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Capítulo 15: Visita inesperada

Eso era demasiado raro, creo que una de las cosas extrañas que me habían pasado al casi llegar a media noche. Al menos en mucho tiempo.

Mi hermana, mi hermanita, se encontraba abrazándome, mientras dejaba una valija detrás suya. No dudé que, después de un par de segundos para digerir lo que pasaba, instintivamente la abracé.

Ese abrazo era demasiado cálido, gratificante. Me recordaba cuando éramos niños, aunque yo llevo cierta cantidad de años.

Después de un cierto tiempo, me alejé ligeramente para verla mejor. Ese cabello teñido de rubio, un color que no era su natural, unos labios extrañamente rojos, unos párpados maquillados de rojo, además de un pantalón oscuro y una camisa a cuadros azules. Una extraña combinación, algo demasiado único, como lo era ella.

—Selene, es toda una sorpresa que estés aquí —dije exaltado—. ¿Por qué no me avisaste cuando llegaste? Pude haberte recogido en el aeropuerto.

—Resulta que mi vuelo llegó antes de lo esperado. Algo que caracteriza a Kan Airlines, así que quise darles una sorpresa.

—No dudo que así fue —dije divertido.

Instantes después mi hermana vio a sus sobrinos, quienes, al percatarse de su presencia, corrieron a refugiarse detrás mío.

Selene entró con su maleta a casa, cerró la puerta detrás de ella y dejó la valija a un lado del sofá. Se acercó sigilosamente a mis hijos.

—No soy una completa desconocida —dijo tiernamente con un puchero.

—Lo sé, pero no es lo mismo que te vean por videollamada. Hace un año que no estás aquí —comenté.

—Lo sé, y de verdad que la pequeña Lindsey ha crecido demasiado —dijo emocionada.

—Anda, ve a abrazar a tu tía —motivé a mi pequeña.

Ella, ligeramente temerosa, pero llena de curiosidad, caminó hasta mi hermana, ella extendió sus brazos, y no tardaron en darse un abrazo. Al parecer, con una mirada más cercana, la pudo reconocer mejor.

—Y Colin, recuerdo cuando eras todo un bebé —dijo mi hermana.

El pequeño todavía estaba detrás mío. Era mucho más reservado que su hermana. Solo las vio de lejos sin decir ni una sola palabra.

—Creo que con él te va a costar más trabajo —argumenté riendo ligeramente.

Mi hermana hizo lo mismo, hasta que, con la mirada, se percató de la presencia de Primerose, que estaba en su cesta rosa jugando con su zapatito rosa.

—A ti no te recuerdo —dijo Selene frunciendo el ceño a la bebé.

—Ammm... es una larga historia —reí nerviosamente—. Pero, en resumen, es la nueva integrante de la familia —sonreí inocentemente.

En ese momento escuché una ligera respiración profunda de Ximena, quien se encontraba viendo toda la escena sin interferir. Solo me limité a ignorarla.

—¿Y por qué no lo sabía? —preguntó ofendida.

—Es que... todo pasó demasiado rápido, que no tuve tiempo de avisar, pero no me arrepiento.

—Creo en ti —rio ligeramente—. ¿Y... cómo se llama?

—Su nombre es Primerose, primera rosa.

Mi hermana se acercó a la pequeña, se puso en cuclillas y reposó a Lindsey a un lado de ella, para poder tocar con sus dedos a la bebé.

—Hola, Primerose, hola, pequeña, ¿cómo estás? —dijo sonriendo.

La bebé tomó su dedo con sus pequeñas manitas y empezó a moverlo de un lado a otro, para posteriormente tratar de llevarlo a su boca.

—Creo que le agradas —finalicé tiernamente.

Al poco tiempo notó que mi esposa se encontraba observando todo, por lo que, sin tardar en despedirse de la bebé, salió corriendo a ella.

—¡Oh, Ximena! Querida, lamento olvidarte, es que, con tantas noticias, se me olvidó que existías —dijo apenada.

