desagrado que su novio le obsequió, era enfermizamente terco y eso le encantaba—. ¿Te gustó tu hot dog de natto, onii-chan? —El entrecejo le tembló, le fastidiaba haber perdido la apuesta, le parecía insólito que vendiesen comida grasienta pero no tradicional—. Hay que conseguirte un traje, planeo cobrar mi recompensa esta noche.
—Estamos durmiendo todos en la misma camioneta. —Ash se chupó los dedos cuando terminó, aunque le asqueaban las hamburguesas había una sensación maravillosamente chatarra en los perritos calientes.
—Supongo que tendrán que mirar.
—¡Ash! —Ambos rieron, chocando sus hombros bajo la sombra de un sauce—. Shorter se la pasa quejando por su soltería, no le abras más la herida.
—Puede conocer a alguien en la fiesta. —Solo al declararlo en voz alta recordó que habían venido gracias al capricho de su pareja—. Eiji... —Sus yemas juguetearon alrededor de su cabello, por mucho que tratase de peinarlo las puntas no cedían a las coletas a menos que se las hiciese el nombrado—. ¿Tanto quieres conocer a Sing? —El resto del almuerzo fue dejado de lado.
—¿Sing? —El vocalista asintió.
—Vinimos por la invitación que él mandó ¿no? —Sing Soo-Ling era el fanático número uno de Shorter Wong, el chico era un compositor aficionado inmerso en los estándares del rock and roll—. Él ya nos ha mandado algunas letras, sabes que no funcionan con nuestro estilo. —Eiji subió sus piernas dos escalones para poder encogerse contra ellas.
—Lo sé. —El moreno tampoco conocía al anfitrión de la velada—. Me tomó por sorpresa que quisieran hacer una celebración alrededor del rock, no lo esperaba. —La playa de Los Ángeles fue la mejor locación, este era un mundo de derroche y excesos donde los marginados eran la rebelión.
—¿Entonces? —El moreno tarareó en silencio, intentando encontrar las palabras correctas, era un tema delicado.
—¿Conoces al novio de Sing?
—¿Yut-Lung? ¿El hijo consentido de Dawson? —El japonés asintió, cauteloso.
—Escuché que a Yut-Lung le interesa seguir con las investigaciones de su padre, sus descubrimientos médicos son realmente impresionantes. —No hizo falta que siguiera hablando para que Ash lo supiera—. Me interesa mucho su nuevo trabajo sobre el tratamiento para...
—Las drogas. —Otra vez ese maldito tema—. Sí Eiji, lo sé. —Joder, lo tenía enfermo—. ¿Cuántas veces más lo tenemos que discutir? —Esos grandes ojos cafés se cristalizaron con un sentimiento que le fue imposible de descifrar. Algo se quebró en sus entrañas tras herirlo, no obstante, lo tenía hastiado este círculo de monotonía. Estaba cansado de pensar en el poco tiempo que les quedaba.
Sí, sabía que las drogas lo matarían.
Sí, sabía que esa puta adicción estaba fuera de su control.
¡Sí! ¡Le daba igual! ¡Ojalá se muriera rápido!
Mentira.
Todavía no lograba comprender cómo este tema había destrozado su amor, era una rutina donde ya no existían ni los besos ni los abrazos, lo máximo que recibía Ash era una caricia fría. Ni siquiera se miraban al levantarse, hace meses no cogían, se profesaba desesperado. En el fondo tenía miedo, intentó rehabilitarse para ser más humano, no obstante, la guerra se concebía perdida. Debió pensarlo antes de entregarse al vicio, sin embargo, era solo un niño cuando...¿Cómo debía sobrevivir a esos recuerdos sino era dopado? Le dolía el corazón, le dolía mucho cerrar los ojos, tener ocho años otra vez para ser violado una y otra vez por Dino Golzine, ni siquiera muerto el desgraciado lo dejaba de atormentar. Que por favor se acabase, se hallaba aterrorizado. ¿Por qué era tan terrible disociarse? ¿Dejar de sufrir un rato? Solo uno pequeñito. Cierto, porque luego tener que conectarse era un infierno. No esperaba que su novio entendiese eso, no esperaba que nadie lo hiciese.
—Ya viste lo que pasó cuando fui a rehabilitación. —Internarse no solo fue un fracaso para su alma magullada, sino que además lo llevó a tratar de suicidarse cortándose las venas. No quería conectarse con su sufrimiento, no quería sentir eso—. No me presiones, Eiji. —El nombrado prendió su teléfono celular antes de extendérselo.
