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Capítulo 12


There's nothing holding me back _ Shawn Mendes

Y con el paso del tiempo, lo que una vez creíste imposible puede volverse realidad. De repente tu pulso se acelera, tu corazón está feliz y tus manos sudan como un reflejo de todo lo que el provoca en tu ser. Hay tantas cosas por decir, tantos sentimientos que las palabras no parecen abarcar, y te parece infame tu vocabulario para expresar todo lo que genera en tu ser.

Porque las palabras sobraron, cuando las acciones fueron capaces de hablar.

Y vaya que ellos habían formado un vocabulario, donde los únicos capaces de entenderlo eran ellos mismos, en su mundo donde las acciones reflejaban cada sentimiento. Un simple roce, una mirada, lo que para muchos seria poco, eso significaba tanto para ellos. En los pequeños detalles hubiesen encontrado felicidad, locura y una estabilidad que solo ellos eran capaces de entender. Eran diferentes a las demás parejas y parecían estar destinados porque ambos se sentían tan cómodos sin tener necesidades que a otras parejas les acomplejaban. Porque no necesitaban estar siempre juntos, tocándose o demostrándose de esa manera su cariño. No, ellos tenían un idioma dispuesto para esos momentos, ya que con tan solo una mirada eran capaces de demostrar todo el cariño que explotaba sus corazones, con una mirada la felicidad, con un roce en sus dedos el amor.

Así era ellos, diferentes y sagaces, creando un mundo de la nada, solo para ser felices. O eso se empeñaba en pensar Carolina.

Y así, él le tomaba de la mano y ella lograba sentir no necesitaba nada mas de este mundo, mientras caminaban y reían de sus tonterías y parecía que todo desaparecía mientras ambos se miraban. Ella sonrió, mientras él acariciaba su mano y ambos caminaban absortos en ese simple gesto, camino a casa de él, camino a un amor y un riesgo que ambos estaban dispuestos a tomar a pesar del miedo, de la incertidumbre y los sentimientos encontrados.

Él no era romántico, ella era escéptica, pero ambos estaban tan enamorados y temerosos que eran incapaces de hallarle un nombre a lo que sentían. Solo eran ellos, imperfectos, bastante estúpidos y un poco locos, viviendo de la única manera que estaban dispuestos, de la suya.

— ¿Y tu madre? —preguntó ella mientras pasaban la calle, dejando de lado conversaciones anteriores.

—Adicta al trabajo —musitó él encogiéndose de hombros, con una desconexión ante ello, que Carolina predijo aun le dolía y apretó su mano dándole fuerzas—. Siempre ha sido así, después de su divorcio solo fuimos las niñeras que no duraban más de un mes, mi hermanita y yo.

— ¿Las niñeras no duraban por...? —preguntó ella con una sonrisa en sus gruesos labios.

Él sonrió de vuelta provocando sus hermosos hoyuelos se marcarán en sus mejillas, provocando Carolina sonriente hundiera uno de sus dedos en su hoyuelo derecho haciendo que este sonriera aún más. Le encantaba eso de él, le encantaba sentir su hoyuelo bajo su dedo y poder sentir que esa sonrisa que iluminaba sus ojos era solo para ella.

—No es por lo que piensas...

—No sabía que tenías el poder de leer mentes —ironizó ella.
Él rodo los ojos mientras volteaban en una calle y sin soltarse, musitó.

—Tonta.

—Egocéntrico.

Ambos sonrieron al instante, mientras caminaban tomados de la mano, calle tras calle. No importaba cuando tiempo pasaba, este parecía poco cuando Carolina se mantenía junto a él, incluso se había acostumbrado al olor a cigarrillo y que fumara de vez en cuando. Se había acostumbrado de tal manera en que se hubiese amoldado a quien era y que le gustaba.

Y eso solo provocaba el nudo de sentimientos y temores que se formaba en su garganta se acrecentara.

—Es solo que mi madre es muy exigente —musitó alejado de todo, mirando cómo se alejaban dela zona histórica de la ciudad y se acercaban a las lujosas zonas residenciales—. Para ella todo debe ser perfecto, su vida debía ser perfecta, no tendría que haberse separado y entonces como su vida amorosa apestaba, creyó que la mejor manera de equilibrarse era dedicar cada instante a su trabajo, el cual debía ser perfecto.

A pesar de la ironía que vibraba en sus palabras Carolina le miró impresionada y apretó su brazo con una sonrisa juguetona.

—Eres bueno analizando a las personas.

Federico desprendió esa sonrisa hermosa de hoyuelos gigantes y alzando una ceja le miró.

—Mi madre es psicóloga, debe ser por convivir tantos años con ella.

Ella dejó pasar ese detalle mientras seguían tomados de la mano y pensaba en su vida. Un padre inexistente, una madre adicta al trabajo y una pequeña hermana que se apegaba a sus osos de felpa en busca de un poco de cariño. Sin duda él no había tenido una familia feliz ejemplar, ni siquiera estable y eso le entristecía de una manera que no lograba calificar. Porque en tan solo semanas después de haberle creído, de creer en sus palabras, ella se había apegado de una manera asombrosa a Federico y se sentía como si fuera una parte esencial de su vida.

Mentiría si no hubiera reconocido que eso le provocaba temor, un temor espeluznante. Ni siquiera por sus padres a quienes hubiese tenido toda una vida, habría sentido algo tan fuerte. Era como si en el poco tiempo, todo se hubiera resumido a él y algo dentro les pedía a gritos que no se dejara apegar por ese sentimiento, por lo que él provocaba en su interior, porque después tarde o temprano ambos se encontrarían tan unidos que sería inevitable una separación.

Ambos se encontraban en último año de la secundaria, tenían planes diferentes, carreras distintas, destinos muy desiguales y eso solo lograba el miedo se acrecentará en sus corazones, esos que no dejaban salir sus sentimientos por no arruinar el momento. Porque ellos solo querían vivir eso, permitirse confiar él uno en el otro, sentir, querer, dejar que las palabras fluyeran entre ambos y sus acciones hablaran por ellos.

Querían sentir, estaban tan necesitados que no habrían pensado en las consecuencias. Ni siquiera habrían pensado en una etiqueta.

—Soy pésima en matemáticas.

Federico soltó una risa y le miró incrédulo.

—No lo había intuido. —Ella lo empujo de vuelta por el hombro y ambos rieron—. Si quieres podría ayudarte, soy el mejor profesor de matemáticas que encontraras en tu vida.

—Humilde —murmuró Carolina, sonriente—. No esperaba nada menos de ti.

Federico no respondió, solo le dedicó una sonrisa de lado bastante elocuente y ambos siguieron caminando calle tras calle, uniéndose al lujo de aquella zona de la ciudad.

Había tantas cosas que ella quería decirle, pero que se callaba por no dañar el momento, por no pedir algo que estaba segura no importaba o merecía. Le dolía, porque parecía algo grande se formaba entre ambos, sin embargo, ellos solo hallaban aquellos momentos cuando estaban solos, cuando nadie veía. No le molestaba aquello, ella nunca habría tenido un novio, mucho menos sabia de relaciones, sin embargo, algo en su pecho le dolía, callar se sentía esconder. ¿Y si nunca le demostraba nada era porque la escondía? Ella se sentía tan poco, entonces, ¿el la escondía porque también era capaz de intuirlo?

De repente, ella sintió su toque sobre su barbilla y le miró, una nota de una sonrisa triste en sus labios y un ceño fruncido arruinaban el rostro.

— ¿Estas bien? —Carolina intentó sonreírle en lo que terminó en una mueca—. Tu...

Ella negó con la cabeza alejándose de su toque. Le dolía, no tenía manera de expresarlo, pero que él solo le demostrara sus sentimientos cuando no había nadie, hacía que sus más recónditos miedos se cernieran sobre sus ojos, opacando su vista, sus sentimientos.

—Estoy genial —musitó no muy convencida y él lo dejó pasar, deteniendo su paso en medio de una lujosa casa.

Carolina y Federico se detuvieron frente a una gran entrada sin quitarse la mirada, volteándose justo en el momento en que las dos imponentes y altas puertas negras se abrían, a cada lado un gran arbusto que conectaba con un gran sendero hasta la siguiente clásica entrada que parecía haber en cada casa. Cuando las puertas terminaron de abrirse, ambos se adentraron en un caminillo empedrado donde a cada lado brillaba el césped perfectamente cortado.

Ella no mostró gran asombro, como las demás chicas que Federico hubiese llevado al lugar, ante la imponente y magnifica casa blanca de dos plantas, de ventanales altos y corredores anchos, donde a cada lado brillaba el césped perfectamente cortado. Grandes barras sostenían a los lados, el gran techo que se abría al lado izquierdo de la casa, donde brillaba el sol junto a un gran comedor de siete puestos colocados a la perfección en una mesa de vidrio. Al lado derecho, por su parte, se extendía desde el corredor hasta el césped, un gran rosal que una pequeña y regordeta niña de cabellos rubios envuelta en un vestido floreado hasta los tobillos, regaba con cuidado.

Cuando esta fue consciente de su presencia, corrió con fuerzas dejando atrás su oficio abalanzándose hasta el chico, quien la recibió entre risas, mientras ella chillaba contándole algo. La niña apresurada no hubiese sido consciente de la presencia de Carolina a su lado, así que esta apenada recorrió con la mirada la casa. Era hermosa, y a primera vista aparentaba ser hogareña.

Vendía lo que la madre de Federico estaba dispuesta a llenar por medio de lujos, un hogar.

Los pasillos de una cerámica blanca brillaban con ímpetu, y tan solo infames pisadas de zapatos y otras que parecían ser de algún animal arruinaban la perfección de aquel lugar. El segundo piso contaba con un gran balcón, donde el viento golpeaba contra una gran cortina blanca que se meneaba con el viento de manera armoniosa contra las vigas de madera que sostenían de manera melodiosa la casa. Siendo aún más consciente del lugar, pudo observar como al lado del comedor renacía otro gran rosal y una gran fuente donde un pequeño ángel alumbraba el ambiente.

—Y ella es Carolina, es mi...

Pero antes de que pudiese terminar, la pequeña se lanzó a sus brazos provocando Carolina perdiera el equilibrio y Federico le sostuviera de la cintura con fuerza y rapidez. Ella solo se limitó a sonreír de vuelta en un gesto de agradecimiento antes de que la niña inmune a la caída, hablara sin cesar.

—Yo soy valentina, lo sé, soy una hermosa niña y te encantan mis ojos—musitó tiernamente provocando Carolina riera—. Tu eres muy bonita, más de lo que mi hermano dijo, eres muy hermosa. Tu cabello es muy bonito y tus ojos son hermosos. —Acercándose le hizo abrir los ojos para comprobar que color eran—. Me encantan, ¿puedes regalarme tus ojos? —Pero antes de que carolina dijera nada, ella se volvió hasta su hermano—. ¿Puede ella regalarme sus ojos? Es muy bonita, y sus ojos quedarían perfectos también en mí, podríamos compartir ojos. —Llevó una mano hasta su pequeño mentón y fingió pensarlo—. Tú te quedas con uno de mis ojos y yo me quedo con otro tuyo, ¡Ay! Así seriamos hermanas de ojos.

Carolina soltó una risa incapaz de pronunciar palabra alguna, ella hablaba muy rápido y se contestaba a sí misma con la misma rapidez. Sus inquisitorios ojos azules los recorrieron a ambos, en busca de una respuesta a medida que un pequeño puchero se formaba en sus delgados labios. Era muy hermosa, extremadamente hermosa, con sus mejillas abultadas, sus cejas doradas y su cabello ondulado cayéndole con gracia, con tres pequeñas trenzas surcando su frente.

—Es de mala educación querer robarle los ojos a la gente —musitó Federico en tono de reproche, pero sin poder controlar su sonrisa.

La pequeña aun sobre los brazos de Carolina, las señaló a ambas antes de alzar una de sus cejas y mirar a su hermano, como si soportarlo fuera muy agotador.

—Esta es una discusión entre ambas —musitó provocando Carolina soltara una risa—. Además, no le iba a robar los ojos a tu novia, ella los iba a ceder de muy buena gana...

Y antes de que Federico con ojos alarmantes pudiese corregirla esta de un salto se bajó de los brazos de Carolina y tomándole de la mano le arrastró por la casa, mientras las puertas de vidrio se abrían solas dejándoles pasar. Ambas corrían lejos cuando Federico fue capaz de suspirar y sonriendo se haló el cabello.

Tenía tanto miedo de que ella descubriera que en realidad no era tan bueno como esperaba, que sentía le engañaría si les daba una etiqueta. Y eso le hacía sentir peor, porque después de todo parecía como si el solo fuera capaz de quererla cuando nadie veía.

Él podría darle la luna, solo si nadie lo percibía.

🍊🍊🍊

Es increíble como los sentimientos, lo que creemos correcto puede formular quienes somos aquí o en cualquier lugar del mundo. Federico no entendía aun a su edad, tan joven, quien era, sin embargo, si sabía algo era que amaba las matemáticas.
Las matemáticas en cualquier lugar del mundo, siempre eran estables, siempre le brindaban confianza. A diferencia de las personas, que siempre terminaban decepcionando, presionando o criticando a los demás. Confiar en las matemáticas era certero, siempre daban un mismo número, y de cualquier modo uno más uno siempre daría dos.

Excepto en el amor.

Y él quería creer que Carolina también era así, que ella también era tan confiable como las matemáticas, que cada emoción renacía de sus ojos y que podía demostrar cualquier cosa con una sola mueca en su rostro. Porque ella era tan trasparente como el agua, tan confiable como los números y quizás tan dulce como su pequeña hermanita Valentina.

Mientras las miraba, el no pudo evitar perderse de la manera tan especial en la cual ella se comportaba. Era tan tierna, dulce y paciente como nunca nadie lo hubiera sido con Valentina, ni siquiera esas postuladas a "novia" que lo único que querían era ganarse a Valentina y de paso a él. Porque ella no fingía, era ella en todas sus facetas, riendo con gracia, gritando cuando algo la sorprendía tanto como a su hermanita, coloreando dibujos, relatando cuentos. Ella era en su mejor versión, como si nunca hubiese dejado atrás esa faceta de niña dulce y risueña y solo encontrara felicidad en cada matiz que la vida le mostraba.

Y eso generaba esa conexión que había en ambos se extendiera. Él la habría visto tan triste como risueña, tan soñadora como pesimista, tan sensual como tímida, tan fogosa como penosa. Era ella esa inexplicable lluvia que surgía en un día soleado, no había explicación, no había métodos, siempre era para disfrutarla. Enigmática, soñadora, hermosa, tímida, sensual, todo ello parecía explotar sobre su pecho y ser capaz de iluminar el mundo.

—Entonces gema me dice que no, que no puedo jugar con Gael —gesticuló Valentina, acostada sobre su estómago mientras pintaba su dibujo—. Pero Gael me cae muy bien y es mi amigo, así que nos vemos cuando Gema no está.

Carolina acostada en la misma postura observaba entretenida como Valentina hablaba de aquello como si fuera lo peor del mundo, como si Gema, su mejor amiga, fuera capaz de colgarla si ella no le obedecía.

—Si son muy amigos Gema debería entender —soltó Carolina.

Los ojos de Valentina brillaron mientras le señalaba con su color rojo.

—Exacto —chilló—. Tú me entiendes, pero el problema es que ella no es capaz de entender.

Mientras ambas hablaban entretenidas, los ojos de Federico se fueron perdiendo en Carolina, en la forma en que sonreía, en sus ojos marrones que brillaban de alegría, sus hombros relajados y su cabello cayendo sobre sus pechos envueltos en una blusa vino tinto con la espalda descubierta y un escote cruzado delantero, que cada vez que se olvidaba terminaba corriéndose y dejando más piel de la prevista al aire.

Carolina tenía un cuerpo espectacular, sus grandes pechos envueltos en aquella blusa, una pequeña cintura y sus caderas anchas en un perfecto pantalón negro que privilegiaba la vista sobre su parte trasera. Cuando la mirabas era inevitable no dejarte llevar por tus instintos, bajar tus ojos hasta sus grandes pechos, la manera en que su trasero parecía perfecto en cualquier vestimenta y sus curvas se perdían entre tus ojos.

Federico se reacomodó en su asiento, mientras intentaba mirar por el gran ventanal huyendo de sus pensamientos y las sensaciones. Ella provocaba tanto en su interior, que el solo lograba tragarse sus instintos cuando estaba con ella y sus ojos se perdían en sus curvas.

Incapaz de quedarse allí y con el sol escondiéndose Federico anduvo hasta el segundo piso subiendo la escalera y volteando hasta la derecha donde su cuarto se encontraba. Al abrir la puerta, se encontró con su cuarto empañado en la luz del atardecer que brillaba sobre su pared de color azul claro y su cama. Amaba ese color, amaba estar en aquel lugar y no fingir.

Estaba cansado de fingir. Llevaba una vida haciéndolo y tan pronto esta chica hubiese llegado, todo se había sentido tan falso, reduciéndose a una línea que estaba cansado de repetir. Aun recordaba como todo hubiese comenzado, como sin querer todos hubieran terminado de juzgarle, aunque él no tuviera la culpa.

🍊🍊🍊

— ¡Sam deja de correr! —Gritó corriendo detrás de ella con el ceño fruncido, pero la tierna niña con los ojos llenos de lágrimas huyó hasta toparse con el borde las escaleras—. Y deja de correr...

—No eres nadie para decirme que hacer—dijo la pequeña con el corazón latiéndole con fuerza—. Ni siquiera eres mi mejor amigo.

Federico cerró los ojos cuando escuchó sus palabras por décimo sexta vez en el día, después de que la pequeña le hubiese descubierto besando una pequeña en el descanso de clases. No lo entendía, ya no entendía nada. Samara hubiese cambiado a medida que hubiesen pasado los años, se hubiera trasformado año con año en una imagen diferente a la pequeña de trenzas y mirada risueña que hubiera llamado mejor amiga.

Esa niña ya no estaba, solo había el rastro de esa sonrisa en sus labios, cuando cometía algo malo, cuando halaba de las trenzas a las demás niñas, cuando escondía sus pertenencias. Esa no era su mejor amiga, y no estaba dispuesto a seguir aguatándola.

—Deja de hablar así, deja de decir eso... —musitó acercándose al borde de las escaleras donde se encontraba Samara con los ojos tristes anegándose en lágrimas.

No pudo seguir con sus palabras, el brillo en los ojos de quien hubiese llamado mejor amiga desde los siete años pesaba demasiado, así que suspirando cerró sus ojos antes de musitar sus palabras.

—Creo que...

Pero antes de que lograra musitar algo, antes incluso de que lograra respirar, había sentido un pequeño toque, algo antes de que un grito y una exclamación abandonara unos labios que conocía.

Y cuando hubiese abierto sus ojos se habría encontrado con la verdad, una verdad con la que hubiera cargado durante todos esos años.

🍊🍊🍊

Y así hubiese comenzado la tortura. Años de reproches, años de críticas, años de ser el responsable de cosas que no había hecho para vivir enmendando, luego, errores que no eran suyos y que tarde o temprano hubiese tenido que amoldar.

Aun recordaba sus palabras, aun ese toque de antipatía le recordaba que le debía mucho.

—Yo te salve, ahora tú debes hacerlo conmigo.

Cerrando sus ojos Federico se tiró de mala gana contra el suave colchón. Había tantas cosas mal desde ese día, había tantas cosas que decir, desmentir. Se sentía como si él hubiera provocado su familia se fragmentará, hubiera dado rienda suelta al caos desde ese momento.

—Arriesgue todo lo que tengo por ti, porque eso hacen los mejores amigos.

Los mejores amigos no chantajeaban, los mejores amigos no mentían, los mejores amigos no debían odiarse de ninguna manera. Ser mejores amigos no debería significar volverse malos por el otro.

Sin embargo, el no conocía otra manera.

—Esto es muy sorpresivo, pensé que vivirías en una cueva, pensé que todo estaría oscuro y las paredes serian negras —comentó Carolina caminando en torno a la habitación, con pasos lentos e inseguros.

Federico no respondió nada, solo se dedicó a llevar a cabo su más grande pasatiempo, observarla. Había tanto en ello que le gustaba, mirarle le encantaba, perderse en su sonrisa, en las pecas en su nariz y sus gruesos labios. Sin embargo, eso no era lo que más le gustaba de ella, le encantaba sentir que era tan trasparente que, si la mirabas por varios segundos, podrías descubrir todo su mundo en cada instante que pasaba, como si fuera capaz de sentir cada vez si se dedicaba a mirarla. Le cautivaba eso, ella le hacía sentir, como nadie nunca lo habría hecho.

— ¿Qué? —preguntó ella, inmune al desastre que provocaba en el interior de Federico y como su corazón latía con fuerza.

Pero antes de que dijera algo, él le tomo de la mano acariciando su palma con sigilo, de una manera tan tierna que calló sus demonios, sus miedos, solo sus sentimientos gobernando su ser.

—Nada...

Pero antes de terminar, antes de que sus pensamientos dominaran su ser, él le haló con fuerza, tirándole a su lado, con una sonrisa divertida en sus labios y una expresión de burla en sus ojos. Carolina impresionada, con el corazón envalentonado y su respiración hecha un desastre, le miró con una sonrisa tan grande surcando sus labios que el solo tuvo ganas de besar.

Y así lo hizo, besó sus miedos, sus temores, sus inseguridades mientras se perdía en la suavidad de sus labios que le recibían con necesidad, envuelta en una tierna y adictiva mezcla de amor, comprensión y complejidad. Esos labios que parecían tan dispuestos a recibirle como de enmendar sus dolores, de encender lugares y hacer que su corazón latiera con fuerza. Porque él la beso, y dejó demasiadas cosas en aquel gesto, dejó sus miedos, le regaló su confianza y deseó darle todo lo que estaba seguro nunca podría en algún otro momento, en algún otro lugar.

Aquel sitio, aquella habitación que se habría convertido en su refugio nunca se habría sentido tan gloriosa como en ese momento.

—Tengo algo para ti —musitó él después de varios segundos de perderse entre sus labios y alejarse para tomar una larga respiración.

Se sentía tan bien juntos que fueron incapaces de alejarse demasiado, solo mirándose extasiados con el corazón latiéndoles rápido y tomados de la mano. En ese pequeño gesto, era donde encontraban tanta paz.

— ¿Qué es? —musitó ella después de varios segundos, perdida en el negro de sus ojos, sumergida en una laguna de sentimientos que se negaba dejar ir.

Y dejándose llevar, Carolina llevó una mano temerosa hasta el rostro de aquel, dejándola a medio camino hasta que el asintió y con sumo cuidado le acaricio de tal manera, en que Federico se dejó perder en aquella caricia. Sus dedos cubiertos de pequeñas cortadas, eran tan suaves en su tacto, que el solo cerró sus ojos, dejándose llevar por sus sentimientos.

No quería pensar, solo sentir.

—Es algo que me ha hecho pensar en ti —musitó abriendo sus ojos y encontrándose con el marrón en los ojos de aquella, con ese brillo que solo delataba felicidad y antes de alejarse, tomando su mano y besándola.

Federico sonrió nervioso alejándose hasta alcanzar su mesa de noche, y después de abrir un cajón solo suspiró dejando ir el miedo y envolviendo la pequeña cajita entre sus dedos. Parecía tan pequeño, pero significaba tanto.

Tenía miedo, pero antes de dejarse llevar por sus temores el solo sonrió y volvió hasta ella, tomando su mano con la que tenía libre. Ella se habría convertido en algo importante para él, le habría sanado de maneras inexplicables y le habría hecho querer sentirse mejor, ser una mejor persona en todas las maneras posibles.

—Solo espero te guste —musitó él sosteniendo la caja entre sus dedos.

Ella le sonrió y acercándose una vez más y sin temor depositó un tierno besos sobre sus labios mientras acariciaba su rostro con sus dedos. Y alejarse solo una enorme sonrisa bailaba en sus labios.

—Si viene de ti, puedo asegurarte te gustara.

Y antes de arrepentirse Federico le tomó, de nuevo, de ambas manos y dejó la pequeña caja de color azul marino sobre sus dedos. Había tanto detrás de ese gesto, era su manera de decirle que ella ya no era un simple pasatiempo, que era mucho más que su primer amor y que por primera vez podía sentirse con ganas de luchar, de ser mejor y encontrar en su sonrisa mil maneras de ser feliz. Ella solo sonrió y abriéndola una enorme sonrisa se formó en sus labios.

—Es algo que significa mucho para mí —murmuró con una sonrisa tímida en sus labios, mientras Carolina absorta tomaba el pequeño objeto entre sus dedos temblorosos.

Ella tragó y sonriéndole tímida se lo tendió mientras le daba la espalda. Estaba dispuesta a llevarlo con ella siempre, a recordar que donde estuviera, siempre podría tomar ese pequeño objeto entre sus dedos y lo recordaría.

—Las rosas son en mi opinión las flores más hermosas. Aunque no a todos les gusten, porque sus espinas pueden darles un aspecto turbio. Sin embargo y a pesar de ello, yo siempre estaría dispuesto a cruzarme con espinas si al final obtengo una hermosa rosa en mis manos —dijo, mientras pasaba la tierna cadena sobre su cuello y despacio solo acariciaba su piel sedosa y se perdía colocándola.

Ella solo tragó fuerte y cerrando los ojos se dejó llevar por los millones de sensaciones que se arremolinaban en su ser.

—Conozco a muchas personas que no les gustan las rosas, que creen que cualquier otra flor es más hermosa. Pero, para mí siempre lo serán estas, porque me recuerdan que, en la verdadera belleza, siempre habrá imperfecciones, pequeños sentimientos malos, inseguridades. La rosa es así, porque en medio de tanta belleza debe aprender a defenderse y ser fuerte.

Cuando sus dedos se alejaron de su cuello y después de tragar, Carolina solo se volteó y se encontró con esos ojos perfectos que había empezado a adorar y le regaló una sonrisa que recordaba no había embozado en mucho tiempo.

—Me gustan las rosas, me recuerdan a ser fuerte, a buscar defectos y amarlos de la misma manera en que convierten su belleza en una más pura —musitó acercándose centímetro a centímetro a Carolina, quien lo miraba con los ojos brillantes lleno de expectativa —. Pero entre todas las rosas, me gusta una sola, porque es perfecta a su manera, tan alegre como desdichada, tan hermosa como risueña, tan única como excepcional...

Y dejando caer entre ambos aquellas palabras, el llevó su mano hasta su cuello, allí donde residía la pequeña cadena donde colgaba aquella rosa roja hermosa que brillaba contra su piel blanca, perdiéndose entre el brillo de sus estrías blancas y rojas y los pequeños lunares que formaban una línea. Allí, al lado de su corazón, ella estaba segura siempre llevaría ese recuerdo de Federico, el recuerdo de haber sido feliz y creído poder serlo.

—Porque entre todas las rosas, solo me gustas tú —musitó el, acercándose y tomando su mano, mientras de la caja sacaba otro pequeño artefacto, un anillo hermoso y brillante que puso en su dedo anular con cuidado —. Me gustas tú, Carolina, por ser tan perfecta como para no llegar a entenderlo.

Ella solo sonrió, mientras sus narices se tocaban, sus mundos chocaban y sus dedos se perdían en el brazo de él, como si tuvieran vida propia.

— ¿Y el anillo? —preguntó ella, con una sonrisa, acortando lo poco que les separaba, exhalando sobre sus labios.
—Algún día te lo contare.

Y así, sin más, sin explicaciones ni promesas, es solo le regaló su corazón y le besó como si no tuviera tiempo de nada más que ella. Esa rosa, llena de vida, tan fuerte como valiente y quien ya habría terminado, regalándole su corazón, su vida, sus ilusiones.

Ella le hubiera regalado en aquel momento, todo lo que él hubiese deseado.

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