11
=Narra Keila=
Cuándo me vuelvo a despertar ya es de tarde así que camino a la cocina, cuando me detengo en seco al ver que mis padres están en ella.
Rápidamente subo a mi habitación sin que se den cuenta de mi presencia cogiendo un abrigo de mangas largas para ocultar la herida. Una vez ya oculta vuelvo a bajar con la respiración un poco agitada, pero después de varias inhalaciones vuelve a ser normal por lo que avanzo; y saludo a mis padres.
— Hola madre, y padre —al oírme dejan las cosas que estan haciendo y vienen a abrazarme.
— Hola cariño, ¿cómo estás? —pregunta mi mamá mirándome a los ojos.
— Bien —miento fríamente— ¿por qué la pregunta? —cambio la vista.
— Keila dile la verdad a tu madre —padre de repente reclama— sabemos lo que le pasó a Sofía —dice discriminatoriamente, echándole más sal a la herida.
— Si saben entonces para qué preguntan —el nudo en mi garganta no tarda en aparecer de golpe—. Creo que es más que obvio. —los miro con el ceño fruncido—. Sinceramente a qué vinieron ustedes, porque no creo que sea para saber de mí.—digo empezando a molestarme.
— Regula tu tono de voz. —exige mi padre.
— Vinimos a llevarte con nosotros. No creo que sea buena idea dejarte sola en esta casa —me responde mi madre tratando de calmar el ambiente.
— ¿Qué? —jadeo por la sorpresa que me abruma—, deben estar bromeando —en ese momento la ira estalla en mi sistema—. Ahora les preocupa que esté sola, ¿y todo este tiempo?, No les importó. —escupo con enojo cada una de mis palabras.
— Las cosas no son como piensas hija, hay cosas que no sabes y no es tu deber o derecho saberlas —dice mi padre con una voz sombría, eso causa que mi piel se erice.
— ¿Cómo que cosas?, ¿Las que ya sé? —alzo una ceja incrédula—. Que no les importo, que se la pasan viajando, que sólo están aquí para mi cumpleaños que es dentro de dos días, y se vuelven a ir hasta saber cuánto tiempo —me desahogo, ya que son tantas cosas que ahora mismo proceso, que ya es fácil decir la verdad de una maldita vez—. Si son esas, me las sé de memoria —ya en ese momento mi volumen de voz es elevado.
— No es así cariño, cálmate y deja que te expliquemos. —comenta mi madre en tono de suplica.
— ¿Explicar qué? —reviro severa—. Sinceramente no me importa, la verdad es que ustedes sólo están aquí cuando les conviene —una vez que termino la oración, me dispongo a salir de la casa porque me han hartado, pero me detengo ante las palabras de mi padre, y principalmente, su agarre tan fuerte.
— Keila detente ahora mismo, ya estoy cansado de esa actitud infantil tuya.—se acerca, y me sujeta por el brazo—. Aunque no quieras saber la verdad te la voy a decir a ver si maduras de una maldita vez. —su rostro muestra ira y cansancio pero prosigue en hablar—: En dos días cumples la mayoría de edad así que te lo voy a decir aunque tu madre está en desacuerdo. —me quedo callada, pasmada, y paranoica.
«¿Qué?, ¿qué otra mala noticia o peor que la muerte de Sofía, y luego el extraño comportamiento de mis padres?, ¿Qué?, ¿¡Qué más!?». Pienso con angustia.
Pero atenta, porque mi madre me confirma con su silencio que lo que voy a oír no va a ser agradable.
— Eres adoptada.
Con esa dos palabras, mi mundo se detiene. Mi padre o quien creí que era mi padre me suelta el brazo al estar yo en schok.
— ¿Cuándo m-me iban a decir? —logro soltar aún pasmada, tratando de procesar esa información.
— Cuando fueras más madura, o tal vez nunca —confiesa mi padre como si fuera la situación más cómoda del mundo—. Por eso trata de comportarte, y nos respetas, porque te dimos una vida mejor a la que podrías tener. —me quedo asombrada cuando me chantajea con algo que ni siquiera sabía.
— Hija eso.
— Eso sí cambia todo —corto de tajo a mi madre, o a la que creí era mi madre, y aún perpleja me defiendo—: Yo no les pedí que me adoptaran. Si lo hicieron fue porque quisieron. No pidan que los comprenda o que los respete cuando me han mentido todo este tiempo —mi voz llega a cortarse, pero prosigo sin retorno—: Además, siempre han sido padres ausentes en mi vida. Verlos en mi cumpleaños o en alguna otra festividad del año no cambia eso... Los que considero familia son quienes se han mantenido todo este tiempo a mi lado y no necesitan preguntar para saber cómo estoy. Ustedes nunca estuvieron, ni estarán en mi vida. —un hipo se me escapa—. Los odio.—suelto con todo el rencor e ira posibles.
Salgo de esa casa porque no logro respirar normalmente, y las lágrimas se deslizan por mi rostro.
