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Capítulo 9.

Ruin _ Shawn Mendes

Esa sensación.

Ese poder.

Empeñarse en conseguir el cielo, aunque supiera nunca lo alcanzaría.

Carolina no tenía vértigo, ella estaba dispuesta a volar.

Ella le ayudaría a que dejara sus miedos atrás.

Su corazón latía con fuerza cuando llegó a casa en un pequeño taxi, mientras el aun sostenía su mano. Se sentía como si sostuviera su mundo, sus ilusiones, su vida. Y ella se encontraba gustosa de poder darle esa potestad. Antes de que pudiese bajar, él se acercó a ella y en un tierno gesto, dejó un beso coqueto sobre la comisura de sus labios. Sus respiraciones se volvieron aparatosas, mientras ambos se miraban alejándose de a poco, hermosos ojos marrones contra infinitos ojos negros, dejando que esa sensación se expandiera en el ambiente, la misma que provocaba sus mundos se detuvieran mientras se miraban. Había tanto en sus ojos, una mezcla de temor porque ese remolino de sentimientos se volvía cada vez más fuerte, una majestuosa curiosidad que no permitía sus miradas se alejaran y un inexplicable sentimiento que los rodeaba a ambos y que Federico y Carolina, se empeñaban en no hallarle nombre.

Porque detrás de ese sentimiento, el temor al dolor, de cargar con un estremecimiento que destruyera sus corazones o que los hundiera en la tristeza, era muy fuerte. Ambos sentían tanto, pero terminaban encasillando sus sentimientos en desinterés por el simple y monótono miedo que hubiese rodeado sus mundos desde que lograban recordar.

—Mi tía se enojará —musitó Carolina mientras se bajaba del taxi, encontrándose a Federico muy sonriente mirándole. Le encantaba esa faceta de él, detrás de sus muros de protección residía una persona tan perfecta—. ¿Estás seguro que tu madre no te dirá nada?

Federico detuvo la pequeña sonrisa que se formaba en sus labios mordiendo el inferior de una manera irremediablemente sensual. Sin dejar de apoyar su peso en un brazo de la puerta del taxi, él se acercó a ella y sosteniendo su respiración, musitó a su oído.

—Tú brilla, se feliz... —En un lento movimiento dejó caer las palabras entre ellos y con una sonrisa en sus labios besó la mejilla enrojecida de Carolina—, que las consecuencias y los dolores los sostendré por ti, solo para verte embozar esa hermosa sonrisa.

Carolina se enrojeció aún más y con la respiración hecha un desastre permitió él se alejará y en una sonrisa inmensa que brillaba sobre sus ojos, una sonrisa genuina, le miró cerrar la puerta del taxi. Se sentía fuera de sí, tanta felicidad cubriéndole generaba una sonrisa se formará en sus labios sin premeditarlo, una que estaba segura nunca olvidaría, al igual que aquel día.

Mientras el pequeño taxi se alejaba entre la carretera empedrada ella suspiró. Estaba segura que los recuerdos de esa noche serian inolvidables, simplemente porque todo le aseguraba que aquel que aceleraba su corazón con tan solo pronunciar una palabra, era inolvidable.

Federico era inolvidable, pensó antes de caminar hasta entrar por las grandes puertas del garaje para evitar ser vista y rememorar con ansias cada uno de los acontecimientos de esa noche.

Sin embargo, ella no estaba segura, ella no sabía que esa figura que tanto admiraba hubiese contemplado la escena desde las sombras. Porque había observado detalle a detalle lo que tanto hubiese temido y una arruga se hubiera formado en su entrecejo antes de poder suspirar. Tenía tanto miedo, su pequeña joya estaba pasando por lo que ella más hubiese temido y ahora debía alejarla del mal, de ese mal que siempre comenzaba llamándose amor y terminaba renombrándose dolor. Porque eso era el amor para su tía Ana, un simple sinónimo del dolor, una desfachatez de la vida, un doloroso recuerdo del mal que ella jamás hubiese premeditado olvidar.

