Capítulo 1: Un nuevo integrante
¿Cómo describirían su vida si fuera contada por alguien más? Pudiera ser tranquila, amable, cuidadosa o toda una locura. Esos cuatro adjetivos describen perfectamente mi vida y la de mi familia.
Han pasado cuatro años desde el nacimiento milagroso de nuestra hija Lindsey, y Ximena y yo no perdimos el tiempo, ya que dos años después nació nuestro pequeño Colin, tierno, de mejillas regordetas, ojos de un color gris azulado, y un cabello castaño igual a su hermana.
Ahora me encontraba en la sala de mi casa, entre unos nuevos sillones de color café con acabados en blanco. Tomé los documentos que estaban en la mesita de centro de cristal y me senté para leerlos con mayor comodidad.
—¿Qué haces, cielo? —preguntó Ximena desde el comedor.
En ese momento mi corazón se derritió por completo. Amaba a mi esposa, a mi Ximena, la madre de mis hijos, y a quien podía decir, sin dudar, que era el amor de mi vida.
He pasado tantas cosas con ella, que me sería imposible ahora no tener una vida con ella. El motor de mi día a día, quien me saca sonrisas en las mañanas y mis lujurias por las noches.
—Aun no puedo creer que estemos casados —respondí sonriente.
—Recuerda que poco después que Lindsey naciera decidimos dar ese paso, y créeme que no me arrepiento —dijo mostrando la argolla que tenía en su mano.
El anillo era de oro amarillo por dentro y oro blanco por fuera, con un relieve de líneas entrelazadas como un patrón. Sin duda valió cada centavo.
Sonreí ligeramente y observé la argolla que tenía en mi mano, era exactamente igual al de ella. Eso lo mejor todo, los dos éramos uno mismo.
Ximena, la mujer de cabello oscuro y ojos esmeraldas, se acercó a mí y se sentó en mi regazo, me abrazó por el cuello y me dio un ligero beso en los labios.
—¿Qué lees? —preguntó curiosa.
—Los papeles de contabilidad del colegio.
—Supongo que abrir tu propia escuela ha de ser bastante difícil y laborioso.
—En realidad lo es, pero sabes que siempre quise abrir mi propio instituto, así puedo acomodar mis horarios y poder estar más tiempo con ustedes en casa.
Lo que había dicho era verdad, había abierto mi propio colegio, no era grande ni teníamos una matrícula extensa, pero al menos le dábamos la oportunidad a quienes la quisieran.
—¿Saldrás con Ethan esta noche? —cuestionó.
—No creo, me canceló por estar con Kendall —me encogí de hombros.
—Desde que están juntos, esos dos no se despegan ni un segundo.
—Tienes razón, y eso a veces me frustra, porque quiero pasar tiempo con él, pero no puedo porque está con ella.
Ethan y Kendall estaban juntos. Mi mejor amigo y mi mejor amiga en una relación, eso no era algo que tenía planeado que sucediera, pero me alegra que así haya sido, porque los dos se ven muy felices, o al menos eso es lo que nos dejan ver.
—¿En dónde están los niños? —pregunté preocupado.
—Lindsey y Colin están jugando en su habitación, los observé hace 5 minutos.
—Entonces supongo que tenemos un breve tiempo para nosotros, ¿cómo quieres pasarlo? —alcé sugestivamente las cejas.
—Mmm... No lo sé, sorpréndeme —sonrió ligeramente.
En ese momento me acerqué para besarla lenta y suavemente en los labios, las hojas que tenía las había dejado en la mesa y con mis brazos la rodeé, para sentirla aún mejor.
Podía jurar que podría quedarme sintiendo sus labios todo el día, esa dulce sensación a la que era totalmente adicto, nunca me cansaría de besarla.
—¡Papá! Colin rompió mi dinosaurio.
Lindsey nos interrumpió llegando a nosotros, dejando a un Branquiosaurio de color verde sin cabeza a mi lado, mientras que el pequeño Colin iba tras de ella.
Xime y yo nos despegamos y los observamos con atención. Tal vez no teníamos la privacidad de antes, pero amábamos a estos niños como lo mejor del mundo.
—No está roto, solo se le zafó la cabeza —dije poniéndola en su lugar.
—Él es malo —la castaña replicó.
—No es malo, solo enséñale a jugar —dijo Xime a la pequeña.
—Exacto, es como si su mamá fuera un Tiranosaurio —señalé.
Mi esposa se levantó de mí, hizo la pose de la criatura y se acercó a los pequeños, quienes empezaron a reír y a correr huyendo.
Lindsey había creado una curiosa afinidad a los dinosaurios, tanta que tenía un Tiranosaurio rojo de peluche en su cama.
No quería solo quedarme a ver, así que preferí unirme a la fiesta con los niños. Adoraba jugar con ellos.
Corrí y corrí persiguiéndolos, hasta que llegué con Lindsey, la levanté y con gran emoción le hice cosquillas para que ella pudiera reír. Me encantaba escucharla tan feliz.
Aunque jugar los con niños era divertido, también era exhausto, justo como acabamos al terminar el día.
