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Capítulo 13: Tercera Parte


Why _ Shawn Mendes

¿Cuál era el sonido justo de la felicidad? ¿Dónde podría encontrarse? ¿Valía la pena buscarlo o simplemente se resumía al sonido de cada segundo que marcaba el reloj de nuestra vida? Quizás ninguna de estas preguntas tuviera solución o importancia, porque quizás solo debíamos darnos a la difícil tarea del vivir y no distraernos en incógnitas sin un resultado. Porque si cada segundo era un regalo, había que vivirlo al máximo.

Las calles eran solitarias y oscuras a pesar de la luna llena, la ciudad apagada a medida que la noche punteaba y sus residentes parecían perderse en la rutina. A las afueras de la ciudad, el sonido se perdía, la avenida solitaria encendía sus alarmas mientras unos pocos malandros se escondían en la oscuridad debajo del puente, listos para hallar algo con lo cual alimentar a familias numerosas con el hambre y las necesidades tatuadas en el rostro, o simplemente el vicio. Un pequeño vehículo verde fosforescente con la música a todo volumen, aquel rock que escuchaban los jóvenes invocando al diablo, irrumpió en medio del silencio, llenando de color todo a su paso, a medida que cruzaba el gran puente amarillo de la avenida y se perdía con un pequeño grito de euforia aclarando su presencia.

Los jóvenes necesitaban disfrutar, perderse en las noches de fiestas, probar cosas nuevas, llenar sus necesidades y, ante todo, vivir. Porque de eso se trataba la juventud, de divertirse, recopilar anécdotas y reír a carcajadas muy fuertes, sin penas, sin dolores. ¿Cuál era el único problema? Carolina no hallaba la felicidad como las demás personas, no la encontraba en fiestas sin control, follar y aunque en los últimos meses se hubiese refugiado en el alcohol, este tampoco parecía regalarle felicidad, es más, le brindaba aún más tristeza. Y entonces, ella no hallaba su felicidad en las fiestas o la locura, ella solo pensaba en la soledad, un buen libro, el silencio, y llenar vacíos.

Porque era para Carolina mucho más fácil vivir mil vidas diferentes a la suya acostada en su cama, a intentar hallar esas vidas en un mundo real. Ella vivía a base de una materia prima inagotable, los sueños, la imaginación. Vivía soñando tener una vida mejor, millones de maneras en las cuales su vida podría ser maravillosa, mil maneras de haber hecho las cosas de una forma distinta. El problema era ese, Carolina era una soñadora y no creía ser una luchadora.

— No sé por qué creen que una fiesta arreglara nuestros problemas mágicamente — musitó Carolina tomándose un cabello mientras se cubría del frio en los brazos de Josh.

Iban sentados en el asiento de atrás, tratando de ignorar el gran alboroto que causaba la música, esa que todos habían aprendido a amar a su manera, pero que, en presencia de Sergio, decían odiar. Sergio se volvió hacia Carolina cuando aparcó tres calles después, allí donde un coctel de luz fosforescente era la único que alumbraba el ambiente.

Aquel no había escuchado su monologo, pero conociendo aquel tono dirigió sus hermosos ojos verdes hasta la chica que lucía irreconocible y que sentada en una mala postura dejaba ver todo el muslo. Su cabello castaño oscuro alborotado resaltaba en su peculiar atuendo junto a esa camisa de colores verdes, azules, morados brillantes en todos sus tonos.

— Deberías dejar de quejarte, la vida es para disfrutarla, vivir segundo a segundo como si se tratara de una fiesta —musitó aquel feliz, lleno de vida con una sonrisa inmensa dividiendo su rostro. Él era divertido y sagaz si lo encontrabas en su rutina diaria, pero era estúpidamente alegre solo siendo consciente de que podía salir de casa a una fiesta. Quizás era la única manera en que mataba sus demonios internos, pensaba Carolina la mayor parte del tiempo, o quizás solo aquello y las drogas lograban hacerle olvidar que todo cada día era peor—. Además, te tengo una sorpresa.

Carolina le miró cansada y sonrió, sabía que era insufrible y debía creer en él.

— Sera una buena noche — murmuró Josh para sí mismo en voz alta, justo ese tono que usábamos cuando necesitábamos creerlo, cuando haríamos lo que fuera por creer que en efecto las cosas saldrían de una mejor manera de la que nuestro pesimismo nos decía seria.