🍊🍊🍊

Donde la vida le llevara, allí estaría ella sin ningún rumbo o un plan, simplemente viviendo a base de felicidad. Se dejaría arrastrar por la alegría, sin peros, sin excusas, solo viviendo como si después de tanto tiempo empezara a descubrir la verdadera esencia de su yo interior.

Cuando la felicidad amanecía junto a tu almohada, cuando el sol lleno de energía brillaba sobre tu rostro y el camino se llenaba de esperanza a medida que seguías, los desastres se tornaban hermosos, crecías queriendo buscarte en te amo, y entendías que el verdadero refugio para el dolor, para las esperanzas y el tumulto de malos sentimientos, era el amor. En ese momento, justo en aquel, era cuando concebías la verdadera esencia, la vida misma.

Y sin quererlo empezabas a vivir, a ser libre, a curarte.

Porque la solución no estaba en alguien más, vivía en tu corazón. Sin embargo, a veces un pequeño empujón podía crear desastres maravillosos, alegrías inevitables, podía encontrar curas para enfermedades tan graves como el cáncer.

Ella se permitió suspirar, se permitió sonreír y una pequeña sonrisa abandonó sus labios cuando aquel hizo una mueca ridícula y rodó sus ojos antes de volver a su hoja. Era un genio, el chico era un genio para las matemáticas y sus primas hermanas y no sabía ni porque, pero eso causaba un revuelo de sensaciones en su estómago, en su pecho. Se encontraban sentados en las mismas sillas verdes de siempre, con la misma distancia y las mismas clases, sin embargo, era como si aquel encuentro les hubiese acercado de una manera inevitable y hubiese acortado los centímetros que los separaban. Nada nunca sería como antes, se sentía como si nunca más estar sola fuera posible, y aunque hubiese amado su eterna soledad, ahora se sentía infame frente a esos ojos negros donde podía caber tanto amor, tanta dicha y familiaridad.

Ella suspiró una última vez antes de volver a mirar la hoja. Números, problemas, soluciones.

No podía siquiera hallar soluciones a su vida, ¿Cómo podría encontrar la solución a aquel problema? Miró la hoja con tanto pesar que una mueca se formó en sus labios, las matemáticas no eran lo suyo, nunca. Ella prefería la literatura, perderse entre líneas eternas e historias inolvidables. Quería leer, no seguir viendo números, el universo de los números le fastidiaba.

Sus manos temblaron por sostener la hoja y no sacar su libro Cien años de soledad de su viejo bolso de color naranja. Pero no podía hacerlo, nunca más. Ya que por el rabillo del ojo Carolina era muy consciente de como el profesor le retaba. Aun recordaba a la perfección el regaño del profesor Hernán, cuando se hubiese dado cuenta de que nunca resolvía problemas, pero si leía la clase entera. Problemas menores le hubiese dicho Carolina a su tía, quien era muy consciente del odio sin remedio de su sobrina por las matemáticas.

Odiaba tanto las matemáticas que los minutos se volvían eternos. Se encontraba cansada, las primeras clases hubiesen entendido muy poco y aunque habría tratado de resolver los problemas, siempre terminaba con un número que nada tenía que ver con la solución, a diferencia de Samara y Federico, los genios de la clase. Samara era extremadamente inteligente, siempre daba los resultados correctos en las clases de matemáticas, argumentaba a la perfección en literatura y daba las mejores explicaciones en biología.

Ella era muy buena, demasiado y aquello lo único que lograba era hacerle sentir un poco menos en cada segundo que pasaban en una misma aula. Carolina hubiese sido muy buena en el pasado antes de retraerse, no preguntar cuando tenía dudas, y quedarse sin voz ante cualquier pregunta. Ella quería ser más, más inteligente, lo bastante bonita, quizás más delgada y todo para hacerle entender a su lento cerebro como es que un chico tan guapo y perfecto a sus ojos, podía fijarse en ella. Sin embargo, no hallaba solución para semejante milagro y ahora lo único que le quedaba era arrodillarse frente a una iglesia y rogar hasta que el viento de la rosa de Guadalupe le golpeara en el rostro con la verdad.

