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CAPÍTULO 19: Un final

La servidumbre decía que la pareja de Condes se mostraba en armonía, aun cuando los sentimientos seguían sin ser expuestos sobre la mesa. Algunas decían que los veían discutir con frecuencia y que la indiferencia de Amelia seguía siendo la misma. Otras doncellas que servían a la pareja aseguraban que en más de una ocasión el Conde terminó en los aposentos de su esposa, puesto que seguían en la búsqueda del heredero.

Yo no tenía idea de qué esperar, puesto que aun cuando era un custodio para ambos, tampoco conocía más de lo que ellos estuvieran dispuestos a expresar.

Por aquellos días, el mal genio no soltaba a Franco, con dificultad lograba disuadirlo de permanecer encerrado tras el fino escritorio que decoraba su oficina. Hacía cuentas, enviaba notas, pegaba de gritos a los sirvientes que transmitían sus órdenes, y por último se encerraba en su habitación.

Era molesto el caos sentimental que reinaba en aquella joven relación que se abstenía de florecer, era como avanzar tres pasos y retroceder cinco.

Con el estómago solicitando alimento, me adentré en la cocina olfateando cualquier comida que pudiera estar lista para ser servida.

—Oh, lo siento mucho, James, pero tendrás que esperar, toma y comete esto —expresó la cocinera que colocaba un plátano en mis manos.

—No quiero un plátano, quiero un delicioso corte de carne —repliqué alargando el cuello para ver por encima de la cacerola que seguía en la estufa.

—Tu señor solicitó un almuerzo para el campo, lo que quiere decir que serás requerido.

—¿A la hora de la comida? ¿Qué Franco no puede andar por ahí solo? —cuestioné reclinando mi cuerpo sobre la pared.

—No desde que se convirtió en el favorito del rey —aseguró la cocinera que comenzaba a acomodar cosas en una canasta.

—¡Pero no irá solo! —agregó una de las doncellas, quien se veía más feliz desde que Mort desapareció de la vida de todos—. La Condesa irá con él... Entonces, es posible que no te necesiten, James —soltó con una sonrisa pícara.

Ella era demasiada ingenua para pensar en la posibilidad de que el día de campo se debiera a una cita romántica, aun así, aquello no me desagradaba, esperaba que fuera así para poder largarme a mi cuarta vida.

—Bien, entonces supongo que requerirán un carruaje —comenté tomando de la mesa un trozo de pan, que luego dejé de lado porque la cocinera golpeó mí mano.

—Esos fueron enviados exclusivamente para la Condesa, el panadero se los ha estado enviando desde la visita al pueblo.

El golpeteo provocó que el pan callera de la mesa y fuera robado por el perro que solía funcionar como la aspiradora de la cocina. Ese delicioso trozo de pan pudo ser mío.

Fruncí el entrecejo, ¿era necesario hacerlo?

—El Conde ordenó ensillar dos caballos, el propio y uno más para la Condesa —informó la chiquilla que seguía colocando cosas en la canasta.

—¿Irán a caballo? —cuestioné confundido.

La chiquilla asintió.

—Parece que irán de cacería y después almorzarán.

Mi expresión cambió totalmente, disipé el hambre y mi molestia, puesto que ese par al fin notaban lo mucho que compartían. Eran el uno para el otro, pese a la gran diferencia que existía en su carácter, ese que se formó conforme su infancia.

Tomé la canasta que ya estaba lista y el pequeño bolso que la cocinera me hizo el favor de preparar para mí, así podría comer algo mientras cuidaba de sus espaldas. Llegué a las caballerizas donde ya estaban listos tanto Amelia como Franco, aguardando por los animales que montarían. Entregué la canasta al mozo y observé a Franco, esperando cualquier orden de su parte, incluso me anticipé a buscar mi caballo, pero este cesó todo movimiento de mi parte.

—Quédate aquí, James. No creo necesitarte —ordenó ya sobre el caballo. A su lado, aguardaba la bella Amelia.

—Si van de cacería, ¿no sería peligroso? —cuestioné de un modo estúpido puesto que era un hecho que quería estar a solas con Amelia.

—No te apures por eso, creo que sé ubicarme en el bosque mejor que tú —mencionó haciendo alusión a la vez que me perdí entre los árboles buscando a Amelia.

Enseguida, ambos jinetes emprendieron su camino rumbo al río. En cualquier otro momento yo hubiera obedecido y me hubiera quedado en mi habitación o en la cocina escuchando el chismorreo, pero no hoy. Ese día necesitaba saber de primera mano si ese matrimonio comenzaba a funcionar como tal, puesto que, de ellos, dependía el mío.

Para mi suerte era la hora de comer, el personal del establo se fue y yo aproveché para ensillar un caballo que usaría para seguir a los Condes. Por supuesto me mantuve alejado, no quería que supieran de mi presencia o Franco me arrancaría la cabeza.