Llegó hasta ella y le dio un beso en la mejilla en forma de saludo. Ximena le correspondió de igual manera.

—También es un gusto verte de nuevo, Selene.

—¡Wow!, te ves increíble. Mucho más bella que antes.

—De verdad, gracias —sonrió ligeramente—. Sebastián, ¿podemos hablar?

Cuando me hizo esa pregunta, su sonrisa fingida había desaparecido de su rostro, para dar paso a una expresión mucho más seria, y se podía decir que ligeramente molesta.

Asentí sin decir nada y caminé, junto con ella, hacía la entrada de las escaleras, unos cuantos metros de donde estaba mi hermana. Claramente esto era algo no muy agradable para ella.

—¿Quieres explicarme qué está pasando? —dijo en voz baja.

—Selene tiene un tiempo de vacaciones y quiere pasarla con nosotros —correspondí en el tono.

—¿No crees que yo también tengo voz y voto en una decisión así?

—¿Y cuándo querías que te lo dijera? Si casi nunca estás con nosotros.

—No debiste tomar esa decisión tú solo.

—Ni modo, lo hecho, hecho está. No voy a echar a mi hermana de aquí.

En ese momento y sin esperar, cuando estaba apunto de hacer algún gesto con mis manos, escuché un ligero rechinido de mi puerta, la que daba al exterior.

Giré con la mirada y vi a Selene, mi hermana, tomando su valija y saliendo lo más sigilosamente que pudo.

Yo tomé acción de inmediato y corrí lo más rápido que pude para detenerla. Tomé su maleta y la manija de la puerta, para poder cerrarla.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté confundido.

—Claramente no soy bienvenida, y no quiero causar estragos. Iré a un hotel cercano —comentó apenada.

—¿De qué hablas? Por supuesto que eres bienvenida aquí, eres mi hermana —insistí.

En aquel instante llegó hasta nosotros Ximena, quien, claramente, no parecía convencida con su arribo. Su rostro de molestia no podía ocultarse.

—Creo que la idea del hotel no suena mal. Dicen que son muy cómodos —difirió mi esposa.

—Xime, cielo, corazón, va a ser bueno que nuestros hijos convivan con su tía, ¿verdad? —inferí.

—Si ella ya tomó su decisión, no debemos detenerla.

—¡Ximena, basta! No te estoy preguntando, solo quiero que me apoyes con esto —dije ligeramente molesto.

Ella me observó con la misma expresión que poseía, entrecerró sus ojos y miró directo a los míos. Era la primera vez que me sentía intimidado por ella. No había conocido su lado retador, ese lado con una oscuridad de una pesadez sin historial.

Después de unos segundos, en los que sentía como absorbía mi alma, sus ojos se hicieron a un lado y escuché un bufido proveniente de su boca. Respiró profundamente y sentí como se había hecho a un lado.

—Está bien, no me interesa, da igual —sentenció.

En ese momento, y sin decir nada más, dio la media vuelta y se alejó de nosotros. ¿Estaría mal si dijera que empecé a sentir paz? Fue un sentimiento extraño, pero raramente reconfortante.

Cuando le perdí el rastro, después que se llevara con ella a los niños para acostarlos, procedí a traer conmigo a mi hermana para poder mostrarle su cuarto. Aún quedaba una alcoba para las visitas en la planta baja del Pent-house, por lo que allí se alojaría.

Tomé su valija, la puse sobre la cama y empecé a acomodar sus cosas, que en su mayoría eran ropa y otras cosas de uso personal.

—Lamento mucho causarte problemas con Ximena —comenzó apenada.

—No te preocupes, no es tu culpa. Últimamente hemos tenido muchos problemas.

—Pero es algo que no entiendo aún. Era una mujer muy linda, dulce, divertida, y cuando la vi se veía deprimida, sumida en un gran dolor. ¿Qué le pasó?

—Creo que ya es momento de que lo sepas... —inicié.