—¿Esto fue cosa tuya? —Aslan sonrió, así que por eso ni siquiera lo había tocado. De repente tenían estos momentos, pequeños y especiales, donde recordaban lo mucho que se adoraban, donde coleccionaban sonrisas y navegaban hacia Nunca Jamás—. Dice que las víctimas dejaron sus armas, pero aun así les robaron el cargamento de cocaína. —Otras veces, era solo esto—. Un asalto con suma precisión. No quiero creerlo, pero eres el único que podría hacer algo así. —Rencor y mierda.
—¿Y qué? —La perplejidad lo hizo reír.
—¡¿Y qué?! —Sus zapatillas se contrajeron contra el escalón de granita—. ¡¿Por qué haces esto?! —El japonés se levantó de golpe—. No eres el tipo de persona que robaría por cocaína. —La expresión que esbozó le apuñaló la razón, como si genuinamente quisiese ayudarlo pero no supiese cómo. Eso lo enfermó. ¿Acaso era idiota? Él no necesitaba ayuda, era obvio que se encontraba de maravilla. Ojalá una maldita sobredosis lo matase luego.
—¿Quién crees que soy? —No quería una rehabilitación ni necesitaba que le echasen sal a sus heridas. Sí, porque eso era justo lo que estaba haciendo—. Ya te lo dije, soy un drogadicto. —Eiji Okumura se hallaba hundiendo sus pulgares en cada maldita llaga de trauma que intentaba zurcir, saldría pus sino paraba de infectar su sangre—. Trataron de robarle a mis amigos para salvarse ellos mismos. Pagaron por lo que hicieron.
—Claro, los fuertes pueden decir eso. —¿Fuerte? Ja. La muerte de Dino Golzine solo lo hizo empeorar. El pedófilo seguía siendo real en sus pesadillas mientras él lloraba llamando a papá. Pero papá nunca llegó, Griffin no lo escuchó a través de la mordaza, mamá estaba muerta y su novio era un hipócrita. ¿Cómo eso lo hacía fuerte?—. Pero no todos tienen el talento que tienes tú. —Quiso llorar por lo mucho que le dolieron esas palabras.
—¿Talento? ¿Para qué? ¿Para drogarme? ¿Para robar? —Pero en su lugar se rio.
—¡¿Por qué sigues diciendo eso?! ¡Tú no eres como el resto! —Esa fue la gota que derramó su vaso. Sí, no era como el resto porque estaba tan roto que era un esfuerzo sobrehumano el mero hecho de levantarse de la cama. Oh, y lo había estado escondiendo bien, tanto que hasta él se creyó su propia farsa pero una vez los efectos del polvo se pasaban...—. ¡No entiendes cómo se siente la gente sin talento!
—¡Ya es suficiente! —Ash se levantó del escalón—. ¿Prefieres que me desintoxique y me mate? ¡No se trata de lógica! ¡El poder lo es todo aquí! —Él se tiró el brazo para entablar una barrera entre ellos dos—. ¡Ese es el mundo donde vivimos! ¡¿Qué podrías saber tú?! —Ah...
—No lo sé. —Se rompió—. Seguramente ya estaría muerto si tuviese que lidiar con tus recuerdos. —Eiji tensó los puños y contuvo el llanto, esto lo hería—. Pero tenía que decirlo. —El alma se le despedazó—. No estás siendo tú mismo. —Y eso fue todo—. No eres el Ash que Max, Shorter y yo conocimos. —El aludido le dio la espalda para salir del templo, ausente—. ¡¿A dónde vas?! —Sus pasos se detuvieron.
—Dijiste que no entiendo cómo se siente la gente sin talento. —Él se apretó el pecho, sabiendo que estaba aplastando su propio corazón hecho pedazos—. ¿Pero acaso tú entiendes cómo me siento yo? —Las lágrimas le pendieron hacia el mentón—. Nunca deseé este talento. —La pena se evaporó contra el piso—. ¡En ningún momento de mi vida!
—¡Ash!
Pero él se fue.
