Provócame
✩ Ship: AshEiji.
✩ Advertencias: Consumo de drogas ilícitas/ Abuso de sustancias/ Enfermedades de transmisión sexual/ Muerte de personaje/ Conductas impulsivas/ Mención de abuso/ Posibles escenas sexuales.
✩ Notas del autor: ¡Hola mis bonitos lectores! Como algunos ya sabrán su servidora esta pasando por un momento económicamente y mentalmente muy duro, así que no me he sentido como un ser humano decente estos días. Y siempre que me encierro un poco en mi cabeza busco estás maneras de salir. Este fic nació a partir de la bella dinámica que propuso la página del "lince de Nueva York" en facebook acerca de Chayanne. Primero iba a tomar solo una canción pero he querido escribir algo medio oscuro de la década del 80 durante demasiado tiempo así que acabo siendo una serie de 3 one shots (la verdad es un fic bebé), aunque ahora que vi el resultado del primer capítulo considero la posibilidad que sean 4. ¡Muchas gracias por leer!
¡Espero que les guste!
Brooklyn, 1981.
—¡He dicho que me sueltes! —Forcejear fue inútil, la nariz todavía le sangraba y la cabeza le ardía. Le fascinaba llevar al límite el paradigma del rock and roll.
—Te lo advertí, Lynx. —Lo arrojaron dentro de una celda—. Si ibas a comprar cocaína debiste ser más sutil. —Un horroroso chirrido retumbó cuando la puerta se cerró. Marvin jugueteó con la llave entre sus grasientos dedos. Eran las cuatro de la mañana, los únicos detenidos eran prostitutas desafortunadas y borrachos furtivos.
—¡No estaba comprado! —Sus palmas se hundieron alrededor de los barrotes, se hallaban helados y apestaban a mugre—. Me tendieron una trampa. —La cerveza se le quemó entre las tripas, el sudor le había enmarañado aquellos mechones dorados y la boca le sabía a mierda.
—Puedes quejarte todo lo que quieras, superestrella. —La barriga de Marvin se bamboleó tras una exagerada carcajada, el chaleco no le cerraba y los botones amenazaban con convertirse en proyectiles—. Papa Dino te guarda bastante rencor por haberlo dejado, me aseguraré de que te pudras acá dentro. —La mandíbula le chirrió.
—Puedo llamar a Blanca para que me saque de aquí, no es un problema. —Era mentira, al ser su tercer strike su representante no lo socorrería. Tampoco le interesaba suplicar.
—¿Quién dijo que tendrás una llamada?
—Eso es abuso de poder. —Marvin se encogió de hombros, la corbata se le había metido entre los pliegues de la papada, Ash se preguntó si eso sería suficiente para que se asfixiase y cayese muerto junto a las ratas—. Vamos, debe haber otra manera de resolverlo.
—Tienes razón. —La sonrisa que el policía esbozó le retorció las entrañas, esos dedos de salchichas pendieron hacia la hebilla del cinturón—. Yo era fanático de tus videos ¿sabes? Incluso ahora podría.
—Marica.
—¿Qué? —Ash se retiró el flequillo con altanería.
—He dicho que eres un marica, cerdo Blanco Marvin. —Con una sonrisa sagaz él le dio la espalda para explorar la celda.
—Maldito mocoso. —No le daría importancia, ya se las arreglaría—. ¡Te pudrirás ahí dentro! —Debió pensarlo mejor antes de comprar cocaína en Chinatown, era obvio que el degenerado lo estaba siguiendo, no obstante, salió demasiado borracho para pensar.
Aslan repasó el interior de su suite. Los drogadictos se encontraba aspirando crack en una esquina, las colillas habían forjado una poza debajo de sus converse favoritas, el tintineo de las luces lo enfermó: amarillo y opaco, como los dientes de ese pervertido. Él enfocó su atención en una banca al costado de los barrotes, se hallaba repleta de astillas, la madera lucía podrida y los garabatos que la adornaban se asemejaban al furor de Banksy. Sus suelas navegaron por encima de la basura para llevarlo hasta su merecido descanso, todavía debía averiguar cómo escapar sin recurrir a Blanca. Las cadenas del soporte chirriaron apenas se sentó, él estiró las piernas y arrojó la nuca hacia atrás. Esto era un desastre. La lluvia se coló por una pequeña ventana para empaparle la cara. Solo al parpadear él comprendió que había alguien a su lado.
Esa fue la primera vez que lo vio.
Lucía joven, no aparentaba más de 17 años, vestía una gigantesca chamarra estilo americano junto a unos jeans rasgados, él alzó el mentón para mostrarle los ojos más oscuros que jamás hubiese vislumbrado. Lo remontaron a esa noche de Halloween donde se fue a esconder para espantar a su hermano mayor, pero al mismo tiempo le perpetuaron la transparencia que matizaba Brooklyn. Él retrocedió, intimidando, la granita se le encajó entre los omoplatos, la cadena amenazó con cortarse. Aunque Ash Lynx amoldaba la admiración en estantes de gloria y renombre de cristal, le resultó imposible clasificar la mirada que este chico le arrojó. Fue intensa, sus pestañas eran lo suficientemente largas para proyectar sombras en sus mejillas, su piel le recordó al café con leche que solía tomar cuando recién inició en el espectáculo. Su boca era agraciada, él era bonito, demasiado bonito.
¿Qué diablos hacía un niño en prisión?
—Chico. —El americano se inclinó hacia la orilla de la banca. Alejados de la ampolleta intermitente, acunados por el esplendor que la luna olvidó, él pudo contemplarlo. Sus ojos eran rasgados pero impresionantemente grandes y brillantes, como los de un conejito—. ¿Dónde están tus papás?
—¿Qué? —El aludido frunció el ceño y tensó los puños contra el piso. Su chamarra se hallaba empapada de tierra y contrastaba con el horrendo estampado en su camiseta, era un pajarraco regordete y desproporcionado.
