Capítulo 16
Patience _ Shawn Mendes
La verdad, todos la exigían a gritos en una marea de llanto, pero no todos la daban. Y sin animo a levantar falsos, Carolina sabía muy claramente y contra todo pronóstico, que algunas veces una pizca de mentira podía hacernos sentir mejor. Porque, aunque la pidiéramos a gritos y rogáramos nos dijeran la verdad, esta dolía más que mil cuchillazos en el corazón. Por eso, es que algunas verdades vivían mejor y por más tiempo, escondidas bajo el colchón de las indecisiones, el cinismo y las equivocaciones.
Dormían abrazados, juntos y con su brazo sobre su espalda, ahuyentando el frio, cada noche que hubiera acontecido desde su llegada. Sergio roncaba bajito, dormía de lado y le quitaba el cobertor, eso hubiera descubierto Carolina durante las últimas siete noches que hubieran dormido juntos en su habitación, mientras ese hombre se paseaba por la casa con aires de grandeza y una sonrisa socarrona.
Ana correteaba por la casa día tras día, en busca de satisfacer cualquier capricho de ese hombre que le hubiese abandonado hacia tantos años, mientras Ángela, la empleada, se encargaba de los jóvenes que prácticamente vivían en la habitación de Carolina y que hubieran generado un complot tras la llegada del hombre. No había una gota de decencia en su semblante, hubiese determinado Sergio encontrándose con esos ojos verdes tan intensos como los suyos, a los cuales no podía siquiera aborrecer un poco más, mientras le hubiese gritado cuanta barbaridad hubiese pasado por su cabeza, antes de que su madre le gritara y les ordenara a él y a Carolina abandonar la habitación. Si esa no era una clara declaración de lo lejos que estaba su madre de la cordura, ya no sabía que lo seria.
—Es una locura, ¿Cómo puede siquiera pensar en volver con él? —masculló Sergio, intercalando su mirada entre su vaso vacío y Carolina, quien buscaba en la gran mesa otra botella de vino—. No sé qué pasa con mi madre, es decir, está embarazada del mismo hombre que ya nos abandonó cuando empezamos a ser un estorbo para su vida.
Carolina sonrió encontrando una nueva botella y tendiéndosela a su primo, mientras se acomodaba un cabello suelto y negaba, tampoco entendía que le hubiera pasado a su tía para cometer tal aberración. El afecto era un sentimiento de libertad, donde se debía buscar la felicidad y el amor para la otra persona sin provocar perder la propia y, sin embargo, ahí seguía Ana, intentando encontrar una solución a un matrimonio que sin duda ya hubiera dejado de serlo desde hacía mucho tiempo.
Carolina esperó mientras su primo abría la botella, mirándose las manos. No quería mirar a Federico, encontrarse con sus ojos y sentir le estaba mintiendo. Habría evitado encontrarse con el de todas las formas posibles, todo para seguir alimentando esa mentira que no dejaba de hacerle sentir a cada instante más culpable. Amaba a Federico, estaba segura de ello. Pero, por alguna inexplicable razón tampoco podía olvidar la manera en que se hubiese sentido besando a su mejor amigo. Se llevó una mano hasta los labios, los cuales llevaba pintados de rojo y con un maquillaje profesional, perdiéndose en como aun sentía pequeños cosquilleos ascender por su espina dorsal, la piel donde le hubiese tocado aun quemaba ante el recuerdo y el corazón se le aceleraba al rememorarlo.
—Hola, bebés —musitó una pequeña voz coqueta y sensual que provocó Carolina se quedara sin respiración—. ¿Qué hacen? —Una figura vanidosa y presumida se plantó en frente de Carolina, dándole un rostro a esa voz que ella apostaría hubiera reconocido a metros. Miraba la mansión con aburrimiento, perdida en el gran jardín donde por lo menos un centenar de personas conversaban alejadas de la realidad—. Esta fiesta es un asco, todo es un asco, no puedo creer que aún nos obliguen a asistir.