Era tan fácil criticar de afuera. Aslan era un hombre con una inteligencia envidiable, sabía todo el esfuerzo que estaba poniendo su novio para lidiar con esto, obviamente le aterraba encontrarlo intoxicado en un callejón. Lamentaba estarlo hiriendo, estar tan jodido. Pero era demasiado. Ya no se trataba solo de bloquear esos recuerdos, sino que todo se había amplificado a peor. No eran puras pesadillas, la reexperimentación realmente lo arrastraba a ese viejo sótano para convertirlo en un niño indefenso, era tan cruel tener que revivir una y otra y otra y otra y otra vez esas violaciones, estaba agotado. Tomar terapia para el estrés post traumático fue su primera opción, lo investigó, las personas con abuso sexual se podían recuperar y probablemente el mismo consumo exacerbó sus síntomas. ¿El problema? El tratamiento no funcionaba sino renunciaba a las drogas, así que lo intentó pero el craving, ese puto craving entremezclado con la abstinencia casi lo mata. No era una simple cuestión de voluntad, cada poro de su cuerpo ardía pidiendo cocaína, éxtasis, marihuana, tabaco, alcohol y la lista seguía. Mantener una carrera exitosa mientras lidiaba con esa tortura a carne abierta, no. Sacaría otro hit y las dejaría.
—¡Ash! ¡Te he estado buscando por todos lados! La fiesta ya comenzó. —Pero la sonrisa de Shorter se esfumó apenas lo vio—. ¿Pasó algo?
—Tuve una pelea.
—¿Con Eiji?
—Sí. —No necesitó decir más para que su mejor amigo lo abrazara.
—Déjame comprarte una cerveza.
Venice Beach era el epicentro de lo bohemio y el apogeo de la juventud. Tres gigantescas canchas de básquetbol se hallaban alrededor de un parque de skate, tienditas repletas de productos artísticos y holísticos encendían el camino con colores que solo podían ser descritos como sublimes. Esta era una alegoría del rock and roll donde el sol solo bajaba para besar el bronceado de sus servidores. La música callejera retumbó para poner el ambiente festivo en la brisa, era un derroche de sensualidad en trajes de baño diminutos y letras irreverentes.
Esto era L.A, baby.
—¿Quieres hablar de ello? —Se sentaron frente al océano, apartados del reventón. Las únicas siluetas familiares en la improvisada pista de baile que se armó bajo las sombrillas fueron Bones, Alex y Kong. Eran terribles bailarines, parecían estar convulsionando.
—No. —Destaparon sus cervezas, usaron sus poleras en reemplazo de toallas para evitar el ardor de la arena—. No quiero nada. —La presión para sacar un cuarto álbum los mataría. Le parecía indignante que ni siquiera les pagasen un sueldo decente con semejante fama, el maravilloso mundo de corrupción en las disqueras. Llevaba tres años ahorrando para poder dar el pie para comprar un apartamento y finalmente se acercaba.
—Tiene sentido. —El alcohol le escurrió desde la barbilla hacia el pecho—. Nadia me dejó de hablar ¿sabes? Ni siquiera me permitió felicitarla por su matrimonio con Charlie. —El caluroso aire de la playa se congeló. Ash parpadeó, confundido.
—¿Qué? —Aunque todavía estuviese bebiendo pudo distinguir esa deprimente sonrisa contra el cuello de la botella. Sabía lo importante que era Nadia para su mejor amigo, la ayudó a financiar la universidad y a mantener a flote el Chang Dai mientras intentaba equilibrar con Fish Bone.
—Sí... —De pronto se profesaron fuera de lugar—. Luego de mi sobredosis ya no me quiso ver más. —Ese era el problema con las drogas ¿no? Desde afuera lucían divertidas y eran sumamente fáciles de juzgar cuando la mayoría de los adictos las utilizaban para escapar de algo, del dolor, de los recuerdos, de su pasado, de la soledad, de la vergüenza, era infinita la miseria humana. Pero no, no lo comprenderían a menos que estuviesen metidos acá.
—Lo lamento. —Y era mucho mejor que lo viesen desde afuera, así no sabrían lo jodidamente difícil que era luchar. Por eso se solían perder las batallas, más tiempo pasaba, más peligrosa era la cronicidad, más sensible se volvían los estímulos y ya basta—. De verdad lo siento.
—Lo sé. —Shorter enterró su botella en la arena—. Pensé que una sobredosis me daría el miedo suficiente para dejarlas, traté de hacerlo pero... —Sus pies se contrajeron en sus sandalias—. No lo intenté tanto. —Eso le costó a su familia.
—Eiji se enteró del robo. —La mirada le ardió—. Me dijiste que era una mala idea y que no debíamos hacerlo. —El más joven se tiró del flequillo, frustrado—. Pero no quería sacar de nuestro dinero, apenas tenemos para comer y me sentía tan mal esa tarde que realmente creí que me tiraría a la autopista. —Se profesó vulnerable. Él se hizo un ovillo encima de esa vieja remera de concierto, el corazón le pesaba y la cabeza le dolía—. No quiero morirme, Shorter. —Fue terrible decirlo en voz alta—. Quiero tener una vida entera con él.