—¿Tus padres te dejaron acá?
—¿A qué te refieres? —Tal vez no comprendía inglés, tenía sentido, Shorter se demoró años en dominarlo sin que parecieran versos satánicos. Un agradable dulzor le cosquilleó debajo de la nariz cuando se acercó, era fresco pero floral e indudablemente seductor.
—¿Dónde están tus tutores, niño? —Los colores se le subieron hasta las mejillas y el rubio pensó que eso era lindo—. ¿Ya saben que estás acá? ¿Los has llamado?
—Tengo veintidós años, muchas gracias. —Oh...
Eso fue una sorpresa.
—No los aparentas. —La cadena chirrió bajo sus jugueteos de pies, el bamboleo de la banca fue violento—. Pareces un niño ¿te lo han dicho? —Su mirada recorrió la celda, era lúgubre y fría, casi escalofriante. La lluvia escurrió por la ventana para empapar a los adictos.
—¿Sí? Pues tú aparentas más de cinco años pero te comportas como tal. —El lince de Nueva York tumbó la mandíbula, el calor le chispeó hasta las orejas, la indignación le quitó el aire.
—¿P-Perdón?
—Está bien, te perdono. —Esta era la primera vez que lo trataban de semejante manera—. Los americanos suelen ser bastante groseros, ni siquiera respetan a sus mayores. —¡Qué indignante! Él era la maldita encarnación del rock and roll en pantalones de cuerina. El banquillo chirrió, Ash subió una de sus converse al soporte, se hallaba ennegrecida por la persecución y apestaba a porros.
—¿Qué haces en este lugar? —Eran las cuatro de la mañana y su jaqueca lo había arrastrado al delirio—. No pareces pertenecer a una mugrienta celda. —El extranjero enfocó su atención en el piso para empezar a contar los cigarrillos, eran doce colillas y un bricolaje de cenizas. Con un suspiro amargo él volvió a elevar el mentón. Marvin se encontraba balbuceando incoherencias del otro lado de los barrotes y las paredes estaban llorando. Clásica noche en Nueva York.
—Estaba ayudando en un reportaje cuando acabé en una redada. —Ash alzó una ceja, genuinamente interesado. Podía imaginarse a este problemático siendo arrastrado a una patrulla policial, sexy—. Era mi primer trabajo y lo arruiné. —Él se preguntó si esa piel acaramelada se derretiría si la acariciaba.
—¿Recién egresado de la universidad? —Así que lo hizo tras un bostezo fingido. Se sintió bien.
—No exactamente. —El japonés pareció hacerse aún más pequeño bajo sus toques—. Estaba ayudando a mi mentor, él me confió este trabajo con Max Lobo porque quería que explorase mis capacidades. —Aslan ahogó un grito.
Así que este era el famoso asistente de Shunichi Ibe.
Este era el «Fly boy»
—¿De qué era el reportaje? —El rubio ya conocía la respuesta, sin embargo, se hallaba tanteando sus opciones. Él se deslizó hacia los bordes de la banca, esa desagradable luz amarillenta forjó un halo alrededor de esos rebeldes mechones cobrizos. Cabello de vino, piel de bombón y labios de regaliz. Podría escribir una obra de arte alrededor de este sujeto. O tal vez un álbum entero.
—Acerca de esa banda sobrevalorada. —Casi se cae de la banca ante tan bruta respuesta—. Fish Bone, esa que trae locas a las chicas por el rock. —Ellos eran la declaración a lo bohemio, los soldados de la rebelión. ¡¿Cómo se atrevía?!—. Nunca los he escuchado en realidad.
—¡¿Nunca?! —Ash contuvo un tic de ojos—. ¿Jamás has escuchado hablar del vocalista? Es increíblemente guapo.
—¿El lince de Nueva York? —El moreno arrojó la nuca hacia atrás con una sonrisa irónica—. Sé que el país está enamorado de él pero yo ni siquiera lo recuerdo, no debe ser tan guapo. —Joder, no acababa de decir eso—. Aunque el tecladista se me hizo lindo cuando vi la publicidad, ese con la trencita. —Este mocoso tenía un gusto aberrante para los hombres. Esa era la única explicación coherente para que Bones llamase su atención y no él.
—¿Qué clase de reportero eres sino investigas a tus clientes?
—Yo solo iba a fotografiar, no a entrevistarlos. —Esa respuesta lo fastidio aún más. Ash se bajó de la banca para pegársele en el piso, la granita le empapó hasta los calzoncillos y seguramente apestaba a sudor bajo esa polera sin mangas, no obstante, le dio igual. Pasó un brazo alrededor de su nuevo amigo. Haría lo que fuese para salvaguardar su nula dignidad.
—Pero es candente, hasta los hombres babean por el lince de Nueva York. —Sus dedos repasaron esa vieja chamarra—. ¿Cómo es posible que no te interese?
—¿Acaso te gusta?
—¡A todo el mundo le gusta! Es un chico rubio con aire de James Dean. ¿Qué más quieres? —El aroma a cigarros, sangre seca y sudor fue intenso. La lluvia pendió hasta una poza.
—Supongo que esa no es mi definición de belleza. —Cierto, algunas personas todavía eran heterosexuales en plena década ochenta. De tanta promiscuidad lo había olvidado—. ¿Por qué te importa? ¿Acaso es tu novio? —La atmósfera tuvo un sabor metálico. Sus zapatillas se estrellaron con los mocasines de ese chico. Los mofletes le cosquillearon y lo tocó un poco más, le gustaba lo esponjoso de esas onditas negras.
—Conozco al anciano, me siento ofendido de que elija tan mal a su staff. —Entonces el azabache le entregó el puchero más adorable del mundo y el corazón le empezó a golpetear—. ¿Cómo te llamas?