Esos ojos azules brillantes, una sonrisa de labios gruesos seductores, una figura envidiable y extremadamente alta con su cabello cayéndole sobre el pecho. Así se presenciaba el vil concepto del demonio ante los ojos de Carolina. Violeta era una mujer hermosa, pero extremadamente antipática, egoísta y cruel hubiera descubierto Carolina de muchas maneras a medida que hubiera pasado el tiempo, a medida que se acostumbraba a las burlas y encontraba bastante penoso el hecho de que hallara placer convirtiendo a su mejor amigo en un ser extremadamente desgraciado.
—¿No es así, Caro?
Carolina se volteó mirándole, con su barbilla altiva le pedía, básicamente le exigía una respuesta. Carolina solo asintió, mientras miraba de reojo a Sergio, quien hubiera encendido un cigarrillo, aburrido por la presencia de la muchacha. Este les tendió a ambas una copa de vino, a la cual accedieron sin chistar.
—No puedes beber... —murmuró Carolina mirando cómo se acercaba la copa a los labios. Violeta le miró largo y tendido, para terminar, caminando despacio, ordenándole con un gesto que le siguiera, mientras esta le obedecía y dejaba a su primo con una disculpa en un gesto.
Ambas caminaron despacio, Violeta con la copa muy cerca de los labios, pero sin tomar un solo trago y Carolina bebiendo despacio mientras intentaba concluir que deseaba Violeta de ella. Pronto, se sentaron sobre una silla en el jardín, acomodándose los vestidos largos y quitando arrugas imaginarias antes de que Violeta comenzara a hablar.
—Él está obsesionado contigo —soltó de repente bebiendo de un solo trago el contenido de la copa, sin pensar un solo segundo en las protestas de Carolina—. Está enamorado de ti, aún más de lo que alguna vez podrá estar de mí. Te ama tanto que duele verlo arrastrarse como un sucio perro hambriento en busca de comida. —Quitó la copa que Carolina sostenía en sus manos y bebió de a poco su contenido—. ¿Sabes que es lo peor de todo eso, Carolina?
Violeta ensombrecida le miró sin un solo deje de rencor en su mirada, solo frialdad surcaba su hermoso y anguloso rostro. Así era ella, manipuladora, calculadora y fría.
—Ambas sabemos esto, ¿no es verdad? —murmuró mirando la copa y tomando el último trago antes de sostenerla en el aire junto a la otra. Sostenía en cada una de sus manos una copa apretándolas con ferocidad—. Lo peor de todo esto, es que yo lo amo, yo soy ese sucio y decrepito perro en busca de una migaja de amor, pero el solo es capaz de amarte a ti. —Soltó una copa y el sonido de esta las aturdió a ambas—. No lo culpo, ¿sabes? Eres hermosa, tienes una belleza interna que podría incluso opacarme aún más, además de que posees el síndrome de la princesa perdida y ambas sabemos que Josh nació para ser un príncipe, tiene todo para serlo.
Carolina calló, no podía hacer nada más. Aquella chica que se encontraba junto a ella, era una gran jugadora y cualquier palabra que abandonara sus labios era sumamente calculada.
—Los vi besarse ayer y sentí envidia. ¿sabes? —renegó de nuevo mirando la otra copa—. Josh te besó como si le importaras, te besó como si lo hubiera deseado por demasiado tiempo y ni siquiera le importara que estas enganchada con un fulano de ningún nombre y que estoy embarazada. —Le señaló con la copa, aún seguía fría y tenaz, ni un solo rastro de lágrimas o algún sentimiento en lo que decía—. Esa es la diferencia entre ambas, supongo. Tu siempre le has importado, él siempre ha preferido pasar tiempo contigo que conmigo, siempre ha estado ahí para darte su chaqueta si sientes frio, incluso si yo me estoy congelando. Siempre para ti, nunca para mí.