Porque se dio cuenta de que no era un leopardo.
Pero estaba actuando como tal.
—Lo sé. —Shorter paseó sus dedos por su cabello—. Quiero vivir lo suficiente para dejarte en el altar. —El rubio le golpeó el hombro.
—Hombre, eso es cursi. —Él alzó una ceja bajo los lentes de sol—. Y gay.
—Solo es gay si tú lo haces gay. —Claro, igual que la danza entre los otros tres integrantes de Fish Bone, lucía completamente heterosexual desde afuera que se tocasen tanto. Aslan presionó los párpados y aspiró con fuerza, tratando de mantenerse conectado, la arena estaba calentita bajo sus palmas, las olas rompían debajo de la música, la reminiscencia del hot dog le quemaba la lengua.
Eiji.
Su Eiji.
—Venir acá fue una trampa para que conociera a otro doctor. —No era su primer tratamiento, de hecho no recordaba por cuántos había pasado—. El que está desarrollando un procedimiento experimental para la desintoxicación.
—¿Yut-Lung? —El rubio asintió—. He escuchado muchas cosas buenas gracias a Sing. —Las huellas se esfumaron en la arena, la tarde estaba cayendo lento y la fiesta recién comenzaba. Arrojarían fuegos artificiales durante la noche, quería verlos—. Fue una polémica bastante fuerte esa relación.
—¿Por qué? —Quería vivir lo suficiente para ver todos los espectáculos de pirotecnia con su novio—. Sing no es famoso.
—No fue por Sing. —El chino se inclinó—. Pero Yut-Lung solía pertenecer al clan Lee, escuché que pasó por bastante mierda antes de que Dawson lo adoptara. —Aunque no tenía un interés particular en el tema eso llamó su atención. Dichoso linaje solía trabajar con Dino Golzine, se hacía una idea de la clase de torturas que ese niño tuvo que pasar—. Debe ser divertido hacerse médico.
—Las chicas pagarían por lamer tus abdominales, eso se escucha divertido. —El más alto carcajeó, apenado—. ¿Por qué no lo aceptaste cuando te lo ofrecieron?
—Porque nadie tiene el dinero suficiente para costearme. —Mentira, tocaban en bares para conseguir comida caliente y dormían en hostales clandestinos—. ¿Te sientes mejor? —Pero sí, era divertido, se profesaban afortunados de poder ejercer aquella ferviente pasión.
—Sí. —Ash bajó el mentón—. Gracias.
Mirando el océano, con la cabeza fría y el alma doliente, lo entendió. Fue tan agresivo porque era un frágil ser humano, no un leopardo, le aterraba la idea de morirse. No, le aterraba dejarlo. Era egoísta, no debería estar arrastrando a quien más amaba a este eterno abismo de sufrimiento, sin embargo, también tenían días buenos, como todas las demás parejas. Sí, últimamente se profesaban distanciados, las caricias escaseaban y el aire explotaba apenas ponían un pie en el tema. Él se hizo pequeño en un rincón abandonado de la playa. Muy en el fondo esperaba que Eiji rompiese con él para que pudiese bajar los brazos y rendirse, solo descansar. Pero no pasó. Nunca pasó. Odiaba la clase de pensamientos que lo atormentaba.
Y si le quedase poco tiempo.
Y si mañana se acabasen sus días.
Y si no le había dicho suficiente que lo adoraba con la vida.
Y si le quedase poco tiempo.
Y si mañana no pudiese hacerle más el amor.
Era duro de digerir porque era más posible de lo que quería aceptar.
—Hola. —Algo se quebró en sus entrañas con esa voz, era dulce y agradable, ligeramente nostálgica—. Ya me viste ¿no? No te hagas el loco. —Su primer instinto fue apretar los párpados, dar vuelta la cara y bufar—. Siento lo de hace rato, no debería haber dicho todo eso.
—Los japoneses se disculpan rápido ¿eh? —Enfocarse en el mar fue más sencillo que mirarlo. A pesar de la amargura que caló con los años lo amaba absolutamente todo sobre él, incluso cuando lo hería, sabía que no era a propósito y que velaba por su bienestar antes que su propia comodidad, ahora podía verlo porque tenía la cabeza fría y estaba conectado.
Estar conectado.
—Sobre lo de hace rato... —Tal vez si usaba hasta la última partícula de su voluntad encontraría la motivación suficiente para salir adelante—. Ser pareja significa contar todo lo que sientes, aunque sea doloroso, pero no quería hacerte daño. —Sus dedos se entrelazaron encima de la arena. Amaba las manos de Eiji, eran pequeñas y suavecitas a diferencia de las suyas, eran agradables, eran su hogar—. Lo siento. —Amaba que pudiese saltar sus barreras con tan entrañable determinación.
