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CAPÍTULO 20: Otra oportunidad

—¿Murió? —cuestioné en voz alta con el rostro de espanto, en realidad nunca hubiera imaginado tener que ver la propia muerte de una de mis vidas pasadas, pero ahí estaba yo con las manos teñidas de rojo y completamente impactado por tal momento.

Amelia se reclinó sobre el cuerpo de Franco, llorando como si en realidad estuviera enamorada de él, yo no tenía idea de lo que pasaba, no sabía qué debía hacer, ver a Amelia hecha pedazos solo me recordó el hecho de que su vida estaba acabada, puesto que no había un heredero, no tenía la protección de Franco y si este faltaba, entonces ¿cuál sería su final?

Me puse de pie en un brinco y me interné en el bosque esperando encontrarme de nuevo con Frida.

—¡Frida! ¡Frida ven aquí! —solicité en un grito cargado de odio y rencor—. ¡Frida!

—No tienes que gritar, James. Aquí estoy —respondió la mujer que sabía que la cuestionaría.

—¿Por qué me hiciste esto? ¡Todo mi trabajo! ¡Todo mi esfuerzo! ¡Dime qué pasará con Amelia!

—¿Amelia? —cuestionó confundida.

—Sí, Amelia ha quedado desprotegida, no está embarazada, el rey le retirará las tierras por ser una mujer. Dime, ¿qué pasará?

—James, te dije que esto sería difícil, yo de verdad esperaba que Franco no...

Frené todo movimiento apenas la escuché hablar, ella lo sabía, lo supo todo el tiempo. Posé mis ojos sobre ella y fruncí el entrecejo.

—¿Sabías que Franco moriría? —interrogué con la mirada de un demonio.

—Sí, pero tienes que escucharme...

—¡¿Sabías que Amelia quedaría desprotegida, sabías que yo moriría y no me lo dijiste?!

Estaba tan molesto que no quería saber más sobre ella o cualquiera que fuera mi destino.

»¡Tienes que ayudarme! ¡No pienso dejar a Amelia sola en esto!

—No puedo, tú volverás a tu vida y esto acabará aquí —dijo totalmente desconectada de mi dolor.

A lo lejos todavía escuchaba el llanto de Amelia, volví el rostro y me negué a volver a casa dejándola en tal situación. No tenía idea de cuál sería mi futuro, pero me era obvio que no sería uno igual de desgraciado como el de Amelia.

—¡¿Dónde está el reloj?! —pregunté a sabiendas de que no era una buena idea.

—¿Qué pretendes hacer? No hay otra vida después de esta...

—No quiero cambiar de vida, quiero regresar el tiempo a antes del disparo. Por favor, déjame anticiparme a Mort, tal vez logre evitar que...

Frida parecía estática, sin respuesta, sin objeciones, pero tampoco parecía querer apoyar mi mortal idea.

—Si hago eso, te puedo decir con seguridad que tendrás problemas. Si mueres en esta vida, mueres en la actual. De fallar, Franco igual muere y tu castigo persiste. Sería mejor no intentar nada y esperar a que...

—¡¿Frida, de qué hablas?! ¡No me interesa lo que suceda conmigo, no pienso dejar a Amelia así! —emití decidido a salirme con la mía—. Vamos, regresa el tiempo, sólo unos minutos.

El palpito de mi corazón se acrecentaba con cada instante en el que escuchaba el sollozo de Amelia, me dolía verla de tal modo, me dolía ver a Franco muerto, vi unas de mis muertes y sentía que mi felicidad se extinguía.

Di dos pasos hacia atrás y entonces, sentí un pequeño mareo que me provocó náuseas, me recliné sobre un tronco, vomité un poco y luego volví el rostro hacia la mujer que me miraba con lástima. En sus manos tenía el bendito reloj que se encargó de mis pesadillas.

—Tienes sólo una oportunidad y después de esto, tú y yo nos marcharemos —expresó con voz profunda.

Tragué grueso, me recompuse y asentí. No tardé mucho y salí disparado hacia el otro lado de mi escondite, donde aparecería Mort más tarde.

Noté que Franco y Amelia aun no llegaban, tampoco me necesitaron, por lo que no importaba mi presencia. Pasaron unos cuantos minutos cuando al fin los vi llegar, primero bajó Franco y de inmediato ayudó a Amelia a bajar del caballo.

Juntos acomodaron sus cosas, mientras hablaban como lo hiciera una verdadera pareja. No sabía el punto exacto en el que sucedió, pero estaba claro que estos dos tenían una conexión que yo ignoraba o al menos, no la vi antes.

Amelia colgó el rifle sobre su espalda, pero Franco le pidió esperar, negando con la cabeza, prefería estar con ella que llenarse las manos de sangre cazando a un pobre animal.

Hablaron durante un tiempo, igual que antes, debido a mi lejanía, me sería imposible conocer sus palabras, pero yo me sentía nervioso, no tenía idea de si se trataba de un sentimiento propio o uno de Franco. De igual modo, mi ansiedad fue disipada cuando escuché los pasos de Mort venir por mi espalda, tenía que esconderme lo más pronto que pudiera, tampoco portaba un arma, mi pelea con Mort sería cuerpo a cuerpo y después de nuestro último encuentro no tenía muchas esperanzas de salir intacto.