Carolina tragó mientras esta apretaba la copa con fuerza. Se sentía la tensión, se sentía el millón de cosas que Violeta quería decir pero que contenía de una manera superficial, solo para no salirse de curso.
—Supongo que tú eres el tipo de chica que se presenta con orgullo a la familia y yo la que se folla en el fondo de un armario sin que nadie lo sepa y a oscuras —masculló apretando la mandíbula, provocando Carolina se irguiera—. No te asustes, Caro, no te estoy amenazando —murmuró sin siquiera mirarla—, no soy tan estúpida. Somos amigas y las amigas no se amenazan, aún menos conociéndote.
Justo allí le miró, sus ojos azules llenos de reproches y con una clara verdad. Carolina lo entendía a la perfección, el papel de víctima que quería jugar, la chica desdichada que buscaba ser, y solo por ello no desvió su mirada.
—No eres una chica que quite novios —murmuró mirando hacia el jardín—. Carolina Sáenz, la dulce y pequeña Carolina no es esa clase de chica —masculló con la ironía surcándole el rostro, al igual que el ceño fruncido—. Quizás te haya gustado, quizás y solo quizás quieras repetirlo, pero no lo harás. Porque eres una chica buena, porque te esfuerzas en creer que lo eres y que si te arrepientes volverás a serlo al instante. Esa es otra diferencia entre tú y yo. —Dejó caer la otra copa en un sonido hondo, con los trozos cayendo sobre sus pies—. Tu intentas ser buena, crees serlo y te arrepientes; yo, por otra parte, sé que soy mala, sé que no tengo perdón y básicamente no busco arrepentirme de nada por llenar ese ideal que el busca. Josh Fallon cree tener un ideal para la chica perfecta, pero lo que no sabe es que nunca la encontrara porque eres tú, y tu eres demasiado cobarde.
Se levantó de la silla y pisando los trozos de vidrio con sus zapatos de tacón se alejó, mirando a la fiesta con su deje altanero y jactancioso. Cuando estaba por perderse entre los arbustos, se volvió.
—Me arrepiento de una sola cosa, ¿sabes? —masculló ligero y contundente—. Me arrepiento, como no tienes idea, de quedar embarazada y no tener las fuerzas suficientes para poder abortarlo. No he dejado de beber o fumar, porque necesito hacerle daño y, sin embargo, cuando la idea del aborto se cruza por mi mente no puedo perpetrarlo y pensar que directamente le estoy haciendo daño al chico que amo, a Josh. —Miró sus zapatos, apretando sus puños con fuerza—. Porque yo lo amo, pero él te ama a ti.
Y sin decir una palabra más, sin nombrarlo una vez o un solo reproche, ella se volteó y marchó a paso lento. No sabía cómo sentirse, como comportarse después de la charla con Violeta, después de esos reclamos y esas indirectas. Había una sola cosa que era verdad, ella era muy cobarde y nunca lograría deshacerse de sus miedos y plantarse ante unas palabras como aquellas, ante un chico como aquel.
De lejos miró como Josh le miraba y tras una mueca triste seguía a Violeta. Ahora ella ocupaba un puesto que nunca podría soñar Carolina, sería la madre de su hijo, seria quien llevara una personita que los uniría por siempre. Amaba a Federico, lo amaba tanto que la sola idea de perderlo le era imposible, sin embargo, perder a Josh le ponía en una situación que no podía ni concebir.
—Tierra llamando a Carolina, ¿acaso estás pensando en mí?
Carolina se volvió de repente hacia esa figura imponente. Federico le miraba sonriente, con sus mejillas sonrojadas y su cabello peinado hacia un lado, vistiendo de etiqueta.
¿Cómo nombrar el sentimiento que le invadía? Carolina solo sonrió, incomoda ante la situación y con una pequeña sensación de culpa que se expandía por su pecho y su semblante. Necesitaba decirlo, necesitaba sacar eso que no le dejaba respirar.