Comencé a contarle la triste historia de nuestro tercer embarazo. Como nos llenaba de energía e ilusión, pero que se perdió de un momento a otro. Como fue todo el proceso de dolo y cómo fue que la pequeña Primerose llegó a nuestras vidas.

No voy a mentir, me costó trabajo aguantar las lágrimas. No quería derramarme, destrozarme con todas esas tristes historias, porque Primerose lo vale, ella vale que todo se vea bien.

—...Y ahora estamos aquí, justo en este momento —finalicé.

—De verdad lamento mucho lo que les pasó, en especial a Ximena. No puedo ni imaginar todo el dolor que está pasando.

—Lo sé, no es la única persona que sufre —suspiré.

—También lo lamento mucho por ti, porque esto me recuerda a lo que pasó con Diana.

—Créeme que a mí también. ¿Crees que esto sea una maldición para mí? Ya son dos veces que pierdo a un bebé —cuestioné.

—No creo que lo sea, porque aún tienes a Ximena, Lindsey, Colin, y a la extrañamente linda Primerose.

—Créeme que amo a esa pequeña con todo mi corazón —sonreí—. Cuando la veo se me alegra el alma. No sé merece que su mamá la haya abandonado, pero quiero ser un buen padre para ella, como si tuviera mi propia sangre.

—Y yo sé que lo lograrás. Eres un padre muy amoroso, y les das un buen ejemplo. Contigo estará mejor que nadie.

Esas palabras me alegraron cierta parte de mi vida. Fue lindo escuchar palabras de apoyo, de alivio, saber que mi propia familia me apoyaba y me daba consuelo.

—Hablemos de ti. ¿Cómo te va en Londres? ¿Qué has hecho por allá? No he tenido muchas noticias de ti en casi un año —comencé.

—En realidad no mucho, después de terminar la escuela, decidí abrir mi propia tienda de fotografía. Hago todo tipo de eventos: bodas, cumpleaños, anuarios, graduaciones, etc. Amo hacer eso —sonrió.

—Ya lo creo, siempre te gustó captar los momentos felices de las personas. ¿Y tienes algún novio? ¿Alguien que te esté robando el corazón? —pregunté curioso.

—En realidad, no. Estoy muy ocupada para eso ahora. ¿Aún sigues hablando con Ethan?

—Por supuesto, es mi amigo del alma. Aunque últimamente hemos estado un poco distanciados. Terminó con Kendall.

—¿De verdad? —frunció el ceño— ¿No se suponía que regresaron para hacer bien las cosas?

—Eso mismo creí yo, pero a veces las cosas suceden así —encogí los hombros.

—Deberías hablar con él. Les vendría bien a los dos.

Vi el reloj de la mesa de noche y me di cuenta que había pasado casi la 1 de la madrugada, tenía que irme a acostar. Soy joven, pero no tanto.

—Voy a dormir, sino mañana pareceré zombie —dije finalizando.

—Está bien, creo que iré a dormir también —secundó.

—Descansa, hermana.

—Descansa, Sebastián —terminó.

En ese momento, después de despedirme de ella, salí de su habitación para dirigirme a mi cama, o mejor dicho, el lugar donde dormiría, porque después de lo de hoy, dudo que Ximena quiera compartir cama conmigo.

Aún así, me alegraba mucho ver a mi hermana. Platicar y conversar con ella era reconfortante, como tener un hombro en quien apoyarse cuando algo sale mal. No la cambiaría por nada.

Poco tiempo había pasado desde su llegada, las cosas iban bien, en lo que respecta a la comunicación con mi hermana, pero, lastimosamente, no podía decir lo mismo de mi esposa.

Se acercaba el tiempo de la cena, los niños habían dado una vuelta con su tía, para que se pudieran conocer mejor, en especial con la pequeña Primerose.

Estaba en la sala escuchando un poco de música, mientras que Ximena estaba en la mesa del comedor, operando desde su computador unos planos.

—¿Qué harás esta noche, cielo? Podríamos ir a cenar —empecé.

—Es broma, ¿cierto? No he olvidado lo de tu hermana —dijo molesta.

—Ya me he disculpado. Te juro que quería decirte. El tiempo me comió.

—Siempre es lo mismo contigo. Sigues siendo muy egoísta.

—¿Disculpa? Quiero pensar que no hablas en serio.

—Creo que estoy hablando muy en serio, Sebastián —finalizó.

Esa frase, esa oración, esas palabras, fueron las gotas que colmaron el vaso. ¿Egoísta yo? He sacrificado demasiado por esta familia, no rendirme cuando no me quedaban fuerzas.

Cuando un plato de cristal se rompe, lo mejor es retirarse para recoger los pedazos, intentando si se puede recomponer, pero claramente no lo podía hacer con ella cerca.

Solo me levanté, tomé mi celular y mis llaves, al igual que mi cartera, y me acerqué a la puerta sin mirar atrás.

—¿A dónde vas? —preguntó extrañada.

—¿Eso qué importa? Al fin y al cabo, para ti, solo soy un egoísta.

Encogí los hombros, abrí la puerta y, a la hora de salir, di un último vistazo hasta cerrarla por completo.

Caminé los pasos necesarios hasta llegar al elevador, me adentré en él después que arribó y elegí descender a la recepción.

En ese momento recordé lo que había dicho mi hermana, Selene, anoche. Me dispuse, con mi celular, a llamar a mi mejor amigo.

—Ethan, ¿estás allí? —pregunté curioso.

Sí, ¿sucede algo?

—¿Recuerdas que hace años queríamos ir a un bar? ¿Qué te parece si lo retomamos?

Ehh... De acuerdo, pero... ¿todo bien? —preguntó extrañado.

—No, pero tampoco quiero estar en casa —finalicé.

Llegué a la recepción, saludé a James y después de ir al garaje, tomé mi auto y conduje hasta el lugar mencionado.

Sé que es extraño que me comporte de esta manera, pero cuando te hartas de una situación o de una actitud, actúas de manera muy diferente.

Aparqué y no tardé mucho en entrar. El lugar era cómodo y ligeramente elegante. Estaba iluminada con tonos ámbar, y el contraste mientras la luna salía en la noche era hermoso. La barra era negra, una mesas con sillas de madera oscura, y los licores en los estantes, tanto como para hacer beber un batallón entero.

Me senté frente a la barra, pedí toda una botella de Whisky y, sin dudarlo, lo serví en un vaso de vidrio y comencé a beberlo.

Tengo que admitir que no esperar a Ethan era malo, pero tampoco quería esperar. Espera a estar ebrio lo más pronto posible.

Mi mejor amigo no tardó en llegar. Parecía un poco agitado, con su camisa ligeramente desarreglada, unas arrugas más pronunciadas y unas ojeras más oscuras. Parecía que tampoco la pasaba bien últimamente.

—¿Está todo bien? Te escuchabas ansioso —empezó.

—Sí, claro, todo bien. ¿Por qué no lo estaría?

En ese momento tomé otro vaso, serví uno para él, otro para mí y en dos segundos me lo terminé. Debía de admitir que sabía rico.

—Sí sabes que eso no es agua, ¿verdad? —frunció el ceño señalando.

—Claro, pero aún así es delicioso —me serví otro—. Pero, vamos, no me dejes solo.

Volví a beber hasta el fondo. El lugar era lindo. Además había música que atenuaba el lugar. Sin dudar de una mesa con juegos en el fondo.

—Ammm... de acuerdo... Claramente sucede algo, ¿quieres contarme?

—Vine a disfrutar, las conversaciones están de más —me serví un trago más.

—Creo que es momento de que pares —me quitó el vaso de la mano.

—Creí que eras mi amigo y festejariamos juntos —dije indignado.

—Soy tu amigo, pero... ¿qué es lo que festejamos?

—No lo sé, Ximena me dijo que soy egoísta, aun cuando he hecho todo por ella.

Eso era verdad. No algo que quería admitir en voz alta, o al menos siquiera pensar en eso, pero en el fondo, en el lugar más oscuro dentro de mí, lo sentía.

—Creo que ya sé a qué rumbo va esto. ¿Qué fue lo que te dijo Ximena? —preguntó curioso.

—Quería invitarla a cenar. Hacía mucho tiempo que no tenía un tiempo romántico con ella, pero me discriminó lo que sucedió con mi hermana.

—¿Tu hermana? —frunció el seño.

—Selene está de vacaciones, y se está quedando conmigo —suspiré—. No le dije a Ximena de su arribo, por lo que se molestó, y me dijo que yo era todo un egoísta.

—Yo... No sé qué decirte.

—¿Sabes lo qué he hecho? ¿Sabes lo qué he hecho por Ximena y mi familia? Los he estado cuidando y procurando, aun cuando yo me siento destrozado por dentro. A mí también me dolió perder al bebé, me dolió con toda mi alma. Sabes lo que pasó con Diana, como la perdí a ella y a mi hijo, y esto... lo qué pasó... me destrozó por completo.

—No es tu culpa, Sebastián —comentó tranquilo.

—Sé que no lo es, pero no puedo parar de sentirme insuficiente. He querido mantener mi matrimonio y mi familia a flote. Ximena me pidió el divorcio y yo me sigo negando. No sé si en verdad soy egoísta, pero no quiero dejar ir.

—Lo que haces es muy valiente —secundó.

—Pero... ¿y si no soy lo suficientemente valiente? Me da un miedo enorme perder a mi familia.

—¿Y qué quieres hacer ahora? —preguntó sereno.

—Quiero beber, quiero beber hasta perder la conciencia. Quiero olvidarme de todo por un momento, por un rato. Olvidarme de todo mi dolor y mis penas —sentencié.

Y, por lo que recuerdo, creo que así fue. Bebida tras bebida iba ingiriendo sin filtro. Ron, vodka, tequila o cerveza. No importa lo que fuera, con que tuviera algo de alcohol, con eso me ponía feliz.

Las horas pasaron, la verdad no sé cuantas, solo sé que la luna se movía más y más, y que las botellas vacías empezaban a abarrotar la barra.

No recordaba mucho de aquella noche, solo que llegué a un punto que no podía, no podía ingerir más alcohol, sino vomitaría.

—Creo que es hora de regresar a casa —dijo Ethan tratando de levantarme de la barra—. Ya es muy tarde.

—No, a cualquier lugar, menos a mi casa. No quiero que mis hijos me vean así.

—¿Entonces a quién llamo? —preguntó confundido.

—Toma mi celular y llama a la primera persona que veas. No quiero que se entere mi familia que estoy en este estado.

Lo poco que recuerdo después de eso fue que Ethan tomó mi celular, estuvo hablando con alguien por unos minutos y después colgó.

Luego de eso llegó una persona, por su complexión me di cuenta que era mujer, una linda mujer. Me tomó con la ayuda de Ethan para alzarme y salimos del bar.

Subí a un auto que no reconocí y después de eso, no recuerdo más. Me había ganado el sueño y me quedé absolutamente dormido.

A la mañana siguiente me desperté. Me sentía cansado y con un horrible dolor de cabeza. Intenté levantarme, pero solo logré sentarme en el sillón que había dormido.

Di un recorrido visual por todo el lugar, pero no lo reconocía. Una pantalla bastante grande, un florero en la esquina, a un lado de una repisa llena de muñecos de LEGO, las paredes pintadas de un todo crema con morado, y un rico olor que, al parecer, salía de la cocina.

En ese momento sentí mi cuerpo y noté que llevaba poca ropa. Mi pantalón y mi camisa habían desaparecido, y solo me encontraba en el boxer. Noté en mi pecho unas marcas rojas y mis labios se sentían ligeramente inflamados.

Al poco tiempo llegó Dayely con una bandeja de comida, una gran sonrisa en rostro y traía puesta... ¿mi camisa?

—Buenos días, príncipe durmiente —dijo felizmente.

—¿Qué pasó anoche? —pregunté asustado.

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