Vi cómo su calva aparecía entre el bosque para situarse en el mejor punto que le daría la oportunidad de matar a Franco. Yo no quería ni respirar, era como si creyera que me descubriría al instante, si aquello sucedía sería beneficioso para Franco, ya que se percataría de la presencia de Mort y cuidaría de él y de Amelia; no obstante, yo podría acabar muerto.

—¡Par de idiotas! —resopló Mort al tiempo que escupía—. Franco, así que eres un estúpido sentimental que busca la aprobación de su mujer. ¡Qué idiota!

Rodé los ojos y arrugué la boca, lo detestaba lo suficiente como para alegrarme de su posible desaparición.

»Debe creer que hablándole lindo la convencerá del hijo que deben tener. Son idioteces, con un par de cachetadas se desnudará.

Era un completo tonto, yo no fui el mejor esposo, pero jamás maltraté a mi Sam.

Enseguida lo vi dejar de observar a la pareja, se volvió y buscó la pistola que tenía en la mano. Comenzó a prepararla con sigilo, primero la bala, luego la pólvora y finalmente compactaba con la baqueta. Sonreía para si mismo y volvió el rostro hacia la dirección opuesta.

Yo estaba justo detrás de él a unos cuantos árboles, necesitaba acercarme lo suficiente para interrumpir el disparo que le arrancaría la vida a Franco. Observé por todos lados y noté un par de ardillas que estaban sobre un árbol.

Una idea, no tan brillante, apareció en mi cabeza, bien podría atormentar a las pobres ardillas para que fueran ellas las que disiparan la concentración de Mort, así no tendría que sacrificar mi vida.

Intenté llegar a las ardillas con un palo molestarlas, en tal momento, ellas comenzaron a hacer un enorme escándalo, chillando y saltando de un árbol a otro. Tomé una piedra y se la aventé, pero el infernal animal se molestó tanto que se lanzó sobre mi rostro. Inevitablemente, el escándalo fue tanto que Mort se olvidó de Franco y se fue directo hacia a mí, encontrándome en el piso siendo atacado por una ardilla demoniaca.

—¿Qué demonios? —cuestionó Mort apuntándome con el arma que antes tenía preparada para Franco. Volvió el rostro para asegurarse de que nadie lo había escuchado y luego se acercó a mi para espantar al animal—. ¿Qué haces aquí?

—¿No es obvio? —respondí—. Lucho con una ardilla —expliqué tendido en el suelo.

—¡Cállate! —siseó todavía apuntándome con el arma—. Si en algo aprecias tu vida, quédate callado.

Colocó el dedo índice sobre su boca, mientras me dedicaba una tétrica mirada.

—Mort, si disparas, Franco te matará también —revelé antes de que este volviera al mismo punto donde se encontraba antes.

—¿Eres idiota? Un muerto no puede matarme y por lo que veo tú no puedes quedarte callado, entonces te ayudaré a hacerlo —replicó yéndose sobre mi cuello, para tal momento yo grité, alertando a Franco y a Amelia de la presencia de Mort.

Aquel no me dejaría con vida, presionaba con sus ásperas manos lo que parecía mi diminuto cuello, entre más me faltaba el aire, yo solo lograba pensar en Amelia y Samanta, ellas dos no merecían la infelicidad que mi alma les acusó, me dolía imaginarlas solas con el peso de un hijo y un condado sobre sus hombros, ¿qué sucedería con Amelia? ¿Qué sería de mi Sam? Mi dulce Sam.

De pronto volví los ojos hacia un costado y vi el arma de Mort en el suelo, me era difícil respirar y moverme con el demonio ejerciendo su fuerza sobre mí; sin embargo, un último esfuerzo me bastaría, estiré la mano y apenas este me vio me soltó para evitar que tomara la pistola.

En el instante, logré empujarlo hacia un costado, pero en aquel momento, Franco ya estaba frente a nosotros apuntando con el rifle de cacería justo a la cabeza de Mort.

—¡Dame una razón para no volarte la cabeza! —dispuso aquel con una voz profunda y amenazadora.

Por mi parte, me dediqué a recuperar todo el aire que pudiera por medio de respiraciones profundas sin lograr ponerme de pie.

—Eres un tonto, pudiste tenerlo todo, pero te ablandas ante la insolencia de una mujer y un mozo —escupió Mort tendido sobre el suelo.

—¡El insolente aquí eres tú! Fui claro cuando te dije que no quería verte en mis tierras —repuso tan enojado que estaba seguro de que dispararía en cualquier momento.

En un intento por fastidiarlo todo, Mort quiso ponerse de pie para alcanzar la pistola, pero Franco era bastante ágil, por lo que de una patada lo derribó de nuevo sobre el fango, esta vez, puso la pistola directo en la cabeza de su antiguo lacayo.

—Deje que te fueras la primera vez como agradecimiento por todo lo que me ayudaste a hacer, pero ahora no puedo hacer nada. —Presionó la punta de la pistola sobre la cien de Mort.

