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Capítulo 8: Segunda Parte.

Imagination _ Shawn Mendes

El fuego de aquel instante, como las luces de una navidad pasada parecía alumbrar todo a su paso, llenando de gozo su corazón, haciéndole sentir pura y de una manera muy significativa, feliz. Como el sonido del trote cuando era niña, mientras corría con su primo, este sonido en el cual su corazón latía con fuerza, le brindaba emoción. La luz volvía y desaparecía como una bombilla incandescente de noches turbias de una navidad pasada, llenaba de paz, llenaba de amor, pero en esos lapsos en que no existía aquello, solo era capaz de llenar aquel puesto, su vieja amiga, la soledad.

Sin embargo, el dulce sabor de la vida hubiese barrido de una sola tanda todas las tristezas pasadas, inundando de emoción y vitalidad su mundo, haciéndole virar sobre una estrella de rayos inmensos que dictaba con emoción la permanente felicidad o la supuesta de ella. Carolina cerró sus ojos inhalando el dulce olor del césped recién cortando, erizando sus vellos provocando una sonrisa inevitable se formará en sus labios. Paz, con él se sentía en paz, era como tener una esperanza de ser feliz por siempre y un tierno indicio de un resquicio de amor oculto de recuerdos pasados.

Sucumbiendo a sus fuerzas caminó con los ojos cerrados siguiendo su instinto, mientras sus manos se movían inertes en torno a sus caderas y sus botas se hundían en el césped cortado. Antes de que pudiese abrir sus ojos, sintió una venda cubriéndole y con un aparatoso esfuerzo intentó quitársela.

— ¿Qué diablos haces? —gritó Carolina mientras intentaba con esfuerzos quitar esa venda roja.

Escuchar la risa de Federico, una risa tan efímera como conciliadora, tan especial como esperanzadora, tan espontanea como feliz provocó ambos se sorprendiera de tal manera en que se quedaron quietos mientras la venda, y los ojos de Carolina eran incapaces de responder a sus impulsos.

—Lo siento, no quería asustarte —musitó aquel con las palabras desbordando de sus labios, con poca convicción, con una clara señal de la sorpresa aun vibrando en sus palabras—. Solo, quería sorprenderte.

Carolina carraspeó intentando recuperarse de ese trance en que rememoraba su risa en su mente. Era una risa jovial, segura y rotundamente feliz. Un sonido el cual desearía oír hasta el final de sus días.

— ¿Confías en mí?

Ella escuchó sus palabras con detenimiento, sintiendo esa voz andar sobre su cuerpo, su aliento sobre su cuello. ¿Confiaba en él? Confiaba en el más que en cualquier otra persona en su vida.
Carolina solo asintió dejando salir sus miedos, sintiendo como segundo a segundo empezaba a sentirse cada vez más segura a su lado. El sentimiento que le rodeaba a medida que pasaba tiempo con él, era uno confuso. Se sentía tan feliz, sin miedo, como si pudiese entregarle el control de su mundo a sus ojos sin necesidad de premeditarlo o sin lamentaciones. Con él estaba, se sentía y sentiría siempre segura.

—Yo también confío en ti —murmuró aquel besando su cabeza y apoyándose en las puntas de sus pies pasó la venda por su cabeza, antes de que le tomara por los hombros y le hiciera voltear en torno a él.

Sentía su cercanía a pesar de no verla, al igual que sus sentimientos por él, era una sensación indescriptible que le envolvía, que a pesar de no verse se sentía, una conexión infinita que atraía sus mundos. Polos opuestos se atraían, pensó ella cuando sintió el aliento de aquel golpeando en sus labios a medida que se acercaba y sus vellos se erizaban delatándola. Era como encontrarse en el cielo, sus brazos no respondían y sus labios se secaban con tal lentitud que estar cada vez más cerca de él no ayudaba. Entonces lo sintió, ese pequeño pinchazo en su estómago, que asemejaba por primera vez al sentimiento de mariposas volando con sigilo sobre las tiernas paredes de su abdomen, un suave cosquilleo que llenaba de esperanza su mundo.

—Y quiero enseñarte algo —musitó antes de alejarse con el aliento de sus sueños desvaneciéndose a medida que sentía retrocedía y le tomaba de los hombros.

Había tantas sensaciones acelerando su pecho a medida que él le guiaba.

