Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2: Primera Parte

This is what it takes _ Shawn Mendes

La distancia, el dolor y los temores podían destruir los buenos corazones, destrozar vidas. Sin embargo, al contrario de lo que muchos pensarían, el dolor distando de los acontecimientos, podría enmendarnos, guiarnos hacia un nuevo camino, podría arreglar aquello que se encuentra mal en nuestros corazones. Porque solo se trataría de la propia capacidad de nuestro corazón el guiarnos hacia el bien. Entre más intenso el dolor, entre más dura fuera la guerra o la caída, más apremiante sería levantarse, luchar aprender y ganar.

Quizás Carolina no lo entendiera, como el centenar de personas que se encontraban destrozadas en aquel momento, el destino le tenía planeado algo más grande que incluso su propio ser, un destino infame desde los ojos del dolor, pero grato e increíble desde el positivismo que aquella hubiese perdido desde la muerte de sus padres.

Carolina lo miró, experimentaba un intenso dolor en el pecho, nunca antes se había expresado con tal sinceridad burbujeando entre sus palabras. Tenía miedo, sentía dolor y un deje de antipatía y desconcierto le acompañaba. Intuía que nadie en su sano juicio podría querer quedarse con una chica tan herida como ella, un ser tan oscuro como las noches sin luna.

Sin embargo y para su sorpresa, aquel chico de infinitos ojos negros que se asomaban detrás de una larga mota de cabello del mismo color, sonrió de una manera tan irremediablemente sexy que su corazón oscuro, se apretó contra su pecho ante la sorpresa y la emoción. Aquel gesto, el que hubiese alzado sus delgados labios y hubiese formado una gratificante sonrisa, provocó muchas más sensaciones de las que Carolina hubiera podido recordar sentir con anterioridad.

Él se arrodilló a su lado dejándole impactada y antes que pudiese premeditarlo, su mano se dirigió a su mejilla, acariciándole con una tenue sonrisa en su rostro. No era una sonrisa burlona, ni siquiera una engreída, sino una realmente sincera, cargada de compresión y dolor detrás de un brillo que alcanzada sus hermosos ojos negros. Era la mirada que se daba a un niño herido, una mirada de ayuda y de amor.

—Las personas vivimos nuestras vidas en torno a un régimen socialista, cargado de escepticismo, injusticias y dolor. —Sus nudillos rozaron su mejilla en una caricia tan suave y delicada que su corazón palpitó sobre sus oídos—. Pero, debes creerme, la vida es mucho más que eso. Me niego a pensar que la vida se limite a ser solo un conjunto de tenues recuerdos encapsulados en la tristeza, la vida es mucho más que los sufrimientos, mucho más que las malas circunstancias, la envidia y el...

— ¿Y el dolor? —preguntó Carolina recuperando su voz ante la sorpresa por su delicada caricia.

Los nudillos de Federico terminaron su suave roce, y su mano cayó inmune hasta su propio regazo. Carolina lamentó aquello, pero no se detuvo de mirarle ante su movimiento, sus ojos eran tan cautivadores que no valdría la pena luchar contra sus impulsos por mirar fuera de aquel infinito negro que le hipnotizaba con cada parpadeo.

Aquel reflexionó sobre sus palabras. ¿Qué hacia allí? ¿Por qué se había quedado, aun después de su declaración? Federico no lograba entenderlo, a sus ojos parecía una inexplicable perdida de cordura, una desfachatez y un desperdicio de tiempo quedarse allí, mirándole, tratando de comprenderle y hacerle entender que la vida era mucho más grande y valía mucho más que sus problemas.

Al fin y al cabo, ¿quién se creía él al decir ese remolino de palabras que ni siquiera podía creer? ¿Lo hacía acaso un mentiroso? Tenía prisa, su corazón aun acelerado tras haber corrido varias calles para llegar a tiempo a su instituto palpitaba desesperado sobre su pecho y se precipitaba aún más al encontrarse con esos ojos marrones perfectos.

Esto no debería importarte, Federico, se decía a sí mismo alejando sus ojos de los de ella, no es tu culpa. Estúpido, no deberías cargar con más problemas que los que tu provoques.