—No tengo la obligación de decirte, eres un desconocido que conocí en prisión y apestas a vómito.
—Tienes razón. —Las rodillas le temblaron, su respiración se transparentó en una ráfaga de gélido—. Supongo que te tendré que decir onii-chan. —Dios, ese sonrojo. La cordura se le esfumó ante tan encantadora expresión, Ash quiso pellizcarle las mejillas para hacerlas enrojecer aún más y derretir el caramelo al que debían saber sus labios. Era pleno apogeo de la homosexualidad, si lo hubiese conocido en el bar estarían follando.
—Me llamo Eiji Okumura. —Él no quitó su brazo de encima—. Por favor no me vuelvas a apodar así, es tan racista.
—Eiji Okumura. —Aslan repasó cada sílaba con su lengua hasta concluir que le gustaba cómo sonaba, tanto el matiz y la fonética. Era simple pero inolvidable al mismo tiempo. Como su primera presentación en ese mugriento restaurante en Cape Cod, con su hermano mayor llorando en primera fila mientras lo fotografiaba—. Soy Ash Lynx.
—Ash.
—Salud.
—¿Salud? —Esos grandes ojos de ciervo parpadearon confundidos, solo ahí entendió que estaba pronunciando su apodo con una pequeña «u» extra. Él se permitió relajarse al lado de este desconocido, olfateando el perfume que desprendían sus cabellos e ignorando la decadencia del paisaje—. ¿Cómo saldrás de acá?
—De hecho te quería pedir un favor.
Confiarle su salida de prisión a un ligue no fue su mejor idea, sin embargo, se profesaba desesperado. Fish Bone daría un concierto importante en Brooklyn dentro de dos días, Blanca lo mataría si se enteraba sobre su consumo ilícito y su mejor amigo se hallaba escondido por el tráfico en Chinatown No era el panorama ideal para una estrella en ascenso. Además, necesitaba escapar antes de que ese cerdo blanco lo delatase con Dino Golzine. Aunque apenas podía recordar el encuentro que tuvieron en prisión a causa de la resaca, Eiji cumplió con su promesa y regresó. Que hablase con Max Lobo para regatear una posible fianza le removió el corazón. Llevaba tantos años ahogado en la mierda que a veces lo olvidaba, seguían existiendo las personas desinteresadas.
—Tus cabellos me recuerdan al sol. —Al americano siempre le pareció irónico que lo comparasen con el alba siendo tan autodestructivo. Él era un sol voraz, lo consumía todo a su paso—. Son bonitos. —Y este entrometido era una mariposa revoloteando demasiado cerca de su fulgor, las alas se le incendiarían si continuaba aleteando.
—Gracias. —Estaban sentados en el área de visita en la prisión. A pesar de las constantes evasivas de Marvin para restringirle sus derechos, el periodista era insoportablemente persuasivo, luego le compraría algo para el día del papá—. No esperaba que volvieras de verdad.
—¡Claro que lo hice! —Su mirada se suavizó—. Te lo prometí ¿no? —Ash Lynx no lo entendió.
—Eres extraño.
—Lo siento. —El rubio tuvo el impulso de tomarle las manos frente a semejante timidez. ¿Dónde quedó el descaro de esa noche? Lo llamó feo sin siquiera saberlo.
—No dije que fuera malo. —La sangre le hirvió con un roce casual—. Los japoneses se disculpan demasiado. —Con un suspiro pesado Max se dejó caer frente a la pareja de adolescentes. La banquilla chirrió, los murmullos de los demás reos fueron una niebla de irreverencia.
—Es inútil, no te quieren dejar ir. —El reportero se frotó el entrecejo, sus zapatos italianos se arrastraron contra las pegajosas baldosas en un intento por aplacar la cólera—. Te quieren mandar a la prisión del condado sin un juicio de por medio. —Sus puños se crisparon encima de sus rodillas. Eran los ochenta, el auge de las drogas de recreación, la mitad de los funcionarios se volaban.
—Gracias por intentarlo, anciano. —El moreno parpadeó confundido por la complicidad entre ellos dos.
—¿Cómo se conocen?
—¿Eh? Pero si Ash es a quien debemos ¡Ay! —Una patada debajo de la mesa lo silenció—. ¿Por qué me pegas? —El americano estaba demasiado entretenido manteniéndose en el anonimato para quebrantar la ilusión. Había algo fascinante en la dinámica que desarrolló con el asiático, algo tan genuino. Le dolería si cambiaba luego de conocer su verdadera identidad, lo que claro, era ridículo considerando que apenas se conocían.
—Porque me dio la gana. —El periodista contuvo sus puños contra la mesa de metal—. Tus reflejos realmente han empeorado con la edad, ¿no serviste con mi hermano en Irak?
—¡Tus delirios de grandeza son insoportables! —Max se acarició la pantorrilla, dolido por la insolencia de esta generación—. Lo lamento Eiji, nos tenemos que ir.
—Ah, sí. —El aludido se levantó—. Bueno, espero que estés bien. —Marvin sonrió satisfecho desde la puerta, sabiendo que había atrapado a un gato salvaje detrás de los barrotes. Papa Dino estaría complacido—. No te preocupes, saldrás pronto. —No debió subestimar la astucia de su presunta víctima.
—Sí. —Ash acortó la distancia con el moreno—. Me alegro que hayas venido hoy, Eiji. —Él extendió su mano para acomodarle un mechón detrás de la oreja. El corazón le latió con una mortificante violencia, la respiración se le cortó.
—Ah, sí. —Las mejillas le ardieron con ferocidad, podía saborear la cafeína del más joven en su propia lengua y oler su loción corporal. No, seguramente él olía así. No le darían ese lujo en prisión.
—Ven solo la próxima vez. —Los latidos le martillaron contra los tímpanos—. ¿Bien?
