Capítulo 4
Like this _ Shawn Mendes
Un año después
El sol brillaba con intensidad sobre su pálida piel cubierta de sudor, sus brazos en movimientos lentos y seguros acompañaban el recorrido que sus pies habían hecho desde hacía varios minutos atrás. No podía ahogar los pensamientos en su cabeza, por más que corriera cada vez más rápido, por más que huyera de sus pensamientos, ella no parecía lograrlo.
Parando de repente se secó con una toalla que llevaba en la mano. Sus respiraciones ahogadas en el camino a sus pulmones causaban que estos le produjeran un tenso dolor en el pecho y ardor en la garganta. Se apoyó con sus dos manos sobre una silla del parque color café y con cuidado respiró hondo hasta que pudo retener sus pensamientos lo suficiente para que no hicieran mella en su interior.
Odiaba sentirse ahogada, y no se refería a ese dolor físico retribuido a varios minutos de correr apresurada, sino de aquel sentimiento en que su mundo la aprisionaba a tal punto que le era imposible poder siquiera pensar con tranquilidad. Huyendo de las miradas Carolina empezó a correr una vez más, a pesar de no hallar lo que necesitaba en aquella, sus palabras no abandonaban su cabeza.
» Después de casi un año de terapia es imposible retribuir toda la culpa a las secciones sin éxito, Carolina —había musitado su psicóloga mientras aquella seguía absorta observando sus zapatos de tacón color plata—. Para curarse, hay que estar seguro de que se quiere estar sano... y lamentablemente no veo eso en ti. Vienes a casa sección a tiempo, asistes al gimnasio cada día y tus cambios físicos han hecho de ti alguien nueva; sin embargo, eso no es más que físico, una manera superficial de cubrir tus dolores porque por dentro sigues siendo la misma chica llena de inseguridades y depresión que lo único que quiere es ser ayudada, pero se niega a ayudarse a sí misma»
Sus palabras, sus palabras resonaban tan hondo en su cabeza que le provocaron una terrible jaqueca. ¿Cómo podía Carolina no querer ser ayudada si después de tanto tiempo había hecho tantos esfuerzos por ser aceptada? ¿Cómo ella podía atreverse a decir aquellas sandeces sin tan solo premeditar el poder que esas palabras habían tenido sobre su paciente?
Carolina negó y ahogó un sollozo agachando su cabeza mientras el camino de regreso a la casa de su tía trascurría más rápido.
Quería golpearse tan fuerte como para olvidar las palabras de Claudia, su psicóloga, y hacerse entender que todo estaba bien con ella misma; si después de tanto tiempo todo parecía ir de maravilla. Con una nueva apariencia física, vestida con más refinamiento y tragándose sus propios pensamientos de nerd, ella había logrado acaparar las miradas de nuevos chicos, conseguir amistades entre las chicas y ser invitada a varios lugares durante los últimos meses. Por fin y después de tanto tiempo había logrado lo que tanto deseaba, y sin embargo no se sentía así, no se sentía tan bien como lo hubiese esperado.
Ella había soñado tanto tiempo con ser alguien más, que cuando lo había conseguido su mundo se había hecho trizas. Era lo que todos deseaban que fuera, pero ahora ni ella misma era capaz de reconocerse y dudaba de si realmente esta nueva chica en que se había convertido le simpatizaba.
Tiró de su cabello en su coleta cuando ingresó al área cerrada donde se encontraba la residencia de su tía. Unas enormes puertas de acero negras se abrieron a su paso e ignorando el sol que cubría con más ímpetu su rostro siguió corriendo con más fuerza en medio de las magníficas residencias aledañas a las de su tía Ana.
» Carolina, debes estar segura de que quieres estar bien, debes estar segura de tener un motivo para hacerlo. No se trata de complacer a Ana, se trata de querer ser ayudada, de querer estar bien. Te has refugiado tanto en el dolor, que te has aferrado a él de una manera en que no puedes ver más allá»
Carolina cerró sus ojos con fuerza. Quería ser ayudada, claro que lo quería, ¿quién en su sano juicio desearía sentirse así...? Pero, Claudia no le entendía, no entendía como el dolor y la tristeza eran lo único que le habían quedado después de la muerte de sus padres. Ella no entendía como Carolina ansiaba ser amada, amada de maneras tan puras como sus libros, de esos amores verdaderos que llenaban tu ser de paz, de ilusiones... de ansias por querer estar bien, por querer ser de alguna manera una mejor persona.
Porque en un mundo cubierto de modernidad, atestado de máquinas inteligentes y personas racionales sin corazón, Carolina sólo deseaba un amor puro, de esos viejos que aceleraban tu corazón con tan sólo un roce entre sus dedos y un suspiro de su dulce olor. Lo deseaba más que cualquier cosa, aunque en su corazón algo le dijera que ese amor no podía ser más grande que el amor propio, ese que por tantos años parecía haberle abandonado.
Secó sus ojos y corrió tan rápido que sus extremidades empezaron a arder y sus músculos se contrajeron en un quejido. Eso quería ella, quería tener tanto dolor físico que fuera capaz de hacerle olvidar, aunque fuera por un instante de ese dolor tan fuerte que le acompañaba día a día, instante a instante, el dolor de ser ella misma.
Cuando las puertas de entrada de su casa se abrieron ella aminoró sus pasos metros antes de llegar, y luchó con sus respiraciones y el dolor en su pecho.
» Cuando estés lista volverás, estoy segura de ello. Pero, hasta entonces, no lo hagas. Vive tu vida, sueña mucho y deja tus tristezas atrás, pero antes de ello lucha por encontrar a que es lo que tanto miedo le tienes y cuál es el verdadero motivo para luchar... —De repente, Claudia se levantó y la abrazó tan fuerte que sus brazos dolieron—. Cuando estés lista, aquí estaré para ayudarte»
Al llegar ante las puertas abiertas sus ojos quemaban en busca de un poco de desahogo, pero ella negó y emprendiendo el paso caminó rápido hasta la entrada. Flores rojas, violetas y blancas surcaban el lado izquierdo de un improvisado jardín en la entrada, y al lado derecho tres autos perfectamente parqueados brillaban, uno de ellos más peculiar que los otros de un verde metálico brillante.
Abrió las puertas de madera gruesa de color negro que siempre se encontraban abiertas y suspiró apoyándose contra ellas en el interior de la casa. Tenía tantas ganas de llorar que cerró sus ojos aferrándose a su poco orgullo. Carolina creía que llorar era la expresión más baja de tu propia humanidad, de tu propia debilidad. Sin embargo, tenía tantas ganas de llorar que sus uñas se clavaron sobre su palma hasta causarse daño, mientras se repetía mentalmente que en cada momento que superaba sus crisis de «llantos estúpidos» se hacía más fuerte.
La empleada de la casa, Ángela, caminó despacio por la residencia, estaba acostumbrada a no hacer ruido por las crisis nerviosas de su jefa, quien al menor sonido se encerraba en su cuarto a mecerse sobre sí misma mientras lloraba a esperar la muerte. Ángela sabía perfectamente a que se debía ello y que Ana necesitaba ayuda, sin embargo, las negativas renuentes de aquella, le habían hecho cada vez más sigilosa y menos indispensable en su casa donde los trastornos era el pan de cada día. Así que cuando caminó sobre la sala de estar y encontró a Carolina tirada sobre la alfombra y apoyada sobre las puertas de la entrada, trató de hacer lo que siempre le habían recomendado, desaparecer lo más rápido posible.
Sin embargo, mientras lo hacía el ruido del reloj marcando las seis y media en el cuarto de Sergio hicieron que la señorita se levantara de improvisto tomándose su alborotado cabello entre sus dedos, de manera más sutil a como se lo había halado segundos atrás. Al ver a Ángela con gesto inescrutable apoyada sobre el mueble de la sala de estar, su vergüenza se subió hasta sus mejillas tiñéndolas del más puro rubor que pronto matizó convirtiéndole en el único sentimiento que en los últimos meses había alcanzado su ser, la rabia.
Miró mal a Ángela, de una manera severa e incorregible para una señorita de su edad y tomando su toalla se dirigió hasta las escaleras no sin antes verla una última vez hasta provocarle miedo ante sus actitudes. Mientras subía y retomaba su camino, Ángela se permitió tocarse el pecho, la manera en que esa chica se comportaba últimamente dejaba mucho que desear, y no lograba hallar tras todo el maquillaje y la mala educación, aquella niña que toda una vida ella había ayudado a criar.
Carolina subió con la rabia tiñendo sus mejillas, una rabia indescifrable hasta para ella misma pero que le producía arcadas y ganas de acabar con todo aquel se pusiera en su camino. Entró rápido casi pateando la puerta de su habitación y caminó directa hasta su escritorio donde se encontraba una bebida energizante que abrió de un sólo toque y tragó con ímpetu.
Últimamente solo se dedicaba a eso, beber tantos energizantes como para poder olvidar dormir y las pesadillas que significan hacerlo. Pesadillas que retomaban el peor día de su vida, que helaban su cuerpo y hacían que cada vello de su cuerpo se erizara. Imágenes del rostro de su padre cubierto de sangre, de los gritos de su madre y el sonido de algo explotando en el lugar nunca abandonarían su mente. Estaba segura de algo, ella podría olvidar el sonido de la voz de su madre, pero nunca sus gritos justo antes de la explosión. Su cuerpo se contrajo en un escalofrío que se interrumpió con el sonido de un carraspeo en su habitación.
Ella saltó impresionada ahogando un grito en su garganta mientras se volteaba hasta encarar a su primo. Al verlo rodó los ojos y lo maldijo alcanzando una lata más.
—Deberías dejar de tomar eso. — Aquel señaló la lata entre sus dedos mientras le abría—. Los energizantes envenenan tu cuerpo.
Ella lo miró antes de dar un trago a la lata, retándolo. Se encontraba recostado sobre su cama, la cual por ser tan alto resultaba bastante cómica a su lado, con la cabeza sobre uno de sus flacuchos brazos y una perfecta sonrisa en su rostro. Sergio era muy guapo si lo mirabas de cerca, con su delgada figura, sus ojos verdes impactantes y su cabello miel largo cayendo sobre sus duras facciones. Según decía su tía él era la viva imagen de su padre, el innombrable desde que los abandonó.
Rodando los ojos, él se recostó sobre la cama usando una de sus almohadas y dio palmaditas sobre el colchón. Carolina lo miró y tiró la lata sobre su canastilla provocando un hondo sonido esta, al chocar contra las demás latas de bebidas energizantes y bebidas gaseosas. Ignorando aquello ella se recostó a su lado con su cabeza apoyada sobre el pecho de su primo mientras este le abrazaba toqueteándole el cabello.
Ambos miraron el techo de su habitación cubierto por pequeños recortes de papelillo azul claro que asemejaban al cielo que Carolina se había negado a observar durante los primeros meses con su psicóloga y que su primo se había encargado de pegar para hacerle sentir por primera vez en su casa, una casa propia, una familia.
Carolina ya no era la misma y no se trataba de su cuerpo distante de aquellos kilos que le hubiesen acompañado durante años sino de su propia sensibilidad ante la vida, de su propia empatía ante el mundo y el dolor e inevitablemente de su pérdida de amor propio un día a la vez. Hasta ella había sido consciente de que, en vez de mejorar, las consultas, el gimnasio y el tiempo solo le habían hundido aún más en el dolor. Ahora podía gustarles a todos, menos a sí misma.
No tenía buen ánimo, su corazón latía lento, sus ojos se escocían y su cuerpo se quejaba a medida que perdía su entusiasmo ante un nuevo día y con parsimonia se dirigía hasta un destino y una vida que no sentía como suyas, sino como fingidas.
Había pasado de anhelar una nueva vida a odiarla en los pocos segundos que la había probado y cada minuto se sentía tan ajeno como superficial siendo un ser cruel, crítico y chismoso del cual no quería hacer parte. Alcanzando una nueva lata de su mueble, ella rompió el dilema en el que se encontraba de la única manera en que sabía hacerlo, huyéndole.
Sergio paró su mano quitándole la lata.
— ¿Qué crees que haces? —refunfuñó ella reincorporándose para quitarle la lata en débiles intentos.
Su vida constaba de desvaríos de razón entre cada lata, pero eran tan pusilánimes y ensordecedores los pensamientos que acaudalaban su tristeza que ella acaparaba sus dolencias un trago a la vez. Los momentos, los verdaderos recuerdos los borraba con cafeína en dosis cada siniestra en las que se encargaba de hacer desaparecer cada sentimiento sobre su pasado y presente, excepto claramente aquellos momentos que ella tildaba como felicidad y que atribuía en pequeños sorbos a su desgraciada existencia.
—Estoy salvando tu vida... Carolina —Sergio musitó enojado reincorporándose y en un movimiento preciso tomándole de la barbilla para encontrarse con aquellos preciosos ojos marrones cubiertos de necesidad, dolor y tristeza. Podría haber pasado el tiempo, pero esos ojos no habían perdido aquel brillo que escocía su alma—. Yo solo quiero salvarte de este infierno, quiero ayudarte a encontrar de nuevo esta felicidad que piensas está pérdida. Pero... necesito que me ayudes... que me ayudes a sanar tu alma.
Ella les miró a esos ojos verdes cubiertos de dolor. Sergio le miraba con tal tristeza que su corazón se encogió al pensar que su dolor también le había hecho daño al ser que más apreciaba en el universo. ¿Quién era ella para causar aquello? ¿Quién se creía? El hoyo de desprecio que aquello formaba en su ser, solo logró que ella se odiara aún más y que como una fuerza externa se refugiara en lo que creía su única salvación, la adición... a cualquier cosa, a cualquier ente, a cualquiera que le ayudara a huir.
El corazón de Sergio terminó de hundirse sobre su pecho cuando ella ignoró sus palabras e intentó alcanzar aquella lata. Temió como lo peor se cernía ante sus ojos, ella se había aferrado tanto a sus dolores, a su odio a sí misma, a sus adiciones que temió algún día se volviera adicta a algo mucho más grande y doloroso, quizás las drogas, quizás el alcohol o en las peores condiciones... el amor.
—Si me quieres... —Una lágrima bajó por la mejilla de Carolina, pero en el estado en que se encontraba solo se permitió dejarla rodar, porque nada ni siquiera la lástima era suficiente si ella obtenía lo que deseaba, una lata más—... por favor, dámela... Yo... lo necesito, lo necesito... —Un sollozo interrumpió sus balbuceos haciendo que Sergio se encogiera sobre sí mismo, ¿qué estaba haciendo? —. Lo necesito para olvidar, ¿ok? Lo necesito más que nada...
Nuevos sollozos invadieron a la pobre pequeña quien hecha un ovillo se meció sobre sí misma, mientras palabras inentendibles salían de sus labios. ¿Qué había hecho esto? ¿Cómo podría ayudar a su prima si ella misma no quería estar sana? Sergio se tomó del cabello y se haló fuerte. ¿Cómo podía ayudarla si en esa casa todos estaban igual de jodidos?
Tomándole en brazos dejó caer sus lágrimas, aquellas que sólo se debían a sus propios demonios, esos que le atormentaban día a día y le causaban empatía ante el pequeño ser que se encontraba bajo sus brazos.
Él también tenía sus propias adicciones, ¿cómo podría negarle a esa pequeña aquello que creía podía hacerle sentir completa por una sola vez en su vida y no una mierda como sabia se sentía cada día de su puta vida?
Sergio terminó tendiéndole la lata y acunando su rostro mientras apoyaba su frente sobre la suya. El dolor que le causaba verle así, le recordaba sus comienzos, y como él había empezado a volverse adicto a la bebida y luego más tarde compulsivo, obsesivo e incluso en sus peores momentos violento.
—Yo solo quiero ayudarte, Carolina... y me duele muchísimo verte así. Yo... —Su voz se quebró mientras lágrimas cubrían sus mejillas y él cerraba sus ojos—. El vínculo que hemos creado durante este último año ha causado que cada dolor, que cada sufrimiento tuyo, que cada lágrima... se convierta en mía y yo...
—Sergo... —Carolina trató de hablar, pero aquel colocó un dedo sobre sus labios.
—Solo... déjame terminar —musitó bajo abriendo sus ojos—. Yo... solo... —Inhaló llenando sus pulmones de aire y fuerza para las palabras que necesitaba sacar de sus adentros—. Si quieres hacerte daño no lo hagas en presencia mía... Yo...
Sergio se interrumpió cuando los sollozos invadieron su pecho y se alejó tomándose el estómago. Cuanto quería ayudarle, pero hubiese deseado todo fuese distinto y él no estuviese tan dañado. Sería tan hipócrita decirle a aquella criatura que no se hiciese daño, cuando él se había dañado tantas veces e incluso ahora seguía haciéndolo.
Los gimoteos que cubrieron a su primo fueron tan hondos que Carolina quiso ayudarlo, pero cuando intentó hacerlo este se alejó de pronto dejándole sola sobre la fría cama. Sergio se levantó y haló su cabello con fuerza, sus demonios haciendo mella en su interior... tanto dolor hubiese querido no dañara a quienes le rodeaban.
—Yo... necesito estar solo —murmuró aquel fuera de sí, tocándose el cuello y con gesto contrariado evitando halarse el cabello una vez más y encontrarse con la mirada de su prima.
Sin darle tiempo de responder Sergio abandonó la habitación de un portazo, de esos que evitaba por las crisis de su madre. Carolina se sintió culpable, y no pudo evitar quedarse mirando el lugar que segundos antes hubiese ocupado su primo. Se sentía una completa basura, quería llorar y golpearse hasta no poder más porque era su culpa que él hubiese terminado así, porque sabía que a diferencia de sus crisis las de su primo eran mucho más graves y terminaban en días atestados de alcohol que desembocaban en crisis de su tía debido a la preocupación por su hijo. Era una completa basura, sin quererlo había afectado a su única familia.
Se golpeó contra la cama, contra la almohada, contra lo que encontró condujo su rabia y cuando la lata terminó de un golpe contra la alfombra al lado de su cama, supo que debía hacer. La acabó de un trago, no había gran medida de diferencia entre sus tristezas, solo la larga distancia entre lata y lata que terminaron desechadas en algún lugar sin propiedad al igual que su vacía existencia.
Solo que justo cuando terminaba, al cabo de acabar con varias latas que guardaba en su habitación y después de reprocharse una vida de desgracias algo tocó su interior y allí mismo supo que ya las latas no servían, que necesitaba algo más fuerte, más amargo, más intenso, algo que por un momento le hiciera olvidar porque había terminado tan bajo, a tal punto de desear una vez más millones de luces de esperanza.
🍊🍊🍊
Carolina hubiese creído que cuando cada kilo de más hubiese abandonado su cuerpo, la tristeza también huiría, pero no era así. No se trataba de los kilos que dejaba atrás sino de los sentimientos depresivos que parecían remplazar cada gramo que hubiese marcado y entristecido su vida.
Dolor le acompañaba desde que se hubiese abandonado a aquel recuerdo de infinitos ojos negros —que parecían regresar cada vez más, en cada arranque de desprecio a sí misma, en cada crisis emocional, en cada lágrima... sus ojos parecían regresar leyendo que el dolor iba de la mano de su vida—, que a pesar de sus impulsos parecía su mente no dignarse a olvidar.
Y en esos ojos, en aquella laguna de felicidad, que solo podía permitirse rememorar, aquella se apoyaba paso a paso en un nuevo comienzo. Un curso para reforzar sus actitudes para las pruebas de estado era la nueva idea de su tía Ana, quien había insistido tanto en ello que le había provocado jaqueca. Otra cosa que hacía por su tía, otro dolor de cabeza que le evitaba a ella para provocarse a sí misma y un nuevo comienzo con un nuevo aspecto físico y una nueva personalidad con la que no se encontraba contenta pero las personas a su alrededor si parecían estarlo.
Tomó un hondo suspiro ante las inmensas puertas de madera pintadas de un café fuerte, y cerrando sus ojos se permitió rememorar aquellos infinitos ojos que parecían aparecer cuando más lo necesitaba, como su más grande fuerza, como su valentía. Abriendo los ojos sonrió y caminó en medio de los estudiantes deseosos. El lugar era pequeño, pero bastante cómodo con muebles a los lados y pintado del mismo color de las puertas sus escaleras y ventanas, pero de un color blanco hueso sus paredes. Caminó buscando su aula, pasando por entre los chicos y chicas que reían o hablaban animados, esto le costaba, ni siquiera el tiempo y los cambios físicos podrían sacar de su cabeza que cada vez que alguien riera no fuera de ella o de su físico.
Al encontrarse al frente del aula que quedaba un poco alejada, leyó los nombres en la lista en la entrada hasta encontrarse con el suyo. Tenía miedo, pero supo disimularlo muy bien, porque sacó su perfume de su bolso como si no se tratara de una clase más y mientras se aplicaba aquella ingresó al aula abriendo la puerta despacio, pero lo que vio le dejó helada.
Había demasiados rostros conocidos, pero entre todos ellos solo supo diluir dos, los mismos que se tomaban de las manos mientras hablaban muy cerca el uno del otro. Fue tal la conmoción que no fue consciente de que se hubiese quedado estática hasta que el sonido de su perfume rompiéndose contra el suelo, le trajo de vuelta y con ello varias miradas.
Entre aquellas su corazón no pudo evitar hincharse de emoción, al encontrarse con aquellos ojos negros infinitos que tan solo minutos atrás se habían permitido rememorar. En ese instante le hubiesen dado ánimos, ahora no podía evitar que le causarán escalofríos.
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