—He tenido unos días de mierda —masculló—. Verte me hace feliz, tú me haces feliz.
Sentándose junto a ella, el solo pellizcó su mejilla con cariño, tomando una de sus manos entre las suyas. Quería decirlo, debía hacerlo, pero él no lo merecía. ¿Cómo sería capaz de dañar esa felicidad? Quizás, lo mejor fuera solo callar.
—Sabes, debo ir al baño...
—Te acompaño —soltó intentando levantarse, pero ella se levantó de un sopetón, restándole importancia con un gesto.
—Puedo ir sola, solo espérame aquí.
Y sin decir algo más, ella caminó lejos con el sentimiento de culpa haciéndose cada más grande, con cada paso sentía podía hacerse añicos esa supuesta felicidad a la cual se ataba, en cada suspiro perdiendo un poco más de paciencia. Quería creer que la verdad le destrozaría, que decirle después de tanto tiempo intentando abrirse un lugar en su corazón, que ella creía tenia sentimientos hacia otro le haría añicos. No quería dañarlo, quizás mentirle fuera la única manera de seguir así.
Caminó entre arbustos despacio dejándose invadir por mil preguntas y ninguna solución, hasta que de un golpe alguien le envió al suelo, con sus rodillas recibiéndole y el sonido de su caída rezumbando contra sus oídos. El pecho le latía rápido, las manos le ardían al sostenerse con pocas fuerzas para no caer y las rodillas le escocían.
—¿Qué diablos haces aquí? —gritó una voz que hubiera ignorado el último par de meses—. No te quiero en mi casa.
Carolina ni siquiera podía voltearse, ni siquiera podía moverse y el sonido de sus palabras y el golpe le habían dejado aturdida. Samara le miraba altiva, con un deje petulante surcándole el rostro y una sonrisa arrogante dividiéndole el rostro.
—¿Tu casa? —Alguien soltó una risa, tan cerca que las carcajadas resonaron por toda la estancia. De repente, dos manos pequeñas y suaves le sujetaron por los hombros y le ayudaron a levantarse. Eran sus amigas Rose y Antonia—. Pero si eres una perra recogida de la calle que vive de limosnas.
Era Violeta quien hablaba, una sonrisa surcaba su rostro, mientras andaba alrededor de Samara y le miraba como si fuera un simple bicho al cual pisotear. El rostro de Samara era la fiel copia del recelo, ansiosa miraba a la chica de cabellos negros y ojos azules, que por su parte le examinaba como si fuera un estorbo.
—Eres una chiquilla que merece alguien le enseñe donde está su lugar. —Violeta le guiñó un ojo—. Una mugrosa y estúpida chica como tú debería estar con la servidumbre o atendiendo las mesas junto a su grasienta y obesa madre.
¿Cómo Violeta sabía todo ello? Carolina no lo entendía, pero un cumulo de nuevas sensaciones y preguntas renacían a medida que su amiga, o lo que ambas fueran ahora, se movía y miraba de manera despreciable a esa muchacha. ¿Se sentía mal por ella? Realmente no lo sabía y, a decir verdad, no le importaba intentar comprender como se sentía ahora por quien en el pasado hubiese sido su atacante.
—Tu eres una bastarda... —masculló Samara.
Violeta paró y se acercó a su rostro, tomándole de las mejillas con fuerza, mientras Rose y Antonia abrazaban a Carolina. La máscara de Samara se hubiese hecho añicos, ya no había seguridad, altivez, arrogancia.
—¿Eso que desprenden tus palabras es miedo? —se mofó la muchacha de cabellos negros lisos y brillantes ojos azules—. Podre ser adoptada, pero por lo menos tengo un apellido, ¿tú que tienes en cambio? —Le recorrió de arriba abajo —. No eres especial, no tienes un nombre, sólo esta indecente y sucia ropa. —Señaló su vestido, tomando con fuerza una de sus mangas de un azul pálido y halándola hasta que se desprendió —. ¿Te crees una princesa? El cuento ya se acaba, Cenicienta, es hora de que vuelvas a tu horrible casa, como lo que eres: una sucia y estúpida sirvienta.