Un refugio para el dolor, una herida que no cicatrizó, un corazón roto o una infame tristeza que nunca abandonó. La respuesta siempre sería el amor, porque sólo un sentimiento tan puro podría hacer volar el corazón, ese órgano que latía con fuerza contra su pecho, mientras daba pasos, dubitativa y sentía su respiración muy acelerada contra su cuello. El sonido de su corazón, el golpeteo de sus pensamientos, su respiración forzada, y lo calmado de su cuerpo, le hacían creer en él, en que incluso sería capaz de seguirlo hasta el infierno si así el necesitaba.

El musitó algo inentendible mientras ella sentía se alejaba y sus pasos lejos le dejaban indefensa. Su corazón batió con ligereza a medida que lo sentía lejos y una soledad absoluta junto a un silencio inmune a sus respiraciones batía sus hombros.

— Fede...

Él no respondió y ella intentó alcanzar la nada con sus manos, divagando entre sus impulsos e instintos. No era fácil confiar, después de años sin tener el control.

—Federico...

Nadie respondió mientras ella dudosa dejaba caer las palabras en el aire con sus manos temblando. Sus rasgos eran algo diferentes de quien hubiese sido tiempo atrás, ahora ella era demandante, odiaba ceder el control, si ella no lo hacía nadie lo haría bien. Era controladora, calculadora. Todo ello, por un motivo. Carolina Sáenz se hubiese prometido no ser engañada, usada, dañada nunca más.

Y por más que en su cabeza, una pequeña voz que desconocía le dijera que podía confiar en él y cederle el control de su mundo. En el fondo, ella no lo creía. Porque todos a quienes hubiese terminado estimando le hubiesen decepcionado.

Era inevitable, la gente siempre terminaba decepcionando a quien más amaba.

Se habría dicho que nunca más confiaría a ciegas en una persona, y, sin embargo, ahí estaba, tan literal como fuera posible. Le llamó muchas veces, mientras el viento golpeaba con fuerza provocándole escalofríos que escalaban hasta sus brazos y se perdían en su espalda. Escalofríos de terror.

—Federico...

Su pensamiento era volátil, sus sentimientos, aún más. Siempre que creía podría estar a la par con lo que sentía, una nueva emoción desconocida interfería en su lógica y terminaba aún más perdida. Era agotador, sentir que solo eras un personaje en tu propia vida, que las cosas nunca dependieran de ti, no poder controlar como debería sentirse ni la reacción que tendría ante las cosas. Porque tan pronto se sentía feliz algo siempre un segundo más tarde, terminaba entristeciéndole, y exactamente eso pasaba con Federico: tan pronto sentía que debía confiar, sus miedos le golpeaban, el rumbo de las cosas le tomaba por sorpresa y le alejaba del control que insistía su mundo debía de tener.

Cuando ella intentaba quitarse la venda escuchó su tranquilizadora voz llamándole.

— Federico, ¿dónde estás? — Ella intentó caminar, alcanzarle—. No me dejes sola, no me gusta la soledad.

Cuando intentaba dar otro paso, una piedra interfirió en su camino, provocando trastabillara sin darle tiempo de reflexionar. No obstante, Federico con rapidez, dio varias zancadas alzando su cuerpo, mientras le tomaba de la cintura y sus cuerpos se rozaban con lentitud, tan extrema como duradera.

Hubiese tratado de hacerle una broma, sin embargo, pronto hubiese recordado como con ella todo debía ser premeditado. Ella no era cualquier chica, era especial. Debía de medirse las palabras y mucho más las acciones.

Carolina no lo sabía, pero los labios de Federico y los de ella, estaban tan cerca que este se quedó en silencio tantos segundos como fuese posible, hasta memorizar el contorno de estos. Y la sostuvo cerca, mientras Carolina respiraba con dificultad y sus alientos se mezclaban, y él podía oler a la perfección el olor de su colonia de vainilla filtrándose entre ambos. Respirando con dificultad repasó las pecas sobre su nariz y como se perdían hasta sus mejillas regordetas, sobre sus pómulos y luego perdiéndose en un pequeño lunar en su mejilla derecha. Pequeñas manchas de acné y un rastro de espinillas se confundían con estas hasta perderse en un pequeño lunar muy cerca de sus gruesos labios entreabiertos. Era la más hermosa y real obra de arte.

Y es que Carolina era muy hermosa, de cabello de un color naranja fuerte que contrastaba con su pálida piel y sus hermosas mejillas surcadas de pequeñas pecas y puntos negros sobre su respingada nariz. Era muy hermosa, no perfecta, hermosa y eso lograba recordarle como de cerca ella lograba hacer batir con más fuerza su corazón. Estaba tan cómodo cerca de ella que lo hubiese olvidado y alejándose de aquella con lentitud se permitió aspirar su dulce olor una última vez.

Su esencia dejaba una brecha en el corazón de Federico, una mezcla enriquecedora de curiosidad, sentimientos encontrados y unas ganas infinitas de intentar huir. Cuando le miraba, sentía esos ojos marrones podrían leer su mundo, podrían volverle loco y eso le daba tanto miedo, quizás aún más miedo que aquella dejara de mirarlo. Hasta ese momento no habría entendido las palabras de su madre, esas que ella repetía día tras día, mientras él seguía siendo el chico aplicado de cero fiestas, cero novias y creo compromisos. Porque a pesar de los rumores el hacía parte del selectivo y muy pequeño grupo de chicos buenos, aplicados e inteligentes.

Habría entendido desde muy temprana edad que era lo que deseaba, para que estuviera listo, y quien deseaba ser en un futuro no muy lejano. El deseaba con fuerza obtener sus metas, odiaba el desorden y vivía tras los libros, con la nariz siempre detrás de un nuevo dato y las mejores notas de su salón. No deseaba amor, no estaba listo, sólo quería graduarse con el mejor promedio, tener una excelente nota del examen de estado y encontrar un trabajo que le permitiera por primera vez ser libre. Deseaba y sabía que debía sacrificar por ello, ese lado adolescente alocado que todos sus amigos tenían y que por un error todos hubiesen terminado adjudicándole.

Porque él nunca iba a fiestas, pero, en definitiva, siempre un escándalo terminaba arrastrándole como si lo hubiese presenciado.

Y era esta naturaleza rebelde que llevaba arraigada a su verdadero ser, ese que vivía más allá de las críticas, el que hubiera provocado nunca se hubiese sentido interesado por una chica tanto como para tratarla más que como un lío pasajero; bueno, con excepción de un tiempo atrás. Pero, es que ella hacia vibrar su corazón, le hacía perder la concentración en las clases por quedarse mirando su perfección, hacía que se sintiera de maneras extrañas y muy duraderas.

Le hacía sentir.

Federico soltó el aire golpeando con aquel los labios de Carolina, alejándose completamente y sonriendo le tomó de los hombros.

— Lamento dejarte sola, no pensé que te alterarías—se disculpó—. Espera un segundo, te prometo será fantástico.

Ella apretó sus labios en una sonrisa y él suspiró alejándose hasta dar la vuelta y tomarle de nuevo de los hombros. Carolina con simples gestos provocaba desastres en su interior.

— ¿Fantástico? —Musitó ella con su sonrisa—. Suena a cuento de hadas.

El reprimió una sonrisa mientras le guiaba y dejaba de sentir como su corazón golpeaba contra su pecho. Ahora se sentía como si su estómago tuviera algo malo, se encontraba revuelto. Porque, aunque fuera imposible de creer, Federico, ese chico dulce y romántico, quería regalarle un cuento de hadas a esa extraña que miraba en clases, llamada Carolina y a quien le hubiese regalado solo malos ratos.

Ella dejó ir sus miedos cuando sintió como él le tomaba de los hombros y sus pieles se rozaban de una manera tan superficial. Había tanto en sus gestos, una intimidad entre sus palabras, como si en el encontrará un refugio para ambos. Nunca antes se hubiese sentido tan cómoda, nunca antes su corazón hubiese latido de esa manera por un chico. Él le guío sin decir una sola palabra, mientras sus cuerpos se comunicaban, el sonido de sus respiraciones como una sola, su corazón contra sus oídos, las mariposas en su estómago. Todo se sentía tan ideal que cuando el bajó una mano de su hombro y la colocó sobre la de ella, Carolina se reprimió, para disimular, no dejando ver como ese simple gesto le volvía loca en tantas maneras inexplicables como infinitas.

Él se alejó unos segundos y luego ambos siguieron oyendo con sus manos unidas, como sus corazones latían con tanta fuerza como para comunicarse entre ellos. El dejó de caminar guiándola y ella estoica sintiendo como él le rodeaba, dejó salir una profunda respiración.

—Has abierto tus miedos, me has dejado entrar en tu cabeza y has hecho que sienta tu corazón es mi hogar —musitó él en algún lugar con su voz ronca marcando cada palabra—. Sé que es estúpido porque no nos conocemos, pero hay una conexión tan grande entre ambos que puedo sentir como nos rodea.

》Eres maravillosa. Tienes los mejores hoyuelos que haya visto en mi vida y tú... tus mejillas son tan tiernas —musitó en una risa sensual aun sin acercarse, mientras Carolina esperaba prosiguiera con sus mejillas tornándose rojizas. ¿Cómo es que tenía las palabras precisas? —. Te he observado durante todo este tiempo, no pienses que soy algún acosador o algo así...

Soltó una risa que lo detuvo y sintió su aliento sobre sus mejillas antes de perder nuevamente su presencia. Su voz era una fantástica y ronca melodía.

》Es que me recuerdas tanto a una persona que... —Él se detuvo, sintiendo sus mejillas tornarse rojas, mientras Carolina suspiraba, pasando una mano por su cabello largo y alborotado y su flequillo sobre su frente—. No importa... —dejó caer estas dos palabras entre ambos mientras Carolina sentía sus esperanzas desfallecer.

Si él no quería hablarle de esa persona, significaba no importaba

Sin embargo, antes de que pudiese decir algo más, el retomó sus palabras con una gentileza en aquellas, que Carolina no pudo evitar dejar pasar aquel mal transe.

》Me maravillaba de una manera inconsciente Como podías guardar tanto amor en tu corazón, como es que siempre tenías una sonrisa en tu rostro y una maravillosa palabra de amor a quien te rodeaba. No entendía, ¿cómo es que podías ser tan buena? —Federico suspiró mientras ella dejaba caer una sonrisa entre ambos—. Te envidiaba, pero entonces te vi tan destrozada que entendí tantas cosas...

— ¿Qué viste? —musitó ella con la sonrisa atrás.

Él suspiró acercándose, había tantas palabras en su cabeza, tantas sensaciones en su ser por una chica que apenas conocía y le abrumaban. Quería decir tanto, pero a la vez callar y dejar que sólo ella hablara y deleitarse en su dulce voz.

— Entendí que era un medio de protección, cuando hablaste con tanta sinceridad, sentía que debía ayudarte que... ¿Quieres saber qué otra cosa entendí? —musitó acercándose tan cerca a ella que su aliento golpeó contra su oído. Muy consciente de lo que él provocaba en su pobre cuerpo, Carolina asintió y el con una sonrisa en sus labios prosiguió—. Entendí que nunca debía dejar que esa hermosa sonrisa se desvaneciera de tu rostro, que entre tantos males habrías encontrado la verdadera esencia de la vida y que si pudiera desearía tener un poquito de ti en mi vida.

Sin decir nada más, se alejó y sus pasos resonaron en el espacio. Cuando sintió nuevamente su presencia, sus manos se encontraban en su cabeza intentando quitar la venda. Ambos soltaron una risa cuando ella tuvo que agacharse para que él le quitara la venda, debido a los centímetros que los separaban. Sin embargo, cuando sus ojos marrones se encontraron con esos negros infinitos, ella no fue consciente de nada más. Había algo diferente en la mirada de Federico, un sentimiento que hacía sus ojos brillarán provocando fueran aún más hermosos y haciendo que Carolina se sonrojara con fuerza.

Cuando él se acercó de repente tan preciso como para que sus narices se tocarán, ella dejó salir el aire que sus pulmones que no sabía que retenía y con sus labios entreabiertos permitió sus ansias de él salieran. Él se acercó tan despacio que los segundos fueron eternos y abriéndose camino entre sus cabellos alborotados besó su mejilla izquierda antes de suspirar y musitar.

—Sé que estás ahí, Carolina. Tu verdadero tú es mejor que esto, que cualquier fantasía que puedas crear. Eres buena, sólo debes darte el momento de descubrirlo.

Sin decir nada más se alejó sonriéndole y colocándose detrás tomó sus manos uniéndolas, dejando que ella mirara el panorama. Una sonrisa enorme acompañada del asombro abandonó su cuerpo mientras un grito ahogado desertaba de sus labios aún entreabiertos. Había tanto en su gesto, en como tomaba sus manos y daba tanto por ella que sus ojos se anegaron al mirar su reflejo en el espejo, en los espejos que cubrían la habitación.

Se miró allí con sus ojos llenos de un brillo especial, con sus labios entreabiertos y las mejillas sonrojadas. No era el mejor panorama, y sus cabellos naranja rojizos se encontraban alborotados sobre su cabeza, sin embargo, después de mucho tiempo y con una sonrisa en sus labios que transformó todos sus miedos ella dejó salir tantas inseguridades en un suspiro. Se sentía como si curara sus miedos a medida que el reflejo le daba una nueva imagen de sí misma, como si sus inseguridades no pesarán tanto como lo hubiese creído, como si cada brecha en su corazón se cerrará al verse desde tantos lugares diferentes. Ya no sentía miedo de mirarse, una curiosidad le recorría el cuerpo y encendía sus temores hasta hacerlos trizas. Carolina se sentía bien, ya no había tanto temor en sus facciones, su cuerpo se sentía relajado, feliz mirándose en cada reflejo a medida que daba vueltas y vueltas con aquel chico de su mano y una sonrisa de sus labios.

Renovación, tanto dolor en sus ojos ya no pesaba como antes y ese pequeño círculo en que se hubiese encerrado durante años parecía desvanecerse como si de una burbuja se tratará mientras más tiempo pasaba mirando su reflejo y ya no intentaba gustarle a los demás, sino a sí misma.

Y si, estaba recordando su promesa. Y después de todo, estaba cumpliéndola.

Se aceptaba, quería hacerlo de tantas maneras, aunque aún hubiera inseguridades en su semblante, aunque aún no le gustará cada parte física de su ser. Quería ser mejor, quería gustarse a sí misma, ser feliz por sí misma.

—Esta chica que ves allí, sonriente —musitó Federico con sus palabras sueltas y seguras sobre su oído—: es perfecta, no necesita verse al espejo y encontrar nada malo. — Besó aquella parte —. Carolina tu eres perfecta.

》Debes intentar entenderte, curar tus miedos con emociones buenas, sonreír y encarar la vida. Eres tan hermosa cuando sonríes, mírate. —Señaló la imagen que todos esos espejos proyectaban sobre ella—. Deberías ser feliz, sentirte segura con quien eres porque vales mucho, sólo que aún no lo entiendes.
Las palabras pugnaban por salir de los labios de Carolina pero ella calló sintiendo como el apretaba sus dedos y le apoyaba de una manera inconsciente en aquel dilema.

》Mi vida es miserable —musitó bajo, regalándole su confianza—: odio a mi familia, mi madre siempre fuera por trabajo, mi padre siempre de viaje. —Suspiró —. Sólo tengo a mi pequeña hermanita, y estoy tan feliz por ella, intento ser mejor para que ella sonría y sea feliz. Yo... desearía tener un pedacito de ti, aprender a ser feliz a pesar de las adversidades y aunque el tiempo falle y seamos distintos, yo sólo quiero conocerte y que brilles para mí.

》 ¿Me regalarías un pedacito de tu felicidad? Querría ser mejor para ti, y que tú lo seas para mí, que sonrieras para hacer feliz mi mundo. — Ella sonrió sin premeditarlo, dejando sus hoyuelos marcando sus hermosas mejillas, mientras él suspiraba. Nunca hubiese sido bueno con las palabras ni las confesiones, pero se sentía mal no dejar salir tantas emociones que golpeaban contra su pecho—. ¿Me lo permites?

Ella no supo que decir mientras encontraba sus ojos negros en el reflejo. Había tantas sensaciones en su pecho, que parecía se volvería loca, sin embargo, cuando menos lo pensó asintió provocando una sonrisa se formara en el rostro de ambos.
No sentían, no intuían y tampoco podían detener aquello que hacía mover sus pechos con fuerza y que unía sus miradas brillantes en una sola. Porque ambos no sabían cómo tantos sentimientos podían arremolinarlos y que sin querer ambos era la cruz del otro.

Porque a veces la vida daba tantas vueltas que el único camino que nos dejaba era la felicidad.

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