—Lo sé. —Amaba que no se rindiese con él cuando él mismo se había rendido—. Me puse así porque lo que dijiste era cierto.
Ash Lynx lo amaba absolutamente todo sobre Eiji Okumura.
Y Eiji Okumura lo amaba absolutamente todo sobre Ash Lynx.
Incluso en la tormenta le parecía imposible quebrantar este inefable vínculo. Los ojos le ardieron, se dijo a sí mismo que fue por la arena, no obstante, sabía que era mentira. La peor parte de la adicción, de fracasar constantemente en las rehabilitaciones y ni siquiera poderle ofrecer un estilo de vida digno por tan precario sueldo, era el daño que le hacía a su pareja. Pero ambos se amaban, ambos se prometieron apoyarse en las dificultades aunque a veces las discusiones rasgaran las velas de su botecito y la impotencia los hundiese como piedras.
—Te amo. —Ash quiso llorar, sin embargo, no pudo. No tenía la empatía suficiente con su propio sufrimiento para lamentarse—. Te amo y no me quiero morir, perdón por no poder mantenerme vivo. —Cuando se atrevió a contemplar esos grandes ojos cafés.
—También te amo. —Se dio cuenta de que estos estaban llorando por él—. Te amo y no quiero que te mueras, perdón por no poder mantenerte vivo.
—Eiji... —Eso lo destrozó—. Mi Eiji. —Se abrazaron con desesperación, como si sus mismas vidas dependiesen de esa caricia—. Me he comportado tan injusto contigo estos días. —Porque de esa manera se concibió. Ash tiritó con violencia y crispó sus dedos en esa vieja polera, dándose el coraje para adorarlo, fue maravilloso—. Sabía que eras muy terco para dejarme, pensé que si te obligaba a abandonarme no tendrías que verme morir.
—Como si te pudiese dejar. —El moreno se apartó para apretarle la nariz—. Americano tonto. —No tenían más que un paraguas quebrado en esta tormenta de verano—. Si también te pierdo a ti... —Eran arena en esta brisa descolorida—. Me volveré loco.
—Armamos todo un drama en esta fiesta ¿no? —Dios, esa sonrisa. Sí, esa era la sonrisa que le gritaba «aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado» ¿Cómo pudo olvidarla? Cuando era tan hermosa—. Por esto no nos invitan jamás. —Ambos rieron, habiendo liberado la tensión de la discusión.
—Te equivocas. —El viento volvió a desarmarle la coleta—. No nos invitan porque los chicos son terribles bailarines. —El americano esbozó una sonrisa socarrona antes de levantarse, tenía arena hasta en los calzoncillos y seguía sin polera.
—¿Eh? ¿Crees que puedes hacerlo mejor, onii-chan? —Él le extendió una mano.
—Te conquisté con mis pasos de baile ¿no? —Y su novio no vaciló en tomarla.
Se fundieron mientras el sol de Los Ángeles matizaba sus pieles con metales preciosos y las risas aligeraban la carga de sus almas. El japonés le repasó la espalda en roces coquetos, era difícil mecerse entre tantas personas con la arena debajo, sin embargo, no les importó. La música era pegajosa, la sal se les había impregnado al paladar, el ambiente era ameno debajo de las sombrillas. Mirando a esos grandes ojos cafés cuando el atardecer cesó, Ash Lynx lo aceptó. Nadie sabía en realidad lo que tenía hasta que enfrentaba el miedo de perderlo para siempre, el convertir su adicción en un destino inalterable lo llevó a sacar sus garras y dientes. Si le quedase poco tiempo, si mañana se acabasen sus días, sino le había dicho suficiente que lo adoraba con la vida, sino pudiese hacerle más el amor, sino llegaba a jurarle que nadie podía amarlo más que...
No.
No se moriría.
Porque él no era un maldito leopardo, él era el lince de Nueva York.
Al carajo las drogas, la disociación, los traumas, el abuso sexual, la precariedad de dinero y todo. ¡Al diablo el mundo! Porque lo único que le importaba, su alma entera, le cabía justo entre las palmas. Sabía que sería una misión imposible continuar arrasando como estrella de rock mientras llevaba en paralelo una especie de desintoxicación, el policonsumo no era un juego, no obstante, tomó la decisión de vivir y lo haría.