Violeta soltó una risa y tomó el collar que llevaba en su cuello halando hasta que se rompió, dejándole una marca en el cuello a Samara, quien tragaba fuerte y cuyas lagrimas caían despacio por sus mejillas, su orgullo junto a ellas.
Carolina le miró contrariada. Era como volver en el tiempo, con palabras diferentes y en un lugar distinto, pero con la misma intención. Ahora las palabras se perdían en sus labios, en las lágrimas de esa chica que habría logrado hacerle tanto daño, en los papeles invertidos y en el tiempo que hubiera borrado de tal modo los rencores, que ni siquiera sentía placer al mirar a esa chica llorar y sufrir de la misma forma en que tiempo atrás ella lo hubiera hecho.
—No te atrevas nunca más a mirarme a mi o a mis amigas o atreverte a siquiera dirigirnos la palabra —masculló Violeta, mirándole de reojo, como si ya no valiera siquiera una mirada suya —. Porque escúchame bien, Samara Tobar —farfulló sonriendo de una manera casi diabólica —: tu no vales ni valdrás nada, ahora ni nunca.
Samara sollozó fuerte y de manera pausada mientras las chicas se alejaban y Violeta susurraba en el oído de Carolina:
—Todo esto lo hice por ti, no pensabas que me iba a quedar quieta aun sabiendo lo que ella te hizo —murmuró en un tono suspicaz —. Recuerda, esto es lo que hacen las amigas, ayudarse mutuamente.
Había una sola indirecta en estas palabras. Carolina le debía un favor, uno grande y Violeta nunca olvidaba cobrarse los favores de las maneras más sorprendentes y desgarradoras. Carolina solo logró asentir, mientras esta se alejaba y miraba la figura de Samara desvanecerse entre llantos sobre el jardín. Había una rara sensación en su pecho, una sensación de pena y rencor mezclándose en su ser, una sensación que no parecía calmarse y le alteraba el pulso.
Hubiera mentido si hubiese dicho que sentía compasión por esa chica, no era así. No obstante, ella se sacó un pañuelo del bolsillo de su vestido y se lo tendió cuidadosamente ante la mirada incrédula de la muchacha.
Le importaba muy poco si Samara creía eso era un gesto de bondad o maldad. Porque ella solo sabía una cosa, Violeta solo le hubiera dicho la rotunda verdad, de la misma manera en que alguna vez Samara se la hubiera lanzado a gritos e insultos la misma.
Y es que algunas veces, la verdad dolía.
***
Se sentó cansada con los pies doliéndole en un asiento que encontró libre en una mesa larga de manteles blancos y un arreglo floral bastante elegante de rosas blancas. La mansión era inmensa, los jardines se extendían varios metros en medio de arbustos perfectamente arreglados detrás de una piscina y un comedor que se extendían al lateral de la casa. Se sentía extraña, no le gustaban este tipo de fiestas, le hacían sentir inferior y tan solo una niña de sueños grandes con el bolsillo vacío, en medio de una cacería donde los más grandes no dudaban en hacer sentir menos a los no privilegiados.
¿Le importaba el dinero? Nunca lo había hecho, hasta ahora, que se perdía en medio de pensamientos y sentimientos acerca de lo que deseaba para su futuro y que tan lejos se encontraba de ello. Necesitaba entrar a la Universidad, aún le faltaban tres años y un poco más para recibir la herencia, necesitaba entrar a la carrera que deseaba, necesitaba creer que eso arreglaría su vida, le haría más feliz, más sociable, menos desgraciada.
