Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Todo va a estar bien

Verónica Rowell

En una ciudad no muy amplia llamada Aftil, caminando cerca del gran hospital, sostenía una carta de despido en mi mano, mientras me rascaba la cabeza preguntándome cómo decirle a mi hermana que perdí mi trabajo y tenía una gran deuda con la renta.

En ese momento una mujer no muy mayor salió de aquél edificio médico desplomándose de la nada, enseguida todos se acercaron para socorrerla, pero de repente alguien más cayó desde el piso más alto del edificio; como buenos curiosos ciudadanos nos acercamos para ver qué había ocurrido, algunos corrieron dentro para llamar médicos, haciendo que un joven enfermero de pelo azabache y con bata blanca viniera con rapidez hacia la persona que había caído para tomar su pulso, mientras un grupo de paramédicos corrían hacia la mujer.

—Está muerto… — dijo el enfermero, cabizbajo.

De todos modos sabíamos que era imposible sobrevivir a una caída de tal altura.
Pero ¿qué veían mis ojos?, no tenía sentido, los ojos sin vida de aquel muerto giraron bruscamente hacia el enfermero como despertando de una satisfactoria siesta, sin darnos cuenta este se levantó, listo para su banquete se abalanzó sobre el enfermero mordiéndolo sin que éste pudiera esquivarlo.

Todos como era de esperarse salieron corriendo, huían, pero…

¿De qué?

¿Eso de allí era un zombie?

¿Un muerto viviente?

Mi mente estaba enredada, intentando hallar la respuesta a lo que sucedía, cuando la realidad volvió a mí en cuestión de segundos, mis ojos observaron a un pequeño niño corriendo por su vida de aquella mujer del inicio, inmediatamente corrí tomando una pala del parque cerca del hospital, considerando que no se podía llamar robo, corrí con todas mis fuerzas hacia el pequeño, dándole un fuerte golpe a la cara de la mujer con la pala, sintiendo el gran peso de la pala haciéndome perder el equilibrio, el golpe hizo que la cabeza de la mujer girará y que su cuerpo cayera al suelo, en ese momento solo recordaba las películas, me aferré a la pala con ambas manos comenzando a golpear la cabeza de la mujer hasta que mis brazos no resistieron más, su cabeza había sido destrozada y su rostro había desaparecido entre la sangre, respiré profundamente aguantandome los deseos de vomitar, corrí hacia el niño aún sosteniendo la pala con una de mis manos.

Acabo de asesinar a alguien, esta mujer, era una persona, mis manos me temblaban.

—¿Estás bien?— pregunté y él con lágrimas en sus ojos me miró y señaló su barriga; tenía una mordida, llegué tarde, mis piernas quedaron temblorosas y casi no podía moverme. —. Todo va a estar bien, ¿si? Todo va a estar bien.— le dije acariciando su cabeza y lo cargué como pude.

De repente se acercó un infectado con deseos de arrancarme la piel, con toda la fuerza que me quedaba lancé la pala con una sola mano golpeándolo, aprovechando para correr con el niño en brazos, en cualquier momento podría convertirse y morderme, no quería simplemente dejarlo y no tendría el corazón para matarlo, lo llevé al parque y lo dejé en un columpio donde lo comencé a mecer, con mis lágrimas fuera lo dejé al ver que comenzaba a gemir de dolor, sin mirar atrás corrí hacia la calle buscando algún medio para escapar, en ese momento vi como un hombre abrió su auto desesperadamente, antes de ser atacado por un infectado que lo derribó, precipitadamente corrí hacia él tomando la llave del carro, entrando en este y usándolo para huir.

La carretera estaba completamente llena de tráfico, el auto no era una opción y bajarme tampoco porque la ciudad se había comenzado a volver una catástrofe, pero debía llegar, debía llegar al colegio para recoger a mi hermana, no debía, tenía que llegar. El colegio estaba lejos del hospital, pero por como van las cosas esto no va a tardar mucho en hacerse grande.

Me bajé del auto y busqué rápidamente un transporte, ¡una moto!

Frente a mi cara había una moto Rali modelo Caribe ll, fácil de manejar, las aceras se había. llenado de gente huyendo que, pues como yo habían decidido dejar sus autos, así que me monté en la milagrosa moto, la encendí y yendo por cualquier espacio libre que veía lo más rápido que pude, esquivando todo casi le paso por encima a más de una persona consciente.

Mientras a mi alrededor veía de soslayo como esas cosas mordían, no, arrancaban partes del cuerpo como si estuvieran despedazando el pavo de navidad.

—Llegué.— soltaron mis labios jadeando nada más tocar el patio de la escuela.

—¿Hola, puedo ayudarte?— me habla una maestra de cabello corto y grisáceo, lentes, voz calmada y manos cruzadas sin siquiera tener en mente de lo que hay allá afuera ahora mismo.

—Sí, vengo a buscar a Gabriela por favor, Gabriela Rowell— dije respirando con dificultad y desesperadamente agitándole los hombros —. ¡Es una emergencia señora!

—Cálmese señorita por favor, en un momento ella está aquí.

La profesora caminó dentro, miré y de lejos, se veía como Aftil caía lentamente, policías, muertos ¿muertos vivos? Nada de lo que se veía desde aquí tenía sentido para la realidad que antes se conocía. Era como una pesadilla.

Salió mi hermana, con una sonrisa alzando la mano; su precioso cabello medio rojizo suelto y sus brillantes ojos color verde con aquel brillo especial que la caracterizaba.

—Vámonos.— Le dije y ella solo quitó su sonrisa poniendo su vista, ahora opaca, por encima de mi hombro.