Carolina no se creía nada excepcional, entonces ¿Por qué él se habría fijado en ella?

Rodó los ojos y tomándose el cabello miró el problema. Odiaba definitivamente las matemáticas.

—Carolina...

Odiaba los malditos números que no le permitían razonar.

—Carolina...

Seguro la respuesta que le daría seria 2, y la verdadera seria 200.

—Carolina...

¡Porque eran cosas que solo le pasaban a ella!

—Señorita Sáenz.

Carolina levantó su barbilla lentamente hasta encontrarse con la mirada agria con unos ojos negros inquietos mirándole en busca de una respuesta. El profesor Hernán asintió con la cabeza y ella lo imitó inquieta tragando fuerte, mientras aquel parecía querer desaparecerla con sus ojos.

—La respuesta, señorita Sáenz.

La voz rasposa del profesor inundó la pequeña aula siete, mientras murmullos le seguían acompañados de pequeñas risas. ¿Qué podía responderle? Carolina observó el ambiente, intentando buscar ayuda y sus ojos marrones se encontraron con los de Yolima, quien como loca alzaba tres dedos y gesticulaba palabras inentendibles. Ella alejó su mirada de ella, y en el fondo del salón esos ojos negros que tanto adoraba le miraron y asintió ante la respuesta de Yolima.

—La respuesta es tres —musitó con voz segura sin mirar siquiera la hoja confiando completamente en el cerebrito de Federico.

El profesor solo asintió y volteándose se irguió hasta que los murmullos de la clase se apaciguaban, mientras Carolina suspiraba provocando los latidos de su acelerado corazón se ralentizaran.

—Alguien aquí debe estudiar más de lo necesario —musitó el profesor con voz cansada, casi como un lamento —. Así se daría cuenta, señorita Sáenz que la respuesta no era... tres —soltó la última palabra con desprecio, casi como si no entendiera en que mundo aquella era la respuesta —. La respuesta es la c, cuatro a más dos a, raíz de dos.

Carolina golpeó la cabeza contra la mesa y suspiró hasta que sintió la vergüenza se detendría. Claro, ella lo hubiera sabido si fuera un genio para las matemáticas. Antes de volver y hundirse en su miseria alzó la vista y sus ojos se encontraron con él. Una pequeña sonrisa alzaba la comisura de los labios de Federico y sin querer una sonrisa inevitable se formó en los labios de carolina de vuelta.

Porque eso era él.

Su luz al final del túnel.

🍊🍊🍊

A paso perezoso andaba con su corazón latiéndole lento, mientras tomaba sus cosas y abandonaba el aula. La vergüenza no parecía dejarle en paz, y había sido demasiado consciente de como los chicos murmuraban en torno suyo. Que seguridad habría brotado al pronunciar la respuesta y que equivocada hubiese estado.

Arrastrando sus pies fuera del aula vacía ella siguió su camino hasta las puertas y luego hasta el pasillo, apenas consciente de como los estudiantes salían uno a uno desde el primer piso. Ella volteó en el pasillo del baño de las chicas y el aula de profesores y luego siguió por el pequeño pasillo para luego seguir por la derecha e izquierda más tarde hasta llegar a las escaleras, justo allí Fernando le hubiese animado hace tan poco tiempo. Aquel día no tan lejano, él le habría ayudado de tantas maneras, y hubiese querido agradecerle, sin embargo, no hubiese asistido. Fernando era un verdadero dilema, no asistía a clases con regularidad, era amigo de los chicos del salón y parecía andar con ellos y sin embargo cuando hablaban de sus salidas el nunca parecía estar con ellas. Era como si solo existiera en aquel lugar y quizás en su colegio, pero luego, después de ello su vida se redujera hasta desaparecer. ¿Un chico guapo con muchos amigos y chicas alrededor siempre en casa? Parecía bastante improbable.

