Capítulo 3: A primera vista
¿Quién diría que un nacimiento sería un hito tan importante? Algo que creemos que está en nuestra naturaleza humana se convierte en todo un cambió total y drástico a la vida anterior. Y esa es una de las cosas que más amaba.
El día siguiente, mientras que mi esposa estaba arreglándose para salir, yo preparaba a los niños en su habitación. Lindsey estaba vestida con un vestido de color azul oscuro con flores rosas que adornaban, además de unas mallas blancas y unos zapatitos negro con la misma decoración de flores. Mientras que Colin tenía puesta una playera de color azul cielo con un jaguar de diseño, un pantalon negro y unos tenis de color blancos.
Estaba haciendo a mi hija una coleta. Intentaba que no se moviera, pero a veces era bastante difícil. Colin era un poco más tranquilo, aunque cuando ambos jugaban podían ocasionar un tornado.
—Lindsey, no te muevas —dije mientras intentaba poner sus ligas para el cabello.
—Te salió una hija rebelde, Sebastián —dijo Ximena viendose en el espejo mientras arreglaba su propio cabello.
—Ella es igual a ti, Ximena, que eso no se te olvide —contesté con una pequeña risa.
—¿Ya terminaste? —preguntó curiosa.
—Listo, ¡quedó hermoso! —dije cuando solté a mi hija para ir con su hermano.
—Te apuesto a que en dos horas se quitará ese peinado —rio ligeramente.
—Gracias por tu apoyo, cielo —terminé sarcásticamente.
Ximena volteó para verme y su increíble belleza me hipnotizaba en un instante. Era super hermosa, adoraba verla en todo su explendor, y más con su cabello oscuro ondulado, su blusa roja con delineados en color negro, y sin olvidar sus hermosos ojos verde esmeralda, capaces de enamorar a cualquiera.
—¿Cómo me veo? —preguntó curiosa.
—Hermosa, como siempre —sonreí.
Ella, en su magnífico esplendor, se acercó a mí, y con un suave tacto de sus labios me dio un ligero beso en los míos.
Terminamos de arreglarnos y, después de tomar todo lo necesario para salir, llegamos a nuestro auto, un hermoso BMW blanco familiar. Era el mejor auto para este tipo de circunstancias, y más si venía un bebé en camino.
Íbamos camino a la clínica, era tiempo de llegar a la consulta con la doctora. Era curioso y extraño como me sentía en ese momento. Era un nerviosismo indescriptible, como si fuera la primera vez que esto ocurría, pero me daba cierta tranquilidad, ya que la doctora White fue quien nos ayudó para que nuestros hijos nacieran sanos y salvos.
Llegamos a la clínica, en donde nos esperaba la misma enfermera y recepcionista de estos 4 años, siempre tan recta en su trabajo.
—Supongo que ustedes son la familia Flores, ¿verdad? —preguntó para confirmar.
—Eso es correcto —asentí—. Imagino que no pueden entrar mis hijos, ¿cierto?
—Cierto, pueden dejarlos en la guardería de la clínica, allí estarán bien, y pueden recogerlos cuando salgan.
Ambos, mi esposa y yo, asentimos ante tal consejo, aunque se sentía como la única opción, por lo que mi esposa optó por llevarlos hasta ese lugar, para luego regresar a mí, algo que no tardó más de 3 minutos.
Ahora juntos, agarrados de la mano, entramos por la puerta de color marron, y despues de traspasarla, nos encontramos con el consultorio de la doctora White.
La doctora estaba, como siempre, demasiado concentrada en sus papeles que tenía en su escritorio, además de su nuevo computador a un lado izquierdo de ella. Podia ver como su cabello ligeramente ondulado de color oscuro caía por los costados de su bata, mientras que su piel ligeramente tostada no tenía ni una pizca de imperfección.
—Lamento interrumpir —dijo Xime entrando lentamente.
—No, al contrario, pasen y tomen asiento.
La doctora guardó los papeles que tenía en su escritorio y señaló las dos sillas que estaban enfrente de ella. No esperamos más y nos sentamos.
—Como me informó Sebastián —continuó—, están esperando a su tercer bebé.
—Así es, y realmente estamos emocionados, especialmente él —me señaló Ximena.
—¿Qué puedo decir? Adoro cuando mi mujer está embarazada —sonreí ligeramente.
Adoraba ver a Ximena, tan increíble y tan linda que no podía creer lo genial que era mi vida desde que apareció en mi puerta a media noche.
—Supongo que ya sabes lo que tengo que hacer ahora, una pequeña exploración y una prueba de sangre, solo para confirmar —finalizó la doctora.
Llevó a Ximena a una cama que se encontraba en el fondo y le hizo todas las pruebas necesarias para asegurarse que se encontraba bien.
—De acuerdo, tienes 10 semanas de embarazo aproximadamente, pero supongo que no te diste cuenta pronto.
—En realidad no, exceptuando por lo de la menstruación, solo tenía ligeras náuseas. Nada en comparación con el embarazo de Lindsey, por ejemplo.
—No todos los embarazos son exactamente iguales —explicó—. Te recetaré unas pastillas que deberás tomar. Y todo lo que ya sabes: nada de alcohol, cigarro y ese tipo de cosas.
—No se preocupe, tengo todo controlado —sonrió la ojiverde.
—¿Y cómo están Lindsey y Colin? —preguntó curiosa.
—Están de maravilla, con increíble salud y muy fuertes. Gracias a usted están saludables, y no sé cómo agradecerle por eso.
—Solo hacía mi trabajo, aunque tengo que admitir que su familia es inolvidable.
Conversamos un poco más sobre cómo estaban los niños y como estábamos nosotros, al igual que la situación del nuevo embarazo.
Salimos del consultorio, y después de ir por nuestros hijos a la guardería, aguardamos en el auto. Nos pusimos el cinturón y comencé a manejar por la ciudad de Los Ángeles.
—Debemos de empezar a preparar todo para su llegada —dije con entusiasmo.
—Cariño, falta medio año para que eso suceda.
—Nunca es demasiado temprano.
Ella giró los ojos y negó ligeramente la cabeza, para terminar con una pequeña risa. Volteó la cabeza y, después de ver por la ventana, miró a nuestros hijos.
—¿Quieren ir a jugar? —preguntó entusiasmada.
—¡Sí! —respondieron al unísono.
—Creo que ya sé a dónde ir —finalicé.
Mis hijos querían divertirse, así que decidí llevarlos a un lindo lugar. Cerca del edificio donde vivíamos, se encontraba un pequeño parque llamado "El sol", algo bastante familiar, con juegos de todo tipo. Columpios, aros, areneros, etcétera, además de unas canchas de baloncesto llegando casi al final.
Conduje y llegué al lugar mencionado. Bajamos del auto y los niños no dudaron en salir corriendo para subirse a los juegos.
Ximena y yo los veíamos con cercanía. Estábamos sentados en una banca con un bolso café a nuestro costado. Solo teníamos que vigilarlos.
—¿Qué te dijo Natasha cuando le diste la noticia? —inicié preguntando.
—Se puso feliz, y prometió quedarse a cuidarme.
—Creí que se había mudado —incliné la cabeza.
—No, sigue viviendo en Los Ángeles, aunque va continuamente a Boston, y no sé por qué.
—Quizá tiene novio, aunque nunca he sabido nada de eso sobre ella.
—Siempre ha sido muy reservada. Mucho más cuando su hermana falleció en un accidente. Ahora solo son ella y su hermano mayor.
A los pocos segundos llegaron Lindsey y Colin. El pequeño tenía sus manos llenas de tierra, mientras que la pequeña princesa llevaba lo mismo, solo que en el borde de su vestido.
—¿Ahora qué hicieron, niños? —preguntó Xime ligeramente disgustada.
—Colin me aventó —dijo la pequeña señalando a su hermano.
—¡No! —respondió enojado.
Ximena sacó del bolso a nuestro lado un par de toallas desinfectantes y así fue como limpió a Colin, como también arregló la vestimenta de Lindsey.
A los pocos segundos sentí una extraña sensación en mi cuerpo, como si fuera un escalofrío lo que me recorriera.
—Hola, Sebastián...
Al escuchar esa voz los escalofríos que sentía por todo el cuerpo se habían convertido en algo peor, peor de algo que podía controlar en un par de segundos.
Giré mi cabeza lentamente deseando con toda mi fuerza que no fuera lo que creí, pero lamentablemente no siempre teníamos lo que quisiéramos.
Me petrifiqué al ver su rostro, sus ojos color miel, su piel blanca y su anillo de color plateado en su dedo indice. Era mi madre.
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