Carolina se levantó y arrodillándose en el asiento, mientras Sergio se bajaba del auto, tomó las manos de su amigo y le sonrió de una manera irremediable. Porque a veces solo necesitábamos que alguien nos hiciera creer que todo saldría bien. Él le abrazó fuerte y alejándose lentamente besó su mejilla, dejándole ver el brillo de miedo que residía en sus ojos azules, antes de alejarse con presura y bajar del auto siguiendo a Sergio.

Fabián por su parte se hubiese quedado estoico, el miedo no le permitía moverse, el sonido de su corazón vibrando sobre sus oídos, la verdad cerniéndose sobre sus ojos y eso que se negaba a sentir, recordándole a cada instante porque debía seguir. Tenía tanto miedo, ambos lo tenían, que no se daban cuenta que quizás estaban perdiendo los últimos instantes que le quedaban juntos.

Porque a veces preferíamos vivir a base de miedos y sueños a luchar por lo que eso significaba. Y entonces, mientras Carolina pensaba en ello, sus palabras, ese instante preciso se encendió en su interior llenándole de luz, esperanza y un poco de dolor.

— Cuando era pequeña también les temía a muchas cosas, sabes — habló con una mezcla de melancolía al recordar las palabras exactas—. Pero, nunca me dejaba llevar por miedos. Tan pronto, como superas un miedo descubres lo estúpido que fue dejarte gobernar por aquel.

Recordaba la expresión de Federico en aquel instante, el miedo que le hubiese cubierto en aquel momento no hubiera sido muy distinto, al cual hubiese encontrado en sus ojos aquella tarde. Tenía miedo, ella tenía miedo y lo estaba alejando porque le hubiesen hecho tanto daño y estaba tan acostumbrada a que le terminaran decepcionando, que sabía, concedía no podría soportar que aquel terminara haciendo lo mismo. Significaba demasiado en tan poco tiempo, tenía su mundo de cabeza, estaba llenando de vida cada vacío de su interior y, sin embargo, ella seguía temiendo, dudando, alejando, como todos lo que amaba le hubiesen terminado enseñando. Ceder el control de su mundo a otra persona, sentir que podría depender sentimentalmente de otro y agobiarse pensando en que el amor era eso que su madre le hubiera enseñado, dolor y amor al mismo tiempo, le estaba agobiando, dañando, destruyendo.

Y es que ella era muy joven aun, demasiado para comprender el verdadero significado del amor, de los sentimientos y de enamorarse. Porque el amor no debía significar dolor, daño o una dependencia física y emocional. No, el amor no era dejar de volar porque a quien amabas le temiera a ello. El amor era curar heridas y sanar corazones, lo suficiente para poder algún día volar juntos por el horizonte.

Y le temía a volar, demasiado, pero no por ello cortaría sus alas. Juntos estaban para sanar, y aunque tuviera miedo, justo en ese instante quiso ser esa niña de la cual hablaba, lejos de la retraída y solitaria Carolina, con estragos que el dolor hubiese dejado en su corazón, con la perdida de la inocencia y la clara marca de la amargura, los miedos y la angustia en su máximo esplendor.

Fabián tragó fuerte ante sus palabras y angustiado le miró, esos ojos azules hermosos y pequeños en unas cejas pobladas que le daban un astuto aire pícaro contra esos ojos marrones llenos de preguntas y sin una sola solución. Y aunque fuera difícil de entender, Fabián sonrió dejando ver esos pequeños hoyuelos en sus mejillas y sus dientes amarillentos debido a su peor vicio. Solo eso hizo antes de volverse y besar la frente de la pequeña Carolina, prácticamente llenándose de viveza y abrir la puerta y salir de un tirón. Él no lo sabía, pero Carolina intuía que Fabián le hubiese regalado aún más que lo que ella le hubiese regalado a él.

— Gracias, amor, me has dado tanto — musitó para sí misma antes de envolverse en la chaqueta de cuero de Josh y salir del auto pisando fuerte con sus altos zapatos de tacón grises que le regalaban a sus regordetas y llenas de estrías piernas envueltas en unas medias veladas color piel una vista fenomenal.

Cuando bajo Josh le envolvió una vez más en un abrazo sincero, mientras se perdían en la solitaria entrada y pasaban dos tarjetas doradas a los hombretones que les abrían las puertas de vidrio sin chistar. Aquel lugar no era como cualquier otro bar, muchos ni siquiera conocían de su existencia y pensaban se trataba de un bar que hubiese cerrado sus puertas hacia muchos años por los chismes de lo que pasaba en aquel lugar. No obstante, solo la alta sociedad de la ciudad podía acudir a aquel lugar, como un escondite que el dinero compraba para encubrir los vicios de sus hijos, padres e incluso abuelos. Y es que el dinero compraba secretos y ese lugar era uno de ellos.

Las puertas eran polarizadas y tan pronto se entraba la oscuridad acudía al largo pasillo que conducía en medio de grandes ventanales a la lujuria. A medida que avanzaban se encontraron con las vidrieras revestidas de fotografías, cuyos marcos cubiertos de pequeñas bombillas eran lo único que daba luz al pasillo. Altos políticos, empresarios, médicos, cantantes, futbolistas de la región posaban en las fotografías que daban una vista al pasado tallados con sus imponentes apellidos, que demostraban a medida que avanzaban como el dinero hubiese comprado y reinado en aquel lugar. Carolina y Sergio se miraban cada tanto, intercalando sus miradas entre ellos y esas fotografías de hombres que apenas y habían conocido y repudiado, los cuales cargaban su mismo apellido. Ahí se encontraban todos, sus abuelos, bisabuelos, incluso muchas mujeres de su familia que hubiesen disfrutado de esos buenos tiempos y también de la política, o siendo de las primeras mujeres en acceder a una carrera debido al dinero y las alianzas.

Sus familias se encontraban allí como un recordatorio que no significaba nada para aquellos chicos. Josh miró a sus abuelos con cuidado, aquellos que hubiesen repudiado a su madre por casarse con un donjuán y a su padre, por haber abandonado una carrera predilecta y seguir sus sueños. Fabián se perdió en medio de sus padres, esos que le hubieran abandonado en una escuela de niños ricos y nanas desde que lograba recordar, esa mujer recta y ese hombre bebedor, que nunca hubieran cumplido con el deber de ser padres y que hubiesen muerto hacia tanto tiempo que ya no lograba recordarlos sino era por fotos. Sergio y Carolina, a quienes sus abuelos hubiesen rechazado por no cumplir con los parámetros de una buena familia y una buena conexión. ¿Qué significaban esas fotografías para ellos? Nada, esa era la rotunda verdad que ni el dinero podía comprar.

Siguieron avanzando intentando ignorar a aquellas personas que surcaban un lugar en su historia y cuando se encontraban a tan solo unos pasos de abandonar aquellas, Carolina se sintió incapaz de ignorar y como siempre que acudía a aquel lugar, se perdió en lo fuerte que lucía, en sus ojos marrones y esa chaqueta negra que tanto amaba y que tenía una mancha café de pintura en las solapas, sus rizos rojos cayéndole sobre las orejas y su frente, esa sonrisa triste y sus hoyuelos predilectos. Ahí estaba, justo como lo recordaba, de esa manera precisa a la cual se aferraba porque era incapaz de dejar ir. Su padre, ahí estaba el y hacia mucho que no lo veía. Por extraño que pareciera no había fotografías suyas por ningún lugar, ni en la casa de su tía, ni en la suya que no visitaba hacia casi dos años.

Entonces, su recuerdo se resumía a ese, visitar aquel lugar y rememorar en su mente, aunque sintiera poco a poco lo iba olvidando.

— Te extraño, aunque solo me regalaran dolor, contigo me sentía acompañada y ahora cada día me siento más sola — murmuró con la voz ahogada en su garganta, como si un nudo le impidiera musitarla más fuerte y conteniendo las lágrimas para no arruinar su maquillaje.

Ahí estaba junto a Carlos, su mejor amigo y padre de Sergio, sentados en un mueble rojo, tensos. Carolina repasó los dedos por su rostro, esa sonrisa triste que le impedía el brillo le subiera hasta los ojos como si el miedo atrapara su mundo, sentado de una manera tensa, con el cuerpo demasiado rígido. Volvió hasta la anterior foto, ahí estaban nuevamente esos dos, los ojos cafés de su padre brillosos y los ojos verdes de Carlos llenos de picardía siendo la viva imagen de Sergio, sentados de una mala manera, con una sonrisa inmensa en sus labios y la alegría tatuada en sus rostros.

Mirar aquellas fotos era como observar dos paisajes totalmente diferentes.

— ¿Qué paso? ¿quién te hizo tanto daño para que cambiaras esa felicidad? —le preguntó ella a la nada conociendo más que nadie la respuesta.

La primera foto llena de vida hubiese sido tomada antes de su nacimiento, la segunda había sido tomada cuando tenía tan solo siete años. Ella tenía la culpa de su sufrimiento, era el peor mal.

— Deja de torturarte, Carola — musitó Sergio cerca de su oído, estaba tan distraída que ni siquiera se asustó—. Tú no tienes la culpa de nada y si sigues pensando en ello, terminaras destruida.

Carolina bufó cansada.

— Ya estoy destruida.

Sin decir más dio la vuelta y se alejó. Necesitaba creer que no, pero sabía la respuesta perfectamente.

— No me gusta que hables así — masculló Sergio.

Ella se volvió dos segundos y le miró largo y tendido.

— Y a mí no me gustas que me mientas.

Y es que no había nada que se pudiera decir referente a ello, Carolina creía tener la razón, creía desde siempre haber sido la culpable y no estaba dispuesta a recibir opiniones respecto a todo ello. Así que, sin insistir, Sergio dejó que se fuera caminando despacio con la mirada gacha, sintiendo de nuevo era culpable por no poder cumplir la promesa, de hacer de ella una persona diferente, más segura. Deseaba que aquella fuera feliz, no le importaba su propia felicidad, solo deseaba ella lo fuera por ambos.

Se encontraba agobiado, lleno de preguntas y taciturno, tanto que cuando alzó la mirada y se encontró con aquella su corazón se aceleró. Hubiese olvidado el verdadero motivo por el cual estaba allí, la manera en que tan solo una mirada suya le hacía sentir millones de sensaciones sin moverse un solo centímetro. Ahí estaba ella, con una sonrisa como siempre, con sus pecas sobre su nariz, sus labios negros, un pequeño aro nuevo sobre su nariz y una sonrisa gigante dividiendo su rostro.

Ella llenaba de nuevas sensaciones buenas su nublado mundo, le hacía sentir feliz, completo. No entendía, como una persona podría hacerle sentir de esa manera, pero aquel con su expresión despreocupada, una sonrisa pícara en su rostro y las manos en los bolsillos de su pantalón, ni siquiera se preguntó cuál era el sonido de la felicidad, lo supo en aquel instante.

El sonido de felicidad era aquel latido que tu corazón emitía cuando sabias que estabas haciendo las cosas de una manera correcta y seguías caminando en busca de la felicidad, en busca de la dulce chica del libro.

***

Carolina tomó de la mano a Josh cuando lo encontró estoico mirando a la nada, perdido mientras el miedo se apoderaba de su ser. Cuando se encontró su objetivo, tomó una respiración profunda y después de acariciar su brazo se quitó de manera lenta su chaqueta, siendo consciente de como la mirada de ella le taladraba. Todos sabían la manera en que Violeta, la novia de Josh, se sentía referente a Carolina. Violeta era posesiva, era odiosa, egoísta, odiaba ceder el control, odiaba que alguien se quedara con lo que ella creía era suyo y aunque en realidad no pasara nada entre ellos, Violeta aseguraba Carolina y Josh, eran amantes.

Ella besó su mejilla y lo empujó hasta el pasillo para que se encontrara con ella. Violeta hubiese citado a Josh para decirle algo, quizás fuera para engatusarlo y decirle mil mentiras, pero era su deber como mejor amiga empujarlo hacia la verdad, hacerle entender que, aunque esta fuera dura solo podría verla con sus propios ojos. Y la verdad, era que Violeta no parecía ser para él, solo era un capricho que había llegado muy lejos por la enfermedad de su madre.

Una razón que les unía, Josh se hubiese refugiado en Carolina y Violeta para asumir la verdad de la enfermedad de su madre. Emma estaba a punto de morir, su madre, aunque doliera estaba desfalleciendo y él debía verla sufrir, a su corta edad saber que no podía hacer nada por cambiar su historia, por cambiar la vida porque la muerte era irrevocable.

Dolía que como seres humanos acudiéramos en busca de dolor cuando nuestro mundo se tambaleaba, cuando sentíamos eso que nos equilibraba se iba, necesitamos quizás más dolor para asimilar que las cosas se estaban saliendo de su curso. Para Josh, era muy difícil de entender que esa mujer hermosa sin cabellos y de mirada azulada estaba a punto de irse, que aquella funesta enfermedad en algún momento se la llevaría. Una carrera con el tiempo se estaba tornando la vida de su madre, una carrera donde el cáncer claramente llevaba la delantera.

Dejándole ir ella miró el lugar, bastante nerviosa y con las sensaciones a flor de piel. Necesitaba creer que estaba haciendo las cosas bien, que las locuras en las que el amor le embarcaba no serían decisiones de las cuales se arrepentiría. Carolina era una chica de decisiones, de control y sentir que le estaba entregando el control de sus sentimientos a alguien más le estaba ahogando, agobiándole. Cuando sintió una presencia a su lado suspiró y pensó que sería el, pero pronto su acompañante, habló:

—Tengo ganas de cagar —musitó este con el ceño fruncido y dos bebidas en sus manos—. Ella es perfecta y en lo único que puedo pensar es que tengo ganas de hacer del dos.

Carolina soltó una risa que incluso se escuchó por encima de la música.

—No tienes ganas de cagar, Sergo, no seas vulgar —se mofó—. Esas son las mal llamadas mariposas en el estómago, en ti son parásitos.

Sergio frunció su ceño bastante contrariado, mientras Carolina dejaba de reír y su vista se clavaba en un punto fijo al final de las escaleras en el segundo piso. Ahí estaba, pensó aquella con una sonrisa formándose en sus labios.

—Ahora todo tiene sentido—masculló este sonriendo y mirando la manera en que su acompañante sonreía. El no creía en aquel chico, las palabras de Josh y como lo describía era como un chico toxico para Carolina, sin embargo, nunca la hubiera visto sonreír de esa manera, con los ojos entrecerrados y llenos de brillo como si encontrara la felicidad justo allí, mirándole—. Parece que ahora alguien más tiene ganas de cagar.

Carolina le miró y sonrió antes de, con las piernas temblorosas, caminar a pasos lentos hasta quien era incapaz de ver. Él le hacía sentir completa, le hacía sentir millones de sensaciones que solo lograban ahogarla y, sin embargo, entre ellas la que más lograba sobresalir era la estúpida felicidad, llenándole de ganas de sentir, de seguir. Encontrándose con sus ojos negros una vez más, ella suspiró y tomó la barandilla de las escaleras entre sus dedos, nerviosa, con millones de miedos acudiendo de repente y mientras se perdía en el poso de sus ojos.

Quería creer que tenía la oportunidad de ser feliz sin ningún impedimento, que por una sola vez el amor no estaría tan unido al dolor como todos le hubiesen enseñado a amar. Quería creer, pero los miedos siempre terminaban llenando su mundo, haciéndole preguntarse una vez tras otra, quien era ella para creerse con el derecho de ser feliz. Subió dos escaleras a la par que el bajaba dos, mientras ambos parecían incapaces de dejar su sonrisa de lado y ella se encontraba con una nueva sensación rondando los ojos de aquel que les hacía brillaran con más fuerza, la lujuria. Ella se aferró a la barandilla con fuerza, a tal punto, que sus dedos se tornaron blancos cuando subió dos escaleras más y el bajo otros dos acortando los metros que los separaban. Sensaciones, amor, felicidad, ¿Quién era ella para creerse afortunada y obtenerlo? No era nada más que una chica llena de inseguridades, miedos y cuyo mundo era un desastre, sin embargo, él le miraba como si fuera una joya preciosa, única y especial.

Dos escalones más, sentimientos encontrados; otros dos, miedos incontrolables; cuatro más, sentimientos de felicidad; dos más, los centímetros los hacían encontrar. Los centímetros que los separaban eran casi mínimos, unos cuantos centímetros que parecían acortarse aún más cuando el solo la miraba a ella, de esa manera en que se mira la luna, con admiración, deleite y majestuosa en medio de millones de estrellas.

Por su parte, Carolina no dejaba de mirarlo y repasar la manera sencilla en que vestía, con una camisa blanca y unos pantalones negros, sus cabellos negros alzándose sobre su cabeza de esa manera en que tanto le encantaba, sus ojos brillosos, la sonrisa inamovible en su rostro. Quería abrazarlo, perderse en el olor varonil que deleitaba el ambiente, aferrarse a él y nunca más soltarse. Quería volar junto a él, sin importar cuantas veces se perdiera, cayera, porque mientras fuera junto a él, ella siempre se levantaría en busca de más a pesar de los miedos y el dolor.

—No puedo hacerlo sino estás conmigo, no puedo intentar ser feliz si tu sonrisa no ilumina mi mundo —musitó el acortando los pocos centímetros que los separaban, mientras con sus dedos temblorosos repasaba la mejilla de ella en una caricia suave—. Necesito que me ayudes, a ser feliz y menos estúpido, necesito creer que esto que siento en tan poco tiempo puede llegar a ser eterno. Quiero todo contigo, un mundo si es necesario, donde no exista nada más.

—Yo... —Las palabras atoradas en un nudo en su garganta.

¿Cómo se podía responder a eso? ¿Cómo se podía decir algo lo suficientemente claro como para expresar los millones de sensaciones que le invadían con tan solo escuchar su voz? Ella se sentía perdida, expresar aquello que sentía no era tan fácil como lo decían, decir la verdad, intentar disculparse era aún peor.

—Este no es el lugar —musitó acercándose y apoyando sus frentes juntas, mientras sus latidos se volvían uno solo, con sus alientos mezclándose y sus respiraciones hechas un desastre. Ellos eran un desastre, un hermoso desastre lleno de dolor y majestuoso de ver—. Sígueme... —Cerró sus ojos contrariado con sus palabras, mientras suspiraba hondo y jugaba con sus narices, casi en un aliento que acercaba aún más sus labios, como si aquello fuera una necesidad.

Se encontraban a un par de centímetros, quizás menos en búsqueda de un beso, y, sin embargo, no se acercaban más que eso, como si solo fuera necesario sentir esos millones de sentimientos para ser felices, sin la necesidad de hallar un final. Pronto, él se separó robándole un suspiro a Carolina y tomándole la mano le guio en medio de las escaleras y la gran entrada de sillones rojos donde la gente se perdía entre risas y conversaciones ajenas.

Ajenos a ello, ellos se perdieron en medio de más habitaciones donde el calor aumentaba y las conversaciones se volvían más fuertes, habitación tras habitación. Cuando llegaron a una puerta blanca, este la abrió con determinación y Carolina le siguió sin chistar, aunque no conociera aquella parte del lugar. El sudor se mezclaba con jadeos, gemidos hondos con risas detrás de las grandes cortinas rojas que encubrían el lugar de un lado a otro del pasillo. Caminaron sin detenerse en las muchas parejas que se perdían en el otro detrás de las cortinas rojas que casi dejaban ver todo lo que pasaba detrás y que Carolina no quiso ni recordar. En algún momento, ellos llegaron hasta otra puerta blanca que Federico abrió con cuidado, mientras se volvía y sonreía hasta su acompañante.

La vista de la ciudad era fascinante, se podía ver cada edificio, casas, apartamentos, los centros comerciales diminutos desde aquel sitio y con la luna enmarcando aquella vista, mientras brillaba entre millones de pequeñas estrellas. La vista era fascinante, la compañía aún más.

Cuando Carolina se volvió a Federico, este cerró la puerta con fuerza y antes de que Carolina pudiera chistar le tomó de la cintura y en un gesto necesitado chocó sus labios con los suyos. Sus labios eran dulces a pesar de la manera en que sus manos se perdían en su cintura y andaban acariciando cada parte de su cuerpo, la manera en que la besaba era una muestra de amabilidad, bondad, amor.

Sus corazones latían como uno solo, las manos de Carolina se perdieron en su cabello halándolo a gusto, mientras las manos de Federico se perdían en su cintura, en la curvatura de sus pechos y más abajo en sus caderas, hasta terminar en su trasero. Se necesitaban tanto que no se daban cuenta de cuanto amor se formaba entre ellos, como si aquel iluminara sus vidas.

El pasó su lengua sobre el labio inferior de ella antes de morder aquel y con una sonrisa separarse con sus alientos en un desastre. Sus frentes apoyadas y narices rozándose a medida que desentendían del mundo y se perdían en los ojos del otro, ojos marrones brillantes contra ojos negros infinitos.

—Lo siento —musitó ella, de repente—. Fui estúpida e inmadura.

—En tu defensa, ambos somos estúpidos e inmaduros —murmuró el acercándose y con una sonrisa en sus labios—. Pero, ese es un secreto.

Ella sonrió intercalando su mirada entre sus labios y sus ojos. Le encantaba esa parte de él, donde ambos podían ser ellos mismos sin ningún impedimento.

—Yo... —Cerró sus ojos intentando hallar las palabras, porque el peso de sus ojos era demasiado para hallar que decir.

Esta abrió sus ojos cuando sintió un suave roce que le alzaba la barbilla.

—Quiero que me mires siempre —murmuró como si se tratara de un secreto—. Tus ojos reflejan el espejo de tu alma, y no quiero que me prives de ese maravilloso momento. No tengas miedo, soy solo yo y puedes decirme cualquier cosa, en cualquier momento. Soy solo yo, Federico Duran, idiota, egocéntrico, estúpido y completamente perdido por ti.

Carolina le miró largo y tendido. Era grandioso y estúpido, tenía toda la razón y esas palabras solo lograban demostrar cuan perfecto podía llegar a ser. ¿Cómo podía ella ser la afortunada que quedarse con su amor? Quizás era un golpe de suerte.

—Tengo muchas cosas por decir —musitó.

—Dilas, aquí estaré siempre para escucharte.

De eso se trataba, el siempre parecía tener las palabras correctas, mientras ella era solo un cumulo de sentimientos encontrados y balbuceos. Tomando fuerzas y suspirando ella se alejó dejándole allí, se encontraba dos escalones más arriba, así que cuando ella los subió la altura fue bastante clara. Ella se encontró con sus ojos y ambos soltaron una risa.

—Déjame te ayudo —murmuró el sin ningún rastro de confusión, ante la separación, haciéndole sentarse en una de las hermosas sillas de madera, mientras se arrodillaba y tomaba su delgado tobillo en medio de sus grandes dedos —. Cuando era un infante los chicos se burlaban de mi por ser más pequeño que la mayoría, no sé qué en que momento, solo recuerdo que ellos se burlaban de mi porque siempre fui el más pequeño en estatura y edad.

Carolina quiso decir algo, pero en cambio, solo calló.

—La sensación era horrible, era demasiado chico para entender porque ellos me culpaban por algo que se salía de mis manos y cuando hablaba con mi madre o con mi padre siempre me decían que lo dejara estar, que pronto ellos entenderían —murmuró sin ningún tipo de dolor en el rostro, como si no hubiese sido aquel quien hubiera sufrido de aquella manera —. Y entonces, empecé a pelear y mis padres creyeron que la manera en que canalizaría, ignora mi sarcasmo, el rencor seria con las artes marciales. Odiaba esas clases y lo único que hacían era que fuera más rápido y golpeara con más fuerza a quienes siquiera me miraban mal. Pronto comprendí que era pequeño pero veloz.

Él se detuvo tantos segundos que Carolina pensó no terminaría el relato. Pero, pronto el empezó a quitar las correas de su zapato con detenimiento y musitó:

—Tiempo después encontré los deportes, me volví el mejor en futbol, a pesar de mi estatura me esforzaba en baloncesto, aprendí a nadar y practicaba natación la mayor parte de las tardes, voleibol no era lo mío y mucho menos tenis, pero lo intentaba porque había encontrado una manera de desatar todos mis miedos. —Comenzó con el siguiente zapato—. Estaba listo para dejar de pelear y empezaba a creer mis padres olvidarían mis ataques de ira, pero nunca fue así y hasta ahora no creen en mí, y los entiendo porque debe ser horrible tener un hijo que es un desastre en todo, que solo comete errores y se deja llevar por estupideces. Ellos nunca creyeron en mí, nunca me preguntaron quién era, que deseaba, porque hacia las cosas e inevitablemente, ellos fueron quienes me dieron mi primera etiqueta.

Carolina dejó caer el zapato a un lado y acercándose a aquel levantó su barbilla, encontrándose con el borde sus ojos tornándose rojo.

—Fede, tú no eres estúpido y mucho menos un desastre —musitó ella encontrándose con esos ojos llenos de tanto dolor—. No sabes cuánto lamento haberme comportado de esa manera esta tarde, de verdad, no sé ni porque lo dije ni porque me comporté de esa manera —calló unos segundos, contrariada —. En realidad, si lo sé, pero eso no deja de hacer mella en mí.

—Todos me han dado una etiqueta, Caro —musitó—. La primera y la que más me dolió fue la de mis padres y pensé que nunca me volvería a sentir de esa manera hasta esta tarde. Todos se creen con la potestad de decir quién soy yo, de decir cómo me comporto, que cosas me gustan, quienes son y han sido mis novias, cuantos errores he cometido. Si le preguntas a alguien que dice conocerme, quizás te diga que soy una mala persona, que me drogo y bebo sin control; y no me importa quién lo crea. Solo, quiero que tu no lo hagas, que creas en mi como nadie lo ha hecho, porque he sido más sincero contigo que con cualquier persona y deseo que solo creas en lo que sale de mis labios. No soy una persona de mentiras, las odio.

—Deseo creer en ti —murmuró ella con el corazón latiéndole lento, mientras acariciaba su mejilla.

—Entonces hazlo, confía en mí. No romperé tu corazón porque cuando te hago daño me hace más daño a mí. —Llevó la mano que ella tenía sobre su mejilla hasta su corazón, ese que latía como desquiciado—. Este soy yo, sin ninguna mentira, simplemente Federico.

Ella cerró los ojos, perdiéndose en el sonido de sus latidos, mientras se mordía el labio inferior. Tenía miedo, pero deseaba decirlo.

—Tengo miedo de ser solo un juego para ti. —El intentó hablar, pero ella lo calló con un gesto. Necesitaba decirlo—. Tengo miedo de que termines haciéndome daño, que me quede sola y llorando porque lo nuestro no pudo ser, porque decidiste que otra persona es mejor que yo, porque decidiste que el amor que sientes por mí no es suficiente. No quiero ser un juego, no quiero ser una más, solo estoy dispuesta a ser la más importante.

¿Cómo explicarle que estaba aterrada de ser solo una casi relación sin un nombre? ¿Cómo decirle que los millones de sentimientos que provocaba en su ser y los miedos no hacían nada más que gritarle que le haría daño? ¿Cómo expresar que eso que sentía le hacía cada día menos estable y más un manojo de nervios? ¿Cómo hallar las palabras suficientes para explicarle que el hecho de que sintiera le estaba escondiendo no hacía nada más que ayudar en la causa de sus temores?

—Siento como si me escondieras, como si fueras una persona totalmente distinta cuando estás conmigo a la cual eres con tus amigos —murmuró con la calma dejándole—. ¿Cómo se supone que debo sentirme cuando te comportas conmigo de una manera distinta?,¿cuándo siempre es como si nos escondieras? Tengo miedo de no significar nada más que un juego para ti, y no quiero ser un juego nunca más, porque prefiero dejar las cosas aquí antes de sentir que me vuelvo un objeto que alguien puede manejar a su gusto. Porque cualquier cosa es mejor que sentir esa sensación y prefiero estar sola a sentir que alguien intenta de hacer de mí una estúpida y toxica chica.

Federico se levantó y alejando la mirada de esos ojos marrones se tomó el cabello. Una marea de sensaciones, un millón de sentimientos, una sola palabra y todo se iría al desastre. Lo sabía, lo intuía, una chica como ella discernía lo mucho que valía la salud mental, la tranquilidad y no estaría dispuesta a dejarla ir por cualquier desliz. No se dejaba ir lo que se hubiese deseado, por tanto, lo que se hubiese ganado después de muchas luchas por un simple recuerdo, por algo tan efímero como un suspiro.

Volteándose el miró las calles bañadas por la luz de la luna, deseando encontrar las respuestas en ella. Sus palabras andaban por su mente, la manera en que las hubiese pronunciado con tanta seguridad y sin un deje de temor. Ella era de ese tipo de chicas que podían amarte en un segundo y al siguiente alejarse sin meditarlo.

—No quiero que conozcas una parte de mí que quizás te desagrade, no quiero que sientas que soy una persona totalmente diferente porque no es así —murmuró despacio—. Soy yo completamente cuando estoy contigo, las otras perspectivas que ves en mí no son más que una máscara. Con el tiempo aprendí que la única manera de no terminar herido era evitar querer a quienes me rodeaban, demostrarles una faceta totalmente diferente a quien soy. Las personas creían que era malo y me esforcé por llenar ese papel, porque creyeran que ninguna cosa me hacía daño. —Se volteó y encontrándose con esos ojos inquietos suspiró. Costaba decir aquellas palabras—. Son las personas que dejas entrar a tu corazón las que más daño logran hacerte y no eres la única con temor aquí. Tengo tanto miedo, de que esto termine mal, de que termine con el corazón roto, de que no sea suficiente para ti, de que te haga daño, pero es que no puedo parar esto que siento y aunque tenga miedo mi corazón no deja de decir que...

Federico desvió sus ojos y miró la porcelana roja del balcón con demasiada atención mientras apretaba los puños a un lado. Quería decir tantas cosas.

—¿Qué?

¿Cuántas palabras se necesitaban para expresar los sentimientos que ella generaba en su interior? Quizás, solo dos.

—Te quiero.

Y justo así era como se paraba el mundo de una chica. Carolina lo supo en aquel momento, el sonido justo de la felicidad era el de la voz de la persona que amabas diciendo aquellas dos palabras.  


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