—¡Chicos! —El bamboleó cesó—. ¿Qué hacen tan apartados? Vengan a jugar al mar. —Bones alzó una pelota inflable para hacer énfasis en su invitación. Todo Fish Bone lucía camisas a juego, el americano se profesó celoso al haber olvidado la suya en la arena, le sería imposible de encontrar.
—¿Listo para perder, Ash-kun? —El aludido carcajeó entre dientes, era tan fácil para este chico hacerlo sentir él mismo—. ¿Qué? —Eiji se apartó, divertido—. ¿No querías que te hablara sucio en japonés? —El más alto alzó una ceja, arrastrando sus converse favoritas por la arena.
—¿Esas son tus mejores líneas?
—No. —Las suelas se le empaparon—. Usaré las mejores cuando le gane a tu trasero en voleibol acuático. —El azabache presionó los párpados con fuerza y le sacó la lengua, no tuvo tiempo para prevenir el agarre que su amante forjó alrededor de su cintura—. ¡Ash! ¡No! —Un ataque de cosquillas comenzó mientras lo arrastraba hacia el mar—. ¡Era una broma!
—Yo me lo tomé muy personal. —Se metieron de una zambullida, el agua estaba tan helada que les congeló hasta los huesos—. ¿Qué estabas diciendo sobre patearme el trasero? —Tuvo que contener una carcajada al contemplar cómo esa rebelde matita abenuz se esponjaba por la sal.
—Eres malo. —Ash le apretó las mejillas.
—Y tú eres adorable. —Para llenarlas de besitos.
Aunque esta era la fiesta más glamorosa en el mundo del rock and roll fue mucho más entretenido quedarse tonteando, arrojando una pelota de plástico de un lado hacia el otro sobre una red para pescar. Cuando la intensidad de la competencia aumentó armaron parejas, Eiji se subió a los hombros de Shorter mientras Ash estaba decidido a darle una lección de coordinación a su adoración con la ayuda de Bones, no quería al tecladista en su equipo, sin embargo, le resultaba fisiológicamente imposible cargar a Alex y mucho menos a Kong. Además, él no permitiría que lo alzasen, debía verse cool. El equipo extranjero les pateó el trasero de manera vergonzosa con movimientos dignos de una película de karatecas. El atardecer convirtió a esas viejas remeras de a dólar en una capa transparente de cristal, se rieron hasta que les dolió el estómago, los perdedores tuvieron que pagar una tonelada de helados y no fue necesario consumir nada. Se mantuvieron conectados en todo momento. Fue sano. Fue bueno. Fue feliz.
—¡Shorter! ¡Te he estado buscando todo el día! —Sing Soo-Ling no era lo que se imaginaban—. Pudiste avisarme que habías llegado. —El guitarrista hacía sonar a su fanático número uno como un niño pequeño pero el sujeto que tenían al frente de ellos medía casi dos metros. Tuvieron que elevar el mentón y cerrar la mandíbula.
—Lo lamento, nos distrajimos jugando en el mar. —Estaban empapados, tomando los últimos rayos del sol cuando los abordaron—. Les he hablado mucho a los chicos de ti, están intrigados con tu trabajo. —La admiración que fulguró en esos ojos rasgados fue relajante. A veces les era difícil recordar que su música sí tenía un gran impacto.
—Adoro su trabajo. —Era en momentos así donde lo recordaban, en las sonrisas sinceras que les obsequiaban sus fans. El más joven se rascó la nuca, frenético—. No estaba preparado para conocerlos. —Sing tragó duro antes de tomar asiento con ellos, sus jeans se humedecieron al primer contacto con la toalla, la brisa estaba helada, el dulzor del granizado seguía chispeando.
—Relájate, eres prácticamente uno de nosotros con todas las cartas que has enviado. —Ash alzó una ceja, indignado. Su cabello fue una cascada dorada contra el viento, se le había soltado por milésima vez de la coleta y seguía mojado—. Escuché que tienes nuevas letras para nosotros.
—¡Las tengo!
—¡Genial! ¡Deberíamos escucharlas!
—Shorter Wong, no tomes decisiones por todo el equipo. —Su tono fue una advertencia.
—Oh vamos Ash, dale una oportunidad. —Ese tono infantilizado no le funcionó, si era inmune a los encantos de Buddy se profesaba exento de cualquier cosa—. Sé que te gusta componer tus propias canciones pero Sing es muy talentoso. —El nombrado se ruborizó hasta las orejas. Vaya, al parecer seguía siendo un niño con diecinueve años—. Necesitamos nuevo material para nuestro álbum.
—Chantajista.