No lo sintió llegar, ni siquiera sus pasos, pero cuando él tomó su mano y le apretó, millones de sensaciones resurgieron en su estómago reconociéndole al instante. Sensaciones que brotaban desde el punto exacto donde sus pieles se tocaban y sus corazones se unían, donde ambos eran tan conscientes de la suavidad de sus pieles, las cortadas de ella, los callos de él, tanto como eran conscientes de los millones de sensaciones que provocaban desastres en su interior.

Ella sonrió y volteándose se encontró con esos ojos negros tan especiales, que brillaban como nunca lo había visto. Habría tanto en su mirada que intentar describirlo hubiese sido imposible, millones de sensaciones, de sentimientos y uno prevaleciendo entre ellos, la felicidad.

— ¿Dónde estabas? —preguntó ella muy consciente de haberle visto salir minutos antes que ella.

El soltó una pequeña risa, que embelesó a carolina y le hizo acercarse aún más, separando los centímetros que los separaba, acortándolos cada vez más.

—En realidad te estaba esperando en el pasillo, pero estabas tan distraída que pasaste por un lado sin siquiera verme. —Rodó sus ojos que parecían completamente negros y con una pequeña sonrisa, prosiguió —. Así que decidí seguirte...

—Como el acosador que eres —le interrumpió Carolina como una sonrisa halándole de la mano mientras bajaban las escaleras.

—Claro, como amo acosarte y estar siempre mirándote —musitó el rodando los ojos aún más con una sonrisa que se negaba a borrarse de su rostro —. Amo mirarte almorzar en el restaurante de la esquina, en el café al frente, en la heladería a cuatro calles de aquí y cuando te pierdes en medio de la librería del nuevo centro comercial o en la que queda a una calle de aquí.

Carolina le miró de repente sin soltar su mano. Él hubiese fijado cada uno de sus sitios favoritos como si estuviera muy consciente de que lo eran, como si fuera muy consciente de su existencia desde hace mucho sin que ella lo premeditara.

Carolina ni siquiera hubiese confesado ser la misma de aquella tarde a quien le hubiese regresado las ganas de vivir, sin embargo, él se comportaba de tantas maneras que a veces parecía posible le recordara como otras tantas no.

Ella detuvo el paso, mirándole consternada. Él había sido consciente de ella, de quien era y no lo habría dicho o simplemente esa conexión que se extendía era tan verdadera que ambos habían sido inmunes el uno del otro. Él le miró largo y tendido, sus ojos negros infinitos contra esa mezcla de color marrón en los de ella, esa mirada dejaba tantas sensaciones en su interior, como si le trasmitiera toda la confianza, el amor, la seguridad con la que podría asegurar que algo sucedía entre ambos y que él estaría dispuesto a descubrirlo tomado de su mano como si nunca hubiera un camino distinto para ellos.
Y mientras le miraba se encogió de hombros restándole importancia a todas esas cosas que hubiese dicho, como si hubiera sido algo que no habría sido capaz de detener. Se acercó de repente, el un escalón más arriba que ella, con su respiración hecha un desastre mientras tomaba un cabello naranja rojizo entre sus dedos y le miraba con deleite, acercándose tan lentamente que el corazón de carolina golpeaba con más fuerza en cada segundo que él se tomaba.

Tantas sensaciones, tantos sentimientos, tantos desastres que el provocaba en su interior y ella solo deseaba que siguiera haciéndolo, que le enseñaba que si su vida era un completo desastre con él podía ser uno hermoso, uno mucho mejor. Quería vivir, ya no quería ser otra persona, estaba segura de quien era, y solo quería ser feliz con ello. Encontrar felicidad en lo poco que tenía, en los fallos, en los problemas, en sus dilemas, belleza en sus imperfecciones y humanidad en sus acciones. Justo en ese momento, mientras él le miraba con tanto amor y sonreía acercándose, ella solo quiso ser Carolina Sáenz, imperfecta, solitaria, a veces estúpida e insegura, pero siempre ella misma, sin cambios, sin dolores.