—Bueno... —Aslan se inclinó, esos ásperos dedos le alzaron el mentón—. ¿Qué...?
Eiji ni siquiera se pudo mover cuando el americano presionó un beso contra sus labios, él abrió los ojos de golpe, congelado. Los gritos de Max Lobo pasaron a segundo plano cuando la lengua de Ash devoró la suya para pasarle algo, era pequeño y suave, como una de esas cápsulas de máquinas o una pastilla. Aunque el sabor era amargo hasta la última fibra de su cordura se derritió bajo semejante dulzor, fue demasiado intenso, tanto que quiso enredar sus brazos alrededor del más joven y suplicarle por más. Con un roce de frentes sellaron este pacto taciturno, no tuvo que emitir palabra alguna para que lo comprendiese.
Este pandillero problemático le había confiado una misión.
—Hasta luego, sweetie. —El agarrón que le dio fue descarado—. Adiós.
—No te lo tomes personal Eiji, somos más afectivos en América.
Los estadounidenses eran raros.
Ash le pasó una pastilla con un mensaje pidiéndole que buscase a Shorter Wong, el japonés supuso que ese contacto podría sacarlo de prisión, así que obedeció. Sin importar que tanto investigase no lo encontró, terminó comiendo platillos esporádicos en restaurantes y charlando de manera casual con los regulares de Chinatown. Hizo lo que pudo e intentó sentirse mejor. Vino a América para desplegar sus alas quebradas, este era el apogeo de la insurrección, vendían narcóticos en cada esquina, el amor era un mosaico de promiscuidad y el rock el himno de la libertad. Necesitaba concentrarse en su carrera fotográfica, sin embargo, no se pudo arrancar a esos ojos verdes del alma. «Ash Lynx» hasta su nombre era genial, todavía despeinado por la borrachera su cabello brillaba contra el tintineo de la ampolleta. Parecía una estrella en lo más extenso de la definición. Mechones de sol, cortos pero bohemios, camisa rasgada, pantalones de cuerina. Ni siquiera se esforzaba. Ese rebelde sin causa le robó su primer beso. ¿Qué diría su mamá? Le arrojaría agua bendita.
—¿Acompañarás a Max, Ei-chan? —Esa sonrisa galante lo hizo olvidarse del concierto.
—Cierto... —Él repasó su look rockero—. Prometo hacer un buen trabajo. —Pantalones increíblemente cortos y anchos, un cinturón de cuero, una camisa con estampado veraniego encima de una musculosa negra sin mangas—. ¿Cómo me veo? —Ibe frunció la boca antes de acomodarle un par de lentes de sol en la cabeza.
—Como todo un americano. —Un hombro le quedaba completamente expuesto contra la franela y el cuello era demasiado revelador. Le dio igual.
Esto era Brooklyn, bebé.
La locación del concierto era la encarnación del éxtasis. Melenas infladas, cabezas rapadas y ropas que dejaban poco a la imaginación. El ajetreo alrededor del escenario lo atropelló, él se mantuvo detrás del periodista, las conversaciones pasaban tan rápido como las luces de neón, apenas las entendía, la peste lo mareó. ¿Qué rayos estaba haciendo con su vida? Todo era demasiado exprés y contaminado. Tuvieron que llamar a seguridad para sujetar a las groupies contra la barrera de contención. Carteles gigantescos, colores estrambóticos y música irreverente. Él tragó duro, intentando enfocar su concentración en la presentación que les estaba ofreciendo la banda. Fish Bone era la encarnación del desastre, ni siquiera usaban camisas debajo de esas chaquetas de cuero sin mangas, sus vestuarios consistían en mucho gel, adornos brillantes de metal y derroche de sensualidad. Hacía calor. El guitarrista secundario fumó antes de arrojarle una sonrisa coqueta. El cigarrillo agonizó hasta el piso.
—Eres el chico que me estaba buscando en Chinatown. —La mandíbula se le cayó.
—¿Shorter Wong? —El nombrado extendió sus brazos antes de hacer una reverencia.
—A tus servicios. —¿Cómo un pandillero cualquiera conocía a una estrella de rock? La columna se le heló cuando el tecladista saltó encima de sus hombros.
—¿Este es el conejito japonés del que nos habló el jefe? —Eiji alzó una ceja, notablemente confundido por el curso de la conversación. Los tragos pasaban en bandejas de plata.
—Podría apostar que lo es. —La prueba de sonido se saltó números en el tik tak—. Gracias por avisarme sobre Ash, habríamos estado en severos problemas sino lo sacábamos. —Miles de dudas llenaron la mente del azabache: ¿Cómo conocía ese nombre? ¿Cómo sabía que lo había buscado si jamás lo encontró? ¿Por qué eran tan amistosos con un desconocido? Pero sobre todo...
—¡Ahí está ese mocoso!
¿Qué fue lo que Ash Lynx habló de él?
—¿Por qué te demoraste tanto? ¡Ya vamos a comenzar! —Abriéndose paso entre los bastidores, con el cabello completamente revuelto, una gruesa cadena de metal chocando contra su pecho cubierto apenas por una camisa entreabierta y esos infames pantalones de cuerina, él apareció.
—¿A-Ash? —Los colores se le subieron hasta la cabeza cuando comprendió que se había burlado de Fish Bone con el mismo vocalista.
—Lograste venir, onii-chan. —El más joven lo abrazó por los hombros—. Gracias por contactar a Shorter, así pude salir. —El tacto lo quemó, ni siquiera pudo articular un pensamiento coherente, se sentía estúpido y emocionado en partes iguales. Olía bien, no era la loción corporal.
—Pero jamás lo encontré. —El chino se bajó los lentes de sol para arrojarle un guiño travieso.
—Estaba escondido pero el mensaje me llegó. —El brazo de Ash contra su hombro desnudo se sentía demasiado caliente, la respiración le quemó las entrañas.