Deseaba ser egoísta, pero algo en su pecho no le permitía serlo, al igual que en la mayor parte de sus días. Se encontraba arrodillado a su lado, con las manos temblándole de la impotencia al encontrarse con esos tiernos ojos marrones y querer hallar una manera de alejar esa marea de sentimientos tristes que se ahogaban en aquel poso de sentimientos. ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Cómo no ayudarle? ¿Cómo no dar más por quien lo necesitaba? Su semblante se hubiera apoderado de su alma de una manera casi irreal, parecía no poder pensar en nada más que en esa chica de ojos marrones, en nada diferente a ese corazón herido y esa alma necesitada que vibraba a punto de colapsar y llorar.

No podía huir, no se sentía nada bien. Aquella chica estaba tan mal, que no confiaba en que sus próximas decisiones tuvieran algo que ver con la cordura. ¿Y que si llegaba a casa y cometía un grave error? ¿O peor aún, se lanzaba a un auto o de un puente? ¿Cómo se sentiría vivir con ese peso hundiéndole el corazón?

Federico apretó su mandíbula y confiando en sus fuerzas supo que tenía que hacer.

Le debía tanto a la vida, que debía hacer algo bueno aquel día, retribuir con creces todos sus errores. Quizás así, podría curarse a sí mismo y hacerle comprender, aunque solo fuera a una chica que en el fondo era una buena persona y no esa marea de chismes sin sentido que la gente inventaba. Ser el, por unos segundos, sin mentiras, sin etiquetas, sin ser clasificado por nada más que por sus acciones y no por ese rumor de chico malo que la gente corría a gritos. Porque habían sido tantos los años siendo tildado como malo, que incluso aquel era renuente a creer que era un simple chico que tenía derecho a equivocarse ganar, perder, ser egoísta. Le hubiese sido imposible huir de los rumores que con el tiempo le hubieran determinado como el malo de la historia, ahora era difícil pensar que podía ser algo más aquella etiqueta.

Sin premeditarlo sonrió y empezó a hablar con un deje de felicidad iracundo, el cual no hubiera utilizado en años, llamando la atención de aquella chica que se había quedado presa de sus pensamientos intrusivos, aquellos que le hacían trizas.

— La vida es bella, la vida es tan perfecta como deseas que sea. Si piensas que no vale es porque quizás no la merezcas, pero...

Carolina lo miró, su ceño fruncido ante la pregunta que se formaba en sus ojos. ¿Qué podía decir ese chico de infinitos ojos negros como para hacerle cambiar de opinión? ¿Podía leer la prosa destruida de su interior y convertirla en una melodiosa poesía? ¿Podía ser ella una bella rosa y ya no más un simple girasol?

— ¿Pero... qué? —musitó compungida.

Carolina se sentía tan mal, que cada respiración le dolía en el pecho. Su falta de confianza en sí misma, se había convertido en un dolor profundo profanado en la eterna herida en que se había trasformado su vida y tratar de darlo todo por seguir. Aquel simplemente se levantó sin alejar sus picantes ojos negros.

Ahora, justo en ese instante, no entendía porque Federico estaba siendo amable con ella, estaba prestándole importancia, mucha más que la que hubiese podido recordar tener por sus padres. ¿Era la infame bondad? ¿La odiosa compasión? ¿La frustrante caridad?

— Pero, no puedes renunciar a vivir, no sin antes intentarlo —Carolina quería decirle tantas acerca de su comentario, pero calló expectante al encontrarse con sus ojos negros—. Y yo te ayudaré a intentarlo. Una última vez, Carolina, y si después de este día aun tienes ganas de morir, te juro no trataré de persuadirte de ninguna otra manera.

Carolina tragó hondo, su corazón palpitaba de una manera desgarradora, haciéndole sentirse contrariada de una manera extremadamente superficial. Quería decirle, que no necesitaba su compasión, pero, ¿a quién le mentiría? Ella lo único que había deseado durante toda su vida era ser importante para alguien sin importar cómo o un por qué.