Llegamos al río y noté su presencia casi al borde del agua, entre los árboles del bosque dejé al animal café oscuro atado a un tronco con un puñado de ramas en su dentadura. Por mi parte, me acomodé sobre una roca y desde la densidad de la verde vegetación me dediqué a observar.

Por obvias razones no lograba escuchar nada, estaba demasiado lejos y si me acercaba todo acabaría para mí. Sonreí para mis adentros hasta que alguien tocó mi espalda.

—¡Qué demonios haces! —gruñó Frida después de verme saltar como un niño asustado. Vestía la típica ropa de una campesina.

—¡No grites! —susurré, pese a que sabía que el ruido del río no les habría permitido escucharnos.

—¿James, ahora los espías? —mencionó inclinándose junto a mí con ambos ojos puestos sobre ellos.

—¿Y qué esperabas? No extendieron una invitación para su mozo —espeté introduciendo la mano a la bolsa de comida que la cocinera me entregó.

Frida sonrió divertida.

—Se ven bien juntos, ¿cierto?

Asentí igual de sonriente que Frida. Era como ver a mi hijo crecer y graduarse.

—Parece que al fin han comenzado con algo bueno. Aunque, bien podría Franco estar reprendiendo a Amelia por nada.

—Oh, no hace eso —dijo la mujer robando una parte de mi comida. Pan, queso y un trozo de jamón curado era todo lo que almorzaría y Frida me lo robaba.

—¿Cómo lo sabes? —inquirí ignorando el hecho de que ahora bebía de mi vino.

—Puedo escuchar sus pensamientos y sus palabras, puesto que son las almas que tengo que cuidar, como tú. Es parte de mi don.

—Por eso siempre apareces en el momento más preciso...

—Es cierto —asintió la mujer de cabello alborotado.

—¿Entonces sabes lo que yo pienso? —cuestioné mirándola fijo.

—No cambiaré mi cabello solo porque a ti no te gusta —replicó hundiendo el entrecejo.

Yo solté una carcajada muy divertida hasta que ella me empujó y caí de la roca en la que seguía sentado.

—Bien, Frida, entonces dime qué es lo que dicen. No necesito que seas especifica si no quieres, solo necesito saber si en algo ha funcionado mi presencia aquí.

La mujer volvió el rostro en dirección a ellos por unos cortos segundos y luego habló sin dejar de observarlos.

—Franco habla sobre la primera vez que salió a cazar, mientras Amelia piensa que ella lo hizo mejor en su primera vez. Aunque de igual modo se finge impresionada en la historia.

Mis ojos se abrieron, si ella se fingía impresionada, entonces no estaban tan mal.

»Franco ahora ha cambiado la conversación...

—¿Qué sucede? —cuestioné con cierto desespero, puesto que lo vi ponerse de pie.

—Se está disculpando con Amelia, dice que pidió eliminar a su caballo y también a Lorenzo porque se molestó cuando supo de la presencia del otro.

—Mort mató al caballo de Amelia en Las Castillas, un mozo me lo dijo —aseguré avergonzado como si yo mismo hubiera hecho el daño—. Lo de Lorenzo lo presencié en carne propia.

Frida me vio con cierto aire de bondad, colocó una mano en mi hombro y dibujó una corta sonrisa en sus arrugados labios.

—Si sientes pena, es por que él también lo siente, por eso se disculpa.

—¿De verdad? —pregunté sorprendido.

—Estás atado al mismo Franco, a David, incluso Angy. Ellos son tú, y tú eres ellos. Los padeciste durante tus visitas. Tu personalidad se ha ido formando conforme a cada aprendizaje en cada una de tus vidas, así funciona.

Frida puso su vista en la pareja que parecía tener un acercamiento con forme la íntima plática avanzaba. La vi agudizar el rostro y respirar hondo, como si el dolor fuera participe en su cuerpo.

—¿Qué dice ahora? —pregunté, temiendo lo peor.

—¡Oh, nada cruel! ¡Ellos están bien por ahora! —Me observó fijo—. Aunque, James, quiero que sepas que esta vida era la más complicada de todas.

—Frida, ¿qué quieres decir? —cuestioné confundido, había algo en sus ojos que no me permitía pensar.

—¡James, calma, por favor! —soltó la mujer que tenía sujetada de los hombros. No obstante, se separó de mi a la vez que enfocaba la vista de nuevo en la pareja—. ¡Oh, mira eso!

Volví el rostro y mi corazón latió con tremendo acelero, era como si fuera yo mismo el que palpaba los cabellos de Amelia mientras besaba sus labios. Cada fibra de mi cuerpo se llenó de nerviosismo cuando noté que ella le correspondía, por un momento pensé que era un beso solo por parte de Franco, pero ahora era obvio que existía una conexión que no solo tenía que ver con el dolor provocado de un alma a otra. Ahí, había amor.

De pronto, cuando aquel momento parecía intensificarse, un estruendo causado por un arma se escuchó desde la oscuridad del bosque del otro lado de donde yo me encontraba. Franco cayó desplomado sobre la misma tela en la que minutos antes almorzaban.

—¡Franco! —gritó Amelia derribándose a su lado con ambas manos teñidas de rojo.

Al instante imaginé que había muerto. Padecí un sofoco igual que si hubiera sido yo el que estuviera tendido en el suelo.

—¡Frida, ¿qué es esto?! —grité con un dolor en mi pecho que no soportaba. ¿Acaso había muerto?

A lo lejos escuché un grito descontrolado de Amelia.

—¡James, tienes que escucharme! —interceptó Frida.

Sin embargo, ignoré del todo la presencia sus palabras y salí disparado, dejando la protección del frondoso bosque hasta llegar a ella.

»¡James, ayúdame, por favor! —Volvió a gritar Amelia para sacarme del transe en el que estaba metido, tragué grueso y despegué la vista del sangrado mientras los ojos de su esposa se llenaron de lágrimas. Me incliné junto a ella, noté que Franco aun respiraba, seguía consiente con la mirada puesta sobre las pecas de quien fuera su Condesa.

—¡Franco, quédate conmigo! —gritaba la mujer que intentaba controlar la herida.

Amelia se comportaba como toda una heroína a la vez que yo me acobardaba ante cualquier resultado de aquella fallida cita que se dio entre ellos.

La muerte de Franco solo daría como resultado la catástrofe de mi vida, puesto que Amelia quedaría desamparada, en libertad, sí, era verdad, pero ¿qué pasaría con Las Castillas? No, era lógico que no volverían a sus manos, jamás le permitirían servir con el fervor con el que lo hace.

Los ruidos que provenían de un galope me dieron la obvia respuesta que en un vago momento mi mente pidió. El autor del atentado no era otro que Mort, lo vi salir de las penumbras con la sola idea de rematar a quien todavía luchaba por su vida. Traía consigo un arma, una sonrisa ladina y los ojos de muerte.

Alcancé a aventarme sobre el cuerpo de Amelia para impedir que un segundo disparo fuera a dar a su cabeza.

—¡No! —gritó Amelia, pensando que fue dirigido al cuerpo de Franco. No obstante, Mort planeaba acabar con todos.

Me giré sobre mi propio cuerpo para quedar al frente del atacante, quien aún seguía a varios metros de nosotros.

—¡Corre! —Le dije a Amelia, quien seguía tendida sobre el cuerpo de Franco.

—¡No! —respondió con la cabeza agachada y la vista en la silueta que cada vez se nos acercaba más.

Busqué con desesperación el arma de Franco o la de Amelia, sabía que portaban una, pues iban de cacería; sin embargo, no las encontraba por ningún lado.

Un tercer disparo fue desatado, pero esta vez, ese fue a dar al suelo, justo al lado de Franco.

—¡Amelia, vete! —gritó Franco, tendido todavía sobre la humedad del fango.

—¡No! —replicó la mujer que seguía sujeta al cuerpo de su esposo.

Mientras tanto mi acelerado pulso me impedía encontrar el arma, no estaba por ningún lado, barrí el espacio con la mirada, palpé el suelo, incluso debajo de la tela que una vez fue el sitio del elegante almuerzo.

Alcé los ojos y noté que Mort prácticamente estaba sobre nosotros, no más de diez pasos le bastaban. Era nuestro fin, moriríamos por nada. Lo vi levantar el arma que recién cargó y yo solo pude cerrar los ojos, rogando por despertar a lado de mi Samanta.

Un cuarto disparo sonó, llevé mis manos a mis oídos y me mantuve tendido en el suelo, esperando que llegara mi final.

El llanto descontrolado de Amelia era todo lo que percibí, aguardé por un par de segundos esperando mi momento, pero no sucedió, aun mantenía los ojos cerrados mientras las manos bloqueaban mis oídos.

Amelia seguía llorando.

Abrí los ojos, volví el cuerpo y noté que ese último disparo no impactó en el cuerpo de Franco, ni en el de Amelia, Mort fue derribado con un solo disparo en la cabeza que recibió de la propia mano de Franco, quien mantuvo el arma escondida bajo el vestido de Amelia.

La mujer lloraba sin un cese al tiempo que acariciaba el pálido rostro del Conde.

—¡Franco, quédate conmigo! —repitió de nuevo.

—Eres... hermosa —dijo en un susurro mientras palpaba el rostro de su esposa, luego suspiró, sonrió para ella con desgano y reclinó la cabeza hacia un costado.

—¡No! ¡Franco! —gritó palpando su frente.

Me acerqué y puse la mano en su pecho, notando que la respiración cesaba. 

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