—Te ves bastante sexy por cierto. —Alex le arrojó la guitarra—. Eso me motivará para dar un buen concierto. —Ni siquiera tuvo que mirar para atraparla.
—¡No te salvarás de la entrevista una vez que acaben! —Las amenazas de Max Lobo se perdieron bajo la estridencia de la multitud—. Cielos, este chico me va a matar. —Eiji seguía rojo hasta las orejas y su corazón estaba bombeando tan rápido que pensó que moriría.
Por supuesto que este tenía que ser Ash Lynx.
El universo lo odiaba.
—¡Buenas noches, Brooklyn! ¡Nosotros somos Fish Bone!
Verlo sobre el escenario fue su despertar homosexual.
Con una impresionante sensualidad, el vocalista arrojó su cabello hacia atrás para empezar a rasguear la guitarra como si anhelase quemar las cuerdas con la fricción. El japonés no pudo evitar tomar algunas fotografías de la presentación, le gustaba que el lince de Nueva York centellease con su propio resplandor bajo los aplausos, más brillante que el sol, más violento que un desastre natural. La multitud enloqueció, los movimientos con los que se frotó contra el micrófono lo hicieron babear, era sexo lo que vendían en el escenario y él era virgen, era cuestión de sacar cuentas. El maldito descaro del rock and roll. Fue peligroso el refregón de la cuerina, los adornos de metal lo cegaron bajo la intermitencia del neón. La imagen fue completamente surrealista: Ash Lynx empapado de sudor, con la tela transparentada a causa del cansancio, robándose la escena, él era hermoso, de eso no cabía duda. Él se quitó la camisa y la arrojó hacia el público.
Mierda, esos abdominales.
Pero lo que llamó la atención de Eiji fue la música que él interpretó. Burda, desordenada e iracunda. Era casi un desgarro de impotencia, como si estuviese sangrando a través de la guitarra, sus yemas chispearon con una maestría impresionante entre los acordes, su voz arremetió como pirotecnia contra sus latidos. La boca se le secó, la tensión lo mataría. Un escalofrío lo abofeteó desde el backstage. Ahí, bañado bajo las luces fosforescentes y las ovaciones, Ash Lynx le pareció tan...inalcanzable. Perdió el aliento a causa de la fascinación. El local se hallaba repleto y los soportes del escenario atiborrados de ropa interior.
—Son bastante buenos ¿no? —El moreno se tuvo que forzar a cerrar la mandíbula y a limpiarse la saliva, la manera en que el sudor golpeaba los abdominales del americano era demasiado hipnótica.
—Lo son. —Este tipo de música no se asemejaba en nada a lo que tenía en Japón, era profana y obscena, tan Nueva York. Le gustó—. ¿Haremos la entrevista cuando terminen?
—Luego de la fiesta, podemos tomarnos una cerveza antes de interrogarlos. —Max le dio una palmada en la espalda—. Que Shunichi no se entere. —Eiji tragó duro, hecho un caos. Porque a pesar de estar detrás de la cortina, tener una apariencia toscamente normal y carecer de chispa.
Esos ojos verdes jamás lo dejaron de contemplar.
Ni siquiera en el bar.
—¿Esa pistola es de verdad?
La fiesta fue salvaje. La adrenalina del concierto los había dejado encendidos para vanagloriar al éxtasis, eran jóvenes, solteros y famosos. ¿Qué más podían pedir? Ash estaba tomándose una cerveza en la barra cuando esa interrogante lo golpeó. Hace poco había comprado una Smith and Wesson 357 Magnum por precaución contra Dino Golzine, cargarla en su cinturón fue su declaración para la genialidad, indomable y feroz. Ni siquiera le temía a las represalias de Blanca, su representante podía irse al carajo junto a su contrato. Él era libre.
Todo un lince salvaje.
—¿A qué te refieres? —El rubor le quemó los mofletes. ¡Claro que era de verdad! Estaban aspirando cocaína en el baño y vendiendo porros en la entrada. ¿Por qué no tendrían un arma? Que tonto por preguntar.
—Las pistolas reales están prohibidas en Japón. —Su país era retrograda en cuanto al libertinaje, mientras en América se vivía el boom homosexual allá se condenaba—. ¿Puedo sostenerla? —El tiempo se paralizó en el bar. Bones dejó caer las papas fritas que se estaba tragando, Shorter se atragantó con el humo de su cigarro. Todos los miraron.
—¡Espera! —Fue Max quien intervino, conocía el carácter de mierda del vocalista y no quería que esta entrevista se convirtiese en un pleito—. Esto es malo, Eiji. —Pero Ash se acercó y le sonrió.
—Bien. —La mirada que esos grandes ojos cafés le confirieron fue tan diferente a lo que acostumbraba, fue pura y bonita, tan limpia. Eso le agradó y molestó en partes iguales, sin embargo, no dudó en extenderle su arma. Los groupies jadearon.
—Increíble. —El moreno la acarició como si fuese el objeto más delicado del universo, lo que le resultó ridículo, esa cosa estaba diseñada para matar—. Cómo pesa. —Aslan ni siquiera se percató de su sonrisa. Había algo en este chico que lo atraía con un magnetismo inexplicable—. Gracias por confiar en mí. —Se la regresó.
Ash guardó el arma en su funda, sabiendo que no dudaría en volvérsela a pasar.
Era tonto considerando que apenas se conocían, no obstante, sentía que lo llevaba esperando toda su vida.
Tal vez era su musa.
—Ese chico sí que tiene bolas. —Shorter dejó escapar un silbido contra su oreja, las palabras se arrastraron por su lengua a causa de la borrachera—. No es propio de ti prestar tus cosas. —El tecladista golpeó la barra, herido.
