Capítulo 5: Acorralado
Con un temblor apoderándose de mi mano, empujé la puerta para encontrarme con mi propia vida, esa que hasta el momento desconocía. A diferencia de la última vez, en esta ocasión no fui tomado por sorpresa, viajé con toda la intención de hacerme cargo de los problemas sentimentales que debía solucionar.
Ingresé a una nueva habitación que lucía todavía más vieja que la anterior, era lo que parecía un restaurante de manteles largos, el piso era de madera, las paredes tenían molduras y amplias ventanas con extensas cortinas.
Las mujeres usaban frondosos vestidos, mientras los hombres una especie de traje ajustado. Reconocí esas vestimentas de las series que Samanta veía antes de dormir.
Avancé un par de pasos y choqué con un camarero de estirada cara.
—¿Señor? ¿Puedo ayudarle? —preguntó con el rostro arrugado luego de percatarse de mi ropa. Si bien traía un traje, no se acercaba a lo que utilizaban los caballeros.
—Yo... —Quise decir palabra, pero fue Frida la que interceptó mi respuesta.
—Oh, hijo, ven acá —resonó levantando la mano desde una de las mesas.
Me costó trabajo reconocerla, puesto que la maraña de cabello fue recogida en un molote, además de que lucía un pomposo vestido verde esmeralda. Fui directo a su mesa y me senté a sabiendas de que tenía las miradas sobre mí.
—¿Por qué siempre son sitios públicos? —cuestioné frustrado.
—¿Ahora vas a decirme cómo hacer mi trabajo? —replicó ella con el menú en la mano.
—¿Qué año es este? —inquirí buscando entre el saco el celular. Sin embargo, no funcionaría, no habría red, energía eléctrica o internet.
—Es: 1827 —respondió con una sonrisa—. ¡Oh, no sabes cómo me gusta esta época!
Hice una mueca de desagrado a su notoria alegría.
—No le veo lo divertido, Frida. Todos me observan por encima del hombro. No tardarán en pedir que me vaya —expliqué sintiéndome cada vez más pequeño en el asiento.
—Despreocúpate de eso y regresa al sanitario. En la parte trasera encontrarás un atuendo hecho a tu medida, luego ve a esta dirección. —Deslizó un papel por encima de la mesa—. Es ahí donde preguntarás por Lord Donovan, tu vida número tres.
Cogí el papel e hice esa sonrisa de egocentrismo que empleaba casi todo el tiempo.
—Vaya, soy un Lord —dije arrogante.
—Uno muy adinerado —confirmó Frida—. Está buscando inversionistas, ¿por qué no te presentas como uno?
Asentí satisfecho con el papel en la mano y me dirigí de nuevo al sanitario. Frida tenía razón, ahí estaba el atuendo completo, junto con una considerable cantidad de dinero. Esto era mejor a lo que padecí la última vez. Después de vestirme, guardé todas las cosas en esa pequeña maleta y atravesé el restaurante, dejando a Frida degustar sus alimentos con total felicidad.
Fue necesario atravesar parte de la ciudad entre carruajes jalados por caballos, señoritas paseando con delicado caminar y méndigos que pedían limosna. Una hora más tarde, logré hacer arribo a la dirección señalada.
Los 1800 no eran mis favoritos, nunca lo fueron, pero aquí estaba, luciendo como un caballero de la época. Llegué a la gran mansión de colores claros y ventanales azules, el jardín era amplio, con un lindo bebedero para aves. Sólo tenía que atravesar la puerta de herrería y pronto estaría frente al hombre que tenía parte de mi alma. En ese punto, comencé a preguntarme qué tipo de lío amoroso tendría que solucionar, tal vez atravesaba por una infidelidad, o podría tener un matrimonio desastroso, no tenía la menor idea. Cualquiera que fuera la razón, estaba dispuesto a hacerlo mejor que en 1932.
En medio de mis pensamientos, apareció un niño cubierto de tierra con un arreglo floral en las manos, usaba una bufanda desgastada igual que su ropa y zapatos.
—¿Señor, viene a la mansión de los Donovan? —preguntó con una mirada expectante.
No le respondí con palabras, pero asentí creyendo que era el mozo.
—¿Podría entregar estas flores por mí? Son para la señorita Harper Donovan.
—¿Qué? ¿Por qué no pasas? —inquirí abriendo la puerta del jardín para que avanzara.
—¡Oh, no, señor! Lord Donovan me ha impedido volver a poner un pie en su casa. Entréguelas usted, por favor —replicó el pequeño al tiempo que empujaba las flores sobre mí y salía corriendo.
No me quedó otro remedio que hacer la entrega, pese a que mi porte de caballero me impedía parecer mensajero. Al fin atravesé el jardín y toqué la ostentosa puerta que tenía la mansión.
—Buenas tardes, soy el señor Harris y he venido a ver al Lord Donovan —informé a la mujer uniformada que abrió y elevé las flores que el niño me entregó—. Estas son para la señorita Harper.
La mujer asintió de inmediato, manifestando sorpresa, tragó grueso y cogió las flores con toda amabilidad. En realidad creí que algo había detrás, pero lo dejé pasar cuando fui acomodado en el salón principal de la mansión. Era un lugar elegante por demás, con colores sobrios, el tapiz tenía tonos dorados, igual a mucha de las figuras que reposaban sobre los muebles, sin duda se trataba de porcelana fina. Aprendí a reconocer esos detalles gracias a Samanta.
En la profundidad del salón, había un piano forte, pocas personas lo sabían, pero aquel fue un instrumento que toda mi vida admiré, disfrutaba escucharlo desde las talentosas manos de famosos artistas. Caminé hacia este y vi esas majestuosas partituras plasmadas con tinta oscura.
Escuché que la puerta fue abierta, volví los ojos y frente a mí apareció un robusto hombre de gran tamaño en altura, por subsecuente grandes manos, poco cabello y mirada analizadora. Caminó hacia mí y estrechamos las manos a fin de saludarnos.
—James Harris —me presenté sin sentirme intimidado, mi yo del pasado lucía fuerte y varonil, aunque yo no me dejaría impresionar tan fácilmente.
—Me dicen que quiere hablar conmigo —comentó al tiempo que señalaba el cómodo sofá que estaba a un costado.
—Sí, verá, me han hablado de sus negocios y de su interés en nuevos inversionistas —expliqué, mientras me acomodaba.
Él frunció el entrecejo de una manera poco notoria.
—¿De dónde viene? ¿Estados Unidos? —inquirió arqueando una ceja.
Asentí tranquilo, mi plan era ganarme su confianza y enseguida comenzar a indagar más sobre la vida personal que se suponía debía resolver. No obstante, el hombre parecía de cincuenta años, al menos un matrimonio estable debía tener.
—¿Y ha traído flores para Harper? —cuestionó de nuevo.
Lo confirmé con un movimiento de cabeza, a pesar de que su expresión me hacía dudar de mi respuesta.
—Sí, el muchacho de la florería no quería desobedecer sus órdenes y me ofrecía a entregarlas personalmente. Espero que no sea un problema.
—¡Oh, no! De ninguna manera, es mejor hacerlo así, señor Harris. Sobre todo, porque hace más de un mes que Harper las recibe. —Aclaró la garganta y respiró hondo, esperando que continuara hablando; sin embargo, ¿no era él quien debería hacer las preguntas?
»¿Entonces dice ser un inversionista de los Estados Unidos? —preguntó después de reposar una pierna sobre la otra, reclinar el cuerpo en el respaldo e inflar su enorme pecho.
Lo tenía interesado, reconocía todos esos gestos, cada que debía hacer una nueva inversión en mi trabajo.
—Sí, así es. Me gano la vida como inversionista y debo decirle que soy de los mejores. Casi todo lo que toco se transforma en oro. —Esbocé una sonrisa egocéntrica.
—Eso habla muy bien de usted, señor Harris, aunque debo decirle que tiene una manera muy particular de hacer las cosas. Casi estoy tentado a rechazar su propuesta. Dígame, ¿está dispuesto a comprometerse? —Entrelazó las manos y fijó sus ojos en mi rostro, no se mencionaron números, empresas o negocios, pero estaba dispuesto a aceptarme. Era un tipo muy particular y eso me gustaba de un modo significativo.
—Por supuesto que lo estoy —comenté una vez que me puse de pie para caminar hacia la ventana por donde entraba la luz—. Vine aquí sólo para esto.
—De acuerdo, entonces, puede venir esta noche a cenar. —Se puso de pie, evidenciando su tamaño—. Le presentaré al resto de mi familia y, tal vez, podamos formalizarlo. No es bien visto que un hombre soltero frecuente mi casa.
Me sentí satisfecho con lo que había logrado. Le estreché la mano, me despedí y salí de la mansión con una sonrisa en el rostro. Resolver mi pasado sentimental, sería más sencillo de lo que fue con Angy, donde no terminé de comprender lo que sucedía.
Después de una tarde bienaventurada, arrendé una pequeña habitación en un elegante hotel de la ciudad, estaba algo lejos de la casa de Lord Donovan, pero no podía arriesgarme a que me creyera un don nadie si me hospedaba en cualquier otro sitio menor a lo que se suponía era mi posición. Samanta siempre me decía que los ricos, más que proteger su dinero, cuidaban las apariencias. Nunca lo entendí hasta ese día en el que me encontré con mi vida pasada.
Adquirí un nuevo traje, lustraron mis botas y compré una botella de vino junto con unas flores para la señora Donovan, así podría ir adentrándome hacia el problema. Intenté llegar lo más puntual que pude, pero toqué la puerta quince minutos después de la hora pactada.
La mujer de la misma tarde me abrió y con ella iba una enorme sonrisa, algo muy diferente a lo que vi horas atrás. Me guío hacia el salón y fue ahí donde me encontré con un par de hermosas señoritas, o bueno, al menos una de ellas lo era. Mejillas rosadas, cabello rojizo y labios carmín, tenía una piel tersa, manchada por diminutos lunares que apenas si se notaban a la luz de la vela. Por otro lado, estaba quien supuse era su hermana, una regordeta mujer con cara alargada, se parecía a su padre, ¿qué podía decir si ese era yo?
Dejando de lado las diferencias entre ellas, me presenté con cortesía, besando los dorsos de las manos; no obstante, la hija menor de Donovan era tan bella que terminé entregándole las flores. Fue curioso, puesto que, en el pequeño tacto, sentí esa misma electricidad que padecí cuando conocí a Diana.
Imaginé que la electricidad tenía que ver con algún tipo de efecto secundario provocado por los viajes en el tiempo.
A mi derecha, se ubicaban los orgullosos padres de las hermanas Donovan, Mary era igual de atractiva que su hija menor pese a los años que debería de tener. Mientras me inclinaba para hacer alarde de mi educación, imaginé qué tipo de secretos eran los que ocultaba la dichosa familia que eran en el exterior.
Algo debía estar mal, de lo contrario, no estaría aquí.
—Señor Harris —saludó Donovan, al tiempo que estrechaba su mano con la mía—. Nos da gusto que haya podido acompañarnos.
—Agradezco la invitación, sus hijas son encantadoras —respondí, volviendo mi vista a la más pequeña. Ella fingió estar atenta a la ventana, parecía que mi presencia no era de su agrado.
—Lo sé, son mi orgullo, aunque hace falta mi hijo Duncan, quien deberá volver de sus parrandas apenas se le acabe el dinero —masculló el padre un tanto molesto por las acciones del susodicho.
—Oh, querido, deja eso de lado, no creo que quieras aburrir a nuestro invitado con simples problemas familiares. —Dulcificó el ambiente, la mujer.
¡Din don! Escuché una campana de victoria en mi interior. La familia había comenzado a sentirse en confianza con mi presencia, al menos lo suficiente como para hablar.
—No tiene por qué preocuparse por eso, todos tenemos problemas, desahogarnos, siempre es bueno —expresé a fin de que siguieran exhibiendo su intimidad; sin embargo, aquello no sucedió.
Todos tomamos asientos. Por alguna razón, la madre permitió que Harper y yo nos sentáramos en el mismo sofá, intuí que me creyó un buen partido para su hija, aunque lo dejé pasar, ya que no me quedaría por mucho tiempo.
La hija mayor acaparó la conversación alardeando sobre su viaje de bodas, según contaba, estaba recién casada y su marido salió por viaje de negocios. Jamás hubiera imaginado que la fea mujer hubiese sido capaz de atraer a un hombre. Aquello me puso a pensar en Harper, ¿por qué seguía soltera? Los matrimonios de la época no solían ser por amor, sino por un interés particular en ambas familias.
Harper era la hija de un Lord, tenía un apellido, dinero y por supuesto, era preciosa. Algo podría estar mal con ella, aunque, por otro lado, también estaban esas flores que enviaron posibles pretendientes.
En medio de la conversación, interrumpió el famoso Duncan, quien se suponía era el primogénito de David. Estaba ebrio de los pies a la cabeza, las ropas desalineadas y el cabello hecho un desastre, algo indigno para un supuesto caballero de su categoría.
Los señores Donovan brincaron de sus asientos para acercarse a su hijo, David le reprendió entre gritos y alaridos, mientras la madre golpeaba con delicadeza sus mejillas para hacerlo reaccionar. Le sirvió un vaso de agua y enseguida se lo entregó; no obstante, este demandaba una copa, en lugar del líquido vital.
—¡Basta, Duncan! No puedes hacer esto hoy, aquí está el pretendiente de Harper —dijo la madre, colocando su mano en la frente del primogénito.
Aquel la ignoró y terminó en el suelo debido a la borrachera.
Por otro lado, la estupidez que abundaba en mi cabeza me estaba convirtiendo en su presa. Durante un breve instante, imaginé que había alguien más además de mí, quien fungiera como el pretendiente de Harper, grande fue mi sorpresa cuando caí en cuenta de que el supuesto interesado era yo. No lo sabía, no lo intuí, pero las flores y mi presencia tan poco específica le dieron a entender a la familia que mi intención era contraer nupcias con la menor de los Donovan.
Me faltaba el aire, los gritos y el escándalo se volvieron lejanos, yo necesitaba ese vaso de agua que el tonto de Duncan rechazó. No quería casarme, estaba atravesando un divorcio.
—Creo que mejor me retiro por esta noche, —propuse en voz alta, puesto que la familia tenía demasiados problemas con el borracho que irrumpió en la cena.
—Será lo mejor, señor Harris. Lamento mucho el inconveniente, espero pueda acompañarnos mañana —mencionó el molesto David en lo que colocaba su gruesa mano en mi hombro.
Yo vi su expresión, me estaba viendo como a un yerno, un futuro hijo. De la misma manera que alguna vez me vio el padre de Sam. Tragué grueso y asentí sin remedio.
»Hija, acompaña al señor Harris a la puerta —ordenó el padre en dirección a Harper, quien rodó los ojos y asintió descontenta.
Llegamos a la salida sin tener palabras para decir, ¿cómo desmentía mis supuestas intenciones? Tal vez lo mejor sería dejar que las cosas siguieran, total desaparecería de ahí en uno o dos días como sucedió en 1932, ¿o no?
—Buenas noches, señorita...
—Pongamos las cosas en claro, señor Harris. Usted no es quien envía las flores, no es el hombre que mi familia piensa, pero le diré que, si ha venido aquí a pedir mi mano, puede irse por donde ha llegado. ¡No me casaré con usted ni con nadie!
Ella me arrinconó junto a la puerta, estaba tan molesta que no me dio tiempo de contemplar una mejor manera de responderle.
—¿De qué demonios habla? Yo no estoy aquí para casarme —confesé en un susurro—. Vine porque soy un inversionista, entregué unas estúpidas flores y ahora resulta que estamos comprometidos. Usted no debería estar enojada, debería estarlo yo.
—¡Oh, ahora se supone que me está haciendo un favor, señor Harris! —reclamó con las manos en la cintura.
—Bueno, si su horrorosa hermana está casada, ¿por qué usted no? —inquirí a sabiendas de que había traspasado la línea.
Noté cómo esa llama se encendía, arrugó el rostro, entrecerró los ojos, apretó los labios y me cacheteó. Lo merecía, lo acepto, aunque sólo dije lo que era una realidad.
—Será mejor que desaparezca —indicó con la puerta abierta para que me marchara.
Yo fijé mis ojos en los de ella, no dejaría que una niña caprichosa me venciera, no humillándome de semejante manera.
—Nos vemos mañana, señorita Harper —respondí con total seriedad, coloqué mi sombrero en la cabeza y salí dando zancadas en medio de la oscuridad de la noche. Lo siguiente que escuché fue un portazo a mis espaldas.
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