Después que acostamos a los niños, Xime y yo nos dirigimos a nuestra habitación para poder descansar.
Ella estaba buscando algo en un cajón, mientras yo me quitaba mi camisa y me ponía algo con que dormir, un pijama le decían. Veía a Xime seguir buscando, por lo que decidí preguntarle.
—¿Qué buscas, cielo?
—Ahora que recuerdo, no tengo toallas sanitarias desde hace un mes y medio, y no he comprado.
—Está bien, vamos a comprarlas, de todos modos, aún no es tan tarde.
—¿No lo entiendes? Si no las he comprado es porque no las he necesitado, y se supone que debió bajarme hace 3 semanas.
—Pudo haber sido un retraso —comenté.
—Sabes que siempre he sido muy regular, Sebastián.
—¿Me estás diciendo lo que creo que me dices? —ladeé la cabeza.
—Temo que así es.
La cabeza me estaba explotando. ¿Acaso Ximena estaba embarazada? Eso sería algo demasiado impactante para mí, aunque no sería nada nuevo.
—De acuerdo, no perdamos la calma, hay que quedarnos tranquilos —inicié.
—Yo estoy tranquila.
—Yo también lo estoy —mentí—. Voy a la farmacia a comprar una prueba, solo para estar seguros.
—No hace falta, creo que sé lo que me sucede.
—Pero hay que comprarla, solo para despejarnos de dudas —insistí.
—De acuerdo —rodeó los ojos con una sonrisa—, ve a comprar la prueba.
No lo pensé dos veces, tomé mis llaves e inmediatamente salí corriendo de casa. El pent-house era todo lo que podía imaginar que sería bueno, aunque estar lo más alto del edificio no siempre era tan bueno cuando se trata de bajar rápido.
Tomé el elevador y bajé hasta la recepción. Mientras salía por la puerta principal, me encontré con James, el guardia de seguridad, quien seguía con su semblante fornido y con aspecto pulcro, aunque ahora las canas se empezaban a notar con más facilidad.
—¿Un paseo nocturno, señor Sebastián?
—Ojalá fuera solo un paseo, James —respondí.
Llegué hasta el garaje, encontré mi camioneta BMW blanca, subí en ella y conduje hasta la farmacia más cercana.
Cuando llegué estacioné de forma eficiente y entré al establecimiento. Me acerqué a la chica de cabello azul pálido que atendía.
—Necesito unas pruebas de embarazo —comencé.
—De acuerdo, tengo estas dos.
Me mostró una caja de color azul con blanco, mientras que la otra era de color rosa. Las tomé y leí lo que decían, pero sinceramente no encontré la diferencia. ¿Acaso todas son iguales?
—¿Cuál es la más eficiente?
—Esta —señaló la de caja rosa.
—De acuerdo, entonces sería esa, y dame dos para estar seguros.
No tardé más de dos minutos en pagar y recoger mis productos para salir de la farmacia. Llegué a mi auto y conduje de vuelta a casa.
Después de estacionar y subir por el elevador, llegué hasta mi casa y entré. Caminé hasta la habitación, en donde encontré a Xime sentada en la cama revisando su celular.
—De acuerdo, ya llegué. Aquí están las pruebas —se las mostré.
—¿Por qué compraste dos? —frunció el ceño.
—Solo para estar seguros.
—De verdad que eres muy necio, pero está bien, dame esta —tomó una de las pruebas.
Ella se dirigió directo al baño y se encerró. Creí que sería algo que tardaría un minuto, pero después fueron dos y después fueron tres. ¿Acaso se tardaban tanto para dar el resultado?
Los minutos que pasaban se sentían como horas, era toda una tortura estar en el limbo. ¿Por qué tardaba tanto?
—Listo, ya está —dijo saliendo del sanitario.
—¿Y bien? ¿Cuál es el resultado? —pregunté ansioso.
—Creo que te vas a decepcionar —dijo cabizbaja.
—¿Por qué? —me extrañé.
—¡Es broma! —dijo sonriente.
En ese momento dejó a la vista la prueba y el resultado era positivo. Eso confirmaba que Ximena, el amor de mi vida, estaba embarazada.
Esa fue la mejor sensación del mundo, por lo que corrí directo a ella, la abracé y la cargué dando vueltas. Ella me abrazó con la misma intensidad y estuvo riendo con ligereza.
—Esta es una noticia increíble —dije totalmente feliz.
—Me encanta verte emocionado —sonrió.
—Esto nos pasa por calenturientos, mi cielo —reí ligeramente.
—Aun así, no me arrepiento.
Me encantaba verla feliz y con una gran sonrisa. Ahora entiendo porque veía ese resplandor en sus ojos esmeraldas. Me emocionaba la idea de ser padre de nuevo.
—Ahora tendremos que comprar pañales, biberones y ropa... —empecé emocionado.
—Mi cielo.
—... una nueva cuna...
—Oye, mi cielo.
—... juguetes para el bebé...
—¡Oye, mi cielo! —dijo con enjundia.
—¿Qué? —pregunté enfocándome en ella.
—Te amo —sonrió.
—Yo también te amo, y ahora tendremos otro bebé —la besé.
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