—¡Es verdad! ¡Cuando yo te pedí una Coca-Cola me volaste un colmillo! —El rubio se encogió de hombros, su compañero debería estar agradecido si eso era parte de su estética en la banda. Le daba un aire misterioso y adorable. No tanto como Eiji Okumura, por supuesto.
—Tengo mis preferencias. —Nadie le llegaba a los talones a ese chico.
—Ash... —Max le apretó el hombro—. Jessica me acaba de llamar, Michael se siente enfermo así que debo regresar a casa. —Una punzada se le clavó en el corazón al saber que esta era la despedida—. Pero no lo sé, Eiji parece cómodo con ustedes, pensé que...
—Yo lo cuido. —El periodista le arrojó una mirada anonadada antes de sonreír.
—Gracias.
Cuando Max Lobo se fue la verdadera fiesta comenzó.
Encima de la barra pusieron las cosas buenas, las cervezas se acribillaron en la alfombra, la marihuana se tornó omnipotente bajo las luces estrambóticas. El rubio saboreó su porro con ganas, el humo se derritió en su lengua como si se tratase de mantequilla, el papelillo se hallaba amargo y su mente corría rápido. Desafiado por la banda no tardó en aspirar la primera línea de cocaína, el polvo le cosquilleó bajo la nariz, tuvo que golpearse el tabique para devorarlo de verdad. Mierda, fue un viaje relajante. No era fanático del abuso de sustancias, sin embargo, eran los ochenta, estaba explorando su sexualidad y cuando mejor escribía las canciones era volado. Sintiéndose especialmente audaz él enfocó su atención en su presa. Eiji se encontraba apoyado en la mesa de billar con un cigarrillo, el nudo de esa camisa colorida se había aflojado alrededor de su cintura para dejar aún más expuesto su hombro. Los focos convirtieron esa silueta bronceada en dorada, esos infames pantalones cortos hicieron que sus piernas se viesen deliciosamente largas. Una risita retumbó al verlo sucumbir ante la primera calada con una tos violenta. Era un principiante. ¿Cómo se sentiría estallarle la cereza? Arreglándose el cabello para atrás, lo abordó.
Lo provocaría.
—Estás fumando mal, onii-chan. —Él le quitó el cigarrillo para darle una calada. Debajo de la marihuana se escondió un adictivo dulzor. Aunque encontró al moreno coqueteando con otro sujeto, sus ojos se clavaron en él. Apenas lo miró lo hizo sonreír.
—¿Por qué no me muestras, Lynx? —Acorralarlo contra la mesa de pool se profesó demasiado natural, él deshizo el nudo de esa ridícula camiseta para poder delinear su cintura. Maldición, era mucho más seductora sobre esa musculosa. Piel de caramelo, masculino pero delicado, toda una contradicción o tal vez un soneto.
—¿Estás borracho? —Eiji se encogió de hombros antes de enredarse en el cuello del americano.
—Tal vez. —Una polera negra y una camisa de franela verde fueron el reemplazo del vestuario del concierto. Esa fachada casual le pareció mucho más atractiva que tan estrafalaria máscara, más real. Era juvenil, descuidada y le sentaba de maravilla.
—Max me va a matar. —La risita del japonés le quemó el cuello.
—¿Por qué no me dijiste que eras el vocalista de Fish Bone? —Ash sonrió, llevando sus yemas hasta el dobladillo de ese pantalón corto. La sangre le estaba erupcionando en las venas, las luces de neón se posaron en esas tupidas pestañas negras para arrebatarle la respiración. Él lo acercó, la mesa de billar chirrió.
—¿Por qué? ¿Quieres explotar mi fama? —El japonés negó con un puchero que solo pudo describir como adorable. Diablos, era tan lindo.
—No, pero me hiciste quedar como un idiota cuando nos conocimos. —Desde aquella noche en la prisión, él se volvió su obsesión. Lo notaba tras sus pasos, lo sentía en su sombra y no comprendía la razón—. Hubiera sido más amable al insultarte.
—No, me gusta que hayas sido sincero. —Sus piernas se entrelazaron, las palmas del moreno enviaron un espectáculo de pirotecnia a su corazón cuando le acarició los cabellos, eran pequeñas y suaves, se sentían increíblemente bien, como si hubiesen sido creadas solo para tocarlo—. Pensé que eras heterosexual. —Una sonrisa jodidamente descarada le fue obsequiada.
—Yo jamás dije que fuera heterosexual. —La camisa terminó en el piso—. Solo dije que no eras mi tipo. —A Ash Lynx le encantó esa patada de ego.
—Veamos si piensas lo mismo luego de bailar.
—¿Me vas a provocar, Lynx? —Él negó, divertido.
—Tú me vas a provocar a mí.
Se robaron el centro del bar para empezar a bailar, las mejillas de Eiji se hallaban completamente ruborizadas a causa del alcohol, sus ojos desprendían una chispa de sensualidad aterciopelada y enigmática, le fascinó. Tomando su sonrisa como una invitación él se restregó contra tan delicada silueta, le gustaba que fuese más pequeño pero levemente fornido, como si hubiese practicado algún deporte hace tiempo. Las luces le nublaron la razón, el sudor le escurrió desde el flequillo hacia el cuello. El mundo se detuvo para girar al ritmo de esa canción, ni siquiera era de Fish Bone, pero sus compañeros se encontraban demasiado drogados en la barra para notarlo. El éxtasis lo empapó mientras memorizaba las curvas del extranjero con un descaro impresionante, la melodía era pegajosa, esa clase de tonadas que él aborrecía al venderse por popularidad, sin embargo, se profesaba disfrutando porque podía saborear el tabaco en el aliento del moreno y tenía una excusa para apretarle el trasero. Ash se coló dentro de esa ceñida camiseta para acariciarle el vientre, fue tan erótico que no lo pudo creer. Él presionó los párpados, aspirando más de lo que debería esos rebeldes rizos negros.
