Capítulo 5.
Don't be a fool _ Shawn Mendes
«Yo, solo quiero ser lo suficientemente hermosa para alguien como él; yo, solo deseo ser lo suficientemente normal como para alguien tan especial como Federico; yo... me conformaría con tan solo ser suficiente, pero nunca lo seré, no cuando me detesto a mí misma, no cuando soy tan fea mental y físicamente, no cuando estoy tan jodida. No merezco ser amada, pero si tan solo lo fuera... estaría tan remotamente cerca de la felicidad»
¿Cuántas veces había pensado de esta manera? ¿Cuándo había sido la última vez que le había gustado lo que reflejaba el espejo? Temía con dolor, que no amarse fuera el cauce de todos sus jodidos demonios, porque si tan sólo se amara, si tan solo se forzara a ser un poco más normal, ella encajaría. No se reconocería, pero por lo menos y por primera vez en su vida... ella sería parte de algo.
El dolor que le causó ver aquello sería difícil de explicar. Un dolor taladrante sobre su cabeza, un recordatorio firme de lo poco que valía, un dolor incesante colmado en su cuerpo, un cuerpo que ya no parecía pertenecerle. Había hecho tanto por encajar, había hecho tanto por seguir a pie de letras las palabras de Federico que cuando lo había visto tomado de la mano de otra su destrozado corazón había estallado en mil pedazos, los mismos que habían terminado incrustados profundamente sobre sus más débiles sueños, acabando con sus ilusiones, maltratando su amor propio, destrozando sus pocas expectativas ante una vida o un futuro mejor.
Carolina se había sentido la peor persona del mundo en todos los sentidos posibles, a pesar de su corta edad. Su falta de amor propio le había causado tantos problemas durante toda la adolescencia que hubiese pensado no habría dolor semejante o mayor que el ser ella misma le causaba, porque este había trastocado su alma a tal punto que había trastornado su reflejo ante el mundo y peor aún, ante sí misma.
Sin embargo, todo fue hasta ese día, todo hasta que volvió a encontrarse con aquellos ojos que tanto rememoraba en su mente, y no encontró ni siquiera un rastro de empatía en ellos. Aquellos ojos que le habían llenado de ilusión ahora le hacían hundirse en el fango de la auto destrucción, su poderosa amiga durante los últimos años.
Federico estaba de la mano de ella, y no supo si aquello causó aún más dolor o solo fue su clara declaración de su desinterés en su mirada. Aquel miró a Carolina una vez más con un gesto de curiosidad, que no duró lo suficiente, y volvió sus ojos ilusionados hacia la chica que le acompañaba. Samara le sonrió y apretó su mano acercándosele un poco más, lo que provocó los trozos del corazón de Carolina se incrustarán aún más hasta escocerle el alma y derribar sus pocos muros de auto confianza, de amor.
De nuevo pensamientos intrusivos atacaban su mente, transformando su mundo en uno donde volvía a reinar la tristeza y la desazón.
No valgo nada...
No merezco esta vida...
¿Por qué sigo intentándolo si cada vez la carga es más pesada?
¿Por qué... luchar si todo lo que amo se va?
Soy una completa basura...
Tenía tantas ganas de llorar, tenía tanta rabia, que quería destrozar todo a su paso. Los trozos de su corazón se hundieron pesadamente y con dolor sobre su pecho provocando la rabia incrementara. Se sentía tan estúpida, estúpida por pensar él la querría, estúpida por haber cambiado tanto física como mentalmente por un chico que a la vuelta de la esquina ya la hubiese olvidado, estúpida porque para ella hubiese significado todo y para él, nada.
En el corazón de Carolina, nadie nunca había osado estar antes de Federico, y antes de él no se había sentido mal, porque como su madre siempre hubiese dicho todo pasaba cuando debía hacerlo. Sin embargo, cuando Federico, tan perfecto, feliz y causal hubiera llegado un año atrás, ella se había aferrado a él de tal manera que incluso sabiendo que no podría tenerlo, esto había causado en Carolina un tipo de obsesión que ella insistía en llamar atracción.
Porque para Carolina la aparición de Federico en uno de los momentos más críticos de su vida, había sido un salvavidas en medio del inmenso mar de soledad que le embargaba. Para alguien que no hubiese sufrido de depresión, de años de luchar contra los pensamientos intrusivos o contra sus impulsos nerviosos, crisis emocionales y suicidas, quizás no hubiera significado nada. Pero, al ser quien era y al tener aquel pasado, Carolina no podía evitar fijar su atención, su amor hacia alguien que parecía remotamente imposible. No se trataba de que Federico le hubiese enseñado el verdadero significado de la vida, si solo hubiese sido así ella no se hubiese obsesionado de tal manera, sino que el haberle dado amor cuando ella sentía nadie más lo hacía, y el haber hecho que esto fuera imposible en su pequeño mundo, era la causa real que arrastraba desde varias décadas atrás, la verdadera razón.
Carolina se encogió y en ese momento su profesor entró en el aula, haciéndole moverse y colocarse en el lado opuesto del salón a donde ellos se encontraban. Hernán, su profesor de matemáticas empezó con su monólogo, el cual duró varios minutos, para luego proseguir con su clase. Pero ella no pudo estar pendiente, ella no pudo colocar su atención en la clase y mucho menos entender lo que decía porque en su cabeza sólo algo parecía aparecer, la imagen de ambos, la imagen de ellos tan cerca y de sus miradas... tan cargadas de amor como ella deseaba aquel le mirara.
Se evitó mirarlos durante toda la clase que duró dos horas y cuando hubo tiempo de salir del salón por algo de comer ella prácticamente huyó hacia los baños. El baño cercano estaba atestado así que ella caminó hasta un baño más alejado y personal donde cerró con fuerza. Apoyándose contra la pared, apretando sus ojos y golpeando la pared detrás suya, ella dejó que las lágrimas de impotencia que se habían formado sobre su ser salieran y le liberaran. Cayó sobre el piso y siguió llorando, lamentándose mientras recordaba sus ojos y como la miraba. Arrastrándose sobre el frio piso ella solo podía rememorar esa escena sucumbiendo a su masoquismo, recordando ese brillo, esa sensación que los rodeaba, las caricias imperceptibles que dejaba en su mejilla...
Su peor enemiga con él...
Ni en sus peores escenarios ella hubiese pensado algo así, ni en sus peores escenarios alguien tan perfecto como creía era él, se hubiese fijado en alguien tan maldita como ella, tan pusilánime. Se encontraba peor que cuando lo hubiese conocido, tan destrozada que el dolor que irradiaba su ser se había encargado de volverle pedazos, pedazos que ahora lo único que hacían era traer de vuelta la peor parte que ella solo tenía preparada para destrozar y hacer que los demás se sintieran como ella misma en aquellos momentos, convertido en un ser cruel, odioso y pusilánime.
Un sonido le alertó y levantándose de un impulso se acomodó su chaqueta y su blusa color plata de tirantes. Se miró en el pequeño espejo y su aspecto le espantó. Tenía tantas ganas de llorar, que no se había detenido a pensar de como esto destrozaba aún más la manera en que ella se veía así misma, fea. Siempre que lloraba —hecho que prefería evitar— ella huía de los espejos, de un reflejo destrozado que le recordaba lo fea que era, lo abultadas de sus mejillas, lo grande de su nariz, sus labios demasiados gruesos y sus orejas demasiado grandes.
La chica podría cambiar físicamente y como los demás la veían, pero no la imagen que tenía de ella en el espejo, no la imagen que tenía de ella misma y de cómo se veía. Porque a pesar de los cambios ella aún seguía viendo a la gorda de unos meses atrás, a la gorda y fea de la que todos se burlaban.
Acomodó su cabello, mientras una lágrima bajaba por su mejilla, colocando sus cabellos rojizos naranjas rebeldes sobre su coleta. Había deseado tantas veces ser más fuerte y había asociado por tanto tiempo esto a una imagen física, que la tacita revelación de que se encontraba equivocada solo trajo consigo recuerdos de su pasado.
» Mamá, ¿qué te pasa? —Había preguntado inocente ante las grandes ojeras que se hubiesen formado bajo los ojos de su madre—. ¿Por qué lloras? No... No lo hagas.
Una Carolina mucho más pequeña tanto en estatura e inocencia había observado de manera tímida como grandes borbotones de lágrimas formaban riachuelos sobre las hermosas mejillas de su madre. Esa pequeña tan risueña y cubierta de timidez se había acostumbrado a que aquello ocurriera, a pesar de que su madre lo negara y debajo de sus mejillas cubiertas de maquillaje vislumbrara un feo golpe que empezaba a tornarse verde.
—Mami, ¿estás así porque me porte mal ayer? —musitó la pequeña mientras un gimoteo cubría su pequeño cuerpo—. Te lo juro... yo... no lo volveré a hacer... yo...
Ante las negaciones de su madre a pesar de confirmarse como un hecho tras las recientes pruebas que marcaban todo su cuerpo, la niña se había encargado de culparse a sí misma, a sus dolores y sus demonios con los cuales luchaba desde muy corta edad, atribuyéndolos a los pesares de surcaban los dolores de aquella mujer de delgada figura y ojos grandes y grises. Porque mientras su madre concebía negarle los hechos y las peleas a su hija como una manera de protegerla, lo que realmente pasaba en el interior de aquella pequeña niña no podía concebirse más como las primeras brechas que iluminarían su vida por el camino de la desolación.
Aida había ahogado un pequeño sollozo y había tomado entre sus brazos a su pequeña niña. Amaba tanto a Carolina que se había convertido en su única fuerza y apoyo en un matrimonio el cual no funcionaba. Se había quedado allí, aguantando las crisis y las peleas con una única meta, protegerla. Sabía que, si se separaba de aquel hombre, Rafael se encargaría de quitarle a su pequeña y la manera en que aquella trataba de traerle de nuevo a la luz le escocía el alma y no era capaz de confiar en que sin ella podría sanarse.
—Tú no tienes culpa alguna, Caro... —había musitado tan bajo como su pequeña voz le permitía —. No pasa nada, estamos muy bien, excelente. —Aida se forzó a dedicarle una tierna sonrisa—. Aquí no pasa nada...
Carolina se acercó al pequeño rostro de su madre, tan hermosa como triste, siempre.
—Entonces, mami, ¿por qué lloras? —Frunció sus pequeñas cejitas, tratando de entender el pequeño mundo en el que su madre se encontraba—. Las personas se ven feas cuando lloran...
Su madre soltó una pequeña risita tomando de sus mejillas abultadas a su pequeña princesa.
— Las lágrimas son la expresión más hermosa de nuestra propia humanidad, nos hacen conscientes de nuestra propia habilidad para abrir nuestros corazones...
Un golpe fuerte provocó que Aida saltara con su pequeña niña en brazos, sin dejarle terminar su frase.
—Que palabras tan estúpidas las tuyas —masculló su padre, Rafael invadiendo la pequeña habitación. Su cabello era de un rojo intenso y sus ojos chocolates se iluminaban con deleite—. Las lágrimas son la expresión más baja de nuestra propia humanidad, de nuestra propia debilidad. Nos hacen débiles...
Carolina tragó hondo mirando con expresión aterrada a su padre. Odiaba cuando este hablaba serio, cuando sus palabras se mezclaban con furia y su aliento apestaba a alcohol barato.
—Dejamos solos... Pulgarcita —musitó Rafael obteniendo la atención de la pequeña —, necesito hablar con tu madre.
Tragando hondo la pequeña desconoció en aquel momento a aquel hombre que le hacía sentirse tan querida, que le enseñaba con paciencia las cosas, que le trataba con cariño... de aquel hombre que despectivo formaba aquellas palabras soeces hacia su madre y del cual las palabras apestaban a alcohol.
—No me digas así —musitó la pequeña bajándose del regazo de su madre y corriendo hasta el pasillo, fuera de la habitación.
Quería huir tan pronto, huir de sus constantes peleas, huir de sus gritos y de la imagen de su madre golpeada y el rostro de su padre cubierto de rasguños. Quería huir y no volver a vivir en esa casa jamás. Sin embargo, antes de poder hacerlo una fuerza exterior le retuvo haciéndole esconderse tras la puerta del pasillo, para evitar ser vista.
—Aida debemos hablar... Esta situación se está volviendo inconcebible, yo te amo muchísimo, pero debo insistir en que la separación sería lo mejor...
De repente un golpe fuerte resonó en la habitación haciendo a la pequeña encogerse de miedo.
—Aida... por favor —la voz entre lamentos de su madre, mezclada con los golpes hondos inundó la habitación, al tiempo, que los ojos de la pequeña se anegaran en lágrimas.
Carolina no quería aceptar que tenía una familia destrozada, que su padre era un hombre ebrio, y su madre sufría de trastornos y crisis nerviosas. No, para la pequeña era mucho más fácil imaginar que el problema era suyo, que la única razón por la cual no eran una familia feliz era por su culpa... porque era mucho más fácil echarse la culpa, que tratar de ser entendida por un par de padres que eran capaces de dar la vida por ella, pero que inconcebibles habían olvidado quien era una parte esencial en su vida, su pequeña y trastornada hija que había llenado sus vacíos de la única manera que había encontrado, en la comida.
—No puedes dejarme, no... —Un golpe más —... No, tú eres mi vida, mi vida...
Carolina cerró sus ojos con fuerza evitando las lágrimas. Ella había sido testigo durante toda su niñez como su madre se había obsesionado de tal manera con su padre que ni siquiera la violencia física había sido suficiente para ambos. Se habían encerrado en un círculo vicioso en tal forma que sólo la muerte había sido capaz de separarlos. Tragó fuerte y limpió sus lágrimas con un pañuelo de su bolso.
— Las lágrimas son la expresión más baja de nuestra propia humanidad, de nuestra propia debilidad. Nos hacen débiles —musitó firme mirándose al espejo—. Y no quieres ser débil.
Se forzó a sonreír y evitar las lágrimas. Ella no quería terminar igual que su madre, no podía imaginarse de una manera tan trastornada y un simple apego a aquel joven solo produciría que ella se obsesionará con él, y terminara como su madre.
—No...
Se miró una vez más antes de abrir la puerta ignorando a quien esperaba hasta que la susodicha sintió un toque en su hombro. A su lado se encontraba una hermosa chica de cabellos rizados castaños largos y ojos negros brillantes un poco más alta que ella. La chica le sonrió y antes de que se encargara de lo suyo le tendió un pañuelo y dándole la espalda entró en el pequeño baño dejándole desconcertada.
Quería haber dicho algo, pero no pudo y sus palabras se ahogaron ante la casual mezcla de empatía de aquella joven. Contrariada y luego de varios segundos mientras el timbre sonaba ella se dirigió hasta su aula con cuidado de pasar desapercibida, pero justo cuando entraba un hombro le chocó tan fuerte que le hizo tambalearse y le tiró sobre el tosco suelo de madera.
🍊🍊🍊
— ¡Por dios, lo siento tanto! —Una voz masculina murmuró varios segundos después mientras ella trataba de recuperar su visión.
Ella trató de hacer algo, levantarse de aquel frío piso, pero cuando trató de reincorporarse se mareó aún más fuerte y sintió como una mano cálida se colocaba sobre su muñeca. El toque sobre su muñeca provocó que pequeños escalofríos invadieran su cuerpo y el roce de piel contra piel provocará sus vellos se erizarán delatándole.
De repente y aun un poco mareada el dueño de aquella voz, se arrodilló a su lado y sin previo aviso colocó una mano sobre su cabeza.
Carolina lo miró absorta. Había estado tan preocupada con sus propios pensamientos aquella mañana que no se había cerciorado de inspeccionar su aula. Aquel era un chico realmente guapo, de cabello negro azabache alzado sobre su frente y ojos cafés cálidos, mientras una hermosa sonrisa levantaba sus labios y sus mejillas cubiertas de lo que había sido un acné agresivo.
—Lo siento, realmente no te vi —se disculpó una vez más sacándole de sus pensamientos. Ella negó con la cabeza volviendo a la realidad a la que él atribuyó había sido una disculpa aceptada—. Mi nombre es Fernando... ¿y tú?
—Mi nombre es Carolina —respondió ligero y ante la repuesta rápida colocó un cabello rebelde tras su oreja.
Él le ayudó a levantarse y justo cuando estuvieron parados frente a frente ella se permitió admirarlo con deleite. Le llevaba varios centímetros y sus ojos eran aún más fabulosos de cerca, de un café intenso, casi negro. Su cabello era corto, aunque se levantaba sobre su cabeza y la sonrisa de minutos atrás seguía acompañando su rostro. Le gustaba eso, que él siempre estuviese sonriendo, le parecía tan admirable como embellecedor.
Sus ojos se encontraron en una armoniosa danza, él era bastante guapo y su aura se sentía tan calmada que no supo en que momento no pudo separarse de su hermosa visión. De cómo suspiraba cada tanto, de sus hombros relajados y como nervioso rascaba su cuello, que también tenía marcas de acné, cada dos segundos y el brillo perfecto que cubría sus ojos. Era fenomenal verlo, Fernando trasmitía una tranquilidad innata y con tan solo admirarlo se sentía como si pudieses observar su alma, tan puro y real...
—Fernando, ven, debemos empezar los planes para... —Una joven de delgada y chillona voz le llamó mientras interrumpía su tranquilidad.
No obstante, Fernando parecía tan absortó en Carolina, que fue ella quien se encargó de bajar la mirada y encontrarse con los ojos negros de aquella chica. Era muy bonita de cabello largo color miel y rostro delgado cubierto de pequeñas pecas sobre su nariz.
Ella era tan hermosa que los trozos de su corazón se hundieron provocándole desprecio por sí misma. «De seguro es su novia, es demasiado guapo para estar soltero, demasiado guapo como para fijarse en mí»
Sin mediar palabra Carolina le sonrió una última vez a Fernando y caminó hasta su asiento, sentándose de golpe. La chica del baño se encontraba sentada a su lado con una mueca en su rostro, parecía de concentración.
— ¿No es divino? —Suspiró tocándole el hombro a una chica bajita de hermoso cabello negro—. Es muy lindo, aunque no sé... no creo que tenga oportunidad...
En ese instante y antes que lograré preguntarle a quien se refería el nuevo profesor entró con una sonrisa en su rostro y dio comienzo a la clase. Ella estaba tan aturdida por el encuentro con Fernando que apenas y se permitió pensar en Federico hasta que un sonido peculiar interrumpió la clase. Lo había escuchado varios minutos antes, los chicos de los asientos de atrás parecían llevar un juego torpe de besuqueos en plena clase, sin embargo, lo había ignorado por respeto hasta que su profesor se había volteado y encarado.
—Entiendo que sus hormonas estén revolucionadas y todo este cuento, pero por favor eviten este tipo de estúpidos juegos en mi clase —masculló el profesor con voz cansada, mientras se rascaba el poco cabello que tenía con una mano y con la otra tocaba su enorme estómago.
Carolina no quiso voltearse y descubrir de quien se trataba, de igual forma sabía que los chicos eran unos inmaduros, ya que la mayoría provenían de colegios femeninos o masculinos, muy pocos como ella provenían de colegios mixtos, y por ello intuía el estar bajo el mismo techo en un lugar encerrado había alborotado sus hormonas. No quiso mirar ni curiosear, sin embargo, cuando los murmullos llegaron hasta sus oídos ella hubiese deseado poder tener las fuerzas para voltearse y observar como las mentiras con las que se había forzado a vivir por los últimos meses se cernían y destrozaban sobre sus propios ojos.
—Los has visto... —murmuró una chica de delgada voz, bastante tierna.
— ¡No! — masculló la chica del baño, había aprendido a reconocer las voces tras todos los cuchicheos que se formaban ahí atrás—. Siempre me pierdo lo mejor...
Una risa invadió a las tres chicas y la que se había mantenido callada, habló:
—Este chico del que hablábamos rato se estuvo besando con Samara, la muy sucia siempre habla de que viene de un colegio de monjas, pero es más zorra...
— ¡Alec! —murmuró una entre risas.
—Es la verdad, si primero se estaba besando con el chulo* de Fernando, ya sabes estudio con él, y es todo un bombón...
Un peso hondo se cernió sobre su poco amor propio. No quería seguir escuchando, pero... tampoco podía dejar de hacerlo.
— ¡Papasote! —musitó la otra chica, quien remotamente recordaba se llamaba Diana, aunque la asociaba más como la chica de cabello negro largo pequeña.
—Bueno, en fin, Yoli —musitó Alexandra una vez más con voz suave—... Ella también terminó besando a Federico...
Carolina cerró sus ojos con fuerza clavando sus uñas sobre su palma. ¿Cómo podía ser cierto? ¿Es que acaso ella no podía dejar a ningún chico libre? ¿Se podía ser tan perra? Carolina sintió pánico, no quería que nadie le mirara llorando y sucumbió a sus lejanas prácticas con su psicóloga para internarse en las técnicas de respirar. Debía aprender a respirar, debía aprender a calmarse.
Dejar verse por alguien en su peor estado sería la peor demostración de su debilidad. Como su padre decía ella debía forzarse a ser fuerte, aunque ni ella misma confiara en ello.
—Carolina...
Pero, ¿cómo ser fuerte cuando lo único que quería era llorar? Sacar fuerzas de donde no tenía se había convertido en su nuevo mantra y su único apoyo se había transformado en su adicción a las bebidas energizantes que le alejaban del sueño prolongado y de sus peores pesadillas.
—Carolina...
Sus pesadillas...
Un recuerdo erizó todos sus vellos, su padre con el rostro pasivo y cubierto de sangre. El simple recuerdo que atormentaba su vida, se cernía ante sus ojos de una manera poco conciliadora. Había sido su culpa que ellos hubiesen perdido el control de su auto aquel día, que ellos hubiesen muerto. Había sido su culpa no tener las fuerzas suficientes para ayudar a su padre mientras se ahogaba con su propia sangre y a su madre gritando hasta quedarse sin fuerzas.
—Carolina... —Una mano interrumpió sus recuerdos provocándole volver a su realidad—. Quería invitarte a almorzar con nosotras, ¿quieres?
Ella le miró y no supo si fue el pánico por sus anteriores recuerdos, la culpa que le embriagaba en aquellos instantes o que sabía si se encontraba sola lloraría. En realidad, no supo que fue, pero cuando levantó la vista y se encontró con los ojos cálidos de aquella chica del baño ella solo asintió y Yolima le dedicó una hermosa sonrisa.
—Aunque en realidad no tengo mucha hambre... —musitó levantándose y colocando su bolso en su hombro.
La chica le miró sorprendida y con una mueca levantó su dedo índice.
—Nada de eso, vas a comer muchísimo —musitó segura y dándole la espalda continuó —. Estas muy flaca, mujer...
Carolina dejó de escucharla en ese instante y una sonrisa invadió sus labios. Ella le había dicho que estaba flaca, que se encontraba delgada. Y aunque fuera inconcebible para cualquier otra persona, esto hizo mella en su interior causando varios de sus demonios internos se callaran.
Porque durante tanto tiempo, solo había querido alguien que le dijera que estaba delgada, que era bonita, que alguien le mostrara el más mínimo gesto de empatía.
No olvides seguirme en mis redes sociales :)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro