CAPÍTULO 6: Un compromiso
En la habitación del hotel contemplé varias posibilidades, una de ellas era la de ser sincero con David para sacarlo del error, ya que mi intención nunca fue comprometerme con su hija, todo se basaba en esas supuestas flores que alguien más enviaba.
La segunda alternativa era la de seguir con el juego y fingirme interesado en Harper, así me harían parte de la familia, me enteraría de sus problemas personales y podría darles solución antes de llegar al altar. Sin duda, Harper me odiaría por ello, pero yo no estaba aquí para complacerla, esto se trataba de mí.
Finalmente, tenía la idea de abandonarlo todo, buscar a la vieja Hippie de Frida y suplicarle por mi regreso a casa. No obstante, le hice una promesa a Samanta y si alguien se merecía mi devoción, era ella. Así que, satisfecho con las opciones, salí esa mañana con la sola intención de descubrir quién era la persona que enviaba las flores, no quería que se apareciera de la nada para acabar con mis falsas pretensiones.
Desde ese momento, sería yo el enamorado de Harper.
Pasé parte del día en un jardín muy cercano a la mansión de los Donovan; según mis teorías, por esa misma calle debía aparecer el mugroso niño que se encargaba de hacer las entregas. Para fortuna mía, no tuve que esperar demasiado, puesto que apenas si transcurrieron treinta minutos cuando el jovencito ya recorría su rutinario camino con las coloridas flores en la mano.
Lo seguí hasta una esquina y antes de que se alejara, me presenté frente a él.
—¡Hola! —saludé con una casual sonrisa en el rostro.
El chico redondeó los ojos e intentó correr en un parpadeo; pese a ello, fui más hábil y lo sostuve de las andrajosas ropas antes de que escapara.
—¡Por favor, no me golpee! ¡Le juro que yo sólo las entrego! —suplicó interponiendo las flores por delante de su rostro.
—Tengo claro que únicamente eres el repartidor, niño, pero yo te hice un favor aquel día, ahora tú me harás otro —repliqué congraciado con mi astucia.
El pequeño tragó saliva y asintió con la cabeza, mostrándome sus pequeños ojos.
—¿Qué quiere que haga? —preguntó sin intentar escapar.
—¿Quién te envía? —Le mostré la severidad de mi pregunta, hundiendo el entrecejo, no quería mentiras, necesitaba la verdad.
—No lo sé, salen de la florería Rosa, señor. Ahí las recojo y luego vengo hacia acá. Todos los días a la misma hora.
—¿Cuánto tiempo tienes haciéndolo? —interrogué de un modo amenazador.
—Casi dos meses —confesó el pequeño en un suspiro—. Alguien está muy enamorado.
Observé la sonrisa pícara del niño y lo golpeé con ligereza en la cabeza.
—¡Vaya caballero que es usted, ofende mujeres y golpea niños! —replicó a mis espaldas la encantadora voz de Harper, quien había aparecido en el momento menos apropiado.
—Bueno, hay alguien enviando flores a mi prometida. Eso me pone de mal humor —reproché al tiempo que soltaba al infante para coger las flores.
El rostro de la damita se puso rojo y apenas se acercó a mí, yo interpuse el arreglo floral, así impediría que me volviera a cachetear.
—¡No estamos comprometidos! ¡Olvídese de semejante barbaridad! —gruñó sin importarle que alguien más pudiera escucharla.
—¿De verdad? —cuestioné satisfecho por lo mucho que le molestaba mi arrogancia—. Esta noche pediré su mano.
—¡No lo aceptaré! —negó con toda su insolencia y la nariz arrugada.
—Su padre dirá que sí —continué soberbio, puesto que a mí nadie me decía que no.
Estaba harto, tenía tantas ganas de enseñarle quién era yo, no permitiría que sus caprichos acabaran con mi promesa.
Sus ojos se pusieron como platos, tan furiosa estaba que la vi dar media vuelta sobre los talones para ir directo a la florería hasta donde la seguí sin que se diera cuenta. Era el mismo sitio al que necesitaba ir.
Aguardé por varios minutos afuera, tras la ventana la observé hablar con la florista, haciendo todo tipo de gesticulaciones que demostraban su enojo. No tenía idea de lo que decía, pero imaginé que no era nada diferente a lo que intuía.
Al pasar los minutos salió con los ojos rojos, no debía tratarse de una alergia tomando en cuenta que pasó más de un mes recibiendo flores. Harper lloró, permitió que sus emociones fluyeran con la florista, sin duda alguna, ella debía saber el nombre del pretendiente.
Era mi turno, ingresé a la bonita tienda que no era rosa en el exterior, sino verde, aunque su nombre sí era Rosa, lo que me pareció aburrido para una tienda de su tipo.
Nada original, pensé mientras miraba por encima del hombro las llamativas plantas.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó la mujer de cabello rubio que apareció detrás del mostrador, usaba un vestido sencillo cubierto por un delantal azul. Su cabello apenas si estaba recogido en un chongo que no se preocupó en detallar.
No pude evitarlo, la vi de los pies a la cabeza como si ella tuviera la culpa de la insolencia de Harper.
—Necesito un arreglo, algo ostentoso —mencioné acomodando mis manos en el interior del saco.
Ella fue gentil y asintió con una falsa sonrisa, nada más hacía su trabajo.
—Puedo ofrecerle orquídeas o flor de azafrán, les dirán a todos de su dinero —ofreció limpiando sus manos en el mandil.
Asentí con la cabeza, mientras me aseguraba de que estuviera sola en el local.
—Sabe, coloque esas y agregue las flores favoritas de la señorita Harper Donovan—. Noté el cese de sus movimientos, estaba nerviosa, preocupada—. Sé que, desde hace casi dos meses, hay un caballero que se las envía.
La rubia abrió los labios con un par de plantas en sus manos.
—Yo no...
—No lo niegue. Salen de esta dirección y las entregan en la mansión Donovan. Incluso fui parte de su última entrega. —La vi aterrada, escondía el rostro, mientras fingía continuar con su trabajo. Sólo tenía que presionar un poco más para que me diera el nombre del sujeto que las solicitaba.
Entreabrió los labios, quería decir algo, pero en ese instante apareció un tipo de aspecto muy similar al de ella: cabellos rubios, ojos claros, un aura misteriosa los rodeaba.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó el muchacho que se acercaba a mí.
En dicho momento, la joven colocó sobre el mostrador las bonitas flores que seleccionó para Harper.
»Oh, ya veo que mi hermana le ha armado un lindo arreglo. Impresionará a cualquier dama con sus gustos, señor.
Asentí un tanto molesto, puesto que ya no tendría oportunidad de presionar a la florista para que me diera el nombre, en vez de ello, saldría con flores y las mismas dudas. Daba igual, el temor ya estaba sembrado.
—Por supuesto —agregué entre sonrisas, coloqué unas monedas en la mano de la muchacha y salí de la tienda para ir lo más pronto posible a la mansión de los Donovan.
Me llevó varios minutos estar de vuelta frente a la puerta azul en la que fui abofeteado la noche anterior; no obstante, esperaba solucionar los problemas de David lo más pronto posible, así volvería junto a Sam para intentar recuperar nuestro matrimonio. Sabía que el hijo era un ebrio con problemas de apuestas, la hija mayor el menor de sus males y la bella Harper ya debería estar casada, pero ¿qué pasaba con Mary? ¿Qué sucia travesura ocultaba ella?
La puerta fue abierta por Duncan, quien parecía estar en completa sobriedad, lo observé con mi arrogante sonrisa, notando que no tenía claro quién era yo.
—Soy James Harris. —Estiré la mano sin que fuera estrechada. Antes me vio de los pies a la cabeza, percatándose del ramo que traía en la mano.
—¡Ah!, eres el tipo de las flores —comentó con toda su atención en el arreglo.
El detalle se convirtió en un dolor de cabeza para la familia, puesto que el pretendiente de Harper no se había atrevido a dar la cara, lo que me decía que era pobre o sus intenciones no eran las mejores.
—¡Basta, Duncan! Deja pasar al señor Harris, tu padre lo ha invitado a comer —informó la madre entrometiéndose entre su hijo y la puerta—. ¡Oh, señor Harris, gracias por su obsequio, son exquisitas! ¡Tiene un excelente gusto!
La mujer tomó las flores y me permitió el paso. Duncan fue tras nosotros hasta llegar al salón principal, lugar que ya era reconocido para mí.
—Las pondré en agua y avisaré a los demás, Duncan hazle compañía a nuestro invitado —mencionó Mary, al tiempo que salía de la habitación.
—Sí, madre —confirmó mientras se dirigía a la barra de licores que estaba en un rincón de la habitación—. ¿Qué te sirvo? —me preguntó destapando una licorera.
—No deberías beber, Duncan. No después de las condiciones en las que llegaste anoche —comenté con el deseo de regresarle el amargo sabor que me dejó su bienvenida.
—¿De verdad cree que ya puede comportarse como el líder de la familia? —soltó con todo el veneno que le provocaba el alcohol en sus labios. No era mi hijo, pero si lo fuera, ya no viviría bajo mi techo.
—Despreocúpate por eso. No estoy aquí para tomar el lugar de tu padre, sino más bien, para redirigir su camino.
—¿A qué te refieres? —Volvió el cuerpo con la bebida en la mano y posó ambos ojos sobre mí. Estaba justo donde lo quería.
—Hablo de las finanzas de David. También soy un inversionista, no planeo sólo casarme con tu hermana, también quiero hacer negocios con esta familia —mentí con una sonrisa que era casi intimidatoria para el caballero de cabello oscuro.
Este me observó perplejo; no obstante, el silencio fue roto por el mismo David y el resto de la familia.
—Estamos listos para la comida. Señor Harris, espero que esta vez Duncan haya sabido comportarse a la altura —mencionó el regordete hombre con los ojos en el referido.
Por mi parte, asentí confabulado, no sólo quería la confianza de David, sino la de todos.
A excepción de Harper, los Donovan se veían más cómodos con mi presencia, David demostró ser la cabeza de la familia, puesto que gozaba del completo respeto de todos, incluyendo la esposa y el primogénito. A mi costado izquierdo se encontraba quien se suponía sería mi esposa, David no mencionó ni una palabra, pero estaba seguro de que al final del día aquello quedaría acordado.
Con suerte, comenzaría a considerarme de la familia y así gozaría de sus secretos.
La comida resultó ser un verdadero festín, creo que tenía mucho que ver el hecho de que no había comido bien en varios días, la decadencia de la seguridad que mantenía en mí fue acabando con mi apetito al grado de no ingerir más de una comida al día; sin embargo, la manipulación que estaba logrando me hizo sentirme tan satisfecho, que apenas si podía parar de sonreír. Aquello le molestó demasiado a Harper, ya que buscaba cualquier motivo para salir de la vista de sus padres.
Al cabo de un tiempo, cuando acudimos todos al salón, Mary le pidió a su hija menor que nos complaciera con una melodía en el piano forte, según ella, este era su mayor talento.
En realidad, no creí que fuera cierto, las madres siempre buscan alardear de lo maravillosas que son sus hijas, aun cuando carecían de gracia. No obstante, mi boca fue sellada en el momento en el que sus delicadas manos comenzaron a acariciar las teclas de aquel magnífico instrumento que engalanaba el salón. Era un sonido hipnotizador, las notas resonaban entre las paredes para llegar directo a cada fibra de mis sentimientos, esos de los que yo carecía.
No entendía el amor, nunca lo conocí, pero esa tarde estaba a punto de hacerlo.
Apenas acabó de tocar, fui directo hacia ella para ayudarla a levantarse, me miró con repudio, claro estaba que me odiaba después de nuestra última conversación.
Dejé de lado sus deseos para darle cabida a los propios, me llené de valor, tomé una copa y entoné en voz alta:
—Señor Donovan, debe saber que la razón principal de mis visitas es con relación a su hija Harper —mencioné demostrando mi porte y educación.
El susodicho parecía emocionado, se acomodó con rapidez en el asiento y detuvo toda sonrisa que tenía en el rostro.
—Bueno, supongo que es así, puesto que ha estado enviando flores —replicó señalando las últimas que entregué ese día.
Harper entrecerró los ojos, parecía hacerse cada vez más pequeña en el sofá, sobre todo porque tenía claro sus nulos sentimientos por mí.
—En efecto, considero que es imperativo parar las habladurías sobre los supuestos pretendientes de Harper y quisiera formalizar nuestra relación—. Ciertamente, no percibí las palabras que salieron de mi boca, fue el mismo licor o la mirada de repulsión que esa jovencita me dedicaba.
—Considero que es lo mejor para nuestras familias—. El padre volvió el rostro a donde Harper y luego asintió satisfecho con la propuesta.
La madre estalló en un grito de felicidad, que después fue opacado por los de la misma Harper.
—¡No puedo aceptar que dispongan de mis deseos sin consultarme, padre! —alegó al tiempo que se ponía de pie.
—¡No tienes derecho a reclamar nada, Harper! ¡Las personas ya hablan sobre ti! —replicó David, sofocando todo intento de liberarse del compromiso.
Aquella, en realidad, no tenía cómo defenderse, la única solución sería decir el nombre del verdadero enamorado. Si no lo expuso en ese momento, no lo haría jamás.
»¿Acaso prefieres quedarte soltera? —interrogó con cierta frialdad y rigidez.
La menor de sus hijos comenzó a sollozar, limpió las lágrimas y se puso de pie para escapar de la vista de todos.
No pude evitarlo, pero su manera de lidiar con los problemas me recordó a Samanta, sollozaba en silencio y escondía el rostro para que no la viera en ese estado, luego aparecía tan sonriente como siempre.
—No comprendo qué le sucede a esta niña, primero lo defiende y ahora no quiere el matrimonio —mencionó la madre, dejando de lado el berrinche.
—¿Me defendió? —pregunté, ya que estaba seguro de que ella me odió desde el momento en el que me conoció.
—Bueno, sí, David y yo no queríamos que siguiera recibiendo flores, pero ella siempre las procuró. Decía que eran de alguien especial. —Colocó una mano sobre la de la hermana fea—. Ahora que usted está aquí, actúa de semejante manera. Discúlpela, por favor.
Mis labios se entreabrieron sin decir nada, estaba claro que no ponían en duda el origen de los arreglos, aunque, por otro lado, comencé a reconocer el tremendo odio que crecía en Harper.
Más tarde, cuando ya era tiempo de retirarme a casa, mi nueva prometida fue la encargada de acompañarme a la salida. La seriedad de Harper frente a su familia era notable; sin embargo, su contraria personalidad salía a relucir siempre que nos encontrábamos a solas.
—¡Tiene que dejar esa mentira de las flores! Dígale a mi padre la verdad o lo haré yo —ordenó justo antes de que se abriera la puerta.
La curiosidad me desbocaba, ahora más que nada, necesitaba saber por qué su supuesto enamorado no daba la cara. Siendo yo la misma alma que su padre, surgía en mí la necesidad de protección.
—Harper, dime una cosa, ¿quién las envía? ¿Por qué no se atreve a dar la cara? —La interrogué en un tono más pasivo que los últimos que empleé.
Ella respiró hondo, con obviedad quería ahogar un sollozo, era vulnerable frente a mí y tampoco gozaba de su confianza.
—No puede —mencionó a secas sin agregar otra cosa.
—¿No puede porque es pobre o porque tu padre no lo aceptaría? —pregunté de nuevo, buscando los ojos que escondía.
Ella entrelazó ambos brazos y por fin elevó la cara.
—No hay manera de que estemos juntos, aunque jamás saldrá de mi corazón. Entonces, señor Harris, si es eso lo que quiere en su futura esposa, puede seguir con su mentira —mencionó al tiempo que se giraba y me dejaba parado a un costado de la puerta.
No lo pude evitar, me molesté tanto que la jalé del brazo e igual que un patán la besé por la fuerza. Harper quiso zafarse de mi agarre, sin poder lograrlo, quedó en libertad, apenas se lo permití; no obstante, una vez más fui abofeteado.
—¡No lo vuelvas a hacer! —reclamé tomando su muñeca con brusquedad.
—¡Lo haré cada vez que intentes besarme! —Sólo había odio en su mirada.
—¡Entonces tendré que usar protección! —espeté al tiempo que volvía atraerla hacia mí.
En dicha ocasión, el beso fue mucho más largo, más profundo, pude sentir que en algún punto del beso me aceptó, sobre todo cuando la electricidad que había en ambos cuerpos se convirtió en una descarga de armonía en nuestros labios.
Al fin se desprendió de mis brazos y sin decir nada, corrió escaleras arriba para dejarme con los pensamientos perdidos en la caricia. No me di cuenta de lo mucho que me gustaba, hasta ese instante en el que fuimos uno.
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