Detrás de mí estaba uno de esos muertos vivientes comiendo vivo a uno de los compañeros de clase de Gaby. Mi hermana soltó un grito que llamó la atención del colegio, niños gritando por aquí y por allá, fui con mi hermana la abracé fuerte y le dije:

—Vamos a estar bien.— Ella asintió sin decir una palabra, la cargué en mis brazos como acción innecesaria pero impulso propio, —que pesada estaba—, pero eso fue lo menos en lo que pensé en ese instante de adrenalina y me dirigí hacia la profesora.

—¡Dame las llaves del autobús!— tenía la suficiente experiencia al volante y pensaba aprovecharla. La señora llorando asiente sin parar y me da las llaves con las manos temblando. —. Súbete y sube algunos niños contigo.

Ella corrió hacia niños que estaban lejos de aquellas tragedias, buscó algo con que defenderse y se subió al autobús en nuestra espera.

Yo le digo a mi hermana que corra con la profesora y aprovechando que estamos en el patio de juegos tomé un bate del equipo de béisbol dándoselo a mi hermana para después subir al autobús saliendo de este terrible escenario.

—¿Qué está pasando?— indaga una pequeña niña de kinder, apretando mi pierna en lo que yo conducía a toda velocidad por fuera de la carretera intentado salir de la ciudad.

—Todo va a estar bien.— Es lo que he dicho todo el día, pero la pequeña se calmó y hasta sonrío, fue con la profesora y los demás, tomé la mano de mi hermana que estaba a mi lado de copiloto camino a un lugar seguro. Pero...

¿En este mundo hay un lugar seguro?

***

—¿Cuántos somos?— se me ocurrió preguntar para romper el silencio que invadía el transporte

—No muchos.— contesta la profesora.

—¿Números?— cuestioné alargando el tema.

—Uno, tres, cinco, siete...— la maestra cuenta con el dedo índice cada una de las cabezas sentadas en el autobús y la otra mano en el puente de la nariz sosteniendo sus lentes. —Siete, somos siete contándonos a ti y a mí.

—Bien, digan sus nombres y preséntense, como si fuera el primer día de colegio.— les hablé inspirando confianza ya que todos se veían preocupados.

Con obvias razones.

—Me llamo Estela.— se presenta una niña, más o menos de once años, menor que mi hermana quizás, morena, con cabellos de rizos rojos y grandes ojos.

—Yo soy Daniel.— se pone de pie un niño de la esquina con un inhalador en la mano, lentes y cabello oscuro, de la misma edad que Gabriela o más.

—Yo... me llamo Bela.— la pequeña tímida, la que había sonreído con dulzura ante mi consuelo, ojos llamativos dorados como el verdadero oro y el cabello mejor cuidado que había visto.

—Y mi nombre es Mike.— chico guapo, seguramente el mayor de acá, el típico que muere primero en las películas de terror; camisa de fútbol y sus cabellos con un rubio oscuro.

—Yo me llamo Gabriela.— agregó mi hermana.

—Bien, mi nombre es Verónica ¿y el suyo profesora?

—Me llamo Karla.

—Ya que todos nos conocemos, ¿Alguno sabe de un lugar lejano que parezca seguro para esta situación? Nosotras no solíamos salir de la ciudad.— señalo a Gaby con la cabeza incluyéndola en mi oración.

—A unos kilómetros hay una base militar.— comentó Daniel.

—No creo que sea lo que buscamos— veo por el retrovisor como Daniel bajó la cabeza como si no hubiera aportado nada importante, decepcionado de mi respuesta. —, pero podemos pasar por allí.— En su rostro mostró una sincera sonrisa agradecido y mi mirada volvió a la carretera.

—¿Cuánta gasolina queda?— preguntó Karla.

—Está llena— todos, incluyéndome, soltamos un suspiro de alivio.

—Yo...— soltó Estela sin terminar dándonos intriga a todos los presentes.

—¿Tú qué?— cuestiona Mike apoyándose en el asiendo de al frente.

—Yo conozco un lugar.

—¿Y? Cuéntanos— agredió Mike a Estela. —, no te lo quedes para ti sola.

—Tranquilos chicos, déjenla hablar.

—Mi papá es doctor fuera de la ciudad, y d-después de la base militar está un hospital reforzado y, muy cerca también hay un pequeño pueblo bastante organizado, dónde verás un centro comercial gigante, allí compré estos zapatos...

—Sí, no nos cuentes tu vida.— murmuró Mike.

—Me alegra haberte escuchado, bien, manos a la obra, ¿tienen algo de comer?

—Todos aún tenemos nuestras loncheras.— resalta Gaby alzando su lonchera, todos siguieron su acción y levantaron las suyas.

—No coman nada, lo van a necesitar.— mirando por el retrovisor nuevamente los observó a todos.

—¿Esto es de lo que hablaba el loco de la ciudad?— pregunta Daniel hundiendo las cejas.

—Supongo que, no estaba tan loco como todos creíamos.— todos me miraron con preocupación y bajaron la cabeza mirando el suelo del autobús.

Estoy segura de que todos tienen miedo, pero resultaron ser unos niños aparentemente fuertes. Aceleré un poco, no mucho para no gastar tan rápido la gasolina y avanzamos, en silencio, no había ni el ruido de una mosca, el único sonido que se percataba era el del viento, el viento soplando las hojas, golpeándolas con fuerza como si algo malo estuviera a punto de pasar.

Todos callados; mi hermana se movió junto a Estela para entablar conversación, Mike estaba solo en uno de los asientos delanteros apoyado en sus rodillas y Daniel en los últimos en una esquina mirando por la ventana, a la pequeña Bela se le notaba la preocupación, abrazaba desconsolada a Karla con ojos cristalizados.

Mientras que a tan solo unos minutos se encontraba nuestra primera parada.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro