CAPÍTULO 8: Amor verdadero
El silencio era intenso, incluso sofocante, estábamos siendo alumbrados por la luz de unas velas que, después de la discusión, parecían marchitas. Me pareció increíble pensar en la cantidad de cosas que una familia podía ocultar, no los culpo, era una época en la que se vivía de apariencias.
Además, yo también apliqué esa magia en más de una ocasión, fue una de las razones por las que me casé con Samanta, quería dar la imagen de un hombre de familia cuando claramente no lo era; sin embargo, en reuniones especiales, acudía a cenas y celebraciones, acompañado de mi esposa trofeo, quien fingía que era feliz a mi lado.
El lúgubre semblante de David fue vislumbrado una vez que se dio la media vuelta, me ofreció un vaso de buen whisky y acepté porque la conversación lo ameritaba.
—¿Cuánto quieres? —soltó al fin, elevando el rostro hacia el techo, negándome la posibilidad de verle el pisoteado orgullo de padre herido.
—¿Por qué? —inquirí a sabiendas de que me hablaba del matrimonio con Harper.
—Quiero que te cases con mi hija y tengan un heredero —propuso con total seriedad.
Aquello comenzó a provocar destellos en mis ojos y a erizar mi piel. El matrimonio era conveniente, si no tuviera que regresar, ya hubiera aceptado.
—David, creí que Duncan sería tu heredero.
—Sabes tan bien como yo que mi hijo es un idiota. No logrará nada en la vida. Josh está en la misma situación, se esfuerza, pero es torpe para los negocios. Sólo me quedas tú. —Le dio un trago a su bebida y aclaró la voz—. A cualquier precio, puedo pagarlo.
El tiempo que pasé con este hombre fue magia pura desde mi punto de vista, aprendí técnicas de negociación, su habilidad para hacer dinero era algo muy similar a lo que yo hacía, era igual a un padre. Congeniamos, pensábamos de la misma manera, y era obvio si tomamos en cuenta que éramos la misma alma.
Lamentablemente, para mí, el hombre carecía de afecto para sus hijos. Lo que me recordaba mi desgracia.
—¿Qué hay de la felicidad de Harper? —inquirí mientras mis dedos jugaban con la fina cristalería en la que bebía.
—No te desobedecerá, cásate con ella, hazle un hijo y envíala a San Fernando si es lo que quieres. Con ella lejos, nadie se enterará de sus afectos.
Noté su dolor en la voz, parecía tener un precario afecto por la menor de la familia.
—¿Crees que eso es lo que merece? —Ahora que sabía el problema sentimental de David, me comportaba como su conciencia.
—¡No es lo que yo pienso! ¡Harper lo era todo para mí! ¡Hermosa, inteligente, fuerte, y de pronto un día la encontramos corrompida por una dama de sociedad igual a ella! —gritó con rabia y dolor, incluso aplicó tanta fuerza en el vaso que este explotó en su propia mano, la sangre comenzó a brotar—. Luego vi cómo ese deseo que decía sentir por las mujeres, la fue apagando de a poco. Cada vez más triste, solitaria, decaída, infeliz; era como si se hubiera olvidado de quién era ella. Mi Harper dejó de existir.
Estaba debilitado en ese asiento donde palidecía a causa del dolor que le producían sus palabras.
—Tienes que darle libertad de elegir —mencioné permaneciendo de pie. Tenía lógica, los dos sufrían, la familia entera lo hacía.
—¡No puedo, jamás lo haré! Se acabaría todo lo que tengo.
—¡Lo que tienes son solo objetos y apariencias! ¡Mira a tus hijos y esposa, todos son infelices!
Las frías palabras resonaron en la habitación y el eco de estas acabó también conmigo, dejándome caer en el sofá. Eran todas esas estupideces por las que peleaba en una oficina, mientras las lágrimas de mi hermosa esposa caían. Mi hijo era cuidado por desconocidos y yo no sabía ni su color favorito.
¿Acaso era así como quería ser el resto de mi vida?
—Los problemas con Harper nos han sobrepasado a todos, por lo que necesito que te cases con ella. ¡Comprende que es una niña malcriada que no tiene la menor idea de lo que le conviene! —dispuso en un grito cargado de amargura mientras tomaba un pañuelo de su saco para detener el sangrado de la mano—. ¿Supones que la sociedad aceptará sus gustos? Ellos son crueles, brutales, cuyas lenguas afiladas tienen la fuerza para hundir a una persona hasta verla muerta. ¡Lo he visto antes!
Tan atormentado estaba que el desvalido rostro de Harper me desmoronó por completo. Si yo no me casaba con ella, su padre la entregaría a cualquier desgraciado que fuera seducido por la fortuna de los Donovan. Desde ese punto, creía que era una especie de sacrificio paternal.
—¡Ella nunca será feliz conmigo ni con otro hombre, prefiere a las mujeres! —espeté cansado de sentirme presionado para llegar al altar.
—¡Entonces prefiero verla muerta que en los brazos de una mujer! —Se puso de pie para desatar su furia. Era relajado la mayor parte del tiempo y una bestia cuando quería.
No dije nada, seguía temblando en el sofá, consumido por el nulo control que tenía. Había un romance, una boda, un apellido de abolengo, un sacrificio paternal y mucho dinero; sin embargo, nada de aquello nos dirigía hacia la felicidad.
»Puedo hacer las cosas por las malas, James —aseguró David con la oscuridad de sus ojos puesta sobre mí.
—¿A qué te refieres? —cuestioné luego de tragar saliva.
—Tengo el poder necesario para hundirte, puedo acabar con tu reputación, no volverías a cerrar un solo negocio en esta vida o en las otras. Te convertiré en un pobre diablo que vive de limosnas. —Me tomó de la camisa para mostrar su fuerza—. ¡Eso te lo puedo asegurar!
Me soltó para dejarme caer una vez más en el sofá.
Finalmente lo comprendí, el hombre no cambiaría de opinión con respecto a su hija, la quería ver casada conmigo, ni siquiera contemplaba la idea de buscar a alguien más para ella, y a sabiendas del futuro que le esperaba, preferí anticiparme. Tal vez no lograría la felicidad del resto de sus hijos o la del mismo David, pero sí la de Harper.
—¿Y si lo hago por las buenas? —cuestioné dejando mis temores de lado.
El hombre volvió la vista hacia mí, aligeró el cuerpo y sonrió con modestia igual a un vencedor.
—Volvemos al punto en el que comenzamos. Dime, ¿cuánto quieres? —preguntó de nuevo con toda seguridad, dispuesto a cederlo todo para que me encargara de la infelicidad de su hija.
Después de una serie de acuerdos entre David y yo, complementamos lo que se suponía sería el mayor contrato de mi vida, también fijamos la fecha de la boda que no sería mayor a unos cuantos días. Necesitaba tener la seguridad de que volvería pronto a donde mi Samanta aguardaba para saber si en algo había cambiado mi mal.
Salí de esa casa, sintiéndome igual que una pieza de ajedrez totalmente indispensable, lo que nunca padecí, puesto que solía ser el rey al que todos protegían. Llegué a casa y cansado del largo día, me dejé caer sobre el incómodo colchón en el que reposaba mis pensamientos cada noche.
Sin embargo, algo fue diferente esta vez, a mi mente no sólo llegaba el ego, el orgullo, o la audacia que sentía con cada negocio finiquitado. Esta vez, mis pensamientos le pertenecían a mi hijo, a ese pequeño que apenas si me reconocía como su padre.
Estaba seguro de que, en el momento de mi regreso a casa, lo buscaría para llevarlo al parque, quería hablar con él y hacerle saber lo mucho que añoraba estar en su vida. A partir de ese momento, sería un buen espectador de sus logros y un impulsor de sus sueños.
Para la mañana siguiente, los gritos provocados por dos mujeres me alertaron del espantoso día que me acontecía, esperaba que el drama hubiera terminado con la boda que se realizaría en poco tiempo; no obstante, desperté con un grupo de alaridos en el que surgía mi nombre. Con certeza, supe que una de esas voces era la de Frida, quien había irrumpido en mi habitación.
—¡Dime que no es cierto! —espetó con ambas manos en la cintura.
—Señor Harris, esta mujer se metió por la fuerza —mencionó la criada que seguía intentando contener el enojo de Frida.
—Déjala, está bien, no te preocupes —indiqué al tiempo que posicionaba los ojos sobre el espantoso sombrero morado de Frida. Me senté sobre la cama e hice una mueca, yo estaba desnudo y ella no me retiraba la mirada—. ¿Me disculpas? Quiero vestirme.
La puerta fue cerrada y Frida se limitó a dar media vuelta.
—¿Planeas casarte con tu hija? ¡Es así cómo crees que resolverás el problema!
—En primera, qué asco. Harper no es mi hija, sino la de David y segundo, no la pienso tocar —expliqué con el cuerpo cubierto con la sábana blanca de la cintura para abajo.
Frida volvió los ojos y me vio semidesnudo, de igual modo le importó poco, arqueó una ceja y regresó la vista a la pared.
—Sí, pero la joven te gusta, es evidente o no hubieras intentado poner tu lengua en su boca —expuso la mujer ignorando el hecho de que me colocaba los calzoncillos.
—Bueno, sí la besé, pero ahora que conozco su orientación sexual, me ha quitado toda intención de...
—¡¿Querías llevártela a la cama?! —interrogó Frida, mientras se giraba para encontrarme con el frente expuesto.
Por mi parte, me alerté tanto que terminé soltando toda prenda.
La mujer hizo la boca en forma de o, mientras mantenía los ojos en mis partes. Lo único que pude hacer fue cubrirme con una mano y señalar la pared para que se girara de vuelta.
—¡Maldición, Frida!
—¡¿Cómo pudiste pensar que podrías tener sexo con una señorita de su edad?! ¡Eres demasiado viejo para ella! —reprendió dándome la espalda.
—Sí, es cierto, no lo pienso negar, quería tenerla para bajarle el orgullo, pero ya no, mi boda no tiene nada que ver con eso. —Fui hacia ella con la finalidad de que supiera que ya no estaba desnudo—. ¡Lo juro!
—Bien, te creo, pero tienes que saber que te he traído a esta época, para que le regreses la dicha a Harper, no viajaste en el tiempo para hacerla más infeliz —mencionó en un alarido en el momento que se acercaba a la ventana.
—¡Ah, o sea que el asunto que tengo que resolver sí tiene que ver con ella! —expresé con el dedo índice señalando a la vieja Frida.
La mujer rodó los ojos, puesto que recién se dio cuenta del error que cometió.
—Ya lo tenías resuelto, según dijiste —comentó la mujer al tiempo que levantaba unos de mis calzoncillos sucios, luego los exhibió en el aire tomándolos con solo dos dedos.
Yo fui hacia ella y le arrebaté de inmediato la prenda que luego escondí dentro de un cajón.
—Está claro que la familia piensa que ella es el mayor problema, pero esos hijos son un desastre gracias a la nula atención que su padre pone sobre ellos. Tal vez si fortalezco esos lazos, podría remediar en algo la situación.
Frida asintió con una mueca, caminando de un punto a otro, vigilante de mis movimientos.
—¿Cómo lo harías? —interrogó entrelazando las manos.
Dejé de lado la ropa que intentaba colocarme y encogí los hombros.
—No tengo la menor idea, Frida. David es difícil, no sé si pueda convencerlo de algo. Ayer me ofreció dinero para que me casara con Harper y le hiciera un hijo.
—Y por supuesto aceptaste, porque no planeas acostarte con ella, ¿verdad? —dijo ella colocando una palma en el aire que luego volteó.
—Créeme, si me acuesto con ella, volverían sus deseos por hombres —mencioné en un tono de burla, puesto que comenzaba a disfrutar las conversaciones con Frida.
Ella hizo una mueca de desagrado después de mirarme de los pies a la cabeza, ya vestido.
—El material es bueno, pero apesta. ¡Báñate! —replicó y en el acto salió de la habitación.
Yo me limité a hundir el entrecejo, después olí una de mis axilas y comprobé que lo que me dijo era cierto. Necesita un baño pronto.
—¡Te invitaré a mi boda! —le grité a la mujer que bajaba las escaleras para salir de la casa que arrendé.
—¡Te lo advierto, James! —vociferó la mujer sin siquiera volver la vista hacia mí.
Después de una larga mañana en la bañera, decidí que no pasaría a la casa de los Donovan hasta la hora de la cena, recibí una nota de David, quien ofrecía la invitación como otras tantas veces hicieron. Le confirmé mi asistencia al mozo y enseguida volví a la biblioteca en la que pretendía esconderme el resto del día con la finalidad de meditar lo que sea que tuviera que hacer para evitar que mi futuro colapsara.
Consideré varias opciones; sin embargo, la solución no siempre estaba en mis manos, David debía aceptar a su hija tal cual era o terminaría perdiéndola. Además, tomando en cuenta mi situación, el tema era elegir entre mi felicidad y la de Harper, por ningún motivo planeaba sacrificar mi futuro.
Las horas cedieron y era tiempo de acudir a casa de quienes se convertirían en mis suegros, no sin antes pasar por la florería que ya reconocía como el sitio favorito de Harper.
La campanita que había en la puerta alertó a la rubia de mi presencia, ella dejó de lado cualquier cosa que estuviera haciendo para acercarse a mí, en sus ojos había una chispa que me recordó que tanto ella como Harper tenían puestas todas sus esperanzas en mí.
—Debe traer noticias, señor Harris —dijo en un susurro mientras unía sus manos con total nerviosismo.
Yo tragué grueso y asentí con la cabeza, no sabía por qué demonios terminé en la florería, pero ahí estaba, sintiéndome un completo imbécil.
»Se casará con ella, ¿cierto? —agregó con una tristeza profunda sin darme la oportunidad de pensar en una excusa para darle.
Asentí con el rostro una vez más, incapacitado con las palabras. De algún modo podía padecer su dolor. La vi humedecer sus labios y me devolvió una limitada sonrisa apenas detectable.
»Y ha venido a decirme que no volveré a verla —mencionó al tiempo que luchaba por disfrazar su melancolía—. ¿Puede, al menos, llevarle estas?
Tomó un lindo ramillete de flores blancas y lo colocó en mis manos.
»Son sus favoritas. —Caminó a la puerta, para indicarme la salida, era lógico que necesitaba que me fuera para soltar el llanto.
Acepté en silencio, estuve ahí de pie frente a ella sin decir una sola palabra esperanzadora que le diera soporte a su vida. Me dirigía hacia la salida cuando frené mis pasos y regresé el rostro hacia ella.
—Lo siento. Intentaré que Harper sea feliz —Fue todo lo que pude decir y desaparecí del lugar.
No obstante, desde el otro lado de la calle, a través del cristal, pude verla caer de rodillas, derrotada, herida, sin fuerzas. La amaba tanto que sabía que no era lo mejor para Harper, pero ¿quién lo decía? ¿La sociedad? Sentí repugnancia, sostuve el arreglo de flores y caminé hasta la casa de los Donovan igual que otras tantas tardes. Sintiendo pena por mí mismo, por ese par de mujeres cuyo pecado era amarse.
Del mismo modo, también padecí la pena de todas esas personas que tenían que hacer sacrificios por amor.
En mis adentros supe que yo estaba a salvo gracias a un supuesto castigo que, hasta ese momento, me mantuvo invicto de una derrota.
Llegué a mi destino y antes de mi ingreso a la casa, fue la misma Harper la que apareció frente a mí en el jardín, usando un vestido azul que le hacía lucir todavía más hermosa a pesar de las bolsas rojas bajo sus ojos.
—¿Por qué aceptó? —preguntó sollozando con pequeñas lágrimas que escapaban y el pecho exaltado—. ¡Creí que me ayudaría!
—Dije que teníamos que ayudarnos —mencioné al tiempo que intentaba sacarle la vuelta, prefería evitar la conversación, puesto que minutos antes me sentí el villano con la florista.
—¿Y cómo pretende que le brinde mi ayuda, si usted me ha traicionado? —interrogó volviendo a interponerse en mi camino hacia la entrada.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué obligue a tu padre a que acepte tu amorío con la florista? ¡Él quiere que te embarace y te envié a San Fernando para que nadie se entere de tu situación! —confesé tan furioso que cualquiera pudo habernos escuchado.
—¡Entonces hágalo si eso me permite estar con Anna! —Me miró fijo, prácticamente colgada de mi brazo, suplicante e igual de abatida que la florista.
Aquello era amor de verdad.
—¿Estarías dispuesta a hacerlo? ¿Casarte y embarazarte para después vivir en el exilio? —interrogué tan sorprendido como si hubiera llegado a la luna.
—Podría vivir oculta, si permite que ella esté conmigo —mencionó con un tono agridulce y su mirada suplicante en la mía.
Ambos permanecimos en silencio, ya que la electricidad que nos provocó el tacto, de nuevo invadía nuestros cuerpos, yo lo sentí y ella no podía negarlo porque se escabullía, apenas lo percibía.
—Por cierto, Anna te envió estas. —Le entregué las flores y enseguida saqué una cajita que traía en uno de los bolsillos de mi traje—. También debes usar esto.
La coloqué en sus manos con brusquedad y mantuve sus dedos oprimiendo la caja.
—Di que mi declaración fue conmovedora, que me arrodillé y todo eso...
Ella frunció el ceño, estaba a punto de decir algo que yo reprimí para que aquello se quedara en su cabeza.
»¡Ah! ¡Si quieres que cumpla con mi promesa, entonces deberás hacer todo lo que te pida! —La vi cerrar los labios y asentir, al tiempo que agachaba la mirada para observar la joya que pondría en su dedo—. Harper, obedecer incluye la boda.
Sus ojos se centraron en los míos, aún llorosos y destrozados; no obstante, ella estaba decidida a luchar por Anna.
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