Vivía asumiendo que esta etapa de su vida sería la peor y que como si la vida le tuviera preparado algo mejor, la universidad arreglaría su vida. Era estúpido, pero quería creer en ello, quería creer que valía la pena tener esperanza.
—Sergio es tu primo —murmuró alguien sentándose a su lado, quien al voltearse y para su sorpresa era Yolima, la misma chica que le había dejado de hablar y aislado de la nada—. En realidad, no se parecen en nada.
Carolina frunció su ceño, acomodándose los cabellos sueltos que caían sobre su rostro. Debía reconocer que encontrársela en aquel lugar y que le hablara era aún más que sorprendente. Intentó divisar a Federico, quien hubiera ido por una bebida, pero no lo encontró por ningún lugar. Ahora tenía sentido, ella hubiera llegado allí con un objetivo y quizás hubiera esperado a que Federico no estuviera para cumplirlo.
—Sí, somos primos —musitó la pelirroja irguiéndose—. En realidad, me sorprende que me hables, pensé que no valía la pena.
Ni siquiera se hubiera volteado para mirarle, lo hubiera dicho ya y no se arrepentía. Esa chica le hubiera hecho daño, hubiera dejado una marea de preguntas tras su rechazo, le hubiera ignorado tantas veces que no lograba recordar y ahora, solo ahora, se le ocurría hablarle como si fueran amigas de toda una vida.
—Él te ama —musitó mirando a Sergio, quien reía junto a Josh.
—Somos familia, es nuestro deber amarnos —masculló apretando los dientes y encontrándose con esos ojos azules de Josh.
—Sabes a que me refiero.
—No sé a dónde quieres llegar ni me importa, Yolima —casi gritó desviando su mirada de Josh, no tenía fuerzas para afrontar la verdad una vez más—-. Es mi primo...
—Él es mi novio —musitó despacio, provocando Carolina se volteará encarándola con desprecio. Estaba colérica, le miraba con un centenar de preguntas en sus ojos—. Él te ama, Federico también, ¿acaso que te hace tan especial? Solo eres una chica común y horrenda.
¿Hubiera sido necesario decir que estaba cansada de ser pisoteada, herida y menospreciada? ¿Era necesario decir que le dolía de sobremanera cada palabra que le hubieran dicho, pero intentaba tragárselas y aguantar las lágrimas? ¿Era necesario contener las lágrimas ante tantas verdades? Porque Carolina era muy consciente de cada uno de sus defectos, no necesitaba a nadie que se los recordara.
—Y tu una chica dolida que necesitaba aprender a superar sus disgustos de una mejor manera —masculló apretando los dientes—. Que te sientas mal no te da derecho a querer menospreciarme...
—Tu no entiendes lo que es sentirse de esta manera, no entiendes lo que es terminar enamorada por años de chicos como Federico y Sergio, y saber que nunca se fijaran en ti —masculló la muchacha conteniendo las lágrimas—. Mírate, tienes un cuerpo fenomenal, una sonrisa que enamora, un cabello que llama a la atención donde llegues. Tú no sabes lo que es sentirse menos y saber que se es menos, no sabes lo que es odiarse día a día y desear ser diferente, para gustarle a los demás —arrastraba las palabras con tal dolor que el corazón de Carolina escocia. Ya lo hubiera dicho antes, ella tenía un severo apego a los casos que se asemejaban al suyo, sin importar quienes fueran—. No sabes lo que se siente el ser criticada, lo que se siente que todos siempre pasen de ti por chicas mucho más bonitas, por chicas mucho más especiales, por chicas... como tú.
Carolina en aquel momento pudo haberle contado su historia, contarle el centenar de veces en que chicas perfectas le hubieran atacado, la manera en que se hubiera sentido al ser varias tallas más grandes que las chicas de su edad, como se sentía aun a pesar de miles de cambios y luchaba día a día para creerse mucho más bonita, especial, cuando en realidad se sentía como una cerda.