—Eiji, dame la razón. —El nombrado se encontraba tomando el sol de espaldas, unos pantalones cortos era la única prenda que lo cubría. Joder, que curvas se le veían.
—Shorter tiene razón. —La traición fue dolorosa, si el japonés no luciese tan endemoniadamente sexy bañado por los primeros rayos de la luna, con el torso coloreado por la arenisca y algunos pétalos enredados en esas onditas abenuz, se hubiese enfadado—. Has estado estresado por la falta de material para el álbum, cariño. —Sus dedos se entrelazaron encima de una toalla.
—Estás jugando sucio con tus cartas. —Ash le presionó un beso contra los nudillos.
—Sabes que tengo razón, necesitas salir de tu bloqueo de artista y esta es una buena oportunidad. —Un suspiro pesado retumbó contra la brisa de Los Ángeles.
—Bien, podemos considerar hacer una colaboración o algo así. —La emoción que chispeó en esos ojos no tuvo precio.
—¡Iré a contarle a Yue!
El resto de la tarde fue tranquila.
Tumbados sobre sus vientres, con la arena colándose a cada poro de su cuerpo y el corazón corriendo demasiado rápido, vieron el espectáculo de pirotecnia. La manera en que un simple punto en el cielo fulguró para convertirse en una infinidad tornasol le pareció sublime, Aslan se preguntó si también podría desplegar esa infinidad de matices si se mejoraba y le apretó la mano a su novio. No despegó su atención hasta que el último fuego artificial estalló, como si estuviese tratando de inmortalizar la magnanimidad de este momento en una fotografía mental, como si estuviese contemplando el valor de la realidad con un cristal completamente inefable. Él se dio vueltas sobre la arena, el resplandor de su mera existencia se reflejó en esos grandes ojos cafés antes de que una tímida sonrisa le robase el corazón, sus mejillas fueron primavera contra la arenisca, no pudo respirar ni cerrar la mandíbula. Y de repente quiso llorar por lo afortunado que era. Él estaba acá, vivo, dándole la mano al hombre más maravilloso del mundo. Y sí, la vida podía ser una mierda.
—¿Qué? —Pero también podía ser hermosa—. ¿Por qué me miras así? —Ash enredó sus piernas en las de su pareja, eran suaves y finas. La sílice le hizo cosquillas, la pirotecnia se había acabado.
—¿Así como? —Su voz escapó bajita, casi con temor a ser pronunciada. La fiesta seguía en otro lado de la playa, aunque la música estaba fuerte lo único a lo que pudo prestarle atención fue a su propio latido hundiéndose en el océano.
—Como si... —Él le acomodó una ondita detrás de la oreja—. Como si me quisieras decir algo. —Ash se rio y la arena terminó en la cara de su novio. La granita pegada a esa nariz de botón lo hizo lucir extremadamente adorable, que la arrugase le recordó a un implacable conejito.
—No es esa la manera en que te estoy mirando. —Las palmas de Eiji se sintieron calentitas contra su cintura, él lo abrazó de la misma manera, formando dos medias lunas.
—¿De qué manera se supone que me estás mirando? —Él sonrió, apenado.
—Como si fueses lo más importante en mi vida. —El rubor no se hizo de esperar—. Como si fueses mi alma entera. —Lo amaba tanto que le resultaba incomprensible, así como los fuegos artificiales supuso que el destino se hallaba compuesto de matices, era una belleza mortificante.
—Creo que entiendo ese sentimiento, Ash. —Sus huellas quedaron escritas en medio de la playa, la brisa los despeinó. Al moreno le pareció curioso cómo a pesar de ser dorados igual que la arena, esos mechones tuviesen su propio fulgor—. Porque me siento de la misma manera. —La espuma les empapó las zapatillas, estaban demasiado cerca de la orilla.
—Eiji... —De repente Aslan se hizo pequeño, con los ojos grandes, labios abiertos y mejillas sonrosadas—. ¿Alguna vez has pensado en el matrimonio? —La pregunta lo tomó por sorpresa.
—¿Católico?
—Diablos, no. —Él se mordió la boca, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no acabar con la diminuta distancia entre sus labios y continuar con su idea—. Algo así como... —Amar era más adictivo que cualquier droga que pudiese probar, temía que se acabase para caer en el olvido, sin embargo, este hombre a pesar de todo lo estaba contemplando como si fuese el ser humano más precioso sobre la faz de la tierra—. Algo entre tú y yo. —Y por eso lo fue.