Esto era un desastre.
¿Por qué era el único provocado?
Estaba jodido.
—No sabía que tenías tan buenos movimientos, onii-chan. —La sonrisa que el cantante le arrojó fue un estrago para su corazón. Todavía seguía mareado por las cervezas y asqueado por el cigarrillo, no obstante, no lo diría. Quería verse cool y encajar. Que el lince de Nueva York lo estuviese tocando como si esperase algo—. ¿Ibe sabe que te mueves así?
—No. —Como si quisiese algo de él, fue excitante—. Ni debe saberlo o me acusará con mi madre. —Ash le apretó el trasero. Ni siquiera se inmutó. Este era un juego de seducción que ninguno se hallaba dispuesto a perder—. Tú tenías movimientos bastante audaces en el escenario.
—¿Te gustaron? —Él lo estrujó más fuerte, el sudor fue una capa cristalina sobre el caramelo de su piel, la manera en que el flequillo le rebotó al ritmo de la canción fue hipnótico, casi pecaminoso. Los mechones pendieron para fundirse en esas pestañas y las pestañas cubrieron esos ojos repletos de oscuridad—. Estaba pensando en ti cuando canté. —De leche con chocolate a melocotón. Fue adorable.
—¿Por qué? —A pesar de la timidez en su voz, Eiji no bajó el mentón—. Tienes a miles de fanáticas.
—Lo haces sonar como si yo fuese genial. —Los dedos del japonés lo acariciaron como seda.
—¿Acaso no lo eres? —Desde esos fornidos omoplatos hasta la extensión de su espalda. Caliente y suave—. Debe ser divertido ser una estrella de rock.
—No en realidad. —El bamboleo los intoxicó, la iridiscencia de la noche pereció bajo la marihuana, Ash se preguntó si quedaría la reminiscencia del tabaco en la lengua del japonés y sintió la necesidad de meterle la suya para averiguarlo—. La mayoría de nuestros días se resumen en viajes eternos por la carretera en la camioneta de Shorter.
—¿No tienes un manager o algo así? —El ambiente cambió.
—Sí. —De repente el corazón le dolió—. Pero lo quiero dejar por... —¿Redes de prostitución? ¿Pedofilia? ¿Corrupción?—. Diferencias creativas. —Una carcajada nerviosa craqueló su imponente fachada de depredador. Él negó, lo único que anhelaba era echarse un buen polvo. Quería que lo provocase, no que conquistase su amor.
—Ya veo. —Eiji apretó la boca—. Eres bastante impresionante en el escenario ¿sabes?
—Lo sé, a las personas les encanta recalcar mi belleza.
—No es eso. —La música cambió—. Es algo mucho más allá. —De repente el moreno se profesó cohibido frente a semejante mirada. Si algo captó su atención desde la prisión fueron esos ojos, eran verdes y líquidos, realmente bonitos. Por eso sentía que solo verlos era un desperdicio—. Es bastante inspirador observarte allá arriba. —Esta era la clase de hombre que se debía atesorar. O al menos ese fue el pensamiento que se permitió tener medio volado medio ebrio—. Retracto lo que dije acerca de tu banda, son geniales.
—T-Tú... —Eiji tuvo que parpadear para comprobar que ese sonrojo fuese real—. ¿De verdad crees eso? —El imponente lince de Nueva York se había ruborizado por un simple halago. Adorable. Tanto que quiso llorar.
—Lo creo. —El bamboleo perdió intensidad—. ¿Por qué van de gira en una camioneta? Son exitosos, supongo que pueden pagar un bus. —Oh, claro que podían. Sin embargo, era su trabajo reformar este maldito sistema, los productores blancos no tardaban en rechazar sus innovadoras propuestas. Además, el cáncer que había empezado a surgir entre los homosexuales los marginaba aún más. Los trataban como escorias.
—Eiji... —Sus dedos se crisparon alrededor de esa fina cintura—. ¿Por qué estás trabajando con el anciano?
—Porque Ibe-san me lo confió. —El rubio negó, bajando el ritmo de sus coqueteos.
—Me refiero a acá, en América. —Un pequeño pellizco se instaló en su corazón tras contemplar amargura en tan bella sonrisa. No le hizo falta conocerlo de tanto tiempo para comprender que esta persona era como el sol. Aunque insistiesen en que él personificaba al alba, este chico era un fulgor genuino.
—Hubo algo que amaba hacer en mi país natal, el salto de pértiga. —No sabía si era el efecto de la borrachera o la incapacidad que había desarrollado para negarle algo al lince de Nueva York—. Pero un día me lesioné y no pude hacerlo más, caí en una depresión bastante intensa. —Le dio igual. Él se reprochó mentalmente, temiendo haber arruinado su conquista con su pasado tortuoso. Vino por sexo no a relatar la triste historia de su vida.
—Lo lamento mucho. —Eiji trató de restarle importancia al encogerse de hombros.
—Estoy bien, no fue la gran cosa. —Él se apartó—. Ya es tarde, Max me debe estar esperando afuera.
Y Ash lo dejó ir sabiendo que mentía.
Debería darle igual, solo fue una cogida frustrada. Eiji Okumura le gustó desde que lo vio y supo que quería probar más luego de visitarlo en prisión, todavía se arrepentía de no haber extendido aún más ese beso. ¡Por el amor de Dios! Era una maldita estrella de rock, podía conseguir a quien quisiese, solo que...
No.