Pudo haberle dicho, sin embargo, no lo hizo. Porque ella recordó las palabras de Federico en ese instante y lo certeras que eran: las personas nunca escucharían tu versión de los hechos, porque para ellos ya tenías un papel en la historia, ya tenías un nombre y quizás hasta un final y la manera en que creían percibirte sería la única forma en que les importaría mirarte, porque al final y al cabo, ellos te habían etiquetado como el villano de su historia.
—Las personas pueden hacerte menos, solo si así te sientes de verdad—musitó apenada y levantándose de la silla—. Eres hermosa, todas lo somos, hermosas y únicas. —Acomodó un cabello suelto suspirando—. Que un chico no se fije en ti no te hace menos hermosa o capaz, debes tener en cuenta que muchos chicos te defraudaran en la vida y no se te hará menos, sino más fuerte. No busques ser diferente, si él te ama lo hará de corazón. —Miró a Sergio, aún seguía conversando entre risas con Josh, aun perdido de la conversación que se tejía entre ambas—. Solo, por favor, no le hagas daño, él no es ese tipo de chico, el solo ama pocas veces en la vida.
Sin decir una palabra más, se encontró con Federico y tomándole de un brazo le pidió entre ruegos le sacara de aquel lugar. Ya no soportaba una palabra más, ya no soportaba las personas se creyeran con el poder de hacerle sentir menos, que creyeran ella no era suficiente. Las palabras le destruían, aunque no se viera en su semblante porque se había vuelto una muy buena actriz, los reproches y las critican solo lograban hacerle sentir una tonta con sueños demasiado grandes y una soñadora en mundo en que no se permitía ser feliz.
Porque las palabras destruían, aun mas, cuando estaban cubiertas de tanta verdad.
***
Cuando él le abrazaba le hacía sentir completa, le hacía pensar que cada mal momento por grande que fuera era mínimo mientras estuviera allí aspirando su olor, con su respiración golpeándole contra el cabello y una sonrisa iluminando sus hermosos e infinitos ojos negros. Quería permanecer allí por siempre, mientras el reía y sus carcajadas se mezclaban con las risas de los demás chicos.
—Eres un tramposo —acusó Federico, mirando sus cartas.
Jugando a las cartas los chicos se entretenían en una pequeña discoteca que hubieran alquilado por una noche, para celebrar ese sábado seria el ultimo antes de presentar las tan importantes pruebas de estado, de las cuales dependía su cupo en la universidad.
—Seré un tremendo abogado —se defendió Antonio, quien reía con las cartas sobre sus manos en una mueca extraña—. Tu no lo serás.
Federico siguió mirando las cartas con detenimiento, mientras se perdía buscando la correcta. Se encontraban todos los chicos allí, ese pequeño curso de veinticinco chicos que hubiesen inicio tan solo seis meses atrás un curso para mejorar su rendimiento en las dichosas pruebas, y del cual Carolina apenas y lograba recordar sus nombres. En un lado de la sala se encontraba Samara con sus amigas hablando con Daniel, alias ricitos de oro y Fernando, quien hubiese vuelto tan solo el fin de semana anterior.
Era extraño, pero después de mucho tiempo sin ver a Fernando, la curiosidad le asaltaba. Hubiera asistido tan pocas veces que apenas y se relacionaba con alguien más que la chica de cabellos mieles que ella seguía pensando era su novia, Samara y sus amigas. El chico era misterioso, que nunca asistiera a clases lo hacía perturbador.
—Menos mal que no seré abogado —interrumpió Federico a un animado Rodrigo y su prematura celebración antes de creerse el ganador, mientras este colocaba una carta sobre la mesa—.mi padre desea que sea médico.
—Mi madre desea que sea abogado, ya sabes —masculló Antonio—. La semana pasada me amenazó, dijo que si no entraba a la universidad mi única opción es el ejército. Y no quiero ir allá, no deseo estar allá.
—¿En serio quieres ser médico? —le preguntó Carolina bajito a Federico, mientras estos se perdían en las cartas.
—No lo deseo, pero es lo que mi padre quiere y está dispuesto a pagar —murmuró sincero—. No tengo la valentía suficiente para decirle que no sé qué quiero hacer con mi vida, que desearía ser libre y no sentir sus sueños están obstaculizando los míos.
—Yo también quiero ser médico —musitó ella—. Deberías tener el poder de elegir.
—Algunas veces el poder no está sobre nosotros y quizás sea mejor así. Demasiado poder, demanda demasiadas responsabilidades y estoy muy joven para asumir algo como esto sin la ayuda de mis padres —murmuró acercándose y besando su frente—. Quisiera ser como tú y tener las cosas claras, pero nunca he sido el mejor en algo que no trate de números.
—¡Oigan, tortolitos, ¿desean unirse?! —gritó Rodrigo desde el otro lado del lugar, en algún momento todos se hubieran movido y sentado en el piso en un círculo.
Federico y Carolina solo se sentaron sin preguntar hasta que una botella empezó a girar. Ambos eran conscientes de lo que la última vez que hubieran jugado ese juego, hubiera ocurrido. Ese era un recuerdo que les gustaba atesorar. La botella giró y giró, parecía reacia a detenerse hasta que después de muchos segundos señaló a Federico y a Samara, dejándoles quietos.
—Cinco segundos, deben besarse cinco segundos...
—¡No! —gritó Federico ante una impresionada Carolina que le miraba aprensiva y reacia.
Deseaba lo hiciera, deseaba que la besara. Por una razón inexplicable Carolina deseaba se besarán, porque eso de una manera u otra, sentía le haría menos miserable, quizás hasta menos traicionera. Pero, entonces, el solo sacudió su cabeza repetidas veces y con desanimo, mientras el color abandonaba el rostro de la chica.
—Hermano, debes hacerlo o si no te sales.
Era una persona miserable.
—Entonces lo hare —refutó sin una sola pizca de paciencia.
Era una persona horrible.
Federico se levantó y salió a paso apresurado de la habitación, dejando a Carolina deseando una y otra vez hubiera aceptado. Algo le decía que le hubiera hecho sentir un poco menos mierda. Ella salió tras él, no se encontraba muy lejos, tan solo en la barra bebiendo una cerveza con detenimiento.
—¿Por qué...? —preguntó ella.
Federico le miró ceñudo, a medida, que daba varios tragos más a su cerveza, antes de contestar.
—¿En serio? ¿Me estas preguntando por que no bese a otra chica?
Estaba colérico, las mejillas enrojecidas y los labios apretados al igual que su mandíbula. Algo andaba mal, algo le decía que no se encontraba bien, que había un hecho del cual no estaba enterada.
—¿Qué pasa? —preguntó, pero el solo torció el gesto y se alejó acabando con su poca paciencia. ¿Cómo hubieran pasado de estar abrazados y contentos a esto? —. ¿Qué hubieras pensado si te hubiera dicho que deseaba la besaras?
Él se volvió y le fulminó con la mirada.
—¿Por qué diablos querrías eso?
Ella se miró las manos, incapaz de creer hubiera dicho esas palabras.
—Porque...
Ya no había marcha atrás.
—Porque bese a otro chico y no me arrepiento de ello.
Ella esperó un grito, una reprimenda, una queja, pero no había nada. Así que cuando alzó la mirada se encontró con esos ojos negros infinitos que tanto amaba anegados en lágrimas mientras sostenía la botella en sus manos con fuerza. Si escuchar la verdad dolía; decir la verdad dolía mucho más; sin embargo, mirar los ojos de la persona que amabas cuando escuchaba una verdad que estabas segura le hacía añicos era aún peor, destrozaba, carcomía el alma.
Y cuando esperaba no escuchar su voz, el tan solo contestó:
—Lo sé.
No te olvides de seguirme en mis redes sociales :)
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