No obstante, no podía dejarle ver su miedo. ¿Cómo confiar en un completo desconocido? ¿Cómo confiar en alguien? ¿Cómo no tener miedo? Así que, ella respondió de la única manera que sabía, esa que poco a poco había ido aprendiendo tras años de ser la burla de todos, un payaso y un juguete para quienes conocía.

— ¿Qué es lo que quieres? —Se apoyó en sus manos y con esfuerzo se levantó del frío piso. Cuando Federico se ofreció a ayudarle, ella le fulminó con la mirada—. Ninguna persona puede solo buscar ayudar, ser amable. Las personas no son buenas ni mucho menos ayudan sin buscar nada a cambio.

Federico frunció el ceño, pero para sorpresa de ambos, su humor no cambió. Estaba decidido y cuando algo se proponía no había fuerza en el universo que le hiciera cambiar. Ser tan obstinado le había traído tantos problemas en su vida, que no era capaz de recordar la cantidad. No obstante, ahora no se sentía así, se sentía como si por primera vez en su vida estuviese haciendo algo por alguien más, algo bueno sin buscar nada a cambio. La sensación que le recorría el cuerpo era inexplicable.

Federico sintió un gozo profundo, cuando ella le frunció el ceño ante su sonrisa y con una mirada dudosa le inspeccionó. Carolina era muy hermosa, su cabello naranja rojizo alborotado, ojos marrones seductores y extraordinarios cargados de un brillo que no había visto jamás contrastando con esas espléndidas mejillas abultadas cubiertas de un rubor favorecedor y unas pequeñas pecas tiernas. Era una total y completa belleza.

— No todas las personas son malas ni están atacándote siempre, Carolina —musitó mirando esos hermosos ojos marrones, parecían esconder tantas cosas, guardar el secreto de un universo que sólo ella era capaz de ver—. Has sido muy sincera respecto a todo esto, y...

— ¿Y?

Esos ojos. Ese brillo de curiosidad que podría iluminar su mundo.

— Y sólo quiero ayudarte —musitó Federico dándole la espalda y apoyándose contra una barra de metal de la entrada—. No te conozco, no me conoces, pero quiero ayudarte. Hay un solo lugar en este mundo que estoy seguro podría traerte de nuevo a la vida, si después de verlo aún no quieres vivir... —Federico se volteó mirándole a los ojos, dudó de sus palabras unos segundos—. Si no logró traerte a la vida, yo mismo te ayudaré a llevar a cabo tu cometido sin dolor ni culpa.

Carolina no supo que fue lo que aceleró su corazón. Si sus palabras, esa sinceridad que desprendía cada parte de su ser o esa mirada suya que le deslumbraba y no le dejaba pensar en nada más. ¿Cómo confiar? ¿Cómo no dudar? ¿Cómo dejarse ayudar?

Estaba segura que aquel chico no era malo, era como si esa pequeña voz en su interior se lo gritara con una voz desgarradora. Apenas y lo conocía y quería contarle todo acerca de su mundo. ¿Debía creer? ¿deseaba hacerlo?

Carolina asintió sin despegar su mirada de Federico y tomando aire cerró sus ojos tratando de creer en sus palabras. Aquel chico de ojos negros y cabello rebelde que caía sobre sus alborotadas cejas era su última luz, ese salvavidas que le permitiría encontrarse en esta vida o huir de la misma. Porque a eso se restringía su vida, todo o nada.

Huir es de cobardes, diría su padre.

Se necesita mucha templanza para comprender que es el momento correcto para huir, diría su madre.

Y ahora ellos no dejaban su mente como si le hablarán y le pidieran luchar una última vez. Atesoró el recuerdo de la voz de las dos personas más importantes de su vida, que empezaban a perderse a medida que el tiempo pasaba y sucumbiendo a las pocas fuerzas que le quedaban susurró:

— Creeré en ti.

Federico le dedicó la sonrisa más grande que hubiese visto jamás y con una mano tomó su bolso y las pertenencias sobre el suelo. Él, su ser daba vida y ella sólo quería atesorar eso en su pecho como otro recuerdo feliz. El primer día en su vida que había tenido ganas de luchar, de sonreír, de vivir.

Esperaba no equivocarse.

— No te defraudaré, bonita.

🍊🍊🍊

Carolina miró extrañada aquel lugar desde la ventana del estrecho y destartalado taxi. Cada vez estaban más lejos de la ciudad y a medida que los minutos pasaban, una cantidad mayor de árboles reemplazaban los edificios y casas lujosas, dejando la inexplicable paz de las afueras, el aire puro y el canto de los pájaros y demás animales.

Sin poder contenerse, Carolina deslizó su mirada curiosa por ese chico que le robaba suspiros y una pequeña sonrisa se formó tímida en sus labios al encontrarse con su perfil apenas iluminado por la dulce luz de la tarde. Le robaba la atención, le robaba la respiración y la convertía en un tumulto de masas torpes y sin sentido alguno de la coordinación. Y es que Federico era muy guapo y oscuro, con sus ojos y cabello de un infinito negro, esa de su vestimenta que no variaba de ese mismo color y ese aire de peligro, excitación y locura que para nada concordaba con esa sonrisa tierna que le regalaba cuando ella lo pillaba curioso mirándola y las mejillas del chico se encendían de un color dulzón.

Federico llevaba una camisa holgada negra con una calavera en el centro, su pantalón y botas eran del mismo color, mientras una pulsera rosa de corazones y estrellas se destacaba sobre su muñeca. Era un completo enigma, desde la perspectiva en la cual se viera.

Todo aquello era algo extremamente nuevo para Carolina, quien lo miraba con curiosidad y locura, mientras sus acaloradas mejillas se teñían de un rojo suspicaz. ¿Cómo un chico tan guapo podría haberse atrevido a ayudarle? ¿Cómo hubiera creído que no lo era? Tan solo esa curiosa personalidad que le hubiera pintado a trazos era una completa locura.

Carolina desvió su mirada hacia las altas copas de los pinos, las frondosas ramas de los árboles frutales y algunos lugares áridos y sin vegetación donde claramente se preparaba una nueva construcción, antes que Federico se percatara de su mirada. Después de unos segundos con cuidado dirigió sus ojos hasta sus uñas cuando sintió su mirada sobre ella, la miraba de la misma manera en que ella se perdía en la paz de aquellos pinos altos, con completa admiración y curiosidad. Y es que Federico le miraba como si fuera la más hermosa vista que hubiera observado nunca y eso no hacía más que ponerle los nervios de punta.

Él le ponía nerviosa, había descubierto desde el momento en que habían tomado el taxi y habían estado sentados uno junto al otro, con el olor de su perfume perforando por sus fosas nasales, abandonándolo por fin ese olor a cigarro. Sus respiraciones tan cerca, esa conexión extendiéndose en ese pequeño espacio, haciendo que esa aura que parecía conectarles les hiciera sentir completos, llevándolos de una manera extraña y oscura a la felicidad.

— Ya hemos llegado —musitó algunos minutos después el taxista rompiendo el incómodo silencio que había reinado en el auto durante la última media hora, incomodidad que ellos jóvenes parecían no poder sobrellevar.

Federico sacó un billete de su bolsillo trasero antes que Carolina pudiera protestar y sonriéndole se bajó del auto, eran de ese tipo de sonrisas que volvían locas a las chicas. La joven lo miró anonadada antes de seguirle y bajar también tras agradecer al taxista, con el rechinido de la dura puerta.

Cuando bajó se confundió aún más.

Estaban frente a un gran portón de acero descolorido con barandas gruesas de manchas intermitentes de lo que pudo haber sido pintura roja muchos años atrás. En el lugar se hallaba una gran extensión cubierta de arbustos y árboles muertos, de los cuales en el suelo se hallaba un tumulto de hojas secas. Aquella miró la puerta y un escalofrío le invadió al recordar todas esas películas de miedo que habían comenzado con una gran entrada como esa, imponente de la misma manera en que se tornaba terrorífica.

Federico se acercó a ella y sonrió. Había descubierto durante el viaje que él nunca dejaba de hacerlo. Era de ese tipo de personas que nunca parecía entristecer en lo más mínimo. Lo que no sabía era que él no era así, en realidad era totalmente diferente ya que se había comprometido con ese papel que las personas a su alrededor le hubiesen dispuesto, como el malo. Sin embargo, era tal la conmoción que ella había generado en su mundo que inevitablemente, él hubiese querido ser mejor para ella, haciendo que poco a poco esos rasgos que no dejaba ver a nadie, pero que lo hacían quien era, fueran dejando a la vista su verdadero ser. Porque intentar ser bueno había generado una comodidad en Federico que no había sentido en años, como si una conexión le uniera a ella.

Federico asintió y Carolina tragó mientras aquel empujaba el portón con fuerza y este en medio de un quejido se abría. El cedió el paso a la chica y está entro con cuidado de no cruzarse con las barandas que estaban cubiertas de musgo por las esquinas.

Tenía miedo, pero se lo tragó cuando seguida de Federico caminó hasta unas escaleras anchas que llevaban a una puerta gruesa de madera corroída. Con paso lento subió una a una las escaleras, consciente de los pasos de Federico detrás suyo y con cuidado llegó hasta la casa que tenía una pinta tenebrosa.

Era una casa vieja y enorme de puertas anchas, ventanas con barrotes y columnas añejas de una madera maltratada. El piso tronaba con cada paso y una manija enorme cubierta de óxido parecía el único elemento distinto en la enorme puerta.

Federico se adelantó y con una sonrisa tocó la manija con fuerza antes de apoyarse contra una columna y suspirar. Carolina golpeaba su pie contra la madera, inquieta y bastante desconfiada mientras oía el sonido de unos pasos pesados adentro de aquella casa.

Cuando la puerta se abrió una mujer cubierta por un manto gris y blanco les miró y sonrió ante Federico quien le abrazó rápidamente. Carolina se encontraba tan contrariada que cuando aquella mujer la saludó ella sólo asintió intranquila tomándose un cabello entre sus dedos.

La monja les permitió pasar y dudosa Carolina la siguió con el corazón latiéndole lento. Ella no creía en Dios ni en la misma palabra de aquel y mientras lo pensaba su mente se dejó convencer de que Federico era un creyente dispuesto a hacerle creer en su fe. Por algo le había ayudado sin esperar nada.

Al entrar los pasillos eran largos y solitarios y un ruido lejano resonaba en el fondo. Un ruido un tanto extraño.

Había tenido tantos años para reflexionar sobre la fe y la pureza de un Dios misericordioso pero, ahora le parecía tan inexistente. ¿Por qué un Dios tan amoroso le hubiese permitido ver a sus padres agonizando sin poder hacer nada? ¿Por qué un Dios tan misericordioso le habría permitido presenciar como su pequeño hermano Marlon tomaba su mano con fuerza ante el dolor minutos antes de partir en una sala de hospital? ¿Cómo ese Dios hubiera permitido que los únicos recuerdos que tenía fueran manchados de dolor, angustia... desolación? ¿Cómo?

Si ese Dios existía ella había decidido no creer en él. Porque en las peores circunstancias había llorado rezando para que todo terminará pero ni en un sólo segundo había llegado a sentir esa paz que decía tener.

Ella no podía creer. La fe estaba reservada para la gente con suerte, aquella que pasaba malos momentos pero que pronto encontraban felicidad. Pero no para ella, no cuando casi todos los momentos que podía recordar estaban manchados de dolor.

Un escalofrío le recorrió cuando pasarán junto a una pequeña habitación donde otra mujer con un manto se encontraba arrodillada frente una figura de Jesucristo en la cruz.

Tenía claros los recuerdos que eso diagnosticaba.

🍊🍊🍊

—Por favor... —Suplicó con el corazón doliéndole—. Él es un niño, Marlon no merece morir.

Carolina se arrodilló apoyándose contra el respaldo de la silla de la pequeña capilla que se situaba en el hospital y con cuidado de no apoyar su yeso contra la madera, lloró.

Tenía tantas ganas de destrozar todo a su paso. Sus padres ya no estaban y su mundo parecía trastabillarse en cada sacudida que la intempestiva realidad le sumía. Su hermanito era lo único que tenía, esa pequeña luz que podría salvarla. Él era su todo y ahora que aquellos no estaban... ellos podrían ser felices.

Se sentía tan mal. Todo era su culpa. Había deseado tantas veces sus voces cesarán, sus gritos callaran que ahora que ellos no estaban la tristeza no le permitía encontrarse. Extrañaba a su padre y su madre, extrañaba los abrazos de aquella y los besos de aquel.

Quería con tantas ganas abrigarse del terrible frío pero apenas y había podido huir de su dormitorio para buscar encontrar la paz que esperaba Dios le depositara. Se había negado a separarse de Marlon y ahora sólo había hecho para encontrarse con ese Dios en el que su madre creía.

— Él merece vivir. Es un niño y merece tener una vida, por favor llévame a mí, pero no a él... no a mi única luz... mi vida.

Sollozos le invadieron haciéndole quejarse del dolor de sus heridas. Sus costillas magulladas, su brazo enyesado y su cuerpo cubierto de moretones no le importaban. Ella sólo deseaba seguir por él... vivir por él y lograr enseñarle la felicidad a ese pequeño niño.

🍊🍊🍊

No fue consciente de que se había detenido hasta que sintió como la mano de Federico que le causaba pequeñas chispas le tomaba del brazo y le indicaba seguir.

Tragó hondo mientras caminaba con Federico. Los recuerdos no cesaban, un poco más de un año de su partida. Todos se habían marchado el mismo día.

Cuando abandonaba la capilla le habían notificado que su pequeño se encontraba muerto. Habría muerto mientras ella se encontraba de rodillas rezándole a un Dios que se había negado a escucharla.

No. Eso no debía ser fe. La fe debería ser algo más grande.

Federico abrió una puerta inmensa y un jardín gigantesco cubierto de musgo y árboles muertos provocó Carolina abriera sus ojos como platos.

Era un sitio humilde, descuidado y bastante sucio pero eso no le detuvo, Carolina sacudió su razón y caminó varios pasos antes de encontrarse en medio de todos esos pequeños niños de ojos tristes y sonrisas melancólicas.

Ella se volvió y miró como Federico tomaba en sus brazos a una pequeña de cabello rizado y pecas mientras estos reían juntos. Él era definitivamente asombroso.

Cuando fue capaz de seguir encontró una pequeña de piel oscura y ojos negros que se encontraba sola en un rincón mirando un charco que se formaba a pocos pasos de ella.

— Hola...

La niña alzó sus hermosos ojos negros y Carolina ahogó su asombro. Sus ojos eran preciosos, cubiertos de dolor pero también ternura, y una inexplicable esperanza que borboteaba como una laguna de amor.

— Mi nombre es Carolina, puedes decirme Caro...

— Care —musitó la niña. Incluso la pequeña se sorprendió ante el sonido de su voz, que apenas y distaba de ser un susurro—. Mi hermano se llamaba Carolina, le decíamos Care.

Carolina fue incapaz de detener la mueca que se formó en sus labios cuando ella pronunció aquellas palabras.

— Se llamaba...

— Ella no está muerta, sólo no la he visto en años. —Carolina no supo como pero logró sentarse en el suelo cubierto de pasto y le miró esperando continuara—. Huyo hace años del lugar donde estábamos y nunca la volví a ver.

La punzada que sintió en el pecho fue inexplicable. Era una niña que apenas y cumplía los once, sin embargo el rastro de dolor en sus palabras estaba tan aferrado a su ser que hubiese sido imposible no sentir como su voz se quebraba.

— ¿Tenías más hermanos?

La niña miró sus zapatos cubiertos de lodo y huecos. Lo que más le sorprendió a Carolina fue no sentir lástima, sólo una extraña conexión con ella, una conexión que le llevaba a tenues recuerdos de una niña de cabello naranja aferrándose a su vestido con fuerzas mientras escuchaba los gritos en el salón.

— No los he visto en años, es más... no recuerdo mucho de ellos. —Una lágrima bajó por su mejilla provocando a Carolina se le destrozara el corazón—. Me llamo Laura, por cierto.

Carolina le miró y suspirando contuvo sus propias lágrimas antes de musitar con cuidado:

— Yo tenía una familia, tenía una familia... extraña pero ellos murieron. Tenía un hermanito de tu edad y siempre trataba de protegerlo, él me dejó... la muerte se lo llevó y ahora estoy sola sin... mi luz.

— ¿Tu también estas rota? —musitó la pequeña mirándole con los ojos como platos.

Carolina sorbió su nariz y con cuidado le miró.

— ¿Cómo?

La pequeña se acercó un poco a ella y como si le contará un secreto bajó la voz aún más antes de musitar:

—Aquí todos estamos rotos y solos. No importa como seamos, que hayamos hecho para sobrevivir o si fuimos o somos malos. Estamos rotos y cada trozo de nuestro corazón nos une. —Miró a los demás niños y encontró rostros destrozados, demacrados por la pobreza, las viejas cicatrices de la violencia o solo con una sonrisa triste tatuada en sus rostros. Todo ellos eran familia—. No importa si no tienes familia, siempre que estés aquí tendrás una.

Carolina sintió como la pequeña mano de la pequeña se colocaba sobre la suya.

— Estamos unidos por la tristeza, ¿no es cierto?

Carolina a ese paso ya no pudo aguantar las lágrimas y llorando lento dejó caer esas lágrimas que se habían arremolinado en su ser.

— Significa que hemos vivido, que somos buenos. La verdadera tristeza nos hace valorar la razón de la vida.

Carolina siguió con sus ojos a esa pequeña. No tenía dinero, ni lujos y mucho menos una casa o siquiera una familia, sin embargo le estaba regalando su confianza, su amor, su lealtad. Ella tenía razón, las verdaderas personas estaban escondidas detrás de un manto de dolor.

— Pero tú has sobrevivido, ¿cierto?

Carolina calló ante su pregunta. Esa niña transparente de corazón puro y alma llena de bondad era el sol que alguna vez su hermano Marlon había sido. Contestar aquella pregunta sería como decirle a Marlon que no había sobrevivido, que la razón por la que aun seguía viviendo era la simple monotonía... el miedo.

La niña tomó aquello como una aceptación y con una sonrisa, la primera que le habría visto formar, susurró nuevamente un secreto:

— Si has sobrevivido y eres feliz incluso a pesar de las batallas entonces eres mi héroe —musitó provocando las lágrimas de Carolina aumentarán—. Por este día sólo desearía ser como tu, y ser feliz... Eres mi héroe.

Carolina ahogó un sollozo y sintió como los pequeños brazos de Laura le envolvían. Había encontrado esa luz que tanto tiempo hubiese estado buscando. Había personas que sufrían más que ella, que vivían día a día un martirio y sin embargo seguían buscando la tan anhelada felicidad.

¿Cómo ella podría haber acabado con su vida cuando su hermano ni siquiera habría tenido la oportunidad de elegir, al igual que tantos otros que sufrían día a día sin comprender, sin tener opción?

Carolina tragó hondo comprendiendo la situación. A veces creíamos que las mejores personas se encontraban detrás de una apariencia, de un papel con el signo peso, detrás de los lujos o la arrogancia. Pero no era así.

En realidad las verdaderas y mejores personas se encontraban detrás de un corazón dispuesto a seguir, a luchar y sobrevivir. Las mejores personas eran las que luchaban, las valientes, las arriesgadas.

Las mejores personas eran aquellas que como Laura eran capaces de encontrar la felicidad y dar su lealtad a una causa.

Carolina comprendió por primera vez que no era un signo o una apariencia lo que te definían, habían cosas más grandes, más duraderas. Y por primera vez ella quiso luchar, más que sobrevivir, ser feliz por Laura, por Marlon... y por cada uno de esos pequeños que sea hacían llamar rotos.



...

No olvides seguirme en mis redes sociales :)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: