Capítulo 6: Frustración
La maravilla de tener a alguien diferente contigo, es que te acompleta. Eso es lo mismo que sucede conmigo y Ximena. Ambos somos diferentes en algunos aspectos. Ella es más extrovertida, yo más introvertido. Ella haría toda una fiesta para mí, yo preferiría una comida íntima. Sin contar que yo tengo 32 y ella tiene 24 años. Pero aún así, sé que me acompleta, me llena de vida y las ganas de vivirla.
Ha sido como mi luz en todo este camino, lo cual le he agradecido siempre, y me regaló dos hermosos hijos, algo que nunca podré recompensar.
Y justo así, después de muchas aventuras juntos, y sacrificios que tuvimos, estamos ahora juntos, como una linda familia feliz.
Y a juntos me refiero literalmente, porque nos encontrábamos en una tienda de ropa de infantes. Lindsey deseaba con todas sus ganas un vestido con otro dinosaurio en ella, mientras que la ropa de Colin le empezaba a quedar pequeña, así que necesitábamos un cambio de su talla, sin olvidar mencionar que empezaríamos a hacer presupuesto para la llegada de nuestro nuevo bebé.
Me pregunto ¿cómo reaccionarán mis hijos ante la noticia de que llegará un nuevo hermanito? Aún no lo sabían, pero no faltaba mucho, solo era cuestión de esperar un poco más.
—Lindsey, ¿cuál te gusta más?
La pequeña recorría los pasillos de los vestidos tocándoles con la yema de sus dedos mientras daba pequeños brinquitos. Sabía que estaba esperando algo que le llamara su atención, hasta que por fin, después de unos dos minutos, eligió un vestido rosa que tenía un parche enfrente con una imagen de un elefante azul. Debo decir que era bastante peculiar.
—¿Este es el que querías? —pregunté curioso.
—¡Sí! —respondió con su tierna voz llena de alegría.
—¿Cuál eligió al final? —preguntó mi amor cuando llegó a nosotros.
—Este —señalé el vestido rosa que agarré del estante—. ¿Ya tienes la ropa de Colin?
Xime me mostró el cambio de su ropa. Una playera de color blanco con franjas de color gris y otra de color rojo con detalles en triangulos azules, al igual que un par de pataloncitos de color azul oscuro, un par de tenis de color rojo con agujetas blancas.
El pequeño no hablaba mucho, no tanto como su hermana, y a casi todo decía que sí, a excepción de algo que realmente no le gustaba. Por lo demás no le daba mucha importancia.
Decidimos ir a pagar por la ropa, pero en el camino nos encontramos con el área de recién nacidos, y no pudimos evitar parar en ese lugar.
—Creo que será mejor que compremos ropa para el próximo —inicié con emoción.
—Cariño, falta como medio año para que ese momento suceda —respondió un poco más serena.
—Solo quiero estar preparado y listo para cuando llegue.
—Tenemos dos hijos, creo que esa es suficiente experiencia para un tercero.
—Compraré un mameluco de oso azul y rosa —dije decidido.
—Creo que sería mejor el color amarillo, al menos hasta saber si es niño o niña. No quiero que gastes de más.
—Cielo, sabes que el dinero no es problema para mí —recargué mi frente en la suya y la tomé de las mejillas.
—Lo sé, pero en verdad no quiero que gastes dinero en eso todavía —dijo seria.
—Tú mandas aquí, así que tú ganas —alcé mis manos en señal de rendición y me alejé lentamente.
Ella sonrió ligeramente, me tomó del cuello de mi camisa de color crema que traía y, sin dudar, me dio un dulce beso en los labios.
—Adoro cuando eres así —finalizó.
Amaba cuando se comportaba como la mujer más perfecta de todo el mundo. Sabía qué hacer y qué decir en cada momento, lo cual adoraba y añoraba con todo mi ser. Por eso la elegí como la indicada para mí.
Ahora, sin lugar a dudas, uno de los inconvenientes de tener tu propio trabajo, ser tu propio jefe, es que tienes que dar más de lo que darías para mantener el bote a flote, eso se traduce en horas extras que nadie te paga. Qué frustrante situación.
Pude comprar la ropa de mis pequeños en la mañana, por lo que a medio día ya tenía que estar en el colegio, más específicamente en mi oficina, debido a que iniciaran las conversaciones con los postulantes a mi puesto vacante de contador.
Las finanzas no iban bien y tenía que encontrar a alguien que se hiciera cargo, así me quitaría un peso de encima.
—Dayely, deja pasar al primer postulado, por favor —dije en el marco de la puerta.
Ella estaba sentada en su asiento con un pequeño café de vainilla en su escritorio y una figura de un gato gris con rayas negras a un lado. Dio la media vuelta a su silla y me vio lentamente. ¿Qué tramaba ahora?
—¿Estás completamente seguro de dar este paso en tu vida, Sebastián? —empezó ligeramente seria.
—¿Por qué lo dices de esa forma? —fruncí el ceño—, no es como si fuera a tomar un viaje alrededor del mundo en 80 días.
—Lo sé, solo bromeo —rio ligeramente—. No quiero que estés estresado si algo no sale como te lo esperas.
—Tranquila. Tengo un perfil muy claro que quiero que llenen. No voy a meter a cualquier persona en mi vida para tal información, y menos si de ella depende mi familia.
—De acuerdo, señor licenciado —dijo divertida—, siéntese y agárrese de su asiento, que le llevaré al primer postulado.
Sonreí ligeramente, negué con la cabeza y regresé a mi asiento. Allí esperaba con ansía que todo saliera bien.
Lamentablemente no todo sale como lo esperaba. Las postulantes, aunque tenía buen perfil, me parecían sosos, sin gracia y, francamente, solo buscando el dinero que ofrecía. Eso no era lo que estaba buscando para algo así. Necesitaba encontrar a la persona indicada de inmediato.
Aunque me hubiera encantado descartar las vacantes, no podía perderme la oportunidad de dar clases. La única gran pasión de mí aquí.
Tomé todas mis cosas y, después de dar una ligera despedida a mi secretaria, caminé hasta mi salón de clases. Podía escuchar a lo lejos risas y conversaciones de los jóvenes, al igual que lo que estaban reproduciendo en sus móviles, aunque me llamaba la atención un sonido en particular: un llanto.
No parecía de una persona adulta, sino de un infante, un bebé. ¿Quién estaría viendo vídeos en su teléfono sobre eso? A menos que no fuera un vídeo.
Al llegar al aula pude ver a Shantal y sus amigos sentados en círculo mientras usaban su celular y conversaban entre sí, y aunque la pequeña bebé de Shantal lloraba a su lado, ella, quien creía que era su madre, no movía ni un músculo para saber que tenía la bebé.
Esperé dos minutos recargado en el marco de la puerta, esperando la reacción de mi alumna, para ver si en algún momento se dignaba a hacer algo, pero lamentablemente, al no notar mi presencia, pareció no importarle el llanto de la bebé.
No lo soporté más y caminé hasta ella. Di un pequeño toqué en su hombro y cuando ella volteó a mirarme, cerré los brazos.
—Una cosa es dejar que tu bebé tome clases contigo, y otra muy diferente es escucharla llorar, Shantal —dije disgustado.
—Su llanto me irrita, pero de verdad no sé qué tiene —respondió masajeando su sien.
—¿Ya le revisaste su pañal o si tiene hambre?
Sus ojos se desviaron hacia otro lado, intentando ver a la nada y recordar si lo había hecho o no, pero por su expresión me di cuenta que se había olvidado.
—Shantal, los bebés no hablan, expresan todo lo que sienten con llanto. Por favor, revisala —dije serio.
