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Capítulo 9: Reencuentro

Desperté en la mañana un poco rezagado por lo de anoche, lo bueno de mi persona es que no me da resacas fuertes, por lo que solo sentí un pequeño mareo de cabeza. Lo primero que noté era que tenía una cobija encima, la examiné y era la misma cobija con la que había tapado a Xime la primera noche que estuvo conmigo. Busqué mi celular que lo había dejado en la mesita de sala anteriormente y vi la hora, casi 10 de la mañana. Me quité la cobija y me senté en el sillón.

—Buenos días, dormilón —escuché a Xime desde el comedor.

Noté que olía riquísimo, como cuando ella cocinaba, me encantaba. Me paré y caminé hasta el comedor. Estaba desayunando en un pijama rosa con estampados de figuras geométricas, se veía hermosa con lo que sea.

—Hay un desayuno a un lado del microondas, es tuyo. —comentó casi con la boca llena.

Asentí con la cabeza y fui por mi desayuno, cocinaba tan delicioso que mi estómago se estaba enamorando de ella. Regresé al comedor y me senté a un lado con ella.

—¿Y cómo te fue? —preguntó rompiendo el silencio.

—Bien, ya sabes, música, personas, etcétera. Aunque tengo una pregunta, ¿cómo es que desperté con la cobija encima?

—Bueno... —rio un poco y me miró divertida—, me desperté en la madrugada y como vi que estabas dormido en el sillón me diste ternura, así que fui por una cobija y te tapé.

—Gracias por eso —reí un poco—. ¿Tú cómo dormiste?

—Bien, un poco preocupada por ti, pero bien.

—¿Preocupada por mí? —pregunté incrédulo.

—Temí que te pasara algo.

—Ya no es necesario que te preocupes, ya estoy aquí.

Ambos reímos y platicamos un poco de cosas sin importancia, así pasó la mayoría del desayuno. terminamos y yo lavé los trastes, era lo mínimo que podía hacer.

Ella se quedó en la mesa del comedor viendo su celular. Terminé y fui hasta ella, no sin antes asustarla un poco, me golpeó por eso, pero fue tan divertido. Me senté a su lado y la miré fijamente, era tan hermosa que dudaba si fuera una simple mortal. Notó que la miraba por lo que mantuvo fija la mirada en su celular y se sonrojó. Se escuchó el timbre en la puerta y me extrañé, no esperaba a nadie.

—¿Esperas a alguien? —pregunté.

Ella negó con la cabeza y me extrañé aún más, nunca nadie venía en domingo en la mañana, por lo que me paré para ir a abrir. Xime también se paró inmediatamente al oír que insistían.

—Yo abro —dijo Xime.

Asentí y me senté de nuevo, caminó hasta la puerta y miró por la mirilla, me regresó la mirada muy asustada, eso me empezó a espantar un poco, algo realmente malo pasaba, nunca la vi tan asustada.

Abrió la puerta lentamente y escuché la voz de dos personas, un hombre y una mujer, un poco mayores.

—Hola, hija —escuché la voz de la mujer.

Inmediatamente me levanté y toda la sangre se me fue del rostro. Miré a Ximena quien también tenía la misma expresión.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Xime.

—¿No nos vas a invitar a pasar? —preguntó el hombre.

Xime me miró muy asustada y solo asentí la cabeza, ella les dio más espacio para entrar y así lo hicieron. Era una señora de alrededor de unos cuarenta años de cabello un poco castaño largo, el señor, más alto que su esposa, con medio cabello canoso con un bigote muy bien recortado.

Caminé hacia Xime quien estaba demasiado asustada, eso era una alarma. La señora me miró y me analizó por un instante.

—¿Quién es él? —le preguntó la señora a Xime.

—Él es mi... —dijo nerviosa.

—Soy su esposo —completé.