Porque si él era capaz ella también lo seria, capaz de quererse tal y como era.

Pero antes de que sus labios se tocasen, a pocos segundos el desvió su mirada y una sonrisa se formó en sus labios, haciendo los ojos de carolina se rodara antes de empujarlo lejos con una pequeña inundándolos, esa risa ronca sensual, maliciosa y enloquecedora de Federico.

—Egocéntrico —musitó encontrándose con el reflejo en el espejo de Federico, quien sonreía de una manera maliciosa y perfecta.

Ella bajó las escaleras tras voltear a la derecha y con una sonrisa en sus labios lo escuchó musitar:

—La verdad es que soy tan perfecto, que ni siquiera yo soy inmune a mi belleza.

Carolina rodó los ojos mientras bajaba y una pequeña risa abandonaba sus labios. La verdad, es que, aunque aquellas palabras abandonaran sus labios, no había prepotencia en ellas, o un deje de superioridad, solo un pequeño toque divertido y lleno de alegría y emoción.

—Eres perfecto para caer por las escaleras.

—Iremos a un lugar que quiero enseñarte —musitó ignorando su comentario.

Carolina sin premeditarlo se volteó lo suficientemente rápido para que al pie de la escalera su equilibrio flaqueara. Pero antes de que pudiese moverse Federico le tomó de la cintura con fuerza, acercándole, con pocos centímetros separándolos y el cabello de Federico levantado golpeara contra la frente de Carolina.

—Gracias por avisarme —musitó de manera lenta, balbuceando silaba a silaba sus palabras.

—Es un honor servirte —musitó lento con su voz aún más ronca mientras los centímetros se acortaban y sus respiraciones se mezclaban. De repente, soltó una risa y apoyo sus frentes juntas susurrando sus palabras como si de un secreto se trataran —. Además, te escuché decir que tenías un almuerzo con unas amigas y te daba flojera ir. Así que soy tu mejor plan.

Carolina le miró, sus ojos de cerca eran aún más hermosos, más negros, fuertes enternecedoras.

—Acosador... —carolina soltó sus palabras lentas, seguras, con un deje de sensualidad filtrándose en sus palabras, mientras rodeaba su cuello y acariciaba su cabello.

Una risa los abandonó a ambos acompasada de alegría, de ansias, de amor. Tantas cosas escondidas en un cajón el cual ambos escondían fuera de su corazón, para no sentir, para no vivir y, sin embargo, se sentía como si por fin, después de tanto tiempo y aunque se negaran estuvieran destinados a que esos sentimientos, las sensaciones los dominaran.

Porque ellos estaban destinados a vivir ese amor al cual tanto temían.

🍊🍊🍊

Carolina soltó una risa, mientras Federico corría con ella sobre su espalda, sosteniéndose con fuerza y temor y cerrando sus ojos aguantando los nervios por caer. Él era tan especial, puro. Amaba cada faceta de este nuevo Federico que se cernía sobre sus ojos y ella se negaba a dejar ir, guardándolo como un dulce recuerdo hasta el final de sus días. Era lo que siempre habría buscado, tan único, como imperfecto y le enseñaba a ser de esa manera.

Carolina quería aprender a ser como el, a no temerle a la vida, a sentir y decir cada cosa cuando lo quería. En este paso entre la alegría y el amor cosas que no conocía se habrían ido formando, creando una nueva imagen de un nuevo ser que le encantaba conocer, una persona diferente a quien hubiese escondido por tantos años. Quería conocerse, entenderse, ser feliz y el parecía ese camino que le llevaría allí, que le enseñaría como hace un año atrás a encontrar el valor de la vida misma.

—Ha llegado a su destino, princesa —musitó Federico aun sosteniendo sus piernas y dejando una suave caricia sobre aquella piel. Una caricia que provocaba pequeños escalofríos escalaran por todo su cuerpo, cargados de un cosquilleo que terminaba sobre su vientre bajo —. Caro, ¿tienes miedo?