Ella asintió ligeramente y tomó a la bebé en sus brazos. Con unos ligeros sonidos intentó calmarla, lo cual funcionó. Sus llantos cesaron y mi alumna empezó a agitar la fórmula de leche en un biberón rosa que tenía en su mochila, algo más parecido a una pañalera.
Por fortuna aquello había funcionado, la pequeña se había tranquilizado y pude empezar mi clase con más calma.
No estoy en contra que su bebé esté aquí, pero no tiene que ser tan desatendida. Los bebés requieren atención todo el tiempo, y necesitaba que ella lo entendiera con más rapidez. Entiendo que sea joven y quiera hacer más cosas, pero hay que acomodar las prioridades.
Lo digo como padre de dos hermosos hijos. Me costaron muchas horas de sueños, algunas salidas, ropa que limpiar y muchos cuidados, pero sé que los amo con toda mi vida y no los cambiaría por nada.
Al terminar la clase y salir del aula, me encontré con Ethan, quien se veía ligeramente cansado, su camisa ligeramente arrugada y un cabello ligeramente despeinado.
—¿No tuviste una buena noche? —inicié curioso.
—¿Bromeas? Dormí de maravilla.
—Claro, dile eso a tus ojos rojos. Tengo dos teorías. Estuviste llorando o bebiendo, o lo primero después de lo segundo.
—Mejor callate, que tienes un mancha en tu cuello —dijo ligeramente disgustado.
Claramente había tenido razón en algo, pero como es demasiado orgulloso para aceptarlo, fue por la vieja usanza de la distracción.
—Como sea —cambié de tema—. Los postulantes que me mandaste son demasiado...
—¿Idiotas?
—Iba a decir simples, pero no son lo que busco. ¿No tienes a alguien más que me puedas recomendar?
—En realidad tengo a alguien más en mente, pero necesito localizarla primero. Nos conocimos en Miami, es increíble, y cuando digo eso es en serio.
—¿De quién hablas? —fruncí el ceño ladeando la cabeza.
—Creo que te va a gustar, solo dame tiempo.
Ethan podía ser bastante intrigante si se daba el lujo, lo cual me daba curiosidad. Su misterio rodeado por algo tan simple le daba ese toque único. Algo que lo caracterizaba bastante.
Días después de eso seguía sin tener novedades, con excepción de Ximena, mi esposa y la hermosa madre de mis hijos.
Una de las cosas que adoraba de ella era su facilidad de ser sociable y ser fiel a quienes de verdad le importan, y eso se podía notar con su amistad con Natasha. Llevan la misma cantidad de años que los que llevo con Ethan, o incluso más, lo cual es fascinante.
Y hablando de ellas dos, ahora me encontraba con Ximena y Natasha en una cafetería después de un día de trabajo.
Estábamos sentados en una mesa comiendo un pastel de cacao y un capuchino. Algo que le hacía especial este lugar. El lugar del chocolate suizo por excelencia, uno de los mejores y más prestigiosos del mundo.
Instantes después llegó un caballero. Me sorprendía las similitudes que tenía con Natasha. Ojos claros, cabello oscuro, piel blanca y facciones bastante parecidas. Además que llevaba puesto un traje negro bastante pulcro.
La mejor amiga de Ximena se levantó de su asiento, que estaba frente suyo y se dirigió sin titubear al hombre.
—Les presento a mi hermano Mateo —dijo sonriente.
—Señor Hammill, un gusto —traté de ser formal.
—Mateo Hammill, por favor —corrigió.
—Tú y Ximena ya se conocían, ¿verdad? —preguntó curiosa Natasha.
—Así es, nos hemos visto en alguna ocasión —respondió afirmativamente.
Su hermana lo condujo a un sitio a su lado y se sentó con nosotros. No tardó en pedir algo y quitarse parte del traje que traía para estar más cómodo.
—Hace años que no te veo, Mateo —inició mi esposa.
—Por fin se acordó que tenía una hermana menor —secundó Natasha.
—Lo siento, he estado muy ocupado en Boston —se defendió su hermano.
—¿Todavía sigues con ese tema, Mateo? Te dije que lo dejaras en paz.
—Sabes que tengo que hacerlo. No puedo dejar que se salga con la suya, no después de lo que hizo con nuestra hermana.
¿Hermana? ¿No se suponía que solo eran dos? Esto se ponía cada vez más intenso, pero preferí no intervenir, creo que no diría nada que ayudara.
—Te he repetido miles de veces que fue un accidente. ¿Por qué simplemente no lo puedes dejar ir? No hay nada más que seguir.
—Mientras sigas pensando así nunca lo entenderás —finalizó.
¿De qué hablaban? No lo sabía, pero tampoco era de mi incumbencia. Debía de admitir que fue una escena que no fue agradable de ver. Tal vez pregunte a Ximena después de esta comida.
—¿Qué te trae por acá, Mateo? —cambió de tema Ximena.
—Tengo unas semanas de vacaciones, así que quise pasarlas con mi hermana.
—Eso hasta que vuelvas a irte —respondió desafiante su hermana.
—Sí... —giró los ojos—. Recuerdo cuando eran amigas de niñas. Has crecido mucho, Ximena.
—Lo sé —secundó Natasha—. Ella hasta va a ser mamá de su tercer hijo y yo ni novio tengo. Que triste mi vida.
Todos empezamos a reír un poco, y en ese momento supe que la conversación iba a ser amena. Me tranquilizaba que pudiéramos hablar sin la formalidad de las nuevas presentaciones.
La plática tomó ese rumbo. Mi esposa y su amiga estaban platicando de sus experiencias de niñas y adolescentes, mientras que yo asentí y hacía una que otra pregunta ocasional.
Así pasó todo el tiempo hasta que llegó la hora de ir a casa. Tomamos mi auto y conduje hasta nuestro hogar, en donde podríamos estar a solas. Kendall se había ofrecido a cuidar a los niños, por lo que tuvimos un tiempo que no dudaría en aprovechar.
Entramos después de abrir la puerta y la cerraba detrás de mí. Dejé mi saco en el sillón, algo que Ximena hizo con su bolso.
—Tú y Natasha hablan sin parar —dije divertido.
—Es normal. No hay nada que no podamos dejar de decir —respondió en el mismo tono.
—Aunque aún no entiendo el tema de su hermana. Es un poco confuso —fruncí el ceño.
—No es nada. Es mejor no entrometerse. Es algo que deben de resolver los dos. Aunque entiendo sus motivos por los cuales está muy molesto.
—De acuerdo —sonreí sugestivamente—. Dejando eso a un lado, tenemos tiempo para nosotros dos —dije libidinoso—, ¿cómo quieres pasarla?
—No sé, tú dime —se acercó a mí y me abrazó por el cuello.
—Podría dar un paseó de mis labios por tu cuello y de allí bajar lentamente mientras mis manos juguetonas están sobre ti.
Empecé a besarla en los labios sin que ella pusiera resistencia. Poco a poco empecé a hacer mis besos más intensos, sin embargo, el destino tenía algo contra mía.
En ese momento el timbre de la puerta sonó y ella y yo salimos de nuestro trance. No pude ocultar mi frustración, por lo que di un bufido y me acerqué molesto a la puerta.
—Te juro que si es un repartidor lo voy a matar —sentencié.
En ese momento llegué a la puerta y observé por la mirilla. Al ver al par de personas que se encontraban al otro lado no pude sentirme aún más molesto.
—No otra vez.
—¿Quién es? —preguntó curiosa.
—Creo que tienes que ver esto —dije de una.
Ella frunció el ceño y se acercó a la puerta. Yo la abrí cuando llegó a mí y por fin pudo ver a aquellas personas. Eran sus padres.
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