Abracé a Xime por la espalda para intentar calmar su pulso que ya estaba alto, y al parecer funcionó porque bajó poco a poco. La señora, quien suponía que era su madre, me volvió a analizar de pies a cabeza y eso me incomodaba, el señor empezó a observar mi casa.

—¿Y el anillo de matrimonio? —preguntó la mujer a Xime.

Me paralicé un poco a la pregunta, no se me ocurría nada para decirle, puede que se dé cuenta de que es un teatro. Me miró fijamente su padre. Literalmente se podía respirar la tensión.

—¿Qué haces aquí, madre? —preguntó molesta Xime.

—Vine a revisar cómo estabas, y por lo que veo muy bien —dijo mirando la casa.

—Estábamos muy preocupados —argumentó el señor.

Cuando dijo eso me dieron ganas de golpearlo, era realmente hipócrita que dijeran eso cuando antes habían querido que abortara a su bebé. Me puse tenso y Xime, al percatarse de eso, me agarró fuertemente la mano en señal de que no hiciera nada.

—Como ven ahora estoy muy bien —dijo Xime de mala gana.

—Perdónanos, cariño —dijo su madre mirándola a los ojos.

—No me digas "cariño", porque no puedo olvidar lo que me trataron de hacer —dijo Xime furiosa.

La abracé fuertemente arriba de su vientre, sabía que si no lo hacía iba a matar a su madre. Su padre me seguía mirando fijamente. La señora me miró por un segundo y regresó a Xime.

—Necesitamos hablar bien —dijo la mujer seriamente.

Xime rodó los ojos y exhaló lentamente. En serio esta tensión es muy fuerte, y más para el bebé que no quería que sufriera los estragos de la situación.

—¿Nos puedes dejar a solas, mi cielo? —me preguntó Xime.

La miré de forma extraña, pero disimulada, era la primera vez que me decía "mi cielo", y se sentía muy bien. No me parecía que la mejor idea era dejarlos a solas.

—¿Segura? —pregunté a su oído.

Xime solo asintió con la cabeza. Le di un beso en la mejilla y la dejé de abrazar. De verdad no me parecía una buena idea dejarlos a solas, sabía que podía pasar un desastre, pero era la voluntad de Xime, así que no podía hacer nada. Agarré mi celular que estaba en la mesa y me dirigí hacia la puerta.

—Voy a revisar el correo a la recepción, cariño —dije como impulso—, si sucede algo me llamas.

—Sí, amor —me dio un beso en la mejilla.

Abrí la puerta y miré fijamente a sus padres antes de salir. La cerré lentamente y me dirigí hasta el elevador. Realmente temía que sucediera algo malo, pero tenía confianza en Xime.

Bajé hasta la recepción y saludé a la recepcionista nueva. Una mujer joven de ascendencia hindú, se vestía muy bien, aunque no sabía su nombre.

—Buenos días, ¿hay correo para mí? —pregunté.

—Señor Flores, ¿verdad?

Asentí con la cabeza y se giró en la silla hacia los cubículos que estaban atrás de ella. Buscó el número de mi pent-house y regresó a mí.

—No, señor, no hay correspondencia para usted —dijo amablemente.

—De acuerdo, muchas gracias —contesté—, por cierto, no sé tu nombre.

—Me llamo Vanessa —respondió.

—Que tengas un lindo día, Vanessa —sonreí.

—Igual usted, señor Flores —dijo amablemente.

Me volteé y me dirigí hacia el elevador, quería ir a checar como estaba Xime con sus padres. Antes de que pudiera tocar el botón del ascensor sonó mi celular, lo vi inmediatamente pensando que era una llamada de Xime diciendo que me necesitaba, pero cuando vi el contacto me decepcioné bastante. Era Eva y ya me imaginaba que es lo que quería, ya no podía evitarla más por lo que contesté a la llamada.

Sebastián, al fin que puedo hablar contigo —dijo un poco molesta.

—He estado ocupado, ¿qué quieres? —pregunté.