***
Después de salir del lugar que consideraba hogar, camino un buen rato tratando de calmarme y asimilar que mi mundo entero se a derrumbado.
Entro en una librería ya que necesito silencio a mi alrededor y, sinceramente ya no sé qué esperar; Sofía, mi casa, mi realidad, mi familia se han ido.
Para calmarme escogo un libro y voy al ricón más apartado sentándome para comenzar mi lectura de Despacho 108.
Una vez que termino la última página, lo coloco en su sitio para poder salir a la calle.
Estando yo afuera pienso llamar a Nick sabiendo que actué mal con él, para poder disculparme y desahogarme, pero me acuerdo que el celular se quedó en mi habitación, antes de la pelea y la cruda verdad.
Trago en seco deshaciendo el nudo.
Me pongo a caminar sin sentido y dirección hasta que choco con alguien por estar sumergida en mis pensamientos, haciendo que pierda el equilibrio y vaya para el suelo. Sin embargo no llego a tocarlo, ya que una mano me envuelve alrededor de mi cintura evitando lo inevitable.
Una vez que logro incorporarme pido disculpas algo avergonzada.
— Lo siento no estaba viendo por donde caminaba. —digo sin levantar el rostro por estar roja de la vergüenza.
— No te preocupes Keila, se sabe que no es buen día para ti. —ante la mención de mi nombre, levanto la vista sólo para encontrarme con la mirada evaluativa, acompañada con el brillo de los ojos oscuros de Lucas; y allí sin explicación lógica, me pierdo en ellos.
— Lucas —menciono su nombre en un suspiro desalentada—, de verdad lo siento, sinceramente no estoy en mi mejor momento. —'uelvo a disculparme, sintiéndome aún más avergonzada por chocar con alguien que me conoce—. Nos vemos después, a-adiós —trato de terminar esa situación lo más rápido posible.
— No tengas tanta prisa —pide de repente en un tono de voz sereno—, olvidemos este incidente. Además no te voy a dejar sola en ese estado —hace una mueca elevando su mentón, como apenado—. Voy a ser sincero ya que creo que no te has visto en un espejo, pero pareces un fantasma —confiesa jadeando—, y por favor no te ofendas. —su mirada parece buscar algo en la mia.
— Está bien, incidente olvidado —hago una seña con las manos de “eliminado”—, y no me voy a molestar porque eso, es lo menos que me interesa ahora. —cambio la mirada para evitar encontrarme con la suya.
— Si necesitas desahogarte te voy a escuchar —ofrece realmente preocupado—, aunque lo mejor es que te lleve a tu casa, ya está oscureciendo. —ofrece su mano como todo un caballero.
— Gracias pero lo menos que quiero es ir a mi casa.—rechazo educadamente, y con sinceridad.
— Si no quieres volver a tu casa ¿dónde vas a pasar la noche? —inquiere mostrando preocupación—. Tu cuerpo pide a gritos que necesitas descansar. —cuestiona mi respuesta.
— No lo sé —frunzo el ceño ligeramente, y luego lo relajo—, pero para mi casa no voy... Ese ya no es mi hogar. —lo desafío con la mirada y me defiendo de sus interrogantes.
— Está bien, cálmate un poco. Si no tienes dónde estar, puedes quedarte en mi casa. —ante eso mi cara debió mostrar mi confusión ya que agregó—: Sé que debe sonar, extraño.... ya que apenas nos conocemos, pero tampoco puedo dejarte en la calle, y menos sola —su mirada y sus palabras me transmiten seguridad.
— ¿Dónde dormiría si aceptara? —cuestiono su oferta.
— Yo dormiría en el sofá de sala de estar, y tu en la cama del cuarto, ya que se nota que necesitas descanso —escucho su respuesta, y tenso los labios reprimiendo una pequeña sonrisa—. No me digas que pensaste que íbamos a dormir juntos. —sonríe sin mostrar los dientes—. Eres un poco pervertida, aunque no te culpo, ¿quién no quisiera estar con chico como yo? —me muestra una sonrisa más amplia, como si toda la situación le divirtiera.
— Claro que no pensé eso, no seas idiota. —ruedo los ojos—. No malinterpretes las cosas, la acepto porque no quiero ver a quienes se suponía que eran mi familia, y porque discutí con Nick, así que no me puedo quedar con él. —frunzo un poco el ceño, y luego le miro—. Anda, guía el camino, a ver si termino el día sin más sorpresas. —me quedo esperando su respuesta.
— Lo que ordene la señorita. —imita una voz muy ronca y divertida—. Sígame a sus lugar de descanso.
Se me escapa una risa pequeña ante su actitud.
Nos dirigimos a su casa, y todo el camino transcurre en silencio, cosa cual agradezco ya que estoy agotada físicamente y mentalmente.
Una vez que llegamos Lucas me muestra la habitación; le agradezco su ayuda y espero que salga para acostarme en el cama, así, quedándome dormida.
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