Hubo algo en ese chico que lo atrajo con un fervor inexplicable hacia su calidez, como si fuese un pequeño girasol enamorado del sol. Por mucho que adorase a Fish Bone habían pasado años desde que alguien lo había tratado como un ser humano normal, no como un ídolo que se debía vanagloriar o un líder que infundía respeto con sus imponentes letras. Este chico lo insultó cuando lo conoció, le dijo indirectamente feo y no cambió luego de enterarse de la verdad. Lo ayudó porque le nació hacerlo. Y eso fue algo que el lince de Nueva York encontró sumamente seductor. No quería dejarlo ir, sentía que se arrepentiría toda su vida sino volvía a verlo. Así que se tragó su orgullo y fue a las afuera del bar.
—Eiji...
No le tomó mucho tiempo encontrarlo, el japonés se había apoyado en el muro que daba hacia la autopista mientras fumaba un cigarrillo, estaba apretando los párpados con tanta fuerza para no vomitar, como si esta fuese una prueba autoimpuesta, como si quisiese verse genial. La nariz le enrojeció y el humo le escapó en una tos afónica mientras sacaba la lengua para abanicársela. Ash relajó los hombros, acomodándose a su lado. No era capaz de explicar lo reconfortante que le resultaba la presencia de este forastero, sin embargo, ese tirón de alma lo impulsó a desamarrarse la camisa de la cintura para apoyarla contra esos hombros bronceados. Era esa verde de cuadros, su favorita. Esa que usaba cuando estaba en casa sin hacer nada y trajo a la fiesta porque en el fondo codiciaba mantenerlo a su lado.
No tenía que ser para siempre.
Aunque fuese solo por ahora.
—Pasé cosas realmente duras cuando recién me metí en el mundo del espectáculo. —Eiji parpadeó como si fuese una lechuza y Ash tuvo que presionarse el pecho para que los sentimientos no se le escapasen—. Conocí a gente de mierda que se aprovechó de mi familia.
—Ash. —Esa pronunciación de estornudo le aligeró la garganta.
—Fue difícil, entiendo lo que es... —Él se tiró del flequillo, sabiendo que la cerveza le había aniquilado las neuronas y esos relucientes 200 puntos de IQ se encontraban en el tacho de la basura—. No sé por qué te estoy contando esto. —Pero el moreno se dio vueltas en la pared para mirarlo, era rasposa y se hallaba repleta de grafitis. Se parecían a los que estuvo repasando en la banca de la prisión.
—Creo que yo lo entiendo. —Eiji le sonrió, como si de verdad lo hiciese—. Gracias. —Y realmente se profesase agradecido por estos torpes intentos de exposición. Aslan siempre había odiado involucrarse con las personas.
—¿Todavía te duele? ¿La lesión? —Sin embargo, acá estaba. Tratando de navegar por esos inmensos ojos cafés en busca del significado de la vida. Tan bohemio como bizarro.
—Ya no. —El moreno se miró por inercia el tobillo y así lo supo. Físicamente no le dolía, pero su corazón—. Estoy mejor. —Todavía sangraba—. Me he divertido mucho contigo, Ash. —Eiji metió sus palmas en los bolsillos del short, el encendedor pendió entre sus dedos junto a las costuras—. Creo que eres mi primer amigo acá. —La tensión se esfumó bajo la farola del bar.
—¿Amigos? —La indignación fue evidente—. Pensé que éramos mucho más luego de ese beso. —Esa matita abenuz rebotó bajo su risa. Fue un sonido maravilloso pero sutil, el canto de un canario. Los latidos le retumbaron en los tímpanos mientras admiraba el efecto mariposa.
—Cierto, me metiste la lengua hasta las amígdalas. —El más joven repasó la manera en que esos mechones se confundían entre las estrellas, parecían tinta derramada del mismo frasco de la noche. Pero su sonrisa era puro sol. Qué disonancia más maravillosa—. Eso no fue muy heterosexual de tu parte. —O quizás se hallaba demasiado drogado para procesarlo.
—Yo jamás dije que lo fuera.
—Pero los medios sí. —Aslan esbozó una sonrisa sagaz.
—¿Entonces me has buscado en los medios de comunicación? —Un tímido sonrojo encendió esas mullidas mejillas, el cigarrillo pendió hacia el piso para hundirse en la granita.
—Luego del concierto te busqué en internet. —Sus hombros se rozaron y ellos fingieron que fue un accidente—. Eres bastante polémico. —Ash se paró al frente del moreno para encerrarlo entre su pecho y la pared. No tuvo que decir nada para acariciarle la nuca, le gustaba la forma en que esos rizos cosquilleaban entre sus yemas.
—¿Qué fue lo que encontraste, onii-chan? —Y adoraba la manera en que este chico le seguía el juego.
—Que tu pasatiempo favorito es ir cazando chicos bonitos extranjeros para devorarlos. —Una risita infantil retumbó por la noche.
—¿Te acabas de llamar bonito?
—Depende... —Los dedos de Eiji se volvieron a acomodar en el cuello del americano, la adicción que ese toque significó fue mucho más potente que la marihuana y mortífera que la cocaína—. ¿Crees que soy bonito?
—Mucho. —Ambos quedaron rojos—. Maldición, debía seducirte no quedar seducido. —Esa camisa de franela le llegaba hasta la cadera al japonés, eso le pareció irresistible. ¿Cómo se vería desnudo debajo de la tela?
—Iba a decir lo mismo. —Eiji se tuvo que alzar en la punta de sus pies para llegar más cerca.
—¿Me dejarás cortejarte? —El moreno sonrió bajito.
—Solo si primero me invitas un café.
Y aunque Ash Lynx quería que esto fuese un acostón de una noche, él tuvo el presentimiento de que irían mucho más allá.
En Brooklyn lo provocó.
Era 1981.
Todavía no sé si meter esta cosa a la dinámica porque la siento muy adulta y me preocupa. Pero igual, esta semana estaré dedicada netamente a este fic para acabarlo. Aunque este capítulo debía abarcar más cosas que no alcancé y por eso creo que serán 4, oh bueno. Soy un desastre. Muchas gracias por leer.
¡Cuídense!
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