Necesitamos hablar, no puedes más evitar este tema.

No quería ni pensar en el tema, pero joder, tenía razón, no podía evitarlo más y mucho menos ahora teniendo a Xime conmigo. Tenía que acabar con esto de una vez por todas.

—¿En dónde estás? —pregunté deseando que estuviera lejos.

Estoy en el hotel "San Patricio".

Cuando me dijo eso me asusté un poco, ese hotel se encuentra a un par de calles de aquí, en serio sí que está cerca, pero necesitaba verla.

—De acuerdo... —empecé—, nos vemos en el café "San Francisco" en 15 minutos.

Está bien, nos vemos allá.

Inmediatamente colgué, ya no necesitaba saber más de aquello. Fui con James que estaba en la puerta del edificio.

—James —comencé—, mi Pent-house tiene visitas, verificas si está bien y si notas algo raro o gritos me avisas a mi celular.

—Sí, señor Flores, lo voy a revisar muy bien.

Asentí con la cabeza y fui por mi auto, me subí y conduje hasta el café. El lugar estaba a 10 minutos de donde vivo.

Todo el camino estaba muy nervioso, no sabía qué hacer o qué decir cuando la viera, hace más de 2 meses que no sabía nada de ella.

Llegué sin muchos ánimos y bajé lentamente del auto después de estacionarlo enfrente. Entré y pedí una mesa para dos, la mesera amablemente me guio a esta y cuando arribé me senté y pedí un café americano.

Esperé 2 minutos y fue cuando llegó, llegó Eva en su chaqueta negra, blusa blanca, un jean y sus botines negros. Algo con lo que típicamente se vestía, bien maquillada, eso debía de reconocerlo, de cabello rubio, de ojos azules y una belleza bastante admirable. Miró toda la cafetería y me vio, no sé cómo describirlo, pero pareció que sus ojos brillaron y sonrió alegremente, pero disimulada.

Caminó hasta donde estaba yo y se sentó enfrente de mí. Apostaría lo que fuera que cruzó las piernas porque la conocía, aunque no lo podía ver. La mesera trajo el café que le había pedido.

—Aquí está su café —dijo poniéndolo en la mesa—, ¿usted quiere algo, señorita? —le dijo extendiéndole el menú.

Eva me miró directamente y sonrió, conocía esa sonrisa, ese tipo de sonrisa que sabía que es lo que diría.

—Lo mismo que él —dijo señalándome.

Me volteé hacia la mesera quien anotaba lo que había pedido, miré de reojo a Eva quien solo me observaba.

—¿Es todo? —preguntó la mesera.

—Sí—respondió Eva regresándole el menú.

—Ok, ahora vuelvo con su café.

Asentimos y se fue, me quedé solo en la mesa con ella, tomé un sorbo de mi café y la miré fijamente, imaginaba qué es lo que pensaba.

—Y... —empezó— ¿cómo estás?

—Bien —contesté sin ánimos.

Me recargué en el respaldo de la silla y volví a tomar otro sorbo a mi café, estaba analizándola para saber si había cambiado algo en ella.

—¿Y cómo está Kendall? —preguntó más seriamente.

—Aun te odia —respondí—, no te perdonará lo que le hiciste.

—Sebas, cambié.

—No —me reí irónicamente—, tu no cambiaste, sigues siendo la misma de siempre.

—En serio créeme que cambié —dijo con una mirada que no pude descifrar—, te quiero a ti.

—No, cariño, tú no quieres a nadie.

La mesera llegó con el café y lo dejó en la mesa, preguntó si queríamos algo más, pero ambos respondimos al unísono que no.

Vi de reojo a mi celular para ver y/o saber si tenía alguna llamada perdida o mensaje de Ximena, pero cuando verifiqué que no era así, lo guardé en mi pantalón. Me acerqué inclinándome hacia ella.

—Eva, esto se acabó.

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