—¡Entonces dispara, no sé qué esperas! ¡Ah, sí, era yo el que me encargaba de toda la suciedad, mientras tú inflabas tu ego frente al rey!

Desde mi lugar, pude ver la sombría mirada de Franco, esa que decía que presionaría el gatillo. Apenas intenté recomponerme cuando un estallido fue desatado y la sangre de Mort salpicó mi rostro y el del Conde, aquel que todavía mantenía los ojos en el cadáver de ojos abiertos que momentos antes se mofó de él.

Quedé atónito, no tenía palabras que explicaran lo que recién sucedió, enseguida Franco se fue contra mí, colocando sus manos sobre la sucia camisa que yo tenía teñida de rojo.

—¡Explícame qué demonios haces aquí cuando te pedí que no vinieras!

Sílabas mal sonadas salían de mi boca, bien podría ser el siguiente en ser asesinado hasta que apareció Amelia totalmente confundida.

—¡¿Qué sucede?! —preguntó contrariada.

—¡Te dije que esperaras! —reclamó Franco sin soltarme.

—¡Por Dios, ¿Ese es Mort?! —colocó ambas manos en la boca.

—¡Amelia, vete de aquí! —ordenó una vez más el Conde.

—¡Creí ver a Mort alrededor del palacio! —solté después de recuperar el aire—. Quería asegurarme de que no intentara algo, pero me encontró aquí y quiso matarme. Yo no pude hacer mucho, porque no venía armado.

Franco hundió el entrecejo y me soltó para reincorporar su compostura de señor poderoso.

—¿Qué clase de escolta se supone que me protege si anda desarmado?

—Aquel que te ha salvado la vida, Franco —intervino Amelia, tocándole el brazo para que este bajara la guardia—. Y a mi también, por supuesto. El escándalo que provocaste nos alertó y afortunadamente Franco logró hacer algo.

Ella era un ángel incluso cuando yo no merecía su defensa, pues en cada ocasión que intentaba lograr algo, yo fallaba.

»Franco y yo, te agradecemos —replicó ella con los ojos puestos en su marido, pese a que este no estaba muy feliz de la acción.

—Sí, bueno... Yo también salvé tu vida —expuso el rudo hombre que aquel día decidió dejar sus clásicas vestimentas negras. No obstante, ahora su cuerpo estaba salpicado de sangre.

Enseguida extendió su mano para que yo la tomara y me ayudó a ponerme de pie.

»Gracias —agregó satisfecho.

Asentí, respirando un poco, pero en mi mente solo tenía clavada la imagen de Franco cayendo al suelo sin vida. Esperaba que el resultado de mi osadía de regresar el tiempo hubiera dado verdaderos frutos positivos para Amelia, es decir, ansiaba creer que ese matrimonio funcionaría para ella.

Franco y yo limpiamos la sangre en el agua del río, mientras Amelia fingía no observar el torso desnudo de su esposo, había un rubor natural en sus mejillas, uno que no había visto con anterioridad.

Por mi parte, arrastré el cuerpo de Mort hasta dejarlo a un costado del río, Franco dijo que enviaría a alguien a que lo enterrara en cualquier sitio que no fuera ese, pues apreciaba demasiado aquel cálido lugar como para tener que ver la tumba de quien lo traicionó.

Luego de varios minutos, subimos a los caballos y nos fuimos al palacio, cada uno con los pensamientos aturdiendo nuestras cabezas. En nuestra llegada yo me encontré con Frida a quien seguramente solo yo podía ver como tal.

—Estaba por ir a buscarlo, mi señor —emitió un joven que se acercaba a Franco en la caballeriza.

El conde bajo del caballo y luego ayudó a Amelia a saltar del suyo. Le entregó el canasto con la comida y volvió su mirada al mozo que aun aguardaba por una respuesta.

—¿Qué sucede? —inquirió un tanto despreocupado.

El muchacho miró a la Condesa y enseguida se quedó en silencio.

—Debo explicarle a solas, mi señor.

Franco asintió, se alejaron unos pasos y antes de que pasara un corto fragmento de tiempo este volvió al caballo, olvidándose del estado de sus ropas húmedas o del cuerpo de Mort al lado del río.

—¡Volveré enseguida! —informó y salió disparado sin decir nada más.

Confundida, Amelia puso toda su atención en el mozo que los recibió.

—¿Qué sucedió? —cuestionó.

El muchacho selló los labios y negó con la cabeza.

—¡Tienes que decirnos, hace un momento Mort intentó asesinar al Conde! —exigí presionando al mozo que no tenía la culpa de nada.

Nos vio y sin decir nada más abrió los labios.

—Fue al pueblo a buscar a la hija del panadero.

Amelia soltó la canasta de comida y todo cayó al suelo. Tragó grueso y con una cara de decepción caminó hasta el interior del palacio casi en un arrebato.

Por mi parte estaba confundido, creía que Franco y Amelia al fin llevarían un matrimonio tranquilo, pero el regreso de Yena lo confundió todo.  

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