Al escuchar aquellas palabras carolinas se bajó de un salto de su espalda con una sonrisa. Odiaba que alguien mirara sus debilidades, sus miedos. No importaba quien fuera, ella no terminaría dejándole ver todo su ser así produjera felicidad a su mundo. El soltó una risa al ver su gesto y tomándole de la mano le hizo voltear. Brillaba una gran tienda que parecía bastante extraña, la letra de aquel sitio brillaba en una luz naranja y negra intermitente, formando la palabra Naranja en un gran espacio.

La tienda era enorme, ocupaba toda la calle y gran parte de los negocios alrededor se tornaban insignificantes en torno a aquella majestuosa entrada de color naranja en dos puertas de vidrio, a cada lado un inmenso ventanal donde muchos maniquíes en discretas chaquetas o ropa de invierno destacaban la tienda. Carolina frunció el ceño aún más cuando Federico le haló y con una risa ambos se encaminaban a las puertas de vidrio, aquel abrió la puerta para que pasara y cuando lo hizo su ceño se profundizó.

Era una tienda de ropa de invierno o eso parecía desde la gran entrada, no obstante, cuando las puertas se abrían se encontraba de lleno con grandes e inmensos estantes donde en cada sitio brillaban... ¿calcetines? Si, calcetines, uno más sorprendente que el otro se abría paso en medio de estantes, grandes cestos, vitrinas, algunos otros colgados y otros más semejantes a otros y organizados según las festividades.

—Nunca le había contado esto a nadie —musitó Federico a su lado apretando su mano con calma mientras respiraba lento dejando el aire salir de sus labios —. Era un secreto...

Carolina se volteó y antes de hacer cualquier cítrica o decir algo más solo le sonrió para sorpresa de él. Sonrió con alegría, sonrió como si le comprendiera y quisiera ser parte de ella. No había duda en sus ojos, solo alegría, curiosidad.

El sintió como su corazón se aceleraba contra su pecho. Había tantas cosas en su mirada, pero en ninguna de esas sensaciones que brillaba en sus ojos había una crítica. Era solo ella, la única chica que parecía no querer cambiarlo, no querer juzgarlo, aceptarlo tal y como era, no más alto, no más delgado, no más intelectual, solo el... tal y como era.

— ¿Fetiche por las medias? —bromeó tomando una media naranja que descansaba junto a muchísimas más en un gran cesto.

—Solo por las medias naranjas —musitó aquel mirándole fascinado con ansias de encontrarse en ella. Había tantas cosas sucediendo en su interior que ya se había rendido, solo quería sentir, dejarse llevar por la vida, por ella, por la felicidad.

— ¿Cómo mi cabello? —preguntó colocando el par contra uno de sus cabellos.

La media era de un vibrante color naranja, brillaba bajo la luz tanto como el cabello de Carolina bajo la luz de aquella lámpara en aquel lugar. Al compararlas no había gran diferencia, el cabello de aquella y la media vibraban de la misma manera con fuerza, cegando con fuerza a quien lo viera.

—Si, como tu cabello vibrante y cautivador —musitó —. Porque quizás tu eres la media naranja que he estado buscando.

Y entonces ella sonrió.

Ella sonrió de una manera inmensa.

Sonrió de esa manera que robaba suspiros.

Sonrió como hace mucho no lo había hecho.

Y justo en ese momento él supo que al igual que aquellas medias naranjas nadie en la calle sería capaz de no huir su mirada de esa cabellera naranja rojiza cuando aquella chica sonreía de esa manera. Porque quizás sino la mirabas, debías estar completamente cegado. Ella tenía una luz propia, resplandecía cuando sonreía y llenaba de fuerza a quien le miraba.

Y ya era demasiado tarde, porque tras dejarse sentir algo de ella que hasta ese momento no habría mirado, le terminó de cautivar y detuvo su corazón con fuerza.

Porque esas sensaciones le llenaban y ya nunca podría volver a detenerlas. No cuando la chica del cabello naranja rojizo brillaba de tal manera en una gran sonrisa.

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