—¿N-Nosotros? —Los mofletes le hirvieron—. Me dijiste que no te querías casar. —El americano jugueteó con sus dedos, sabía que el espectáculo de pirotecnia se había terminado, no obstante, juró vislumbrar una iridiscencia etérea danzando en sus ojos. Oscuros, como la celda donde lo conoció en prisión.
—Lo estoy reconsiderando. —Cálidos, como el abrazo que le dio cuando Dino Golzine murió—. Si me llego a rehabilitar de verdad, por favor tenlo en consideración. —Incondicionales, como la sonrisa que tanto le encantaba. Esa que estaba esbozando justo en este momento—. Sé que puedo cambiar, solo es difícil y...
—Acepto.
—¿Qué? —La boca le tembló.
—Acepto, me casaré contigo cuando te desintoxiques. —Y él podría haber muerto por la velocidad con la que arremetió su corazón, sin embargo, prefirió apretarle las mejillas y repartirle una infinidad de besitos deseando poderle transmitir una ínfima parte de su adoración eterna—. ¡Ash! —Sus labios le hicieron tantas cosquillas, más que esa barba recién cortada o esos mechones lacios.
—Te amo tanto. —Un carraspeo los interrumpió.
—Mi novio está esperándolos en la terraza para presentarles sus canciones. —Sing ni siquiera tuvo que aparecerse para que Ash lo aborreciese un poco más, no era personal, pero le gustaba tener el control y una colaboración lo limitaba.
—Ya vamos. —Eiji se levantó, volviéndose a colocar esa inmunda polera—. Gracias por avisarnos.
—Ve primero cariño, quiero encontrar la mía. —El aludido asintió antes de encaminarse a su destino.
Yut-Lung era tal como los rumores lo describían, una beldad en su máximo esplendor, silueta de porcelana, cabello de noche y ojos de amatistas, él se encontraba enfundado con un tapado de seda anaranjado y un top con flequillos blancos, unos llamativos lentes de sol reposaban sobre su frente junto a una orquídea. Sí, era bonito pero nada en comparación a Eiji Okumura. El americano estaba convencido de que si abría el diccionario y buscaba las palabras: perfección, belleza, ternura y terquedad, tendría a una imagen gigantesca de su adoración pegada al costado. Él tomó una profunda bocanada de aire, dándose coraje para preguntar, ahora tenía una verdadera motivación. A pesar de todos sus traumas él quería vivir, porque sabía que era mucho más que esas etiquetas, pero no solo eso.
Él quería vivir una vida que fuese digna de ser vivida.
Lo merecía.
—Oye... —Sus converse se hundieron en la arena, sus palmas navegaron hasta sus bolsillos para ocultarse—. Escuché que tienes un nuevo tratamiento en progreso. —El más joven pareció genuinamente desconcertado por ese comentario—. Me preguntaba si podría ser un sujeto de prueba.
—¿Estás enfermo? —El rubio asintió—. Lo lamento mucho. —Y el hielo en esos oscuros ojos violetas se derritió—. ¿También quieres intentarlo? —Sus hombros se hundieron contra la seda, los flequillos ondearon hacia el mar—. Tu novio me habló en la mañana, es común que esto ocurra en las parejas pero será más agradable si lo atraviesan juntos. —Claro que Eiji se desintoxicaría con él, hicieron esa promesa. Fue un detalle lindo.
—Lo sé. —Tan lindo que estaba llorando—. Pero lo de Eiji será más sencillo, él no ha consumido tanta mierda como yo. —Yut-Lung ladeó la cabeza, constipado.
—¿Consumido mierda? —La orquídea cayó contra la arena—. Creo que estás confundido, yo no estoy investigando el consumo de sustancias. —Ash no pudo terminar de esbozar una mueca cuando sus pensamientos escaparon.
—¿Entonces qué?
—¿Eiji no te dijo? —Él negó, repitiendo cada instante de la discusión en su cabeza—. Yo me especializo en el cáncer gay. —El corazón se le cayó.
—¿Qué?
—Tu novio quiere comenzar un tratamiento para el SIDA, está enfermo.
En Los Ángeles él entendió que les quedaba poco tiempo.
Era 1983.
Es la primera vez que escribo YueSing en un fic, salió sin planificación y me terminó gustando, so se queda y es importante en el siguiente capítulo. El último por cierto, que lo debería subir de acá al Jueves a más tardar para tener esta cosa a tiempo para la dinámica. Me siento bastante orgullosa por haber desarrollado tan ampliamente el consumo de sustancias, es un tema al que le he dado duro este semestre y me sentí ñoña en algunos párrafos, perdón. Mil gracias por leer.
¡Cuídense!
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